sábado, 2 de septiembre de 2017

MIGUEL HIDALGO, INFANTE, ESTUDIANTE, MAESTRO (I)


Antigua foto de la hacienda de Corralejo

Presentación



Cuando cursaba la educación básica en los años de gloria del partido-Estado (PRI), la percepción de Miguel Hidalgo era la del prócer impoluto, tanto en la enseñanza, como en los libros de historia. No sé en qué momento cambió radicalmente para la generalidad de mis compatriotas, pero ahora Miguel Hidalgo, es el cura fiestero y mujeriego, al que le surgen descendientes por todos lados, ambicioso e incluso asesino.

Por esta razón y aunque mucho se ha escrito sobre él, he decidido trabajar sobre su biografía, para presentar al hombre con sus fortalezas y debilidades, sin fantasías al estilo del novelista Francisco Martín Moreno y sin odios ancestrales como el de su contemporáneo e historiador Lucas Alamán.

La historia de Miguel Hidalgo es la de un criollo de varias generaciones en la Nueva España, que buscó abrirse camino en una sociedad, en donde no había más oficios que los de agricultor –como su padre-, clérigo, abogado o bien militar. Existencia difícil, incluso para los criollos, ya que las principales posiciones estaban destinadas a los peninsulares, existiendo una estricta observancia de la pureza de la sangre.

La época que le tocó vivir a Hidalgo, es una época de grandes transformaciones políticas, económicas y sociales, conocidas como “reformas borbónicas”, que crearon una gran inconformidad entre los novohispanos y los predispusieron a buscar la autonomía en el menor de los casos o de plano la independencia de España.



Infancia e inicio de estudios



Los padres de Hidalgo eran gente común dedicada a la agricultura y actividades conexas, en un nivel intermedio entre la clase propietaria y la masa de campesinos. Su padre Cristóbal Hidalgo y Costilla (1713) llegó como administrador a la hacienda de San Diego Corralejo (Pénjamo) de la que era arrendatario Manuel Mateo Gallaga, tío de Ana María Gállaga y Villaseñor (1731), con quien contraería nupcias Cristóbal en 1750. Sus hijos fueron José Joaquín (1751), Miguel Gregorio, Antonio Ignacio (8 de mayo de 1753), José María (1759) y Manuel (1762), en cuyo parto murió Ana María. Su padre contrajo segundas nupcias con Rita Peredo con quien engendró un hijo. Habiendo muerto Rita, contrajo nuevas nupcias con Jerónima Ramos Origel, con quien engendró 5 hijos. 

Miguel quedó huérfano a la edad de 9 años, y parece que él y Joaquín se iniciaron durante la niñez en el aprendizaje del violín, del que años después se distinguirían al tocarlo por nota. También aprendió el idioma otomí que hablaban los grupos indígenas de la región. Tenía predilección por la caza, la ganadería y el jaripeo. Se crió fuerte y era hábil en el manejo de la lanza, actividades que realizaría en su juventud y más bien en períodos vacacionales, ya que en 1765, él y su hermano Joaquín partieron a Valladolid para inscribirse en el Colegio (internado) de San Nicolás, con el propósito de estudiar gramática latina y luego retórica para poder hacer carrera eclesiástica. Don Cristóbal Hidalgo solicitó beca para sus hijos, pero la fila para obtenerla era larga; así es que tuvo que pagar la colegiatura con sacrificios. 

Las clases se recibían en el vecino Colegio de San Xavier de los jesuitas, cuyos cursos iniciaban el 18 de octubre. Miguel cursó 2 años de gramática (latín). Después inició la retórica, y a poco más de 6 meses de cursarla vino la expulsión de la Compañía de Jesús el 25 de junio de 1767. Esta decisión de la Corona, junto con la forzada leva militar y la exacción tributaria, provocaron tumultos que fueron sofocados a sangre y fuego, principalmente en el Obispado de Michoacán: San Luis Potosí, Guanajuato y Pátzcuaro, muy cerca de Valladolid. Esto dejaría una profunda huella en los alumnos de San Xavier y de los demás colegios jesuitas, y sería un profundo resentimiento de Hidalgo contra la Corona española.


Las órdenes menores



A estos cursos siguieron la filosofía y la teología y la búsqueda de sustitución de cátedras para ayudarse al pago de la colegiatura. También fue solicitando y recibiendo órdenes sagradas. Los solicitantes deberían de presentar cierta garantía de que tendrían de que mantenerse, pues eran un problema los clérigos vagos que no disponían de medios para subsistir. <<Esa garantía se llamaba título de ordenación y había de presentarse desde la solicitud de ingreso al estado clerical mediante la tonsura. Los títulos podrían ser principalmente el de administración si el obispado requería cubrir plazas del ministerio, o bien de capellanía si se contara con la nominación para disfrutar de los intereses que comportaba, o de lengua, que era una variante de administración en cuanto que al saber una lengua indígena del obispado podría destinársele a pueblo de tales indios.

Miguel Hidalgo presentó este último título diciendo que sabía otomí, lengua que se hablaba en pueblos del centro y norte del obispado de Michoacán, en los actuales estados de Guanajuato y San Luis Potosí-. Al efecto fue examinado a mediados de marzo de 1774 y se le consideró con suficiencia bastante>>.[1] Otros requisitos eran examen sobre teología moral, informaciones sobre vida y costumbres del candidato, así como de limpieza de sangre y familia honrada y por último una semana de ejercicios espirituales. Así en marzo o abril, Miguel recibió de su obispo, la primera tonsura y las ordenes menores: ostiariado, exorcistado, lectorado y acolitado.


Las órdenes mayores



Al año siguiente, probablemente entre marzo y abril de 1775, Miguel recibió el subdiaconado del mismo obispo, haciendo votos de castidad y de rezar cotidianamente la liturgia de las horas. Aunque daba clases eventualmente como substituto, como no obtenía la beca de colegial, no le alcanzaba para sus gastos, por lo que entró al concurso de la cátedra de filosofía en propiedad, pero no la ganó; por ello 1776 fue un año de apuros económicos. Habiendo muerto el Obispo Fernando de Hoyos y Mier y con el apoyo de su hermano Joaquín que ya era presbítero, marchó a la Ciudad de México para ordenarse diácono por el Arzobispo de México. De vuelta a Valladolid, volvió a presentarse para concursar cátedra ganando la de latín en marzo de 1777. Con la llegada del nuevo obispo, Juan Ignacio de la Rocha, cambió su suerte, ya que el Colegio de san Nicolás le dio la bienvenida mediante un acto académico, en el que Miguel hizo una exposición del teólogo Jacobo Jacinto Serry, contando con el apoyo del rector Blas de Echeandia, quien le asignó tal encomienda confiando en su dedicación y conocimiento del teólogo. Agradó al nuevo obispo la exposición de Hidalgo y desde entonces se le fueron abriendo más puertas, ya que en febrero de 1779 recibió la beca del colegial que mantuvo hasta 1781.

Terminados sus estudios formales en 1773 sin haberse ordenado presbítero y solo habiendo conseguido una cátedra en propiedad recientemente, le permitió a Miguel ir por más tiempo a Corralejo, dedicarse a leer teologías y otras materias a su gusto, así como desarrollar el aprendizaje del violín en Valladolid.

A principios de septiembre de 1778 decidió presentar solicitud para ordenarse presbítero, a título de administración en general, la que fue aceptada por el rector Blas de Echeandia. La ordenación tuvo lugar el 19 de septiembre de 1778, cuando Miguel tenía 25 años.


Buen hijo, clérigo y maestro en ascenso



<<Mientras Miguel iba tramitando y recibiendo las órdenes mayores, regentó la cátedra de latín y sustituyó la de filosofía, que mantendría con ese carácter hasta 1779. Más por entonces su padre enfermó de gravedad y Miguel se vio precisado a solicitar permiso para ir a Corralejo aún a costa de renunciar a la cátedra de latín y la beca del colegial. Al parecer esto ocurría a mediados de 1779. Fue innecesaria la renuncia, pues don Cristóbal mejoró pronto. De tal manera Miguel prosiguió su carrera tomando en propiedad la cátedra de filosofía desde octubre de ese año hasta agosto de 1784 […] Durante ese período, Hidalgo empezó como sustituto de Teología desde febrero de 1782 hasta agosto de 1784. Poco antes de presentarse al concurso de la cátedra de teología, entre julio y agosto fue agraciado con la Sacristía Mayor de Apaseo […] Estaba dispuesto a irse, pero el rector del Colegio le indicó que presidiera unos actos académicos. Miguel expuso la situación al obispo. Finalmente se quedó en Valladolid y con el beneficio.

Un año antes de que Hidalgo iniciara el magisterio teológico, en febrero de 1781 el virrey Mayorga había decidido la entrega de un lote importante para el Colegio de San Nicolás. Se trataba de la biblioteca del antiguo colegio jesuita de San Luis de la Paz. A raíz de la expulsión de la Compañía sus bibliotecas fueron requisitadas por el gobierno, determinándose expurgarlas de aquellos títulos que pudieran contener doctrinas que afectaran el regalismo, exaltaran a la orden jesuítica, indujeran al probabilismo en moral y, sobre todo plantearan el tiranicidio (“doctrina sanguinaria”) […] La biblioteca de San Luis de la Paz no fue requisitada cuando la expulsión, pues el colegio no parecía importante y quedaba a trasmano de las rutas principales>>.[2] Así de aquella biblioteca llegó a manos de Hidalgo la defensio fidei de Francisco Suárez, así como el célebre tratado De iustitia et iure de Domingo de Soto, Un Vocabulario de lengua otomí de Francisco Jiménez de Aguilar, las Epístolas de San Jerónimo, y otros más.

Para 1784 Hidalgo se presentó a concursar la cátedra de Teología que venía sustituyendo, al efecto los candidatos tenían que presentar un asunto que les tocaba por suerte. En tanto se determinaba quién sería el ganador de la cátedra; el ilustrado arcediano de la catedral vallisoletana José Pérez Calama promovió otro concurso, inédito hasta entonces, sobre el verdadero método de estudiar teología escolástica, prometiendo dar medallas al triunfador. El certamen era abierto, pero el arcediano obligó a que hubiera cuando menos dos participantes que recientemente había designado como catedráticos de teología en el Seminario de San Pedro. La disertación se tendría que entregar en latín y castellano. Finalmente en septiembre le fue entregada la cátedra en propiedad a Hidalgo y posteriormente sería declarado ganador del concurso. Pérez Calama le dirigió una carta acompañada de 12 medallas de plata, en la que le expresaba:

<<Desde ahora llamaré a vuestra merced siempre hormiga trabajadora de Minerva, sin omitir el otro epíteto de abeja industriosa que sabe chupar y sacar de las flores la más delicada miel. Con el mayor júbilo de mi corazón preveo que llegará a ser vuestra merced luz puesta en candelero, o ciudad colocada sobre un monte. Veo que es vuestra merced un joven que, cual gigante sobrepuja a muchos ancianos que se llaman doctores y grandes teólogos; pero que en realidad son meros ergotistas, cuyos discursos o nociones son telas de araña […]>>[3]

Al año siguiente le tocó organizar los actos académicos de bienvenida al nuevo obispo fray Antonio de San Miguel, por parte de el Colegio de San Nicolás, que superaron por mucho a los del Seminario de San Pedro.

A pesar de estos reconocimientos Miguel hidalgo no percibía aún ingresos suficientes. Por ello se volvió a presentar a concurso de beneficios vacantes, en las parroquias del obispado y si bien no obtuvo ninguno, el Cabildo de la Catedral lo nombró vicerrector del Colegio el 31 de octubre de 1785.


La crisis económica y social de 1785-1786



En estos años se desató una crisis agrícola en varias regiones del país, lo que trajo la hambruna, epidemias y mortandad: la comarca de Pénjamo reportó 1,480 muertos, Rincón de León y León 5,376, Silao 6,292. La zona de la ciudad de Guanajuato totalizó 18,000 defunciones. El grupo ilustrado de la diócesis michoacana aplicó la “teología política de la caridad”, solicitando donativos y distribuyendolos. El administrador de la hacienda de Corralejo, don Cristóbal aportó 100 pesos y dos toros, el hermano de Miguel, José Joaquín párroco interino de la villa de San Miguel dio orden de que se diese de comer a cuantos pobres ocurriesen. Para remediar la situación las autoridades promovieron nuevas técnicas agrícolas y sembradías de riego

Tesorero y rector del Colegio de San Nicolás


Colegio de San Nicolás, patio principal
Enterado el obispo San Miguel del apoyo de los Hidalgo en favor de los damnificados (y aunque no se menciona, es muy probable que Miguel haya descollado en la recaudación y aplicación de los donativos por la hambruna), y no habiendo podido imprimir la traducción hecha por Miguel de la Carta a Nepociano de San Jerónimo, que a sugerencia de obispo había hecho Hidalgo, quiso compensarlo solicitando al Cabildo Catedral se le otorgara la Tesorería del Colegio de San Nicolás. El 27 de enero de 1787 se acordó su designación que duraría hasta 1792. <<Conforme al régimen económico de ese instituto, al tesorero competía cobrar las colegiaturas de los alumnos `porcionistas´ y las pensiones con que los tres pueblos de Santa Fe apoyaban al Colegio, arrendar y percibir las rentas de los bienes de la institución, así como hacer los gastos para la subsistencia de colegio y colegiales, comprendidos los gastos de salarios de maestros y demás. De todo ello tendría que llevar registro y comprobantes por escrito, pues al final de cada gestión los tesoreros debían presentar relación puntual y justificada de ingresos y egresos, la cual era revisada de manera exhaustiva. Aparte, el Cabildo Catedral nombraba a un superintendente del Colegio que estaba al pendiente de que la administración marchara por buen camino. Por su desempeño el tesorero recibiría 3% de lo que cobrara.

Con el propósito de que el tesorero tuviera toda la representación en los asuntos del Colegio, el rector Manuel Antonio salceda otorgó general y amplio poder a Miguel Hidalgo –quien a su vez lo sustituiría-, respecto de los negocios de la institución que se ventilaban en la Ciudad de México a un procurador de la Audiencia, Mariano Pérez Tagle. >>[4] Con ello quedaba en calidad de vicerrector.

Finalmente a los 37 años, en 1790 fue electo rector del Colegio de San Nicolás. Una de las primeras iniciativas fue retornar a los orígenes de la institución, es decir, a las disposiciones del fundador Vasco de Quiroga.

<<Por ser rector, tesorero y catedrático de ambas teologías Miguel ejercía control completo sobre la institución; pero, más que ello, un liderazgo atractivo, porque su genio era suave, su conversación animada y su magisterio brillante. En tales funciones estaba al pendiente de que los ordenandos cubrieran todos los requisitos, como los ejercicio espirituales. Seguía cobrando rentas a favor del Colegio, como una que gravaba a la hacienda de Jorullo. Asimismo participó diligentemente en el concurso de acreedores, entre ellos el Colegio, a los bienes de la testamentaria de José de Echevarría. Confirió poder a Manuel García para que cobrara capital y réditos adeudados al Colegio por Joaquina María Cueva, vecina de Silao. Arrendó el rancho de Patambaro en términos de Santa Fe del Río, perteneciente al Colegio, a Esteban del Río. Prosiguió el asunto de las haciendas del Tunal y La Calera, cercanas a Querétaro y gravadas a favor del Colegio, procurando el cobro a Melchor de Noriega. Nunca faltó el pago oportuno a catedráticos y demás empleados, ni mesa más que suficiente a los alumnos; incluso a algunos de ellos les condonó parte de la colegiatura; así mismo hizo algunas reparaciones al edificio. Para estos gastos hubo vez que echó mano, moderadamente de capitales de la institución, pues al cabo había conseguido aumentar sus bienes de todo, registro y comprobantes. Así además de preparar y dictar su cátedra, presidir actos y examinar, seguía extendiendo numerosas certificaciones de estudios.

Probablemente en vacaciones de septiembre y octubre Miguel volvía a Corralejo o visitaba a su hermano Joaquín en Santa Clara y a Manuel en México, o bien a sus tíos en dolores y San Miguel.>>[5]

No parece haber sido maestro de José María Morelos y Pavón, de cuya conducta y aplicación expediría la constancia más elogiosa.



Roce social con la cultura




<<La ilustración de Hidalgo lo indujo a frecuentar a un alto funcionario civil empeñado desde su llegada a Michoacán, en octubre de 1786, en implantar varias de las reforma llamadas borbónicas, más en su caso con un sentido de ilustración: Juan Antonio Riaño y Bárcena, santanderino casado en Luisiana con una culta criolla francesa, Victoria de Saint Maxent. Primero fue corregidor de la jurisdicción Pátzcuaro-Valladolid, y a los pocos meses primer intendente de Valladolid de Michoacán. Hidalgo, admirador de teólogos, predicadores e historiadores galos se había iniciado en la lengua francesa y encontró así en la casa afrancesada del intendente un ambiente amistoso que trató de cultivar.
Tal vez fue entonces cuando, por sugerencia de la señora Saint Maxent, empezó a gustar de otros géneros de la literatura francesa como el teatro y la poesía.>>[6]

También en esa casa tuvo la oportunidad de tratar a dos científicos alemanes que llegaron en 1790 para conocer el volcán El Jorullo: Schroeder y Fischer. Trato también intelectuales franciscanos como Pablo Beaumont y José Joaquín Granados y Gálvez. Trabó también amistad con el poeta y dramaturgo José Agustín de castro. Mayor relación tuvo con el vallisoletano fray Vicente santa María, que sería uno de los conspiradores de 1809 y luego declarado insurgente.

<<En el clero secular no sólo estaban Pérez Calama y Juan Antonio de Tapia como intelectuales ilustrados, sino sobre todo Manuel Abad Queipo, sensible a los problemas sociales que afligían al país y lector de autores modernos mucho más allá de las teologías de Hidalgo, como John Smith Y Rousseau. Estrecha fue su amistad con el catedrático de San Nicolás.>>[7]


Al tanto de los sucesos



La Corona española no había sido ajena a los afanes separatistas de las 13 colonias británicas respecto de su metrópoli. Ya por su vieja enemistad con la soberbia Albión, ya por el pacto de familia con Francia, apoyó la intervención que esta tuvo en ayuda de los colonos insurrectos que declararon su independencia en 1776 y derrotaron definitivamente a las fuerzas británicas en 1781. El Tratado de París reconoció en 1783 a la nueva nación, Estados Unidos de América. Miguel Hidalgo a la sazón se iniciaba en el magisterio de la teología y, como cualquier criollo culto, estuvo al tanto de tales acontecimientos, que no sólo implicaban tal independencia sino principios como la soberanía popular y los derechos inalienables del individuo, bien que restringidos pues conservaron la esclavitud.

A los 6 años del Tratado de París en 1789, estalló la Revolución Francesa y el gobierno español no permitiría la circulación en el pueblo de noticias sobre ella; obviamente tenía temor de que este ejemplo se sumara al estadounidense. Si tal miedo valía para España, con mayor razón respecto de las indias: 

Las prohibiciones oficiales que impedían la divulgación de noticias relativas a la revolución y de impresos revolucionarios, contribuyeron a mantener a la mayoría de los españoles en la ignorancia de los acontecimientos franceses.

No obstante existía una <<“antigua división y arraigada enemistad entre europeos y criollos, enemistad capaz de producir las más funestas resultas”. El antagonismo se había recrudecido al compás de las reformas borbónicas que significaron una segunda conquista de ultramar. Ya desde 1781 un comisionado regio había advertido en conciso análisis: 

Los criollos se hallan en el día en muy diferente estado del que estaban algunos años ha. Se han ilustrado mucho en poco tiempo: La nueva filosofía va haciendo allí muchos más rápidos provechos que en España. El celo de la religión que era el freno más poderoso se entibia por momentos. El trato de angloamericanos y extranjeros les ha infundido nuevas ideas sobre los derechos de los hombres y los soberanos; y la introducción de libros franceses, de que hay ahí inmensa copia, va haciendo una especie de revolución de su modo de pensar. Hay repartida en nuestra América millones de ejemplares de las obras de Voltaire, Rousseau, Robertson, el abad Raynal y otros filósofos modernos que aquellos naturales leen con una especie de entusiasmo.

No debemos persuadirnos que si hubiera un levantamiento con especialidad en las provincias marítimas dejarían de encontrar apoyo los rebeldes. Los ingleses se vengarían entonces del agravio que creen les hemos hecho declarándonos a favor aunque indirectamente de sus colonias. Los franceses que no piensan sino en extender su comercio a expensas del nuestro […] los sostendrán por debajo de cuerda.

A pesar de que el gobierno español dirigido por Floridablanca había impuesto el más absoluto silencio sobre los sucesos de la revolución, diversas presiones acarrearon la destitución de éste en febrero de 1792.

Con ello amainó un tanto la reserva sobre esos acontecimientos y sobre autores franceses anteriormente prohibidos. De tal modo, a lo largo de ese año fueron entrando a España diversas noticias de los cambios ocurridos. Tanto más cuanto que a partir de la Constitución Civil del clero de noviembre de 1790, muchos sacerdotes y obispos emigraron a España, donde fueron recibidos.

Miguel Hidalgo, asiduo lector de la Gazeta de México, hermano de un abogado de la Real Audiencia y de la Inquisición de México, amigo de aquel clérigo tan conocedor de la política internacional y de la situación de Nueva España, Abad Queipo, y amigo también del intendente Riaño, empezó a ponderar lo que podía significar la independencia de Nueva España respecto de la metrópoli. Y desde entonces la juzgó conveniente, más no pasaba de un desiderátum.>>[8]


Jorge Pérez Uribe


Notas:
[1] Carlos Herrejón Peredo, Hidalgo: maestro, párroco e insurgente, Ed. Clío, libros y videos, S.A. de C.V., México, 2014, pág.27
[2] Ibídem, págs.31,32
[3] Ibídem, pág.35
[4] Ibídem, págs.52,53
[5] Ibídem, págs.52-54
[6] Ibídem, pág.59
[7] Ibídem, pág.60
[8] Ibídem, págs.62,63