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domingo, 23 de enero de 2022

UNA GUERRA CIVIL ACECHA A ESTADOS UNIDOS

Las reformas electorales que han aprobado 19 estados de Congreso republicano son el ingrediente que le faltaba al pastel de la guerra interior. Está listo, sólo le falta la cereza.

Pablo Hiriart | enero 17, 2022

Y los votantes demócratas, si pierden por las nuevas disposiciones estatales que restringen el sufragio, no van a permitir que los gobierne una minoría.

Si la clase política no desactiva ahora la bomba, este país puede tener guerra, o secesión.

Habrá razones y medios para hacerla, en una nación donde hay más armas en manos de particulares (más de 400 millones) que habitantes en el país.

La guerra civil la ven venir los ciudadanos, y no los políticos. Algunos de ellos la desean.

Una encuesta de Zogby Analytics indica que 46 por ciento de los votantes piensa que Estados Unidos se encamina a una guerra civil (16 por ciento muy probable y 30 por ciento algo probable), contra 42 por ciento que no lo cree.

Entre las personas de 18 a 29 años, 53 por ciento ve probable una guerra civil y sólo 39 por ciento improbable.

Aquí hay un serio problema de inflación, una pandemia galopante y una crisis política. El país está dividido en dos.

Biden ha planteado soluciones urgentes para detener “la caída del cometa” (para usar el símil de la película tan comentada), pero los republicanos le han negado la sal y el agua.

Con la restricción para que personas mayores, negros y latinos ejerzan su voto, segmentos importantes de población vuelven a un estado similar al que existía antes del triunfo de la lucha por los derechos civiles que encabezó el pastor de Georgia.

La situación de por sí es mala.

Aquí la brecha económica entre blancos y negros es igual a la que había antes del asesinato de Luther King.

La riqueza promedio de una familia encabezada por un blanco es 10 veces superior a la de una familia que tiene por cabeza a un negro, con similar nivel educativo: secundaria terminada.

El desempleo es 100 por ciento superior en negros que en blancos.

Los negros son el 12 por ciento de la población del país, y constituyen el 33 por ciento de los presos.

Mueren, antes de cumplir un año de vida, 11.4 niños negros por cada mil nacidos vivos, frente a 4.9 niños blancos (esas cifras son peores a las que había a la muerte del reverendo King, y más desiguales incluso a las registradas en la época de la esclavitud, en 1850: antes de cumplir un año, morían 340 niños negros por cada mil, frente a 217 niños blancos por cada mil).

La discriminación en el crédito a las empresas fundadas por negros es insultante.

Por COVID (datos del primer semestre del año pasado) mueren 92.3 negros por cada 100 mil habitantes, en cambio mueren 45.2 blancos por cada 100 mil.

Y ante este escenario, los republicanos (más dos senadores demócratas), no conformes con bloquear el programa de infraestructura social del presidente, coartan el derecho al sufragio en sus estados.

La locura trumpiana que despliegan los republicanos, para dividir al país y tomar el control de las elecciones, encamina a Estados Unidos a una guerra civil.

En lo dicho: por donde pasa el populismo no vuelve a crecer el pasto.

Me lo dijo un viejo cubano, negro como el carbón y con algunas joyas de bisutería pobre, en una escalinata del parque del dominó en La Pequeña Habana de esta ciudad, cuando inicié la cobertura en Estados Unidos, el año antepasado:

“Este país ya está empingao”

Tal vez no de manera irremediable, pero hacia allá va.

Fuente:https://www.elfinanciero.com.mx/opinion/pablo-hiriart/2022/01/17/una-guerra-civil-acecha-a-estados-unidos/

miércoles, 17 de febrero de 2021

EL TRIUNFO DE LOS CÍNICOS




Pablo Hiriart | 15/02/2021

MIAMI, Florida.- El sábado el Senado de Estados Unidos absolvió a Donald Trump y los populistas fanáticos tienen algo importante que festejar: la democracia ya no se defiende con vigor en casi ninguna parte.

Fue absuelto gracias a un mecanismo que los déspotas del siglo 21 manejan a la perfección: extorsionar, chantajear.

Los demócratas, en el mundo en general, han sido confundidos con la falsa premisa de que la conciliación consiste en dejar pasar los delitos de los aspirantes a totalitarios y grupos de fanáticos que los siguen y ejecutan sus directrices.

Perdieron la Presidencia de Estados Unidos, pero quedaron inmunes.

Ellos pueden violar la ley, marchar armados por la calle, intimidar a los funcionarios electorales e incitar a la toma de un Congreso para evitar que certifique una elección que ellos, sin pruebas, acusan de fraudulenta.

Todo se les perdona, en aras de la reconciliación.

Creen que con ser 'buenas gentes' con los que usan métodos anticonstitucionales, se granjearán su simpatía y 'ya no lo volverán a hacer'

Ceden en aras de la 'conciliación' o de la conveniencia coyuntural.

La historia nos ha enseñado, una y otra vez, que los artífices de esos ataques a la democracia tarde o temprano se salen con la suya cuando se les toleran sus desmanes.

Trump podrá seguir activo en política y no se extrañen que en 2024 esté nuevamente en la boleta.

Así lo dijo al saberse absuelto: “Nuestro movimiento histórico, patriótico y hermoso para hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande, acaba de comenzar”.

El sábado los demócratas en el Senado consintieron que no se llamara a comparecer a testigos de la incitación a la insurrección.

Se doblaron fácil: el abogado de Trump les respondió que, si ellos llamaban testigos, él llamaría a más de 100.

Es decir, el juicio en el Senado se alargaría por tiempo indeterminado.

¿Cuál es la prioridad hoy en Estados Unidos? Salvar vidas, y salvar a la población y a las empresas de los estragos económicos de la pandemia.

Para dar ese paso, que es urgente, los demócratas necesitan que los planes de Biden sean votados favorablemente por los republicanos.

Y si la discusión del Pleno del Senado se hubiera extendido, cada día que pase serían recursos retenidos al combate a la pandemia, presupuesto no autorizado para ampliar la vacunación, dinero que no llega a la gente y a las empresas.

Así los republicanos pudieron frenar la sentencia de culpabilidad. O tal vez el resultado de la votación hubiera sido el mismo, pero el costo a la imagen del trumpismo se habría elevado.

Conforme a mi formación de periodista mexicano, tengo la impresión de que el presidente Biden pidió al líder de sus senadores votar cuanto antes y dar vuelta la página.

La vida es primero, sí. Y en ese sentido Biden tiene razón. O quizá, toda la razón.

Pero la factura de no haber inhabilitado a Trump la van a pagar los estadounidenses, tarde o temprano.

Se necesitaban 67 votos para que Trump fuera castigado, y los demócratas tienen 50. Los otros 50 senadores son republicanos, aunque siete de ellos votaron por la condena a quien promovió el asalto a la democracia.

Esos siete pasarán a la historia de su partido. Mostraron que aún existe la ética en algunos políticos –sean del bando que sean–, aunque les cueste la reelección.

Los otros 43 senadores republicanos son una partida de cínicos (al cinismo también se llega por la vía de la conveniencia política), como lo es Trump y su abogado en el Congreso.

El abogado del expresidente, Mitchel van del Veen, en la tribuna del Senado no desmontó ninguna de las pruebas: los videos de Trump alegando fraude antes de los comicios, sus tuits con mentiras sobre computadoras alteradas, dijo que ganó por una abrumadora ventaja, la llamada que hizo al secretario de Gobierno de Georgia para que le agregue 11 mil 800 votos, su mensaje al vicepresidente Pence para frenar la certificación, la convocatoria a los radicales a reunirse afuera de la Casa Blanca el 6 de enero, su incitación a esos violentos a marchar al Capitolio, su silencio en lugar de frenar el asalto…

En defensa de Trump, el abogado dijo, textualmente, en el Senado: “En lugar de expresar el deseo de que se impida que la sesión conjunta (que certificó el triunfo de Biden) llevara a cabo sus actividades, la premisa completa de sus comentarios (de Trump) fue que el proceso democrático se desarrollaría y debería desarrollarse de acuerdo con la letra de la ley”.

¿Eso convenció a 43 senadores republicanos?

Claro que no. Los convenció el poder que conserva Trump en las bases republicanas. Con él en contra, no llegarían lejos.

Los convenció alguien que tiene dinero y aliados para apoyar sus campañas (acaba de recolectar 250 millones en donativos para la organización Salvar a América, creada originalmente para costear la impugnación de las elecciones).

De ese tamaño son los 43 senadores republicanos que absolvieron a Trump.

Lo dijo, y lo dijo bien, Madeleine Dean, representante demócrata: “Si no arreglamos esto y lo llamamos como fue, el mayor de los crímenes constitucionales cometidos por un presidente en Estados Unidos, el pasado no será pasado: el pasado será futuro”.

sábado, 9 de enero de 2021

¿FUE UN INTENTO DE GOLPE? NO EXACTAMENTE, PERO TAMPOCO HA TERMINADO


Partidarios del presidente Trump rodearon el Capitolio de Estados Unidos y traspasaron sus puertas el miércoles. Credit...Jason Andrew para The New York Times

 

Los expertos dicen que las acciones recientes del presidente Trump y sus seguidores son más difíciles de detener que un golpe de Estado y ofrecen como ejemplo los retrocesos democráticos de países como Turquía y Venezuela.

Por Amanda Taub | Publicado 7 de enero de 2021 Actualizado 8 de enero de 2021.

¿Las acciones del presidente Donald Trump y de algunos de sus partidarios —que incluyen el intento del presidente el sábado de presionar al secretario de Estado de Georgia para que cambie los resultados de la elección presidencial y su incitación abierta a una turba violenta que luego atacó el Capitolio de Estados Unidos— constituyen un intento de golpe de Estado? 

Si la pregunta es si esas acciones son tan serias como las de un golpe, la respuesta es sí, dijo Erica de Bruin, politóloga de Hamilton College que ha investigado golpes de Estado durante más de una década. 

Pero el ataque violento y antidemocrático al edificio del Capitolio no encaja en la definición técnica de un golpe, a pesar de que el presidente lo incitó y lo alentó. Y, según los expertos, eso importa, porque se requieren distintas medidas para impedir que este tipo de ataques dañen a la democracia. 

Un golpe es un intento ilegal de tomar el poder a través de la fuerza o la amenaza de la fuerza que a menudo involucra al menos a una facción del ejército o de las fuerzas formales de seguridad, aunque en ocasiones cuenta con el respaldo de paramilitares u otros grupos armados. 

Eso no fue lo que pasó el miércoles en Washington. 

Aunque las personas que irrumpieron en el edificio del Capitolio estaban en algunos casos armadas, no parecen ser parte de ningún ejército organizado o de un grupo rebelde. Y, a pesar de que el presidente Trump alentó a los insurrectos en su papel de líder de ese movimiento, no intentó que el ejército los apoyara o usar otros de sus poderes presidenciales formales para ayudarlos, dijo Naunihal Singh, profesor de la Escuela de Guerra Naval cuya investigación se enfoca en los golpes de Estado.

 

 Un miembro de la turba dentro del Capitolio el miércolesCredit... Erin Schaff/The New York Times 

 

Pero ahí no termina la historia. 

Estos días, las democracias tienden a colapsar tras recaídas graduales que no llegan a cuadrar con la definición técnica de golpe de estado pero que resultan ser más dañinas. En países de todo el mundo —entre ellos Turquía, Rusia, Hungría y Venezuela— ha surgido un patrón claro en el que los líderes llegan al poder a través de elecciones pero luego socavan las normas, desmantelan las instituciones y cambian las leyes para retirar las restricciones a su poder. Al final, sus países son, excepto en nombre, dictaduras. 

El ataque de ayer, y el apoyo que recibió del presidente Trump, encaja muy bien en esa categoría. Y combatir ese tipo de retroceso antidemocrático requiere tácticas diferentes a las que se usarían contra un golpe. 

“Sabemos cómo prevenir los golpes”, dijo De Bruin, quien literalmente ha escrito un manual sobre el tema. “Contamos con una colección de medidas que pueden emplear las organizaciones internacionales, los oficiales del ejército, las personas. Pero sabemos mucho menos sobre cómo prevenir acciones antidemocráticas”. 

Y, ya sea que triunfe o que fracase, como la recaída democrática es menos absoluta que un golpe de estado, que suele terminar en un par de horas, detenerlo requiere una intervención política más prolongada. Las soluciones legales, como las detenciones y los juicios políticos, pueden ayudar a poner un alto a estas recaídas democráticas. También son de ayuda las soluciones de carácter político, como que los partidos políticos retiren el presupuesto a quienes participan en actividades antidemocráticas y las denuncias por parte de las élites partidistas. 

También importan las respuestas más sutiles. 

“Los líderes autoritarios tienen terror a hacer el ridículo porque una gran parte de su poder deriva de la conexión social”, dijo Singh. Tratarlos como si fueran respetables refuerza ese poder, dijo, pero tratar el ataque del miércoles y el apoyo que hizo Trump del mismo con el “escarnio y el resentimiento que merece” es un modo de neutralizar cualquier insinuación de que es legítimo o se realizó con autoridad. 

Partidarios de Trump en el mitin del presidente el miércolesCredit...Pete Marovich para The New York Times.
 
Algunos funcionarios republicanos así lo hicieron ayer. Mitch McConnell, líder de la mayoría republicana en el Senado, quien durante semanas tras la elección permaneció en silencio cuando Trump denunció espuriamente fraude electoral, dijo el miércoles en el pleno del Senado que anular la voluntad de los votantes “dañaría para siempre a nuestra república”.

El senador Mitt Romney, republicano de Utah y excandidato presidencial fue incluso más franco.


“Nos reunimos debido al orgullo herido de un hombre egoísta y a la indignación de los seguidores a los que ha mal informado deliberadamente en los últimos dos meses y movido a la acción esta misma mañana”, dijo cuando la Cámara volvió a reunirse tras el ataque. “Lo que pasó aquí fue una insurrección incitada por el presidente de Estados Unidos”. 

Pero la reacción no fue para nada uniforme. En el Congreso, 147 legisladores republicanos, entre ellos ocho senadores, votaron en contra de la certificación de los resultados de la elección. Uno de ellos, el senador Josh Hawley de Missouri, antes había sido fotografiado saludando con el puño cerrado a la turba de seguidores de Trump, muchos de los cuales luego participaron en el ataque al Capitolio. 

De Bruin advirtió que los golpes y los retrocesos democráticos no son mutuamente excluyentes y que, de hecho, podían reforzarse entre sí. 

“Por supuesto, los intentos de golpe suceden en un contexto de protesta violenta”, dijo. “Eso hace que sean más probables”. 

sábado, 14 de noviembre de 2020

EU, SIN PILOTO EN LA TEMPESTAD

 


Pablo Hiriart | 13/11/2020

Al presidente no le aflige ni le acongoja. Está ocupado en su único tema: él.

En su lucha por conservar el puesto, Trump ha sumado una crisis política a la crisis sanitaria.

Ayer envió mensajes vía Twitter para desacreditar el resultado de los comicios y afirmó, sin pruebas, que votos acreditados a Biden en Pensilvania le correspondían a él.

Son malas noticias para Estados Unidos, y pésimas para México.

Mientras aquí no se controle la pandemia, no habrá recuperación económica duradera en este país.

Y si le va mal a Estados Unidos, le va mal a México.

Peor aún: el presidente y su falta de convicción democrática ha ido hundiendo a su país en una crisis política nunca antes vista.

Y no es descabellado un escenario inédito el próximo 20 de enero: agentes del Servicio Secreto sacando a Trump de la Casa Blanca.

De aquí a ese día Donald Trump seguirá siendo el presidente de Estados Unidos. Conservará el poder que da ser el jefe de la potencia más poderosa de la Tierra.

¿Qué hará Trump en estos dos meses y días que le restan al frente de la presidencia?

Destruir. No hay otro punto en su agenda. Que se mueran los que sea en la pandemia que azota a la Unión Americana, con mayor fuerza que al resto del mundo.

La economía lo va a resentir, si Trump dramatiza y prolonga los estertores de su agonía política.

No es un berrinche sin consecuencias de un mal perdedor, pues desde la Casa Blanca ha boicoteado la transición del gobierno que, le guste o no, entrará en funciones el 20 de enero.

Todo eso, en el centro de una tragedia sanitaria, con mil cien muertos diarios.

Cuando se elige presidente, el encargado de Servicios Generales del gobierno firma un memorándum que da acceso al equipo entrante a oficinas, equipos y funcionarios, para hacer el relevo ordenado de la administración.

La jefa de esa Oficina, Emily Murphy, se ha negado a firmar el documento.

Mike Pompeo, secretario de Estado, dijo que habrá una transición tranquila y sin sobresaltos de la administración Trump… a la administración Trump.

Desde luego que hay crisis política, y no se va a resolver en unos días. La economía lo va a notar, porque detrás de esos desplantes autoritarios está el veneno de la incertidumbre.

Un populista autoritario jamás admite una derrota.

Los que creen en la democracia, y no sólo la usan como escalera para alcanzar el poder, reconocen cuando pierden, pues esa es la regla básica del sistema.

Como recordó ayer Nicholas Kristof, en The New York Times, cuando Barak Obama rebasó los 270 votos electorales en noviembre de 2008, el republicano que resultó perdedor en esa ocasión, John McCain, dijo: “Insto a todos los estadounidenses que se unan a mí, no sólo para felicitarlo, sino para ofrecerle a nuestro próximo presidente nuestra voluntad y nuestro sincero esfuerzo para encontrar formas de unirnos”.

Hillary Clinton, al perder ante su acérrimo rival, dijo de inmediato: “Donald Trump será nuestro presidente. Le debemos mente abierta y la oportunidad de dirigir”.

Al Gore, en 2000, cuando cayó por 535 votos en Florida ante George W. Bush: “Hago un llamado a todos los estadounidenses, particularmente a los que estuvieron con nosotros, a unirnos detrás de nuestro próximo presidente”.

Ahora que Biden rebasó con mucho los 270 votos electorales necesarios para convertirse en el próximo presidente, y derrotó por 5 millones de votos a Donald Trump, éste grita fraude, llama a resistir, atenta contra el sistema electoral, sabotea el proceso de transición y se atrinchera en la Casa Blanca.

Imposible esperar una respuesta democrática de quien no es un demócrata.

Los olmos no dan peras.

Mientras, miles de estadounidenses mueren cada día por una pandemia sin control y que a su presidente le importa un rábano.

https://www.elfinanciero.com.mx/opinion/pablo-hiriart/eu-sin-piloto-en-la-tempestad

martes, 8 de septiembre de 2020

SE PARECE TANTO A TRUMP



Pablo Hiriart | 31/08/2020

Durante el cierre de la Convención del Partido Republicano, Donald Trump puso a circular a través de la red social Twitter un spot en el que aparece con Andrés Manuel López Obrador en la Casa Blanca, quien levanta la mano para saludar a las cámaras del anfitrión. 

Era un viaje sin sentido demostrable, lo sabemos, y como era de esperarse, la campaña de los republicanos usó a nuestro Presidente. 

A eso fue a Washington. A filmar un comercial que Donald Trump usaría, en su momento, para llegar a la comunidad méxico-americana en estados donde unos pocos votos pueden hacer la diferencia. 

El jueves el embajador de Estados Unidos, en uso de sus derechos, lució los boletos que adquirió para la 'rifa del avión' que promueve el gobierno obradorista. 

Nuestro Presidente ya había comprado un boletotote al subirse a la campaña de Donald Trump. 

No se trata de una elección más en la Unión Americana. Con acierto lo dijo el presidente Trump la noche del cierre de la Convención: “Como nunca antes, los votantes enfrentan una elección entre dos partidos, dos visiones, dos filosofías, dos agendas”. 

Por eso la pregunta: ¿qué diablos tiene que hacer el presidente de México trepado en el carro alegórico del carnaval trumpista? 

¿Acaso Trudeau hizo algo así? Desde luego que no. 

AMLO y Trump tienen dos formas de vida totalmente diferente, pero en su manera de gobernar el populismo los hermana. Son casi iguales, por no decir idénticos. 

Dos populistas que se identifican entre sí. Se lo dijo López Obrador a Trump en una carta pública, días después de su triunfo en julio de 2018: 

“En cuanto a lo político, me anima el hecho de que ambos sabemos cumplir lo que decimos y hemos enfrentado la adversidad con éxito. Conseguimos poner a nuestros votantes y ciudadanos al centro y desplazar al establishment o régimen dominante”. 

Si se reelige Trump, AMLO sólo deberá frenar migrantes y tendrá carta blanca para seguir haciendo lo que le venga en gana. 

De triunfar Biden, la agenda bilateral se extiende a los temas de democracia y cuidado del medio ambiente. Cambia la cosa. 

Los que lograron 'desplazar al establishment, como dijo nuestro Presidente, usan con fines propagandísticos los máximos símbolos políticos que unen a todos los ciudadanos de sus respectivos países: la Casa Blanca y Palacio Nacional. 

Culpan a los medios de comunicación de actuar contra el interés nacional al publicar investigaciones que los comprometen, o dar relevancia al número de muertos por Covid-19. 

AMLO y Trump ven conjuras en los críticos y en opositores que, como en toda democracia, tienen proyectos diferentes al suyo. 

En México, López Obrador quiere llevar a juicio a los expresidentes por privatizaciones, reformas, estrategias de seguridad. Es decir, criminaliza a las ideologías contrarias a la suya. 

Trump bordea ese camino al llamar a Biden un demócrata de centro durante toda su vida, “caballo de Troya del socialismo” y acusarlo de ser un agente pro chino. 

Los populistas no pueden convivir en paz con los que piensan distinto. Tienen que atacar y dividir. Y no siempre lo hacen con la verdad. 

A Trump le han contabilizado, en sus cuatro años de gobierno, 20 mil afirmaciones falsas. A López Obrador, al 24 de enero de este año, 18 mil 983 (Taller de Comunicación Política, SPIN). 
Han dividido a sus pueblos como nunca desde sus respectivas guerras civiles (Revolución, en nuestro caso). 

López Obrador y Trump viven en países que, si nos guiamos por los mensajes visuales que emiten desde el poder, no padecen el coronavirus. Lo han dicho, cada quien en su idioma: la pandemia está domada. 

Ambos menospreciaron sus efectos. Resultado: ocupan el primer y tercer lugar mundial en cantidad de muertos por Covid-19, enfrentan una recesión devastadora (aunque la Bolsa gane), desempleo histórico, y desigualdad racial que causa protestas sorprendentes en Estados Unidos y mortandad inaceptable en México. 

De los enfermos de Covid que ingresan a terapia intensiva del Hospital La Raza, muere 53 por ciento. En otros hospitales públicos, más pequeños, el índice de mortalidad es cercano a 80 por ciento. ¿Y en un buen hospital privado? Sólo muere 5.2 por ciento de los que ingresan a terapia intensiva del ABC (cifras al viernes de la semana pasada). 

Ahí está la terrible desigualdad, expresada en muertes en los hospitales públicos de nuestro país, con recortes presupuestales, maltrato a médicos y enfermeras, y contratación improvisada de personal inexperto. 

“Primero los pobres”, dice López Obrador. 

“Make America Great Again”, dice Trump. 

¿Exagero en las similitudes de ambos? Vea por favor esta columna publicada el 26 de este mes en The New York Times, por Nicholas Kristof. 

Donde dice Trump, ponga –o agregue– López Obrador: 

“‘Hicimos exactamente lo correcto’, dijo Trump en su discurso del lunes’. Ha pasado sin problemas de la fantasía de que el virus ‘desaparecería’, como ha dicho unas 31 veces, a la fantasía de que ya lo ha aplacado. 

“Trump inicialmente descartó el coronavirus como si fuera una gripe, se burló de que estaba ‘totalmente bajo control’ e insistió en que desaparecería ‘como un milagro’. 

“El presidente se resistió a las máscaras y adoptó las curas milagrosas, algunas peligrosas, como la inyección de desinfectantes domésticos. Alentó a sus seguidores a ‘liberar’ (abrir) los estados con confinamientos y su administración presionó a los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades para que revisaran las pautas de las pruebas para excluir a los que no presentaban síntomas. Ha sugerido que su objetivo es ‘ralentizar las pruebas’, de modo que menos personas den positivo. Eso es como tratar de reducir las muertes por cáncer poniendo fin a las pruebas de detección del cáncer. Trump todavía no tiene una estrategia nacional contra Covid-19”. 

Hasta ahí lo publicado en el NYT. 

¿Se parecen, o son iguales? 

Cada quien sacará sus conclusiones acerca de esta 'hermandad populista' en América del Norte, de la que se excluyó Justin Trudeau, cabeza de uno de los gobiernos que mejor han manejado la pandemia, según el trabajo publicado la semana pasada en Pew Research Center. 

Sí, la elección del 3 de noviembre será histórica. Para Estados Unidos, y también para México. 

https://www.elfinanciero.com.mx/opinion/pablo-hiriart/s-e-p-a-r-e-c-e-t-a-n-t-o-a-t-r-u-m-p-1

sábado, 22 de agosto de 2020

INICIA LA BATALLA (Y SU REPERCUSIÓN EN MÉXICO)

 

Joe Biden y Kamala Harris


Pablo Hiriart | 17/08/2020 

Hoy arranca la convención demócrata en Milwaukee para investir como candidatos a Joe Biden y Kamala Harris, con lo que iniciará la lucha electoral más trascendente de los últimos tiempos para Estados Unidos y con repercusión en el mundo entero. México no será una excepción. 

Para el mundo, el triunfo de Biden implicaría un nuevo impulso a la globalización, un desaliento al auge del populismo, el retorno de la institucionalidad en las relaciones entre países, restablecimiento de las alianzas históricas en Occidente y el Lejano Oriente, una vuelta a la cooperación internacional, y el “adiós al proteccionismo primitivo del trumpismo”, como señaló el Premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz. 

Donald Trump no sólo se juega su reelección, la flama de su ego invicto, sino posiblemente también su libertad. 

Es que en un país como Estados Unidos no se puede violar la Constitución impunemente. 

Ni atentar contra la democracia como ha hecho Trump al cerrarle la llave de los recursos al Servicio Postal, encargado de recibir los sufragios por causa de la pandemia. 

Ni desconocer los resultados bajo el alegato del fraude, en caso de ser derrotado. 

Puede haber consecuencias legales porque el presidente ha mentido en más de 20 mil ocasiones a sus gobernados, como indica la contabilidad diaria que se le lleva. 

No sería remoto que se le quiera sentar en el banquillo por la información falsa que dio a los estadounidenses acerca del coronavirus, que ha matado a más gente en su país –el campeón de la medicina y la investigación científica en el mundo– que en ningún otro. 

O que se haya negado a hacer públicas sus declaraciones de pago de impuestos correspondientes a los años previos a su elección como presidente, en las que sus opositores presumen irregularidades. 

Biden, puntero en todas las encuestas para ganar las elecciones a celebrarse en dos meses y días, ha dicho que no tiene pensado acusar legalmente a Trump en caso de ganar, y que tal vez no sería saludable procesar a un expresidente de Estados Unidos. 

En mucho dependerá cómo se comporte Trump en caso de perder. Y si bien Joseph Biden no es un político de pelea, sí lo es su compañera de fórmula Kamala Harris. 

La elección de Kamala Harris como candidata a vicepresidenta fue un picotazo en la cresta de Trump: mujer, negra, de familia migrante, afroasiática, con estudios superiores, defensora de la legalidad, del medio ambiente, una guerrera que ha ganado batallas notables al manipuleo electoral. 

Es todo aquello que Trump detesta. 

“Su historia es la historia de Estados Unidos”, ha dicho Biden. 

Harris va a lograr, en esta campaña, que el presidente saque lo peor de sí mismo, que no es poco. Su racismo descarado, por ejemplo. 

Quien va a pelear con Trump no es Biden, sino Kamala. 

Kamala –nombre de una diosa hindú, que significa “flor de loto”–, contendió para fiscal del estado de California contra el republicano Steve Colley, muy popular, a quien los primeros resultados dieron por ganador. Hizo un discurso de 'agradecimiento' y los periódicos lo presentaron como triunfador. 

Ella no se replegó, sino que siguió el camino de la ley y tres semanas después, contado el último voto, venció por una diferencia de 0.8 por ciento y se convirtió en la primera procuradora negra de su estado. 

Ahí está la importancia de Kamala Harris en la boleta electoral. Tiene los dientes que le faltan a Biden en el caso, muy posible, de que el resultado de las elecciones del 3 de noviembre se vaya a tribunales. 

Para México son importantes esos resultados, desde luego. 

De ganar Biden se volvería a una relación institucional y no dependiente de la amistad o simpatía con el yerno del presidente de EU. Trabajo conjunto entre dependencias y agencias, e inclusión de los temas de seguridad, derechos humanos, democracia y medio ambiente en el centro de la agenda bilateral. 

Con Trump ha sido una relación heterodoxa: presidente López Obrador contróleme la migración, no se meta conmigo y haga lo que quiera. 

Nuestro Presidente ha jugado con esas reglas, seguramente por considerarlo de interés nacional, aunque también por una explícita identificación personal con Donald Trump. Así lo expresó en una carta al mandatario estadounidense pocos días después (12 de julio 2018) de ganar la presidencia se México: 

“En cuanto a lo político, me anima el hecho de que ambos sabemos cumplir lo que decimos y hemos enfrentado la adversidad con éxito. Conseguimos poner a nuestros votantes y ciudadanos al centro y desplazar al establishment o régimen dominante”. 

¿Se trata de una fatalidad para México esa identificación política AMLO-Trump? No necesariamente. 

Biden es un conocedor de la política latinoamericana, él la llevó como vicepresidente de Barack Obama, y desde luego es un profesional que sabe diferenciar entre personas y países. 

México, por su importancia estratégica, seguirá teniendo una relación preferencial con el inquilino de la Casa Blanca. Las facturas se cobran a los políticos por sus alineamientos equivocados, como hemos visto en el pasado, como lo vemos ahora, y seguiremos viendo en el futuro. 

Hoy por hoy, Biden-Harris ganan las elecciones de Estados Unidos con relativa holgura. Falta que corra algo de agua y mucho de lodo bajo el puente en los siguientes dos meses. No está dicha la última palabra. 

Trump tiene en contra a todo eso que llaman establishment: el sector empresarial, los sindicatos, la mayoría de la clase política, grandes medios de comunicación, los militares, la comunidad de inteligencia… y a los científicos, los latinos, los negros, la academia. 

Su debacle se acentúa por el mal manejo de la pandemia y sus consecuencias en la salud y la economía. 

No está derrotado. Cuenta con defensores, como lo explicó el viernes Thimothy Egan en su artículo en The New York Times: 

“Algunos han excusado la incompetencia de este presidente, su charlatanería, sus bufonadas, sus constantes insultos a las mujeres, a las minorías, a la prensa libre, la exhibición diaria de su narcisismo. Pero ahora sabemos, y nunca debemos olvidarlo, que su ignorancia es letal”.