martes, 27 de abril de 2021

EL PRESIDENTE DEL PASADO

 


"A lo que no tiene derecho el presidente López Obrador es a imponer al país esa terquedad"

León Krauze | 26/04/2021

Una de las obligaciones primordiales de un gobierno es preparar al país para el futuro. Orientar la economía hacia metas y apuestas relevantes. Educar a la juventud para enfrentar los retos siguientes. Tratar de prever, hasta donde sea posible, los desafíos de la historia. Por definición, un gobierno eficaz es un gobierno que mira hacia delante. Lo contrario es estéril y, en muchos casos, contraproducente. En estos tiempos, lo es mucho más. La humanidad enfrenta una difícil coyuntura, hecha aún más complicada por la pandemia. Como han dicho expertos como Yuval Harari (1) o, en otro momento, Ray Kurzweil, el mundo debe prepararse para lidiar con, sobre todo, dos factores disruptivos: el cambio climático y la consolidación de la inteligencia artificial que traerá, entre muchas otras cosas, la automatización del trabajo.

La pandemia ya ha ofrecido un adelanto de los cambios radicales que vendrán. El confinamiento ha obligado a reconsiderar dinámicas laborales y ha modificado el paisaje urbano. En los próximos años, las modificaciones serán más severas y constantes. No solo eso: serán ineludibles. Aunque el planeta se oriente a detener decididamente el cambio climático, los estragos del calentamiento global ya están aquí y cada vez serán más evidentes. Tendrán consecuencias globales, empezando, por ejemplo, con la migración. El arraigo de la inteligencia artificial cambiará el mundo todavía más. Por eso no es una exageración decir que, en muchos sentidos, la prioridad de los gobiernos del mundo debería ser disponer a sus respectivos países para esa realidad distinta que ya está aquí y será mucho más compleja en los años siguientes.

Algunos gobiernos han comprendido ese compromiso con el futuro. En Estados Unidos, el presidente Biden ha sumado a su plan de infraestructura varios proyectos ambiciosos cuya intención es preparar al país para lo que viene: mejorar radicalmente el acceso y calidad de banda ancha, acelerar la transición hacia los autos eléctricos y un considerable etcétera. Biden, pues, ha decidido mirar hacia el futuro.

En México, por desgracia, ocurre lo contrario.

Lo que sucedió con el presidente de México en la cumbre climática de la semana pasada es, para empezar, una muestra de la falta de curiosidad intelectual y elemental diplomacia de López Obrador. Pero también es un ejemplo de algo más grave. El discurso del presidente revela su ceguera de los retos del futuro y la responsabilidad mexicana en el contexto internacional y, peor aún, de las consecuencias de esas variables futuras para el país en sí.

Por razones que solo él conoce, el presidente López Obrador insiste en una nostalgia improductiva que, de no modificarse, condenará a México a perder el futuro. López Obrador tiene derecho a pensar que la salida para México es volver al campo, a la construcción de caminos con las manos y al trapiche. Tiene derecho a creer que hay vuelta atrás para el fin del petróleo y las energías no renovables. Tiene derecho a la obstinación. A lo que no tiene derecho es a imponer al país esa terquedad.

Y no se trata de un asunto político ni ideológico. No en este caso. No tiene caso discutirle al futuro ni mucho menos intentar modificarlo por decreto. El mundo va hacia dónde va y el tren ya está en marcha. Mientras, por prescripción de su presidente, México deambula sumido en la nostalgia, otros países se preparan –y preparan a los suyos– para el complicadísimo escenario que viene.

El presidente todavía está a tiempo de abrir los ojos y comprometerse con el futuro. Por desgracia, se antoja improbable. Como ocurrió con la pandemia, López Obrador parece interpretar los desafíos de la historia como simples obstáculos inconvenientes. A pesar del coronavirus y sus terribles costos, no modificó un ápice el rumbo de su proyecto. Y no lo modifica porque, para el presidente, lo único que importa es su proyecto, su supuesta transformación, su México muy particular: “como anillo al dedo”. Pero, para mala fortuna de López Obrador, el virus no entiende de narcisismo en el poder y, aunque el presidente no quiera darse cuenta, el futuro tampoco entenderá de voluntarismos mágicos. México pagará tarde o temprano las consecuencias de la terquedad y la ofuscación de su presidente. Para entonces, la presidencia de López Obrador habrá terminado. Pero su legado, y su lugar en la historia, estará claro.

(1) Nota del blogger: Autor de "Homo Deus" y "Sapiens".

https://www.eluniversal.com.mx/opinion/leon-krauze/el-presidente-del-pasado?fbclid=IwAR11Y0vxEYyWxLyzhOBa4esH3q_jMz7WxKCzBhZsghCa8_gY5R3S53AmDR8

domingo, 18 de abril de 2021

“AMLO AMENAZA LA INDEPENDENCIA JUDICIAL EN MÉXICO”, SEÑALA HRW

 

Foto: Reuters

Latinus | abril 18, 2021

Al extenderse el periodo de mando del presidente la Suprema Corte de Justicia de la Nación, el mandatario mexicano Andrés Manuel López Obrador obtendría en automático una mayoría en el Consejo de la Judicatura Federal que le permitiría sancionar e incluso remover jueces, lo que representa una “amenaza la independencia judicial en México”.

Así lo señaló este domingo el director de Human Rights Watch (HRW) para las Américas, José Miguel Vivanco, quien acusa que López Obrador lleva a cabo un “asalto a la justicia” mediante una “movida de ajedrez”.


Al recordar que el pasado jueves el Senado dio el aval para extender dos años el mandato del presidente de la Suprema Corte, Arturo Zaldívar, Vivanco de HRW dejó en claro que éste también es uno de los siete miembros del Consejo de la Judicatura.

En tanto que los otros seis, enlistó, uno es elegido por el presidente de la República; dos son elegidos por el Senado (de mayoría oficialista) y tres son elegidos por la Corte Suprema.

De este modo, señaló Vivanco, “Andrés Manuel López Obrador, quien tiene mayoría en el Senado, se asegura una mayoría de cuatro de los siete miembros del Consejo de la Judicatura”.

El funcionario de HRW, explicó que el panorama de que López Obrador tenga una mayoría automática en el Consejo de la Judicatura es preocupante, pues con los cuatro votos “puede tomar algunas decisiones trascendentales, tales como aprobar el retiro forzoso de jueces”.

“Con un voto más, López Obrador tendría una mayoría calificada de cinco jueces que le permitirá nombrar, sancionar y remover jueces”, precisó HRW.

José Miguel Vivanco hizo memoria al señalar que hace unos meses, el presidente de México ya solicitó que se investigara al juez Juan Pablo Gómez Fierro, quien otorgó una suspensión provisional contra la reforma eléctrica que el mismo mandatario promovió.


El director de HRW para las Américas precisó que la iniciativa para extender el periodo de mando del presidente de la Suprema Corte aún debe ser votada en la Cámara de Diputados, pero dejó claro que este proyecto viola el artículo 97 párrafo 4 de la Constitución.

Fuente:https://latinus.us/2021/04/18/amlo-amenaza-independencia-judicial-mexico-extender-mandato-presidente-suprema-corte-hrw/?fbclid=IwAR0AHmky9Tr60RdNVKLdD578cn-jsP_xrrJzkHS6frJFzlEu52m3Ag4foCw

sábado, 17 de abril de 2021

AMLO BUSCA EL CONTROL TOTAL DE LAS ELECCIONES EN MÉXICO



Carlos Loret de Mola A. | Abril 11, 2021

Es difícil estar de acuerdo con el árbitro siempre: muchas de sus decisiones caen en el terreno de la controversia y la indignación. El árbitro a veces acierta en condiciones muy adversas y a veces se equivoca escandalosamente. Pero cualquier liga, amateur o profesional, tiene un árbitro y todos acuerdan que no puede ser designado por uno de los equipos. En México el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), contra todas las reglas del juego, prefiere que el árbitro sea nombrado por él. O él mismo ser el árbitro.

En las elecciones que se realizarán este 6 de junio se renovará la Cámara de Diputados y 15 gubernaturas. En este proceso electoral, el presidente y su partido, Morena, sostienen una campaña de asedio contra el Instituto Nacional Electoral (INE), el árbitro de los comicios. Está en juego la mayoría parlamentaria que hoy tienen y el control de los gobiernos de casi la mitad del país.

La animadversión de AMLO hacia el INE no es nueva. Los ataques y acusaciones a todos los organismos autónomos que arbitran o vigilan al gobierno han sido permanentes desde que llegó al poder, e incluso antes, y el INE ha estado entre los objetivos principales. Atentar contra las instituciones que han permitido el lento y difícil paso del autoritarismo a la pluralidad democrática es grave.

Según la narrativa oficial, todos esos organismos fueron diseñados por “la mafia del poder” (así llama a los cinco gobiernos que lo antecedieron) como meros instrumentos de simulación para aparentar una democracia que no es real. Una de las frases en esta narrativa, y uno de sus objetivos, es borrar toda huella de la “larga noche del neoliberalismo”, como se refiere a esos 30 años previos a su gobierno.

Ese regreso de las manecillas del reloj incluye desaparecer la transición democrática que comenzó en ese periodo y que colocó al INE como uno de los pilares institucionales que permitieron caminar de la “dictadura perfecta” del Partido Revolucionario Institucional (PRI), que gobernó durante 80 años del siglo XX, a la alternancia que ha sido el símbolo del siglo XXI: desde el año 2000 tres partidos se han turnado en la presidencia.

Los gobiernos de esa era, en el relato pretendidamente heroico de AMLO, significaron un periodo de degradación moral y política que debe terminar “en el basurero de la historia”.

No incluye en este periodo “neoliberal” el gobierno priista de Miguel de la Madrid (1982-1988), a pesar de que en él se aplicaron severos ajustes de política económica de corte “neoliberal”. El motivo de esa omisión podría ser que AMLO ocupó cargos públicos cuando De la Madrid gobernaba, y no dejó su militancia al PRI sino hasta finales de 1988.

Más allá de esa licencia que se concedió al reescribir la historia nacional para no quedar atrapado en el lado “incorrecto”, su proyecto busca regresar a esa época priista en la que la oposición era testimonial. En esa época, el árbitro de las elecciones estaba “vendido”: el secretario de Gobernación, el funcionario de más alto rango después del presidente, fungía como organizador y garante de los comicios. Esto permitió aniquilar y arrinconar a las oposiciones.

Un caso especialmente escandaloso fue el de la elección presidencial de 1988, cuando el secretario era Manuel Bartlett —hoy uno de los funcionarios estrella del gabinete de AMLO— y “se cayó el sistema” de conteo de votos. Cuando se restableció, la ventaja que la oposición tenía se había diluido y el candidato priista resultó ganador en medio de acusaciones de fraude. No fue sino hasta el año 2000, cuando las elecciones presidenciales fueron organizadas por un instituto autónomo ciudadano, que el PRI finalmente perdió.

Los dirigentes del movimiento lopezobradorista, que durante años enarbolaron el discurso democrático y de repudio a las prácticas fraudulentas del pasado priista, hoy se empeñan en atacar y desacreditar al INE, amenazan con hacerlo desaparecer y someter a juicio político a los consejeros electorales que lo integran. El pretexto es que el árbitro inhabilitó a dos candidatos a gobernadores de Morena por violar la ley al no presentar adecuadamente el reporte de sus gastos de precampaña.

Pero la embestida contra la institución autónoma que garantiza elecciones libres viene de tiempo atrás y tiene más fondo: a AMLO solo le gustan las elecciones democráticas cuando gana. Nunca ha aceptado una derrota en las urnas. Todas las veces que ha perdido una elección, ha denunciado que fue víctima de un fraude.

Hoy que ya está en la presidencia, manda a los líderes de su partido a hacer plantones afuera del INE, como si fueran opositores atropellados por el poder y desde su conferencia mañanera diaria atiza el fuego: se lanza contra el presidente del INE y contra los consejeros que no controla, dice que el instituto no ha servido, que ha fallado, que ha sido cómplice de fraudes, que cuesta mucho dinero, y se proclama él mismo como el mejor garante de que no haya fraudes electorales. Es el paquete completo de regreso al pasado antidemocrático.

El presidente ya logró someter a otra autoridad electoral, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, y tiene una influencia decisiva entre los magistrados que lo conforman. Desde ahí presiona para revertir las decisiones del INE. En futbol, es como si un equipo no lograra comprar al árbitro en la cancha, pero tuviera bajo su control al árbitro asistente de video (VAR, por su sigla en inglés).

AMLO llegó al poder con el voto mayoritario de los mexicanos en una elección libre organizada por el árbitro al que hoy ataca. Su gobierno es producto de la democracia que construyó la sociedad mexicana, pese a múltiples obstáculos. Por eso debe someterse a las reglas democráticas, aunque no le gusten. Aplastarlas para afianzar un poder autoritario es colocarse en una ruta que lleva a rupturas constitucionales, la cual México no puede ni debe caminar.

El presidente debe entender que correr al árbitro para ponerse su uniforme y asegurarse de que gane su equipo, solo terminaría poniéndolo a él y su gobierno en el “basurero de la historia”.

Fuente:https://www.washingtonpost.com/es/post-opinion/2021/04/11/elecciones-2021-mexico-ine-amlo/?fbclid=IwAR2s06GzNIuqyu8kZHlJ42UxvfdJgbna2NAuHRb7nRrTJQrS_4_R-BMZW-I

domingo, 11 de abril de 2021

ESTADOS UNIDOS SE SALVÓ, SIGUE BRASIL

 



Preámbulo

Quienes hayan tenido oportunidad de leer la excelente obra de Enrique Krauze, “El poder soy yo” (marzo 2018), habrán entendido la buena relación entre Andrés Manuel López Obrador y Donald Trump, consecuencia de compartir la mentalidad del líder populista, autoritario, mesiánico, enemigo de la prensa y de sus críticos, alérgico a la democracia, no importando que el primero sea de izquierda chavista y el segundo capitalista. Dentro de este perfil de líder populista se inscribe indudablemente Jair Bolsonaro, el presidente de Brasil. Curiosamente los tres Presidentes compartieron los tres primeros lugares en infectados y muertes por el Covid19, fruto del poco interés por la salud de sus gobernados, y desprecio de las medida de prevención del contagio en sus países.


Pablo Hiriart | abril 08, 2021

MIAMI, Florida.- Dos instituciones lograron evitar el golpe de Donald Trump para mantenerse en la presidencia luego de haber perdido las elecciones: el Poder Judicial y las Fuerzas Armadas. Pasaron la prueba.

Viene el turno del segundo gigante de América, Brasil, con elecciones presidenciales el próximo año, también gobernado por un populista, autoritario, fanático de sí mismo, enemigo de la prensa y de sus críticos, alérgico a la democracia: Jair Bolsonaro.
En Brasil, a diferencia de Estados Unidos, las posibilidades de que las instituciones resistan la embestida son menores.
La crisis ya comenzó en el coloso sudamericano: es el epicentro mundial del Covid, porque Bolsonaro se burló de la gravedad de la pandemia y lo sigue haciendo con una irresponsabilidad similar a la que en su momento exhibió Trump.

Brasil registra 4 mil muertos al día, los hospitales están rebasados de moribundos y el presidente no se inmuta ni conduele.

Al poder llegó con la promesa de acabar con la corrupción –ciertamente un mal muy extendido en Brasil– y mejorar la economía, y el resultado es que ésta va en picada, el país vive su peor momento de desempleo en décadas, y familiares del presidente son señalados por presuntos casos de corrupción.

El resultado de su gestión lo sintetizó con claridad el senador de oposición Ernesto Jereissati en The New York Times: “Estamos pagando el precio de haber elegido a un individuo que no está preparado para el cargo, es grosero y desquiciado”.

¿Qué hace Bolsonaro para prevenir una probable derrota electoral y mantenerse en el poder?

Hace lo que cualquier populista autoritario, sea de derecha, izquierda o sin ideología más allá de sus delirios de grandeza. Lo dicen los corresponsales del NYT en Río de Janeiro:
“Ha otorgado un poder tremendo a los militares en las instituciones gubernamentales (en tareas y mandos que estaban en manos de civiles) y, al hacerlo, ha vinculado su reputación a la suya”.

Hace un par de semanas Bolsonaro removió al secretario de Defensa, general Fernando Azevedo e Silva, quien explicó el porqué de su caída: “Hemos preservado a las Fuerzas Armadas como instituciones de Estado y me resistí a politizar a los militares”.

Es lo mismo que hizo Trump con el respetado general de Infantería de Marina, James Mattis, a quien forzó a presentar su renuncia como secretario de Defensa, y también lo explicó sin ambages:
“Donald Trump es el primer presidente en mi vida que no intenta unir al pueblo, ni siquiera lo intenta. Al contrario, trata de dividirnos”. Y lo acusó de “ordenar al Ejército estadounidense que viole los derechos constitucionales de los ciudadanos”.

Junto con Mattis renunciaron o fueron removidos, en cascada, los mandos cercanos al defenestrado general.

Al día siguiente del despido del secretario de Defensa brasileño, los comandantes de las tres ramas de las Fuerzas Armadas presentaron su renuncia en protesta por la caída de Azevedo e Silva.

Pero la institucionalidad de Brasil no es tan fuerte como la de Estados Unidos.

En Washington, los siete generales y un almirante que integran el Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas le dieron la espalda a su comandante supremo, el presidente Trump, en su frustrado golpe.

En un memorándum dirigido a todos los integrantes de las Fuerzas Armadas, indicaron que “la revuelta violenta en Washington, DC, fue un asalto directo al Congreso de Estados Unidos”. Y “cualquier acto que afecte el proceso constitucional no sólo va en contra de nuestras tradiciones, valores y juramentos: va en contra de la ley”.

Bolsonaro aprovechó la destitución de Azevedo e Silva para despejar el camino a un golpe en caso de perder en las urnas.

Nombró como nuevo secretario de Defensa al general Walter Braga, cuyo primer acto oficial fue rendir homenaje a los militares golpistas que acabaron con la democracia en Brasil en 1964, al forzar al Congreso a que nombrara presidente al general Humberto Castelo Blanco.
Como a Trump, a Bolsonaro se le antepone un Poder Judicial que se toma en serio su autonomía. Ataca sin piedad a los jueces.

La separación de poderes les estorba.

Igual que Trump, detesta a la prensa que no le es incondicional. Y lo expresa sin importar las consecuencias.

De acuerdo con la Asociación Nacional de Periodistas de Brasil, el presidente Bolsonaro es responsable de 58 por ciento de las agresiones y asesinatos de periodistas en ese país.

El populismo toca por nota.

Destruye, polariza e intenta mantenerse en el poder a cualquier costo.

Estados Unidos resistió, aunque la división de la ciudadanía ya está dada y Biden lucha por rescatar el prestigio de la democracia y sus instituciones.

Brasil tal vez no lo logre.

https://www.elfinanciero.com.mx/opinion/pablo-hiriart/2021/04/08/estados-unidos-se-salvo-sigue-brasil/