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viernes, 1 de agosto de 2014

¿POR QUÉ DEJAMOS DE DIBUJAR?





Ana alonso | marzo 3, 2014

Todos los seres humanos tenemos la capacidad innata de dibujar. El dibujo infantil es una parte fundamental de nuestro desarrollo hacia la comprensión del mundo que nos rodea y todos los niños dibujan, como medio de expresión y como juego. Sin embargo al llegar a la adolescencia algo hace que muchos de nosotros renunciemos a esta capacidad de representación gráfica.


¿Por qué dejamos de dibujar?


No podemos hablar de un motivo único pero sí podemos apuntar algunos factores que sin duda tienen influencia. En primer lugar, la escuela no se ha esforzado en potenciar la capacidad de representación gráfica. Como explica Howard Gardner cuando se refiere a la teoría de las inteligencias múltiples, la educación tradicional se ha centrado en el desarrollo de las inteligencias lingüístico-verbal y lógico-matemática relegando a un segundo plano todas las demás, entre ellas la inteligencia espacial dentro de la cual se incluye la capacidad de percepción y representación visual.

Por otro lado, el dibujo se ha asociado históricamente al arte y a la estética ignorando todas sus demás aplicaciones que no tienen una pretensión estrictamente artística. Esto condiciona nuestra manera de mirar nuestros propios dibujos y los que nos rodean, calificándolos de “buenos o malos” en base a cánones estéticos académicos como la proporción, el naturalismo, la composición o el equilibrio cromático. Así, a excepción de aquellos cuya manera de dibujar encaja con este canon o quienes poseen una vocación impermeable a toda crítica, la mayoría acabamos concluyendo que “no sabemos dibujar” o “no se nos da bien” y abandonamos la práctica.


¿Por qué debe preocuparnos?


También para esta pregunta hay múltiples respuestas. La primera, en la línea de lo apuntado más arriba, es que el dibujo no es exclusivamente una forma de arte. Ante todo es una herramienta comunicativa, un medio para resolver problemas, visualizar nuestras ideas, analizarlas, criticarlas, mejorarlas, crear ideas nuevas y compartirlas con otros, no un fin. Cuando observamos algo con el propósito de dibujarlo, nuestra mirada es mucho más profunda; comprendemos el funcionamiento de las cosas y proyectamos nuestro pensamiento sobre el papel. El dibujo crea la necesidad de estudiar y responder a los detalles, estimulando la imaginación y el pensamiento.

Durante siglos ha prevalecido la idea de que la imagen no es más que un complemento del texto. El mismísimo Platón era un claro opositor de la imagen y no dudaba en afirmar que el lenguaje verbal es el único vehículo de la inteligencia. Sin embargo, ahora sabemos que lo visual constituye un lenguaje por sí mismo. El lenguaje visual y el lenguaje verbal poseen cualidades y aplicaciones diferentes y el hecho de que puedan complementarse o que un mismo mensaje pueda comunicarse a través de ambos lenguajes no significa que puedan sustituirse. Para determinados mensajes el lenguaje visual es más claro, directo y rápido, como demuestra el boom de las infografías o algo tan común como las señales de tráfico.

El dibujo es la forma más sencilla y directa de construir mensajes visuales y expresarnos gráficamente. Si lo entendemos como una habilidad humana universal y lo equiparamos al lenguaje verbal, resulta evidente la incoherencia que supone que renunciemos a utilizarlo. Nadie deja de escribir porque tenga ‘mala letra’ o porque no sea un gran escritor. ¿Por qué aceptar que estos mismos motivos justifiquen el que dejemos de dibujar? Al fin y al cabo escribir y dibujar no son tan diferentes si consideramos que las letras son grafismos.

Por otro lado, en el mundo actual el desarrollo de nuestras facultades para leer, interpretar de forma crítica y construir mensajes visuales es especialmente importante ya que vivimos inmersos en una cultura dominada por la imagen. Alrededor del 80% de la información que recibimos nos llega a través del sentido de la vista y el lenguaje visual hace que un mensaje sea más atractivo, más accesible a la comprensión, más persuasivo y más fácil de recordar. Vivimos bajo el estímulo permanente de imágenes que nos llegan a través de los medios y canales de comunicación. Este bombardeo continuo de información en forma de imágenes ha hecho que aprendamos de forma autodidacta a leerlas, pero sólo de forma superficial. Por ejemplo, sabemos leer en una imagen publicitaria lo que su creador quiere transmitirnos -las cualidades del producto que nos harán desearlo- pero no somos capaces de interpretar de forma crítica la imagen publicitaria y descifrar qué ideas subliminales nos está trasladando -como estereotipos de género que consolida- o a qué estrategias puede estar recurriendo para manipularnos. La alfabetización visual, entendida como capacidad para producir y leer imágenes, debe ocupar una posición primordial entre las habilidades que ayuda a desarrollar la educación artística.


¿Cómo podemos recuperar la práctica del dibujo y mejorar nuestras competencias en el lenguaje visual?


Es sencillamente una cuestión de práctica pero no es fácil ponerse directamente a dibujar por el placer de hacerlo, lo cual nos llevaría de nuevo al terreno del arte. Si lo que queremos es que nuestros alumnos descubran el potencial del dibujo como herramienta y proceso lo lógico es proponerles actividades en las que pongan en práctica precisamente esto. Estos son algunos ejemplos:

- El bloc de dibujo: Ésta no es una actividad en sí misma sino el “contenedor” de todas las demás. Se trata de que cada alumno elija un bloc de dibujo – escogiendo cuidadosamente el formato, tipo de papel y encuadernado que le invite a dibujar – para realizar en él todos sus dibujos. El objetivo es que lo llevemos siempre encima y aprovechemos cualquier momento para dibujar. La única regla es no arrancar ninguna hoja ni borrar ningún dibujo. Algunas ideas con las que llenar el bloc: esquemas, apuntes y mapas mentales de otras materias o trabajos, visualizaciones de problemas de física o matemáticas; un plano de distribuciones alternativas para tu habitación, la lista (gráfica) de la compra o de lo que llevarás en la maleta a un viaje, un plano para indicar a alguien cómo llegar a algún sitio, garabatos mientras hablas por teléfono, una receta (gráfica) de cocina, dibujos que completan fotografías o recortes, juegos como Pictionary… Las opciones son infinitas y no hace falta dedicar mucho tiempo ni entretenerse en los detalles del dibujo. Mirad cómo hacía la lista de la compra Miguel Ángel.

La lista de la compra de Miguel Ángel en 1518.

- Graphic recording: Es una práctica que se está extendiendo en el ámbito de congresos, cursos y seminarios. Consiste en tomar apuntes visuales de una ponencia (o de una clase) combinando dibujos y texto. Trasladado al aula podemos proyectar un vídeo como una conferencia TED de algún tema de interés para los alumnos para que tomen apuntes de la ideas expuestas de la manera más visual posible. Podemos valorar más positivamente un graphic recording cuanto más claro y fácil de recordar resulte a su creador. Es importante recalcar que no pretende ser estético ni naturalista sino sencillo, completo y esquemático.




- Test de creatividad: Algunos tests de creatividad como el de la imagen no sólo sirven para medir nuestra imaginación sino también para practicar el dibujo. Partiendo de una forma geométrica podemos hacer infinidad de dibujos cuya finalidad no es colgar de las paredes de ningún museo sino visualizar una idea de forma clara y comprensible para cualquiera.



Test de creatividad

El fin último de todas estas actividades es que los alumnos pierdan el miedo a expresarse gráficamente y adquieran progresivamente mayor confianza y destreza para plasmar sus ideas visualmente sobre el papel hasta incorporar la práctica del dibujo como un medio más de expresión útil en todos los ámbitos de su vida personal, académica y profesional.




Bibliografía recomendada y una infografía imprescindible:

- Acaso, M. El lenguaje visual, Paidós, Barcelona, 2006.
- Arnheim, R. El pensamiento visual, Paidós, Barcelona, 1998.
- Berger, J. Sobre el dibujo, Gustavo Gili, Barcelona, 2011.
- Hanks, K. y Belliston, L. El dibujo. La imagen como medio de comunicación, Trillas, México D.F., 1995.

- Jardí, E. Pensar con imágenes, Gustavo Gili, Barcelona, 2012.


Fuente: http://elclipinfinito.com/category/educacion-artistica/



jueves, 19 de junio de 2014

“EL GRAN EQUÍVOCO DEL ARTE CONTEMPORÁNEO: IGNORAR TÉCNICA Y OFICIO”



Fotografía de Günter Brus artista austriaco


Teo Revilla Bravo*




El arte del siglo XX se ha caracterizado sobre todo por los intentos de algunos “entendidos” por elevar a los altares del arte, fuere como fuere, la abstracción y la experimentación, así como por la obsesión de pretender, en contraposición, destruir la forma y echar abajo o minimizar los valores enraizados como términos tradicionales trasmitidos.… Hasta que se ha llegado a un punto de entente, comprobándose cómo todas esas actitudes con las que se intentaron soslayar o destruir legados y prácticas anteriores fracasaron, siguiendo por fortuna vigentes como siempre y con muy buena salud. El arte no entiende de elementos perniciosos que marquen preferencias ni diferencias interesadas; el arte necesita moverse en absoluta libertad y en consonancia con las necesidades que demande la misma sociedad que lo alienta. Todos los movimientos y tendencias son importantes; todos aparecen por un motivo u otro; todos tienen su momento álgido, y por fortuna su continuidad y desarrollo, beneficiándonos de su vivacidad, de su riqueza y prodigalidad, de la magia y del deslumbramiento cultural que nos aportan. Si destruimos la forma –y de eso tienen mucha culpa los poderes públicos con sus modos obtusos de entender la llamada cultura de masas que roza lo dictatorial, modos a menudo snobs a la hora de promocionar artistas supuestamente experimentales y sobre todo afines a sus credos o intereses-, si destruimos la formas, decía, destruiremos el arte y la posibilidad de que los jóvenes puedan moverse independientes, valientes y sin complejos, hurgando o mamando de la propia vida y de los cánones académicos para su formación, así como el impulso a la propia intuición personal que marcará la personalidad trasformadora que puedan tener. Si esto no sucediese así nos quedaríamos ante una peligrosa esterilidad. Sin bases que sustente el arte, no se puede llegar a nada que pueda considerarse razonable. Los grandes maestros de hoy, curiosamente, siguen siendo los clásicos: Rafael, Miguel Ángel, Velázquez, Rembrandt, Goya, etc.…, genios de la pintura que pasaron por el taller, aprendieron con esfuerzo la técnica, y luego, seguros de sí mismos, se independizaron creando su propia escuela. En ellos valoramos la pintura de verdad, ya que no se ha vuelto a pintar de una forma tan total. Es a partir de estos pintores, precisamente, que deviene el arte nuevo; que por otro lado ha de tener constantemente un lenguaje de asombro, un carácter novedoso que se impulse con acierto generación tras generación. No podemos renunciar a esa fuente de cognición artística, ya que sería una postura completamente suicida. A los clásicos, queramos o no, se vuelve siempre. El arte contemporáneo, con la obsesión por destruir formas, técnicas y oficio en pos de una supuesta libertad rompedora, comienza a adolecer de aburrimiento y de falta de ideas, ya que muchas propuestas no tienen un fundamento lo suficientemente fuerte que lo sustente, y menos que lo confirme como guía de futuras generaciones. Sus límites, a estas alturas, están muy marcados: vemos repeticiones y reproducciones, copias y más copias de lo mismo o de algo muy parecido, allá donde ponemos los ojos, como son las grandes concentraciones de arte moderno donde unos pocos deciden qué se ha de llevar, qué obtiene el visto bueno, qué lo que se tiene que vender y comprar. Este montaje se va desvaneciendo poco a poco por puro hastío creativo. 


Si el arte no provoca ideas, habrá que ponerse a reflexionar qué es lo que sucede. La reflexión es un proceso que sustituye a la contemplación. La obra, al no motivar que el público permanezca largo rato de pie observándola, impone una tarea ajena a ella misma, impone un pensamiento desde donde debemos entretenernos y preguntarnos por qué no provoca opiniones... Las nuevas generaciones de artistas intentan romper toda regla, toda contracción, toda represión y condicionamiento. Y ha de ser así, ya que el arte, ante todo y sobre todo, es libertad como decíamos, o no es. El gran valor del arte contemporáneo ya lo dieron las sorprendentes obras de Miró, Picasso o Mondrian hace un siglo, creando un hecho que es ya, por fortuna para el arte, histórico. A partir de ellos, nada nuevo que sea verdaderamente relevante, ha sucedido. Por tanto, el valor del arte contemporáneo, parece ser que es aquel que se le quiera dar, algo que todavía hoy se está debatiendo con exacerbada confusión. El famoso váter de Duchamp -del que ya hemos hablado en alguna otra ocasión en este espacio más extensamente-, una vez se realizó la famosa exposición donde causó un innegable impacto, dejó de tener valor inmediato en cuanto se desmontó, ya que esa pieza no dejaba de ser un váter común y corriente, algo que fuera del contexto de la sala de exposiciones no significaba nada más que lo que era. Un cuadro, en cambio, tiene valor de por sí; un simple váter o cualquier otro objeto utilitario, ya vemos que no. De lo que se deduce que “el arte, a veces, no es arte, sino un mero espejismo”. Dicho esto debo añadir, que nadie es quien para decidir si esto o lo otro es o no es arte, ya que en arte solamente manda el corazón y la sensibilidad de cada individuo. 


Hay cuadros llenos de manchones a lo Pollock, que valen una fortuna; mientras que un hermoso bodegón, pintado con toda la técnica y todo el amor del mundo, queda arrinconado en cualquier museo o galería sin posibilidad de que nadie lo observe, teniendo como posiblemente tenga una carga artística brutal… Es lo de siempre: se paga un nombre, unos comprometidos deseos comerciales, una firma que cumple con esos intereses, un buen márquetin, una moda o tendencia..., y todo juicio apriorístico donde “alguien” impone su criterio sobre qué es y no es arte en la aplicación de una especie de sutil dictadura comercial. Lo que es verdaderamente triste es que el mundo del arte oficial no se interese por valores emergentes, jóvenes artistas que tienen tanto que decir si se les permitiera y favoreciera hacerlo; jóvenes que si logran algo positivo, es debido a su tesón y valía constatada por la reacción entusiasta y significativa de un público que los visita. 


Es un error cada vez más extendido pretender pintar sin saber pintar, o esculpir sin sabe esculpir, etc., etc., etc. Ya que eso es de una petulancia y de una arrogancia que no conduce a ninguna parte. Sin técnica y sin oficio, desengañémonos, no puede haber arte duradero. 



Barcelona.-mayo.-2014.

* Escritor, poeta y artista plástico catalán

©Teo Revilla Bravo.