El Concilio Vaticano II, en Lumen Gentium, situó la centralidad de la vida eclesial en torno al Pueblo de Dios, que somos todos y todas, y no sólo los clérigos. La eucaristía es una celebración de la comunidad, en la que el presbítero preside junto a la comunidad. Nunca solo y menos en privado. No hay misa sin Pueblo de Dios. El Decreto conciliar Presbiterorum Ordinis, en el número 13, hace mención a la celebración de la Eucaristía como la función principal del ministro ordenado. El texto no se refiere a la posibilidad de realizar una celebración eucarística sin la asamblea, es decir, sin Pueblo de Dios. Por ello, el mismo Decreto aclara que, aunque la función específica le viene concedida al celebrar la eucaristía, su identidad exclusiva nace de la Palabra (Presbiterorum Ordinis 4). En torno a la Palabra, el ministerio ordenado se une a cualquier ministerio y carisma, y encuentra ahí su fuente y sentido. Así, el presbítero, uno de la comunidad, ha de nutrirse y compartir la Palabra con todos/as, como uno más del Pueblo de Dios.
Ante la actual crisis se requiere una gran creatividad pastoral de todos/as —y no recetas mágicas de algunos. Urge escuchar y responder a los problemas reales de las personas: la necesidad de sentirse acompañadas, la angustia de no tener trabajo ni dinero para comprar comida, el miedo a enfermarse y a no ser atendidas debidamente, la soledad del aislamiento, la posibilidad de no poder ver a un familiar morir ni enterrarlo por haber contraído el virus.... Sólo regresando a Jesús, y colocando de nuevo a los Evangelios como nuestro libro diario de cabecera, podemos generar procesos de discernimiento y acompañamiento que respondan a todas estas necesidades, porque esos fueron los problemas que Jesús escuchó y a los que respondió cuando caminaba de aldea en aldea. Una Iglesia sacramentalizada es una Iglesia auto-referencial, alejada del Jesús de los Evangelios. Podemos estar muy cerca de la institución eclesiástica y muy lejos del Reino de Dios.
Ciertamente estamos en una situación irregular que necesita respuestas pastorales inmediatas. Pero la misa es sólo una de esas respuestas, más no la única ni la más importante en estos momentos. La gente está en sus casas y necesita mensajes realistas que ayuden a sentir que Dios los ama y abraza de modo personal, y no a través de la figura de un mediador ausente a quien no tendrán acceso. Centrarse sólo en la misa online no ayuda pastoralmente. Es seguir manteniendo el esquema de una religión privada, clerical y sagrada. Todo lo que se pueda hacer creativamente en función del empoderamiento religioso de las personas, sin la mediación del sacerdote, es fundamental para una respuesta pastoral real y coherente en estos momentos.
Es hora de alinear la eclesiología del Pueblo de Dios de Lumen Gentium con la teología del ministerio ordenado de Presbiterorum Ordinis. En Evangelii Gaudium, Francisco logró invertir la pirámide eclesial al superar la yuxtaposición que existía entre el Pueblo de Dios y la Jerarquía en Lumen Gentium (capítulos 2 y 3). Todos/as somos iguales por el bautismo, portadores de la gracia, Pueblo de Dios en camino. Todos somos fieles: obispos, clero, religiosos/as y laicos/as. Todos somos sacerdotes y portadores del Espíritu de Dios (Lumen Gentium 4,6,11). A pesar de este giro que representó el Concilio, los debates actuales se han centrado, casi exclusivamente, a la recepción de la gracia por medio de los sacramentos de la eucaristía y la reconciliación.
Es muy cómodo para un cura limitarse a dar —no celebrar— misas online. Esto demuestra el inmediatismo pastoral en el que se han formado, sin capacidad de conectar con la vida diaria de las personas más allá del ambón. Urge creatividad pastoral, abrirnos al Espíritu. El haber hecho que la vida cristiana se centre sólo en torno al templo y el culto, sólo ha contribuido a alejar a jóvenes y a tantos otros de la Iglesia Católica, porque para una gran mayoría el único referente de vida eclesial es la parroquia, con un modelo tridentino y ritualista, ya fracasado.
Es hora de recuperar la Palabra y el silencio. Los medios virtuales pueden ser usados para ofrecer actividades que ayuden a acompañar y a discernir lo que se está viviendo desde la Palabra de Dios que se encarna en nuestras casas hoy. Si no recuperamos la centralidad de la Palabra, estaremos devaluando el sentido mismo de la Eucaristía, que consta de dos partes por igual: la celebración de la Palabra y la celebración del Pan, sabiendo que la celebración del Pan nace de la Palabra, y no al revés. Si no es posible encontrarnos todos/as como Pueblo de Dios en torno al Pan, sí es posible que nos encontremos alrededor de la Palabra.
Cena del Señor
Tal vez sea la hora de ayunar el Pan y comulgar con la Palabra. Esa que nace del silencio, y que nos ayudará a sanar lo que llevamos en nuestros corazones. Un ayuno que nos haría a todos/as iguales, solidarios y partícipes de la misma dignidad, porque no habrá unos que comulguen pan mientras una mayoría lo ayuna "espiritualmente". Mientras no haya ayuno del pan para todos/as, seguirán las misas sin Pueblo de Dios, y los ritos quasi mágicos vía ondas televisivas u online sin relación alguna con la vida diaria de las personas y sus procesos de crecimiento. Una pastoral misionera y en salida es la que redescubre hoy la centralidad de la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia. Esa Palabra que se encarna en nuestros hogares mediante la lectura personal y comunitaria, pausada y meditativa, para conocer y discernir lo que Jesús hubiera hecho si estuviese hoy padeciendo esta misma situación.
La superación de la pastoral de conservación comienza con lo que el Decreto Ad Gentes nos enseñó. Ahí, el Concilio nos propone un camino: comenzar por el testimonio evangélico (AG 24), formar pequeñas comunidades ambientales —en nuestras familias o comunidades—, congregarnos todos/as en torno a la Palabra (AG 15), y discernir la realidad que vivimos (AG 6; 11). De este modo llegaremos, de nuevo, a comer el Pan todos/as juntos como Asamblea.
Rafael Luciani
Experto del CELAM y miembro del Equipo Teológico de la CLAR
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