domingo, 22 de enero de 2017

EL MITO DEL QUINTO SOL Y LOS SACRIFICIOS HUMANOS



Piedra del Sol o calendario azteca

1. Creación del Quinto Sol: Nahui Ollin. Sol del Movimiento


<<A Tezcatlipoca y Quetzalcóatl, les tocó la tarea de iniciar la restauración del mundo destruido por el diluvio. Primero despejaron las aguas que habían inundado la tierra; luego trataron de levantar el cielo que se había pegado a la tierra, pero como no pudieron, llamaron en su auxilio a los otros dioses creadores y juntos abrieron cuatro caminos hacia el centro de la tierra, por los cuales entraron para levantar el cielo. Sin embargo como el cielo era grande y pesado, tuvieron que crear cuatro hombres que los ayudarán. Y aún fue preciso que Tezcatlipoca y Quetzalcóatl se convirtieran en grandes árboles para elevar y sostener el cielo, de modo que el primero se transformó en “árbol de espejos” y Quetzalcóatl en “sauce precioso”. Y así, “con los hombres y con los árboles y dioses alzaron el cielo con las estrellas, como ahora está”[1]. En recompensa por este gran esfuerzo Tonacateuctli hijo de Tezcatlipoca y Quetzalcóatl señores del cielo y de las estrellas, les dio asiento en la Vía Láctea.


Quetzalcóatl y Tezcatlipoca


Cumplida esta tarea “se consultaron los dioses y dijeron: ¿Quién habitará [esta tierra], pues que se estancó el cielo y se paró el señor de la tierra? ¿Quién habitará, oh dioses?”. Luego de deliberar, los dioses decidieron encomendar a Quetzalcóatl la misión de crear nuevamente a los seres humanos y éste descendió entonces al bajo mundo, al reino de Mictlantecutli, para obtener de éste los huesos y las cenizas de las anteriores generaciones de la humnanidad y crear con ellos a los seres humanos. Al principio el regente del inframundo se negó a entregarle los huesos y las semillas preciosas. Con ardidez venció Quetzalcóatl la resistencia de Mictlantecutli, pero cuando ya tenía los huesos y regresaba con ellos cayó en un hoyo que Mictlantecutli le había preparado y ahí se le rompieron; por eso es que los nuevos seres tuvieron estaturas diferentes y no alcanzaron el tamaño de los anteriores gigantes.

Finalmente Quetzalcóatl llegó a Tamoanchan, donde estaban reunidos los dioses, y les hizo entrega de su carga. En seguida la diosa Ciuacóatl-Quilaztli molió los huesos y formó con ellos una masa que depositó en un recipiente. Entonces Quetzalcóatl se sangro el sexo y derramó su sangre divina en el recipiente, y los demás dioses hicieron también sacrificios. Así, “Dos años después, que fue el año del diluvio, los dioses crearon a los macehuales como antes los había, y hasta el cumplimiento de los trece años no pintan [en sus códices] otra cosa que aconteciese”.[2] Luego los dioses se preguntaron: ¿Qué comerán los macehuales?” Entonces Quetzalcóatl, quien sabía que la hormiga roja conocía el lugar donde estaban escondidos los alimentos preciosos, le preguntó insistentemente por ellos. Al fin la hormiga roja cedió a sus ruegos y le indicó el sitio donde se encontraba el maíz. Convertido en hormiga negra Quetzalcóatl llegó con la hormiga roja a la montaña que llaman Tonacatépetl, donde se guardaba el maíz. Lo tomó y lo llevó a Tamoanchan; allí lo mascaron los dioses y luego lo pusieron en la boca de los hombres, que así se hicieron robustos.[3]

Asimismo, para que los seres humanos se alegraran, los dioses hicieron crecer en la tierra la planta de maguey, de la que sacaron el pulque. Y aún antes de que los dioses crearan los primeros seres humanos, Tezcatlipoca había traído el fuego a la tierra, y para eso había sacado la lumbre de unos palos, y así se empezó a hacer fuego con los pedernales, “palos que tienen corazón”. Ya con el fuego hubo fiestas de muchas grandes hogueras.

Todo esto ocurrió cuando reinaba la oscuridad y aún no había sol. Pero después de 26 años de la creación de la tierra, los dioses acordaron crear un nuevo sol. En el año 13 Ácatl, en Teotihuacán, se reunieron todos los dioses y dispusieron ayunos y sacrificios para propiciar el nacimiento del sol. Luego los dioses preguntaron: “¿Quién tendrá cargo de alumbrar el mundo?” A estas palabras respondió el dios llamado Tecuciztécatl, quien dijo: “Yo tomo el cargo de alumbrara el mundo”. Otra vez hablaron los dioses y dijeron: ¿Quién será el otro” Pero esta vez los dioses se miraron entre sí y se preguntaron quien podría ser el otro que alumbrara el mundo, pero no hubo quien se ofreciera. Por fin se fijaron en un dios al que nadie tomaba en cuenta, que no hablaba, apenas se limitaba a oír, y tenía el cuerpo lleno de tumores y llagas. Dijéronle: “Se tu el que alumbres, bubosito”. Y el dios llagado y humilde, llamado Nanahuatzin, obedeció de buena voluntad.[4]


Pirámide del Sol en espectáculo nocturno

Luego los dos comenzaron a hacer penitencia y sacrificios y ofrendas durante cuatro días. Todo lo que ofrecía Tecuciztécatl era precioso. En lugar de ramos daba plumas brillantes de quetzal y bolas de oro en lugar de bolas de heno; no ofrendaba espinas de maguey, sino unas hechas de piedras preciosas, y en vez de espinas ensangrentadas, daba espinas de coral colorado y copal muy bueno. En cambio, Nanahuatzin ofrecía cañas verdes y bolas de heno y espinas de maguey cubiertas con su propia sangre, y en lugar de copal brindaba la costra de sus llagas.

A la medianoche del día señalado para crear el nuevo sol, los dioses se reunieron alrededor de un gran fuego que habían mantenido durante cuatro días y al que Tecuciztécatl y Nanahuatzin deberían arrojarse para transformarse en astros luminosos. Colocados todos frente al fuego le dijeron a Tecuciztécatl: “¡Entra tu primero al fuego!”, y éste intentó hacerlo, pero como el fuego era grande y muy vivo, tuvo miedo y se volvió atrás. Cuatro veces intentó Tecuciztécatl arrojarse al fuego y cuatro veces desistió. Entonces los dioses dijeron a Nanahuatzin: “¡Prueba tú!” este de inmediato cerró los ojos, se hechó al fuego y comenzó a arder. Al ver esto Tecuciztécatl cobró valor y se arrojó también al fuego.

Luego que ambos cayeron y se quemaron, los dioses se sentaron a esperar por donde saldría el Sol. Pasado un rato vieron que el cielo se ponía colorado y clareaba por todas partes, pero no sabían de qué lado iba a salir el sol, de manera que veían hacia todas las direcciones. Sólo Quetzalcóatl, Tezcatlipoca, Xipe Tótec y otros vaticinaron que Nanahuatzin, convertido en sol, aparecería por el oriente, y en efecto, por ese rumbo surgió el Sol, colorado y radiante. Era tan resplandeciente que nadie lo podía mirar sin lastimarse los ojos. Tras él salió la Luna, también luminosa y brillante, a tal punto que los dioses se preguntaron: “¿Será bien que igualmente alumbren?”. Acordaron que no podía ser así, de modo que uno de ellos arrojó un conejo a la Luna que le ofusco el resplandor, le oscureció la cara y quedó como hoy está, con su luz disminuida.

Hecho esto los dioses descubrieron consternados que el Sol y la Luna permanecían inmóviles en la orilla del cielo que da al oriente. Durante cuatro días el Sol no se movió, ni la Luna. Atemorizados dijeron los dioses: “¿Cómo podremos vivir? ¿No se menea el Sol?” Entonces decidieron hacer un sacrificio supremo para darle movimiento al Sol. Resolvieron ofrendar sus vidas para que con la sangre de los dioses el Sol tuviera fuerza e iniciará su recorrido por el universo. “Muramos todos y hagámosle que resucite por nuestra muerte”, dijeron, “y luego el [dios del] aire se encargó de matar a todos los dioses, y matólos.” Esto fue lo que se hizo, de modo que cada uno dio su sangre para darle movimiento al Sol. Luego, en los vestidos que dejaron los dioses muertos, y con sus joyas de jade y pieles de serpiente y de jaguar, sus devotos hicieron unos envoltorios a los que se puso el nombre de los dioses desaparecidos. En adelante a esos bultos mortuorios (tlaquimilolli) se les reverenció como si fueran los mismos dioses que se sacrificaron en Teotihuacán.[5]

Pero no bastó el sacrificio de los dioses para satisfacer el hambre de sangre de este nuevo sol y por eso los seres humanos siguiendo, el ejemplo de los dioses, tuvieron que sacrificarse ellos mismos. Esta necesidad divina originó la guerra, cuyo propósito era obtener víctimas para alimentar al Sol. Cuenta una crónica que aun antes de que naciera el Quinto Sol los dioses habrían instaurado la guerra para que el Sol que habría que reinar en esa era tuviera muchos corazones. Según esta crónica, cuando el mundo aún estaba en tinieblas, los dioses resolvieron hacer “un sol para que alumbrase la tierra, y éste comiese corazones y bebiese sangre, y para ello [era necesario que] hiciesen la guerra, de donde pudiesen haberse corazones y sangres”.[6]


2. Comentarios sobre la creación del Quinto Sol




Como en las cosmogonías anteriores, la creación del Quinto Sol significa una recreación total del universo, que en este caso las fuentes detallan con amplitud. Del caos y las tinieblas surge el orden: el cielo desplomado es levantado y devuelto a su lugar. La tierra y el agua resurgen otra vez del caos, dotadas de sus poderes generativos. Los dioses crean nuevamente a los seres humanos, junto con los dones necesarios (fuego, alimentos) para que se reproduzcan y pueblen la tierra.

La cosmogonía del Quinto Sol subraya que el orden, lo mismo que la creación de los seres humanos y del Sol son dones de los dioses y que el mantenimiento de la vida en el mundo requiere el sacrificio. Una y otra vez el relato cosmogónico señala el esfuerzo creativo de los dioses por imponer el orden y darle vida al mundo. El momento culminante de esta serie de esfuerzos es el sacrificio de los mismos dioses para darle movimiento al nuevo Sol. Precisamente lo que destaca el mito es que si el sentido de la creación divina fue crear la vida en el mundo, el sentido último de las criaturas terrenas es el de mantener con su propia sangre el orden creado y la vitalidad permanente del universo.

La síntesis de esta cosmovisión mexica es el monumento conocido como Piedra del Sol. En los cuadretes que rodean la cara central de monumento están representados los cuatro soles o eras anteriores del mundo, con sus fechas de creación: Sol de Tierra, Sol de Viento, Sol de Fuego y Sol de Agua, dispuestos de derecha a izquierda. Del disco central brotan rayos solares que apuntan a los cuatro rumbos del cosmos y hacia las direcciones intercardinales. En la parte superior del monumento está inscrita la fecha 13 Caña, que corresponde al año 1011, año de nacimiento del Quinto Sol. La diadema real y el glifo 1 Técpatl, colocados a ambos lados del rayo solar que apunta al este, donde nace el sol, se refieren respectivamente al poder real asentado en México-Tenochtitlán y a la fecha calendárica del nacimiento de Huitzilopochtli, el dios protector de los mexicas. En el centro del disco, donde se articulan los cuatro soles anteriores y los cuatro soles del cosmos, emerge la efigie temible del Quinto Sol, el Sol de movimiento cuyo ritmo creador debe ser alimentado con el sacrificio de los corazones humanos.[7]




La creación mexica significa un ordenamiento del universo y una definición de sus componentes, de tal manera que a partir de entonces cada una de sus partes ocupa un lugar preciso en el orden universal, con atributos y funciones definidas. La separación binaria del cielo y la tierra ubica en el mundo inferior las fuerzas generativas de la naturaleza y en el celeste las fuerzas fecundadoras: dos ámbitos situados en lados opuestos del cosmos pero complementarios.

Junto a esta división dual del universo, la cosmogonía instaura una división horizontal en el espacio terrestre, que es concebido en forma de una superficie cuadrada rodeada por las aguas marinas. En el centro de esa superficie horizontal estaba el lugar sagrado que unificaba las diversas partes del cosmos, el punto que establecía la comunicación vertical entre el cielo, la tierra y el inframundo, y enlazaba horizontalmente los cuatro rumbos del universo: el este (la dirección guía, porque ahí nace el Sol), el norte, el poniente y el sur. Según el relato cosmogónico de la “Historia de los mexicanos por sus pinturas”, los caminos que hicieron los dioses en los cuatro puntos del universo convergían en el centro de la tierra, donde se fusionaban todas las partes del mundo creado. Esta división del universo en cuatro partes orientadas hacia los puntos cardinales es la que se encuentra en los códices y textos que representan la distribución del universo.[8]




En una de las versiones del relato cosmogónico Quetzalcóatl y Tezcatlipoca se transforman en árboles para levantar el cielo y sostenerlo. En los códices que se refieren a la creación cosmogónica estos árboles aparecen distribuidos en las cuatro partes de la superficie terrestre, estableciendo una comunicación permanente y recíproca entre el cielo y la tierra. Junto con los cuatro ejes que conducían al centro de la tierra, los árboles cósmicos “eran los caminos por los que viajaban los dioses y sus fuerzas para llegar a la superficie de la tierra. De los cuatro árboles irradiaban hacia el punto central las influencias de los dioses de los mundos superiores e inferiores”.[9]

3. Implicaciones político-sociales del Mito del Quinto Sol


De modo que desde la creación cosmogónica la superficie de la tierra se convierte en un espacio privilegiado, dividido en partes regidas por potencias divinas, con orientaciones espaciales, colores y símbolos que le infunden a cada espacio y lugar un sentido trascendente, una significación que sobrepasa su realidad material. El espacio terreno se convierte en una réplica del orden sagrado que rige el universo, en una reproducción del arquetipo cosmogónico.

Los mexicas llevaron esta concepción al extremo, pues hicieron del espacio terreno y del orden social una réplica exacta del orden cósmico. De la misma manera que el espacio vertical mexica era una reproducción de la división vertical del espacio cósmico (cielo, tierra, inframundo, así también el espacio horizontal reflejaba como un espejo, las cuatro direcciones del cosmos, integradas a un centro que articulaba todas las direcciones, dioses y fuerzas. El espacio mayor, lo que constituía la extensión terrestre del llamado Imperio mexica, estaba dividido en cuatro regiones repartidas en los cuatro puntos cardinales y unidas por un centro o quinta región: México-Tenochtitlan. De este modo los territorios conquistados eran asimilados al orden cósmico e integrados en la concepción mexica del espacio.

La división espacial de Tenochtitlan repite también, con gran exactitud, los principios organizativos del espacio cósmico: “En el centro de lo que había de ser su ciudad se erigió el templo a Huitzilopochtli, y en él se unieron los vértices de las cuatro divisiones mayores o barrios, denominados Mayotlan, Teopan, Atzacualco y Cuepopan”,[10] distribuidos en los cuatro puntos cósmicos. La parte central de esta división del espacio urbano la ocupa el recinto sagrado de México-Tenochtitlan, en cuyo centro se levanta el Templo Mayor. Contando este centro, la urbe adoptaba la misma forma del espacio cósmico: un cuadrado seccionado en cruz en cuyo centro estaba el ombligo del mundo.[11]




El centro de la ciudad lo ocupaba el gran recinto sagrado rodeado por una muralla de serpientes, un cuadrado de 200 varas por lado donde cada uno de los 20 calpulli tenía su templo particular. En este sancta santorum los dioses principales del panteón azteca compartían el espacio con los dioses de las provincias dominadas. A cada lado del recinto sagrado se abría una puerta de la que partía una calzada que comunicaba a uno de los cuatro puntos cósmicos. En el centro mismo se había erigido el espacio sagrado por excelencia, el Templo Mayor, que de manera semejante a la posición del centro de la tierra en el mito cosmogónico, era el ombligo del mundo y la montaña divina donde se unían el cielo, la tierra y el inframundo, el lugar donde lo alto y lo bajo se articulaban con los cuatro rumbos del espacio cósmico. En este punto donde confluían las fuerzas sagradas que le infundían orden al cosmos, los mexicas ratificaban el pacto establecido en el mito cosmogónico y ofrendaban a los dioses el sacrificio humano.[12]

Esta obsesión por repetir en toda creación terrestre el arquetipo de la creación cosmogónica revela que en el pensamiento mexica y mesoamericano lo esencial no era el devenir humano, sino el acto fundador que al crear un orden en el universo establecía una armonía en el mundo y conjuraba los peligros de su destrucción. Es decir, para tener orden, fundamento y duración, las creaciones humanas tenían que repetir el acto creador por excelencia. Toda creación es entonces una repetición del origen del cosmos, y todo lo creado se convierte en un espacio sagrado, regido por las fuerzas primordiales.[13] La repetición de la creación cosmogónica en las fundaciones humanas es entonces un conjuro contra la inestabilidad del acontecer histórico, un llamado a la permanencia del orden primordial. En otras palabras una ideología, no una explicación del mundo.[14]>> [15]


Jorge Pérez Uribe

Notas:

[1] “Historia de los mexicanos por sus pinturas”, en Mitos e historias de los antiguos nahuas, pp.36-37. En otra versión registrada en la “Histoire du Mechique”, se cuenta que los mismos Tezcatlipoca y Quetzalcóatl entraron en el cuerpo del monstruo de la tierra y con la ayuda de otros dioses formaron el cielo. Esta misma fuente proporciona una tercera versión: Quetzalcóatl y Tezcatlipoca, viendo que la diosa de la tierra Tlalteuctli (la cual estaba llena por todas las coyunturas de ojos y de bocas, con las que mordía como una bestia salvaje), caminaba sobre las aguas primordiales, dijeron: Es menester hacer la Tierra; y esto diciendo se cambiaron ambos en dos grandes sierpes [y] uno asió a la diosa de la mano izquierda al pie derecho. Y la estiraron tanto, que la hicieron romperse por la mitad. De la mitad hacia las espaldas hicieron a la Tierra y la otra mitad la llevaron al cielo […] Después de hecho esto, para compensar a la dicha diosa de la Tierra de los daños que los dioses le habían infligido, todos los dioses descendieron para consolarla, y ordenaron que de ella saliera todo el fruto necesario para la vida de los hombres. Véanse ambas versiones en “Histoire du Mechique”, en Mitos e historias de los antiguos nahuas, pp.151-153.

[2] Mitos e historias de los antiguos nahuas, pp.149-153; ver también la “Leyenda de los Soles”, en la misma obra, pp.179-181.

[3] Mitos e historias de los antiguos nahuas, “Leyenda de los Soles”, pp179-181. La “Histoire du Mechique”, p.155, contienen una versión diferente de la creación del maíz. En esta versión los dioses descienden a la caverna donde vivía Pilzintecutli, hijo de la primera pareja humanan, a quien encontraron acostado con su esposa Xochiquétzal. De esta unión nació Cintéotl, el dios joven del maíz, “el cual se metió debajo de la tierra, y de sus cabellos salió el algodón, y de una oreja una muy buena semilla que ellos comen gustosos, llamada huazontli”, y de otra oreja brotó otra semilla y “de la nariz otra más llamada chían, que es buena para beber en tiempos de verano; de los dedos nació un fruto llamado camotli, que es como los nabos, muy buen fruto. De las uñas otra suerte de maíz largo, que es el que comen ahora, y del resto del cuerpo le salieron muchas otras frutas, las cuales los hombres siembran y cosechan”.
[4] Bernardino de Sahagún, Historia General de las Cosas de la Nueva España. Estudio introductorio, paleografía, glosario y notas Alfredo López Austin y Josefina García QuintanA, México, Conaculta, 2000, vol.II, Libro séptimo, capítulo II, pp.694-696.

[5] Ibid., p.697.

[6] Esta versión del mito cosmogónico se basa en las siguientes fuentes: “Historia de los mexicanos por sus pinturas”, “Histoire du Mechique”, “Leyenda de los soles”. Estas tres fuentes se transcriben en la obra citada, Mitos e historias de los antiguos nahuas: “Historia de los mexicanos…”, capítulos III, IV, V, VI,VII y VIII. Histoire du Mechique”, capítulos VI y VII; “Leyenda de los soles”, pp.181-185. Sahagún, Historia General de las Cosas de la Nueva España, vol.III, libro séptimo, capítulo II, pp.694-697. Para un análisis comparativo de las diferentes versiones, veáse Moreno de los Arcos, op. cit. También se consultaron las síntesis e interpretaciones de Caso, El pueblo del sol, México, FCE, 1953. Soustelle, La Pensée cosmologique des anciens mexicains, París, Hermann an C., 1940, y Nicholson, Religion in Pre-Hispanic Central Mexico.

[7] Richard F. Townsend, State and Cosmos in the Art of Tenochtitlan, Washington, D.C., Dumbarton Oaks, 1979, pp.63-70. El libro editado por Khristaan D.Villela y Mary Ellen Miller, The Aztec Calendar Stone, Los Ángeles, The Getty Research Institute, 2010, reúne una amplia colección de estudios sobre este famoso monumento.

[8] “La superficie terrestre estaba dividida en cruz en cuatro segmentos. El centro, el ombligo, se representaba como una piedra verde preciosa, horadada, en la que se unían los cuatro pétalos de una gigantesca flor, otro símbolo del plano del mundo. A cada uno de los cuatro segmentos de la superficie terrestre se le asignaba un color […] En el Altiplano Central, la división más frecuente daba al norte el color negro, blanco al oeste, azul al sur y rojo al este. El color verde estaba relacionado con el centro, con el ombligo del mundo. Otros símbolos, entre los múltiples vinculados con los cuatro rumbos del plano terrestre, fueron el pedernal al norte, la casa al occidente, el conejo al sur y la caña al oriente, lo que constituía […] una doble oposición de muerte-vida (norte-sur, con los símbolos de la materia inerte y la movilidad extrema) y hembra-macho (oeste-este, con los símbolos sexuales de la casa y de la caña)”. López Austin, Cuerpo humano e ideología, vol.1, México, UNAM, 1980, P.65.

[9] Ibid, p.68

[10] Véase Reyes García, “La visión cosmológica y la organización del Imperio mexica”, Mesoamérica. homenaje al doctor Paul Kirchhoff, Barbro Dalhgren (coord.) México, INAH, 1979, pp.34-40 y también Broda, El tributo en trajes guerreros y la estructura del sistema tributario mexica, México, CISINAH, 1978, pp.130-132, y “Relaciones políticas ritualizadas: el ritual como expresión ideológica”, Carrasco y Broda (eds.), Economía política e ideológica en el México pre-hispánico, México, Nueva Imagen/, CISINAH, 1978, p.223. Un ejemplo de esta división en el mundo maya lo ofrece Marcus, Emblem and State: in the classic maya Lowlands, Washington, D.C., Dumbarton Oaks, 1976. Ver Michael Smith, “Did the Maya Buid Architectural Cosmograms?”, Latin American Antiquity, vol. 16, 2005.

[11] López Austin, La constitución real de México-Tenochtitlán, México, UNAM/IIH, 1961, p.26

[12] Un dato más que confirma que los mexicas habían arreglado el espacio de su ciudad conforme al modelo del mito cósmico lo proporciona fray Diego Durán, quien explica así la orientación del recinto sagrado de Tenochtitlan: “Este patio tenía cuatro puertas o entradas: una hacia oriente, otra hacia poniente, y otra a mediodía y otra a la parte del norte […] También tenían los cuatro templos principales hacia las partes dichas las portadas y los cuatro dioses que en ellos estaban los rostros vueltos hacia las mismas partes. La causa de ello […] no la dejaré de contar, para que sepamos el misterio. Fingieron los antiguos que antes que el sol saliese ni fuera creado, tuvieron sus dioses entre sí muy grande contienda, porfiando entre sí a que parte sería bueno que el sol saliese […] Pretendiendo salir cada uno con su voluntad, el uno dijo que era muy necesario que saliese a la parte del norte; el otro […] que saliese a la parte del sur; el otro […] al poniente; el otro […] que al oriente […] El cual vino a salir con su parecer, y así le fue puesta la cara [del dios]que él decía saliese allí, y a los demás [dioses] pusieron las caras hacia las partes que deseaban saliese, y a esta causa había estas cuatro puertas, y así decían la puerta de tal dios, y la otra lo mismo, dando a cada puerta el nombre de su dios”. Duran, Historia de las Indias de Nueva España, México, Porrúa, 1984, pp. 30-32.

[13] Sobre la repetición del arquetipo cosmogónico en las creaciones humanas y el simbolismo del centro como punto de partida de toda creación, Veáse, Eliade, El mito del eterno retorno, Buenos Aires, Emecé, 2001, pp. 20-28, e Imágenes y símbolos. Ensayo sobre el simbolismo mágico y religioso, México, Taurus, 1995, capítulo I.

[14] El propósito implícito de esta cosmogonía es establecer una jerarquía, según la cual gracias a la intervención de los dioses se fundó el mundo y los seres humanos quedaron obligados a obedecer sus dictados y a sacrificar sus vidas para mantener la vitalidad del Quinto sol. Veáse al respecto Bruce Lincoln, Theorizing Myth, Narrative, ideology and Scholarship, Chicago, The University of Chicago Press, 1999, p. 147.

[15] Enrique Florescano, ¿Cómo se hace un dios? Creación y recreación de los dioses en Mesoamérica, 1ª Ed.: mayo de 2016, Penguin Random House Grupo Ed., México.


Anexo.- La razón de mi decir:


 
      

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