Musulmanes del Reino Unido en una manifestación a favor de la sharia. |
Los líderes europeos aceptan la transformación de distintas ciudades y barrios de sus países en territorios enemigos. Pero sí hay muchas cosas que se pueden hacer, simplemente no quieren: les costaría votos musulmanes. Y ese es precisamente su talón de Aquiles.
Por Actuall | 03/10/2017
El islam lleva años con alfombra roja en Occidente
pero especialmente en Europa. El aumento incontrolado de inmigración desde el
inicio del tercer milenio ha servido para que millones de musulmanes de
primera, segunda y tercera generación tengan una presencia constante en la vida
pública de un continente cristiano pero que ha dado la vuelta a sus valores.
A aquellos que osan levantar la voz contra estas
políticas o contra lo establecido por el sistema, señalando los problemas que
existen -y muchos, aunque se oculten deliberadamente por los medios
generalistas-, son tachados de ‘ultras’, ‘radicales’, ‘xenófobos’, ’islamófobos’
o ‘racistas’.
Los políticos europeos parecen hacer oídos sordos a
una gran parte del electorado que les piden más dureza contra el terrorismo
islámico y el islam, mientras que siembran de oro y mirra a los progresistas
que aplauden como lacayos toda política encaminada a la destrucción del
continente.
El ataque terrorista de Barcelona obtuvo las
mismas reacciones que todos los
grandes atentados en Europa: lágrimas, oraciones, flores, velas,
ositos de peluche y quejas de
que «el islam significa la paz». Cuando la gente se congregó para exigir
medidas más duras contra la creciente influencia del islamismo en todo el
continente, se encontraron con una contramanifestación «antifascista».
Los musulmanes organizaron una
manifestación para defender
el islam; afirmaban que los musulmanes que
viven en España son «las principales víctimas» del terrorismo, según el
análisis de Gatestone Institute:
El presidente de la Federación
Española de Entidades Religiosas Islámicas, Munir Benyelún El Andalusí, habló
de una «conspiración
contra el islam» y dijo que
los terroristas eran «instrumentos» del odio islamófobo. La alcaldesa de
Barcelona, Ada Colau, lloró
delante las cámaras y dijo que su
ciudad seguiría siendo una «ciudad abierta» a todos los inmigrantes. El
presidente de Cataluña, Carles
Puigdemont, usó casi el mismo lenguaje. El
presidente del Gobierno de España, Mariano Rajoy, conservador, fue el único que
se atrevió a llamar al terrorismo por su nombre. Casi
todos los periodistas europeos dijeron que las palabras de Rajoy habían sido
demasiado duras.
Los grandes periódicos europeos que
describían el horror intentaron una vez más buscar explicaciones a lo que
seguían llamando «inexplicable». El primer diario español, El País, escribió
en un editorial que la
«radicalización» es el fruto amargo de la «exclusión» de ciertas «comunidades»,
y añadía que la respuesta era más «justicia social». En Francia, Le Monde dijo que los terroristas querían «incitar al odio»
e insistió en que los europeos debían evitar los «prejuicios». En el Reino
Unido, The
Telegraph explicó que
«los asesinos atacan a Occidente porque Occidente es Occidente; no por lo que
hace», pero hablaba de «asesinos», no de «terroristas» o «islamistas».
Los especialistas repetían como loros que los europeos tendrán simplemente que aprender a vivir con la amenaza yihadista.
Varios especialistas en antiterrorismo, entrevistados en la televisión, dijeron que los ataques,
perpetrados en todo el continente a un ritmo cada vez más rápido, se volverán
más mortíferos. Señalaron que el plan original de los yihadistas de
Barcelona había sido destruir la catedral de la Sagrada Familia y matar a miles
de personas.
Los especialistas repetían
como loros que los
europeos tendrán simplemente que aprender a vivir con la amenaza de las
matanzas indiscriminadas. No ofrecían
ninguna solución. Otra vez más, muchos dijeron que los terroristas no eran verdaderamente
musulmanes, y que los atentados «no tenían nada que ver con el islam».
Muchos líderes de los países europeos
occidentales tratan el terrorismo islámico como una ley de vida a la que los
europeos deben acostumbrarse, como una especie de aberración sin vínculos con
el islam. A menudo evitan hablar de «terrorismo», directamente. Tras el
atentado en Barcelona, la canciller alemana, Angela Merkel, condenó
brevemente el «repugnante» suceso. Expresó
su «solidaridad» con el pueblo español, y después pasó a otra cosa. El
presidente francés, Emmanuel Macron, tuiteó un mensaje de condolencia y se refirió al
«trágico atentado».
Musulmanes en Holanda a favor de la sharia y de que el islam domine el mundo. |
En toda Europa, las expresiones de
ira son marginadas a conciencia. Las llamadas a la movilización, o a cualquier
cambio importante en la política migratoria, sólo vienen de políticos denigrantemente
tildados de «populistas».
Incluso la más leve crítica al islam
levanta inmediatamente una indignación casi unánime. En la Europa occidental,
los libros sobre el islam que se encuentran por todas partes están escritos por
personas cercanas a los Hermanos Musulmanes, como Tariq Ramadán. También
existen libros que son «políticamente incorrectos», pero se venden por debajo
del mostrador como si fuesen de contrabando. Las librerías islámicas venden folletos incitando a la violencia sin ni siquiera
esconderse.
Decenas de imanes, parecidos a Abdelbaki Es Saty, el sospechoso de ser el cerebro del atentado en
Barcelona, sigue predicando con impunidad. Si los detienen, son rápidamente
puestos en libertad.
Impera la sumisión. El discurso omnipresente es que, a pesar del aumento de
las amenazas, los europeos deben seguir viviendo con la mayor normalidad
posible. Pero los europeos ven que la amenaza existe. Ven que la vida no es ni ligeramente normal. Ven
a policías y soldados en la calle, que proliferan los protocolos de seguridad,
y los controles en la entrada de teatros y tiendas. Ven la inseguridad por
todas partes.
Se les dice que ignoren sin más la
fuente de las amenazas, pero saben cuál es la fuente. Dicen que no tienen
miedo. Miles de personas gritaron en Barcelona: «No tinc por» («No tenemos
miedo»). En realidad están muertos de miedo.
Los europeos ya no confían en sus gobernantes, pero sienten que no les queda otra opción
Las encuestas demuestran que los europeos son pesimistas,
y que piensan que el futuro será desolador. Las encuestas también revelan que
los europeos ya no confían en sus gobernantes, pero sienten que no les queda
otra opción.
Este cambio en sus vidas se ha producido en muy
poco tiempo, en menos de medio siglo. Antes, en
la Europa occidental, sólo había unos pocos miles de musulmanes, la mayoría
obreros inmigrantes de las antiguas colonias europeas. Se suponía que iban a
estar en Europa temporalmente,
así que nunca se les pidió que se integraran.
Pronto empezaron a contarse por cientos de miles, y
después por millones. Su presencia se volvió permanente. Muchos adquirieron la
ciudadanía. Pedirles que se integraran se hizo cada vez más impensable:
la mayoría parecía considerarse en primer lugar musulmanes.
Los líderes europeos dejaron de defender su propia
civilización. Empezaron a decir que todas las culturas debían tener la misma
consideración. Parecían haberse rendido.
Musulmanas en Francia en una manifestación a favor de la UE, que paga las ayudas. |
Se cambiaron los currículos escolares. A los niños
se les enseñaba que Europa y Occidente habían saqueado el
mundo musulmán, y no que, en realidad, los musulmanes habían conquistado el
Imperio cristiano bizantino, el norte de África y Oriente Medio, la mayor parte
de Europa oriental, Grecia, el norte de Chipre y España.
A los niños se les enseñaba que la civilización
islámica había sido espléndida y opulenta antes de que supuestamente la
colonización llegara para devastarla.
Los países ricos, establecidos en el periodo de
postguerra, empezaron a crear una gran subclase de personas permanentemente
atrapadas en la dependencia, justo cuando el número de musulmanes en Europa se
multiplicó. El aumento del desempleo masivo —que afectaba sobre todo a los
trabajadores menos cualificados— transformó los barrios musulmanes en barrios
de parados.
Los barrios musulmanes se convirtieron en barrios con una alta tasa delictiva
Los
organizadores de las comunidades venían a decirles a los musulmanes en paro que después de haber saqueado
a propósito sus países de origen, los europeos habían utilizado a los
musulmanes para reconstruir Europa y que ahora los estaban tratando como
herramientas que habían perdido su utilidad.
Llegaron los predicadores musulmanes extremistas;
reforzaron el odio hacia Europa. Dijeron
que los musulmanes tenían que recordar quiénes eran; que el islam debía cobrarse venganza.
Explicaron a los jóvenes delincuentes
musulmanes encarcelados que
la violencia se podía utilizar para una causa noble: la yihad.
La policía recibió órdenes de no intervenir para no
agravar la tensión. Las áreas de alto nivel delictivo se convirtieron en zonas de
exclusión, en semilleros para el reclutamiento
de terroristas islámicos.
Los líderes europeos aceptaron la
transformación de varias partes de sus países en territorios enemigos.
Se produjeron disturbios, y los líderes hicieron
más concesiones todavía. Aprobaron leyes que limitaban
la libertad de expresión.
Cuando el terrorismo islámico golpeó por primera
vez Europa, sus líderes no sabían qué hacer. Siguen sin saber qué hacer. Son
prisioneros de una situación que han creado ellos y que ya no pueden controlar.
Parecen sentirse impotentes.
No pueden incriminar al islam: según las leyes que
ellos han aprobado, es ilegal hacerlo. En la mayoría de los países europeos,
cuestionar siquiera el islam se tacha de «islamofobia». Acarrea fuertes
multas, si no juicios o
sentencias de cárcel (como les pasó a Lars Hedegaard, Elisabeth
Sabaditsch-Wolff, Geert
Wilders o George
Bensoussan).
No pueden reestablecer la ley y el orden en las
zonas de exclusión: eso requeriría la intervención del ejército y un giro hacia
la ley marcial. No pueden adoptar las soluciones propuestas por
partidos que han empujado a la oposición en los márgenes de la vida política
europea.
El Iman Anjem Choudary no se corta, quiere la sharia para Europa.regar leyenda
|
No pueden ni siquiera cerrar sus fronteras,
abolidas en 1995 con el acuerdo Schengen.
Reestablecer los controles fronterizos costaría tiempo y dinero.
Los líderes europeos no parecen tener ni la
voluntad ni los medios de oponerse a las nuevas
olas de
millones de migrantes
musulmanes que provienen de África y Oriente Medio. Saben que los terroristas se están
escondiendo entre los migrantes, pero siguen sin vetarles la
entrada. En su lugar, recurren a subterfugios y mentiras. Crean
programas de «desrradicalización» que no funcionan: los «radicales», por lo
visto, no quieren ser «desrradicalizados».
Los líderes de Europa intentan definir
«radicalización» como un síntoma de «enfermedad mental»; se plantean pedirles
a los psiquiatras que
resuelvan el caos. Después, hablan de crear un «islam
europeo», totalmente
diferente del islam en todos los demás lugares del planeta.
Adoptan una actitud altanera para
crear la ilusión de superioridad moral, como hicieron Ada Colau y Carles
Puigdemont en Barcelona: dicen que tienen unos
principios elevados; que Barcelona seguirá estando «abierta» a los inmigrantes. Angela Merkel
se niega a afrontar
las consecuencias de su decisión política de importar a innumerables
inmigrantes. Reprende
a los países de
Europa Central que se niegan a adoptar sus medidas políticas.
Los líderes europeos se dan cuenta de que se está produciendo un desastre demográfico
Los líderes europeos se dan cuenta de que se está
produciendo un desastre
demográfico. Saben que en
dos o tres décadas, Europa
estará regida por el islam. Intentan
anestesiar a las poblaciones no musulmanas con sueños sobre un futuro idílico
que nunca existirá. Dicen que Europa tendrá que aprender a vivir con el
terrorismo, que no hay nada que se pueda hacer al respecto.
Pero sí hay muchas cosas que se pueden
hacer, simplemente no quieren: les costaría votos musulmanes.
Winston
Churchill le dijo a
Neville Chamberlain: «Pudisteis elegir entre la guerra y la deshonra.
Elegisteis la deshonra y ahora tendréis la guerra». Lo mismo ocurre hoy.
Winston Churchill |
Hace diez años, describiendo lo que llamó «los
últimos días de Europa», el historiador Walter
Laqueur dijo que la
civilización europea estaba muriendo y que sólo sobrevivirían los monumentos y
museos antiguos. Su diagnóstico era demasiado optimista. Los monumentos y
museos antiguos también podrían saltar por los aires. No hay más que ver lo que
los seguidores encapuchados de «Antifa» —un movimiento «antifascista» que es
totalmente fascistoide— están
haciendo con las estatuas de
Estados Unidos.
La catedral de la Sagrada Familia de Barcelona se
libró únicamente gracias a la torpeza de un terrorista que no sabía cómo
manejar explosivos. Otros lugares podrían no tener la misma suerte.
La muerte de Europa será casi indudablemente violenta y
dolorosa: nadie parece estar dispuesto a frenarla. Los votantes aún podrían
hacerlo, pero tendrán que hacerlo ahora, rápidamente, antes de que sea
demasiado tarde.
Efectivamente la suerte está echada para Europa Occidental, su muerte a manos del Islam será lenta y penosa. Poco a poco irán adquiriendo mas poder los partidos islámicos, y no solo por la complicidad con los gobernantes sino también con las distintas iglesias, que basándose en el falso humanismo favorecen la proliferación de mezquitas y la inmigración ilegal y en masa de refugiados musulmanes. Solo algunos países como Hungría y Polonia, donde tanto el gobierno como la iglesia se han puesto de acuerdo para conservar su identidad cultural y religiosa, tienen un futuro mas prometedor y libre del islam. Eso por desgracia no es el caso en países como Bélgica, Holanda y Alemania, donde gobernantes e iglesias se resisten a hablar con la verdad por temor a no ser políticamente correctos, o a que los tachen de racistas e islamofóbicos. La historia será muy dura con ellos cuando esto pase, no se dan cuenta de que les están negando a sus nietos la oportunidad de adorar al verdadero Dios por quien se vive, y no a falsos dioses y profetas.
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ResponderEliminarJuan: Excelente comentario de alguien que vive esa realidad día con día. A mí no me queda sino exponer la situación, como lo hago en otros muchos asuntos y bíblicamente exclamar: "El que tenga ojos que vea y el que tenga oídos que oiga"...
Un abrazo.