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viernes, 1 de abril de 2016

El CONCEPTO DE ENFERMEDAD ANTES Y DESPUÉS DE LA CONQUISTA (CONTINUACIÓN)

(SEGUNDA PARTE)





Por Ruy Pérez Tamayo*


III. CONCEPTOS EUROPEOS DE ENFERMEDAD A FINES DEL SIGLO XV


Cuando Cristóbal Colón llegó a tierras de América, y lo mismo cuando 27 años más tarde Hernán cortés y sus huestes desembarcaron en las playas de México, la medicina europea llevaba ya cerca de 14 siglos sometida a una idea monolítica sobre la enfermedad. Este concepto conocido como la teoría humoral, surgió en el siglo V a. C. con Empédocles, uno de los filósofos presocráticos, quién postuló que el Universo (y por tanto también el hombre) está formado por cuatro elementos o sustancias: fuego, aire, tierra y agua. El siguiente paso lo dio otro filósofo griego de la misma época, Alcmeón de Crotona, quien sugirió que la salud es el equilibrio o isonomia de los componentes del cuerpo humano, mientras la enfermedad es consecuencia del desequilibrio o predominio (monarquía) de uno de ellos sobre los demás. La combinación de estas dos ideas es lo que se conoce como la teoría humoral de la enfermedad.[12]

El equilibrio de los humores no fue concebido como un balance puramente cuantitativo, en vista de que cada uno de los humores tenía otras propiedades cuyo equilibrio cualitativo era indispensable para conservar la salud; por ejemplo, la sangre era caliente y húmeda, la bilis amarilla era también caliente pero seca, la bilis negra era seca y fría, y el agua era fría y húmeda. A través del tiempo las propiedades de cada uno de los cuatro humores básicos se fueron modificando y las relaciones entre ellos se hicieron más complejas. Sin embargo el esquema general conservó su estructura lógica: cuando un cierto humor disminuía en su concentración, los síntomas del paciente correspondían a la ausencia de algo: sensación de vacío, mareo y pérdida de peso, en cambio el exceso o acumulación de cualquiera de los humores producía dolor y congestión. Además la teoría humoral también postulaba la existencia de un “calor interno”, localizado en el ventrículo izquierdo del corazón; este calor servía para derivar los cuatro humores de los alimentos, para mantenerlos en movimiento, para mezclarlos y conservar un equilibrio adecuado entre ellos. Con estos elementos los médicos hipocráticos tejieron una malla muy compleja de explicaciones para distintas enfermedades, pero siempre terminaban proponiendo tres tipos generales de tratamiento: sangría, purga y dieta. La sangría tenía como meta eliminar el humor que se encontraba en exceso o que había cambiado sus propiedades de manera anormal; la purga era para completar la eliminación del humor excesivo o alterado, y la dieta era para evitar que a partir de los alimentos se volviera a formar el humor responsable del desequilibrio.

La teoría humoral de la enfermedad fue acuñada en la edad de Oro de Grecia (siglo V a.C.), sobrevivió con mínimas alteraciones el ocaso del mundo helénico (siglo I a.C.), la emergencia, zenith y derrumbe del Imperio Romano (siglo I-III d. C.), las vicisitudes del Imperio Bizantino (siglos III-VI d. C.), la dolorosa y prolongada oscuridad de la edad media (siglos VI-XIII) y todavía reinaba en los albores del Renacimiento (siglos XIII a XV). A principios de la era Cristiana fue recogida y elaborada por Galeno de Pérgamo, quien se transformó en la figura médica principal durante los 14 siglos siguientes. Esto se debió en parte a la indudable maestría de sus numerosos escritos, pero también en parte a que la ortodoxia eclesiástica identificó en ciertos textos de galeno un atractivo monoteísmo (e ignoró otros que eran claramente paganos), lo que junto con su postura autoritaria e intransigente hizo fácil su adopción oficial y la exclusión de todas las otras teorías sobre la enfermedad.[13]

La teoría humoral tenía varias virtudes, pero quizás la más sobresaliente era que no juzgaba la causa o etiología de la enfermedad, sino que más bien se refería al mecanismo o patogenia del proceso morboso; de esa manera dejaba el campo libre a cualquiera otro concepto o idea que pretendiera funcionar como causa del padecimiento. Este vacío fue llenado por el concepto religioso de enfermedad, que creció en importancia desde los principios del cristianismo y a lo largo de toda la Edad Media: de acuerdo con este concepto, la enfermedad es enviada por Dios como castigo a la conducta del hombre, por sus pecados y su incumplimiento de las leyes divinas. Durante las grandes epidemias de peste bubónica en los siglos XII y XV en Europa, las catedrales se llenaban de fieles que iban a suplicar piedad y perdón a Dios, para que suspendiera su horrendo castigo (incidentalmente estas aglomeraciones favorecían todavía más el contagio y la diseminación del padecimiento). Otro ejemplo son las peregrinaciones a Santiago de Compostela, realizadas durante gran parte de la Edad Media y hasta mucho tiempo después, por enfermos y tullidos de toda Europa, que iban a postrarse a los pies del santo y a suplicarle que les devolviera la salud.

A fines del siglo XV y principios del siglo XVI en todos los países católicos de Europa (que eran la gran mayoría) el pensamiento médico general sobre la enfermedad era una combinación del concepto religioso y de la teoría humoral. En España, que entonces era el país más católico de todos, que en el mismo año en que Cristóbal Colón llego a América había expulsado a los judíos sefarditas de su recién reconquistado territorio, y que muy poco tiempo después crearía la santa Inquisición y se convertiría en el líder indiscutible de la Contrarreforma, el concepto de enfermedad estaba profundamente arraigado, y con él la teoría humoral, que merecía la aprobación de la Santa madre Iglesia Católica, Apostólica y Romana.

El humoralismo galénico llegó a América junto con los primeros médicos españoles, en vista de que formaba la parte central de la enseñanza de la medicina en las escuelas peninsulares de fines del siglo XV.[14] En 1578, en el segundo libro de medicina publicado en América y primero en español (el primero lo publicó en latín el Dr. Francisco Bravo, en 1570, titulado “Suma y Recopilación de Cirugía con un arte para sangrar muy útil y provechosa”, Alonso López de Hinojosos presenta un resumen de sus conocimientos sobre los humores, que ilustra muy bien las ideas medievales sobre el tema:


  • La sangre es un humor caliente y húmedo de la más templada parte del quilo engendrada y en su color pura y de color colorada.
  • Cólera es un humor caliente y seco de la más templada parte del quilo engendrada y es de color cítrico tirante al amarillo.
  • Flema natural es un humor frío y húmedo de la menos cocida parte del quilo engendrado, y es de color blanco y sin sabor alguno.
  • Melancolía es un humor frío y seco de la más gruesa parte del quilo engendrado, de color es algo morado y oscuro, o como ollín…
Las semejanzas que estos cuatro humores tienen con los cuatro elementos son éstas: la sangre tiene su semejanza al aire, el cual es caliente y húmedo: la cólera es semejante al fuego, el cual es caliente y seco. La flema al agua, la cual es fría y húmeda y la melancolía se compara a la tierra, la cual es fría y seca…[15]

En el mismo volumen en la discusión de pestilencia o cocolistle, Alonso López de Hinojosos suscribe el concepto religioso de enfermedad de la manera siguiente:

Para que conociésemos que no era la causa de esta enfermedad la conjunción de las estrellas como los astrólogos dijeron, ni corrupción de los elementos como los médicos pensaron, sino que era propia voluntad de Dios, para que más claro lo viésemos ordenó Dios que en tiempo blando que no teníamos sospecha de corrupción de elementos porque llovía cada día, no hacía frío ni calor en un día que anochecía y amanecía lloviendo, en ese propio tiempo se murieron muchos negros e indios chichimecos, que quedó México y las minas y toda la Nueva España casi sin servicio.[16]




IV. CONCEPTOS DE ENFERMEDAD EN LA NUEVA ESPAÑA A PRINCIPIOS DEL SIGLO XVI





Hasta aquí hemos visto que, en la víspera de la conquista, los conceptos de enfermedad mesoamericano y español no eran muy diferentes: ambos eran mágico-religiosos, ambos concebían a las enfermedades como castigos divinos enviados para expiar culpas y pecados, ambos aceptaban que el destino del hombre estaba regido por los astros, y aunque cada uno tenía ideas distintas acerca de los mecanismos por los que se producían los padecimientos (introducción de objetos o pérdida del alma, los mesoamericanos, versus desequilibrio de los humores, los españoles), los dos eran iguales en la falta completa de relación de tales ideas con la realidad . Si acaso, la medicina indígena era un poco más compleja que la europea, gracias a la gran riqueza de su herbolaria, aunque en este renglón los españoles contaban con Dioscórides y con Galeno. las diferencias entre los dos conceptos de enfermedad eran más bien de nomenclatura y de detalle: los dioses respectivos tenían nombres funciones y mitologías diferentes, muchos de los pecados y varias de las violaciones a las reglas morales y religiosas eran de distintos tipos, algunos de los ritos propiciatorios para apaciguar a los dioses ofendidos eran muy diferentes, y ciertos procedimientos terapéuticos utilizados por los ticitl se apartaban por completo de los tratamientos favorecidos por los médicos europeos. Sin embargo, también en los detalles de la práctica médica había paralelismo entre los mesoamericanos y los españoles, como los rezos y los encantamientos, la quema de copal u del incienso, la confesión y las promesas de enmienda, el uso de purgantes y sangrías, los baños de vapor (el temazcal de los nahuas no era muy distinto a la famosa cura “española” de la sífilis), el uso sistemático de terapia múltiple, así como la cirugía traumatológica y de las heridas de guerra, que eran muy semejantes. Por lo tanto, no debe sorprender que durante la conquista y hasta algún tiempo después los españoles, que no tenían médicos o barberos suficientes para su atención, aceptaron y hasta prefirieron los cuidados y siguieron los tratamientos que les indicaban los ticitl nahuas.

Con la llegada de los evangelizadores y de más médicos y cirujanos españoles se inició la supresión de la medicina mesoamericana y su sustitución por la española: desde luego se proscribió, bajo las penas más severas, la práctica de las idolatrías, o sea que se sustituyeron los dioses nahuas por el Dios de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, junto con la Virgen María y todos los santos. la causa de la enfermedad siguió siendo el enojo divino por el comportamiento inmoral o sacrílego de los hombres, pero ahora ya no eran Tezcatlipoca, Tláloc, XipeTotec, Xochipilli o las Cihuateteo los dioses ofendidos, sino Dios Nuestro Señor, el Espíritu Santo, Jesús, la Virgen, el Santo Niño y otros santos más. También se prohibió la hechicería, no porque fuera ineficiente (desde luego no lo era), sino todo lo contrario, basada como estaba en la psicoterapia más efectiva) sino porque se consideró como conectada con el demonio. Junto con sus dioses y sus hechiceros, los indios también perdieron gran parte de sus recursos terapéuticos rituales, que fueron sustituidos por los correspondientes españoles, pero conservaron su herbolaria, la cual fue adoptada casi en su totalidad por los españoles.



El resultado del intento de eliminar la medicina mesoamericana y de reemplazarla por la española fue doble: por un lado, y gracias a las grandes similitudes de concepto y de estructura básica entre los dos sistemas médicos en pugna, en apariencia los indígenas aceptaron el cambio de forma y adoptaron la nomenclatura y los rituales del conquistador, que en el fondo no eran tan diferentes de los suyos, pero por el otro lado, de manera encubierta y subversiva, continuaron practicando su antigua medicina mágico-religiosa en todos sus detalles, lo que dio origen a lo que hoy se conoce como medicina “tradicional”. Además la propia medicina europea sufrió lo que se ha llamado aculturación inversa, al incorporar muchas plantas, algunos animales y hasta piedras en sus tratamientos, como puede verse en las obras de Agustín Farfán (1579), de Juan de Barros (1607), de Gregorio López (1672), de fray Agustín de Vetancurt (1698), de Juan de Esteyneffer (1712) y de otros más[17].


V. MEDICINA TRADICIONAL Y MEDICINA CIENTÍFICA EN MÉXICO


Como hace 500 años, hoy también coexisten en México dos medicinas, heredadas de la mesoamericana y de la europea, que se encontraron por primera vez cuando los dos mundos se descubrieron mutuamente. Sin embargo, en los cinco siglos transcurridos desde entonces, los conceptos de enfermedad que inicialmente se enfrentaron, y que como hemos visto no eran en esencia muy diferentes, se han ido transformando progresivamente. La medicina indígena, que como consecuencia de su mestizaje incorporó muchos elementos de la medicina europea del siglo XVI, es la que ha cambiado menos, aunque la modernización general de la vida, los medios de comunicación, la movilidad social, la educación y la difusión de los productos farmacéuticos han dejado su huella. De todos modos, conserva su rico y extenso patrimonio de plantas, animales y minerales que usa en sus tratamientos, junto con antiguas indicaciones y recetas para prepararlos y administrarlos; también persisten los curanderos, yerberos, comadronas y otros personajes más, que son los encargados de diagnosticar, de recetar y aplicar los tratamientos y que gozan del respeto de la comunidad, junto con los brujos o hechiceros, que son capaces de causar padecimientos, accidentes o problemas sociales y económicos, y que, si no son respetados, si son temidos por el grupo con el que conviven (es frecuente que el curandero también pueda actuar como brujo y viceversa); el concepto de enfermedad sigue siendo mágico-religiosos y el sujeto afectado sufre su padecimiento como un castigo divino, aunque los antiguos dioses mesoamericanos han casi desaparecido y el panteón teológico es el de la Iglesia católica; también se conservan los mecanismo de producción de los síntomas o las enfermedades, como introducción de objetos, pérdida del alma, el mal aire, la ingestión de alimentos “calientes”, y otros más.[18]

En cambio la medicina europea del siglo XVI, que también se transformó con el mestizaje incorporando sobre todo elementos de la terapéutica herbolaria indígena, ha cambiado radicalmente y ya no se parece prácticamente en nada a lo que era hace cinco siglos. El factor más importante en este cambio fue el desarrollo de la ciencia y la tecnología a partir del renacimiento. La medicina se hizo científica en forma progresiva, pero su transformación se aceleró a partir de la publicación del libro de Vesalio, De humani corpori fabrica, en 1543, y del libro de Harvey, De motu cordis, en 1628. Estos libros inauguraron un nuevo espíritu dentro de la medicina: la necesidad de plantear e intentar resolver los problemas de las enfermedades y sus tratamientos dentro del mundo de la naturaleza y con apego al método experimental. También la ciencia en general se apartó poco a poco de las explicaciones teológicas, hasta que en 1859 Darwin publicó su Origen de las especies, con lo que la separación fue completa.[19] Al desaparecer el mundo sobrenatural de la medicina también se eliminó la idea del pecado o de culpa como causa de las enfermedades, con lo que los padecimientos pasaron a ser fenómenos naturales y morales neutros (aunque todavía quedan resabios de los viejos tiempos, como cuando se señala que el sida es un “castigo de Dios”.) El mismo rigor científico se aplicó al análisis de los tratamientos, con lo que muchos de ellos, que habían sido utilizados por los siglos, se descartaron cuando se demostró o que no servían para nada, o que causaban tanto o más daño que la misma enfermedad; un ejemplo muy conocido de esto fue la impecable demostración estadística (le méthode numérique) por Louis, en el primer tercio del siglo XIX, de que las sangrías eran inútiles o hasta peligrosas en el tratamiento de las neumonías.[20] De modo que en la introducción del espíritu científico en la medicina esta ciencia sufrió una transformación profunda, que la hizo radicalmente distinta de lo que era antes en Europa, cuando por primera vez se encontró con la medicina mesoamericana.

Aunque la medicina “tradicional” y la medicina “científica” difieren hoy en muchos aspectos, como el concepto de enfermedad, la naturaleza moral de los padecimientos, los criterios diagnósticos y de tratamiento, hay algo que siguen conservando en común, no sólo entre sí sino con todos los otros sistemas médicos con los que coexisten, como la homeopatía, la “ciencia cristiana”, la “medicina espiritualista”, la osteopatía y otras más. Todas las medicinas coinciden hoy, como lo han hecho siempre, en que la relación médico: paciente más efectiva es aquella en que ambos comparten las mismas creencias sobre lo que son las enfermedades y sobre la eficiencia de sus tratamientos, cualquiera que estos sean, y esas creencias son también aceptadas por el núcleo familiar y social en que se da consulta. El elemento psicosomático positivo implícito en una relación basada en la confianza dada por la comunidad de ideas y costumbres tiene una puerta terapéutica enorme; de hecho, es muchas veces la única explicación que existe para la mejoría o hasta la curación de ciertos pacientes a los que ni las yerbas tradicionales, ni las medicinas de patente moderna les sirven para nada.[21]

Médico patólogo e inmunólogo, investigador, divulgador de la ciencia y académico mexicano.


Notas:

[12] Pérez Tamayo, R.: La teoría humoral de la enfermedad, en El Concepto de Enfermedad. México, UNAM, CONACyT y Fondo de Cultura Económica, 1988, tomo I, pp. 93-151
[13] Magno, G.. Galen-and into the night, en The Healing Hand. Man and Wound in the Ancient World. Cambridge, Harvard University Press, 1975, pp. 396-422
[14] Somolinos d Árdois, G.: El fenómeno de fusión cultural y su trascendencia médica, en nota 2, 1979, pp. 99-173.
[15] López de Hinojosos A.: Suma y Recopilación de Cirugía con un arte para sangrar muy útil y provechosa. México, Acad.Nac.de Medicina, 1977, 3ª.ed., pp. 96-97.
[16] Nota 15, p. 210.

[17] Comas J.: La influencia indígena en la medicina hipocrática en la Nueva España. Amer. Indig. 14: 327-361, 1954. Del mismo autor, ver también. Un caso de aculturación farmacológica en la Nueva España del S.XVI: el “Tesoro de Medicinas” de Gregorio López. An Antropol. 1:147-173, 1964. La medicina aborigen mexicana en la obra de Fr. Agustín de Vetancurt. An Antropol. 5: 129-162, 1968. Influencias de la farmacopea y terapéutica indígena de la Nueva España en la obra de Juan Barrios. An Antropol. 7:125-150, 1971.
[18] Anzures y Bolaños, M. C.: La medicina tradicional hoy: sincretismos y conflictos, en La Medicina Tradicional en México, México, UNAM, 1989, 2ª. ed.
[19] Mayr, E.: One Long Argument. Charles Darwin and the Genesis of Modern Evolucionary Thought. Cambridge, Harvard University Press, 1991, passim.
[20] Pérez Tamayo, R.: ¿Qué es y en dónde está la enfermedad?, en nota 15, Tomo II, pp. 57-139
[21] Pérez Tamayo, R.: La medicina alopática y las otras medicinas, en Notas Sobre la Ignorancia Médica y Otros Ensayos. México, El colegio nacional, 1991, 99.225-235. 






Fuente: Raíces Indígenas Presencia Hispánica, Editor Miguel León Portilla, El Colegio Nacional, México, 1993.



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