sábado, 4 de mayo de 2019

MIGUEL HIDALGO, EL GRITO DE DOLORES, Y TOMA PACÍFICA DE POBLACIONES (VI)




El grito de Dolores


Entre las tres y las cinco de la madrugada de aquel 16 de septiembre de 1810, ya reunidos los alfareros y cederos de sus pequeñas empresas y los dos serenos del pueblo, alrededor de 15 o 16 personas; mandó Hidalgo a los alfareros traer las armas y hondas ocultas en la alfarería, mismas que se repartieron entre los presentes.

<< Una vez armados los pocos que se habían reunidos, tomó el señor Cura una imagen de nuestra Señora de Guadalupe, y la puso en un lienzo blanco, se paró en el balconcito del cuarto de su asistencia, arengó en pocas palabras a los que estaban reunidos recordándoles la oferta que habíamos hecho de hacer libre nuestra amada patria y levantando la voz dijo:

- ¡Viva nuestra Señora de Guadalupe! ¡Viva la independencia!

Y contestamos:
- ¡Viva!
Y no faltó quien añadiera:
- ¡Y mueran los gachupines!

Acto seguido el cura se dirigió junto con ellos a la cárcel, donde liberó a 50 reos, de allí fueron todos la cuartel por espadas. Se agregaron soldados del destacamento del Regimiento de la Reina. Y todos se distribuyeron para proceder a la prisión de españoles. […]

Mientras tanto el campanero, el cojo Galván, había dado las llamadas para la misa de cinco. Como una de las razones primordiales del movimiento era la defensa de la fe y sus prácticas, lo más seguro es que, una vez aprehendidos los gachupines, gran parte de los sublevados acudiera a la misa dominical, pues era de riguroso cumplimiento comenzando por el propio Hidalgo, aunque no oficiara él sino uno de sus vicarios.

Habiendo salido todos de la Iglesia poco después de las seis, allí en el atrio el cura Hidalgo arengó a la multitud en estos términos:

¡Hijos míos! ¡Únanse conmigo! ¡Ayúdenme a defender la patria! Los gachupines quieren entregarla a los impíos franceses. ¡Se acabó la opresión! ¡Se acabaron los tributos! Al que me diga a caballo le daré un peso; y a los de a pie, un tostón! […]



“Voy a quitarles el yugo”



A las siete de la mañana ya se contaban más de seiscientos los animados a entrar en la insurgencia. Allende y Aldama ayudados por 34 soldados del Regimiento de la Reina, se dieron a la tarea de formar pelotones y dotarlos cuando menos de hondas que tenían guardadas en el Llanito y lanzas de Santa Bárbara de donde había llegado Luis Gutiérrez con más de doscientos jinetes.

Mariano Abasolo no estuvo en el momento de la primera arenga, pues permaneció en su casa, pero más tarde escuchó a Hidalgo mientras se dirigía no a la muchedumbre sino a un grupo de vecinos principales de Dolores. En efecto, el propio cura Hidalgo y Allende mandaron juntar todos los vecinos principales del propio pueblo, y reunidos les dijo el Cura estas palabras:

“Ya sus mercedes habrán visto este movimiento; pues sepan que no tiene más objeto que quitar el mando a los europeos, porque éstos como ustedes sabrán, se han entregado a los franceses y quieren que corramos la misma suerte, lo cual no hemos de consentir jamás y vuestras mercedes, como buenos patriotas, deben defender este pueblo hasta nuestra vuelta que no será muy dilatada para organizar el gobierno.”

Hidalgo encargó la parroquia al padre José María González, generoso devoto de la cofradía de los Dolores. Hubo otras misas dominicales y así unos entraban y otros salían. Almorzaban lo que generalmente se ofrecía en el tianguis dominical

Hidalgo inició también una de las que serían las acciones de mayor trascendencia para el nombramiento: el nombramiento de comisionados para diversos puntos. Por último encargó los obrajes a Pedro José Sotelo y otros.

Habló con sus hermanas Vicenta y Guadalupe, prometiéndoles que pronto volvería, y hacía las once de la mañana montó en caballo negro. Al paso del desfile de cerca de ochocientos sublevados que enfilaron hacia la hacienda de La Erre, pasando por el puente del río Trancas, una joven del pueblo, Narcisa Zapata, le gritó al párroco:

- ¿A dónde se encamina usted señor Cura?

Y éste contestó:
- Voy a quitarles el yugo muchacha.
A lo que replicó Narcisa:
- Será peor si hasta los bueyes pierde, señor Cura>> [1]


Retrato hablado de Hidalgo al momento del Grito de Dolores



De conformidad con Carlos María de Bustamante –contemporáneo de Hidalgo-: <<Era Hidalgo bien agestado, de cuerpo regular, trigueño, ojos vivos, voz dulce, conversación amena, obsequioso y complaciente; no afectaba sabiduría; pero muy luego se conocía que era hijo de las ciencias. Era fogoso, emprendedor y a la vez arrebatado. >> [2]

Lucas Alamán que vivió la batalla por Guanajuato muy joven y que se convertiría en uno de sus mayores detractores lo describe así: <<Era de mediana estatura, cargado de espaldas, de color moreno y ojos verdes vivos, la cabeza algo caída sobre el pecho, bastante cano y calvo, como que pasaba ya de 60 años [en realidad 57], pero vigoroso, aunque no activo ni pronto en sus movimientos; de pocas palabras en el trato común, pero animado en la argumentación a estilo de colegio, cuando entraba en el calor de alguna disputa. Poco aliñado en su traje, no usaba otro que el que acostumbraban entonces los curas de pueblos pequeños. >> [3]

<<A este retrato convendría añadir que normalmente su genio era suave –como había escrito Riaño-, bien que alguna que otra vez estallará en cólera; que no obstante la conciencia de su saber era humilde; que gozaba las fiestas con suma alegría y no desdeñaba conversar con mujeres de alguna gracia; que compartía la vida al igual con aristócratas que con indios y castas; que sus pasiones eran la música y la fiesta brava; que era excesivamente pródigo y se la pasaba endeudado sin mayor angustia, y, en fin que era astuto como un zorro. Más por encima de todo, a partir de aquel día del Grito mostraría el más grande de los resentimientos contra los europeos, como que había acogido y albergado en su corazón los agravios padecidos por todos los nacidos en estas tierras de parte de aquellos.

En lo físico sólo faltaría decir que era buen jinete y así montado en caballo negro, emprendía su ruta de libertad y destrucción. Esa personalidad destacaba en la muchedumbre, pero al mismo tiempo se iba diluyendo en ella. Acababa de abrir la cueva de los vientos y el vendaval lo rebasaría. La biografía de Hidalgo tiende a perderse en la historia de la guerra. >>[4]



Toma pacífica de las poblaciones aledañas



Recordemos que uno de las primeras encomiendas que había realizado hidalgo era nombrar comisionados para invitar a las poblaciones cercanas a unirse a su movimiento y así trazando un ovalo, se dirigió primero a la hacienda de La Erre, cuyo administrador Miguel Malo había dispuesto comida para los sublevados. Terminada la comida cerca de las dos de la tarde, marcharon a San Miguel el Grande, mientras Hidalgo exclamaba: “¡Adelante señores! Ya se ha puesto el cascabel al gato. Falta ver quiénes son los que sobramos”.

<<Al atardecer se detuvieron brevemente en el santuario de Atotonilco, donde el capellán Remigio González ofreció de merendar a los dirigentes. Hidalgo habiéndose dirigido a la sacristía, que sin duda conocía bien, tomo un estandarte de la Virgen de Guadalupe enarbolándolo como una de las banderas del movimiento. A partir de entonces el grito de “¡Viva la Virgen de Guadalupe!” resonaría incesantemente.

Mientras todo esto sucedía se acercaban dos destacamentos militares, uno proveniente de Querétaro, enviado a capturar a Allende y Aldama y otro de Guanajuato para capturar a Hidalgo, pero al enterarse del tamaño del contingente alzado, se retiraron.

Durante los primeros meses del movimiento los insurgentes blandieron diversas banderas, a menudo las mismas de los batallones de soldados regulares que se les agregaban, pero destacaron La guadalupana elegida por Hidalgo, y la que llevaba la imagen de Fernando VII, que se avenía más con la postura de Allende y que Hidalgo ni impuso ni prohibió; esto último porque le atraía partidarios. >>[5]



San Miguel el Grande: “Sólo queda la autoridad de la nación”



Cuando arribaron a San Miguel el Grande, ya se conocían las noticias provenientes de Dolores, por lo que el coronel Narciso de la Canal, comandante del Regimiento de la Reina al que pertenecía Allende y su cuñado el alférez Manuel Marcelino de las Fuentes, convocaron a una reunión del Ayuntamiento con el alcalde Ignacio Aldama, así como con Juan de Humarán, Justo Cruz Baca, Francisco Landeta, Domingo Berrio y otros. Humarán propuso salir a recibirlos, mientras que los demás, que Aldama y Cruz Baca fueran en comisión a hablar con los sublevados en tanto se reunirá la tropa para resistir. Mientras tanto De la Canal recibía al sargento Francisco Camúñez –que de Querétaro venía a aprehender a Allende y Aldama. De la Canal dejó el mando a Camúñez, advirtiéndole de la poca lealtad de los soldados, ya que eran fieles a Allende, -efectivamente solo se contaron 40 leales a la Corona-.

Los comisionados, platicaron con Ignacio Allende, sobre los propósitos de los insurgentes y regresaron a San Miguel para comunicar a los demás del ayuntamiento que los alzados eran ya cerca de mis doscientos y que mucha gente de San Miguel se iba sumando a los insurrectos.

Los insurgentes entraron por el barrio de San Juan de Dios como a las siete de la noche de ese 16 de septiembre, con Allende a la cabeza e Hidalgo en la retaguardia. Allende procedió a la aprehensión de los españoles reunidos en las Casas Reales.

La multitud saqueó la tienda de Francisco Landeta e intento hacerlo con la de Pedro Ulibarri, pero Allende se interpuso y los retiró a cintarazos.

La primera confrontación entre Allende e Hidalgo, se dio a temprana hora del lunes 17, cuando numerosos sublevados empezaron a apedrear casas de españoles, a gritar mueras e intentar saqueos. Allende se levantó en bata y chinelas y montando a caballo, cintareó a varios hasta que calmó el alboroto. <<Hidalgo se lo criticó, arguyendo que convenía tolerar a la muchedumbre, pues era la manera de contar con ellos. Allende replicó que el movimiento sólo tendría éxito con tropa disciplinada de la que fuera defeccionando (de las filas realistas), pues casi todos eran americanos, en cambio el populacho sólo provocaba desórdenes y buscaba saquear. Se acaloraron los ánimos y Allende expresó que mejor Hidalgo se separara del movimiento y lo dejará sólo. Hidalgo ofreció arengar al pueblo para que obrara sin excesos y conservaría la jefatura de la causa, mientras que Allende organizaría la tropa y las campañas. >> [6]

Por la tarde se reunieron los principales criollos en las casas consistoriales presididos por los caudillos y se procedió a nombrar una junta gubernativa para la población presidida por el mismo alcalde Ignacio Aldama.

Entonces apareció el capitán Mariano Abasolo, que había estado de incognito en San Miguel y se incorporó a la causa, encargándosele formar nuevos pelotones, así como designar a los administradores de las haciendas de peninsulares. Mariano Hidalgo, tesorero de la causa, recibió el dinero de las alcabalas y 23,000 pesos de la Iglesia hallados en casa de Landeta. Por la noche, gracias a diversas requisiciones, los fondos del movimiento llegaron a 80,000 pesos en efectivo.


Por Chamacuero: la primer proclama insurgente


El contingente insurgente abandonó San Miguel en la madrugada del miércoles 19, llevándose a los españoles presos. Probablemente en el trayecto a Chamacuero, alguno de los caudillos, que no Hidalgo, redactó la primera proclama que ha llegado a nosotros:

<<El día 16 de septiembre de 1810 verificamos los criollos en el pueblo de Dolores y villa de San Miguel el Grande, la memorable y gloriosa acción de dar principio a nuestra santa libertad, poniendo presos a los gachupines quienes para mantener su dominio y que siguiéramos en la ignominiosa esclavitud que hemos sufrido por trescientos años, habían determinado entregar este reino cristiano al hereje rey de Inglaterra, con que perdíamos nuestra santa fe católica, perdíamos a nuestro legítimo rey don Fernando Séptimo, y que estábamos en peor y más dura esclavitud.

Por tan sagrados motivos, nos resolvimos los criollos a dar principio a nuestra sagrada redención, pero bajo los términos más humanos y equitativos, poniendo el mayor cuidado para que no se derramara una sola gota de sangre; ni que el Dios de los Ejércitos fuera ofendido. Se hizo, pues, la prisión, conforme a los sentimientos de la humanidad que nos habíamos propuesto, sin embargo de que el vulgo ciego saqueó una tienda, sin poder contener este hecho tan feo y que estábamos sumamente adoloridos. Se prendieron a todos, menos a los señores sacerdotes gachupines; se pusieron en una casa cómoda y decente todos los presos, y se les está atendiendo en los caminos en donde andan con nuestro ejército, con cuanto es posible, para su descanso y comodidad.

Este ha sido el suceso; y nuestros enemigos quieren pintarlo con negros colores en horror e iniquidad, con el fin de atraer a su partido a nuestros propios hermanos los criollos, con el detestable pensamiento de que nos destruyamos y matemos criollos con criollos, para que los gachupines queden señoreando nuestro reino, oprimiéndonos con su dominio y quitándonos nuestra substancia y libertad.

Pero, ¿qué criollo por malo que sea, ha de querer exponer su vida contra sus hermanos, sin esperanza alguna más de seguir el captiverio, quizá peor del que hasta aquí hemos tenido?

Nuestra causa es santísima, y por eso estamos todos prontos a dar nuestras vidas. ¡Viva nuestra santa fe católica, viva nuestro amado soberano el señor don Fernando Séptimo, y vivan nuestros derechos, que Dios [y] la naturaleza nos han dado!

Pidamos a su Majestad Divina la victoria de nuestras armas, y cooperemos a la buena causa con nuestras personas, con nuestros arbitrios y con nuestros influjos, para que el Dios omnipotente sea alabado en estos dominios, ¡Y que viva la fe cristiana y muera el mal gobierno!>> [7]

La proclama, no firmada por caudillo alguno, solo difundía que el movimiento trataba de acabar con la sujeción colonial y oponerse a la entrega del reino, así como de mostrar que la prisión de europeos había sido moderada. Pero hacía falta la explicación de un plan propositivo, cosa que Mora, oriundo precisamente de Chamacuero, adonde se dirigían entonces los insurgentes, echa muy de menos: “Semejante desconcierto y falta de plan disgustó a muchas personas que por su influjo y riqueza hubieran sido el apoyo más poderoso de la revolución.” Entre ellos se encontraba nada menos que el joven teniente criollo Agustín de Iturbide, Dragón del regimiento de la Reina de Valladolid.

En realidad sí había un plan, cuando menos el de Epigmenio González; pero Hidalgo lo siguió solamente en algunas líneas. “Este jefe se cerró en que lo que convenía era popularizar la revolución, haciéndola descender hasta las últimas clases.”



En Celaya, Capitán general


En Celaya el ayuntamiento y el clero salieron a dar la bienvenida a los insurgentes, que entraron al alba del jueves 20. Sin embargo algunos criollos acomodados, apostaron criados armados en las azoteas, lo que ocasionaría la primera baja de la guerra, cuando uno de estos criados disparo al aire al ver que apedreaban la casa custodiada e inmediatamente fue acribillado de un disparo y esto dio lugar a un saqueo. Allende reprobó el hecho e Hidalgo lo disculpó, hasta que la queja de una mujer por estupro llevó al caudillo a dar la pena de muerte al violador.

El viernes 21 se reunió para revista al contingente de más de cuatro mil personas, siendo proclamado Hidalgo capitán general, Allende teniente general y mariscal Juan Aldama; además se dio el título de Protector de la Nación a Hidalgo. Desde entonces ya afloraban las diferencias entre Hidalgo y Allende, ya que Allende se quejaría de que el cura “empezó a disponer por sí solo”, si bien habían determinado de “no determinar cosa alguna que no fuese de acuerdo con los tres”.

Ahí se ponderó la decisión de seguir a la ciudad de Querétaro o a la de Guanajuato; optándose por la primera, ya que en Querétaro había partidarios detenidos y estaba prevenida, en tanto que Guanajuato no tenía mayor resguardo. El sábado 22 se intentó proseguir con la organización de las multitudes, parte de las cuales se adelantó rumbo a Salamanca, en tanto Hidalgo continuó enviando comisionados por diversos puntos.



Salamanca e Irapuato: “Los pueblos se entregan voluntariamente”


El domingo 23, después de misa, el ejército emprendió la marcha hacia occidente, al atardecer entraron a Salamanca, donde pernoctaron.

Hacía mediodía del martes 25 el contingente se encaminó a saquear la hacienda de Temascatio y luego entraron a Irapuato en donde fueron recibidos triunfalmente; para entonces el contingente ascendía ya a más de nueve mil hombres, de los cuales ocho mil eran indios mal armados. La importante villa de León se pronunciaría por la insurgencia el día 27. En forma semejante lo haría la congregación de Silao que ya había ya recibido a los insurgentes.

<<De esta manera la mancha de la insurrección se iba cerrando sobre la región que ocupaba la ciudad y real de minas de Guanajuato, con la consiguiente angustia del teniente Riaño: “Los pueblos se entregan voluntariamente a los insurgentes. Hiciéronlo ya en Dolores, San Miguel, Celaya, Salamanca e Irapuato; Silao está pronto a verificarlo”. Y aún más allá, pues el cura Hidalgo seguía nombrando otros comisionados para extender la causa, entre ellos a José Antonio Torres, administrador de una hacienda de san Pedro Piedra Gorda (hoy Manuel Doblado>>.[8] A él le encomendaría la Nueva Galicia.


Jorge Pérez Uribe

Notas:

[1] Carlos Herrejón Peredo, Hidalgo: maestro, párroco e insurgente, Ed. Clío, libros y videos, S.A. de C.V., México, 2014, pág. 229, 230

[2] Carlos María de Bustamante, Cuadro histórico de la Revolución Mexicana, t. I, 1961, pp.202-203
[3] Lucas Alamán, Historia de México, t. I, 1942, pág.227
[4] Carlos Herrejón Peredo, op. cit., pág.233
[5] Ibíd., pág. 233
[6] Ibíd., pág. 233
[7] Ibíd., págs. 235, 236
[8] Ibíd., pág.242

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