EL CREADOR
"El nacimiento de Venus" de Botticelli, retrata uno de los más pintorescos mitos clásicos que nos transporta a un mundo de sueños y poesía...
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Teo Revilla Bravo*
El creador provoca las ideas, las ensalza desde su interior, intenta darles forma, línea, dibujo, color, textura, armonía, toda la esencia y esplendor posible consciente de la necesidad racional, intuitiva y de perseverancia, que ha necesariamente de tener. Al contar todos los azares en que se va desplegando la supuesta ficción o elaboración en la que se ha metido, el autor expone, ante el lector o público, su fondo personal como un desahogo plausible, si es que éste logra interesar.
Para ello intenta no celar demasiado aquello directamente relacionado con sus deseos y ansiedades más primordiales, escribiendo o creando con la idea de llenar el contenido con muchas ideas y juicios múltiples, por muy heterodoxos que aparenten estos ser. Y lo ha de hacer activando resortes literarios o artísticos que quizás pensaba no poseer, pretendiendo darle el impulso necesario, ese que permite dar presencia a la capacidad creativa para que circule con entera libertad.
Simplemente, y ahí es nada, hay que entrar a fondo para desarrollar el tema y urdir la trama en situación; algo así como ver si contiene suficientes acontecimientos o elementos contrapuestos, que sean lo suficientemente apasionados como para no aburrir. ¿Cómo? En el caso del escritor, a través de pinceladas punzantes que hagan entrar al lector en la aventura por su centro, intercalando personajes y ambientes adecuados que la representen y defiendan aunque sea a través de novelar desfiguradamente la propia biografía.
Hay que intentar formar un espacio escénico creíble personalizándolo lo más posible con el protagonista, de forma que nos sintamos intermediadores con conocimientos de causa suficiente como para alterarlo cuando sea conveniente, sabiendo ponerlo en contacto con la realidad, cosa siempre deseable en el caso de la literatura, y dentro de ella en la novela realista y en el teatro.
Stanislavski, actor, director escénico, gran pedagogo teatral en el campo del control de las emociones y de la inspiración artística, nos dice que hay que manejar la palanca que nos permita trasladar la realidad al único universo en el que se puede realizar la creación. Para encontrar el verdadero camino, hay que equivocarse mediante una finalidad comunicativa que ayude a corregir errores; hay que deambular por rutas inseguras, intentando entrar en situación hasta hallar la que mejor se adapte a nuestros intereses; hay que propiciar reglas y personalizarlas, aunque haya que ir transformándolas constantemente.
Para hallar esos caminos, hay que formular preguntas y contestarlas de la mejor manera posible para ir asegurándonos lo realizado con certezas plausibles. A menudo hay que hacer retrocesos y experimentar caídas, para ver señales que alienten senderos donde los personajes creados estén completamente vivos…
Comprender todo esto, es sentir que se está ante una ardua labor; es también entristecerse, al pensar que quizás no se llegue a conseguir el objetivo ni en lo más mínimo: no hay mayor angustia para un creador, que vivir con la sensación de insuficiencia y de sentir el recorrido del tiempo caminando inevitablemente hacia la nada...
Barcelona.-2011.
©Teo Revilla Bravo.
EL IMPULSO CREATIVO
Picasso. "Taller" 1934. |
Teo Revilla Bravo*
El impulso creativo surge durante ese tiempo de parón en que uno queda a la expectativa, donde el artista busca la solución a una sed creativa muy impetuosa y necesaria, que de momento, por unas causas u otras, se le niega. Hasta que comienza a notar la percepción primaria de una nueva incógnita con múltiples conexiones recorriendo el cerebro formando ideas ilusionantes aún poco perceptibles, pero que ya se agitan más allá del umbral de la conciencia.
Es el comienzo de algo. Momento esencial en que sentimos que se ilumina una chispita, una pequeña luz, energía que impulsa a proceder con valentía y descaro dándole vueltas a la idea, agregando pesquisas, realizando una inmersión sobre un conjunto de factores, imágenes e inquietudes que no dominamos pero que van trascendiendo, formando la base desde donde se intentará resolver de la mejor manera ese potencial efecto de “inspiración” recibido. Este periodo primero es crucial, ya que en medio del entusiasmo generado ante la expectativa de volver a crear algo, pueden surgir angustias, ansiedades e incertidumbres, ante la sensación de dificultad, temiendo incluso que se pueda llegar a perder el objetivo ilusionante que nos animó en principio.
Es, como si tras haber comenzado a actuar, se quedara uno de repente en blanco, debido a un miedo momentáneo que se apodera de nosotros dejándonos ante el vacío o la incertidumbre…
Momento en el que muchos artistas abandonan la obra iniciada, al verse ésta como un condicionante que no siempre se controla ni se puede debidamente solventar. Sin embargo y paradójicamente, es a través de estas dudas y contrariedades, que se va suscitando, terca y cabezonamente, erre que erre, el hecho creativo. Es la fase de la incubación de la duda, algo por lo que casi siempre hay que pasar, y en la que se han de buscar distintas alternativas para resolverla.
Cuando se logra traspasar ese instante y lo descubierto confluye y se amalgama bien en la elaboración consiguiente, se abre otro momento clave, caracterizado por la elaboración, ahora más sosegadamente, de la obra: la solución a las dudas aparece, y las partes antes dispersas se acoplan presentando un conjunto armonioso y ordenado. Es el momento más agradecido: para nuestra sorpresa va asomando y a la vez se va asentando la magia actuando sobre la mente del artista, quien a su vez genera avances cada vez más interesantes y atinados, produciendo –mientras se ultima la obra- cuando es complaciente y despejado, un éxtasis muy placentero. Momento compensatorio y feliz en el que se siente que todo va bien…
Tras esto, comienza otra fase no menos importante: la de verificación, la del examen exhaustivo para evaluar si la obra merece la pena de verdad dándola por concluida estampando la firma, o bien abandonarla si comprendemos que es mejor sea así por inútil, infructuosa y baldía. En tal caso es una decisión no siempre fácil de decidir. La valoración ajena, entendida y amiga, puede tener su importancia en esta última fase para no precipitarnos, para no destrozar, en un momento de rabia e insatisfacción, algo que puede ser valioso. El instinto artístico de cada cual, a la postre, tiene la última palabra.
El objeto artístico, por mucho que nos empeñemos, no tiene fondo ni tiene fin y nunca quedará cumplido. Seremos nosotros quienes decidamos interrumpirlo, porque así, tal cual como lo vemos, nos complace, comprendiendo, sensatos, que somos incapaces de llegar más lejos: la obra siempre estará muy por encima de su creador. En esta tesitura, hemos de ser conscientes de que nunca conseguiremos colmar las expectativas. Esa es la mayor desazón, lucha y drama, del inquieto, impulsivo e innovador artista.
Barcelona.-16.-Noviembre.-2014
©Teo Revilla Bravo.
*Artista, poeta y escritor catalán, director de Órbita Literaria: lugar de encuentro de artistas, poetas y escritores de la lengua hispana y sobre todo de buenos amigos.
El impulso creativo surge durante ese tiempo de parón en que uno queda a la expectativa, donde el artista busca la solución a una sed creativa muy impetuosa y necesaria, que de momento, por unas causas u otras, se le niega. Hasta que comienza a notar la percepción primaria de una nueva incógnita con múltiples conexiones recorriendo el cerebro formando ideas ilusionantes aún poco perceptibles, pero que ya se agitan más allá del umbral de la conciencia.
Es el comienzo de algo. Momento esencial en que sentimos que se ilumina una chispita, una pequeña luz, energía que impulsa a proceder con valentía y descaro dándole vueltas a la idea, agregando pesquisas, realizando una inmersión sobre un conjunto de factores, imágenes e inquietudes que no dominamos pero que van trascendiendo, formando la base desde donde se intentará resolver de la mejor manera ese potencial efecto de “inspiración” recibido. Este periodo primero es crucial, ya que en medio del entusiasmo generado ante la expectativa de volver a crear algo, pueden surgir angustias, ansiedades e incertidumbres, ante la sensación de dificultad, temiendo incluso que se pueda llegar a perder el objetivo ilusionante que nos animó en principio.
Es, como si tras haber comenzado a actuar, se quedara uno de repente en blanco, debido a un miedo momentáneo que se apodera de nosotros dejándonos ante el vacío o la incertidumbre…
Momento en el que muchos artistas abandonan la obra iniciada, al verse ésta como un condicionante que no siempre se controla ni se puede debidamente solventar. Sin embargo y paradójicamente, es a través de estas dudas y contrariedades, que se va suscitando, terca y cabezonamente, erre que erre, el hecho creativo. Es la fase de la incubación de la duda, algo por lo que casi siempre hay que pasar, y en la que se han de buscar distintas alternativas para resolverla.
Cuando se logra traspasar ese instante y lo descubierto confluye y se amalgama bien en la elaboración consiguiente, se abre otro momento clave, caracterizado por la elaboración, ahora más sosegadamente, de la obra: la solución a las dudas aparece, y las partes antes dispersas se acoplan presentando un conjunto armonioso y ordenado. Es el momento más agradecido: para nuestra sorpresa va asomando y a la vez se va asentando la magia actuando sobre la mente del artista, quien a su vez genera avances cada vez más interesantes y atinados, produciendo –mientras se ultima la obra- cuando es complaciente y despejado, un éxtasis muy placentero. Momento compensatorio y feliz en el que se siente que todo va bien…
Tras esto, comienza otra fase no menos importante: la de verificación, la del examen exhaustivo para evaluar si la obra merece la pena de verdad dándola por concluida estampando la firma, o bien abandonarla si comprendemos que es mejor sea así por inútil, infructuosa y baldía. En tal caso es una decisión no siempre fácil de decidir. La valoración ajena, entendida y amiga, puede tener su importancia en esta última fase para no precipitarnos, para no destrozar, en un momento de rabia e insatisfacción, algo que puede ser valioso. El instinto artístico de cada cual, a la postre, tiene la última palabra.
El objeto artístico, por mucho que nos empeñemos, no tiene fondo ni tiene fin y nunca quedará cumplido. Seremos nosotros quienes decidamos interrumpirlo, porque así, tal cual como lo vemos, nos complace, comprendiendo, sensatos, que somos incapaces de llegar más lejos: la obra siempre estará muy por encima de su creador. En esta tesitura, hemos de ser conscientes de que nunca conseguiremos colmar las expectativas. Esa es la mayor desazón, lucha y drama, del inquieto, impulsivo e innovador artista.
Barcelona.-16.-Noviembre.-2014
©Teo Revilla Bravo.
*Artista, poeta y escritor catalán, director de Órbita Literaria: lugar de encuentro de artistas, poetas y escritores de la lengua hispana y sobre todo de buenos amigos.
http://orbitaliteraria.spruz.com/blog.htm?cat_id=BE479393-16EB-4B32-80F9-F1D141917062
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