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sábado, 2 de mayo de 2020

EL CISMA DE ORIENTE ENTRE LAS IGLESIAS CATÓLICA Y ORTODOXA II





IV. EL CRISTIANISMO ORIENTAL Y EL CESAROPAPISMO 



El cristianismo oriental




“El cristianismo nació en el Oriente (<<Ex oriente, lux>>), el griego fue la lengua del Nuevo testamento y de la Biblia de los Setenta, traducción realizada por los judíos de Alejandría y de uso oficial para los cristianos. Fue también la lengua litúrgica utilizada en la celebración eucarística de los primeros tiempos de la Iglesia”.[1]

“En Occidente hubo un patriarca único, el obispo de Roma, el papa, sin emperador a su lado durante más de tres siglos, con una autoridad y un prestigio sin rivales. En el Oriente un emperador fuerte mantuvo sobre una Iglesia dividida en cuatro patriarcados la autoridad político religiosa de Constantino”[2]. “La Iglesia oriental funciona como una oligarquía compuesta de numerosos obispos, representantes y defensores de las comunidades locales; por más que existiera una jerarquía distinguiendo entre metropolitas, arzobispos, exarcas y patriarcas, la colegialidad es la regla”.[3] A su vez estas autoridades están sometidas a la autoridad del concilio ecuménico.

“La Iglesia oriental, como la occidental, no tarda en expandirse, por la vía misionera, más allá de las fronteras del Imperio, hacia África y Arabia, hacia el oriente persa y el norte eslavo, del Cáucaso a los Cárpatos y al círculo ártico. Organiza las nuevas iglesias en metrópolis descentralizadas, pero el metropolita es consagrado por el patriarca de Constantinopla”…

“A diferencia de la Iglesia Occidental, la oriental no puede conservar todo lo evangelizado; por muchas razones que no viene al caso explicar: imperialismo cultural bizantino; dominación económica, fiscal, militar por parte del Imperio; dureza de las controversias religiosas sobre la naturaleza de Cristo, las cuáles provocaron los importantes cismas nestoriano, monofisita y monotelita, así como su dura e intolerante represión; violencia y duración de la querella de las imágenes (íconos), iconoclasmo de varios emperadores y persecución de los defensores de las imágenes; tendencia del patriarcado de Constantinopla a imponerse a los otros patriarcados” [4]. Todo esto ocasionó que los cristianos no griegos prefirieran en muchas ocasiones al conquistador persa o árabe, que al cristiano griego.

“El resultado es que la cristiandad oriental, conservando siempre su carácter griego, se vuelve la Iglesia de la mayoría de los pueblos eslavos, de la misma manera que la occidental, conservando su latinidad, recibe en su seno a los pueblos germánicos, célticos, escandinavos, etcétera. Una diferencia suplementaria es que mientras la Iglesia occidental conquista a sus colonizadores germánicos, la Iglesia oriental no logra evangelizar al conquistador musulmán, sea árabe o turco. Hoy en día, la dos veces milenaria presencia cristiana en los territorios del antiguo Imperio Romano de Oriente está reducida a unas diminutas comunidades, rápidamente erosionadas por la persecución y el consecuente exilio”.[5]

El corte cronológico que distingue entre Antigüedad y Edad Media, si es válido para Occidente, no lo es para Oriente: el Imperio romano no murió sino hasta 1453; y fue de manera violenta, sin acabar del todo, puesto que se puede decir que perduró tanto en la ortodoxia como en el Imperio ruso. Lo que se llama <<constantinismo>> y <<bizantinismo eclesiástico>> no es producto de la Edad Media, sino un desarrollo sostenido de la herencia de Constantino y de los padres griegos de la Iglesia. Ese helenismo cristiano y su contraparte política, un emperador que tiene una gran papel religioso, conoce una historia radicalmente diferente de la de Occidente en la misma época. La situación no es la misma, la teología responde a otros retos. El oriente vivió grandes y profundas controversias sobre la naturaleza de Cristo, desde el arrianismo hasta el monotelismo (638-680 d.C.) que lo llevaron a precisar y a refinar puntos doctrinales. Pero se puede decir que los debates dogmáticos terminaron en el siglo VII y que la teología posterior se limitó orgullosamente a recopilar, conservar, y transmitir un saber concluido.

La controversia pasó entonces del plan dogmático al plan litúrgico, concretamente a la controversia sobre las <<imágenes>> que estuvo a punto de destruir a la Iglesia oriental y al imperio, entre 726 y 843. En este caso, como en las controversias sobre cristo, la comunión se mantuvo con el Occidente y el papa de Roma, consultado en varias ocasiones, lo que resultó un gran apoyo para el triunfo de la Ortodoxia.

El cesaropapismo 






Concepto desarrollado por jurista alemán Justus H. Boehmer (1674-1749), designa la enfermedad oriental del poder absoluto. “Según esa teoría, el basileus, el emperador bizantino, es la sombra de Dios en la tierra. Desde el siglo IX, a lo menos el basileus absorbe toda la autoridad sacerdotal que el patriarca no alcanza a retener para sí solo: el emperador es rey y sacerdote…En el modelo cesaropapista, no existe el sacerdote que quiere ser rey, sino el rey que afirma ser sacerdote. En general, historiadores y juristas aplican el término de cesaropapismo a Bizancio.

“Los emperadores iconoclastas del siglo VIII son los únicos que pretenden formalmente ser <<emperador y sacerdote>>, como lo afirma León III, el Isauro (726 d.C.). Bajo la influencia del judaísmo y del Islam vecino, totalmente iconoclastas los dos, el emperador prohíbe en este mismo año las imágenes y ordena su destrucción (<<iconoclasmo>>) en todos los edificios sagrados o profanos. Estas medidas son el punto de partida de un período de disturbios y de persecuciones que dura 120 años…De 726 a775 la represión es terrible, el emperador depone al patriarca de Constantinopla, mientras Juan de Damasco escribe sus fogosas Apologías a favor de los íconos. En Occidente, el edicto imperial provoca la protesta del papa Gregorio II, amenazado de deposición por el basileus, y el levantamiento general en Italia contra los administradores y militares bizantinos. Es cuando empieza el descontento de los papas y el desafecto de los italianos por el Imperio de Oriente. Esa enemistad lleva pronto a la ruptura, cuando Pepino y Carlomagno crean los estados de la Iglesia con antiguos territorios bizantinos. 

El hijo de León, Constantino Coprónimo (741-775 d.C.), es más violento aún que su padre y convoca un Concilio en Constantinopla (754 d.C.) para condenar los íconos: ni el Papa, ni los patriarcados de Alejandría, Antioquia y Jerusalén mandan representantes. Unos años después, en 769, el Concilio de Letrán, con el papa Esteban III y los patriarcas orientales, condena el seudo Concilio en Constantinopla y los iconoclastas. En 787 el concilio ecuménico de Nicea, el séptimo, proclamo el triunfo de las imágenes pero el partido iconoclasta volvió al poder entre 813 y 842 para, luego desaparecer… 

Psicológicamente hablando, el Imperio le parece entonces a muchos inseparable de la Iglesia y surge una verdadera confusión entre el pueblo griego como pueblo imperial y el pueblo de Dios. <<Mesianismo nacional, obsesión del reino sagrado va a ser uno de los principales pecados históricos de la cristiandad ortodoxa>>, escribe Olivier Clément” [6]

¿Escritura contra Filosofía? 


El encuentro con las filosofías helenísticas, inaugurado por Pablo en Atenas, obliga a la Iglesia a reflexionar sobre el <<misterio>> que anuncia. A diferencia de los escolásticos de la Edad Media latina, los padres griegos no intentan aplicar la filosofía de Aristóteles o Platón para demostrar la existencia de Dios y entender al hombre y al mundo. Emplean la técnica filosófica de la época sin dejarse contaminar por su contenido. No obstante sobran los casos de neoplatonismo, neoestoicismo, aristotelismo y finalmente de gnosticismo.

“Para los padres griegos de la Iglesia y más aún para los espirituales de Bizancio, la enseñanza cristiana expresa de manera necesaria la relación de revelación que Dios establece con el hombre. El intelecto ha sido la principal víctima de la caída y su herida lo volvió incapaz de conocer al Dios vivo. Según San Nicodemo el Hagiorita, caímos de <<un estado puro, espiritual, el de la contemplación de la vida divina en sí misma, sin imaginación, ni deformación, al estado oscuro nuestro, en esa existencia mentirosa, siempre inestable y relativa; el intelecto se hunde en sus espejismos mentales, en sus razonamientos contradictorios y erróneos>>”. [7] 

En consecuencia, “los teólogos orientales parten siempre desde la palabra de Pablo sobre la sabiduría loca de los filósofos: <<se envanecieron en sus razonamientos y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios>> (Romanos I, 21, 22). Los tres grandes padres del siglo IV, Basilio y los dos Gregorios, el de Nazancio llamado <<el Teólogo>>, y el de Nisa, subrayan que el pensamiento cristiano debe proceder a la manera de los apóstoles y no de Aristóteles; y sus herederos bizantinos luchan contra Platón y el neoplatonismo que no se dejaban desarraigar de una vez y para siempre”.[8] 

“El pensamiento teológico oriental no es erudito ni especulativo, sino pretende ser adoración inteligente, fecundación de la inteligencia por la fe, participación en la vida divina por la contemplación y el estudio profundo de las Escrituras. 

El cristiano occidental puede aceptar todo esto, pero le cuesta trabajo entender lo que significa el dogma en este contexto…Desde los padres griegos se aplica una teoría del conocimiento fundada en una teología negativa. Lo único que se puede decir es lo que Dios no es: invisible, por Ejemplo. Esa tradición del <<apofatismo>< sigue hasta la fecha y difiere radicalmente de la teología positiva de un Agustín o de un Tomás de Aquino, que enfrenta la tarea muy difícil de dar una contestación a todo y en todas las épocas… 

<<Los conceptos crean ídolos de Dios>>, dice San Gregorio de Nisa; el dogma se niega a concebir, a aprehender a Dios, por eso es negativo; más bien permite que Dios nos tome , nos llene de su luz. El tema de la luz está siempre presente. Esa vía negativa de la dogmática oriental busca la captura del intelecto por la gracia divina. Como el teólogo occidental usa otra vía, resulta difícil que se encuentren los colegas de los dos mundos cristianos y resulta muy fácil que su diálogo sea de sordos”.[9]


V. EL CRISTIANISMO OCCIDENTAL Y EL PAPADO

Coronación de Carlomagno por el Papa León III


El cristianismo occidental 



La nota característica en Europa en los albores de la Edad media, es la llegada de los pueblos germánicos que provocan la desaparición del Imperio y una profunda revolución en las dimensiones de la sociedad. Si la principal característica de Constantinopla es haber conservado su carácter griego, la de Roma es haber sido germanizada. En esa hecatombe, la Iglesia, fue el único elemento de continuidad histórica. El credo y el dogma se conservaron en comunión con el Oriente, las decisiones doctrinales de los concilios ecuménicos fueron aceptadas, la celebración litúrgica no varió mucho y se siguió oficiando en latín. La organización eclesiástica tampoco se modificó.

“Civilizadora, educadora, la Iglesia asumió funciones que no le tocaron nunca en oriente, de modo que se puede decir que le correspondió engendrar el <<renacimiento carolingio>>, así como la evangelización de Inglaterra y Germania”.[10] 

“Mientras Roma fue residencia imperial, los papas habían sido considerados por el emperador cristiano como altos funcionarios religiosos que no podían tomar posesión de su sede sin el consentimiento del monarca. Cuando Constantinopla quedó como capital única del Imperio, la situación temporal del obispo de Roma cambio radicalmente; teóricamente sujeto al emperador, el Papa era electo en Roma, por romanos”.[11] 

Cuando en 756 el rey de los lombardos invadió los territorios bizantinos del exarquato de Ravena y la Pentapola y amenazó al Papa Esteban II, éste tuvo que recurrir al franco Pepino, ante la ausencia de ayuda del Imperio bizantino, que se debatía en la querella de los íconos. Tras la victoria Pepino donó al Papa esos territorios con lo que nacieron los <<Estados Pontificales>>. Aunque el peligro lombardo no desapareció, el hijo de Pepino, Carlomagno le puso fin y se constituyó en defensor de la Fe en Occidente, por lo que el papa León III lo consagró como <<grande y pacífico emperador de los romanos>>; lo cuál constituyó una segunda y mayor ofensa-que la pérdida de los territorio-para el basileus, ya que desde el 476, cuando el jefe germánico Ottokar depuso al último emperador de Occidente, Rómulo Augústulo, únicamente había existido un solo emperador de los romanos, el basileus. Estos hechos formarían parte del contencioso entre Roma y Constantinopla.

Desarrollo gradual de la autoridad de Roma 


Si bien en los primeros siglos, el obispo de Roma goza de una gran autoridad moral en el seno de una Iglesia descentralizada, que luego se agrupa alrededor de de cinco patriarcados (la Pentarquía). El Concilio de Calcedonia, en 451, los señala por rango de honor: Roma, Constantinopla (el más reciente), Alejandría, Antioquía y Jerusalén. Pero honor no significa autoridad jurídica; los patriarcas son las columnas del colegio episcopal universal. Su comunión y la comunión con ellos expresa la colegialidad del episcopado y la comunión de las iglesias locales entre ellas. A partir del siglo V se plantea el problema del primado universal <<aún mal resuelto por el pensamiento ortodoxo>> según lo señala Oliver Clément. 

El fundamento dogmático de la superioridad jurídica de Pedro sobre los demás apóstoles se fundamenta en la cita de Mateo XVI, 18-20: <<y yo te digo a ti que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré yo mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Yo te daré las llaves del reino de los cielos, y cuanto atares en la tierra será atado en los cielos, y cuanto desatares en la tierra será desatado en los cielos>>. 

“Los padres griegos, los teólogos bizantinos, la liturgia oriental subrayan el primado de Pedro entre los apóstoles, pero los bizantinos señalan que el poder de las llaves fue confiado a todos los apóstoles, que Juan, Santiago, pero especialmente Pablo, son también corifeos; para ellos el primado de Pedro no es un poder, sino la expresión de una fe y de una vocación comunes”.[12] 

“Sin embargo, los mismos bizantinos le reconocen un primado <<analógico>>: así como Pedro era el primer apóstol en el círculo apostólico, el Papa es el primer obispo en el círculo episcopal, pero ningún lugar, ninguna ciudad tiene por qué ser, por derecho divino, el centro de la Iglesia: Jerusalén fue históricamente la madre de las iglesias pero su obispo está lejos de ocupar el primer lugar en el orden de los patriarcas, sea en el siglo V, sea en el siglo XXI. Después de su ruina en el año 70, el primado paso a Roma, no por ser la capital del Imperio romano, sino por ser <<muy grande, muy antigua y conocida de todos, fundada e instituida por los dos y muy gloriosos apóstoles Pedro y Pablo>>, escribe san Ireneo, martirizado en 202, en Lyón: ese primado no es un poder, sino un ejemplo, una presidencia de amor>> (San Ignacio de Antioquia). 

Pero los concilios dan al Papa, además de los poderes de los patriarcas en su patriarcado, el derecho, en la Iglesia universal, de rechazar la deposición de un obispo y de mandar sus representantes para participar en el juicio de recurso”.[13] 

“El Papa es invitado en muchas ocasiones, durante los primeros siglos a ejercer un magisterium en cuestiones de fe. Así, interviene para condenar y cancelar el Concilio de Éfeso (449 d.C.) que pasa a la historia como <<el latrocinio de Éfeso>>: el monofisismo, que afirma que la naturaleza humana de Cristo había sido absorbida por su naturaleza divina, como una gota en el mar, había sido condenado por el sínodo de Constantinopla y esa sentencia ratificada a su vez por el papa León I. Los partidarios de esa teoría lograron que el emperador convocara un concilio general en Éfeso para cancelar la condena. A la muerte del basileus, el Concilio de Calcedonia (451 d.C.), el cuarto ecuménico condenó el <<latrocinio>>, escucho lectura de la carta de León a Flaviano (patriarca de Constantinopla) y la ratificó proclamando: <<todos creemos así, tal es la fe de los padres, la fe de los apóstoles, Pedro hablo por la boca de León>>… De la misma manera, el Papa depone tres patriarcas de Constantinopla, a petición de la Iglesia oriental: Celestino I depone a Nestorius (430 d.C.), Félix II depone a Acacio (Akadios), Agapito I depone a Antemio (536 d.C.)”.[14] 

Jorge Pérez Uribe, julio 2007

Notas.
[1] Jean Meyer, La Gran Controversia, México, Tusquets Editores México, S. A. de C. V., 2005, pág. 64 
[2] Jean Meyer, op. cit. pág. 64 
[3] Jean Meyer, op. cit. pág. 65 
[4] Jean Meyer, op. cit. pág. 65 
[5] Jean Meyer, op. cit. pág. 66 
[6] Jean Meyer, op. cit. págs.70, 71 
[7] Jean Meyer, op. cit. pág. 67 
[8] Jean Meyer, op. cit. pág. 67 
[9] Jean Meyer, op. cit. pág. 68 
[10] Jean Meyer, op. cit. pág. 58 
[11] Jean Meyer, op. cit. pág. 59 
[12] Jean Meyer, op. cit. pág. 96 
[13] Jean Meyer, op. cit. pág. 97, 98 
[14] Jean Meyer, op. cit. pág. 99

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