lunes, 25 de abril de 2022

¿LES QUEDA CLARO QUIÉN DIRIGE LA DEFENSA DE UCRANIA?

 

Secretarios Austin y Blinken de EE.UU. con el presidente Zelenski. Foto de EFE


Estados Unidos reabrirá su embajada en Ucrania tras dos meses de guerra


En su visita a Kiev los secretarios Austin y Blinken informaron que Estados Unidos reabrirá su embajada en Ucrania

Joaquín López Dóriga | Abril 25, 2022

El Gobierno de Estados Unidos reabrirá esta semana su embajada en Ucrania, cerrada tras el comienzo de la invasión de Rusia, y cree que, con la oportuna asistencia, Kiev puede ganar esta guerra, de la que este domingo se cumplieron dos meses.

“El primer paso para ganar es creer que puedes ganar y nosotros creemos que Ucrania puede ganar si recibe el apoyo que necesita”, aseguró el secretario de Defensa estadounidense, Lloyd Austin, quien visitó Kiev junto al secretario de Estado, Antony Blinken, y se reunió con el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski.

En una rueda de prensa en la frontera polaco-ucraniana, Austin calificó de “muy positiva” la reunión con Zelenski que se centró, sobre todo, en lo que Ucrania necesita ahora para repeler la invasión.

Austin tiene previsto celebrar este martes en Berlín un encuentro con responsables de Defensa europeos, incluido el ministro ucraniano del ramo, Oleksii Reznikov.

Blinken, por su parte, afirmó que “Rusia ya fracasó y Ucrania logró el éxito”, porque el objetivo de Moscú era privar a los ucranianos de su soberanía e independencia, algo que no ha logrado.

En medio de la sorpresiva y breve visita de los dos altos funcionarios de EE.UU. a Kiev, llevada a cabo en el mayor de los hermetismos, se supo que Washington reanudará su actividad diplomática en Ucrania esta semana con el regreso de su personal inicialmente a la ciudad de Leópolis, en el oeste del país, una población cercana a la frontera con Polonia que no ha sufrido apenas los bombardeos del Ejército ruso.

Así, la administración de Joe Biden anunciará oficialmente en breve el nombramiento de un nuevo embajador en Ucrania, cargo que recaerá en Bridget Brink, diplomática de carrera que actualmente es la titular de la embajada estadounidense en Eslovaquia, según medios locales norteamericanos.

En el encuentro en Kiev, Blinken y Austin hablaron con Zelenski de asuntos relacionados con la asistencia en materia de defensa, el apoyo financiero y las garantías de seguridad que precisa Ucrania tras haber sido invadida militarmente por Rusia, informó el servicio de prensa del presidente ucraniano.

Zelenski entregó a la parte estadounidense un plan de acción para fortalecer las sanciones contra la Federación Rusa redactado por el grupo internacional de expertos Yermak-McFaul, que fue creado por iniciativa del propio presidente ucraniano.

En particular, este plan propone la ampliación de sanciones a Rusia que incluyan al petróleo y al gas, el transporte, nuevas prohibiciones en el área financiera y más restricciones a la actividad de empresas estatales rusas.

También se pide reconocer a Rusia como un estado patrocinador del terrorismo.

“Agradecemos la asistencia sin precedentes de Estados Unidos a Ucrania. Me gustaría agradecer al presidente Biden personalmente y en nombre de todo el pueblo ucraniano su liderazgo en el apoyo a Ucrania, por su clara posición personal”, dijo Zelenski en su nota.

También subrayó que el apoyo de 3 mil 400 millones de dólares ya proporcionado por Estados Unidos es la mayor contribución para fortalecer las capacidades de defensa de Ucrania.

Según el presidente, “esta asistencia ya ha ayudado a llevar las capacidades de defensa de Ucrania a un nivel cualitativamente nuevo, lo cual es extremadamente importante para las tropas ucranianas que defienden la patria en el frente”.

Y en este tema insistió Blinken: la estrategia para el futuro consiste en “un apoyo masivo a Ucrania y una presión masiva sobre Rusia”.

Este lunes, Blinken también tuiteó: “Vi el coraje y la resiliencia del pueblo ucraniano de primera mano durante mi visita a Kiev con @SecDef Austin. Durante nuestra reunión con el presidente @ZelenskyyUA, reafirmamos nuestro apoyo inquebrantable a Ucrania mientras resiste la agresión rusa”.

Moscú sigue intentando separar a Occidente y a la OTAN, pero en tanto hay nuevos estados que buscan adherirse a la Alianza Atlántica. “Queremos ver una comunidad internacional más unida, especialmente la OTAN”, dijo Austin por su parte.

De forma paralela a esta visita, Biden publicó un mensaje en su cuenta de Twitter en el que recordó que este domingo se cumplieron dos meses del inicio de la invasión de Ucrania por parte del Ejército ruso.

“Dos meses después de que (el presidente ruso Vladimir) Putin lanzara un ataque no provocado e injustificado contra Ucrania, Kiev sigue en pie. El presidente Zelenski y su gobierno elegido democráticamente permanecen en el poder, aseguró Biden.

Han pasado “dos meses de heroica resistencia nacional a la agresión rusa. Estoy agradecido a @POTUS (Biden) y al pueblo de EE.UU. por su liderazgo en el apoyo a Ucrania. ¡Hoy el pueblo ucraniano está unido y fuerte, y la amistad y la asociación (entre los dos países) son más fuertes que nunca!”, contestó, a su vez, el mandatario ucraniano en Twitter.

Mientras, el Ejército ruso continuó una jornada más centrando sus ataques en poblaciones de las regiones prorrusas de Lugansk y Donetsk, en el este de Ucrania, donde se han producido asaltos y bombardeos de diversa índole.

Con esta nueva ofensiva, Moscú pretende ocupar zonas de estas regiones y establecer una ruta que le permita unir esos territorios y la península de Crimea, en el sur del país y ocupada por los rusos desde 2014.

Con información de EFE

Fuente:https://lopezdoriga.com/internacional/estados-unidos-reabrira-embajada-ucrania/?fbclid=IwAR1tHNhcpj63S7KPoG-Ye_TJwlEPN6yC-cE6EAjD_Girk5L3CE1szcDHpZQ

lunes, 18 de abril de 2022

«PILATO DIJO, ¿QUÉ ES LA VERDAD?»


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Predicación del Viernes Santo 2022 por el cardenal Raniero Cantalamessa:

En el relato de la Pasión, el evangelista Juan da especial importancia al diálogo de Jesús con Pilato y sobre él sobre queremos reflexionar algún minuto, antes de continuar con nuestra liturgia.

Todo comienza con la pregunta de Pilato: «¿Eres tú el rey de los judíos?» (Jn 18,33). Jesús quiere que Pilato entienda que la pregunta es más seria de lo que cree, pero que tiene un significado solo si no repite simplemente una acusación de otros. Por eso, pregunta a su vez: «¿Dices esto por ti mismo, o te han dicho otros de mí?».

Trata de llevar a Pilato a una visión más elevada. Le habla de su reino, un reino que «no es de este mundo». El procurador solo entiende una cosa: que no se trata de un reino político. Si se quiere hablar de religión, él no quiere entrar en este tipo de asuntos. Por eso, pregunta con ironía evidente: «Entonces, ¿tú eres Rey?» «Jesús respondió: Tú lo dices: yo soy rey» (Jn 18,37).

Al declarar que es rey, Jesús se expone a la muerte; pero en lugar de disculparse negándolo, lo afirma fuertemente. Revela su origen superior: «Vine al mundo…»: por lo tanto, misteriosamente existía antes de la vida terrenal, viene de otro mundo. Vino a la tierra ser testigo de la verdad. Trata a Pilato como un alma que necesita luz y verdad y no como a un juez. Se interesa en el destino del hombre Pilato, más que en el suyo personal. Con su llamada a recibir la verdad, quiere inducirle a entrar en sí mismo, a mirar las cosas con un ojo diferente, a colocarse por encima de la contienda momentánea con judíos.

El procurador romano capta la invitación que Jesús le dirige, pero sobre este tipo de especulaciones es escéptico e indiferente. El misterio que barrunta en las palabras de Jesús le da miedo y prefiere terminar la conversación. Murmura dentro de sí, encogiéndose de hombros: «¿Qué es la verdad?» y sale del pretorio.

¡Qué actual es esta página del Evangelio! Incluso hoy, como en el pasado, el hombre se pregunta: «¿Qué es la verdad?». Pero, como Pilato, da la espalda distraídamente al que dijo: «He venido al mundo para dar testimonio de la verdad» y «¡Yo soy la Verdad!» (Jn 14,6).

A través de Internet he seguido innumerables debates sobre religión y ciencia, sobre fe y ateísmo. Una cosa me ha llamado la atención: horas y horas de diálogo, sin mencionar nunca el nombre de Jesús. Y si la parte creyente a veces se atrevía a nombrarlo y aducir el hecho de su resurrección de entre los muertos, inmediatamente se trataba de cerrar el discurso no pertinente al tema. Todo sucede «etsi Christus non daretur»: como si nunca hubiera existido en el mundo un hombre llamado Jesucristo.

¿Cuál es el resultado de ello? La palabra «Dios» se convierte en un recipiente vacío que cada uno puede llenar a su antojo. Pero precisamente por esta razón Dios se preocupó por dar contenido a su nombre mismo. «El Verbo se hizo carne.» ¡La Verdad se hizo carne! De ahí el arduo esfuerzo por dejar a Jesús fuera del discurso sobre Dios: ¡Él quita al orgullo humano cualquier pretexto para decidir, él, lo que Dios es!

«¡Ah, ciertamente: Jesús de Nazaret!», se objeta. «¡Pero si alguno duda si ha existido!» Un conocido escritor inglés del siglo pasado —conocido por el gran público por ser el autor del ciclo de novelas y películas «El Señor de los Anillos», John Ronald Tolkien— en una carta, dio esta respuesta a su hijo que le presentaba la misma objeción:

Se necesita una sorprendente voluntad de no creer para suponer que Jesús nunca existió o que no dijo las palabras que se le atribuyen, pues son imposibles de inventar por cualquier otro ser en el mundo: «Antes de que Abraham existiera, yo soy» (Jn 8,58); y «El que me ve a mí ve al Padre» (Jn 14,9).

La única alternativa a la verdad de Cristo, agregaba el escritor, es que se trata de «un caso de megalomanía demente y fraude gigantesco». ¿Podría tal caso, sin embargo, resistir veinte siglos de feroz crítica histórica y filosófica, y producir los frutos que ha producido?

Hoy se va más allá del escepticismo de Pilato. Hay quien piensa que ni siquiera se debe uno plantear la pregunta «¿Qué es la verdad?», ¡porque la verdad, simplemente, no existe! «¡Todo es relativo, nada es cierto! ¡Pensar lo contrario es una presunción intolerable!» Ya no hay espacio para «los grandes relatos sobre el mundo y la realidad», incluidos aquellos sobre Dios y sobre Cristo.

Hermanos y hermanas ateos, agnósticos o todavía en búsqueda (si hay alguien escuchando): no es un pobre predicador como yo quien ha pronunciado las palabras que estoy a punto de pronunciar; él es uno de vosotros, uno a quien muchos de vosotros admiráis, de quien escribís y de quien, tal vez, también os consideráis, de alguna manera, discípulos y continuadores: ¡Søeren Kierkegaard!

Se habla mucho —dice él—. de miserias humanas; se habla mucho de vidas desperdiciadas. Pero desperdiciada es sólo la vida de ese hombre que nunca se dio cuenta, porque nunca tuvo, en el sentido más profundo, la impresión de que hay un Dios y que él —precisamente él, su yo—, está ante este Dios.

Se dice: ¡hay demasiada injusticia, demasiado sufrimiento en el mundo como para creer en Dios! Es cierto, pero pensemos en cuánto más absurdo y desesperanzador se vuelve el mal que nos rodea, sin fe en un triunfo final del bien. La resurrección de Jesús de entre los muertos es la promesa y la garantía cierta de que el triunfo existirá, porque ya ha comenzado con Él.

Si tuviera el coraje de san Pablo, también yo debería gritar: «¡Os lo ruego: Dejaos reconciliar con Dios!» (2 Cor 5,20). ¡No desperdicies tampoco vuestra vida! No abandonéis este mundo como Pilato salió del Pretorio, con esa pregunta en suspenso: «¿Qué es la verdad?» Es demasiado importante. Se trata de saber si hemos vivido para algo, o en vano.

El diálogo de Jesús con Pilato ofrece, sin embargo, la ocasión para otra reflexión dirigida esta vez a nosotros los creyentes y hombres de Iglesias, no a los de fuera: «¡Tu gente y tus sacerdotes me han entregado!»: Gens tua et pontifices tradiderunt te mihi (Jn 18,35). ¡Los hombres de la Iglesia, tus sacerdotes te han abandonado; han descalificado tu nombre con crímenes horrendos! ¿Y deberíamos seguir creyendo en ti todavía?

También a esta terrible objeción me gustaría responder con las palabras que el mismo escritor recordado escribía al hijo:

Nuestro amor se podrá enfriar y nuestra voluntad rasguñar por el espectáculo de las deficiencias, la locura y los pecados de la Iglesia y sus ministros, pero no creo que quien ha creído de verdad una vez abandone la fe por estas razones, y menos aún quien tiene algún conocimiento de la historia… Esto es cómodo porque nos empuja a apartar la vista de nosotros mismos y de nuestras faltas y encontrar un chivo expiatorio… Creo que soy tan sensible a los escándalos como lo eres tú y cualquier otro cristiano. He sufrido mucho en mi vida a causa de sacerdotes ignorantes, cansados, débiles y, a veces, incluso malos.

Por lo demás, era de esperar un resultado de este tipo. Comenzó antes de la Pascua con la traición de Judas, la negación de Simón Pedro, la huida de los apóstoles… ¿Llorar, entonces? Sí —recomendaba Tolkien al hijo—, pero por Jesús —por lo que debe soportar— antes que por nosotros. Lloramos –agregamos hoy– con las víctimas y por las víctimas de nuestros pecados.

Una conclusión para todos, creyente y no creyente. Este año celebramos la Pascua no con el sonido de las campanas, sino con el ruido en nuestros oídos de bombas y explosiones no lejanas de aquí. Recordemos lo que Jesús respondió una vez a la noticia de la sangre que Pilato había hecho correr, y del derrumbe de la torre de Siloé: «Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera» (Lc 13,5). Si no cambiáis vuestras lanzas en guadañas, vuestras espadas en arados (Is 2,4) y vuestros misiles en fábricas y casas, ¡todos pereceréis de la misma manera!

Los acontecimientos nos han recordado de repente algo. Los arreglos del mundo cambian de un día para otro. Todo pasa, todo envejece; todo —no sólo «la bendita juventud»—, falla. Solo hay una forma de escapar de la corriente del tiempo que arrastra todo detrás de ti: ¡pasar a lo que no pasa! ¡Pon tus pies en tierra firme! Pascua significa tránsito. Tengamos todos este año una verdadera Pascua: Venerados Padres, hermanos y hermanas: ¡pasemos a Aquel que no pasa! ¡Pasemos ahora con el corazón, antes de pasar un día con el cuerpo!

©Traducido del original italiano por Pablo Cervera Barranco

viernes, 8 de abril de 2022

LA EUCARISTÍA COMO PRESENCIA REAL DEL SEÑOR




Cuarta predicación de Cuaresma, 1 de abril de 2022, Cardenal Raniero Cantalamessa, OFMCap

Después de nuestras catequesis mistagógicas (*)  sobre las tres partes de la Misa – liturgia de la palabra, consagración y comunión – meditemos hoy en la Eucaristía como presencia real de Cristo en la Iglesia.

¿Cómo afrontar un misterio tan elevado e inaccesible? Nos vienen a la mente de inmediato las infinitas teorías y discusiones existentes en torno a ella, las divergencias entre católicos y protestantes, entre latinos y ortodoxos, que llenaban los libros en los que hemos estudiado teología, nosotros que ya tenemos una cierta edad, y estamos tentados de pensar que es imposible decir todavía algo más sobre este misterio que pueda edificar nuestra fe y caldear nuestro corazón, sin deslizarnos inevitablemente en la polémica interconfesional.

Pero es precisamente ésta la obra maravillosa que el Espíritu Santo está realizando en nuestros días entre todos los cristianos. Nos impulsa a reconocer qué gran parte había, en nuestras disputas eucarísticas, de presunción humana de poder encerrar el misterio en una teoría o, incluso, en una palabra, así como la voluntad de prevalecer sobre el adversario. Nos impulsa a arrepentirnos de haber reducido la prenda de amor y de unidad que nos dejó nuestro Señor a un objeto privilegiado de nuestras disputas.

La vía para ponernos en marcha sobre este camino del ecumenismo eucarístico es la vía del reconocimiento recíproco, la vía cristiana del ágape, es decir, del compartir, o de las “diferencias reconciliadas”, come dice nuestro Santo Padre. No se trata de pasar por encima de las divergencias reales, o de disminuir en algo la auténtica doctrina católica. Se trata, más bien, de poner en común los aspectos positivos y los valores auténticos que hay en cada una de las tradiciones, de modo que podamos constituir una «masa» de verdad común que comience a atraernos hacia la unidad.

Es increíble cómo algunas posiciones católicas, ortodoxas y protestantes, en torno a la presencia real, resultan divergentes entre sí y destructivas, cuando son contrapuestas y vistas como alternativas entre sí; mientras que, por el contrario, aparecen como maravillosamente convergentes, si se mantienen unidas en equilibrio. Es la síntesis que debemos empezar a hacer; debemos examinar las grandes tradiciones cristianas, para quedarnos «con lo bueno» de cada una, como nos exhorta el Apóstol (cf. 1 Tes 5,21). Esta es la única forma en que podemos esperar llegar un día a sentarnos todos alrededor de la misma mesa.

[*] Son las catequesis post-bautismales, conocidas como mistagógicas, que atendían a los ritos celebrados en la Vigilia Pascual (Bautismo, Confirmación y Eucaristía).


Una presencia real, pero escondida: la tradición latina




Vayamos, pues, a visitar con este espíritu las tres principales tradiciones eucarísticas —latina, ortodoxa y protestante— para edificarnos con las riquezas de cada una de ellas y reunirlas a todas en el tesoro común de la Iglesia. La idea que tendremos, al final, del misterio de la presencia real resultará más rica y viva.

En la visión de la teología y de la liturgia latina, el centro indiscutido de la acción eucarística, del que brota la presencia real de Cristo, es el momento de la consagración. En él Jesús actúa y habla en primera persona. San Ambrosio, por ejemplo, escribe:

Este pan es pan antes de las palabras sacramentales; pero, una vez que recibe la consagración, el pan se convierte en carne de Cristo… ¿Con qué palabras se realiza la consagración y quién las dijo? ¡Con las palabras que dijo el Señor Jesús! Porque todo lo que se dice antes son palabras del sacerdote, alabanzas a Dios, oraciones en que se pide por el pueblo, por los reyes, por los demás; pero cuando se llega al momento en que se realiza el sacramento venerable, el sacerdote ya no usa palabras suyas, sino de Cristo. Luego es la palabra de Cristo la que hace (conficit) este sacramento… Mira, pues, qué poder (operatorius) tiene la palabra de Cristo… Antes de la consagración no existía el cuerpo de Cristo, pero después de la consagración te digo que ya es cuerpo de Cristo. Él lo dijo y se hizo, Él lo mandó y fue creado (cf. Sal 33,9).

Podemos hablar, en la visión latina, de un realismo cristológico. “Cristológico” porque toda la atención se dirige aquí a Cristo, visto tanto en su existencia histórica y encarnada, como en la de Resucitado; Cristo es tanto el objeto como el sujeto de la Eucaristía, es decir, aquel que es realizado en la Eucaristía y el que realiza la Eucaristía. “Realismo” porque este Jesús no es visto presente sobre el altar simplemente como un signo o un símbolo, sino en verdad y con su realidad. Dicho realismo cristológico, por poner un ejemplo, es visible en el canto Ave verum que dice: «Salve, verdadero cuerpo, nacido de María Virgen, que realmente has sufrido y fuiste inmolado en la cruz por el hombre, de cuyo costado atravesado manó sangre y agua…»

El concilio de Trento, a continuación, precisó mejor esta forma de concebir la presencia real, utilizando tres adverbios: vere, realiter, substantialiter. Jesús está presente verdaderamente, no sólo en imagen o en figura; está presente realmente, no sólo subjetivamente, para la fe de los creyentes; está presente sustancialmente, es decir, según su realidad profunda que es invisible a los sentidos, y no según su apariencia que sigue siendo la del pan y el vino.

Podía existir, es verdad, el peligro de caer en un «crudo» realismo, o en un realismo exagerado. Pero el remedio a dicho peligro está en la misma tradición. San Agustín clarificó, de una vez por todas, que la presencia de Jesús en la Eucaristía tiene lugar in sacramento. En otras palabras, no es una presencia física, sino sacramental, mediada por signos que son, precisamente, el pan y el vino. En este caso, sin embargo, el signo no excluye la realidad, sino que la hace presente, en el único modo con el que el Cristo resucitado que «vive en el Espíritu» (1 Pe 3,18) puede hacérsenos presente, mientras vivimos todavía en el cuerpo.

Santo Tomás de Aquino —el otro gran artífice de la espiritualidad eucarística occidental, junto con san Ambrosio y san Agustín— dice lo mismo, al hablar de una presencia de Cristo «según la sustancia» bajo las especies del pan y del vino . Decir, en efecto, que Jesús se hace presente en la Eucaristía con su sustancia, significa que se hace presente con su realidad verdadera y profunda, que sólo puede ser alcanzada mediante la fe. En el himno Adoro te devote, que refleja fielmente el pensamiento del santo Doctor y que ha servido más que muchos libros para plasmar la piedad eucarística latina, se dice: “La vista, el tacto, el gusto, son aquí falaces; sólo queda la fe en tu palabra”: “Visus tactus gustus in te fallitur – sed auditu solo tuto creditur”.

Jesús está presente, pues, en la Eucaristía, de un modo único que no tiene parangón en otro lugar. Ningún adjetivo, por sí solo, es suficiente para describir dicha presencia; ni siquiera el adjetivo «real». Real viene de res (cosa) y significa: a modo de cosa o de objeto; pero Jesús no está presente en la Eucaristía como una «cosa» o un objeto, sino como una persona. Si se quiere dar justamente un nombre a esta presencia, sería mejor llamarla simplemente presencia «eucarística», porque se realiza solamente en la Eucaristía.

La acción del Espíritu Santo: la tradición ortodoxa





La teología latina presenta muchas riquezas, pero no agota —ni podría hacer-lo— el misterio. Le ha faltado, al menos en el pasado, el debido relieve al Espíritu Santo, que es también esencial para comprender la Eucaristía. Así pues, nos volvemos hacía Oriente para interrogar a la tradición ortodoxa, con un ánimo, sin embargo, bien distinto al de antaño; no ya inquietos por las diferencias, sino felices por la complementación que ésta proporciona a nuestra visión latina.

En la tradición ortodoxa, en efecto, resalta de manera especial la acción del Espíritu Santo en la celebración eucarística. Esta comparación ha traído sus frutos, después del concilio Vaticano II. Hasta entonces, en el Canon Romano de la Misa, la única mención del Espíritu Santo era la que, por inciso, se hacía en la doxología final: «Por Cristo, con él y en él… en la unidad del Espíritu Santo…» Ahora, en cambio, todos los cánones nuevos recogen una doble invocación del Espíritu Santo: una sobre las ofrendas, antes de la consagración, y otra sobre la Iglesia, después de la consagración.
Las liturgias orientales han atribuido siempre la realización de la presencia real de Cristo sobre el altar a una operación especial del Espíritu Santo. En la anáfora, llamada de Santiago, en uso en la Iglesia antioquena, el Espíritu Santo es invocado con estas palabras:

Envía sobre nosotros y sobre estos santos dones presentados, tu santísimo Espíritu, Señor y dador de vida, que está sentado contigo, Dios y Padre, y con tu único Hijo. Él reina consustancial y coeterno; ha hablado en la ley y en los profetas y en el Nuevo Testamento; descendió, bajo forma de paloma, sobre nuestro Señor Jesucristo en el río Jordán, posándose sobre él; descendió sobre los santos apóstoles el día de Pentecostés, bajo la forma de lenguas de fuego. Envía este Espíritu tuyo, tres veces santo, Señor, sobre nosotros y sobre estos santos dones presentados, para que, por su venida, santa, buena y gloriosa, santifique este pan y lo transforme en el santo cuerpo de Cristo (Amén); santifique este cáliz y lo transforme en la sangre preciosa de Cristo (Amén).

Hay aquí bastante más que un simple añadido de la invocación del Espíritu Santo. Hay una mirada amplia y penetrante en toda la historia de la salvación que ayuda a descubrir una dimensión nueva del misterio eucarístico. Partiendo de las palabras del símbolo niceno-constantinopolitano que definen al Espíritu Santo como «Señor» y «dador de vida», «que habló por los profetas», se amplía la perspectiva hasta trazar una auténtica «historia» de la acción del Espíritu Santo en la salvación.

La Eucaristía lleva a cumplimiento esta serie de intervenciones prodigiosas. El Espíritu Santo, que en Pascua irrumpió en el sepulcro y, «tocando» el cuerpo inanimado de Jesús, lo hizo revivir, en la Eucaristía repite este prodigio. Desciende sobre el pan y sobre el vino, que son elementos muertos y les da la vida, los transforma en el cuerpo y en la sangre viviente del Redentor. Verdaderamente —como dijo el mismo Jesús hablando de la Eucaristía— «es el Espíritu el que da la vida» (Jn 6,63). Un gran representante de la tradición eucarística oriental, Teodoro de Mopsuestia, escribe:

En virtud de la acción litúrgica, nuestro Señor está como resucitado de entre los muertos y, por la venida del Espíritu Santo, distribuye su gracia sobre todos nosotros… Cuando el sacerdote declara que este pan y este vino son el cuerpo y la sangre de Cristo, afirma que se han transformado por el contacto del Espíritu Santo. Sucede lo mismo que en el cuerpo natural de Cristo cuando recibió el Espíritu Santo y su unción. En ese momento, con la venida del Espíritu Santo, creemos que el pan y el vino reciben una especie de unión de gracia. Y desde entonces los consideramos como el Cuerpo y la Sangre de Cristo, inmortales, incorruptibles, impasibles e inmutables por naturaleza, como el Cuerpo mismo de Cristo en la resurrección.

Sin embargo, es importante tener en cuenta una cosa que nos permite ver cómo incluso la tradición latina tiene algo que ofrecer a los hermanos ortodoxos. El Espíritu Santo no actúa separadamente de Jesús, sino en la palabra de Jesús. De él dice Jesús: «No hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga… Él me dará gloria porque recibirá de lo mío y os lo anunciará» (Jn 16,13-14). Por eso no hay que separar, y mucho menos contraponer, las palabras de Jesús («Esto es mi Cuerpo») de las palabras de la epíclesis («Que este mismo Espíritu santifique estas ofrendas, para que se conviertan en el Cuerpo y en la Sangre de Jesucristo»).

La llamada a la unidad para los católicos y los hermanos ortodoxos, se eleva desde las profundidades mismas del misterio eucarístico. Aunque el recuerdo de la institución y la invocación del Espíritu sucedan en momentos distintos (el hombre no puede expresar el misterio en un solo instante), su acción, sin embargo, es conjunta. La eficacia proviene, ciertamente, del Espíritu (no del sacerdote, ni de la Iglesia), pero dicha eficacia se ejerce en la palabra de Cristo y a través de ella.

La eficacia que hace presente a Jesús sobre el altar no viene —como he dicho— de la Iglesia, pero —y añado— no tiene lugar sin la Iglesia. Ella es el instrumento vivo a través del cual y junto con el cual obra el Espíritu Santo. En la venida de Jesús sobre el altar sucede lo mismo que en la venida final en gloria: «El Espíritu y la Esposa» (la Iglesia) «dicen» a Jesús: «Ven» (cf. Ap 22,17). Y él viene.

La importancia de la fe: la espiritualidad protestante


La tradición latina ha puesto de relieve «quién» está presente en la Eucaristía: Cristo; la tradición ortodoxa ha resaltado «por quién» se obra su presencia: por el Espíritu Santo; la teología protestante pone de relieve «sobre quién» se obra dicha presencia; en otras palabras, en qué condiciones el sacramento obra, de hecho, en quien lo recibe, lo que significa. Estas condiciones son distintas, pero se resumen en una palabra: la fe.

No nos detengamos en seguida en las consecuencias negativas sacadas, en determinados períodos del principio protestante según el cual los sacramentos no son más que «signos de la fe». Pasemos por encima de la polémica y los malentendidos, y démonos cuenta de que esta enérgica llamada a la fe es saludable precisamente para salvaguardar el sacramento y no hacer que degenere en una de tantas «buenas obras», o en algo que actúa mecánica y mágicamente, casi a espaldas del hombre. En el fondo, se trata de descubrir el profundo significado de esa exclamación que la liturgia hace resonar al final de la consagración y que, en un tiempo —aún nos acordamos de ello—, estaba incluso insertada en el centro de la fórmula de la consagración, como para subrayar que la fe es parte esencial del misterio: Mysterium fidei, «Este es el misterio de nuestra fe».

La fe no «hace», sino que sólo «recibe» el sacramento. Sólo la palabra de Cristo, repetida por la Iglesia y hecha eficaz por el Espíritu Santo, «hace» el sacramento. Pero, ¿de qué serviría un sacramento «hecho», pero no «recibido»? A propósito de la Encarnación, hombres como Orígenes, san Agustín o san Bernardo, dijeron: «¿De qué me sirve que Cristo haya nacido de María una vez en Belén, si no nace también, por la fe, en mi corazón?» Lo mismo se debe decir también de la Eucaristía: ¿de qué me sirve que Cristo esté realmente presente sobre el altar, si no está presente para mí? No existe música alguna allí donde no hay ningún oído que pueda escucharla. Ya durante el tiempo en que Cristo estaba físicamente presente en la tierra, era necesaria la fe; de lo contrario —como él mismo repite tantas veces en el Evangelio— su presencia no servía de nada, o servía más bien como condenación: «¡Ay de ti Corazón, ay de ti Cafarnaúm»!

La fe es necesaria para que la presencia de Jesús en la Eucaristía sea, no sólo «real», sino también «personal», es decir, de persona a persona. En efecto, una cosa es «estar» y otra «estar presente». La presencia supone alguien que está presente y alguien a quien se hace presente; supone comunicación recíproca, el intercambio entre dos sujetos libres que toman conciencia el uno del otro. Es mucho más, pues, que un simple estar en un determinado lugar.

Semejante dimensión subjetiva y existencial de la presencia eucarística no anula la presencia objetiva que precede la fe del hombre, es más, la supone y la valora. Lutero, que tanto ensalzó la función de la fe, es también uno de los que ha sostenido con mayor vigor la doctrina de la presencia real de Cristo en el sacramento del altar. En el famoso coloquio de Marburgo de 1529 el afirmó:

No puedo entender las palabras “Esto es mi cuerpo”, de manera distinta de como suenan. Tendrán que probar los demás que allí donde dice “Esto es mi cuerpo”, no está el cuerpo de Cristo. No quiero escuchar explicaciones basadas en la razón. No admito disputa alguna sobre palabras tan claras; rechazo los argumentos de razón o de sentido común. Demostraciones materiales, argumentos geométricos: rechazo todo esto por completo. Dios está por encima de las matemáticas, y hay que adorar y cumplir con estupor las palabras de Dios.

Esta rápida mirada que hemos dado a las distintas tradiciones cristianas es suficiente para hacernos vislumbrar el inmenso don que se hace presente a la Iglesia cuando las distintas confesiones cristianas deciden poner en común sus bienes espirituales, como hacían los primeros cristianos, de quienes se dice que lo «tenían todo en común» (Hch 2,44). Es éste el mayor ágape, a nivel de toda la Iglesia, que el Señor hace que deseemos ver de corazón, para alegría de nuestro Padre común y para el fortalecimiento de su Iglesia.


Sentimiento de presencia


Hemos llegado al final de nuestra breve peregrinación eucarística a través de las diversas confesiones cristianas. Hemos recogido también nosotros algunas cestas de fragmentos que han sobrado de la gran multiplicación de los panes que ha tenido lugar en la Iglesia. Pero no podemos terminar aquí nuestra meditación sobre el misterio de la presencia real. Sería como haber recogido los fragmentos y no comérselos. La fe en la presencia real es algo grande, pero no nos basta; al menos no basta la fe entendida en un cierto modo. No basta tener una idea exacta, profunda, teológicamente perfecta de la presencia real de Jesús en la Eucaristía. Cuántos teólogos lo saben todo sobre dicho misterio, pero no conocen la presencia real. Porque, en sentido bíblico, uno «conoce» algo sólo si lo experimenta. Conoce verdaderamente el fuego sólo quien, al menos una vez, ha sido alcanzado por una llama y ha tenido que echarse atrás rápidamente para no quemarse.

San Gregorio de Nisa nos dejó una expresión estupenda para indicar este nivel más alto de fe; habla de «un sentimiento de presencia» que se tiene cuando alguien es atrapado por la presencia de Dios y tiene una cierta percepción (no sólo una idea) de que él está presente. No se trata de una percepción natural; es fruto de una gracia que opera como una ruptura de nivel, un salto de calidad.

Hay una analogía muy importante con lo que ocurría cuando, después de la resurrección, Jesús se dejaba reconocer por alguien. Era algo imprevisto que, de repente, cambiaba por completo el estado de una persona. Pocos días después de la resurrección los apóstoles están pescando en el lago, y aparece un hombre en la orilla. Se entabla un diálogo a distancia: « ¿Tenéis algo de comer?», responden: « ¡No!». Pero, de pronto, salta una chispa en el corazón de Juan y lanza un grito: « ¡Es el Señor!», y entonces todo cambia y corren hacia la orilla (cf. Jn 21,4ss.). Lo mismo sucede, aunque de modo más sereno, con los discípulos de Emaús; Jesús caminaba con ellos, «pero sus ojos eran incapaces de reconocerlo»; finalmente, en el gesto de partir el pan «se les abrieron los ojos y lo reconocieron» (Lc 24,13ss.).

Algo parecido tiene lugar el día en que un cristiano, después de haber recibido tantas y tantas veces a Jesús en la Eucaristía, finalmente, por un don de la gracia, lo «reconoce».

De la fe y del «sentimiento» de la presencia real, debe florecer espontáneamente la reverencia y, más aún, la ternura hacia Jesús sacramentado. Es éste un sentimiento tan delicado y personal que sólo con hablar de él se corre el riesgo de estropearlo. San Francisco de Asís tenía el corazón lleno de tales sentimientos hacia Jesús en la Eucaristía. Se conmueve frente a Jesús en el sacramento, como en Greccio se conmueve frente al Niño de Belén; lo ve tan confiado a los hombres, tan desamparado, tan humilde. En su Carta a toda la Orden escribe palabras de fuego que queremos escuchar ahora como dirigidas a nosotros al final de nuestra meditación sobre la presencia real de Jesús en la Eucaristía:

Ved vuestra dignidad, hermanos sacerdotes, y sed santos, porque él es santo… Gran miseria y miserable debilidad, que cuando lo tenéis tan presente a él en persona, vosotros os preocupéis de cualquier otra cosa en todo el mundo. ¡Tiemble el hombre entero, que se estremezca el mundo entero, y que el cielo exulte, cuando sobre el altar, en las manos del sacerdote, está Cristo, el Hijo del Dios vivo! ¡Oh admirable celsitud y asombrosa condescendencia! ¡Oh humildad sublime! ¡Oh sublimidad humilde, pues el Señor del universo, Dios e Hijo de Dios, de tal manera se humilla, que por nuestra salvación se esconde bajo una pequeña forma de pan! Ved, hermanos, la humildad de Dios y derramad ante él vuestros corazones; humillaos también vosotros para que seáis ensalzados por él. Por consiguiente, nada de vosotros retengáis para vosotros, a fin de que os reciba todo entero el que se os ofrece todo entero.

Cardenal Raniero Cantalamessa OFM Cap.

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©Traducido del original italiano por Pablo Cervera Barranco


1. SAN AMBROSIO, Sobre los sacramentos IV, 14-16: PL 16,439ss; [trad. esp. Explicación del símbolo. Los sacramentos. Los misterios (Ed. P. Cervera) (Ciudad Nueva, Madrid 2005)].
2. Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO, Summa theologiae, III, q.75, a.4.
3. TEODORO DE MOPSUESTIA, Homilías catequéticas XVI, 11s.: Studi e Testi 145,551s [trad. esp. El Padrenuestro, el bautismo y la Eucaristía. Catequesis mistagógicas XI-XVI (Ed. F.J. López Saéz) (Sígueme, Salamanca 2022)].
4. Cf. Actas del Coloquio de Marburgo de 1529, en Obras de Lutero (ed. Weimar) 30,3,110ss.).
5. SAN GREGORIO DE NISA. Sobre el Cantar XI, 5,2: PG 44,1001 (aisthesis parousias).


Fuente:https://caminocatolico.com/4a-predicacion-de-cuaresma-del-cardenal-cantalamessa-al-papa-1-4-2022-la-fe-es-necesaria-para-que-la-presencia-de-jesus-en-la-eucaristia-sea-real-y-personal/

domingo, 3 de abril de 2022

LA CONSTRUCCIÓN DE VLADIMIR PUTIN

El recorrido de 22 años en los que el líder de Rusia pasó de estadista a tirano.




Por Roger Cohen | 31 de marzo de 2022

PARÍS — El 25 de septiembre de 2001, el presidente ruso Vladimir Putin se dirigió al Parlamento alemán en lo que llamó “el idioma de Goethe, Schiller y Kant”, aprendido durante su estancia en Dresde, Alemania, como oficial del KGB. “Rusia es una nación europea amiga”, declaró. “La paz estable en el continente es un objetivo primordial para nuestra nación.”

El líder ruso, que el año anterior, a los 47, había sido elegido tras un ascenso meteórico desde la oscuridad, pasó a describir los “derechos y libertades democráticos” como el “objetivo clave de la política interior de Rusia”. Los miembros del Bundestag se pusieron de pie para aplaudir la reconciliación que Putin parecía encarnar en Berlín, una ciudad que durante mucho tiempo simbolizó la división entre Occidente y el mundo totalitario soviético.

Norbert Röttgen, un representante de centroderecha que durante varios años dirigió la Comisión de Asuntos Exteriores del Parlamento, fue una de las personas que se levantó para aplaudir la intervención del líder ruso. “Putin nos cautivó”, dijo. “Su voz era bastante suave, en alemán, una voz que te tienta a creer lo que te dicen. Teníamos ciertos motivos para pensar que había una perspectiva viable de unión”.

Hoy, esa unión está hecha trizas. Ucrania arde, asolada por el ejército invasor que Putin envió para demostrar su convicción de que la nacionalidad ucraniana es un mito. Más de 3,7 millones de ucranianos se han convertido en refugiados; la cifra de muertos se incrementa en una guerra de más de un mes de duración y esa voz ronroneante de Putin se ha transformado en el furioso discurso de un hombre encorvado que tacha de “escoria y traidores” a cualquier ruso que se resista a la violencia de su cada vez más estricta dictadura.

Una familia de refugiados de Ucrania llegando a una estación de tren en Budapest este mes. Credit...Mauricio Lima para The New York Times.

Este mes, Putin prometió que a sus opositores —una “quinta columna” manipulada por Occidente— no les irá bien, mientras hacía una mueca por el estancamiento de la guerra relámpago que tenía prevista en Ucrania. Los verdaderos rusos, dijo, “los escupirían como un mosquito que se les metió en la boca por casualidad” y así lograrán la “necesaria autodepuración de la sociedad”.

Este distaba de ser el lenguaje de Kant y era más bien el de la exaltación nacionalista fascista mezclada con la juventud de Putin en San Petersburgo, tan dura y pendenciera.

Entre estas voces de razón e incitación, entre estos hombres en apariencia diferentes, se encuentran 22 años de poder y cinco presidentes de Estados Unidos. Mientras China ascendía, mientras Estados Unidos luchaba y perdía sus guerras eternas en Irak y Afganistán, mientras la tecnología conectaba al mundo en una red, un enigma ruso comenzaba a formarse en el Kremlin.

¿Se equivocaron Estados Unidos y sus aliados, por exceso de optimismo o ingenuidad, con Putin desde el principio? ¿O con el tiempo se transformó en el belicista revanchista de la actualidad, ya sea por la percepción de una provocación occidental, por la acumulación de agravios o por la vertiginosa intoxicación de un gobierno prolongado y —desde el inicio de la pandemia de COVID-19— cada vez más aislado?

Putin es un enigma, pero también es una figura tremendamente pública. Visto desde la perspectiva de su temeraria apuesta en Ucrania, surge la imagen de un hombre que aprovechó para considerar casi todos los movimientos de Occidente como un desprecio a Rusia, y quizás también a sí mismo. A medida que aumentaban los agravios, poco a poco, año a año, la diferencia se difuminaba. En efecto, se convirtió en el Estado, se fusionó con Rusia, sus destinos se fundieron en una visión cada vez más mesiánica de la restauración de la gloria imperial.

De las cenizas del imperio


“Creo que, para Putin, la tentación respecto a Occidente era que lo veía como instrumento para construir una gran Rusia”, dijo Condoleezza Rice, la exsecretaria de Estado que se reunió varias veces con Putin durante la primera fase de su gobierno. “Siempre estuvo obsesionado con los 25 millones de rusos atrapados fuera de la Madre Rusia por la desintegración de la Unión Soviética. Una y otra vez lo planteó. Por eso, para él, el fin del imperio soviético fue la mayor catástrofe del siglo XX”.

Pero si el resentimiento irredentista estaba al acecho, junto con la sospecha de un espía soviético hacia Estados Unidos, Putin tenía otras prioridades iniciales. Era un patriota servidor del Estado. La Rusia poscomunista de la década de 1990, gobernada por Boris Yeltsin, el primer líder del país elegido libremente, se había desmoronado.

En 1993, Yeltsin ordenó bombardear el Parlamento para reprimir una insurgencia; murieron 147 personas. Occidente tuvo que proporcionar a Rusia ayuda humanitaria, tan grave era su colapso económico y tan generalizada su pobreza extrema que grandes sectores industriales fueron vendidos por un precio irrisorio a una clase emergente de oligarcas. Para Putin, todo esto representaba el caos. Una humillación.

En 1993, Boris Yeltsin, predecesor de Putin, ordenó bombardear el Parlamento ruso para acabar con una insurgencia. Credit...Sergei Karpukhin/Associated Press

“Odiaba lo que le ocurría a Rusia, odiaba la idea de que Occidente tuviera que ayudarla”, dijo Christoph Heusgen, principal asesor diplomático de la ex canciller alemana Ángela Merkel entre 2005 y 2017. El primer manifiesto político de Putin para la campaña presidencial de 2000 consistía en revertir los esfuerzos de Occidente por transferir el poder del Estado al mercado. “Para los rusos”, escribió, “un Estado fuerte no es una anomalía contra la que luchar”. Al contrario, “es la fuente y el garante del orden, el iniciador y el principal motor de cualquier cambio”.

Pero Putin no era marxista, aunque reinstaurara el himno nacional de la época de Stalin. Había visto el desastre de una economía planificada centralizada, tanto en Rusia como en Alemania Oriental, donde sirvió como agente del KGB entre 1985 y 1990.

El nuevo mandatario trabajaría con los oligarcas creados por el caótico capitalismo de libre mercado y el clientelismo, siempre y cuando le demostraran una lealtad absoluta. De no ser así, serían expulsados. Si esto era una democracia, era una “democracia soberana”, una frase adoptada por los principales estrategas políticos de Putin, que hace hincapié en la segunda palabra.

Marcado, hasta cierto punto, por su ciudad natal, San Petersburgo, construida por Pedro el Grande a principios del siglo XVIII como una “ventana hacia Europa”, y por su experiencia política inicial allí, desde 1991, cuando trabajaba en la alcaldía para atraer inversiones extranjeras, Putin parece haberse abierto con cautela a Occidente al principio de su mandato.

En el año 2000, habló con el expresidente Bill Clinton de la posibilidad de que Rusia entrara en la OTAN, una idea que nunca llegó a concretarse. Conservó un acuerdo de asociación de Rusia con la Unión Europea firmado en 1994. En 2002 se creó un Consejo OTAN-Rusia. El hombre de San Petersburgo rivalizaba con el Homo Sovieticus.

Se trataba de un delicado acto de equilibrio, para el que el disciplinado Putin estaba preparado. “Nunca hay que perder el control”, le dijo al director de cine estadounidense Oliver Stone en The Putin Interviews, un documental de 2017. Una vez se describió a sí mismo como “un experto en relaciones humanas”. Los legisladores alemanes no fueron los únicos que se dejaron seducir por este hombre de rasgos impasibles e intención implacable, perfeccionados como agente de inteligencia.

“Hay que entender que viene del KGB, mentir es su profesión, no es un pecado”, comentó Sylvie Bermann, embajadora de Francia en Moscú de 2017 a 2020. “Es como un espejo, se adapta a lo que ve, de la forma en que fue entrenado.”

Pocos meses antes del discurso en el Bundestag, Putin conquistó al expresidente George W. Bush, quien, tras su primer encuentro en junio de 2001, dijo que había mirado a los ojos del presidente ruso y que le había parecido “muy directo y digno de confianza”. Yeltsin, igualmente convencido, ungió a Putin como su sucesor apenas tres años después de su llegada a Moscú en 1996.

“Putin se orienta de forma muy precisa hacia una persona”, me dijo en una entrevista en 2016 en Washington Mijaíl Jodorkovski, quien era el hombre más rico de Rusia antes de cumplir una década en una colonia penal siberiana y de que su empresa fuera disuelta por la fuerza. “Si quiere caerte bien, te caerá bien.”

La última vez que vi a Jodorkovski, en Moscú en octubre de 2003, fue pocos días antes de su detención por agentes armados por cargos de malversación. Me había hablado entonces de sus audaces ambiciones políticas, un delito de lesa majestad inaceptable para Putin.

El ascenso del autócrata


Putin, como le gusta hacer, nos hizo esperar durante muchas horas. Parecía una pequeña demostración de superioridad, una pequeña descortesía que infligiría incluso a Rice, similar a la de llevar a su perro a una reunión con Merkel en 2007, cuando sabía que a ella le daban miedo los perros.

“Entiendo por qué tiene que hacer esto”, dijo Merkel. “Para demostrar que es un hombre.”

Putin llevó un perro a una reunión en 2007 con la entonces canciller alemana Ángela Merkel, de quien se sabía le tenía miedo a los canes. Credit...Axel Schmidt/Agencie France-Prese — Getty Images

Cuando por fin comenzó la entrevista con tres periodistas del New York Times, Putin se mostró cordial y concentrado, cómodo en su fuerte dominio de los detalles. “Estamos firmemente en el camino del desarrollo de la democracia y de la economía de mercado”, dijo, y añadió: “por su mentalidad y cultura, el pueblo de Rusia es europeo”.

En ese momento, Putin ya había tomado medidas drásticas contra los medios de comunicación independientes, había llevado a cabo una brutal guerra en Chechenia que supuso la destrucción de Grozni, su capital, y había colocado a funcionarios de seguridad —conocidos como silovikí— al frente de su gobierno. A menudo eran viejos compañeros de San Petersburgo, como Nikolai Patrushev, actual secretario del Consejo de Seguridad de Putin. La primera regla de un oficial de inteligencia es la sospecha.

Grozni, la capital de Chechenia, en 2000. Putin ordenó arrasar la ciudad para acabar con un movimiento separatista. Credit...Dmitry Belyakov/Associated Press

La impresión predominante fue la de un hombre dividido tras su inquebrantable mirada. El francés Michel Eltchaninoff, autor de En la cabeza de Vladimir Putin, dijo que había “un barniz de liberalismo en su discurso a principios de la década de 2000”, pero la atracción de restaurar el poder imperial ruso y así vengar la percepción de que Rusia era relegada a lo que el presidente Barack Obama llamaría “una potencia regional”, fue siempre el impulso más profundo de Putin.

Nacido en 1952, en una ciudad que en ese entonces se llamaba Leningrado, Putin creció a la sombra de la guerra de los soviéticos con la Alemania nazi, conocida por los rusos como la Gran Guerra Patria. Su padre fue gravemente herido, un hermano mayor murió durante el brutal asedio alemán de 872 días a la ciudad, y un abuelo había trabajado para Stalin como cocinero. Los inmensos sacrificios del Ejército Rojo para derrotar al nazismo no eran abstractos, sino palpables dentro de su modesta familia. Desde joven, Putin aprendió, como suele decir, que “al débil se le vence”.

“Occidente no valoró lo suficiente la fuerza del mito soviético, el sacrificio militar y el revanchismo en él”, dijo Eltchaninoff, cuyos abuelos eran todos rusos. “Cree profundamente que el hombre ruso está dispuesto a sacrificarse por una idea, mientras que al hombre occidental le gusta el éxito y la comodidad.”

Putin dio una muestra de esa comodidad a Rusia en los primeros ocho años de su presidencia. La economía avanzaba a todo vapor y la inversión extranjera llegaba a raudales. “Fue tal vez la época más feliz de la vida del país, con niveles de prosperidad y de libertad nunca igualados en la historia de Rusia”, dijo Alexander Gabuev, investigador principal del Centro Carnegie de Moscú.

Gabuev, que, como miles de rusos liberales, huyó a Estambul desde que comenzó la guerra en Ucrania, añadió que “había mucha corrupción y concentración de riqueza, pero también mucha bonanza. Y recuerda que en los años noventa todo el mundo era más pobre que una rata”. Ahora la clase media podía ir de vacaciones a Turquía o Vietnam.

Timothy Snyder, un destacado historiador del fascismo, lo expresó en estos términos: “Habiendo jugado con un Estado de derecho autoritario, sencillamente se convirtió en el oligarca en jefe y convirtió al Estado en el mecanismo ejecutor de su clan oligárquico”.

Sin embargo, el país más grande de la Tierra, que se extiende a lo largo de 11 husos horarios, necesitaba algo más que la recuperación económica para volver a ponerse en pie. Putin se había formado en un mundo soviético que sostenía que Rusia no sería una gran potencia si no dominaba a sus vecinos. Los rumores a las puertas del país pusieron en entredicho esa doctrina.

En noviembre de 2003, la Revolución de las Rosas en Georgia puso a ese país camino a Occidente. En 2004 —el año de la segunda expansión de la OTAN tras la Guerra Fría, que incluyó a Estonia, Lituania, Letonia, Bulgaria, Rumanía, Eslovaquia y Eslovenia—, en Ucrania estallaron protestas callejeras masivas, conocidas como la Revolución Naranja. Estas manifestaciones también surgieron del rechazo a Moscú y la aceptación de un futuro occidental.

Ahí comenzó el giro de Putin de la cooperación con Occidente a la confrontación. Sería lento, pero la dirección general estaba marcada. Una vez, cuando Merkel le preguntó cuál había sido su mayor error, el presidente ruso respondió: “Confiar en usted”.

El enfrentamiento con Occidente


A partir de 2004, se hizo evidente un claro endurecimiento de la Rusia de Putin, lo que Rice, exsecretaria de Estado, denominó “una ofensiva en la que empezaron a circular estas historias de vulnerabilidad y contagio democrático”.

Antes de que terminara ese año, el mandatario eliminó las elecciones para los gobernadores regionales, convirtiéndolos en personas designadas por el Kremlin. Debido a su propaganda indiscriminada, la televisión rusa se parecía cada vez más a la televisión soviética.

Para Putin, la expansión de la OTAN hacia países que habían formado parte de la Unión Soviética o de su imperio de Europa del Este en la posguerra representaba una traición estadounidense. La amenaza de una democracia occidental exitosa a sus puertas parece haber evolucionado hasta convertirse en una amenaza más inmediata para su sistema cada vez más represivo.

“La pesadilla de Putin no es la OTAN, sino la democracia”, dijo Joschka Fischer, exministro alemán de Relaciones Exteriores que se reunió varias veces con Putin. “Son las revoluciones de colores, las miles de personas en las calles de Kiev. Una vez que abrazó una ideología imperial y militar como base de una Rusia como potencia mundial, fue incapaz de tolerar esto”.

Aunque Putin ha presentado a una Ucrania de tendencia occidental como una amenaza para la seguridad rusa, se trataba más bien de una amenaza para su propio sistema autoritario. Radek Sikorski, exministro polaco de Relaciones Exteriores, dijo: “Por supuesto, Putin tiene razón en que una Ucrania democrática integrada en Europa y con éxito es una amenaza mortal para el putinismo. Esa, más que la pertenencia a la OTAN, es la cuestión”.

Al presidente ruso no le gustan las amenazas mortales, ya sean reales o imaginarias. Si alguien dudaba de la crueldad de Putin, en 2006 los convenció de ella. Su aversión a la debilidad lo hizo proclive a la violencia. Sin embargo, las democracias occidentales tardaron en asimilar esta lección básica.

Necesitaban a Rusia, y no solo por su petróleo y gas. El mandatario ruso era un importante aliado potencial en lo que se conoció como la guerra global contra el terrorismo. Coincidía con su propia guerra en Chechenia y con una tendencia a verse a sí mismo como parte de una batalla civilizatoria en nombre del cristianismo.

Putin con el presidente George W. Bush en Liubliana, Eslovenia, en junio de 2001. A la izquierda, Condoleezza Rice, entonces asesora de seguridad nacional de Bush. Credit... Larry Downing/Reuters

No obstante, Putin se sentía mucho menos cómodo con la “agenda de la libertad” que Bush anunció en el discurso de su renovación de mandato en enero de 2005, un compromiso para promover la democracia en todo el mundo en aras de una visión neoconservadora. En cada movimiento a favor de la libertad, Putin veía ahora la mano oculta de Estados Unidos. ¿Y por qué Bush no iba a incluir a Rusia en su ambicioso programa?

Al llegar a Moscú como embajador de Estados Unidos en 2005, William Burns, ahora director de la CIA, envió un mensaje sobrio, en el que se disipaba todo el optimismo de la posguerra fría. “Rusia es demasiado grande, demasiado orgullosa y demasiado consciente de su propia historia como para encajar en una ‘Europa entera y libre’”, escribió. Como relata en sus memorias, The Back Channel, Burns añadió que el “interés de Rusia por desempeñar un papel distintivo de Gran Potencia” causaría “a veces problemas significativos”.

Cuando François Hollande, el expresidente francés, se reunió con Putin varios años después, se sorprendió al ver que se refería a los estadounidenses como “yanquis”, y en términos mordaces. Estos yanquis “nos han humillado, nos han puesto en segundo lugar”, le dijo Putin. La OTAN era una organización “agresiva por naturaleza”, utilizada por Estados Unidos para presionar a Rusia, incluso para agitar movimientos democráticos.

“Se expresó de forma fría y calculadora”, dijo Hollande. “Es un hombre que siempre quiere demostrar una especie de determinación implacable, pero también con un tono de seducción, casi de dulzura. Un tono agradable se alterna con arrebatos brutales, que así se hacen más eficaces”.

Cuanto más seguro estaba de su poder, más parecía que Putin volvía a la hostilidad hacia Estados Unidos en la que se había formado. Los bombardeos de la OTAN sobre Belgrado en 1999, durante la guerra de Kosovo, y la invasión de Irak por parte de Estados Unidos en 2003, ya le habían infundido una sana desconfianza hacia las invocaciones estadounidenses de la Carta de las Naciones Unidas y el derecho internacional. Convencido del excepcionalismo de Rusia, de su destino inevitable de ser una gran potencia, no podía soportar el excepcionalismo estadounidense, la percepción de que Estados Unidos lanzaba su poder en nombre de un destino único, de una misión inherente para difundir la libertad en un mundo en el que Estados Unidos era la única potencia hegemónica.

En 2007, estos rencores llegaron a su punto álgido en el feroz discurso que Putin pronunció en la Conferencia de Seguridad de Múnich. “Un Estado y, por supuesto, en primer lugar Estados Unidos, ha sobrepasado sus fronteras nacionales en todos los sentidos”, declaró ante una audiencia conmocionada. Tras la Guerra Fría se había impuesto un “mundo unipolar” con “un centro de autoridad, un centro de fuerza, un centro de toma de decisiones”.

El resultado era un mundo “en el que hay un solo amo, un solo soberano y, al final, esto es pernicioso”. Más que pernicioso, era “extremadamente peligroso”, y su consecuencia era que “nadie se siente seguro”.
La amenaza de la expansión de la OTAN

Después del discurso que Putin pronunció en Múnich, Alemania aún tenía esperanzas. Merkel, quien creció en Alemania del Este, y habla ruso con fluidez, había entablado una relación con el mandatario. Putin puso a sus dos hijos en la escuela alemana de Moscú tras su regreso de Dresde. Le gustaba citar poemas alemanes. “Había una afinidad”, dijo Heusgen, el principal asesor diplomático de Merkel. “Un entendimiento”.

Sin embargo, trabajar con Putin no significaba que se le podía influir. “Creíamos con firmeza que no sería bueno incorporar a Georgia y Ucrania a la OTAN”, dijo Heusgen. “Traería inestabilidad”, agregó. Heusgen señaló que el artículo 10 del Tratado de la OTAN establece que cualquier miembro nuevo debe estar en condiciones de “contribuir a la seguridad del área del Atlántico Norte”. Merkel no tenía claro cómo harían eso ambos países.

Sin embargo, durante el último año de la presidencia de Bush, Estados Unidos no estaba dispuesto a transigir. Bush quería un “plan de acción para la adhesión” de Ucrania y Georgia, un compromiso específico para incorporar a ambos países a la alianza, que se anunciaría en la cumbre de la OTAN de abril de 2008 en Bucarest, Rumania. La expansión de la OTAN había garantizado la seguridad y la libertad de 100 millones de europeos liberados del imperio totalitario soviético; no debía detenerse.

En su calidad de embajador, Burns se opuso. En un mensaje a Rice, que en ese momento era confidencial, escribió: “La entrada de Ucrania en la OTAN es la más evidente de todas las líneas rojas para la élite rusa (no solo para Putin)”. En más de dos años y medio de conversaciones con los principales actores rusos, desde los matones idiotas de los oscuros recovecos del Kremlin hasta los más agudos críticos liberales de Putin, todavía no he encontrado a nadie que vea a Ucrania en la OTAN como algo distinto a un desafío directo a los intereses rusos”.

Ya en febrero de 2008, Estados Unidos y muchos de sus aliados habían reconocido la independencia de Kosovo de Serbia, una declaración unilateral que Rusia rechazó por considerarla ilegal, así como una afrenta a una nación eslava. Bermann, exembajadora de Francia en Moscú, recordó que el ministro de Relaciones Exteriores ruso, Sergey Lavrov, le advirtió en aquel momento: “Tenga cuidado, es un precedente, se utilizará en su contra”.

Francia se unió a Alemania en Bucarest para oponerse al plan de acción para la adhesión a la OTAN de Georgia y Ucrania. “Alemania no quería nada”, recordó Rice. “Dijo que no se podía acoger a un país con un conflicto congelado como Georgia”, en alusión al tenso enfrentamiento entre Georgia y las repúblicas separatistas de Osetia del Sur y Abjasia, apoyadas por Rusia.

A lo que el Sikorski, ministro de Relaciones Exteriores polaco, replicó: “¡Ustedes fueron un conflicto congelado durante 45 años!”.

Fue difícil hacer concesiones. La declaración de los líderes de la OTAN manifestó que Ucrania y Georgia “se convertirán en miembros de la OTAN”. Pero nunca se aprobó un plan de acción que hiciera posible esa adhesión. Ucrania y Georgia se quedaron con una promesa vacía, condenadas a vagar indefinidamente en una tierra de nadie estratégica, mientras que Rusia enfureció y dejó entrever una división que podría aprovechar más adelante.

“Hoy vemos la declaración y pensamos que fue el peor de los mundos”, dijo Thomas Bagger, el saliente principal asesor diplomático del presidente alemán.

Putin acudió a Bucarest y pronunció lo que Rice describió como un “discurso emotivo”, en el que sugería que Ucrania era un país inventado, destacaba la presencia de 17 millones de rusos en ese territorio y calificaba a Kiev como la madre de todas las ciudades rusas, una afirmación que luego se convertiría en su obsesión.

Para Sikorski, el discurso de Putin no fue sorprendente. Ese año había recibido una carta de Vladimir Zhirinovski, un feroz nacionalista ruso que entonces era vicepresidente de la Duma, en la que sugería que Polonia y Rusia se repartieran Ucrania. “No respondí”, dijo Sikorski. “No nos dedicamos a cambiar las fronteras.”

Sin embargo, a pesar de todas las diferencias, Putin todavía no se había endurecido hasta la hostilidad absoluta. El presidente Bush y Rice se dirigieron a Sochi, el centro turístico favorito de Putin, en la costa del Mar Negro.

Putin mostró los lugares previstos para los Juegos Olímpicos de Invierno de 2014. Les presentó a Dmitri Medvédev, su viejo socio que se convertiría en presidente en mayo, como parte de una maniobra coreografiada para respetar los límites constitucionales rusos de los mandatos, pero permitir que Putin regrese al Kremlin en 2012 tras un periodo como primer ministro.

Hubo bailarines cosacos. Algunos estadounidenses bailaron y el ambiente era muy bueno.

Tres meses después, estalló una guerra de cinco días en Georgia. Rusia la calificó de operación de “imposición de la paz”. Tras haber provocado un impetuoso ataque georgiano contra sus fuerzas de representación en Osetia del Sur, Rusia invadió Georgia. Su objetivo estratégico era neutralizar cualquier ambición de adhesión de Georgia a la OTAN; lo que se consiguió en gran medida. Moscú reconoció la independencia de Abjasia y Osetia del Sur, integrándolas en Rusia.

Putin, a su manera deliberada, había dado un primer ultimátum, sin una respuesta occidental significativa.
Nosotros contra ellos

El 7 de mayo de 2012, mientras una salva de 30 cañonazos resonaba en Moscú y policías antimotines camuflados acorralaban a los manifestantes, Putin regresó a la presidencia rusa. Nervioso y cada vez más convencido de la perfidia y la decadencia de Occidente, había cambiado en muchos aspectos.

La policía antidisturbios dispersó a los manifestantes en el centro de Moscú que protestaban por el regreso de Putin a la presidencia en mayo de 2012 Credit...Sergey Ponomarev/Associated Press

El estallido de grandes protestas callejeras cinco meses antes, en las que los manifestantes llevaban pancartas que decían “Putin es un ladrón”, había cimentado su convicción de que Estados Unidos estaba decidido a provocar una revolución de colores en Rusia. Las manifestaciones estallaron después de unas elecciones parlamentarias en diciembre de 2011 que fueron ampliamente consideradas como fraudulentas por los observadores nacionales e internacionales. Los disturbios fueron finalmente aplastados.

En ese momento Putin acusó a Hillary Clinton, que en ese entonces era la secretaria de Estado, de ser la principal instigadora. “Ella marcó el tono para algunos actores en nuestro país y les dio una señal”, dijo. Clinton replicó que, en consonancia con los valores de Estados Unidos, “expresamos preocupaciones que creíamos bien fundadas sobre el desarrollo de las elecciones”.

El estallido de grandes protestas callejeras cinco meses antes, en las que los manifestantes llevaban pancartas que decían “Putin es un ladrón”, había cimentado su convicción de que Estados Unidos estaba decidido a provocar una revolución de colores en Rusia. Las manifestaciones estallaron después de unas elecciones parlamentarias en diciembre de 2011 que fueron ampliamente consideradas como fraudulentas por los observadores nacionales e internacionales. Los disturbios fueron finalmente aplastados.

En ese momento Putin acusó a Hillary Clinton, que en ese entonces era la secretaria de Estado, de ser la principal instigadora. “Ella marcó el tono para algunos actores en nuestro país y les dio una señal”, dijo. Clinton replicó que, en consonancia con los valores de Estados Unidos, “expresamos preocupaciones que creíamos bien fundadas sobre el desarrollo de las elecciones”.

Todo ello pese a los intentos del gobierno Obama de “reajustar” las relaciones con Rusia durante los cuatro años que pasó en el cargo el menos duro Medvédev, que siempre estuvo en deuda con Putin.

Sin embargo, la idea de que Putin supusiera una amenaza seria para los intereses de Estados Unidos fue descartada en Washington, porque toda la atención estaba centrada en derrotar a Al Qaeda. Después de que el gobernador Mitt Romney dijera que la mayor amenaza geopolítica a la que se enfrentaba Estados Unidos era Rusia, el presidente Obama se burló de él.

“La Guerra Fría acabó hace más de 20 años”, dijo Obama a modo de lección despectiva durante un debate presidencial de 2012.

Rusia, bajo la presión de Estados Unidos, no emitió su voto en 2011 en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para una intervención militar en Libia, que autorizaba “todas las medidas necesarias” para proteger a los civiles. Cuando, en opinión de Putin, esta misión se transformó en la búsqueda del derrocamiento de Muamar el Gadafi, asesinado por las fuerzas libias, el presidente ruso montó en cólera. Para él fue una confirmación más de la ilegalidad con que actuaba Estados Unidos internacionalmente.

Había algo más en juego. “A Putin lo atormentaba la brutal eliminación de Gadafi”, dijo Mark Medish, quien fue director principal de asuntos rusos, ucranianos y euroasiáticos en el Consejo de Seguridad Nacional durante la presidencia de Clinton. “Me dijeron que repetía los videos una y otra vez.” La eliminación de un dictador se sintió como algo personal.

Michel Duclos, quien fungió como embajador de Francia en Siria y que ahora es asesor especial del Institut Montaigne de París, un grupo de expertos, considera que Putin tomó la “decisión de una repolarización” definitiva en 2012. “Se había convencido de que Occidente estaba en decadencia tras la crisis financiera de 2008”, afirmó Duclos. “El camino a seguir era la confrontación”, agregó el experto.

En este enfrentamiento, Putin se había armado con refuerzos culturales y religiosos. Se presentó a sí mismo como la encarnación machista de los valores cristianos ortodoxos conservadores contra el abrazo irreligioso de Occidente al matrimonio entre personas del mismo sexo, el feminismo radical, la homosexualidad, la inmigración masiva y otras manifestaciones de “decadencia”.

Putin se ha transformado en defensor del cristianismo ortodoxo. Credit...Foto de consorcio por Alexei Nikolsky

Según Putin, Estados Unidos y sus aliados pretendían globalizar estos valores subversivos bajo la cobertura de la promoción de la democracia y los derechos humanos. La Santa Rusia se opondría a esta nefasta homogeneización. El putinismo, tal y como ahora se concretaba, se oponía a un Occidente impío y acechante. Moscú volvió a tener una ideología. La de la resistencia conservadora, y atraía a los líderes de la derecha en toda Europa y más allá.

También era, al parecer, un reflejo de algo más. Cuando, en el documental de Oliver Stone, se le pregunta a Putin si alguna vez tiene “días malos”, su respuesta es: “No soy una mujer, así que no tengo días malos”. Presionado un poco por el generalmente deferente Stone, el presidente ruso opina: “Es la naturaleza de las cosas”.

Pero Putin no estaba bromeando sobre su desafío conservador a la cultura occidental. Le permitió desarrollar su propio apoyo en Europa entre los partidos de la derecha dura, como la Agrupación Nacional Francesa, antes Frente Nacional, que recibió un préstamo de un banco ruso. El nacionalismo autocrático revivió su atractivo, desafiando al liberalismo democrático que el líder ruso declararía “obsoleto” en 2019.

Una serie de escritores e historiadores fascistas o nacionalistas con ideas místicas sobre el destino y la suerte de Rusia, entre los que destaca Ivan Ilyin, influyeron cada vez más en el pensamiento de Putin. Ilyin veía al soldado ruso como “la voluntad, la fuerza y el honor del Estado ruso” y escribió: “Mi oración es como una espada. Y mi espada es como una oración”. Putin lo citó con frecuencia.

“En el momento en que Putin vuelve al Kremlin, tiene una ideología, una cobertura espiritual para su cleptocracia”, dijo Snyder, el historiador. “Ahora Rusia se extiende hasta donde su líder decida. Se trata de la Rusia eterna, una mezcla de los últimos 1000 años. Ucrania es nuestra, siempre nuestra, porque Dios lo dice, y no importan los hechos”.

Cuando Putin viajó a Kiev en julio de 2013, en una visita para conmemorar el 1025° aniversario de la conversión al cristianismo del San Vladimir el Grande, prometió proteger “nuestra patria común, la Gran Rus”. Más tarde mandó erigir una estatua de Vladimir frente al Kremlin.

Para Ucrania, sin embargo, esa “protección” rusa se había convertido en poco más que una amenaza apenas velada, independientemente de los amplios lazos culturales, lingüísticos y familiares entre ambos países.

“Polonia ha sido invadida muchas veces por Rusia”, dijo Sikorski, ex ministro de Relaciones Exteriores polaco. “Pero recuerden que Rusia nunca invade. Solo acude en ayuda de las minorías ruso parlantes en peligro”.
Un líder envalentonado

A lo largo de 22 años, el ejercicio del poder de Putin es, en muchos sentidos, un creciente estudio de la audacia. En un principio, con la intención de restaurar el orden y ganarse el respeto internacional —especialmente en Occidente—, se convenció de que una Rusia rica en ingresos petroleros y en nuevo armamento de alta tecnología podía pavonearse por el mundo, desplegar la fuerza militar y encontrar escasa resistencia.

“El poder, para los rusos, son las armas. No es la economía”, dijo Bermann, exembajadora de Francia, que siguió de cerca la constante militarización de la sociedad rusa por parte de Putin durante su estancia en Moscú. Le llamó especialmente la atención el grandioso despliegue de videos de armamento nuclear e hipersónico avanzado presidido por el presidente en un discurso a la nación en marzo de 2018.

“Nadie nos escuchó”, proclamó Putin. “Escúchennos ahora.” También dijo: “Los esfuerzos por contener a Rusia han fracasado”.

Pareciera que Putin creía que era la encarnación del destino místico de la gran potencia rusa, lo que desaparecería todos los obstáculos. “Cuando lo conocí, había que inclinarse un poco para entender lo que decía”, dijo Rice, la ex secretaria de Estado. “He visto a Putin pasar de ser un poco tímido, a algo tímido, a arrogante y ahora megalomaníaco”.

Un momento importante en esta evolución parece haber llegado con la decisión de última hora de Obama en 2013 de no bombardear Siria después de que Bashar al-Assad, el presidente sirio, cruzara una “línea roja” estadounidense contra el uso de armas químicas. En su lugar, Obama llevó el caso de la guerra a un Congreso reticente, y bajo la persistente amenaza estadounidense y la presión de Moscú, al-Assad accedió a la destrucción de las armas.

La vacilación parece haber dejado una impresión en Putin. “Creo que fue decisivo”, dijo Hollande, el expresidente francés, que había preparado aviones de guerra para participar en el ataque militar previsto. “Decisivo para la credibilidad estadounidense, y eso tuvo consecuencias. Después de eso, creo que Putin consideró débil a Obama”.

Ciertamente, Putin intensificó rápidamente sus esfuerzos para expandir el poder ruso.

Ucrania, al derrocar a su líder respaldado por Moscú en un sangriento levantamiento popular en febrero de 2014, y al rechazar de facto las seducciones multimillonarias de Putin para unirse a su Unión Euroasiática en lugar de buscar un acuerdo de asociación con la UE, cometió lo imperdonable. Para Putin esto era el espectro devorador de la revolución de colores hecho realidad. Fue, insistió, un “golpe de Estado” respaldado por Estados Unidos.

A esto le siguió la anexión de Crimea por parte de Putin y la orquestación del conflicto militar en el este de Ucrania que creó dos regiones separatistas respaldadas por Rusia.

Dos décadas antes, en 1994, Rusia había firmado un acuerdo conocido como el Memorándum de Budapest, por el que Ucrania renunciaba a su vasto arsenal nuclear a cambio de la promesa de respetar su soberanía y las fronteras existentes. Pero Putin no estaba interesado en ese compromiso.

Heusgen señaló que el punto de ruptura para Merkel llegó cuando le preguntó a Putin sobre los “hombrecitos verdes” —soldados rusos encubiertos— que aparecieron en Crimea antes de la anexión rusa en marzo de 2014. “No tengo nada que ver con ellos”, respondió Putin, de manera poco convincente.

“Le mintió: mentiras, mentiras, mentiras”, aseguró Heusgen. “A partir de entonces, Merkel dejó de creer en todo lo que le decía.” Ella le decía a Obama que el líder ruso “vivía en otro mundo”.

Más tarde, cuando Putin ordenó a las fuerzas rusas entrar en Siria y, en 2016, se embarcó en el feroz bombardeo de Alepo, Merkel le dijo que el bombardeo tenía que parar. Pero el líder ruso no quiso.

“Dijo que había algunos combatientes chechenos y terroristas allí, y que no los quería de vuelta, y que bombardearía todo Alepo para deshacerse de ellos”, dijo Heusgen. “Fue de una brutalidad absoluta. Es decir, ¿qué tan brutal se puede ser?”.

Mentiras y brutalidad: los métodos básicos de la última versión de Putin estaban bastante claros. Para cualquiera que estuviera escuchando, Lavrov, el ministro de Relaciones Exteriores, lo había puesto de manifiesto en la Conferencia de Seguridad de Múnich de 2015.

En un discurso tan violento como el de Putin en 2007, Lavrov acusó a los ucranianos de participar en una orgía de “violencia nacionalista” caracterizada por purgas étnicas dirigidas contra judíos y rusos. La anexión de Crimea se produjo porque un levantamiento popular exigió “el derecho de autodeterminación” en virtud de la Carta de las Naciones Unidas, afirmó.

Estados Unidos, según Lavrov, estaba impulsado por un deseo insaciable de dominio mundial. Europa, una vez terminada la Guerra Fría, debería haber construido “la casa común europea” —una “zona económica libre” desde Lisboa hasta Vladivostok— en lugar de ampliar la OTAN hacia el este.

Pero no muchos escuchaban. Estados Unidos y la mayor parte de Europa —a excepción de las naciones más cercanas a Rusia— se dejaron llevar por la convicción, pocas veces cuestionada, de que la amenaza rusa, aunque creciente, estaba contenida; de que Putin era un hombre racional cuyo uso de la fuerza implicaba un análisis serio de costos y beneficios; y que la paz europea estaba asegurada. Los oligarcas siguieron haciendo de “Londresgrado” su hogar; el Partido Conservador de Gran Bretaña se alegró de recibir dinero de ellos. Figuras prominentes de Alemania, Francia y Austria aceptaron con gusto sinecuras rusas bien pagadas. Entre ellos, Gerhard Schröder, ex canciller alemán, y François Fillon, ex primer ministro francés. El petróleo y el gas rusos llegaron a Europa.

Destacados intelectuales, como Hélène Carrère d’Encausse, secretaria perpetua de la Académie Française y especialista en historia rusa, defendieron a Putin con firmeza, incluso en el período previo a la guerra de Ucrania. “Estados Unidos se dedicó a humillar a Rusia”, dijo a un entrevistador de la televisión francesa, sugiriendo que la disolución simultánea de la OTAN y el Pacto de Varsovia habrían servido mejor al mundo.

En cuanto al expresidente Donald Trump, nunca tuvo una palabra crítica para Putin, prefiriendo creerle a él antes que a sus propios servicios de inteligencia acerca de la intromisión rusa en las elecciones de 2016.

El entonces presidente Donald Trump con Putin en Helsinki, Finlandia, en 2018 Credit...Doug Mills/The New York Times

“En retrospectiva, deberíamos haber empezado hace tiempo lo que ahora tenemos que hacer a toda prisa”, dijo Bagger, el alto diplomático alemán. “Reforzar nuestro ejército y diversificar los suministros de energía. En lugar de ello, seguimos adelante y ampliamos los flujos de recursos procedentes de Rusia. Y arrastramos un ejército vaciado”.

Y añadió: “No nos dimos cuenta de que Putin se había metido en una mitología histórica y pensaba en categorías de un imperio de 1000 años. No se puede disuadir a alguien así con sanciones”.

La guerra en Ucrania


Lo impensable puede ocurrir. La guerra elegida por Rusia en Ucrania es una prueba de eso. Viendo cómo se desarrollaba, Bermann me dijo que le habían recordado unas líneas de La mancha humana, de Philip Roth: “Lo peligroso del odio es que, una vez empiezas a sentirlo, lo experimentas cien veces más de lo que esperabas. Una vez empiezas, no puedes detenerte”.

En el aislamiento provocado por la COVID-19, aparentemente redoblado por la aerofobia que ha llevado al líder ruso a imponer lo que Bagger llamó “medidas extraordinarias” para cualquiera que se reúna con él, pareció que todas las obsesiones de Putin sobre los 25 millones de rusos perdidos en su patria durante la desintegración de la Unión Soviética cobraron fuerza.

“Algo pasó”, dijo Bermann, que fue recibida por un sonriente Putin cuando presentó sus credenciales como embajadora en 2017. “Habla con una nueva rabia y furia, una especie de locura.”

Rice quedó igualmente impactada. “Algo es definitivamente diferente”, dijo. “No controla sus emociones. Algo está mal”.

Después de que el presidente de Francia, Emmanuel Macron, se reunió con Putin en extremos opuestos de una mesa de seis metros el mes pasado, declaró a los periodistas que el mandatario le pareció más rígido, aislado e ideológicamente inflexible que en su reunión previa celebrada en 2019. Los asistentes de Macron describieron a Putin como físicamente cambiado, con la cara hinchada. “Paranoico” fue la palabra elegida por el principal asesor diplomático del presidente francés para describir un discurso de Putin justo antes de la guerra.

El hecho de que Ucrania tocó a Putin de alguna manera bastante perturbadora es evidente en el tratado de 5000 palabras sobre “La unidad histórica de rusos y ucranianos” que escribió en su aislamiento el verano pasado y que ordenó distribuir a los miembros de las fuerzas armadas. Con argumentos que se remontan al siglo IX, dijo que “de hecho, Rusia fue despojada”. Ucrania es ahora el hogar de “radicales y neonazis” que pretenden borrar cualquier rastro de Rusia.

“Nunca permitiremos que nuestros territorios históricos y las personas cercanas que viven en ellos sean utilizados contra Rusia”, escribió. “Y a los que emprendan tal intento, me gustaría decirles que así destruirán su propio país.”

Obuses rusos autopropulsados siendo cargados en un vagón de tren en las afueras de Taganrog, Rusia, dos días antes de la invasión de Ucrania. Credit...The New York Times

En retrospectiva, su intención es bastante clara, muchos meses antes de la invasión. Así se lo pareció a Eltchaninoff, el autor francés. “La religión de la guerra se había instalado”, dijo. “Putin había sustituido lo real por un mito.”

¿Pero por qué ahora? Putin había llegado a la conclusión de que Occidente es débil, dividido, decadente, entregado al consumo privado y a la promiscuidad. Alemania tenía un nuevo líder y Francia unas elecciones inminentes. Había logrado consolidar una asociación con China. Materiales de inteligencia deficientes lo convencieron de que el Ejército ruso sería recibido como libertador en, al menos, grandes extensiones del este de Ucrania. La COVID-19, dijo Bagger, “le había dado una sensación de urgencia, de que el tiempo se estaba acabando”.

Hollande, el expresidente, tenía una explicación más sencilla: “Putin estaba ebrio de su propio éxito. En los últimos años, ha ganado mucho”. En Crimea, en Siria, en Bielorrusia, en África, en Kazajistán. “Putin se dice a sí mismo: ‘Estoy avanzando en todas partes. ¿Dónde estoy en retirada? ¡En ninguna parte!’”.

Eso ya no es así. De un solo golpe, Putin impulsó a la OTAN, puso fin a la neutralidad suiza y al pacifismo alemán de posguerra, unió a una Unión Europea que había estado fragmentada, perjudicó a la economía rusa de cara a los años por venir, provocó un éxodo masivo de rusos educados y reforzó lo mismo que negó que hubiera existido, de una manera que resultará indeleble: la nacionalidad ucraniana. Se ha visto superado por el ágil y valiente presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, un hombre del que se burló.

“Ha deshecho en un abrir y cerrar de ojos los logros de su presidencia”, dijo Gabuev, el investigador principal del Carnegie de Moscú, ahora en Estambul. Para Hollande, “Putin ha cometido lo irremediable”.

El presidente Joe Biden ha llamado a Putin “bruto”, “criminal de guerra” y “asesino”. “Por el amor de Dios, este hombre no puede seguir en el poder”, dijo en Polonia el sábado. Sin embargo, el líder ruso conserva profundas reservas de apoyo en Rusia, y un férreo control sobre sus servicios de seguridad.

Que el poder corrompe es bien sabido. Una inmensa distancia parece separar al hombre que se ganó el Bundestag en 2001 con un discurso conciliador y al líder que despotrica contra los “traidores nacionales” seducidos por Occidente que “no pueden prescindir del foie gras, las ostras o las llamadas libertades de género”, como dijo en su discurso sobre escoria y traidores de este mes. Si la guerra nuclear sigue siendo una posibilidad remota, es mucho menos remota que hace un mes, un tema de conversación habitual en las mesas de toda Europa mientras Putin persigue la “desnazificación” de un país cuyo líder es judío.

Es como si, tras coquetear con una nueva idea —una Rusia integrada en Occidente-, Putin, que cumplirá 70 años este año, volviera a algo más profundo en su psique: el mundo de su infancia tras la victoria de la Gran Guerra Patria, en la cual Rusia regresaba para liberar a los ucranianos del nazismo y Stalin recuperaba su estatura heroica.

Con su asalto a los medios de comunicación independientes completado, su insistencia en que la invasión no es una “guerra” y su liquidación de Memorial International, la principal organización de derechos humanos que narra la persecución de la era de Stalin, Putin ha vuelto a sus raíces en un país totalitario.

Röttgen, que se puso de pie para aplaudir a Putin hace 21 años, me dijo: “Creo que en este punto o gana o está acabado. Acabado políticamente, o acabado físicamente”.

Fuente:https://www.nytimes.com/es/2022/03/31/espanol/putin-rusia-poder.html?campaign_id=42&emc=edit_bn_20220401&instance_id=57289&nl=el-times&regi_id=81324072&segment_id=87191&te=1&user_id=bb281aa3f4934b6008dc70d26566dd6c