El Conde de Aranda diseñó un plan para evitar la independencia de las Américas españolas.
De haberse implementado los planes del Conde Aranda ¿sería el mundo hispánico más próspero y estable de lo que es a día de hoy? El deseo de independencia política de los criollos acabó por estallar en el primer tercio del siglo XIX tal como vaticinó Aranda.
Por Diego de la Llave | 12/10/2020
Aprovechando que este artículo verá la luz en el Día de la Hispanidad o en fechas cercanas, me gustaría hablar de un tema quizás algo desconocido para el gran público pero que podría haber cambiado de manera radical las relaciones entre España y las repúblicas hispanoamericanas desde la independencia de estas hasta la actualidad. Evidentemente, estamos hablando de lo que podría haber pasado. De una ucronía, aunque no sirva de nada, salvo para el entretenimiento propio, ya que, como suele decirse, el pasado, pasado está.
Vayamos a 1781. Para intentar devolver el golpe que les dieron los británicos en 1763 tras la Guerra de los Siete Años, la alianza franco-británica apoyó al bando “Patriota” en la Guerra de Independencia Estadounidense. A corto plazo, la jugada les salió bien pero, a medio, Francia se aproximó a lo que hoy llamaríamos Estado fallido y dio lugar a la nefasta revolución. A largo, las Américas españolas se convirtieron en repúblicas independientes que, en la mayoría de los casos, basaron su proceso de “creación nacional” en el odio a una España de la que eran herederos y exaltando a unas civilizaciones precolombinas con las que poco tenían que ver. Pues bien, en ese año, Carlos III envió a un funcionario a su servicio, Francisco de Saavedra, a la Nueva España, para entrevistarse con el virrey del lugar. Al llegar allí, se quedó asombrado por la prosperidad de una sociedad dinámica como la novohispana, bastante más opulenta que la Europa del momento.
Pero también, se percató del descontento de unos criollos que se sentían furiosos por no poder acceder a los cargos políticos y eclesiásticos más importante del virreinato –limitado a los españoles peninsulares- y que llevaban décadas comerciando mediante contrabando con unos británicos a los que el mercado hispanoamericano les resultó crucial para que su Revolución Industrial resultara rentable.
Saavedra volvió a España al poco tiempo y narró a en los círculos políticos del reino lo que vio allende los mares. El Conde de Aranda acababa de firmar la paz en París, en 1783, con los británicos cuando se enteró de las noticias que traía Saavedra. Fue entonces, cuando se percató de dos cosas: la primera, que España no debía haber ayudado a la causa independentista estadounidense porque era contradictorio con los intereses del país, que habían sido subordinados a los de Francia por los “Pactos de Familia”. La segunda, que tras lo acontecido en las Trece Colonias, a pesar de que no era equiparable la relación entre estas y la metrópoli británica con la de la España de ambos lados del océano, había que asumir la difícil realidad de que la independencia política era inevitable. Por lo tanto, teniendo claro este segundo hecho, la corona española debía formular un plan que hiciera realidad esa independencia política pero que no rompiera los vínculos de alianza y relaciones comerciales entre la América Española y la península.
A partir de esto, Aranda, desde su embajada en París, envió a Carlos III un plan para las Américas que consistía en que se nombrara a un infante Rey del Perú, a otro Rey de México –Nueva España- y a otro Rey de los territorios españoles restantes –suponemos que se refería al Río de la Plata-, de tal manera que la familia real estaría reinando allí, creándose un vínculo de lealtad más fuerte. Además, estos nuevos reyes deberían solucionar el problema criollo permitiéndolos acceder a los más altos cargos de los nuevos reinos. Respecto a Carlos III, debería coronarse Emperador para dejar claro que era un primus inter pares y reinar en la España peninsular, en Cuba y en Puerto Rico, que servirían de base para el comercio interoceánico. La independencia política sería un hecho aunque se mantuvieran relaciones de alianza y comercio constantes. Incluso, para garantizar la univocidad de intereses, Aranda propuso el casamiento de primos entre las nuevas ramas Borbón con los problemas propios que la consanguineidad hubiera traído.
Este plan llegó al monarca pero el tema se quedó aparcado por no existir una amenaza inminente. En la época de Carlos IV, Godoy intentó recuperar ese plan de Aranda pero también quedó en nada. Al final, acabó siendo demasiado tarde. El deseo de independencia política de los criollos acabó por estallar en el primer tercio del siglo XIX tal como vaticinó Aranda. Se crearon nuevas repúblicas totalmente artificiales que en su proceso de “creación nacional”, tal como antes decíamos, renegaron de una España a la que acusaban de sus propios males e intentaron reclamar para sí a imperios como el mexica o el inca con los que poco tenían que ver. Finalmente, llevados por las dinámicas propias de los años posteriores a la caída de los grandes imperios, se dieron a las guerras, la inestabilidad política, la copia burda de ideas extranjeras ajenas a su tradición cultural y cayeron presas de algo tan normal como que potencias extranjeras tales como Reino Unido, Francia o los propios Estados Unidos aprovecharan esa debilidad para expandir sus área de influencia geopolítica. En cierta medida, esto sigue siendo así aunque podríamos meter a otros participantes como China en el nuevo juego geopolítico.
De nada sirve lamentarse de que Carlos III –por lo general un gran estadista- no supiera ver lo que ocurriría si no adoptaba propuestas como la de Aranda. Igual que tampoco sirve de nada el intento de algunos –muy dados a leyendas rosadas- por intentar hacer renacer el Imperio Español echando la culpa de todo a franceses y anglosajones sin realizar ningún tipo de autocrítica. No obstante, sirva esta pequeña aportación para reflexionar sobre qué hubiera pasado de haberse implementado los planes del Conde Aranda ¿sería el mundo hispánico más próspero y estable de lo que es a día de hoy? ¿Existiría una relación de mayor hermandad cultural en lugar de tantos hispanoamericanos con apellidos oriundos de España que dicen que los españoles, ancestros suyos, destruyeron no sé qué progresista y luminoso imperio? ¿Se acabaría la burda manía de imitar en todo a unos Estados Unidos que tienen una raíz cultural anglosajona y se empezaría a buscar en la identidad y constitución propias de la América Española? Ciertamente, nunca lo sabremos.