Juan Manuel Mora* | 6 de julio de 2017
Cuando ayer me enteré del fallecimiento de Joaquín Navarro-Valls, al que tuve la suerte de tratar personalmente, consulté la versión digital de los medios italianos.
Comprobé que era la noticia principal de la portada La Repubblica, periódico con el que colaboró después de dejar de presidir la Sala de Prensa del Vaticano, en 2006. Todavía hoy, once años después, seguía siendo una personalidad en el mundo de la comunicación y de la cultura, especialmente en Italia.
Era conocido como “il portavoce”. Durante años, esa palabra estaba asociada a su nombre. Y es lógico, porque en esta profesión no es frecuente durar tanto en el cargo. Se suele decir que los portavoces de la Casa Blanca duran un año de media. Él se mantuvo 22, sin aparente decadencia.Cuando ayer me enteré del fallecimiento de Joaquín Navarro-Valls, al que tuve la suerte de tratar personalmente, consulté la versión digital de los medios italianos.
Comprobé que era la noticia principal de la portada La Repubblica, periódico con el que colaboró después de dejar de presidir la Sala de Prensa del Vaticano, en 2006. Todavía hoy, once años después, seguía siendo una personalidad en el mundo de la comunicación y de la cultura, especialmente en Italia.
Se cuenta que un día del año 1984 Juan Pablo II, después de una crisis de comunicación, llamó a dos periodistas para preguntarles cómo se podría mejorar esa actividad en el Vaticano. Uno era italiano, del ámbito de la televisión, el otro, Navarro Valls, por entonces presidente de la asociación de corresponsales extranjeros en Roma. Los dos profesionales dieron sus consejos y, a los pocos días, Navarro Valls recibió una llamada de parte del Papa, invitándole a encargarse de aplicarlos. Joaquín preguntó si podía pensarlo y le respondieron que por supuesto, que no había prisa, que podía responderle al día siguiente por la mañana. No siempre las cosas de palacio van despacio. Después de aquello, Joaquin solía decir: ¿quién le dice que no a un Papa?
Cuando algún profesional que comenzaba un trabajo de este tipo le pedía orientación solía decir, muy sencillamente: lo importante es que te lleves bien con tu jefe. La comunicación está al servicio de las instituciones y depende mucho del tipo de liderazgo. Navarro Valls no solo se llevaba bien con Juan Pablo II, sino que se creó entre ellos una extraordinaria complicidad: Juan Pablo II era “la voz”, el mensaje, el discurso, las actitudes, con una sensibilidad exquisita hacia el periodismo y la comunicación en general. Navarro era “el portavoz”, daba cauce, encontraba el momento, el enfoque, la metáfora, para que la voz fuera escuchada.
Navarro-Valls conocía y entendía la lógica y la importancia de los medios de comunicación porque era su mundo. En 1968 se tituló en Ciencias de la Información por la Universidad de Navarra y trabajó como corresponsal en Roma para el diario ABC. Un corresponsal en Roma acumula una experiencia rica y variada. Lo mismo tiene que cubrir un cónclave que un desfile de Fendi, una operación antimafia o una final de la Champion. Por no hablar de los intrincados laberintos de la política de ese país, que tuvo cincuenta gobiernos en cincuenta años después de la guerra. Aquellos laberintos los recorrió Joaquín como los pasillos de su casa.
Así, más adelante, no tuvo problema para sentarse con Fidel Castro, o con los portavoces de la Casa Blanca y del Kremlin; ni para liderar con éxito la representación del Vaticano en las Conferencias internacionales sobre la mujer de El Cairo y de Pekín.
Introdujo nuevos aires en la Sala Stampa, la sala de prensa del Vaticano, con el fin de facilitar el trabajo de los periodistas. Generó hábitos como las preguntas al Papa en el avión y la transparencia total, incluso en el momento de la enfermedad y fallecimiento de Juan Pablo II, como nunca antes se había visto.
Además de identificarse con el genérico “portavoz”, en Italia también se le tenía como el prototipo de “caballero”, por su elegancia y sus modales. Como dicen en su idioma y su cultura: “l’uomo della cravatta giusta”. Puedo atestiguar que compartía su experiencia con quienes le pedían ayuda, sin darse nunca importancia.
Fue un psiquiatra, actor y deportista que trabajó para un papa muy humano, actor y deportista. Les unió no solo el trabajo sino el profundo conocimiento del hombre y el alma, el amor por contar las cosas bien y la afición al deporte, el reto y la superación.
Se suele decir que si la grandeza y la belleza pasan a nuestro lado y no nos percatamos, nos perdemos lo mejor de la película de la vida. La grandeza pasó cerca de Navarro Valls y él no solo la reconoció sino que supo contarla para que otros la pudieran reconocer.
Juan Manuel Mora*
Vicerrector de Comunicación
Universidad de Navarra
Fuente: http://www.comcatolicos.net/articulos/papa/item/2396-il-portavoce
No hay comentarios:
Publicar un comentario