domingo, 19 de enero de 2020

MIGUEL HIDALGO, EN RETIRADA Y EN DERROTA (IX)


Venta llamada ´San Luisito´, Cuajimalpa


Hidalgo no era el jefe militar que el movimiento necesitaba



En el mes de noviembre de 1810, se devela evidentemente, que Hidalgo no es el jefe militar que el movimiento necesita ya que va de una mala decisión a otra, ejerciendo la autoridad en una forma autocrática. Si bien Miguel había desarrollado con éxito a lo largo de su vida, la rectoría del Colegio de San Nicolás, la actividad de empresario teatral, empresario musical, empresario de pequeñas empresas y la de hacendando, no tenía idea alguna de lo que era la milicia y del arte de la guerra, y lo peor es que no lo reconocía y se negaba a dejárselo a los militares.

El jueves 1° de noviembre en la “venta de Cuajimalpa” cerca de las 4 a. m. retorna la comisión que fue a llevar el pliego de intimación al virrey Venegas. Como es día de Todos los Santos y fiesta de guardar, a las 6 de la mañana se llama a misa. Concluida la misma, Allende, Arias y otros jefes desean proseguir a la Ciudad de México, pero se impone Hidalgo, quien prefiere retirarse argumentando que sin la seguridad de los partidarios que no se han comunicado y ante la falta de municiones, no es aconsejable arriesgarse, pues el enemigo con muy poca artillería ha hecho estragos. También le pesa ver a muchos de sus indios y castas resfriados, asustados y deprimidos. A las 11 a. m., se levanta el campamento en contramarcha hacia Lerma, adonde llegan al anochecer.

El viernes 2 de noviembre en Lerma. Hidalgo agradece a Luis Bernaldes su ofrecimiento de seguidores. Sale a Ixtlahuaca. Llegan a la puesta del sol y pernoctan ahí. Aunque más de la mitad de los seguidores han desertado, la multitud, aún considerable, llega a treinta mil hombres

El domingo 4 de noviembre dejan Ixtlahuaca, tocan Jocotitlán y arriban a la hacienda de Nijiní; de aquí Hidalgo manda citatorio enérgico al párroco de Jocotitlán, José Ignacio Muñiz, enemigo de la insurgencia, que anda escondido. Muñiz huye a México. Los insurgentes no alcanzan a llegar a población alguna, así que duermen a cielo raso.

El lunes 5 de noviembre de 1810, los caudillos insurgentes deciden tomar Querétaro con el apoyo de los guerrilleros López y Villagrán, o al menos, impedir la reunión de Calleja y Flon, de cuyos movimientos no tienen idea cierta. Emprenden, pues, la marcha hacia la hacienda de Arroyo Zarco, punto de paso hacia aquella ciudad. Pero requieren bastimento y mejor descanso. Entonces Hidalgo pregunta por el pueblo más cercano; le contestan que es San Jerónimo Aculco. Acampan en esta población en donde son recibidos con repique de campanas y cohetes por espacio de 10 horas y en dónde descansará el ejército el día 6.

San Jerónimo Aculco

El martes día 6 de noviembre avanzadas de Allende se topan con una partida de Calleja, que está en Arroyo Zarco, (a escasos 12 kilómetros de Aculco); luego de una escaramuza, ambos ejércitos caen en la cuenta de su cercanía. Mueren algunos insurgentes y otros son aprehendidos, dando a calleja el conocer la posición, número y calidad de los insurrectos. Por otra parte Juan Aldama llega a Aculco, pues ha marchado rezagado y custodiando prisioneros, entre ellos, al intendente Merino y compañía. Además, se ha encontrado en el camino con su hermano, el licenciado Ignacio Aldama, así como la esposa de éste y las hijas de Juan, junto con una división de unos mil insurgentes, que venían huyendo de San Miguel el Grande, tomado por los realistas. Todos ellos se reúnen en Aculco. Hidalgo los va a visitar, luego hay junta de caudillos. Allende, Aldama y otros de milicia formal intentan deponer a Hidalgo del mando supremo, y proponen no dar batalla, sino replegarse por diversos rumbos y organizar una guerra de guerrillas, toda vez que en la escaramuza se enteran que Calleja viene con 7,000 hombres entrenados durante meses. Hidalgo se opone y decide que se dé la batalla, lo que Allende y Aldama hacen de mal grado.


La batalla de Aculco


El miércoles 7 de noviembre, al amanecer, escogen los insurgentes una elevación cercana al pueblo de frente al oriente y con la sierra de Ñadó, a la espalda, los realistas se posicionaron en otra loma vecina a la anterior, pero más baja. Las tropas insurgentes se disponen en dos líneas, con la artillería que constaba de 12 piezas en los bordes y a la espalda una multitud en desorden de cuarenta mil hombres. Inexplicablemente tomaron la posición con el sol naciente en contra. El encuentro se da como a las 9 de la mañana y al parecer los cañones insurgentes tardaron en activarse cegados por el sol, por distracción o alguna otra razón; de tal forma que cuando lo hicieron, las balas pasaban por encima de los cercanos realistas; en tanto que los cañones realistas encontraron un blanco perfecto. Una de las balas cercenó la cabeza de un jinete que anduvo arrastrado por el campo insurgente y motivo la desbandada de la multitud. Algún insurgente dio la orden de que se rompieran los sacos de dinero, para que los enemigos se entretuvieran en lo que huían las tropas.



La brevedad del combate no ocasiona sino un muerto y un herido de los realistas, contra 85 bajas de los insurgentes, y más de 50 heridos y 600 prisioneros, más un botín considerable consistente en ocho cañones, dos carros de municiones, cincuenta balas de cañón, diez racimos de metralla, algunos centenares de fusiles, 10 tambores, un carro de víveres, 1,250 reses, 1,600 carneros, 200 cabalgaduras, 16 coches de los jefes con equipaje y archivos, 13,550 pesos, 3 banderas y dos estandartes guadalupanos. Fue la destrucción del ejército insurgente.


La desbandada del ejército insurgente


La mayoría de la masa amorfa de los insurgentes escapa al amparo de los bosques inmediatos volviendo a sus casas. Allende trata de reunir lo más que puede de la tropa de línea y algunos otros jinetes, logrando juntar hasta 6,000 efectivos, con los que se dirige a Salvatierra y de ahí a Guanajuato, a donde llegará el 13 de noviembre.

<<Si bien antes de la batalla o al momento de la fuga Allende avisa a Hidalgo que irá a Guanajuato, e Hidalgo le hace saber que él tomará camino hacia Valladolid, casi todos desamparan a Hidalgo, que se interna en la espesura de la sierra de Ñadó con escasa comitiva de unos cuatro, entre ellos, su hermano Mariano, José Santos Villa y tal vez Ignacio Rayón. Sotelo pierde de vista a Hidalgo y huye a Dolores. >>[1] Para Hidalgo es importante pasar inadvertido, pues la derrota podrá suscitar reacciones desfavorables, por lo que le urge llegar a Valladolid antes de las malas noticias.


En Valladolid: contrarrevolución abortada


El viernes 9 de noviembre muy entrada la noche arriba a Valladolid y decide pasar la noche en casa de gente de confianza, y que mejor que su comadre Micaela Montemayor, viuda de Domingo Allende, hermano de Ignacio. Mientras aguarda a que su comadre esté lista y las habitaciones dispuestas, espera en una herrería contigua. <<Alguien lo vio entonces, cayéndose de sueño y cansancio, “roto, cubierto con una manga […] y durmió sobre la coraza de la silla”. Más no fue sino un rato. Pronto entraron y descansaron. Cerciorado de la lealtad de José María Anzorena, el intendente que había nombrado, tomaría desde hora temprana una serie de providencias.

Valladolid hoy Morelia, 1828

Tal vez sin que Hidalgo se diera cuenta, la sola noticia de su llegada hace abortar una contrarrevolución que había empezado a fraguarse en Valladolid desde el día 8 a iniciativa del bachiller Francisco Castañeda, quien mediante el canónigo Jacinto Llanos Valdés se pondría en comunicación con el asesor Terán, a la sazón en la cárcel. Castañeda también contaba con el sargento mayor Manuel Gallegos, declarado insurgente en octubre cuando la primera entrada de Hidalgo, a quien había aconsejado instruir a sus contingentes antes de seguir la campaña. Pero ahora había cambiado de partido. El plan de Castañeda era sorprender a Anzorena, deponiendo así al gobierno insurgente con la consiguiente liberación de los europeos prisioneros. >>[2] Sin embargo los conjurados van difiriendo el asunto hasta el sábado 10, cuando Hidalgo ya ha retomado el control de la situación

El sábado 10 de noviembre Hidalgo instruye a Anzorena para solicitar a toda la comarca el envío de gente y recursos. Así partir de ese día, y hasta el día 15, se va formando un nuevo ejército de cerca de 7,000 de caballería y 240 infantes. Se inicia pues, una nueva etapa en la insurgencia del Generalísimo, sin Allende, ni Jiménez, ni Aldama ni Abasolo, ni la mayor parte de aquellas gentes del Bajío que se habían dispersado en Aculco. Comenzaba la “resurrección político-militar de Hidalgo”, como diría uno de los realistas. Por la noche Hidalgo se muda al palacio episcopal.

El domingo 11 de noviembre en Valladolid Hidalgo asiste a misa, probablemente en la capilla del mismo palacio episcopal o en el inmediato templo de El Carmen. Recibe a miembros del Cabildo Catedral que van a saludarlo. Les pide dinero; éstos luego de resistirse, le entregan hasta 7,100 pesos.


La religiosidad ambivalente de Hidalgo


El lunes 12 de noviembre en Valladolid, Hidalgo autoriza el primer degüello de prisioneros españoles: fueron cuarenta y uno. No eran soldados realistas capturados en batalla, sino civiles extraídos de sus casas, sin formarles juicio. Se hace creer la víspera que serán conducidos a Guanajuato, y así los familiares les llevan bastimento. El conductor de los prisioneros es Manuel Muñiz, quien los encamina a una de las barrancas del cerro de las Bateas, al suroeste de la ciudad; y ahí son degollados por varios indios. No hay justificación. Hidalgo dirá arrepentido que había sido una condescendencia criminal con la canalla, llevado del frenesí de la revolución.

El martes 13 de noviembre en Valladolid Hidalgo firmó una carta, datada no en Valladolid, donde se hallaba, sino en Celaya, dirigida a un X jefe insurgente cuyo nombre no aparece. En ella explica la retirada de Cuajimalpa como debida únicamente a la falta de municiones; y por otra parte, minimiza la derrota de Aculco. Se trata de un ardid, con objeto de que si la carta llegaba a manos de insurgentes, no se desalentaran por otras versiones de la batalla de Aculco; y si caía en manos realistas, para entorpecer sus movimientos, creyéndolo en el corazón del Bajío. Ese mismo día, el intendente Anzorena de orden de Hidalgo decreta la prohibición de salida de abastos de Michoacán a la Ciudad de México, castigando así a la capital mexicana, que no había concurrido a su proyectada liberación.

El miércoles 14 de noviembre en Valladolid, Hidalgo continúa dando nombramientos, como el de administrador de correos de Uruapan. Alrededor de este día, Hidalgo concluye la redacción del Manifiesto de respuesta al edicto de la Inquisición en el que ésta lo citaba a comparecer para responder las acusaciones de su fiscal. Hidalgo se refiere a algunas de esas acusaciones mostrando su incongruencia y haciendo profesión de su íntegra fe católica. Pero más se extiende en inculpar a los españoles por su codicia y manipulación de la religión para mantener el dominio: “No son católicos, sino por política; su dios es el dinero”. Finalmente, propone el establecimiento de un congreso que “dicte leyes suaves, benéficas y acomodadas a las circunstancias de cada pueblo”.



El Dr. Carlos Herrejón Peredo, hace un extenso análisis del manifiesto y un incisivo comentario: <<Tratándose de un escrito en que Hidalgo pretende vindicarse de la acusación de herejía, es obvia la insistencia en la salvaguarda de la religión; sin embargo, a pesar de que el referente concreto sea el cristianismo católico, el Dios al que alude no es el Dios de la revelación cristiana, sino el soberano Autor de la naturaleza, objeto de adoración de cualquier hombre.>>[3]

El jueves de 15 de noviembre el citado manifiesto de Hidalgo se publica en copias manuscritas para ser distribuido y leído en todas las iglesias de Valladolid y sus alrededores. Se recibe la buena nueva de la toma de Guadalajara por los insurgentes. En la tarde se difunde la noticia con repique general. Hidalgo le escribe a Allende para comunicarle que emprenderá pronto la marcha hacia la capital neogallega.

El viernes 16 de noviembre se celebra Misa de acción de gracias en la catedral vallisoletana, a la que asiste Hidalgo bajo dosel. Lo acompañan Ignacio Rayón, José María Chico y el intendente Anzorena. Hidalgo nombra capitán a Pedro Raymundo Camarena.

El sábado 17 de noviembre se presenta a Hidalgo María Antonia Pérez, acompañada de su hija Mariana Luisa, para interceder por su esposo, un prisionero español, Hidalgo accede, más de momento no quiere contrariar a la canalla y dispone que de camino, con pretexto de enfermedad, se quede en algún lugar. Para ello, la hija acompañará al ejército, pues su madre se halla enferma. Pero Mariana Luisa, como irá sola, conviene vaya disfrazada de hombre y semioculta en un carruaje. La gente, que desconoce el caso, comienza a rumorar que se trata del mismo rey Fernando.

Hidalgo marcha a Guadalajara con los 7 000 jinetes y 240 infantes, recientemente reclutados a las 10 a. m. Va sonriendo. La noche de ese mismo día, sale de Valladolid la segunda partida de prisioneros españoles destinados al degüello, con autorización de Hidalgo: son más de treinta, conducidos al cerro del Molcajete. Por la mañana ha pasado Hidalgo con su ejército por la hacienda de Itzícuaro, todavía en el valle de Guayangareo y de ahí toma hacia el noroeste. Habrán de comer por Tiristarán o Coro, de donde prosiguen a la hacienda de Tecacho, propiedad de la familia de Juan José Pastor Morales, simpatizante de la causa. Probablemente ahí pernoctan.

El domingo 18 de noviembre, luego de asistir a misa en Tecacho, continúan la marcha bordeando una fértil llanura por su parte norte; transitan por el rancho de San Nicolás de las Piedras y la hacienda de El Cuatro. En rincones de esa llanura se asentaban dos pueblos bien conocidos de Hidalgo, a la derecha, Huaniqueo, patria chica de sus parientes Gallaga Villaseñor, y a la izquierda, Coeneo, donde había estado de párroco su hermano Joaquín. Probablemente en El Cuatro comen, descansan y duermen.

El lunes 19 de noviembre, reanudan la marcha, pasando por Zipimeo, hasta rendir jornada en Caurio, donde tal vez pernoctan.

El martes 20 de noviembre, de Caurio avanzan rumbo a Purépero y a Tlazazalca, lugar éste que Hidalgo también conoce, pues ahí había estado destacado como jefe de milicias uno de sus tíos, primo doble de su madre. Ahí pasan la noche.

Antiguo Convento de Las Rosas

El miércoles 21 de noviembre, por la madrugada parten de Tlazazalca, tocan Urepetiro y ya entrada la mañana arriban a la villa de Zamora, donde sus avanzadas ya han prevenido a la población para el recibimiento, que es apoteósico: “Distinguiéronse en el recibimiento los vecinos de la villa de Zamora, por cuyas calles bien adornadas pasó el ejército; y todas las corporaciones se esmeraron en los cumplimientos y arengas”. “Se le condujo [a Hidalgo] procesionalmente a la iglesia, donde se cantó él Te Deum y luego se le llevó a la casa del licenciado Pedro Alcántara de Avendaño [ausente en Guadalajara] donde se le sirvió al caudillo y demás jefes que le acompañaban un magnífico refresco. Hubo brindis para el caudillo, los que eran contestados brindando por los vecinos que se habían manifestado adictos a la causa, diciendo: ¡Viva la Villa de Zamora! Y el señor cura Hidalgo tomó una copa en la mano y con el mayor entusiasmo dijo: ¡Viva la ilustre Ciudad de Zamora! Y fue aplaudido y repetido por toda la concurrencia”, elevándola así del rango que tenía de villa. Se aloja en una casa inmediata al atrio de San Francisco. Lo más trascendente es que en Zamora termina de redactar la proclama dirigida a paisanos que militan en las filas realistas y cuyo primer párrafo dice: ¿Es posible, americanos, que habéis de tomar las armas contra vuestros hermanos, que están empeñados con riesgo de su vida en libertaros de la tiranía de los europeos, y en que dejéis de ser esclavos suyos? ¿No conocéis que esta guerra es solamente contra ellos, y que por tanto sería una guerra sin enemigos, que estaría concluida en un día, si vosotros no les ayudáis a pelear? A esos paisanos realistas se les ha hecho creer que la insurgencia va contra la religión. Por ello Hidalgo declara que, por el contrario, el movimiento se dirige tanto a acabar con la tiranía como a mantener la religión. Como, por otra parte, esos paisanos han hecho juramento de fidelidad al rey, se sienten obligados a seguir sus banderas. Hidalgo responde que la insurgencia también se dirige a mantener al rey. Esta mención es excepcional en boca de Hidalgo insurgente, quien buscaba la independencia absoluta. Pero dirigiéndose a esos paisanos, cuya deserción del realismo es apremiante, hay que invocar engañosamente al rey, cosa que Allende y otros insurgentes sí pretenden, pero no él. Obtenida esa deserción, Hidalgo aclararía luego la independencia y sus ventajas.

El jueves 22 de noviembre en Zamora, se sacan copias de la proclama manuscrita destinadas a distribuirse entre aquellos paisanos realistas, esperando llegar a Guadalajara, donde la dará a las prensas. Hidalgo recibe de la nueva ciudad un donativo por 7,000 pesos para gastos de guerra. Concurre a misa de acción de gracias y continúa su camino para ir a comer a Ixtlán de los Hervores, de donde parte a La Barca, tierra también de parientes suyos, los Villaseñor. Pernoctando en el lugar.

El viernes 23 de noviembre salen de La Barca, pasando por Ojo Largo y Zapotlán del Rey continuando hacia Ocotlán, lindero de obispados y audiencias, donde rinden jornada. Probablemente en ese punto recibe Hidalgo dos cartas de Allende, fechadas en Guanajuato el 19 y el 20. Carta de grave solicitud y advertencia la primera y de franco reclamo y amenaza la segunda. Giran en torno a la ida de Hidalgo a Guadalajara sin mandar refuerzos a Guanajuato, porque, según la imaginación de Allende, Hidalgo de Guadalajara escaparía hacia el mar. Marchan los insurgentes de Ocotlán a Poncitlán y de aquí a la hacienda de Atequiza, donde descansan.

El sábado 24 de noviembre en Atequiza llegan 22 carros de Guadalajara en los que vienen autoridades del municipio y otras gentes principales, para adelantar bienvenida al Generalísimo. Contesta Hidalgo carta de Miguel Gómez Portugal en la que le ofrece música para su entrada triunfal a Guadalajara y cuatro caballos.

El domingo 25 de noviembre, luego de oír misa, parte Hidalgo de la hacienda de Atequiza, y apresurando la marcha, pasa por la hacienda de Cedros, hasta llegar a San Pedro Tlaquepaque, en donde habrá banquete y el más confortable hospedaje, preparado todo por el Amo Torres, al frente de representantes de la Audiencia, el Ayuntamiento, el Cabildo Catedral, la Universidad y otros cuerpos. 

Jorge Pérez Uribe

[1] Hernández y Dávalos, Juan, Colección de Documentos para la historia de la guerra de independencia de México de 1808 a 1821, 6 vols., México, 1877-1882.
[2] Carlos Herrejón Peredo, Hidalgo: maestro, párroco e insurgente, Ed. Clío, libros y videos, S.A. de C.V., México, 2014, pág. págs.304, 305
[3] Ibíd., págs.314, 315