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lunes, 22 de julio de 2019

MIGUEL HIDALGO, LA TOMA DE GUANAJUATO (VII)




De Irapuato a Guanajuato 


Al amanecer del viernes 27 de septiembre partió de Irapuato la muchedumbre cercana a las quince mil personas. Llegaron a la hora de comer a la hacienda de Burras, propiedad del Marqués de Rayas, simpatizante de la autonomía novohispana y admirador de Hidalgo. Luego de comer, el mando sopesó la situación con la información que iba llegando de Guanajuato. Así supieron que los guanajuatenses estaban enterados del levantamiento desde el día 18 y que los europeos, discutían la manera de responder al inminente ataque: algunos proponían huir, otros que el intendente saliera a batir a Hidalgo y otros más que se organizara la defensa, pidiendo ayuda a México, Querétaro, San Luis Potosí, Valladolid y Guadalajara. Como prevaleció esta opinión, el intendente ordenó fortificar varios puntos de la ciudad. Sin embargo los auxilios nunca llegaron y Riaño contra el parecer del mayor Diego Berzábal, tomó la decisión de pertrecharse en la alhóndiga de Granaditas, la noche del día 24, concentrándose ahí, las escasas tropas de 400 soldados y 200 civiles armados, los caudales (cercanos a los tres millones de pesos, provisiones, archivos y las familias de los europeos. El perímetro de defensa de la ciudad se redujo a las calles cercanas a la alhóndiga, construyéndose tres trincheras en las vías de acceso al edificio. Otro grupo de peninsulares y criollos se refugió en el edificio de la hacienda de Dolores, contiguo a la alhóndiga. 

Los ingenieros de minas Mariano Jiménez, Casimiro Chovell y Rafael Dávalos, así como José María Liceaga, se adhieren al movimiento, proporcionando toda esta información y que la mayor parte de la población estaba con los insurgentes. 

Platicaron los jefes sobre lo fácil que era la toma, aunque la situación podría complicarse si llegaban los refuerzos que esperaba el intendente, aunque primeramente había que solicitar la rendición a fin de evitar el derramamiento de sangre

Hidalgo procedió a dirigir intimación a su amigo el Intendente Juan Antonio Riaño, aunque no deja de parecer algo rara, ya que no exige la rendición de la plaza, sino la de los españoles europeos, a quienes considera obstáculo para la independencia y libertad de la nación; así como una nota personal, dirigida al entrañable amigo:

<<Señor don Juan Antonio Riaño.
Cuartel de burras, septiembre 28 de 1810 


Muy señor mío:
La estimación que siempre he manifestado a usted es sincera, y la creo debida a las grandes cualidades que le adornan. La diferencia en el modo de pensar no la debe disminuir. Usted seguirá lo que le parezca más justo y prudente, sin que esto acarree perjuicio a su familia. Nos batiremos como enemigos, si así se determinare; pero desde luego ofrezco a la señora intendenta un asilo y protección decidida en cualquier lugar que ella elija para su residencia, en atención a las enfermedades que padece. Esta oferta no nace de temor, sino de una sensibilidad que no puede desprenderse. 

Dios Guarde a usted muchos años, como desea su atento servidor, que su mano besa.

Miguel Hidalgo y Costilla>>
[1]

Extrañeza debió causar al intendente Riaño que su entrañable amigo de años “a quien él calificaba como no sólo como un brillante intelectual sino como persona de genio suave”, encabezara esta rebelión.


Mariano Abasolo e Ignacio Camargo son los encargados de entregar la intimación. Camargo fue quien leyó en voz alta la intimación; a lo que contestó el intendente: <<Ya ustedes han oído lo que dice el cura Hidalgo. Este señor trae mucha gente, cuyo número ignoramos, como también si trae artillería, en cuyo caso es imposible defendernos. Yo no tengo temor, pues estoy pronto a perder la vida en compañía de ustedes, pero no quiero que crean que intento sacrificarlos a mis particulares ideas. Ustedes me dirán las suyas, que estoy pronto a seguirlas. 

Luego de un silencio que parecía eterno, el español Bernardo del Castillo, improvisado capitán de sus paisanos, contestó indignado que no podían someterse a prisión perdiendo su libertad y sus bienes sin haber cometido delito alguno, y que para defenderse habrían de luchar hasta vencer o morir: su decisión fue aplaudida y muchos gritaron “¡Morir o vencer!” Riaño preguntó a sus soldados si estaban dispuestos a cumplir con su deber, y el mayor Berzábal contestó” ¡Viva el rey!”, aclamación repetida luego por gritos de la tropa, compuesta en su mayoría por criollos. >> [2]

Y como honorable caballero respondió a la nota personal de Hidalgo en la siguiente forma: 

<<Muy señor mío:

No es incompatible el ejercicio de las armas con la sensibilidad: esta exige de mi corazón la debida gratitud a las expresiones de usted en beneficio de mi familia, cuya suerte no me perturba en la presente ocasión.
Dios guarde a usted muchos años.

Guanajuato, 28 de septiembre de 1810.

Riaño>>
[3]


La primera batalla: Guanajuato, una absurda defensa




Hidalgo avanzó sobre la ciudad localizada en el fondo de un valle, tomó posición desde los cerros del Cuarto y de San Miguel, desde los cuales cerca de diez mil honderos indios atacaron con piedras a los dos edificios defendidos por los españoles y a las trincheras en las calles aledañas. Con el resto del ejército avanzó en línea recta al Cuartel de Caballería, sin encontrar oposición, por lo que sólo quedaba el puesto de Granaditas y las trincheras. 

El inicio de las hostilidades se dio cuando los indios se acercaron a la alhóndiga, cerca de las doce del día y fueron muertos unos veinte. Se procedió entonces a atacar las trincheras en una batalla que duraría cerca de tres horas y media. 

Hidalgo daba órdenes desde el Cuartel del Príncipe, mientras Allende repartía los soldados de línea por diferentes frentes. Riaño salió a proteger las trincheras, más al regresar a la alhóndiga recibió un certero disparo y muere. El desconcierto cundió entre los defensores, que vieron la inutilidad de la defensa y muchos quisieron la rendición, pero ya era muy tarde, ya que varios insurgentes se lanzaron a prender fuego a la puerta de la alhóndiga. Aquí hay que recordar que varios ingenieros y trabajadores de La valenciana -expertos en explosivos- se habían unido a Hidalgo.

<<Fue entonces cuando un lépero del pueblo pasó al cuartel y dijo a Hidalgo, “Victoria, Señor, porque no habiendo dejado sus tropas en el edificio de Granaditas más que una sola puerta, hemos quemado mucha parte y por ella puede ser sojuzgado”, con cuyo motivo mandó Hidalgo se atacase, remitió gente para ello. Los europeos hicieron fuego bastante vivo, como lo habían efectuado anteriormente, pero como tanto el batallón de la ciudad como las dos compañías de Dragones del Príncipe alojadas en Granaditas, lejos de formar empeño en la defensa, se veían procurando con sus armas a favor del Cura.>> [4]

La muchedumbre, engrosada por la plebe de Guanajuato, incluidos más de 100 presos, entra, masacra y saquea. Hidalgo llega después. Los muertos son unos quinientos: cerca de doscientos soldados realistas y ciento cinco europeos; del lado insurgente, doscientos cuarenta y seis. Por la tarde comienza el saqueo de la ciudad. 



La toma de Guanajuato: victoria militar, derrota económica y en simpatías del movimiento



Si bien Hidalgo reconocería su responsabilidad en los asesinatos de españoles de Valladolid Y Guadalajara, nunca refirió que ordenara la masacre de la alhóndiga, las multitudes lo habían rebasado. Y lo que siguió después no fue menos peor, ya que hacia las cinco de la tarde comenzó el saqueo que llegó a enfrentar a los insurgentes y a la plebe de Guanajuato, durante toda esa noche y los siguientes dos días. Aunque Hidalgo procuró recoger cuanto se pudo en dinero, barras de plata, azogue y joyas; de los caudales de la alhóndiga “no logró el cura Hidalgo más que ocho mil pesos en reales y treinta y dos barras de plata que quitaron sus soldados pues todo lo demás se lo llevaron los indios y la plebe de esta ciudad”.

La masacre de europeos y criollos restó simpatías al movimiento insurgente, no nada más entre los españoles, que no vivían en Guanajuato, como el mencionado Marqués de Rayas, y entre los criollos que conformaban el naciente grupo secreto de Los Guadalupes en la Ciudad de México, sino también en Agustín de Iturbide, que en el campamento de Perote en 1807, había ya manifestado sus simpatías por la independencia de la Nueva España, ante Juan Aldama e Ignacio Allende y que a consecuencia de la espantosa masacre y el desorden del movimiento insurgente decidiría combatir por el orden del gobierno existente. Otro joven criollo de 17 años, que vivió el terror de los saqueos fue Lucas Alamán, qué posteriormente destacaría como diputado a las Cortes de Cádiz, Ministro de los gobiernos independientes e historiador, y que nunca perdonaría los excesos de Hidalgo.

El sábado 29 reinaba la desolación en la próspera ciudad y aunque Hidalgo daba órdenes a la inmensa muchedumbre sólo llegaban a algunos niveles, otras eran ignoradas u obedecidas a medias.

El domingo 30 se publicó un bando para que cesara el desorden, pero éste continuó. Fue entonces cuando la madre de Lucas Alamán, acompañada por el joven de 17 años, fue a pedir garantías, mientras que Allende intervenía a cintarazos en la forma ya acostumbrada, el mismo Hidalgo se vio obligado a ordenar fuego contra los que arrancaban los balcones de las casas. Con el fin de que el Ayuntamiento colaborara a poner orden, Hidalgo publicó la elección que se había hecho de alcaldes en las personas de José Miguel de Rivera y José María Hernández Chico, y a fin de obtener su reconocimiento asistieron todos a un Te Deum el lunes 1° de octubre.

El martes 2 de octubre hubo una falsa alarma en la mina de La valenciana. Como había recibido informes inquietantes de Dolores y San Miguel, emprendió el día 3 por la noche una expedición a Dolores, aunque parecía que el objetivo era más bien San Luis Potosí, en el que sabía de los oficiales que conspiraban para unirse a la insurrección. Arribó a Dolores la madrugada del día 4 y luego el día 5 la emprendió hacía San Luis Potosí, vía San Felipe. En la hacienda de la Quemada recibió noticias del grupo conspirador de San Luis, desaconsejando se dirigiera a esta ciudad en donde estaba establecido Calleja que entrenaba al nuevo ejército (hay que comentar que la conscripción virreinal se integraba fundamentalmente por la población negra y mulata, participaba la población mestiza e indígena en menor grado).



El juramento de fidelidad al rey: un obstáculo



<<Al día siguiente, domingo 7 de octubre, Hidalgo convocó al Ayuntamiento a las autoridades del clero y a los vecinos principales de Guanajuato con objeto de recomponer la plana de autoridades de la intendencia. Para ello pidió al regidor Fernando Pérez Marañón asumiese el cargo de intendente, al rehusarse, lo propuso a otros miembros del Ayuntamiento, que igualmente se negaron.

Pero entonces intervino el cura Labarrieta, con quien Hidalgo había cultivado amistad, explicándole que la negativa se debía a no poder conciliar las ideas de independencia que manifestaba Hidalgo con el juramento de fidelidad al rey prestado por ellos. A esto Hidalgo replicó indignado: “Fernando VII sólo es un ente que ya no existe”, que el juramento no obligaba y que no volviesen a expresar tales preocupaciones, pues sufrirían quienes lo hicieran. Dicho esto se levantó y los dejo.

Procedió entonces el caudillo a nombrar a sin mayor consulta a las autoridades de la intendencia. Y así el lunes 8 de octubre, para el puesto de intendente designó a José Francisco Gómez; para el de asesor, a Carlos Montes de Oca, y para promotor fiscal, a Francisco Robledo. Por último tomó como secretario particular suyo al joven abogado José María Chico. >> [5]

En este alto al frenesí iniciado el día 16 de septiembre, se hicieron intentos de acuñación de moneda, así como la fundición de cañones, “pero tan delgados y débiles” que se reventaban luego, por lo que de doce, sólo uno salió bueno y en él grabaron “EL libertador de América”.

Importante fue la incorporación del Regimiento del Príncipe y la creación de otros dos de infantería, así como la adhesión de Mariano Jiménez y de José María Liceaga.

Ese mismo lunes 8, llegó la noticia de la captura del recién nombrado intendente de Michoacán Manuel Merino, así como del comandante Diego García Conde y del conde de Casa Rul. La detención la había logrado el torero Luna con gente al servicio de María Catalina Gómez de Larrondo, vecina de Acámbaro y simpatizante de la insurgencia, por lo que el camino a Valladolid estaba abierto.

Jorge Pérez Uribe 


Notas:

[1] Carlos Herrejón Peredo, Hidalgo: maestro, párroco e insurgente, Ed. Clío, libros y videos, S.A. de C.V., México, 2014, pág.247
[2] Ibíd., pág.250
[3] Ibíd., págs.250, 251 
[4] El famoso “Pípila” es un personaje nacido de la mente de Carlos María de Bustamante, al igual que el “niño artillero” que relataría con Morelos. Narra el episodio del Pípila suponiendo que Hidalgo le indicó directamente la quema de la puerta, cuando ya vimos que el Cura, estaba muy alejado de la alhóndiga. Sin embargo Carlos Herrejón Peredo ha encontrado un nombre: Juan José Martínez que actuó bajo esas características.
[5] Ibíd., págs.255

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