sábado, 28 de marzo de 2020

BENDICIÓN EXTRAORDINARIA “URBI ET ORBI” DEL PAPA FRANCISCO, 27 DE MARZO DE 2020



No fue teatralidad el escenario para la bendición Urbi et Orbi, que impartió el día de ayer el Papa Francisco. Fue el clima lluvioso imperante en Roma y las condiciones de aislamiento que han llevado al cierre de la Plaza de San Pedro, por la pandemia del coronavirus. 


La bendición 'Urbi et Orbi' 


La bendición 'Urbi et Orbi' es conocida como la bendición Papal, ya que sólo la puede otorgar el Papa. El pontífice la imparte desde la logia de bendiciones de la Basílica de San Pedro. Es dada a la ciudad de Roma y al mundo entero. Esta bendición se da en el día de la Natividad del Señor y en el Domingo de Pascua de la Resurrección, con la Plaza de San pedro totalmente llena; pero también la otorga, al ser elegido sucesor de Pedro 

Un acto único en la historia 


Nunca antes en la historia había tenido lugar una bendición “Urbi et Orbi” de un Papa en la soledad de la Plaza de San Pedro del Vaticano, seguido mundialmente por los creyentes a través de medios de comunicación, algunos de los cuales colapsaron por los miles de fieles que se conectaron simultáneamente de todo el mundo. 

La actual pandemia del corona virus que ha atacado ferozmente a Italia y a otros países del mundo, ha llevado a cerrar escuelas, teatros, cines, estadios, centros de trabajo e iglesias, recluyendo a la gente en sus casas, impidiéndoles recibir físicamente los sacramentos, lo cual resulta sumamente grave ante la alta mortandad causada por la pandemia. Ante ello el Papa Francisco decidió en forma extraordinaria otorgar la bendición "Urbi et Orbi" este viernes “27 de marzo, a todos lo que se unan espiritualmente a este momento de oración, a través de los medios digitales, concediéndoles la indulgencia plenaria, de acuerdo con las condiciones indicadas en el reciente decreto de la Penitenciaría Apostólica”. 

La homilía del Santo Padre 


El acto inició con una profunda homilía del Pontífice, que se transcribe completa: 

«Al atardecer» (Mc 4,35). Así comienza el Evangelio que hemos escuchado. Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas. Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos” (cf. v. 38), también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos. Es fácil identificarnos con esta historia, lo difícil es entender la actitud de Jesús. Mientras los discípulos, lógicamente, estaban alarmados y desesperados, Él permanecía en popa, en la parte de la barca que primero se hunde. Y, ¿qué hace? A pesar del ajetreo y el bullicio, dormía tranquilo, confiado en el Padre —es la única vez en el Evangelio que Jesús aparece durmiendo—. Después de que lo despertaran y que calmara el viento y las aguas, se dirigió a los discípulos con un tono de reproche: « ¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?» (v. 40). 


Tratemos de entenderlo. ¿En qué consiste la falta de fe de los discípulos que se contrapone a la confianza de Jesús? Ellos no habían dejado de creer en Él; de hecho, lo invocaron. Pero veamos cómo lo invocan: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?» (v. 38). No te importa: pensaron que Jesús se desinteresaba de ellos, que no les prestaba atención. Entre nosotros, en nuestras familias, lo que más duele es cuando escuchamos decir: “¿Es que no te importo?”. Es una frase que lastima y desata tormentas en el corazón. También habrá sacudido a Jesús, porque a Él le importamos más que a nadie. 

De hecho, una vez invocado, salva a sus discípulos desconfiados. La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad. La tempestad pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos; todas esas tentativas de anestesiar con aparentes rutinas “salvadoras”, incapaces de apelar a nuestras raíces y evocar la memoria de nuestros ancianos, privándonos así de la inmunidad necesaria para hacerle frente a la adversidad. Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos. « ¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». 

Señor, esta tarde tu Palabra nos interpela, se dirige a todos. En nuestro mundo, que Tú amas más que nosotros, hemos avanzado rápidamente, sintiéndonos fuertes y capaces de todo. Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa. No nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo. Ahora, mientras estamos en mares agitados, te suplicamos: “Despierta, Señor”. 

« ¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe? ». Señor, nos diriges una llamada, una llamada a la fe. Que no es tanto creer que Tú existes, sino ir hacia ti y confiar en ti. En esta Cuaresma resuena tu llamada urgente: “Convertíos”, «volved a mí de todo corazón» (Jl 2,12). Nos llamas a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección. No es el momento de tu juicio, sino de nuestro juicio: el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás. Y podemos mirar a tantos compañeros de viaje que son ejemplares, pues, ante el miedo, han reaccionado dando la propia vida. Es la fuerza operante del Espíritu derramada y plasmada en valientes y generosas entregas. Es la vida del Espíritu capaz de rescatar, valorar y mostrar cómo nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes —corrientemente olvidadas— que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del último show pero, sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo. Frente al sufrimiento, donde se mide el verdadero desarrollo de nuestros pueblos, descubrimos y experimentamos la oración sacerdotal de Jesús: «Que todos sean uno» (Jn 17,21). Cuánta gente cada día demuestra paciencia e infunde esperanza, cuidándose de no sembrar pánico sino corresponsabilidad. Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración. Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el bien de todos. La oración y el servicio silencioso son nuestras armas vencedoras. 


« ¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe? ». El comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación. No somos autosuficientes; solos nos hundimos. Necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas. Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida. Entreguémosle nuestros temores, para que los venza. Al igual que los discípulos, experimentaremos que, con Él a bordo, no se naufraga. Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere. El Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar. 

El Señor se despierta para despertar y avivar nuestra fe pascual. Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor. En medio del aislamiento donde estamos sufriendo la falta de los afectos y de los encuentros, experimentando la carencia de tantas cosas, escuchemos una vez más el anuncio que nos salva: ha resucitado y vive a nuestro lado. El Señor nos interpela desde su Cruz a reencontrar la vida que nos espera, a mirar a aquellos que nos reclaman, a potenciar, reconocer e incentivar la gracia que nos habita. No apaguemos la llama humeante (cf. Is 42,3), que nunca enferma, y dejemos que reavive la esperanza. 

Abrazar su Cruz es animarse a abrazar todas las contrariedades del tiempo presente, abandonando por un instante nuestro afán de omnipotencia y posesión para darle espacio a la creatividad que sólo el Espíritu es capaz de suscitar. Es animarse a motivar espacios donde todos puedan sentirse convocados y permitir nuevas formas de hospitalidad, de fraternidad y de solidaridad. En su Cruz hemos sido salvados para hospedar la esperanza y dejar que sea ella quien fortalezca y sostenga todas las medidas y caminos posibles que nos ayuden a cuidarnos y a cuidar. Abrazar al Señor para abrazar la esperanza. Esta es la fuerza de la fe, que libera del miedo y da esperanza. 

« ¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe? ». Queridos hermanos y hermanas: Desde este lugar, que narra la fe pétrea de Pedro, esta tarde me gustaría confiarlos a todos al Señor, a través de la intercesión de la Virgen, salud de su pueblo, estrella del mar tempestuoso. Desde esta columnata que abraza a Roma y al mundo, descienda sobre vosotros, como un abrazo consolador, la bendición de Dios. Señor, bendice al mundo, da salud a los cuerpos y consuela los corazones. Nos pides que no sintamos temor. Pero nuestra fe es débil y tenemos miedo. Más tú, Señor, no nos abandones a merced de la tormenta. Repites de nuevo: «No tengáis miedo» (Mt 28,5). Y nosotros, junto con Pedro, “descargamos en ti todo nuestro agobio, porque Tú nos cuidas” (cf. 1 P 5,7). 

La Oficina de Prensa vaticana había informado además que, para el “extraordinario momento de oración”, que se prolongó alrededor de una hora, estarían situadas “cerca de la puerta central de la Basílica Vaticana la imagen de María, Salus Populi Romani, y el Crucifijo de San Marcelo”, imágenes ante las cuales Francisco, el tercer domingo de Cuaresma, imploró la protección de quienes sufren en este difícil momento, en otra histórica visita a Santa María La Mayor y a la Iglesia de San Marcelo en Vía del Corso, en el centro de Roma. 

Tras la escucha de la Palabra, de la homilía y la veneración de la imagen del de María y del Crucifijo de San Marcelo, se expuso el Santísimo Sacramento en el altar colocado en el atrio de la Basílica Vaticana. A ello siguió el rito de la Bendición Eucarística ‘Urbi et Orbi’. El Cardenal Angelo Comastri, Arcipreste de la Basílica de San Pedro, pronunció la fórmula para la proclamación de la indulgencia plenaria, según lo establecido en el reciente Decreto de la Penitenciaría Apostólica.


Los que la recibimos, no podemos sino agradecer a Dios su misericordia y al Santo Padre su intermediación, para el perdón de nuestros pecados y el pasaporte directo al Cielo, si llegasemosa fallecer por esta pandemia.

Jorge Pérez Uribe | 28 de marzo de 2020

sábado, 21 de marzo de 2020

CUARESTENA: TIEMPO DE LIMPIEZA POR DENTRO Y FUERA



Nota: Al día de hoy, España roza los 25.000 contagiados de coronavirus, han fallecido 1.326 personas, 1.612 personas están ingresadas en la Unidades de Cuidado Intensivo y 2.125 han recibido el alta. El Gobierno español ha adquirido 640.000 pruebas.


Luis Javier Moxó Soto | 21 de marzo de 2020

Es muy curioso lo que ha pasado, lo que nos ha pasado en esta "CUARESTENA". No se puede decir que no se ha advertido lo del cambio de época, la necesidad de conversión, de cuidar la casa común, de no poner muros frente a los demás, sino de tender puentes, no marginar ni excluir, ser limpios y sinceros con los demás antes de practicar devociones o cultos vacíos, desprovistos de coherencia y misericordia, pero llenos de enfrentamientos, disputas, y soberbia.

En estos días se está poniendo a prueba nuestra inteligencia y paciencia, creatividad, esencialidad de la vida, porque el muro está en la puerta de la casa, o en esa mascarilla y guantes, esa distancia mediante la que tantos se juegan la vida cada día ayudando a los demás, conteniendo, aliviando, curando o acompañando en el duelo de tantos que pasan la enfermedad del coronavirus COVID-19 en tantos hogares, residencias, hospitales saturados y hoteles reconvertidos en éstos, y tantos otros lugares y personas puestos a disposición de la salud, la alimentación y la seguridad de todos. La casa es ya la metáfora del corazón que debe limpiarse, regenerarse, renovarse de la pandemia del miedo, rechazo y la exclusión de los demás.

El supermercado está siendo el símbolo de nuestras necesidades verdaderas, porque también tenemos que depurar de egoísmos, superficialidad, insolidaridad. La realidad está mostrándolo en directo. Las ciudades y barrios vacíos en su mayor parte son el escenario donde se ha de dar luego la manifestación de una humanidad que triunfa porque es más limpia y mejor, no solo porque ha conseguido eliminar, más o menos totalmente, un virus, un mal que atacaba nuestra economía, intereses y bienes varios.

¿Diremos ahora que tenemos lo que nos hemos merecido? ¡Si Dios nos castigara como merecen nuestros pecados, si la naturaleza se revolviera contra nosotros por cómo la estamos maltratando, y por tanta vida pisoteada y asesinada en tanta violencia de género y doméstica, abortos,...! Pero Dios no quiere la muerte sino el cambio de conducta, el arrepentimiento y la vida. Dios es misericordioso, ciertamente, pero también justo. Él cuida de nuestra libertad, queda claro su Amor incondicional, pero respeta nuestra libertad siempre. A través de las circunstancias, y en medio de ellas nos habla. Es el mejor pedagogo, como Buen Padre que es, y que nos mostró su Hijo, Jesucristo.

Todo lo que nos pasa tiene un porqué, está claro para todos. La atención cristiana no toma como última palabra los oráculos de este mundo: noticias (en forma de página web, infografía, vídeo..) que muchas veces saturan, multiplican, se contradicen y confunden, políticos con sus discusiones, incoherencias, decisiones y leyes, ... horóscopos y profecías varias para todo tipo de tribus y preferencias. El cristiano mira la realidad con un ojo y la palabra de Dios con otro, o a la vez, sinópticamente, porque sabe que escribe recto en líneas torcidas, se nos comunica en nuestra realidad más inmediata, es elocuente con Su Providencia en cada uno de los detalles más pequeños de nuestra vida, basta con saber ver lo que pasa, la respuesta que se nos pide en cada instante, de atención, de actitud, de palabra y gesto concretos. 

La Cuaresma de este año 2020, cuarenta días de camino y preparación a la Pascua, ¿quién os lo iba a decir que a viviríamos así todos, creyentes y no creyentes, personas de toda condición, raza, edad...? está siendo una ocasión privilegiada, quizá única, para recapacitar, sin urgencias, dado nuestro aislamiento o retiro forzoso, qué es lo esencial y prioritario en nuestras vidas, que debemos dejar atrás y a qué aferrarnos, qué debemos limpiar tanto en nuestra casa del domicilio particular como la del interior de nuestro corazón... 


Pero no quiero acabar sin decir que es muy fácil caer en el pánico, miedo, la distracción, la evasión y el desaprovechamiento de este encuentro, en los aplausos a todos (nunca diré que está mal la solidaridad y apoyo en estos momentos tan difíciles), en las bromas (más o menos pesadas u ocurrentes), en la creatividad para afrontar juntos esta pandemia con miles de iniciativas solidarias, empáticas, artísticas, informaciones sobre soluciones higiénico-sanitarias, pero lo más importante quizá no sea del todo eso que juzgamos tan importante. 

¿Cuál es la lección de este cambio de época pandémico que me ha tocado a mí personalmente? ¿Cuál es la lección que yo, y no solamente nuestra comunidad humana empezando por la más cercana de familia y grupo cristiano, de trabajo... (pero también) debo aprender? ¿Acaso que he de tener más distancia con los demás (¿más aún que antes?), ¿prevenirme de todo tipo de "contagios" sobre lo que piensan, sienten y dicen los demás?, ... o procurar vivir más desde la conciencia de que solo en Cristo puedo vivir, moverme y existir, que sólo en Él somos Uno? 

Aparte de un descalabro en lo económico después de haber perdido más de lo estimado, con toda probabilidad, en todos los sentidos: económico, social, político, después de habernos saturado en muchos órdenes, si no realizamos ese proceso de limpieza interna y externa, de auténtica regeneración que no podíamos aplazar por más tiempo, en este tiempo tan privilegiado, quizá sí, suspiremos por el fin de este tiempo difícil con el ansia multiplicada, con las ganas de seguir la normalidad, la crítica política, la libertad de salir y gritar, de vivir, la exigencia de compensar tanta falta de trabajo, hambruna, necesidad... pero ¿y la lección? ¿Lo dejaremos en que todo fue la pesadilla de un horrible sueño apocalíptico? ¿Habremos sacado la moraleja, la enseñanza de este comienzo de cambio de época? 

Recemos. Vivamos de la fe. Pongamos más amor y esperanza en este mundo. Donde no lo hay lo habrá. Pidamos el don de la comunión, la paz. 

¿Cómo será la primera Eucaristía, Reconciliación (me refiero al sacramento), Adoración,... Bautismo, Confirmación, en un tiempo libre de virus? El Señor viene y nos salva, siempre, Su Amor nos transforma. Ahora vemos todo y lo vivimos como a través de un cristal oscuro y juzgamos según las apariencias, pero cuando lleguemos a Él conoceremos y amaremos todo como somos conocidos y amados, eso nos dice san Pablo. 

Bienaventurados los que ahora ayudan, consuelan a los que sufren y mueren en el Señor, porque de ellos es el Reino de los Cielos. 

Bendiciones y salud para todos. Que aprendamos y salgamos fortalecidos en todos los sentidos. 


viernes, 6 de marzo de 2020

"DÍAS DE GUARDAR"...




Preámbulo:

El 29 de abril de 2009 el mundo despertó con la noticia de que la influenza AH1N1 era nombrada pandemia por la Organización Mundial de la Salud (OMS).

El surgimiento de este nuevo virus inició en marzo, pero fue hasta abril que los diferentes gobiernos, como el mexicano, comenzaron a hacer oficiales las declaraciones de emergencia y tomaron cartas sobre este hecho.

Seis días antes, el 23 de abril de ese año, el gobierno de Felipe Calderón en México ya había ordenado acciones como la suspensión de clases en todo el territorio nacional, la cancelación de actividades en sitios públicos, la difusión de información sanitaria y más tarde campañas de vacunación.

El mismo 29 de abril el entonces secretario de Salud, José Ángel Córdova, dijo que sólo había siete casos confirmados de muertes relacionadas con esta condición. En Estados Unidos se hablaba de 64 personas contagiadas.

La foto corresponde a la procesión del Viernes Santo del 10 de abril, en donde se puede observar que los fieles que llevan la imagen de Cristo ya llevaban cubre bocas, entonces se me ocurrió escribír este ensayo a principios de mayo, para dar a conocer a mis amigos del extranjero que el gobierno y el pueblo de México habían actuado con responsabilidad para frenar este brote:


"Días de guardar"...

A raíz del conflicto religioso (1926-1929) vino un renacimiento espiritual en todo el país, que se observaba fuertemente desde que empezaba la cuaresma. Mucha gente dejaba de escuchar música, no asistía a fiestas, al teatro o al cine, ayunando todos los viernes, efectuando lecturas religiosas, oraba con frecuencia. Al llegar la semana santa, prácticamente se suspendían todas las actividades escolares y económicas; los centros nocturnos, teatros e incluso “teatros de revista” y bares y cantinas cerraban sus puertas; las escasas salas de cine exhibían películas piadosas, se suspendían las corridas de toros y eventos deportivos y la gente se recluía en sus casas, saliendo básicamente a los actos de carácter religioso. Eran días de luto y recogimiento, eran "días de guardar".

Con el paso del tiempo, la educación laica, y la pérdida de valores religiosos, trajeron la indiferencia religiosa y cada vez se fueron perdiendo más y más estas tradiciones, hasta convertirse en las “vacaciones de primavera”, en donde todo mundo corre a los centros de vacación o de diversión, que amplían sus horarios y capacidad en estas fechas. 

La epidemia del virus de influenza H1N1 ha obligado en estos días a la población, principalmente de la Ciudad de México, a someterse a una rigurosa cuarentena, semejante a la de aquellos años: cero teatros, cines, centros nocturnos, además de cancelación del servicio de restaurantes y cafeterías, cierre de escuelas, museos y centros culturales; los eventos deportivos si bien no se han cancelado, se realizan a puerta cerrada, incluyendo la famosa Copa Fina de natación. Adicionalmente el domingo anterior tuvimos la suspensión de misas en las iglesias. 

“Esta situación puede causar estrés y depresión en la población” argumentan algunos especialistas de la conducta humana y efectivamente así sucede cuando no podemos satisfacer nuestra adicción, llámese esta evasión de la realidad, comilonas, parrandas, sexo, alcohol, casas de juego, etc. 

Por otra parte he observado a parejas y familias paseando felices –obviamente con cubre bocas-, en la ventanas de las casa se oyen amenas charlas. La gente con cubre bocas ya no se mira con recelo, sino con simpatía, como expresando “gracias por protegerme”, el recelo ahora es para el que no se cubre. 

He participado en varias ocasiones en los mal llamados “retiros espirituales” y nunca me he aburrido; aunque hay que aclarar que si se deja la mente a la disipación, esta es abordada por el mal espíritu y entonces si puede uno llegar al más grande tedio. Aunque la situación no es la de un “retiro espiritual” el romper temporalmente con las adicciones que nos embargan y reencontrarnos con la familia, indudablemente serán de gran beneficio. 

Pero no solamente en el plan personal o familiar se está dando esta situación, también en el terreno social se nota esta solidaridad, esta conciencia de protección al otro. Personalmente me encuentro maravillado por la madurez que está demostrando nuestra población y por el valor con que las autoridades han encarado el problema. Considero que por primera vez en décadas hemos roto con el famoso “no pasa nada” y hemos reconocido que ahora si pasa algo y muy serio y hemos tomado medidas, en algunos casos, drásticas, aunque impliquen pérdida de turismo e incluso cierre de fuentes de trabajo. 

Leía el otro día al “sociólogo de la religión” Bernardo Barranco que escribía que mucha gente considera esta epidemia como un “castigo divino” y me preguntaba de donde sacará los prototipos de estas expresiones, ya que por ningún lado he escuchado, ni leído en los medios, alguna opinión en ese sentido. En cambio se de mucha gente que ora en familia por los difuntos, gobernantes, personal médico y compatriotas. 

Tengo la convicción que a pesar de las escasas muertes ocurridas, de las pérdidas económicas, de las dificultades para las madres trabajadoras, de la mengua en los ingresos de quienes han tenido que suspender actividades, esta situación finalmente redundará en una mejor convivencia de la población, en un reencuentro consigo misma y con Dios, y en un reposicionamiento de México como un país responsable en la comunidad internacional, que prefirió sufrir los efectos económicos de esta cuarentena y no como Estados Unidos, que prefirió callar hasta que los muertos hicieron evidente el problema.

Jorge Pérez Uribe