viernes, 22 de febrero de 2019

ODIO: LA GRAVE POLARIZACIÓN SOCIAL




Todo reino dividido va a la ruina, nos enseña el Evangelio, y la historia y la vida social así nos lo atestiguan (Lucas 11:17). Y la división es en general consecuencia de la promoción del odio entre la gente, por medio del lenguaje, y México está inmerso en un gran intento de división socio-política, por parte del partido en el poder y de su líder, ahora presidente de la república. 

Siguiendo prácticas políticas de control social, este gobierno intenta dividir al país entre los “buenos” que son ellos, y los “malos”, que son todos quienes no apoyan ciegamente a ese líder que se cree mesiánico. Así, un motivo de preocupación es la creciente polarización social en México, el poner a unos contra otros, en una creación de odios entre sectores de la sociedad. 

Por supuesto que siempre han existido personas dedicadas a poner a unos contra otros, por maldad, con el propósito de obtener algún beneficio. Pero recientemente esto se ha recrudecido peligrosamente en México. 

Quienes no eran seguidores de ese señor, eran (y siguen siendo) los pirruris, que no sólo no son parte del “pueblo”, sino que son sus enemigos. Aunque ahora se les llama “fifís”, y todo aquello, organizado, que no le sigue, es “la mafia del poder”, culpable de todo lo malo que ha pasado, que pasa y que pasará en México. 

Desde el más alto poder de la república, se ataca a todo aquel que se manifieste ya no digamos en contra, sino en simple desacuerdo. Señalar fallas y errores, significa ser estigmatizado con insultos. Todo esto está provocando una peligrosa polarización social. 

Enfrentar esta estrategia de división con la misma moneda, entre “el pueblo bueno y sabio”, y la mafia del poder, los fifís, puede llevar a una imprudente represalia en términos semejantes, y aunque es comprensible, es inaceptable. La guerra verbal de denostaciones e insultos sólo agrava las cosas. Referirse a los seguidores del llamado Mesías Tropical, como chairos, por ejemplo. 

Millones de ciudadanos votaron por él y su partido, pero no necesariamente son sus fanáticos, lo hicieron por descontento con quienes han gobernado a México en los últimos años. Claro que ese descontento fue también, en gran parte, producto de una campaña sembrando antagonismo, al descalificar y mentir sobre las administraciones de los últimos sexenios. 

Lamentablemente el presidente y sus fieles seguidores están haciendo una campaña de verdadero odio, que ya no es solamente una política de campaña, sino de gobierno, para descalificar a quienes no les siguen. Y eso es lo más grave: desde el Estado se descalifica a millones de mexicanos, ya no como forma de conseguir votos, sino de aplastar la disidencia, la crítica (por más cierta y correcta que sea). 

Lo que procede, con prudencia, es no calentar más los ánimos de enfrentamiento entre sectores sociales, con esa guerra de mutuas denostaciones e insultos. Se debe, en nuestro propio medio social, especialmente familiar, rechazar el enfrentamiento social, venido principalmente de una política de odio inducido. 

Debemos tener cuidado en cómo se utiliza el lenguaje, al referirse a otras personas que opinan (y vociferan) diferente. Hacer notar a otros, la familia y en especial los hijos, que no podemos aceptar que se polaricen los ánimos entre los mexicanos con lenguaje lleno de odio. 

Y no debemos dejar de pedir a otros, y cuando se pueda, al nuevo presidente y su gobierno, a sus fans, así como a los medios de comunicación que le siguen fielmente, que dejen de dividirnos, creando un falso antagonismo, como se está haciendo con descalificaciones, motes e insultos, una verdadera campaña sembrando odio y enfrentamiento, contrarios a nuestra esencia cristiana, de amarnos los unos a los otros.

Salvador I. Reding | 18 Febrero 2019

sábado, 16 de febrero de 2019

¿ESTÁN EN PELIGRO LAS ORGANIZACIONES DE LA SOCIEDAD CIVIL?



En algún momento de la campaña presidencial, Andrés Manuel dijo que tenía desconfianza sobre las organizaciones de la sociedad civil. Su declaración fue tomada por algunos como una especie de declaración de guerra de parte del actual presidente. Ahora que se han mencionado que los donativos a organizaciones de la sociedad civil ya no serán exentos de impuestos, hay quienes han unido ambos acontecimientos y ven una intención de la administración federal de acabar con las organizaciones de la sociedad civil. 

Habría que empezar por definir qué se entiende por la sociedad civil y sus organizaciones. Porque, estrictamente, el Estado es una organización construida por la sociedad y la familia, que es la mínima expresión de la sociedad, también es una pequeña sociedad. El término de “organizaciones intermedias” describe las que están entre el Estado y la Familia. 

En todo caso, en lo que se llama “Sociedad civil” caben organizaciones culturales, filantrópicas, gremiales y de muchos otros tipos. Su función es complementar lo que hace el Estado y representar a grupos con intereses especiales que no son mayoría. De muchos modos, son un contrapeso frente al Estado y actúan contra lo que Tocqueville llamaba “la tiranía de la mayoría”, que veía como un problema de la democracia. 

¿Qué pasa si el Gobierno quita la exención de impuestos a estos grupos? En opinión de muchos, es la muerte de esas organizaciones. Y la razón es que la mayoría de los donantes para obras sociales, filantrópicas, políticas y de muchos otros tipos, exigen esa exención como condición para aportar fondos a las mismas. 

Detrás de ello, yo veo una oportunidad. A corto plazo, si se dará una reducción significativa a los ingresos de esas organizaciones. Pero a largo plazo, podría significar un fortalecimiento de esas organizaciones. ¿Por qué? En mi opinión, se requerirá aumentar y profesionalizar el esfuerzo de recaudación de fondos y, más importante, el convencimiento a fondo de los donantes sobre la necesidad de sus aportaciones. 

Muchos dirigentes de estas organizaciones presentan el tema en términos de “todo o nada”. Si no hay exención, las aportaciones se volverán cero, dicen. Y puede que tengan razón, pero eso habla de que no se ha logrado un total convencimiento de la necesidad de estas instituciones. La exención significa una reducción de la cantidad de impuestos del 30% del valor de la aportación. No se reduce la totalidad de la cantidad aportada. Únicamente el 30% de lo que se pagaría sin la aportación. Ese sería el riesgo, si la reacción de los donantes fuera totalmente racional. Pero si no hay un total convencimiento, eso sería un pretexto para dejar totalmente de aportar. 

De todos modos, reducirle el 30% de sus ingresos a las organizaciones intermedias, significaría un problema importante. Lo cual obligaría a las mismas a buscar más intensamente patrocinios y mejorar el convencimiento de sus patrocinadores. Por supuesto, eso fortalecería a las organizaciones y los haría menos dependientes de la buena voluntad del Gobierno. A largo plazo. 

Sin ser el mismo asunto, se presenta un tema similar en otras organizaciones intermedias: los organismos gremiales conocidas como Cámaras industriales, comerciales y de servicios. Creadas por el gobierno de Lázaro Cárdenas, se hicieron obligatorias para los agremiados quienes deberían pagarles una cuota proporcional a sus ingresos. Quienes no pertenecían a esas cámaras, no podrían ser proveedores del Gobierno, lo cual era un problema mayor. Y eran sujetas a otras limitaciones. Cuando se les quitó esa obligatoriedad, las cámaras se debilitaron notablemente y algunas de las más poderosas tuvieron que limitarse fuertemente. Su poder y su influencia vinieron mucho a menos. Por otro lado, organizaciones que no eran obligatorias no sufrieron esa reducción. Y algunas cámaras que buscaron maneras de dar servicios a sus agremiados, se fortalecieron. Recuerdo el caso concreto de la Cámara de Comercio en Pequeño de la Ciudad de México, acostumbrada a dar mucho servicio a sus agremiados, y que no sufrió como las otras cámaras. 

Hay un asunto real. Si la existencia de las organizaciones intermedias depende de las buenas voluntades de los gobiernos, serán siempre susceptibles a amenazas y bloqueos de los gobernantes. Y los gobiernos con enfoque estatista, que quieren centralizar todo en sus manos, ven como una amenaza el que haya organizaciones que demuestren que otros pueden resolver problemas que ese gobierno no puede resolver. 

La realidad es que necesitamos organizaciones intermedias fuertes. Debemos estar preparados a apoyarlas, con nuestro tiempo, con nuestras aportaciones y también con nuestra crítica constructiva. No le conviene a la sociedad que desaparezcan. 

Antonio Maza Pereda | 12 febrero 2019

Fuente: https://www.signis.mx/politica/3067-estan-en-peligro-las-organizaciones-de-la-sociedad-civil

viernes, 8 de febrero de 2019

EL PUEBLO QUE NO QUERÍA CRECER



Si no se presupone el mal, no hay justicia posible. La irresponsabilidad general vuelve posible la colaboración con el mal.
-Polibio de Arcadia 

Salvador Abascal Carranza | 8 febrero 2019 

Polibio de Arcadia es el pseudónimo con el que solía escribir Ikram Antaki, querida y extrañada amiga (q.e.p.d.), de cuya obra: El Pueblo que no Quería Crecer [1], extraigo algunas ideas para poder ilustrar este artículo. En dicho libro, Polibio describe, en un imaginario viaje de Grecia a México (algo así como el túnel del tiempo), las vicisitudes que vivió en tierras mexicanas y las reflexiones que de ella extrae.

Si hoy viviera Ikram Antaki, seguramente se sorprendería de lo acertado de sus reflexiones, de su lucidez y de su visión comprensiva de la realidad mexicana. Sobre todo, no deja de sorprendernos a nosotros. Describe con extraordinaria claridad la incapacidad de millones de mexicanos para integrarse al mundo; para abandonar los prejuicios de las supuestas conquistas sindicales; del reiterado discurso sobre la soberanía nacional que no es, al decir de Polibio, sino el reflejo de un complejo de inferioridad que impide cualquier cambio que venga de afuera o de adentro del país. 

México es un país que no ha sabido o no ha querido madurar. La democracia, que finalmente llegó en el 2000 con la alternancia en el poder, no ha sido suficiente. De hecho, se quedó en la formalidad procedimental. La oposición, entonces liderada por el PRI, no pudo asimilar la derrota y se convirtió en una fuerza mezquina que impidió las reformas de fondo que necesitaba el país. Ellos esperaban un tiempo mejor para retomarlas desde el poder, pero cuando ese tiempo llegó, las condiciones habían cambiado radicalmente. Por poner un ejemplo, los líderes sindicales, otrora vinculados estrechamente al PRI, habían paulatinamente cambiado de amo. ¿Cómo ocurrió esto? Un nuevo partido populista les ofreció impunidad (chantaje), a cambio de su apoyo incondicional, y así ocurrió. Ya volvió por sus fueros Elba Esther Gordillo; a Romero Deschamps no se le puede tocar, a pesar de la corrupción por la que ha sido señalado; a Napoleón Gómez Urrutia lo hizo senador, e inclusive a una chantajista y secuestradora (Nestora Salgado), la hizo “legisladora” el nuevo Gran Tlatoani… 

Seguimos viendo en la marquesina política las mismas caras y los mismos gestos del “viejo régimen” (como le llama Polibio). 30 millones de mexicanos votaron por un cambio, por una utopía, por una idílica transformación de México, pero sólo se ha transformado el discurso, un discurso lento, que huele a rancio, por no decir podrido: de nuevo, los precios de garantía en el campo para lograr la ansiada, pero imposible, autosuficiencia alimentaria; otra vez, la Doctrina Estrada; nuevamente, las designaciones cómplices en la Fiscalía General, en la Suprema Corte, en el Banco de México; una vez más, la corrupción que suponen las grandes obras sin licitación; leyes a modo para que un hombre vulgar pueda dirigir una noble institución, etc.. Y de nuevo en el candelero, Porfirio Muñoz Ledo, Manuel Bartlett (el que dio el triunfo al innombrable, C. Salinas de Gortari), Esteban Moctezuma, y sobre todo, chantajistas profesionales. 

Así, “la perfección utópica está lejos de verificarse en la sociedad mexicana: aquí, unos utilizan a otros y todos se usan mutuamente por medio del engaño, la simulación, el poder y la fuerza, pero jamás en beneficio del conjunto social”.[2] Realmente, Polibio no se ha regresado a Grecia, sigue entre nosotros, lamentándose de las desgracias de las que es mudo testigo: todos se han usado mutuamente, por medio del engaño y la ambición, sólo para sumarse a un proyecto caótico, un mazacote político que en nada ha beneficiado al conjunto social, pero sí lo ha perjudicado y en muy poco tiempo. Su “Alteza Serenísima” (como se hacía llamar Antonio López de Santa Anna), supo sumar ambiciones de muy diferente rumbo y hechura política que, por su naturaleza, hubiera parecido imposible reunir en un solo coctel, con la promesa, a algunos, de la impunidad, a otros, con un espacio de poder en el gobierno. 

“Este país es extraño: las mismas leyes de la naturaleza parecen estar revertidas. Yo conozco un mito griego –dice Polibio- donde el sol voltea su carrera y los puntos que se llaman cardinales cambian de posición. […] Volvamos a épocas anteriores al saber peligroso; busquemos en la tumba antigua. De ella salió el chantajista que cuestiona la permanencia de la vida y la unidad y la estructura misma del Estado. El chantajista se ha vuelto amo de la historia y amo del juego; sus reglas nacen de la revaloración de las leyes del intercambio entre México y el mundo, entre el pasado y el presente, entre la ruptura y la negociación”. [3] 

Ese chantajista, AMLO, es el que se ha apoderado de lo muerto de la historia, para hacernos creer que sin el culto a ese muerto embalsamado, todo se destruirá. La verdad es que López es un chantajista y un reaccionario, en el sentido que le da Ortega y Gasset: “El reaccionarismo radical no se caracteriza, en última instancia, por su desamor a la modernidad, sino por su manera de tratar el pasado. […] La muerte de lo muerto es la vida. […] Esto es lo que no puede el reaccionario: tratar el pasado como un modo de vida. Lo arranca de la esfera de la vitalidad y, bien muerto, lo sienta en su trono para que rija las almas de los vivos”. [4]

Ese impulso radical que lleva a pensar a AMLO que se puede guiar por lo muerto de la historia, es lo que lo hace más peligroso. El mundo exterior le da miedo, porque su mundo interior es muy pequeño. Tal vez por ello se sienta cómodo tratando con el chantajista, porque él mismo lo es (remember los pozos petroleros en Tabasco y el fraude a la CFE en Tabasco, como chantajes consumados). Es chantaje usar el dinero de todos los mexicanos para pagarles a los delincuentes Por otro lado, López siente una terrible incomodidad en su contacto con el mundo exterior. Éste le da miedo, simplemente porque no lo puede controlar.

Pero más vulnerable que el pequeño mundo de AMLO en lo político y en lo económico, es su debilidad frente a la cultura universal, por lo cual también su miedo es universal. El mundo no se resume en sus héroes personales o tribales, a los que puede invocar, como Madero lo hacía con el “espíritu de Juárez”, para que acudan en su auxilio. AMLO no conoce la verdadera grandeza de México, porque su visión es la de la historia oficial. Eso explica también su muy pobre visión de un mundo que es mucho más de lo que pueda él imaginar, porque su propia formación no da para más. ¿Pero cómo explicárselo? ¿Cómo explicarle que la Secretaria de Cultura carece de la ídem o que Paco Ignacio Taibo II no puede dirigir el Fondo de Cultura Económica, por elementales razones? “¿Cómo explicarles (a los mexicanos) –dice Ikram Antaki- que existe una alegría en lo universal, que el conocimiento perfecto es participación universal sin la cual sería inútil, y le sería al hombre imposible elevarse? La individualidad se resuelve en la universalidad para elevarse y alcanzar la libertad, y a la virtud adquirida de la voluntad. [5] 


Notas: 
[1] Polibio de Arcadia (Ikram Antaki), El Pueblo que no Quería Crecer. Océano, México, 2002.

[2} Idem, p. 100

[3] P. 126

[4] Ortega y Gasset, José, Meditaciones del Quijote, Espasa Calpe, Madrid, 1982, pp. 24-25

[5] Polibio de Arcadia, Op. Cit., p. 44

Fuente: https://www.signis.mx/politica/3064-el-pueblo-que-no-queria-crecer