La emperatriz Teodora |
VI. DE LAS TENSIONES A LA RUPTURA
En lugar de plantearnos el ¿por qué? se llegó al cisma, debemos plantearnos el ¿cómo? se llegó a él.
“En el <<cómo>> entran en los siglos V, VI, VII, las tensiones entre el pluralismo cultural en expansión, introducido por las invasiones germánicas en el Occidente y la necesidad de unidad de la Iglesia Católica […] Entre estos acontecimientos (¿accidentes?), se cuentan la arbitrariedad de los emperadores de Oriente, calificada de <<cesaropapismo>>, y el desarrollo gradual del primado romano, primero en todo el oeste, después con pretensiones universales. Se cuentan también la ambición paralela de los patriarcas de Constantinopla que intentan ejercer un primado comparable sobre los otros patriarcados orientales; el factor personal, siempre imponderable, siempre decisivo, de los actores individuales; las antipatías étnicas entre griegos y latinos, unidas al orgullo nacional y a las rivalidades políticas. Intervienen tanto las disputas teológicas, como los usos y costumbres, las revoluciones intelectuales, como las ofensivas militares y las conquistas realizadas por los normandos, los árabes, los cruzados, los búlgaros o los turcos”.[1]
Desde el siglo IV la arbitrariedad de los emperadores orientales tiende a aislar a las dos partes de la Iglesia católica y a partir de Heraclio (510-641 d.C.) se completa la helenización, tanto del Imperio como de la Iglesia de Oriente. “Esta nacionalización de la Iglesia bizantina la aleja tanto de Roma como de los otros patriarcados orientales y facilita, en aquéllos, la conquista árabe, las conversiones al Islam.
Es una de las razones por las cuales el obispo de Roma se busca protectores entre los reyes germánicos e intenta a su favor el restablecimiento del Imperio de occidente. La coronación de Carlomagno por el Papa parece en Constantinopla una verdadera traición; y las rivalidades entre emperadores alemanes y bizantinos, luego entre reyes normandos o franceses, y el basileus no facilitan la armonía, mucho menos la reconciliación.
La domesticación temporal, mejor dicho recurrente, de la jerarquía oriental –fenómeno bien conocido en occidente durante el <<siglo de Hiero>>- es otro factor”.[2]
Primeras rupturas
Cuando el Papa Félix II excomulga y depone al patriarca Acacio, apoyado por el emperador Zenón (que sostienen el monofisismo), se da un cisma de 35 años (484-518 d.C.).
Hacia 548, la emperatriz Teodora, ligada a los monofisitas, empuja a Justiniano en la querella de los <<tres capítulos>>, una compilación de textos monofisitas.
Surge un nuevo cisma entre 640 y 681, a propósito del monotelismo[3], hasta que el sexto concilio ecuménico de Constantinopla, restablece la doctrina de las dos voluntades, la humana y la divina.
“El período 610-843 fue uno de los más tormentosos de la historia de Bizancio, con guerras y disturbios, conflictos políticos y religiosos, la invasión persa y luego árabe, en el sur y en el este, las ofensivas avares y búlgaras en el norte, francas en el oeste, con la proclamación del imperio de Occidente. Constantinopla se vio rudamente sitiada en varias ocasiones. Para resistir mejor a los persas, Heraclio, con el patriarca Sergio, decidió hacer concesiones a los cristianos monofisitas, mayoritarios en Mesopotamia, Siria y Egipto, lo que engendró el monotelismo que provocó la ruptura de 640-681 con Roma. Luego vinieron los tiempos álgidos del largo iconoclasta. En total, durante esos 233 años la comunión entre las dos partes de la cristiandad se perdió 149 años. Es cuando se empieza a oponer <<Romanistas>> oriental a <<Latinitas>> occidental”.[4]
<<Latinitas>> contra <<Romanistas>>
“Esa contradicción es muy anterior al cristianismo y tan vieja como la conquista romana, ya en tiempos de la República, los lugares comunes sobre el griego <<culto>> y el romano <<bárbaro>>, el primero <<decadente, servil, pérfido>> y el segundo <<brutal, rústico, arrogante><, nacen en esa época. La larga paz romana y el cristianismo, si bien disminuyen la fuerza del antagonismo, no lo borran. Para ser completo, habría que mencionar el tercero en discordia: la parte no griega del Oriente, la semítica y egipcia que tiene con el mundo griego una relación ambivalente, para no decir antagónica. Roma, muchas veces tiene tendencia a ver los asuntos de Oriente por los ojos de Alejandría y Antioquía, es decir, con un <<prejuicio contra Constantinopla>>. Es que para las iglesias orientales, el evento más desestabilizador de los siglos IV y V fue el nacimiento y crecimiento meteórico de Constantinopla como capital del imperio romano de Oriente; por eso buscan un contrapeso del lado de Roma. El basileus además hostiliza a Antioquía y Alejandría, ciudades que no son griegas y son fácilmente turbulentas […]
Los acontecimientos políticos y militares refuerzan las tendencias etnocentristas de cada bando: división del Imperio romano en dos partes, caída del Imperio de occidente, helenización del Oriente, germanización del Occidente, pérdida de la Italia bizantina transformada en Estados de la Iglesia (romana), coronación de Carlomagno, vista como una traición por el <<gran basileus y autocrator de los romanos>>. Los bizantinos comparten el resentimiento de su monarca contra un Papa amigo de los <<bárbaros>> y, por lo tanto, extranjero, cuando no enemigo. ¿Someterse a la autoridad espiritual de este bárbaro? ¡Impensable! Sobran los testimonios literarios de ese sentimiento que perdura hasta la caída de Constantinopla y se hace cada vez más popular. Socialmente hablando. Los latinos no son más caritativos: aversión, desconfianza, desprecio son los sentimientos comunes contra los nefandissimi Graeci, odibiles, perversi. Lo cuál afecta la teología: la oposición de los teólogos carolingios a las decisiones del segundo Concilio de Nicea obedece, en buena parte, a razones políticas, al grado de que el papa Adriano I tiene que tomar la defensa de los padres griegos. De la misma manera, el celo de los carolingios para propagar en sus Estados la adición del <<Filioque>> aL Credo, tiene también una indudable dimensión política. León III, conciente del peligro que eso significa para la unidad de la Iglesia, intenta vanamente impedirlo. Además los emperadores germánicos, al imitar el cesaropapismo oriental, contribuyen a la formación de dos bloques político religiosos”.[5]
Otro problema lo constituye la diversidad lingüística: “En tanto que la nueva Roma se había instalado en tierras de habla griega: Italia dejaba de ser bilingüe en el siglo IV [...] Las comunicaciones de los papas a los concilios orientales eran leídas primero en latín y luego traducidas por los que entendían la lengua, con frecuencia con grandes errores, según se deduce de la queja de León el Grande [...] Aunque fue durante varios años representante papal en Constantinopla, Gregorio el Grande no podía comprender el griego [...] La culminación llegó en el año 867, cuando un emperador habló del latín como una <<lengua bárbara>>. El Oriente y el Occidente no pudieron llegar a entendimiento ninguno, se ha dicho en forma dura, porque no se podían literalmente entender el uno al otro”.[6]
VII EL CISMA DE FOCIO
Como consecuencia de la predicación de los misioneros orientales en 865 el príncipe búlgaro Boris abraza el cristianismo, pidiendo al Papa pertenecer a su jurisdicción, lo que constituye para Constantinopla una <<invasión>> de su territorio canónico.
“En una carta dirigida a los patriarcas (867 d.C.), Focio presenta uno por uno todos los puntos que el considera inadmisibles en Roma, empezando por la doctrina <<herética>> del <<Filioque>>; en el mismo año un concilio en Constantinopla, presidido por el basileus, excomulga y depone al papa Nicolás. Poco después una revolución palaciega asesina a Miguel III, obliga la renuncia de Focio y reinstala a Ignacio: Constantinopla está de nuevo en comunión con Roma [...] muerto Ignacio en 877, focio sube de nuevo a la sede patriarcal y se reconcilia con Roma en 880. Destituido una vez más en 886 por el emperador, se retira a la vida privada”.[8]
Si bien este cisma es de los más breves de la historia cristiana (863-867), es un preludio de lo que se vivirá siglos después, en donde los escritos de este hombre culto e inteligente servirán de base para las argumentaciones contra Roma. “Focio fue el primero en levantar la lista de lo que alguien llamó los <<nidos a querella>>: celibato de los clérigos, ayuno en sábados de Cuaresma, uso de huevos y leche durante la primera semana de Cuaresma, pan ázimo, confirmación administrada por el obispo solamente y…<<Filioque>>. Hasta aparece en el marco de esa querella, pero no bajo la pluma de Focio, la critica contra la costumbre de los clérigos romanos de rasurarse (¡!). La querella es, quizá, más importante a posteriori, vista desde fines de 2004, que en el siglo IX. Sus contemporáneos no la viven como algo especialmente importante o novedoso. Para ellos es una crisis más”.[9]
Filioque
“La adición de esa palabra al símbolo de Nicea –adición que expresaba la doctrina según la cuál el Espíritu Santo no procede sólo del Padre, sino a la vez de Padre y <<del Hijo>>- parece que se práctico por primera vez en la Iglesia española, en el Concilio de Toledo (589 d. C.); en esa época era una forma de defenderse del arrianismo de los visigodos. La costumbre pasó de España a Francia y Alemania, y Carlomagno se apresuró a adoptarla: Para él, era un arma contra los griegos, a quienes acusaba de herejía. Sin embargo, Roma no admitió el <<Filioque>> hasta el siglo XI. Los papas sostenían que, aunque la adición estuviese justificada teológicamente, no era conveniente alterar la versión del símbolo aceptada por toda la cristiandad. Pero los misioneros romanos en Bulgaria emplearon el término controvertido; ello desencadenó la controversia; que vino a constituir el núcleo del debate teológico entre la cristiandad griega y la latina durante la edad Media y que todavía separa a las iglesias”.[10]
En detrimento de la creencia común en el sentido de que el cisma entre Oriente y Occidente inicia en este año, hay que abonar que cuando en 1053 se intenta el restablecimiento de la comunión religiosa, es porque esta ha estado suspendida desde hace mucho tiempo. Los actores de esos años son: el Papa León IX, <<el reformador>>, el Patriarca es Miguel Cerulario (Kerularios), el basileus Constantino IX Monomaco. La situación política es de recuperación del imperio bizantino que ha reconquistado el Asia Menor, parte de Siria, Bulgaria y la Italia Meridional, lo que ha desarrollado un espíritu de orgullo griego o imperial. “El patriarca de Constantinopla se considera, con razón, jefe de una Iglesia que incluye Bulgaria y el mundo ruso. La presencia bizantina en Italia se acompaña de una nueva rivalidad entre las dos iglesias, justo cuando Roma renace de sus cenizas [...] Los intentos romanos de imponer una práctica litúrgica uniforme en las iglesias griegas de Italia del Sur, que los normandos arrancan ahora, poco a poco, a Bizancio, corresponden a los intentos del patriarca de Constantinopla para obligar a las iglesias latinas de su zona a seguir los usos griegos.
Entonces, si todo empuja al conflicto ¿por qué en 1053, un intento de acercamiento?
La razón es normanda. Los normandos, nietos de los invasores vikingos instalados en la provincia francesa que lleva su nombre, la Normandía, entran en el sur de Italia, como tercero en discordia, entre alemanes y griegos, y su amenaza demasiado real unifica brevemente al emperador Enrique III, al basileus Constantino y al Papa León IX. Ese proyecto de alianza militar entre los dos emperadores implica el restablecimiento de las relaciones religiosas entre las dos Romas. Es cuando entran en escena el patriarca Miguel Cerulario y el enviado del Papa, su fiel Humberto”.[11]
En Constantinopla se da una situación de excepción, un basileus débil y un Patriarca de personalidad avasalladora, que gozaba de una popularidad inmensa como para lanzar a la calle a la población y después calmarla, y que busca reunir en su persona las funciones de patriarca y basileus.
“El patriarca no provoca la ruptura –existía antes de que ocupara la sede de Constantinopla- pero hace todo para impedir el restablecimiento de relaciones normales. En sus cartas al patriarca Pedro de Antioquia, en comunión con Roma, se ve que la separación no le importa, puesto que la cree muy antigua, de varios siglos. Está convencido de que el Papa y los latinos se han separado de la verdadera Iglesia hace mucho y lo único que busca es volver a Roma favorable a la causa bizantina en su lucha contra francos y normandos. Parece que convence al metropólita de la Iglesia búlgara, León de Ocrida, de escribir una carta en griego, en 1053, al obispo de Trani (Italia), Juan, quien la remite a la curia. Traducida al latín [...] Invita a negociar, pero en forma de ultimátum que explica a los latinos cuáles son todos los obstáculos a la unión, en una forma tan agresiva que vuelve la unión imposible. El Papa León IX, sin perder su sangre fría, manda al cardenal Humberto con una embajada a Constantinopla, en 1054”.[12]
Los legados papales fueron recibidos con todos los honores por el emperador. “La embajada, sin embargo, olvidando que también en Bizancio se está viviendo una revolución, se engaña al considerar al emperador como el mayor interlocutor. Así que el patriarca se ofende. Humberto también. Se abre la disputa dialéctica. Humberto manda traducir al griego su anterior respuesta polémica y se empeña en una deplorable disputa en la que tacha de herejía, en casa ajena, muchos usos de los griegos, legítimos aunque distintos de la tradición latina. El enfrentamiento termina cuando Humberto deposita en el altar de Santa Sofía, el 16 de julio de 1054, la bula de excomunión contra el patriarca Cerulario y sus seguidores. Éste convoca el sínodo unos días después y sentencia la excomunión contra los latinos”.[13]
“El emperador, empeñado en conseguir la alianza contra los normandos, intenta vanamente convocar a los adversarios a una conferencia de paz, pero Cerulario le ha ganado la partida, No contento con su sínodo y la excomunión de los legados romanos, publica una extensa carta a todos los patriarcas, relatando la historia de la divergencia entre las dos sedes. Entretanto el pequeño ejército del Papa había sido derrotado por los normandos y el mismo León IX había muerto el 13 de abril, dejando a Humberto sin autoridad moral”.[14]
Concluyendo, podemos afirmar que las excomuniones recíprocas de 1054, más que el hecho definitivo de la separación entre las dos iglesias, marcan el fracaso del primer intento de reunión. Así tenemos que la historiografía bizantina contemporánea ignora completamente el cisma de 1054. [15]
Por otra parte habría que considerar los hechos: “La sentencia del cardenal no tiene valor canónico, por no haber sido aprobada por la Santa sede; y la del patriarca no es más que una represalia contra unos extranjeros arrogantes, sospechosos de haber falsificado la carta del papa [...] Pero no hay que subestimar la importancia del acontecimiento. A diferencia de Focio, quien se reconcilia pronto con Roma, Cerulario se mantiene sin variación en su hostilidad absoluta; mientras el primero acaba por adoptar la posición económica>> del respeto de los usos y costumbres de cada Iglesia, el segundo se vuelve hacia atrás. No le interesa demasiado la polémica teológica del <<Filioque>>, y le obsesionan cosas como el pan ázimo, que no es verdadero pan sino la masa muerta de judíos que suprime la vida de cristo; lo abominable es comer morcilla, carne de lobo o de oso, omitir el <<aleluia>> durante la cuaresma, etcétera. Es un discurso que la masa del pueblo entiende no el <<Filioque>> y que exalta su odio hacia los latinos”.[16]
Jorge Pérez Uribe, julio 2007
Notas.
[1] Jean Meyer, op. cit. pág. 94
[2] Jean Meyer, op. cit. pág. 95
[3] Intento de síntesis para reconciliar ortodoxos y monofisitas, proclamando que en Cristo hay dos naturalezas y una sola voluntad: la divina; negando la voluntad humana.
[4] Jean Meyer, op. cit. pág. 102
[5] Jean Meyer, op. cit. pág. 103 a 105
[6] Norman H. Baynes, El Imperio bizantino, México, Fondo de Cultura Económica, 1949, Pág. 77
[7] Jean Meyer, op. cit. pág.107
[8] Jean Meyer, op. cit. pág.108
[9] Jean Meyer, op. cit. pág.113
[10] Nueva historia de la Iglesia, Madrid, Ediciones Cristiandad, 1987, tomo II, pág. 114
[11] Jean Meyer, op. cit. pág. 116
[12] Jean Meyer, op. cit. pág. 117, 118
[13] Lorenzo Cappeletti, ¿Primado o hegemonía? La historia de una separación
[14] Jean Meyer, op. cit. pág. 118
[15] Lorenzo Cappeletti, op. cit.
[16] Jean Meyer, op. cit. págs. 121, 122
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