Fragmento del cuadro de Velázquez "las Meninas"
¿Qué está dibujando Velázquez en ese lienzo siempre sorprendente y misterioso? No pueden ser los monarcas, porque acaban de llegar, y no pueden ser las meninas, porque están justo al lado del pintor...
La realidad del cuadro, aunque esté titulado como Las Meninas, es que no está dibujándolas a ellas; tampoco a los reyes que entran por la puerta... Aquí llegan algunas suposiciones interesantes: ¿acaso nos está pintando a nosotros, los espectadores, que nos situamos frente a su pincel y nos toma como modelos? Esto sería tan inquietante como asombroso. En realidad nadie sabe qué esconde este lienzo...
Velázquez nos dejó un
asombro con su pincel, quizás un mensaje. Disfrutemos tratando de entenderlo, o
simplemente admirémoslo complacidos.
«No hay nada sobre la tierra que tienda con tanta fuerza
a la belleza y se embellezca con mayor facilidad que el alma. Por eso muy pocas
almas resisten en la tierra a un alma que se entrega a la belleza».” Nos lo
dice Maeterlinck, dramaturgo y ensayista belga.
La obra de arte y su misterio
Toda obra de arte, innegable e indiscutible, es global, no puede ser una creación inútil solo válida para alegrar la vista y adornar paredes. La obra de arte innegable e indiscutible ha de aparecer cargada de sensaciones, de inquietudes que se atemperan, de imágenes que atrapan el alma y la abducen conduciéndola más allá de lo crudamente razonable. Toda obra de arte tiene una vida propia que no admite alteraciones una vez dada por concluida, posiblemente porque iniciada nunca tiene fin concreto, algo que sabe muy bien el artista cuando decide lanzar ese: “Ya está, déjalo así, no marees más la perdiz”, dándolo por finalizado. La obra de arte indudable, es siempre contemplativa; es mística o espiritual, pues está llena de sentimientos y sensaciones, algo frágil siempre pero que sirve para el desarrollo y a la sensibilización humana. La obra de arte deja una huella secreta, necesaria, y libre.
No hay poder que pueda sustituir al arte ni acabar con él, por mucho que se haya intentado y manipulado desde altas esferas del poder preponderantemente políticas. La obra de arte nace del artista, y éste tiene el deber de intentar transformar a través de ella la situación de la realidad que respira, reconociendo ese deber como algo grande y sagrado que orbita en torno al arte y en torno a sí mismo. Para ello el artista debe ahondar en su propia alma y educarla; debe cuidarla y desarrollarla para que su talento pueda manar con absoluta autonomía libre de elementos tóxicos; y lo ha de hacer adecuando la forma ideada a un contenido atmosférico íntimo, subjetivo y vital, algo que con frecuencia se convierte en su propia cruz por la dificultad que existe de poder lograrlo.
Pensamiento y sentimiento, son los principales materiales que posee el artista para realizar sus creaciones; luego vendrán los otros elementos palpables y oportunos que harán posible poder llevar la obra a la práctica. Alma y arte están íntimamente relacionados, por vía reveladora -como diría Kandinsky-, al utilizar el artista líneas, formas, notas o colores, todo eso que le es necesario para lograr sus fines, que nos son otros que lograr independencia y singular existencia artística en cada obra; ambos sujetos, artista y obra, quedan independientes una vez acabada la obra, han de respirar libertad ya que viven y actúan, uno devenido del otro, como fuerzas creativas singulares. La obra de arte indiscutible e innegable, no deja indiferente: atrae poderosamente la atención del espectador cuando existen puntos de encuentro entre ambos. Decía Claude Debussy con respecto a la música: La belleza debe apelar a los sentidos, nos debe proporcionar un goce inmediato, nos debe impresionar e insinuar sin ningún esfuerzo de nuestra parte.
En tal caso, tras ponemos ante una supuesta obra de arte, solo se puede discutir si es buena (deja vibraciones), mala (provoca rechazo), o simplemente nos es indiferente. Pero esto, como dar con esa obra especial que nos deslumbra como ninguna otra sin saber bien por qué sucede, es también una cuestión particular.
Barcelona, julio de 2017.
©Teo Revilla Bravo.
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