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sábado, 1 de marzo de 2014

EL “PASTOR ALEMÁN” DEL “SANTO OFICIO”


Con este mote irónico, -algunos periodistas y detractores- se referían al titular de la ahora Congregación para la Doctrina de la Fe, sin pensar que vaticinaban cual sería, quizás el más trascendente papel del Prefecto Ratzinger en su paso por este Dicasterio.





Joseph Aloisius Ratzinger, nacido en 1927 en Marktl-am Inn Bavaria, Alemania, ordenado en 1951, doctorado con una tesis sobre San Agustín y posteriormente profesor de Teología dogmática en las más célebres universidades alemanas (Münster, Tübingen, Regensburg), fue uno de los jóvenes teólogos que participaron en el Concilio Vaticano II.

El 24 de marzo de 1977, Ratzinger fue consagrado arzobispo de Múnich y Freising y nombrado cardenal por Paulo VI en el mismo año. 

El 25 de noviembre de 1981, Juan Pablo II nombró a Ratzinger prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Vittorio Messori periodista de La Stampa, inició una amistad con el futuro Papa, a partir de las entrevistas celebradas en agosto de 1984, mismas que quedaron plasmadas en el libro Informe sobre la fe, de 1985, y se podría decir que no tiene mejor biógrafo en la actualidad.


El encuentro del periodista Vittorio Messori con el cardenal Ratzinger


Narra Messori: <<Por lo que a mí respecta, yo estaba al corriente de los escritos de Joseph Ratzinger, pero no le conocía personalmente. La cita quedó concertada para el 15 de agosto de 1984, en la pequeña e ilustre ciudad que los italianos llaman Bressanone y los alemanes Brixen: una de las capitales históricas del territorio que los primeros llaman Alto Adigio y los otros Tirol del Sur; tierra de príncipes obispos, de luchas entre papas y emperadores; campo de encuentro —y, hoy como ayer, de choque— entre la cultura latina y la germánica. Un lugar casi simbólico, por tanto, aunque ciertamente no elegido a propósito. ¿Por qué, pues, Bressanone-Brixen?

No faltará quien siga imaginándose a los miembros del Sacro Colegio, a los cardenales de la Santa Iglesia Romana, como a unos príncipes que salen los veranos de sus fastuosos palacios de la Urbe para pasar las vacaciones en lugares deliciosos.

Para su eminencia Joseph Ratzinger, cardenal Prefecto, la realidad es muy distinta. Los escasos días en que logra escapar del agosto romano los pasa en la no demasiado fresca cuenca de Bressanone. Y allí no se hospeda en un chalé ni en un hotel, sino que se queda en el seminario, que alquila a precio módico algunas habitaciones, con lo que la diócesis consigue algunos ingresos para el sostenimiento de los estudiantes de teología.

En los pasillos y en el refectorio del antiguo edificio barroco se encuentran ancianos eclesiásticos atraídos por tan modesto veraneo; se cruzan grupos de peregrinos alemanes y austríacos que hacen una parada en su viaje hacia el sur.

El cardenal Ratzinger está allí, toma los sencillos alimentos preparados por las monjas tirolesas sentado a la misma mesa que los sacerdotes en vacaciones. Vive solo, sin el secretario alemán que tiene en Roma y sin más compañía que la eventual de los familiares que vienen a encontrarse con él desde la cercana Baviera.

Uno de sus jóvenes colaboradores de Roma nos ha comentado la intensa vida de oración con que contrarresta el peligro de convertirse en un gran burócrata, rubricador de decretos ajenos a la humanidad de las personas a las que afectan. Con frecuencia —nos decía ese joven— nos reúne en la capilla del palacio para una meditación y oración en común. Hay en él una constante necesidad de enraizar nuestro trabajo diario, frecuentemente ingrato y en contacto con la patología de la fe, en un cristianismo vivido. >>

El cardenal Ratzinger se asincera ante el periodista Vittorio Messori «Me gustaba mi trabajo docente de investigación. Ciertamente no aspiré a estar al frente de la archidiócesis de Munich, primero, y de la Congregación para la Doctrina de la Fe, después. Se trata de un servicio muy duro, pero que me ha permitido comprender, estudiando diariamente los informes que llegan a mi mesa desde todo el mundo, en qué consiste la preocupación por la Iglesia universal Desde mi silla, bien incómoda (pero que al menos me permite ver el cuadro general), me he dado cuenta de que determinada "contestación" de ciertos teólogos lleva el sello de las mentalidades típicas de la burguesía opulenta de Occidente. La realidad de la Iglesia concreta, del humilde pueblo de Dios, es bien diferente de como se la imaginan en esos laboratorios donde se destila la utopía».

Y continúa Messori: <<Se juzgue como se juzgue, es, pues, un hecho objetivo: el llamado "gendarme de la fe" no es en realidad un hombre de la Nomenklatura, un funcionario que sólo entiende de curias y estructuras; es un hombre de estudio con experiencia pastoral concreta.>>


El actual "Santo Oficio"


<<Por otro lado, tampoco la Congregación que ha sido llamado a presidir es ya aquel Santo Oficio en torno al cual (en virtud de efectivas responsabilidades históricas, pero también por influencia de la propaganda antieclesiástica desde el setecientos europeo hasta hoy) se había creado una tenebrosa "leyenda negra". En nuestros días, la propia investigación histórica a cargo de seglares reconoce que el Santo Oficio real se ha comportado con más ecuanimidad, moderación y cautela de lo que pretende cierto mito tenaz alojado en la imaginación del hombre de la calle.
Los estudiosos recomiendan además distinguir entre «Inquisición española» e «Inquisición Romana y Universal». Esta última fue creada en 1542 por Paulo III, el papa que buscaba por todos los medios convocar el Concilio que iba a pasar a la historia con el nombre de Trento. Como primera medida para la reforma católica y para detener la herejía que desde Alemania y Suiza amenazaba Con extenderse por doquier, Paulo III instituyó un organismo especial integrado por seis cardenales, con potestad para intervenir allí donde se creyera necesario. Esta nueva institución no tenía al principio carácter permanente ni siquiera un nombre oficial; solamente después fue llamada Santo Oficio o Congregación de la Inquisición Romana y Universal. Nunca sufrió injerencias del poder secular y adoptó un sistema procesal preciso, dotado de ciertas garantías, al menos con relación a la situación jurídica de los tiempos y a las asperezas de las luchas. Cosa que no sucedió, en cambio, con la Inquisición española, que fue algo bien distinto: fue de hecho un tribunal del rey de España, un instrumento del absolutismo estatal que (surgido en su origen contra judíos y musulmanes sospechosos de "conversión ficticia" a un catolicismo entendido por la Corona también como instrumento político) actuó frecuentemente en contraste con Roma, desde donde los Papas no dejaron de hacer admoniciones y protestas.

Sea lo que fuere, hoy ya, incluso en lo que se refiere a la Inquisición romana o ex Santo Oficio, todo esto —empezando por el nombre— no es más que un recuerdo. Como decíamos, esta Congregación fue la primera que reformó Pablo VI, mediante un motu proprio del 7 de diciembre de 1965, último día del Concilio. La reforma, pese a las modificaciones procesales introducidas, la ratificó en su tarea de velar por la rectitud de la fe, pero le asignó también un papel positivo: de estímulo, de propuesta y orientación.

Cuando pregunté a Ratzinger si le costó mucho pasar de ser teólogo (al que Roma, por cierto, no perdía de vista) a convertirse en controlador de la labor de los teólogos, no vaciló en responderme: «jamás habría aceptado prestar este servicio eclesial si mi cometido hubiera sido, ante todo, el de ejercer un control. Con la reforma, nuestra Congregación ha conservado, sí, unas tareas de decisión e intervención, pero el motu proprio de Pablo VI le asigna como objetivo prioritario el papel constructivo de "promover la sana doctrina a fin de brindar nuevas energías a los mensajeros del Evangelio". Naturalmente, estamos llamados como antes a vigilar, a "corregir los errores y a conducir al recto camino a los equivocados", como señala el propio documento, pero esta protección de la fe debe ir acompañada de la promoción». >>[1]

Entonces el cardenal Ratzinger no tenía idea de la ardua tarea de investigación de los casos de pederastia que le esperaba, al iniciar el siglo XXI, y que lo situaría como a sus antecesores de la leyenda negra en un buscador, pero no de herejes, sino de de abusadores sexuales.


A la caza no de herejes, sino de pederastas


Sobre el asunto de los curas pederastas, priva más la ignorante opinión de los detractores de la Iglesia Católica que los hechos históricos. Así se acusa a Juan Pablo II de ser omiso en este asunto y de haber protegido a pederastas como Marcial Maciel. 

A fines del siglo XX, no solo se agravaba el Parkinson de Juan Pablo II, sino que, empezaban a llegar al Vaticano noticias sobre actos de pederastia encubiertos por algunos obispos en Estados Unidos e Irlanda. El enfermo Pontífice encargó entonces, al cardenal Ratzinger que investigara a fondo el asunto y a personajes como Marcial Maciel, el dirigente de Los Legionarios de Cristo. Corroborando lo anterior, cito un comunicado del vaticano de mayo de 2006 que señalaba: <<A partir de 1998, la Congregación para la Doctrina de la Fe recibió acusaciones, que ya en parte se hicieron públicas, contra el padre Marcial Maciel Degollado fundador de la Congregación de los Legionarios de Cristo, por delitos reservados a la competencia exclusiva del dicasterio.

En 2002, el padre Maciel publicó una declaración para negar las acusaciones y para expresar su descontento por la ofensa recibida por algunos ex Legionarios de Cristo.

En 2005, por motivos de avanzada edad, el padre Maciel abandonó el cargo de Superior General de la Congregación de los Legionarios de Cristo.

Todos estos elementos han sido objeto de un examen maduro por parte de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y según el motu proprio Sacramentorum sanctis tutela, promulgado el 30 de abril de 2001 por el Siervo de Dios Juan Pablo II, el entonces prefectos de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el cardenal Joseph Ratzinger, autorizó la investigación de las acusaciones. En ese tiempo tuvo lugar el fallecimiento del Papa Juan Pablo II y la elección del cardenal Ratzinger como nuevo pontífice. >>[2]

El veredicto fue "invitar" a Maciel –ya alejado de su encargo- a una vida de oración y penitencia renunciando a todo ministerio público.

Como consecuencia de la nueva encomienda, se dio el aumento del personal del dicasterio que dirigía Ratzinger que pasó de 25 a 40 empleados.

De hecho, a la oficina de Ratzinger, comenzó a llegar, sobre todo a partir del año 2001, toda la 'porquería' de la Iglesia. En términos canónicos y en latín, les llaman los 'delicta graviora', los delitos que la Iglesia católica considera más graves. Tanto que esos pecados/delitos están 'reservados' directamente a la Santa Sede. 

En mayo de 2001, por orden de Juan Pablo II, la Congregación de la Doctrina de la Fe, dirigida por Joseph Ratzinger, endureció las penas de varios delitos, con la novedad de la pedofilia. El poderoso dicasterio romano asumió ya el control de esos procesos, para sustraerlos a la órbita local, con la carta 'De gravioribus delictis' (Sobre los delitos más graves).

Juan Vicente Boo, publicaba en el diario ABC, el 25 de abril de 2002: <<El vaticanista italiano Luigi Accatoli, señalaba ayer que «algo nuevo está sucediendo en el Vaticano: se afronta directamente un escándalo en el momento en que se está produciendo, y se habla de él en público. Se trata de un acontecimiento extraordinario».

El veterano vaticanista -que intuyó una de las líneas maestras de Juan Pablo II y publicó el libro «Cuando el Papa pide perdón» ya en 1997-, subraya que acabamos de ver «un acontecimiento inédito incluso respecto a los «mea culpa» del Año Santo y que los supera, puesto que reconocer un escándalo en marcha requiere mucho más coraje que el reconocimiento de los pecados de épocas anteriores».

Mientras numerosos eclesiásticos leían y releían las tajantes palabras del Papa sobre la exclusión de los pederastas del sacerdocio y la vida religiosa, el jurista italiano Pietro Scoppola señalaba que «Karol Wojtyla ha antepuesto la coherencia del Evangelio a la defensa de la imagen de la Iglesia, rechazando la hipocresía y aceptando el riesgo de actuar en público». El profesor de Derecho señala que «entre los motivos por los que el problema sale a la luz se cuenta el cambio de cultura que la Iglesia ha favorecido: el menor de edad, el niño, no es una cosa, sino una persona, que merece todo el respeto precisamente por su propia fragilidad. La dignidad de la persona humana es un quicio de la enseñanza de la Iglesia sobre el que ha insistido sin descanso Juan Pablo II». >>

Juan Pablo II primero y Benedicto XVI, posteriormente; en una forma que para muchos equivaldría a darse un balazo, no en el pié, sino en el estómago –por lo doloroso y lo riesgoso-, decidieron no encubrir, como habían hecho algunos malos obispos, el asunto de los abusos sexuales a menores.

Quizás a muchos parezca que el asunto podría haberse resuelto sin escándalo, recurriendo a un buen especialista en manejo de conflictos, ¡y es verdad! Sin embargo, el místico Juan Pablo II, habría decidido hacer público el horrendo pecado, no solo a los ojos de Dios, sino también del hombre. Debía abrirse la purulenta herida para extraer de una vez por todas este cáncer, y como consecuencia la Iglesia vestirse con el sayal de la pederastia y expiar públicamente ante todo el mundo este horrendo pecado.

Y así se hizo: el Vaticano al tiempo que investigaba, abrió sus archivos a los periodistas. Al mismo tiempo empezaron a dictarse medidas, que constan en los medios y en los archivos vaticanos; pero que algunos periodistas, quizás para ocultar la facilidad con que obtuvieron la información, han callado.

Juan Pablo II, cada día más enfermo, habría insistido a quien era ya su brazo derecho, Joseph Ratzinger, sobre la continuación de este doloroso proceso, y Ratzinger le habría prometido llevarlo hasta donde fuese necesario. Presintiendo su fin próximo, Juan Pablo II quizá le habría pronosticado que su sucesor sería el “Papa de la expiación”, denostado, atacado como ningún otro, pero que ello era necesario para que la Iglesia -en lo que tiene de humana- purgara su pecado. Ratzinger habría estado de acuerdo, sin pensar que él sería el que tendría que vestirse el sayal y cargar la cruz de la penitencia pública.


Jorge Pérez Uribe

(Próxima semana: Benedicto XVI, el Papa de la expiación)  

Notas:

[1] Joseph Ratzinger/Vittorio Messori, Informe sobre la fe, Bibloteca de Autores Cristianos, Madrid, 2006 
[2] Periódico El Universal, 19 de mayo de 2006


El siguiente vídeo "Manzana Podrida", son los primeros ocho minutos de un documental de 50 minutos que bajo el título "Manzanas Podridas" realizó Rome Reports y que vale la pena conseguir, ya que es una investigación profunda y crítica del asunto.



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