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sábado, 16 de mayo de 2020

EL CISMA DE ORIENTE ENTRE LAS IGLESIAS CATÓLICA Y ORTODOXA IV





IX. LOS AÑOS DEL VERDADERO CISMA (1054 A 1204) 


Los acontecimientos de junio-julio de 1054 no modifican para nada el statu quo de las relaciones entre las Iglesias. 

Los siguientes 150 años son de los más turbulento para la Iglesia de Roma, años de reforma, que desemboca en luchas políticas y militares entre papas y emperadores: <<la guerra de las investiduras>>, se tiene que luchar contra los antipapas apoyados por los emperadores; pero también se tiene que convocar a las cruzadas, irónicamente favoreciendo la petición de Bizancio, se lucha contra los normandos y después hay que solicitar su ayuda contra el emperador alemán. “Entre 1058 y 1180 hay antipapas durante 85 años de ese periodo; y los papas legítimos no duran mucho y se suceden a un ritmo acelerado. Entre 1054 y 1099 hay ocho papas y tres antipapas. Las fechas importantes son 1059, cuando el Concilio de Letrán prohíbe la investidura por los laicos; 1073-1085, años del pontificado de Gregorio VII…”[1], 1075 año de la proclamación del dictatus papae. 

La geopolítica: Bizancio entre normandos y turcos, Roma entre normandos y alemanes 


En estos años los emperadores griegos enfrentan una nueva amenaza, mucho más grave que la árabe: la de los turcos. “Para ellos, mucho más importante que el anatema recíproco de dos prelados (1054) es la derrota sufrida por sus ejércitos en Mantzikiert (1071), en el corazón de Asia Menor; mucho más grave también, el frente abierto en occidente por otros recién llegados, muy beligerantes también: los normandos, esos invasores vikingos apenas cristianizados al modo latino. Para desarmar al normando cristiano que opera en Italia, en las provincias bizantinas, el basileus desea contar con la influencia a su favor del Papa; pero este obispo de Roma, en su larga lucha con el emperador alemán, se apoya en el normando […] La cuestión normanda aleja a Constantinopla y Roma, pero la amenaza turca las acerca […] En 1073, el basileus anterior le había prometido a Gregorio VII realizar la unión de las iglesias si occidente le ayudaba contra los turcos, pero las exigencias dogmáticas de un Papa que exigía no sólo el reconocimiento de su primado, sino la aceptación de su doctrina en todos y cada uno de los puntos controvertidos suspendieron las negociaciones”.[2] Golpes palaciegos llevan a Alexis Comneno (1081-1118) al poder, justo en los momentos de lucha entre Gregorio VII y el emperador alemán Enrique IV, y la invasión a la bizantina Epira en los Balcanes por el jefe normando Robert Guiscard. El Papa necesitado de la alianza normanda contra el alemán excomulga al bizantino Alexis; quién en represalia cierra las iglesias latinas de Constantinopla, menos la de Venecia su aliado en la guerra normanda; además entra en contacto con Enrique IV. En 1084 Enrique IV toma Roma, hace consagrar al antipapa y sitia a Gregorio en su castillo, siendo liberado por los normandos, quienes para su desgracia saquean Roma. En 1085 muere Gregorio VII. 

Lo sigue Urbano II (1088-1099) quién es más diplomático y comprende que se ha manejado mal el asunto oriental y que corresponde a Roma buscar la reconciliación; por lo que manda una delegación que levanta la excomunión y pide la reapertura de las iglesias latinas en el Imperio, así como la libertad de usar pan ázimo. Alexis acepta inmediatamente y convoca a un sínodo y propone la reunión entre latinos y griegos para tratar los asuntos pendientes. “Se podría decir que cualquier tipo de cisma que pudo haber existido estaba cerrado. A lo largo de la década siguiente reinó una atmósfera de paz y amistad”.[3]

La primera cruzada y el cisma con Antioquia 



Más que el rescate de Jerusalén de las manos del Islam, el ideal que origina las cruzadas es el deseo de unión de las iglesias griega y latina y la protección de los cristianos (ortodoxos) en Antioquia, Alejandría y Palestina. El primero que concibe encabezar un ejército de 50,000 hombres para ir a lucha al lado del emperador Alexis es Gregorio VII, cuando su guerra con Enrique IV frustra la empresa. 

En 1095 una embajada de Alexis pide apoyo político-militar a Urbano II, quién retoma la empresa y la predica como una empresa espiritual. Antes de que termine el año, el Papa, desde el Concilio de Clermont-Ferrand, lanza un llamado vibrante que determina la primera cruzada: habla más de salvar a los hermanos orientales que de liberar Jerusalén y el Santo Sepulcro. “Probablemente la idea es adquirida en la Reconquista que está en curso en España. Es de notar que los bizantinos cristianos, en contacto permanente con el Islam desde el primer día, no han conocido nada semejante y por lo mismo, no entienden ese fenómeno occidental que les trae de repente decenas, cuando no cientos de miles de latinos armados, que complican las relaciones con los árabes y la situación de los cristianos que se encuentran bajo dominio islámico […] De hecho, las cruzadas, desde la primera hasta la última, no funcionan según las esperanzas pontificales. Para empezar los papas no han logrado encabezar ninguna expedición y el asunto queda en manos de los barones, reyes y emperadores”.[4]

Entre el emperador Alexis y los cruzados hay distintos fines estratégicos y tácticos, ya que al emperador le interesa una alianza contra el turco que amenaza destruir Bizancio, no contra el árabe relativamente tolerante; pero los cruzados cuentan con apoyo militar para ir a Jerusalén a liberar a los cristianos del yugo musulmán, no importando que sea turco o árabe. 

A Alexis los cruzados le serían muy útiles como mercenarios, obedientes y controlados, mientras que los cruzados como barones feudales, que son pueden rendir un homenaje al basileus por las provincias antiguamente bizantinas que liberan, pero de ninguna manera se consideran sus mercenarios. “De hecho transforman dichas provincias en feudos al estilo europeo, lo que no es aceptable para Alexis y sus sucesores”.[5]

Nuevamente se entrecruza la geopolítica y sus actores: el normando Bohemondo, quién había participado junto a su padre Robert Guiscard, en las campañas contra los bizantinos en Italia y los Balcanes, ofrece a Alexis mandar un ejército unido greco-latino, cosa que el basileus no puede aceptar, lo que ofende al normando. Así después de tomar Nicea para los bizantinos, toman Edesa, luego Antioquia y el 15 de julio de 1099 Jerusalén. “Victoriosos prácticamente sin ayuda militar bizantina, los latinos organizan su conquista sin tomar en cuenta al emperador. Nombran a Godofredo para reinar sobre Jerusalén, luego su hermano Balduino, quien toma el título de rey, se adueña de Palestina y Siria, que organiza como una monarquía feudal occidental. Bohemondo se niega a devolver a Alexis, como se lo había prometido, la ciudad de Antioquia y su territorio, que organiza como principado suyo: Tampoco se devuelve edesa a Bizancio: Para colmo se organiza una jerarquía eclesiástica sobre el modelo romano: dos patriarcados latinos, uno en Jerusalén, otro en Antioquia, lo que es una ofensa para los patriarcas orientales, cuya antigüedad es de mil años. 

Tal error no puede considerarse como accidental, aunque si interviene en él la muerte inesperada del legado pontificio Adhemar, quien había seguido al pie de la letra las instrucciones de Urbano II para trabajar en armonía con las iglesias orientales”.[6] Poco después muere Urbano II. 

“Se puede decir que el cisma está realizado en Antioquia, a principios del siglo XII; según los vaivenes políticos y militares, manda un patriarca latino o uno griego, el que obliga al clero griego o latino a una sumisión sólo aparente […] Cuando en el siglo XIII, el papado intenta resolver el problema tolerando dos jerarquías paralelas a condición de que el patriarca griego reconozca el primado de Roma, es demasiado tarde y los días del Oriente latino son contados”[7]

En Constantinopla, el odio se acentúa y en 1182, poco después de la muerte de Manuel Conmeno, se da una matanza colectiva de latinos, entre ellos el legado del Papa, a lo que responden los normandos cuando conquistan Salónica en 1185. Hay que mencionar que a los tres primeros emperadores Conmeno los había manejado hábilmente para evitar enfrentamientos violentos. “El motín de 1182 y la hostilidad ulteriormente persistente contra los latinos y el latinismo juegan contra la unión y favorecen el viejo proyecto de algunos príncipes occidentales: la toma de Constantinopla. En 1190, el emperador alemán Federico Barbarroja está a punto de hacerlo cuando le niegan el paso para su cruzada. Su hijo Enrique VI lo piensa seriamente cuando se casa con la hija del último rey normando y se vuelve rey de Sicilia”.[8]

La geopolítica y la cuarta cruzada 



El basileus Isaac Angelos se empeña en mantener la comunicación con Roma y concede una indemnización a los sobrevivientes de la persecución de 1182, sin embargo es depuesto en 1195, por su hermano Alexis que lo manda cegar y lo pone en prisión junto con su hijo. 

En 1198, el ahora Alexis III propone al Papa Inocencio III una alianza contra el emperador alemán; a lo que el Papa pone como condición que el basileus proclame la unión religiosa y mande una flota para apoyar a los latinos de Palestina. En 1201, el sobrino del basileus, el joven Alexis, hijo de Isaac el Ciego, se fuga de la cárcel y se presenta al Papa, ofreciendo la unión de las Iglesias si lo ayuda a recuperar el trono. Inocencio III prudentemente rechaza la oferta que si retoma el emperador alemán Felipe, para más cuñado del prófugo. 

“El emperador proyecta una expedición bajo el mando de Bonifacio de Montferrat, empresa condenada por el Papa en repetidas ocasiones. Bonifacio es temible; emparentado con las casas reales de Francia y Alemania, es un veterano de Oriente en donde su padre Conrado ha muerto y sus hermanos han peleado a su lado. Es amigo íntimo del enemigo del Papa, el emperador Felipe. Para colmo, Venecia, gran potencia comercial, financiera y marítima, demasiado interesada en los asuntos bizantinos, se mete en la empresa”.[9]

La cuarta cruzada (1202-1204) encabezada por los barones franceses se inicia con la toma de la ciudad rebelde de Zara en los Balcanes, -ciudad cristiana recién anexada por el rey de Hungría-, condición impuesta por lo venecianos para transportar a los ejércitos que no tienen con que pagar. “El Papa horrorizado, excomulga a los partícipes de una cruzada cuya primera operación militar es la toma y saqueo de una ciudad cristiana. No tarda en perdonar a los franceses, pero mantiene la excomunión contra los venecianos. Es cuando se cruza –ironía involuntaria de las palabras- el proyecto bizantino-alemán de restablecer en el trono a Isaac el Ciego. Bonifacio había hablado con el Dogo de Venecia, el viejo Andrea Dandolo, enemigo mortal de los bizantinos desde que había perdido la vista en el progrom de 1182. Entre los dos, logran convencer a los otros barones de que la cruzada se costeará y facilitará con un paseo por Constantinopla, justo el tiempo necesario para restablecer en su trono a un soberano legítimo. Eso financiaría la cruzada y la fortalecería con un gran ejército griego.



Prudentes, no consultan al Papa y zarpan en abril 1203 desde Zara para tomar Constantinopla por asalto el 24 de junio, con relativa facilidad. Isaac y su hijo co-basileus bajo el nombre de Alexis IV, se ganan la inquina de todos, de los latinos porque lo prometido es imposible de cumplir, de los griegos porque no soportan un poder sostenido por los latinos. El 25 de enero de 1204, un motín popular, apoyado por un clero que no acepta la romanización por venir triunfa. Sube al trono el líder del motín Alexis Murzuflos. Los latinos se radicalizan y deciden acabar con el Imperio bizantino de una vez para instalar uno latino. Preparan el reparto detallado del poder y de los bienes; seis latinos y seis venecianos deben elegir al emperador, si escogen un príncipe latino el patriarca tiene que ser veneciano. El convenio, debidamente firmado, termina con las palabras: <<por el honor de Dios, del Papa y del Imperio>>. El Papa no fue consultado. 

La segunda batalla por la ciudad empieza el 6 de abril y concluye el día 12. Al día siguiente Dandolo y los jefes latinos se instalan en el gran palacio imperial y conceden a sus soldados tres días de saqueo”.[10]

El papa Inocencio II reacciona con coraje y consternación, condenando con energía la violencia, el robo, el sacrilegio; sin embargo los ortodoxos no registran lo dicho y sus descendientes no recuerdan la carta. 

El cisma con los patriarcados de Antioquía y Jerusalén, se da por la persistencia de Roma de mantener patriarcas latinos; en el caso de Alejandría, ahora bajo el dominio musulmán, no sufre de esta imposición, pero también ha perdido la comunión con Roma. 


XII INTENTOS POSTERIORES DE REUNIFICACIÓN (1206 A 1453) 

El mayor desmentido a quienes ubican el Cisma de oriente en 1054 a causa de las excomuniones recíprocas, o en 1204 debido a la toma de Constantinopla por los cruzados; es el hecho de que entre 1054 y 1453, el año de la caída de Constantinopla haya habido unos treinta intentos de acercamiento entre las dos Iglesias. 

En 1261 Miguel Paleólogo retoma la ciudad y funda la última dinastía bizantina en un entorno sumamente amenazante: al norte por búlgaros y serbios, al este por los turcos, al poniente por los latinos y por otra parte Bizancio depende cada día más de sus odiados enemigos, las ciudades-Estado italianas: Venecia y Génova. 

El Estado es pobre y la iglesia cada vez más poderosa, el cesaropapismo ha sido sustituido por una <<teocracia popular>>. “Si el patriarca no manda siempre, los monjes pueden lanzar el pueblo a la calle, tanto contra el emperador como contra el jerarca. El patriarca Atanasios obliga al basileus Andrónico II a decretar: <<Declaro que quiero no sólo mantener la Iglesia enteramente libre, sino ser con ella tan obediente como un esclavo, y someterme a ella en todo lo que es legal y conforme a la voluntad de Dios>>.[11]

La debilidad de Bizancio y la superioridad de sus enemigos llevan a los emperadores al esquema ya estudiado de solicitar ayuda militar a Occidente a cambio de la unión de las Iglesias, situación que no es aceptada por los patriarcas de Constantinopla; así se convoca a los Concilios de Lyón en 1276 y de Ferrara-Florencia en 1439 

El Concilio de Ferrara-Florencia 





El basileus Manuel II que en su largo reinado se ve obligado a enfrentar a los turcos una y otra vez, después de sitio de 1422 a Constantinopla por parte del Sultán Murad da en su lecho de muerte a su hijo Juan VII una proféticas recomendaciones: 

“No nos queda, le dijo en resumen, más recursos contra los turcos que su temor frente a nuestra reunión con los latinos. Tan pronto como te encuentres apresurado por los infieles, hazles ver ese peligro. Propón un concilio, empieza las negociaciones, pero prolóngalas siempre; elude la convocación de esta asamblea que no te podría ser de ninguna utilidad. La vanidad de los latinos y la terquedad de los griegos no concordarán nunca. Al querer realizar la reunión, no harías sino confirmar el cisma y exponernos sin recurso a la merced de los bárbaros”.[12]

Juan VIII negocia con el Papa Eugenio IV la unión a cambio de una nueva cruzada contra la cada vez mayor amenaza turca. No obstante no todo es política, ya que existe un movimiento unionista que va desde los <<fundamentalistas>> del Monte Atos hasta Bizancio y que piden al Papa el concilio esperado desde hacía 100 años. Después de 7 años de esfuerzos el concilio se inicia en la ciudad de Ferrara el 8 de enero de 1438, pero un brote de peste obliga a cambiar de ciudad y el concilio se traslada a Florencia. A él concurren 150 obispos occidentales y un número mayor de obispos orientales, además de la crema y nata de intelectualidad y el clero bizantino que ascendían a 700 personas. 

El Concilio se da en un polémica positiva y resuelve muchos problemas. El Patriarca José II de Constantinopla, muy escéptico en un principio, se transforma en partidario sincero de la unión. Las largas y animadas discusiones teológicas que no se habían dado en tales condiciones de libertad y frente a un público tan grande convierten a muchos a la causa unionista. Al discutir el tema del <<Filioque>> y del purgatorio se convencen de la ortodoxia de la posición latina. 

Las discusiones duran 6 meses, hasta que el 6 de julio de 1439, el edicto de unión queda firmado por el Metropólita de Nicea y portavoz de los griegos Bessarion, el emperador Juan y los demás participantes, con excepción de obispo de Éfeso Marcos. Por él los griegos aceptan el <<Filioque>>, sin obligación de incorporarlo a su rezo del Credo, se respetan las divergencias en el rito, la lengua y las costumbre y se reconoce de manera ambigua el primado de Roma. 

Entre 1439 y 1442 muchas iglesias orientales aceptan los decretos del concilio: armenios, asirio-caldeos, etíopes, jacobitas, maronitas de Chipre, nestorianos, sirios. Sin embargo Constantinopla y Moscú rechazan la unión por considerarla como sumisión humillante a Roma y de los 29 obispos que habían firmado el decreto de unión 21 cambian de parecer. “En 1443, los patriarcas de Alejandría, Antioquía y Jerusalén, reunidos en sínodo declaran <<detestable>> y <<abominable>> el Concilio de Florencia y deponen a Mitrofanes, el patriarca unido de Constantinopla. La violencia es cotidiana, las calles de la capital son el teatro de violentos enfrentamientos, el basileus manda sus tropas contra los monjes levantiscos”.[13]

El papa cumple su parte y convoca a una nueva <<cruzada>> a cuyo frente pone al Cardenal Julián Cesarini, a cuyas fuerzas se suma Jan Huyandi y el Ladislas III de Hungría. Derrotan al sultán Murad II en Nish y continúan su Marcha a Constantinopla, siendo derrotados en 1444, en Varna por la fuerzas de Murad, desapareciendo el rey Sebastián de Portugal y muriendo el rey de Hungría. Sobra decir que esta derrota y la muerte de Juan VIII envalentonan más a los enemigos de la unión. 

El 29 de mayo de 1453 Constantinopla cae bajo el asedio del sultán Mahmad, que permite la práctica de la Iglesia Ortodoxa, fomentando el antilatinismo de la misma, para de esta forma consolidar su conquista. 

Aquí es donde se da el verdadero cisma, ya que el diálogo se suspende por casi cinco siglos. 

Bizancio al caer pasa la estafeta a Rusia, en donde el basileus se hará llamar Zar, Secretario General del Partido Comunista de la URSS, o Presidente de Rusia y se va a continuar con el mismo esquema de Bizancio, ya que los metropolitas de Rusia eran nombrados por el Patriarca de Constantinopla y era común su ascendencia griega. Así mismo los zares se desposaron con miembros de las familias de los basileus. 

Jorge Pérez Uribe, julio 2007

Notas:
[1] Jean Meyer, op. cit. pág. 125 
[2] Jean Meyer, op. cit. pág. 126 
[3] Jean Meyer, op. cit. pág. 128, 129 
[4] Jean Meyer, op. cit. pág.129 
[5] Jean Meyer, op. cit. pág.132 
[6] Jean Meyer, op. cit. pág.133 
[7] Jean Meyer, op. cit. pág.134 
[8] Jean Meyer, op. cit. pág.135 
[9] Jean Meyer, op. cit. pág.137 
[10] Jean Meyer, op. cit. pág.138, 139 
[11] Jean Meyer, op. cit. pág.149 
[12] El cronista Phrantzes, citado por Jean Meyer, op. cit. pág. 149 
[13] Jean Meyer, op. cit. pág.170

sábado, 9 de mayo de 2020

EL CISMA DE ORIENTE ENTRE LAS IGLESIAS CATÓLICA Y ORTODOXA III




La emperatriz Teodora

VI. DE LAS TENSIONES A LA RUPTURA 



En lugar de plantearnos el ¿por qué? se llegó al cisma, debemos plantearnos el ¿cómo? se llegó a él. 

“En el <<cómo>> entran en los siglos V, VI, VII, las tensiones entre el pluralismo cultural en expansión, introducido por las invasiones germánicas en el Occidente y la necesidad de unidad de la Iglesia Católica […] Entre estos acontecimientos (¿accidentes?), se cuentan la arbitrariedad de los emperadores de Oriente, calificada de <<cesaropapismo>>, y el desarrollo gradual del primado romano, primero en todo el oeste, después con pretensiones universales. Se cuentan también la ambición paralela de los patriarcas de Constantinopla que intentan ejercer un primado comparable sobre los otros patriarcados orientales; el factor personal, siempre imponderable, siempre decisivo, de los actores individuales; las antipatías étnicas entre griegos y latinos, unidas al orgullo nacional y a las rivalidades políticas. Intervienen tanto las disputas teológicas, como los usos y costumbres, las revoluciones intelectuales, como las ofensivas militares y las conquistas realizadas por los normandos, los árabes, los cruzados, los búlgaros o los turcos”.[1]

Desde el siglo IV la arbitrariedad de los emperadores orientales tiende a aislar a las dos partes de la Iglesia católica y a partir de Heraclio (510-641 d.C.) se completa la helenización, tanto del Imperio como de la Iglesia de Oriente. “Esta nacionalización de la Iglesia bizantina la aleja tanto de Roma como de los otros patriarcados orientales y facilita, en aquéllos, la conquista árabe, las conversiones al Islam. 

Es una de las razones por las cuales el obispo de Roma se busca protectores entre los reyes germánicos e intenta a su favor el restablecimiento del Imperio de occidente. La coronación de Carlomagno por el Papa parece en Constantinopla una verdadera traición; y las rivalidades entre emperadores alemanes y bizantinos, luego entre reyes normandos o franceses, y el basileus no facilitan la armonía, mucho menos la reconciliación. 

La domesticación temporal, mejor dicho recurrente, de la jerarquía oriental –fenómeno bien conocido en occidente durante el <<siglo de Hiero>>- es otro factor”.[2]

Primeras rupturas 


Cuando el Papa Félix II excomulga y depone al patriarca Acacio, apoyado por el emperador Zenón (que sostienen el monofisismo), se da un cisma de 35 años (484-518 d.C.). 

Hacia 548, la emperatriz Teodora, ligada a los monofisitas, empuja a Justiniano en la querella de los <<tres capítulos>>, una compilación de textos monofisitas. 

Surge un nuevo cisma entre 640 y 681, a propósito del monotelismo[3], hasta que el sexto concilio ecuménico de Constantinopla, restablece la doctrina de las dos voluntades, la humana y la divina. 

La crisis del iconoclasta provoca de nuevo largas rupturas entre 726 y 787 y entre 813 y 843.


“El período 610-843 fue uno de los más tormentosos de la historia de Bizancio, con guerras y disturbios, conflictos políticos y religiosos, la invasión persa y luego árabe, en el sur y en el este, las ofensivas avares y búlgaras en el norte, francas en el oeste, con la proclamación del imperio de Occidente. Constantinopla se vio rudamente sitiada en varias ocasiones. Para resistir mejor a los persas, Heraclio, con el patriarca Sergio, decidió hacer concesiones a los cristianos monofisitas, mayoritarios en Mesopotamia, Siria y Egipto, lo que engendró el monotelismo que provocó la ruptura de 640-681 con Roma. Luego vinieron los tiempos álgidos del largo iconoclasta. En total, durante esos 233 años la comunión entre las dos partes de la cristiandad se perdió 149 años. Es cuando se empieza a oponer <<Romanistas>> oriental a <<Latinitas>> occidental”.[4]

<<Latinitas>> contra <<Romanistas>> 


“Esa contradicción es muy anterior al cristianismo y tan vieja como la conquista romana, ya en tiempos de la República, los lugares comunes sobre el griego <<culto>> y el romano <<bárbaro>>, el primero <<decadente, servil, pérfido>> y el segundo <<brutal, rústico, arrogante><, nacen en esa época. La larga paz romana y el cristianismo, si bien disminuyen la fuerza del antagonismo, no lo borran. Para ser completo, habría que mencionar el tercero en discordia: la parte no griega del Oriente, la semítica y egipcia que tiene con el mundo griego una relación ambivalente, para no decir antagónica. Roma, muchas veces tiene tendencia a ver los asuntos de Oriente por los ojos de Alejandría y Antioquía, es decir, con un <<prejuicio contra Constantinopla>>. Es que para las iglesias orientales, el evento más desestabilizador de los siglos IV y V fue el nacimiento y crecimiento meteórico de Constantinopla como capital del imperio romano de Oriente; por eso buscan un contrapeso del lado de Roma. El basileus además hostiliza a Antioquía y Alejandría, ciudades que no son griegas y son fácilmente turbulentas […] 

Los acontecimientos políticos y militares refuerzan las tendencias etnocentristas de cada bando: división del Imperio romano en dos partes, caída del Imperio de occidente, helenización del Oriente, germanización del Occidente, pérdida de la Italia bizantina transformada en Estados de la Iglesia (romana), coronación de Carlomagno, vista como una traición por el <<gran basileus y autocrator de los romanos>>. Los bizantinos comparten el resentimiento de su monarca contra un Papa amigo de los <<bárbaros>> y, por lo tanto, extranjero, cuando no enemigo. ¿Someterse a la autoridad espiritual de este bárbaro? ¡Impensable! Sobran los testimonios literarios de ese sentimiento que perdura hasta la caída de Constantinopla y se hace cada vez más popular. Socialmente hablando. Los latinos no son más caritativos: aversión, desconfianza, desprecio son los sentimientos comunes contra los nefandissimi Graeci, odibiles, perversi. Lo cuál afecta la teología: la oposición de los teólogos carolingios a las decisiones del segundo Concilio de Nicea obedece, en buena parte, a razones políticas, al grado de que el papa Adriano I tiene que tomar la defensa de los padres griegos. De la misma manera, el celo de los carolingios para propagar en sus Estados la adición del <<Filioque>> aL Credo, tiene también una indudable dimensión política. León III, conciente del peligro que eso significa para la unidad de la Iglesia, intenta vanamente impedirlo. Además los emperadores germánicos, al imitar el cesaropapismo oriental, contribuyen a la formación de dos bloques político religiosos”.[5]

Otro problema lo constituye la diversidad lingüística: “En tanto que la nueva Roma se había instalado en tierras de habla griega: Italia dejaba de ser bilingüe en el siglo IV [...] Las comunicaciones de los papas a los concilios orientales eran leídas primero en latín y luego traducidas por los que entendían la lengua, con frecuencia con grandes errores, según se deduce de la queja de León el Grande [...] Aunque fue durante varios años representante papal en Constantinopla, Gregorio el Grande no podía comprender el griego [...] La culminación llegó en el año 867, cuando un emperador habló del latín como una <<lengua bárbara>>. El Oriente y el Occidente no pudieron llegar a entendimiento ninguno, se ha dicho en forma dura, porque no se podían literalmente entender el uno al otro”.[6]

VII EL CISMA DE FOCIO



Intervienen el él la intriga palaciega y la geopolítica, El Patriarca Ignacio, es depuesto en 857, como consecuencia del golpe de estado que depone a la emperatriz Teodora, su protectora. El nuevo emperador Miguel III convoca un concilio local que reconoce a Focio, hasta entonces laico y sabio eminente, amigo de los misioneros Cirilo y Metodio. “Pero el papa Nicolás I (858-867 d.C.), una fuerte personalidad como, mal informado por los partidarios de Ignacio llegados a Roma, se niega a confirmar al Patriarca, convoca un sínodo romano que declara anticanónica la elección, excomulga a Focio y repone a Ignacio en la sede de Constantinopla (863 d.C.). La reacción no se hace esperar: tanto el Imperio como la Iglesia rechazan una reacción romana considerada como injustificada, una intrusión inadmisible en la vida interna de la Iglesia. El resentimiento se instala a la hora de la ruptura abierta entre las dos iglesias”.[7]

Como consecuencia de la predicación de los misioneros orientales en 865 el príncipe búlgaro Boris abraza el cristianismo, pidiendo al Papa pertenecer a su jurisdicción, lo que constituye para Constantinopla una <<invasión>> de su territorio canónico. 

“En una carta dirigida a los patriarcas (867 d.C.), Focio presenta uno por uno todos los puntos que el considera inadmisibles en Roma, empezando por la doctrina <<herética>> del <<Filioque>>; en el mismo año un concilio en Constantinopla, presidido por el basileus, excomulga y depone al papa Nicolás. Poco después una revolución palaciega asesina a Miguel III, obliga la renuncia de Focio y reinstala a Ignacio: Constantinopla está de nuevo en comunión con Roma [...] muerto Ignacio en 877, focio sube de nuevo a la sede patriarcal y se reconcilia con Roma en 880. Destituido una vez más en 886 por el emperador, se retira a la vida privada”.[8]

Si bien este cisma es de los más breves de la historia cristiana (863-867), es un preludio de lo que se vivirá siglos después, en donde los escritos de este hombre culto e inteligente servirán de base para las argumentaciones contra Roma. “Focio fue el primero en levantar la lista de lo que alguien llamó los <<nidos a querella>>: celibato de los clérigos, ayuno en sábados de Cuaresma, uso de huevos y leche durante la primera semana de Cuaresma, pan ázimo, confirmación administrada por el obispo solamente y…<<Filioque>>. Hasta aparece en el marco de esa querella, pero no bajo la pluma de Focio, la critica contra la costumbre de los clérigos romanos de rasurarse (¡!). La querella es, quizá, más importante a posteriori, vista desde fines de 2004, que en el siglo IX. Sus contemporáneos no la viven como algo especialmente importante o novedoso. Para ellos es una crisis más”.[9]

Filioque 


“La adición de esa palabra al símbolo de Nicea –adición que expresaba la doctrina según la cuál el Espíritu Santo no procede sólo del Padre, sino a la vez de Padre y <<del Hijo>>- parece que se práctico por primera vez en la Iglesia española, en el Concilio de Toledo (589 d. C.); en esa época era una forma de defenderse del arrianismo de los visigodos. La costumbre pasó de España a Francia y Alemania, y Carlomagno se apresuró a adoptarla: Para él, era un arma contra los griegos, a quienes acusaba de herejía. Sin embargo, Roma no admitió el <<Filioque>> hasta el siglo XI. Los papas sostenían que, aunque la adición estuviese justificada teológicamente, no era conveniente alterar la versión del símbolo aceptada por toda la cristiandad. Pero los misioneros romanos en Bulgaria emplearon el término controvertido; ello desencadenó la controversia; que vino a constituir el núcleo del debate teológico entre la cristiandad griega y la latina durante la edad Media y que todavía separa a las iglesias”.[10]

VIII. EL AÑO DE 1054




En detrimento de la creencia común en el sentido de que el cisma entre Oriente y Occidente inicia en este año, hay que abonar que cuando en 1053 se intenta el restablecimiento de la comunión religiosa, es porque esta ha estado suspendida desde hace mucho tiempo. Los actores de esos años son: el Papa León IX, <<el reformador>>, el Patriarca es Miguel Cerulario (Kerularios), el basileus Constantino IX Monomaco. La situación política es de recuperación del imperio bizantino que ha reconquistado el Asia Menor, parte de Siria, Bulgaria y la Italia Meridional, lo que ha desarrollado un espíritu de orgullo griego o imperial. “El patriarca de Constantinopla se considera, con razón, jefe de una Iglesia que incluye Bulgaria y el mundo ruso. La presencia bizantina en Italia se acompaña de una nueva rivalidad entre las dos iglesias, justo cuando Roma renace de sus cenizas [...] Los intentos romanos de imponer una práctica litúrgica uniforme en las iglesias griegas de Italia del Sur, que los normandos arrancan ahora, poco a poco, a Bizancio, corresponden a los intentos del patriarca de Constantinopla para obligar a las iglesias latinas de su zona a seguir los usos griegos. 

Entonces, si todo empuja al conflicto ¿por qué en 1053, un intento de acercamiento? 

La razón es normanda. Los normandos, nietos de los invasores vikingos instalados en la provincia francesa que lleva su nombre, la Normandía, entran en el sur de Italia, como tercero en discordia, entre alemanes y griegos, y su amenaza demasiado real unifica brevemente al emperador Enrique III, al basileus Constantino y al Papa León IX. Ese proyecto de alianza militar entre los dos emperadores implica el restablecimiento de las relaciones religiosas entre las dos Romas. Es cuando entran en escena el patriarca Miguel Cerulario y el enviado del Papa, su fiel Humberto”.[11]

En Constantinopla se da una situación de excepción, un basileus débil y un Patriarca de personalidad avasalladora, que gozaba de una popularidad inmensa como para lanzar a la calle a la población y después calmarla, y que busca reunir en su persona las funciones de patriarca y basileus. 

“El patriarca no provoca la ruptura –existía antes de que ocupara la sede de Constantinopla- pero hace todo para impedir el restablecimiento de relaciones normales. En sus cartas al patriarca Pedro de Antioquia, en comunión con Roma, se ve que la separación no le importa, puesto que la cree muy antigua, de varios siglos. Está convencido de que el Papa y los latinos se han separado de la verdadera Iglesia hace mucho y lo único que busca es volver a Roma favorable a la causa bizantina en su lucha contra francos y normandos. Parece que convence al metropólita de la Iglesia búlgara, León de Ocrida, de escribir una carta en griego, en 1053, al obispo de Trani (Italia), Juan, quien la remite a la curia. Traducida al latín [...] Invita a negociar, pero en forma de ultimátum que explica a los latinos cuáles son todos los obstáculos a la unión, en una forma tan agresiva que vuelve la unión imposible. El Papa León IX, sin perder su sangre fría, manda al cardenal Humberto con una embajada a Constantinopla, en 1054”.[12]



Los legados papales fueron recibidos con todos los honores por el emperador. “La embajada, sin embargo, olvidando que también en Bizancio se está viviendo una revolución, se engaña al considerar al emperador como el mayor interlocutor. Así que el patriarca se ofende. Humberto también. Se abre la disputa dialéctica. Humberto manda traducir al griego su anterior respuesta polémica y se empeña en una deplorable disputa en la que tacha de herejía, en casa ajena, muchos usos de los griegos, legítimos aunque distintos de la tradición latina. El enfrentamiento termina cuando Humberto deposita en el altar de Santa Sofía, el 16 de julio de 1054, la bula de excomunión contra el patriarca Cerulario y sus seguidores. Éste convoca el sínodo unos días después y sentencia la excomunión contra los latinos”.[13]

“El emperador, empeñado en conseguir la alianza contra los normandos, intenta vanamente convocar a los adversarios a una conferencia de paz, pero Cerulario le ha ganado la partida, No contento con su sínodo y la excomunión de los legados romanos, publica una extensa carta a todos los patriarcas, relatando la historia de la divergencia entre las dos sedes. Entretanto el pequeño ejército del Papa había sido derrotado por los normandos y el mismo León IX había muerto el 13 de abril, dejando a Humberto sin autoridad moral”.[14]

Concluyendo, podemos afirmar que las excomuniones recíprocas de 1054, más que el hecho definitivo de la separación entre las dos iglesias, marcan el fracaso del primer intento de reunión. Así tenemos que la historiografía bizantina contemporánea ignora completamente el cisma de 1054. [15]

Por otra parte habría que considerar los hechos: “La sentencia del cardenal no tiene valor canónico, por no haber sido aprobada por la Santa sede; y la del patriarca no es más que una represalia contra unos extranjeros arrogantes, sospechosos de haber falsificado la carta del papa [...] Pero no hay que subestimar la importancia del acontecimiento. A diferencia de Focio, quien se reconcilia pronto con Roma, Cerulario se mantiene sin variación en su hostilidad absoluta; mientras el primero acaba por adoptar la posición económica>> del respeto de los usos y costumbres de cada Iglesia, el segundo se vuelve hacia atrás. No le interesa demasiado la polémica teológica del <<Filioque>>, y le obsesionan cosas como el pan ázimo, que no es verdadero pan sino la masa muerta de judíos que suprime la vida de cristo; lo abominable es comer morcilla, carne de lobo o de oso, omitir el <<aleluia>> durante la cuaresma, etcétera. Es un discurso que la masa del pueblo entiende no el <<Filioque>> y que exalta su odio hacia los latinos”.[16]

Jorge Pérez Uribe, julio 2007


Notas.
[1] Jean Meyer, op. cit. pág. 94 
[2] Jean Meyer, op. cit. pág. 95 
[3] Intento de síntesis para reconciliar ortodoxos y monofisitas, proclamando que en Cristo hay dos naturalezas y una sola voluntad: la divina; negando la voluntad humana. 
[4] Jean Meyer, op. cit. pág. 102 
[5] Jean Meyer, op. cit. pág. 103 a 105 
[6] Norman H. Baynes, El Imperio bizantino, México, Fondo de Cultura Económica, 1949, Pág. 77 
[7] Jean Meyer, op. cit. pág.107 
[8] Jean Meyer, op. cit. pág.108 
[9] Jean Meyer, op. cit. pág.113 
[10] Nueva historia de la Iglesia, Madrid, Ediciones Cristiandad, 1987, tomo II, pág. 114 
[11] Jean Meyer, op. cit. pág. 116 
[12] Jean Meyer, op. cit. pág. 117, 118 
[13] Lorenzo Cappeletti, ¿Primado o hegemonía? La historia de una separación 
[14] Jean Meyer, op. cit. pág. 118 
[15] Lorenzo Cappeletti, op. cit. 
[16] Jean Meyer, op. cit. págs. 121, 122

sábado, 2 de mayo de 2020

EL CISMA DE ORIENTE ENTRE LAS IGLESIAS CATÓLICA Y ORTODOXA II





IV. EL CRISTIANISMO ORIENTAL Y EL CESAROPAPISMO 



El cristianismo oriental




“El cristianismo nació en el Oriente (<<Ex oriente, lux>>), el griego fue la lengua del Nuevo testamento y de la Biblia de los Setenta, traducción realizada por los judíos de Alejandría y de uso oficial para los cristianos. Fue también la lengua litúrgica utilizada en la celebración eucarística de los primeros tiempos de la Iglesia”.[1]

“En Occidente hubo un patriarca único, el obispo de Roma, el papa, sin emperador a su lado durante más de tres siglos, con una autoridad y un prestigio sin rivales. En el Oriente un emperador fuerte mantuvo sobre una Iglesia dividida en cuatro patriarcados la autoridad político religiosa de Constantino”[2]. “La Iglesia oriental funciona como una oligarquía compuesta de numerosos obispos, representantes y defensores de las comunidades locales; por más que existiera una jerarquía distinguiendo entre metropolitas, arzobispos, exarcas y patriarcas, la colegialidad es la regla”.[3] A su vez estas autoridades están sometidas a la autoridad del concilio ecuménico.

“La Iglesia oriental, como la occidental, no tarda en expandirse, por la vía misionera, más allá de las fronteras del Imperio, hacia África y Arabia, hacia el oriente persa y el norte eslavo, del Cáucaso a los Cárpatos y al círculo ártico. Organiza las nuevas iglesias en metrópolis descentralizadas, pero el metropolita es consagrado por el patriarca de Constantinopla”…

“A diferencia de la Iglesia Occidental, la oriental no puede conservar todo lo evangelizado; por muchas razones que no viene al caso explicar: imperialismo cultural bizantino; dominación económica, fiscal, militar por parte del Imperio; dureza de las controversias religiosas sobre la naturaleza de Cristo, las cuáles provocaron los importantes cismas nestoriano, monofisita y monotelita, así como su dura e intolerante represión; violencia y duración de la querella de las imágenes (íconos), iconoclasmo de varios emperadores y persecución de los defensores de las imágenes; tendencia del patriarcado de Constantinopla a imponerse a los otros patriarcados” [4]. Todo esto ocasionó que los cristianos no griegos prefirieran en muchas ocasiones al conquistador persa o árabe, que al cristiano griego.

“El resultado es que la cristiandad oriental, conservando siempre su carácter griego, se vuelve la Iglesia de la mayoría de los pueblos eslavos, de la misma manera que la occidental, conservando su latinidad, recibe en su seno a los pueblos germánicos, célticos, escandinavos, etcétera. Una diferencia suplementaria es que mientras la Iglesia occidental conquista a sus colonizadores germánicos, la Iglesia oriental no logra evangelizar al conquistador musulmán, sea árabe o turco. Hoy en día, la dos veces milenaria presencia cristiana en los territorios del antiguo Imperio Romano de Oriente está reducida a unas diminutas comunidades, rápidamente erosionadas por la persecución y el consecuente exilio”.[5]

El corte cronológico que distingue entre Antigüedad y Edad Media, si es válido para Occidente, no lo es para Oriente: el Imperio romano no murió sino hasta 1453; y fue de manera violenta, sin acabar del todo, puesto que se puede decir que perduró tanto en la ortodoxia como en el Imperio ruso. Lo que se llama <<constantinismo>> y <<bizantinismo eclesiástico>> no es producto de la Edad Media, sino un desarrollo sostenido de la herencia de Constantino y de los padres griegos de la Iglesia. Ese helenismo cristiano y su contraparte política, un emperador que tiene una gran papel religioso, conoce una historia radicalmente diferente de la de Occidente en la misma época. La situación no es la misma, la teología responde a otros retos. El oriente vivió grandes y profundas controversias sobre la naturaleza de Cristo, desde el arrianismo hasta el monotelismo (638-680 d.C.) que lo llevaron a precisar y a refinar puntos doctrinales. Pero se puede decir que los debates dogmáticos terminaron en el siglo VII y que la teología posterior se limitó orgullosamente a recopilar, conservar, y transmitir un saber concluido.

La controversia pasó entonces del plan dogmático al plan litúrgico, concretamente a la controversia sobre las <<imágenes>> que estuvo a punto de destruir a la Iglesia oriental y al imperio, entre 726 y 843. En este caso, como en las controversias sobre cristo, la comunión se mantuvo con el Occidente y el papa de Roma, consultado en varias ocasiones, lo que resultó un gran apoyo para el triunfo de la Ortodoxia.

El cesaropapismo 






Concepto desarrollado por jurista alemán Justus H. Boehmer (1674-1749), designa la enfermedad oriental del poder absoluto. “Según esa teoría, el basileus, el emperador bizantino, es la sombra de Dios en la tierra. Desde el siglo IX, a lo menos el basileus absorbe toda la autoridad sacerdotal que el patriarca no alcanza a retener para sí solo: el emperador es rey y sacerdote…En el modelo cesaropapista, no existe el sacerdote que quiere ser rey, sino el rey que afirma ser sacerdote. En general, historiadores y juristas aplican el término de cesaropapismo a Bizancio.

“Los emperadores iconoclastas del siglo VIII son los únicos que pretenden formalmente ser <<emperador y sacerdote>>, como lo afirma León III, el Isauro (726 d.C.). Bajo la influencia del judaísmo y del Islam vecino, totalmente iconoclastas los dos, el emperador prohíbe en este mismo año las imágenes y ordena su destrucción (<<iconoclasmo>>) en todos los edificios sagrados o profanos. Estas medidas son el punto de partida de un período de disturbios y de persecuciones que dura 120 años…De 726 a775 la represión es terrible, el emperador depone al patriarca de Constantinopla, mientras Juan de Damasco escribe sus fogosas Apologías a favor de los íconos. En Occidente, el edicto imperial provoca la protesta del papa Gregorio II, amenazado de deposición por el basileus, y el levantamiento general en Italia contra los administradores y militares bizantinos. Es cuando empieza el descontento de los papas y el desafecto de los italianos por el Imperio de Oriente. Esa enemistad lleva pronto a la ruptura, cuando Pepino y Carlomagno crean los estados de la Iglesia con antiguos territorios bizantinos. 

El hijo de León, Constantino Coprónimo (741-775 d.C.), es más violento aún que su padre y convoca un Concilio en Constantinopla (754 d.C.) para condenar los íconos: ni el Papa, ni los patriarcados de Alejandría, Antioquia y Jerusalén mandan representantes. Unos años después, en 769, el Concilio de Letrán, con el papa Esteban III y los patriarcas orientales, condena el seudo Concilio en Constantinopla y los iconoclastas. En 787 el concilio ecuménico de Nicea, el séptimo, proclamo el triunfo de las imágenes pero el partido iconoclasta volvió al poder entre 813 y 842 para, luego desaparecer… 

Psicológicamente hablando, el Imperio le parece entonces a muchos inseparable de la Iglesia y surge una verdadera confusión entre el pueblo griego como pueblo imperial y el pueblo de Dios. <<Mesianismo nacional, obsesión del reino sagrado va a ser uno de los principales pecados históricos de la cristiandad ortodoxa>>, escribe Olivier Clément” [6]

¿Escritura contra Filosofía? 


El encuentro con las filosofías helenísticas, inaugurado por Pablo en Atenas, obliga a la Iglesia a reflexionar sobre el <<misterio>> que anuncia. A diferencia de los escolásticos de la Edad Media latina, los padres griegos no intentan aplicar la filosofía de Aristóteles o Platón para demostrar la existencia de Dios y entender al hombre y al mundo. Emplean la técnica filosófica de la época sin dejarse contaminar por su contenido. No obstante sobran los casos de neoplatonismo, neoestoicismo, aristotelismo y finalmente de gnosticismo.

“Para los padres griegos de la Iglesia y más aún para los espirituales de Bizancio, la enseñanza cristiana expresa de manera necesaria la relación de revelación que Dios establece con el hombre. El intelecto ha sido la principal víctima de la caída y su herida lo volvió incapaz de conocer al Dios vivo. Según San Nicodemo el Hagiorita, caímos de <<un estado puro, espiritual, el de la contemplación de la vida divina en sí misma, sin imaginación, ni deformación, al estado oscuro nuestro, en esa existencia mentirosa, siempre inestable y relativa; el intelecto se hunde en sus espejismos mentales, en sus razonamientos contradictorios y erróneos>>”. [7] 

En consecuencia, “los teólogos orientales parten siempre desde la palabra de Pablo sobre la sabiduría loca de los filósofos: <<se envanecieron en sus razonamientos y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios>> (Romanos I, 21, 22). Los tres grandes padres del siglo IV, Basilio y los dos Gregorios, el de Nazancio llamado <<el Teólogo>>, y el de Nisa, subrayan que el pensamiento cristiano debe proceder a la manera de los apóstoles y no de Aristóteles; y sus herederos bizantinos luchan contra Platón y el neoplatonismo que no se dejaban desarraigar de una vez y para siempre”.[8] 

“El pensamiento teológico oriental no es erudito ni especulativo, sino pretende ser adoración inteligente, fecundación de la inteligencia por la fe, participación en la vida divina por la contemplación y el estudio profundo de las Escrituras. 

El cristiano occidental puede aceptar todo esto, pero le cuesta trabajo entender lo que significa el dogma en este contexto…Desde los padres griegos se aplica una teoría del conocimiento fundada en una teología negativa. Lo único que se puede decir es lo que Dios no es: invisible, por Ejemplo. Esa tradición del <<apofatismo>< sigue hasta la fecha y difiere radicalmente de la teología positiva de un Agustín o de un Tomás de Aquino, que enfrenta la tarea muy difícil de dar una contestación a todo y en todas las épocas… 

<<Los conceptos crean ídolos de Dios>>, dice San Gregorio de Nisa; el dogma se niega a concebir, a aprehender a Dios, por eso es negativo; más bien permite que Dios nos tome , nos llene de su luz. El tema de la luz está siempre presente. Esa vía negativa de la dogmática oriental busca la captura del intelecto por la gracia divina. Como el teólogo occidental usa otra vía, resulta difícil que se encuentren los colegas de los dos mundos cristianos y resulta muy fácil que su diálogo sea de sordos”.[9]


V. EL CRISTIANISMO OCCIDENTAL Y EL PAPADO

Coronación de Carlomagno por el Papa León III


El cristianismo occidental 



La nota característica en Europa en los albores de la Edad media, es la llegada de los pueblos germánicos que provocan la desaparición del Imperio y una profunda revolución en las dimensiones de la sociedad. Si la principal característica de Constantinopla es haber conservado su carácter griego, la de Roma es haber sido germanizada. En esa hecatombe, la Iglesia, fue el único elemento de continuidad histórica. El credo y el dogma se conservaron en comunión con el Oriente, las decisiones doctrinales de los concilios ecuménicos fueron aceptadas, la celebración litúrgica no varió mucho y se siguió oficiando en latín. La organización eclesiástica tampoco se modificó.

“Civilizadora, educadora, la Iglesia asumió funciones que no le tocaron nunca en oriente, de modo que se puede decir que le correspondió engendrar el <<renacimiento carolingio>>, así como la evangelización de Inglaterra y Germania”.[10] 

“Mientras Roma fue residencia imperial, los papas habían sido considerados por el emperador cristiano como altos funcionarios religiosos que no podían tomar posesión de su sede sin el consentimiento del monarca. Cuando Constantinopla quedó como capital única del Imperio, la situación temporal del obispo de Roma cambio radicalmente; teóricamente sujeto al emperador, el Papa era electo en Roma, por romanos”.[11] 

Cuando en 756 el rey de los lombardos invadió los territorios bizantinos del exarquato de Ravena y la Pentapola y amenazó al Papa Esteban II, éste tuvo que recurrir al franco Pepino, ante la ausencia de ayuda del Imperio bizantino, que se debatía en la querella de los íconos. Tras la victoria Pepino donó al Papa esos territorios con lo que nacieron los <<Estados Pontificales>>. Aunque el peligro lombardo no desapareció, el hijo de Pepino, Carlomagno le puso fin y se constituyó en defensor de la Fe en Occidente, por lo que el papa León III lo consagró como <<grande y pacífico emperador de los romanos>>; lo cuál constituyó una segunda y mayor ofensa-que la pérdida de los territorio-para el basileus, ya que desde el 476, cuando el jefe germánico Ottokar depuso al último emperador de Occidente, Rómulo Augústulo, únicamente había existido un solo emperador de los romanos, el basileus. Estos hechos formarían parte del contencioso entre Roma y Constantinopla.

Desarrollo gradual de la autoridad de Roma 


Si bien en los primeros siglos, el obispo de Roma goza de una gran autoridad moral en el seno de una Iglesia descentralizada, que luego se agrupa alrededor de de cinco patriarcados (la Pentarquía). El Concilio de Calcedonia, en 451, los señala por rango de honor: Roma, Constantinopla (el más reciente), Alejandría, Antioquía y Jerusalén. Pero honor no significa autoridad jurídica; los patriarcas son las columnas del colegio episcopal universal. Su comunión y la comunión con ellos expresa la colegialidad del episcopado y la comunión de las iglesias locales entre ellas. A partir del siglo V se plantea el problema del primado universal <<aún mal resuelto por el pensamiento ortodoxo>> según lo señala Oliver Clément. 

El fundamento dogmático de la superioridad jurídica de Pedro sobre los demás apóstoles se fundamenta en la cita de Mateo XVI, 18-20: <<y yo te digo a ti que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré yo mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Yo te daré las llaves del reino de los cielos, y cuanto atares en la tierra será atado en los cielos, y cuanto desatares en la tierra será desatado en los cielos>>. 

“Los padres griegos, los teólogos bizantinos, la liturgia oriental subrayan el primado de Pedro entre los apóstoles, pero los bizantinos señalan que el poder de las llaves fue confiado a todos los apóstoles, que Juan, Santiago, pero especialmente Pablo, son también corifeos; para ellos el primado de Pedro no es un poder, sino la expresión de una fe y de una vocación comunes”.[12] 

“Sin embargo, los mismos bizantinos le reconocen un primado <<analógico>>: así como Pedro era el primer apóstol en el círculo apostólico, el Papa es el primer obispo en el círculo episcopal, pero ningún lugar, ninguna ciudad tiene por qué ser, por derecho divino, el centro de la Iglesia: Jerusalén fue históricamente la madre de las iglesias pero su obispo está lejos de ocupar el primer lugar en el orden de los patriarcas, sea en el siglo V, sea en el siglo XXI. Después de su ruina en el año 70, el primado paso a Roma, no por ser la capital del Imperio romano, sino por ser <<muy grande, muy antigua y conocida de todos, fundada e instituida por los dos y muy gloriosos apóstoles Pedro y Pablo>>, escribe san Ireneo, martirizado en 202, en Lyón: ese primado no es un poder, sino un ejemplo, una presidencia de amor>> (San Ignacio de Antioquia). 

Pero los concilios dan al Papa, además de los poderes de los patriarcas en su patriarcado, el derecho, en la Iglesia universal, de rechazar la deposición de un obispo y de mandar sus representantes para participar en el juicio de recurso”.[13] 

“El Papa es invitado en muchas ocasiones, durante los primeros siglos a ejercer un magisterium en cuestiones de fe. Así, interviene para condenar y cancelar el Concilio de Éfeso (449 d.C.) que pasa a la historia como <<el latrocinio de Éfeso>>: el monofisismo, que afirma que la naturaleza humana de Cristo había sido absorbida por su naturaleza divina, como una gota en el mar, había sido condenado por el sínodo de Constantinopla y esa sentencia ratificada a su vez por el papa León I. Los partidarios de esa teoría lograron que el emperador convocara un concilio general en Éfeso para cancelar la condena. A la muerte del basileus, el Concilio de Calcedonia (451 d.C.), el cuarto ecuménico condenó el <<latrocinio>>, escucho lectura de la carta de León a Flaviano (patriarca de Constantinopla) y la ratificó proclamando: <<todos creemos así, tal es la fe de los padres, la fe de los apóstoles, Pedro hablo por la boca de León>>… De la misma manera, el Papa depone tres patriarcas de Constantinopla, a petición de la Iglesia oriental: Celestino I depone a Nestorius (430 d.C.), Félix II depone a Acacio (Akadios), Agapito I depone a Antemio (536 d.C.)”.[14] 

Jorge Pérez Uribe, julio 2007

Notas.
[1] Jean Meyer, La Gran Controversia, México, Tusquets Editores México, S. A. de C. V., 2005, pág. 64 
[2] Jean Meyer, op. cit. pág. 64 
[3] Jean Meyer, op. cit. pág. 65 
[4] Jean Meyer, op. cit. pág. 65 
[5] Jean Meyer, op. cit. pág. 66 
[6] Jean Meyer, op. cit. págs.70, 71 
[7] Jean Meyer, op. cit. pág. 67 
[8] Jean Meyer, op. cit. pág. 67 
[9] Jean Meyer, op. cit. pág. 68 
[10] Jean Meyer, op. cit. pág. 58 
[11] Jean Meyer, op. cit. pág. 59 
[12] Jean Meyer, op. cit. pág. 96 
[13] Jean Meyer, op. cit. pág. 97, 98 
[14] Jean Meyer, op. cit. pág. 99

sábado, 25 de abril de 2020

EL CISMA DE ORIENTE ENTRE LAS IGLESIAS CATÓLICA Y ORTODOXA






“Uno no puede respirar como cristiano, es más como católico, con un solo pulmón: es necesario tener los dos pulmones, es decir el oriental y el occidental” 

Juan Pablo II [1]


ÍNDICE

I. INTRODUCCIÓN
II. FUNDACIÓN Y DESARROLLO DE LA INSTITUCIÓN ECLESIAL EN SU FORMA PATRIARCAL
III. SURGIMIENTO DEL IMPERIO ROMANO DE ORIENTE, DESAPARICIÓN DEL IMPERIO ROMANO DE OCCIDENTE Y APARICIÓN DEL ISLAM.
IV. EL CRISTIANISMO ORIENTAL Y EL CESAROPAPISMO
V. EL CRISTIANISMO OCCIDENTAL Y EL PAPADO
VI. DE LAS TENSIONES A LA RUPTURA
VII. EL CISMA DE FOCIO
VIII. EL AÑO DE 1054
IX. LOS AÑOS DEL VERDADERO CISMA (1054 A 1204)
X. INTENTOS POSTERIORES DE REUNIFICACIÓN (1206 A 1453)
XI. INTENTOS RECIENTES DE RECONCILIACIÓN
XII. CONCLUSIONES



I. INTRODUCCIÓN

El tema del Cisma de Oriente es un tema apasionante, pero sumamente difícil y complejo, referente a una realidad tan lejana como desconocida para los que vivimos en esta parte de Occidente y en este tiempo.

La historia universal que se nos ha propuesto, nunca es global, siempre ha sido la historia de Occidente; así aprendimos que el Imperio romano sucumbe ante los bárbaros en el siglo V, y circunstancialmente al estudiar la Edad Media, se nos menciona la caída de Constantinopla, sin considerar que el Imperio romano de Oriente sobrevivió 1000 años al de Occidente, período en el que tuvo una continua interacción con éste. En forma análoga se nos ha dicho que el objetivo de las cruzadas era liberar a Jerusalén, y que con excepción de la primera, fracasaron por no cumplir con ese objetivo; pero veremos que esto no es exacto.

La mayoría de los trabajos que se refieren a este tema, empiezan justo con las causas del cisma, y de ahí a la separación permanente entre las dos Iglesias, ubicada erróneamente en el año 1054 d.C.; sin ahondar en los antecedentes, en los aspectos étnicos, culturales, sociales y de la geopolítica de esa época. 

Inicialmente pensé en abarcar los dos mil años de historia, pero a medida que fui desarrollando el tema y se fueron multiplicando las páginas, decidí únicamente referirme al período que va del nacimiento de la Iglesia cristiana al cese de intentos de reconciliación que se da prácticamente a la caída de Constantinopla bajo el dominio turco (1453 d.C.); considerando que al ahondar en las causas entenderemos <<el statu quo>> actual que priva entre las mismas. Aunque finalmente este trabajo se alargó más de lo planeado, reducirlo más sería caer en la simplicidad prescindiendo de muchos datos y consideraciones valiosas para entender el fenómeno de este Cisma.

Como se podrá analizar se trata de una relación ríspida y amarga entre dos Iglesias, con un tronco común, que por las vicisitudes de la Historia, por las circunstancias de la geopolítica de su tiempo, las intrigas palaciegas, los errores humanos y muy importantemente por la prevalencia etno-cultural, han construido un abismo que pareciera infranqueable.


La memoria cultural 

Para entender la situación a lo largo de la historia, tenemos que recurrir al concepto de “memoria cultural”[2] señalado por Paul Valéry, Marc Bloch, Maurice Halwachs. El psicoanalista indio Sudhir Kakar se refiere a ella como <<la base imaginativa de un cierto sentido de la identidad cultural>>, o bien como la <<historia de un grupo liberada de sus raíces en el tiempo>>. 

Cuando Paul Valéry decía que la historia vuelve a las naciones amargas y vanas, les quita el sueño y no deja cicatrizar las viejas heridas, hablaba de esa memoria cultural a cuya creación los historiadores han contribuido demasiado. 


La memoria cultural consolida la cohesión tanto del grupo nacional como del grupo religioso, a veces en forma de grupo etno-religioso, un <<nosotros>> frente a <<los otros>>. 

Para quien no pertenece al grupo que cultiva esa memoria cultural es difícil entender que el tiempo no ha pasado, que el pasado sigue vivo. 

En momentos de encuentro entre comunidades los militantes organizan y activan la memoria cultural en una dirección concreta. Así los monjes del monte Atos recordaban la toma de Constantinopla por los cruzados latinos en 1204, para lograr apoyo ante su oposición a la visita de Juan Pablo II a Atenas en el 2001. La visita del mismo Papa a Ucrania activo la memoria cultural, tanto de los ortodoxos como de los greco-latinos unidos a Roma, alrededor del obispo Josafat Kuntsevich, masacrado en el siglo XVII Y considerado por los ortodoxos como su verdugo y como un santo mártir por los greco -latinos. También los activistas lograron impedir el encuentro entre el patriarca Alexei de Moscú y el papa polaco Juan Pablo, en el territorio neutral de Hungría, evocando la toma de Moscú por los polacos católicos en el siglo XVII. 

La Iglesia Ortodoxa en la actualidad 


La Iglesia Ortodoxa se organiza actualmente en 15 iglesias autónomas bajo el primado honorífico del patriarcado de Constantinopla, La más numerosa obedece al patriarcado de Moscú, proclamado en 1589, a consecuencia de la toma de Constantinopla por los tucos. Los patriarcados de Alejandría, Antioquía y Jerusalén han perdido mucho de su antigua importancia. En 1925 surge el patriarcado de Bucarest. El resto de las iglesias ortodoxas son Albania, Bulgaria, Chequía, Chipre; Georgia, Grecia, Estados Unidos, Macedonia y Serbia (que también tiene su patriarca). 

La iglesia Ortodoxa fue conocida durante siglos como la Iglesia griega y su título oficial es la Santa Iglesia Ortodoxa Católica Apostólica Oriental. 

El patriarcado de Constantinopla que goza en toda la cristiandad de un prestigio inmenso, ha ido reduciendo su feligresía por el acoso turco. Así en 1922-1923 cerca de 2 millones de ortodoxos griegos fueron expulsados de Turquía. En 1955 había todavía más de 250 mil cristianos griegos en el país, quizá unos 140 mil en Estambul/Constantinopla. Pero a consecuencia del retiro de Inglaterra de la isla de Chipre que sería entregada a Grecia, un agente de los servicios secretos turcos lanzó una bomba en la ciudad griega de Tesalónica, en la casa natal de Atatürk, lo que motivó que la población turca azuzada por los medios de comunicación, se lanzará al saqueo, incendio de casas, comercios, templos, asesinatos, violaciones contra la población griega. [3] Reportes de la agencia Boston Globe, señalan no más de tres mil feligreses en toda Turquía en este 2007. 


II. FUNDACIÓN Y DESARROLLO DE LA INSTITUCIÓN ECLESIAL EN SU FORMA PATRIARCAL 

La palabra <<ecclesia>> aparece 106 veces en el Nuevo Testamento, en 103 casos con el sentido de asamblea de los seguidores de cristo, llamados por primera vez cristianos en Antioquia. 

Jesucristo le había dicho a Pedro. <<Tú eres Pedro y sobre esta piedra levantaré mi iglesia>> (Mateo, XVI, 18). Los teólogos cristianos ven en Cristo al fundador de la Iglesia y en los apóstoles a sus sucesores, lo que explica que la Iglesia sea calificada de <<apostólica>> y que los obispos sean situados en la <<sucesión apostólica>>, como única fuente de legitimidad. 

El nuevo movimiento tuvo su centro inicial en Jerusalén y se fundó en una unidad orgánica con Jesucristo: <<Pues vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros parciales>> (1ª Corintios, 12, 28). La Iglesia se ve a sí misma como el cuerpo de Cristo cuya cabeza es Él mismo; la iglesia es una, como uno es Cristo, una la fe, uno el bautismo, etc. Forma un solo rebaño, con un solo pastor: Cristo. 

De todo esto se deduce que la Iglesia de Dios es cuerpo místico de Cristo y por la asistencia del Espíritu Santo que le envía a su partida de este mundo, es santa. 

Es universal (católica en griego) porque Cristo es el redentor de todos los hombres y debe acoger a todos los pueblos. 

Más tarde será llamada <<ortodoxa>> porque conserva en su pureza todo el dogma (verdades reveladas) y solo el dogma, sin añadir ni recortar nada. 

En el libro de <<Hechos de los apóstoles>>, se puede encontrar como se va desarrollando y organizando lentamente esta institución. Así al principio del siglo II, se encuentran ya tres oficios permanentes, por lo menos en Asia Menor: obispo, presbítero y diácono. Uno de los primeros documentos sobre la organización de las iglesias locales bajo la institución de un solo hombre, el obispo, aparece en las Epístolas de Ignacio de Antioquia, en 116; menciona al obispo como cabeza de la Iglesia. Los presbíteros forman el consejo del obispo y los diáconos lo asisten tanto en la gestión material como en la celebración litúrgica. 

Ante las crisis doctrinales del siglo II, provocadas por el rápido crecimiento del gnosticismo y el reto de Marción, que pretendía rechazar totalmente el Antiguo Testamento, fue necesario establecer los criterios de la <<ortodoxia>>: la enseñanza de los apóstoles, plasmada en el Nuevo Testamento (cuya definición se emprende, distinguiendo entre textos canónicos y textos apócrifos), es la única válida. Crisis posteriores alrededor de la naturaleza de Cristo llevan a la elaboración del <<símbolo de la Fe>>: el Credo. Ante la proliferación de iluminados, fue necesaria afirmar la tesis de la <<sucesión apostólica>>: los apóstoles, únicos testigos verdaderos del Evangelio, únicos encargados por Jesucristo, han designado a los obispos como sucesores y aquellos transmiten e interpretan sin equivocarse el legado sagrado de la Fe. 

Así los obispos son fundamentales porque ellos aseguran la continuidad apostólica que se remonta hasta Jesús, porque ellos y solo ello transmiten la gracia apostólica. Cada iglesia (comunidad) por pequeña que fuera tenía su obispo, quién con la expansión del cristianismo deja de ser párroco para convertirse en una especie de prefecto, que ejerce su autoridad sobre un gran territorio, varias ciudades y muchos pueblos; a su vez al nivel superior los obispos deben mantener la unidad de la Iglesia. 

Esta unidad informal cristalizó en el siglo IV, en la forma de sínodos regionales, concilios generales y sistemas metropolitanos (después patriarcales). Todos los concilios de la primera época son reconocidos como ecuménicos, tanto por Occidente como por el Oriente. 

Los concilios reconociendo que ciertas iglesias gozaban de una gran autoridad moral y servían como recurso para resolver problemas y conflictos, precisaron en el de Calcedonia, en 451, que la Iglesia se dividía en cinco patriarcados: por el rango de honor, Roma; luego Constantinopla, como segunda capital del Imperio; después Alejandría, Antioquia y Jerusalén. Esa división recibió el nombre de Pentarquía. El primado de honor conferido a Roma, por ser anterior a Constantinopla y tratarse de la ciudad donde murieron supliciados Pedro, Pablo y muchos mártires, no implicaba ninguna superioridad en el mando o la autoridad. 





III. SURGIMIENTO DEL IMPERIO ROMANO DE ORIENTE, DESAPARICIÓN DEL IMPERIO ROMANO DE OCCIDENTE Y APARICIÓN DEL ISLAM.

El fenómeno neohistórico derivado de la decisión del emperador Dioclesiano de dividir en Imperio Romano en dos mitades geográficas, en el siglo III, dividió el mundo conocido en dos hemisferios raciales y culturales: el latino-germánico y el greco-semítico.

Constantino el Grande, establece su gobierno en Constantinopla, en 330 sobre la antigua Bizancio, ciudad griega que según la leyenda fue fundada por Bizante, nieto de Zeus. Esta ciudad tenía un emplazamiento estratégico en el corazón del oriente grecorromano, además de su pujanza económica por ser la llave de acceso al Mar Negro y desembocadura del Río Danubio. A la misma se le conoció también como <<Nueva>> o <<Segunda Roma>>.

“Bizancio desempeñó un papel básico en la cristianización de Europa oriental: las misiones de evangelización arrastraron consigo un proceso educativo de enormes consecuencias: piénsese, sin ir más lejos, que el alfabeto cirílico, de tan alta implantación en esta zona de Europa, debe su nombre al apóstol y misionero bizantino Cirilo. La civilización bizantina se convirtió así en el gran referente cultural de la Europa del este, un referente cuya presencia cabe detectar en múltiples manifestaciones. Cuando Constantinopla fue tomada por los turcos, su herencia espiritual pasó a Rusia. De aquí que Moscú fuera llamada la <<Tercera Roma”>>”. [4]

A la caída del Imperio Romano de Occidente, el Imperio bizantino toma por mil años el relevo y la Iglesia de Constantinopla, comparte su grandeza, su cultura, su fasto. Ella reúne los concilios ecuménicos, convocados por un emperador que desempeña un papel, muy activo. Mientras el Obispo de Roma queda solo, sin rival laico y se transforma en <<Papa>>.

La expansión de un Islam militar lleva a la conquista del mundo persa, de Egipto, del Medio Oriente y pone bajo el yugo del Islam a tres de las cuatro Iglesias orientales, a los Patriarcados de Antioquía, Alejandría y Jerusalén. Constantinopla queda sola, pero su patriarca no puede transformarse en el papa del Oriente, porque tiene a su lado la poderosa figura del basileus, el emperador cristiano.

Entre los siglos IX y XI aparecen al este de Europa las nuevas Iglesias escandinavas, -húngaras y eslavas-, unas en la órbita de Roma y otras en la de Constantinopla. Ese reparto geográfico conduce a una completa redistribución de la cristiandad y a la futura división en dos cristianismos, el occidental y el oriental.



Jorge Pérez Uribe, julio 2007




Notas:
[1] Cita hecha por el Papa Juan Pablo II, el 31 de mayo de 1980, parafraseando al poeta ruso Vyacheslav Ivanov quién en 1926 recién convertido al catolicismo expresaba en su exilio en Roma: <<Europa debe respirar con dos pulmones: el catolicismo y la ortodoxia>> comentada por Jean Meyer, La Gran Controversia, México, Tusquets Editores México, S. A. de C. V., 2005, pág. 18, 19 
[2] Jean Meyer, La Gran Controversia, México, Tusquets Editores México, S. A. de C. V., 2005, pág.28 
[3] Jean Meyer, El Universal, 26 noviembre 2006 
[4] Revista Historia National Geographic, N° 32, pág.74