domingo, 26 de septiembre de 2021

LA CONSUMACIÓN DE LA INDEPENDENCIA: 27 Y 28 DE SEPTIEMBRE DE 1821







La entrada triunfal del Ejército Trigarante a la Ciudad de México


<<Desde Tacubaya, el 25 de septiembre, Melchor Álvarez, la cabeza del Estado Mayor. Dio órdenes para la entrada en la Ciudad de México de los soldados victoriosos, los cuales sumaban alrededor e 15,000. El día señalado, 27 de septiembre, era el trigésimo octavo cumpleaños de Iturbide. Álvarez 0rdenó que la división del ejército que se encontraba bajo las órdenes del general Anastasio Bustamante encabezara la vanguardia, mientras las tropas de Filisola deberían dejar los cuarteles en la capital para unirse a la procesión. Los miembros del Estado mayor militar deberían montar al lado de Iturbide, quien había ordenado que no obstante la falta de uniformes, los jubilosos soldados entraran a la ciudad en el mejor orden posible. Deberían tratar a los habitantes con la debida consideración, “dando así prueba de su disciplina, subordinación y buena conducta”. Una advertencia hecha por orden del generalísimo expresaba la esperanza de que la gente mantuviera el mismo orden que se había observado en todas las otras ciudades que habían sido ocupadas por el ejército de liberación.

La procesión empezó a entrar en la ciudad como a las 10 de la mañana. A la cabeza iba el Primer Jefe, quien era seguido por sus ayudantes, su Estado Mayor y su comitiva. Al llega al arco triunfal que había sido erigido cerca del convento franciscano, desmontó para recibir los saludos de los más destacados magistrados municipales. El alcalde mayor José Ormaechea, le presentó unas llaves de oro sobre una charola de plata. Como símbolo de la libertad de la ciudad. Con unas breves palabras, Iturbide regresó las llaves y montó nuevamente su caballo. […]

Iturbide encontró a O’Donojú esperándolo. Desde el balcón principal del palacio de los virreyes, con el español a su lado, el héroe de la independencia entonces pasó revista al más grande ejército que se hubiera visto alguna vez en la Ciudad de México. […]

Acompañado de su comitiva, Iturbide entró a la espaciosa catedral. Ataviado con vestiduras pontificales, el arzobispo Fonte lo escoltó hacia el altar, Iturbide tomó el asiento ordinariamente reservado para el virrey, Mientras los músicos interpretaban un Te Deum, él dio las gracias a Dios Todopoderoso por haber favorecido a los partidarios de la independencia. El cabildo sirvió después un banquete en el Palacio en honor de Iturbide, de sus principales oficiales y de otros personajes. Uno de los regidores declamó una oda que contenía estas líneas: “¡Vivan por don celestial clemencia, la Religión la Unión, la Independencia!”>>[1]

En un manifiesto que emitió al pueblo de México, Iturbide afirmo que desde que él había proclamado la independencia mexicana en Iguala, los mexicanos habían pasado de la esclavitud a la libertad, que había llegado a la capital de un imperio opulento sin dejar tras él “sí arroyos de sangre, ni campos talados, ni viudas desconsoladas, ni desgraciados hijos…” Entonces fue cuando agregó la siguiente exhortación: “Ya sabéis el modo de ser libres; á vosotros toca señalar el de ser felices… Yo os exhorto a que olvidéis las palabras alarmantes y de exterminio, y sólo pronunciéis unión y amistad íntima… y si mis trabajos, tan debidos a la Patria, los suponéis dignos de recompensa, concededme sólo vuestra sumisión á las leyes, dejad que vuelva al seno de mi amada familia, y de tiempo en tiempo haced una memoria de vuestro amigo Iturbide”. En agudo contraste con esta obsequiosa profesión de humildad, estaba la opinión expresada por uno de sus críticos en el sentido de que sólo circunstancias imprevistas habían frustrado un plan para proclamarlo emperador de México al tiempo de su entrada triunfal en la capital.>>[2] Éste comentario fue de Vicente Rocafuerte, expresidente de Ecuador –quien recibió dinero de Estados Unidos, en especial de la masonería yorkina de Filadelfia, para evitar el reconocimiento del imperio–. Para más Rocafuerte no estuvo en México en septiembre de 1821, sino en Nueva York.


La firma del Acta de Independencia



Muy temprano ese 28 de septiembre, los personajes que habían sido seleccionados por Iturbide para integrar la junta especificada en el Plan de Iguala, se reunieron en el Palacio Virreinal. Aquellos 38 hombres, dijo Alamán, “incluían a las personas más notables de la capital en virtud de su nacimiento, de los puestos que ocupaban y de la reputación de que gozaban”. Entre los miembros estaban Iturbide, el capitán general O’Donojú, el obispo de Puebla Antonio Pérez (diputado a las Cortes de Cádiz en 1812 y orador de la sesión inaugural), el Lic. Juan Francisco de Azcárate, regidor del Ayuntamiento de México en 1808, encarcelado por su apoyo a la organización de una junta de gobierno en Nueva España conjuntamente con fray Melchor de Talamantes, Jacobo de Villaurrutia, Francisco Primo de Verdad y Ramos y el virrey Iturrigaray.



<<El nuevo primer magistrado pronto demostró cualidades de liderazgo político. Declarando que el día de la libertad y la gloria de su tierra nativa acababa de amanecer, en un discurso a la junta, se propuso delinear las funciones de ésta dentro del nebuloso Estado: Nombrar una Regencia que se encargue del poder ejecutivo, acordar el modo con que ha de convocarse el cuerpo de diputados que dicten las leyes constitutivas del Imperio y ejercer la potestad legislativa mientras se instala el Congreso Nacional… Acaso el tiempo que
permanezcáis al frente de los negocios no os permitirá mover todos los resortes de la prosperidad del Estado, pero nada omitiréis para conservar el orden, fomentar el espíritu público, extinguir los abusos de la arbitrariedad, borrar las rutinas tortuosas del despotismo, y demostrar prácticamente las indecibles ventajas de un gobierno que se circunscribe en la actividad, a la esfera de lo justo.>>


Integración de la Junta Provisional Gubernativa


Nuevamente fue Vicente Rocafuerte, quien a pesar de no haber estado en el mes de septiembre en México, escribió: <<Esta junta se componía de sus más adictos aduladores, de los hombres más ineptos, o más corrompidos, más ignorantes o más serviles; en fin, y de la gente más odiada o desconceptuada de México…>>[3].

Ahora veamos que criterio siguió Iturbide al seleccionar miembros de las ramas que generaban la riqueza, así como eclesiásticos relevantes y sobre todo letrados (abogados); de esta manera la composición fue:

· 7 militares (dos españoles)
· 7 eclesiásticos (dos españoles, un criollo rector de la universidad)
· 5 terratenientes
· 2 mineros
· 3 comerciantes (uno español)
·14 abogados (un venezolano y un argentino ambos con experiencia en la Real Audiencia y otros con experiencia como abogados de la Audiencia o regidores de ayuntamiento).

De estos, 8 eran miembros de la sociedad secreta de “Los Guadalupes”, creada a raíz de la represión del movimiento autonomista de 1808 y que estuvo en estrecho contacto con el movimiento insurgente, sobre todo después de Hidalgo, proporcionándoles, hombres, armamento e imprenta.

<<Durante la tarde del mismo día la junta se reunió de nuevo para escoger a las personas que fungirían como regentes. En lugar de seleccionar a tres de sus miembros como lo especificaba el Tratado de Córdoba, decidió designar cinco. Además de los dos personajes que habían firmado aquella convención nombró como regentes al cura filósofo Manuel de la Bárcena, a Isidro Yáñez, quien fuera miembro de la Audiencia de México y a Manuel Velázquez de León, en algún tiempo secretario del Virreinato. Como Iturbide fue designado presidente de la regencia, la junta seleccionó al obispo de Puebla para sucederle como su presidente. La junta nombró también a Iturbide comandante el jefe militar y naval del nuevo Estado.

Durante su segunda sesión, la junta estructuró las reglas que definían sus funciones. Declaró que, hasta que se reuniera un congreso, la junta sería la autoridad legislativa, como lo establecía la constitución española, en la medida en que dicha ley orgánica no contraviniera el Tratado de Córdoba. La autoridad legislativa debería ser ejercitada de acuerdo con lo previsto en el Tratado. La autoridad ejecutiva sería función de la regencia. Un diario manuscrito, que registró los procedimientos de la regencia, muestra que ésta generalmente aprobó las nominaciones para cargos públicos que le fueron sometidas por su presidente, así como las designaciones que el mismo había hecho durante la campaña de liberación. […]

De inmediato Iturbide tomó el timón del barco del Estado. Actuando como miembro de la junta, el 28 de septiembre dirigió una carta a O’Donojú. “Un miembro de la Suprema Junta Gubernativa del Imperio Mexicano”, no sólo para notificarle que se había establecido un gobierno independiente en concordancia con el Plan de Iguala, sino también para decirle que los lazos que habían unido al reino de la Nueva España con la nación española habías sido desatados. Además, el presidente de la regencia declaraba que en virtud de esta acción, las funciones del capitán general y jefe político superior de Nueva España habían cesado. Iturbide añadía que ya que O’Donojú había demostrado “moderación, justicia, integridad, exactitud y amor hacia la humanidad”, su memoria sería honrada por todo México. Sonetos impresos en la Ciudad de Puebla elogiaban los logros de los signatarios del Tratado de Córdoba. La soberanía que España había ejercido sobre el Virreinato mexicano llegó así virtualmente a su fin el 28 de septiembre de 1821.

Poco después de llegar a la capital, el último capitán general de Nueva España cayó enfermo. Aunque su nombre aparece junto al del obispo de Puebla, entre los signatarios del Acta de Independencia, sin embargo, […] su firma no aparecía realmente al lado de las firmas de Iturbide y Pérez al pie del acta original. Declarando que era de la mayor importancia preservar la vida de O’Donojú, con quien él había hecho una amistad íntima, el 1° de octubre Iturbide ordenó al cuerpo oficial de los médicos del Virreinato que hiciera un cuidadoso diagnóstico del caso y recomendara medidas curativas. No obstante, siete días después, el paciente español murió. […] Alamán asentó que la enfermedad era pleuresía.>>[4]

Jorge Pérez Uribe


Bibliografía:
  • Revista Relatos e historias de México, Los firmantes, Los padres de la patria que no fueron, México, año 9, N° 102
  • Rocafuerte, Vicente, Bosquejo ligerísimo de la revolución de Mégico desde el grito de Iguala hasta la proclamación imperial de Iturbide. Por un verdadero Americano, Filadefia, 1822
  • Spence Robertson William, Iturbide de México, México, FCE, 2012
Notas:
[1] Spence Robertson William, Iturbide de México, México, FCE, 2012, págs. 198-200
[2] Vicente Rocafuerte, Bosquejo ligerísimo de la revolución de Mégico, págs.113-115
[3] Rocafuerte,, págs.111-112
[4] Spence, op. cit, págs. 203-205

miércoles, 15 de septiembre de 2021

ENTRE LA VILLA DE CÓRDOBA Y LA CIUDAD DE MÉXICO

 



El mismo día de la firma del Tratado una junta en Chihuahua en nombre de la Provincias Internas de Occidente (Arizpe y Durango y los gobiernos de Nuevo México, Baja California, y Alta California) se declaró en favor del Plan de Iguala.

También en Sudamérica los caudillos José de San Martín y Simón Bolívar seguían con interés lo que sucedía en la Nueva España y así el 10 de octubre de 1821 Simón Bolívar dirigió una carta a Iturbide para darle su pláceme con que se había enterado del logro de la independencia mexicana y que la República de Colombia estaba a punto de enviar un representante ante su gobierno "de tal manera que Colombia y México se mostraran ante el mundo unidas por sus manos y hasta por sus corazones.” [1]

No obstante en una carta José de San Martín expresaba su aprehensión acerca del Tratado de Córdoba, en cuanto a que si se establecía en México un principado europeo, el gobierno español buscaría de hacer lo mismo a los territorios liberados y a los que estaban aún en guerra; por lo que razonaba que, debido a ello era imperativo completar la expulsión de los españoles de todo el continente sudamericano.

<<Otros contemporáneos consideraron la convención desde otros puntos de vista. ¿Qué otra cosa podría haber hecho cualquier otro hombre sensible que no deseará inundar el suelo mexicano con sangre patriota, acerca de las relaciones entre España y México, preguntaba la señora O’Donojú, sino conservar las vidas y propiedades de numerosos compatriotas que habitaban el país, obteniendo así las más grandes ventajas posibles para ambas naciones? Al hacer una análisis en busca de los motivos que pudieron haber animado al signatario español de la Convención de Córdoba, Lucas Alamán, el historiador mexicano de este período que tenía el mejor conocimiento de las condiciones imperantes en España, justificaba el paso dado por O’Donojú afirmando que éste había sido denunciado como traidor a pesar de que había hecho por su país el único servicio que era posible hacer en tales circunstancias. Un periodista español contemporáneo declaró que su único pesar era que O’Donojú no hubiera obtenido mayores beneficios para su país por medio del tratado. Por otro lado un biógrafo español de Iturbide razonaba más tarde que España no obtuviera ninguna ventaja que no le hubiera sido concedida por el Plan de iguala. >>[2]

Mientras tanto Iturbide continuó con su campaña de liberación y así el 26 de agosto desde Orizaba, solicitó al capitán general O’Donojú, quien todavía se encontraba en Córdoba, que ordenara al comandante del fuerte de Perote rindiera esa fortaleza a Antonio de Santa Anna. Ese mismo día escribió otra carta a O’Donojú para informarle acerca de los movimientos de las tropas e invitarlo a dirigirse a Puebla, por lo que pronto pondría carruajes a su disposición, para que pudiera viajar a donde quisiera.

En Puebla, Iturbide publicó el acuerdo alcanzado el 29 de agosto entre el comandante de las Provincias Internas del Oriente y los indios Comanches. Los Comanches no sólo estuvieron de acuerdo en reconocer la independencia del Imperio Mexicano, sino también de abstenerse en ayudar a sus enemigos.

Novella al conocer de la convención, la cual O’Donojú le envió desde Córdoba, convocó a representantes de las organizaciones civiles y eclesiásticas destacadas de la capital, para determinar qué acción habría de tomarse, respondiendo a O’Donojú, que dicha junta tenía dudas respecto a su autoridad para firmar un acuerdo obligatorio y cuestionaba las ventajas propuestas por el tratado; además no estaba de acuerdo con las primeras medidas del capitán general, ni había sido aprobado por las Cortes. <<Durante una conferencia que se llevó a cabo en Puebla entre O’Donojú y agentes de Novella, el primero estigmatizaba como criminal la conducta de aquellas personas que habían depuesto al virrey Venadito. Más aún, afirmaba que el procedería a entrar en la capital con el objeto de establecer un gobierno provisional que sentaría las bases del nuevo imperio de manera que de acuerdo con el Tratado de Córdoba, un príncipe de la dinastía española reinante pudiera ocupar el trono mexicano. El 7 de septiembre Iturbide y Novella acordaron un armisticio que establecía se trazará una línea de demarcación entre las fuerzas virreinales y el Ejército de las tres Garantías. La tregua permanecería en vigor por seis días, dependiendo de la capitulación de la Ciudad de México. […]

El 9 de septiembre Iturbide notificó a O’Donojú que al discutir una armisticio con los comisionados de Novella, no sólo había rehusado reconocer a dicho mariscal como virrey y capitán general de México, sino que también había insistido en que podía designarlo meramente como comandante de los soldados de la ciudad de México, Guadalupe y lugares adyacentes. “Muy pronto –añadía Iturbide- espero tener el placer de abrazarlo en Tacubaya. Saldré para allá esta tarde porque en ese lugar tendremos mejores alojamientos. >>[3]

Declarando que el era la única autoridad en México, el 11 de septiembre O’Donojú propuso que él y Novella tuvieran una entrevista. A lo que Novella, rehusando de nuevo la aceptación del Tratado de Córdoba, insinuó que su corresponsal podría tener que usar la fuerza para tomar posesión de la capital. A ello O’Donojú replicó que él no reconocía la autoridad de Novella; prometió que las instrucciones que autorizaban sus actos serían eventualmente publicadas; lo acusó de oponerse a su autoridad, exigiendo que los soldados virreinales fueran puestos a su disposición. Más aún, declaró que si al término de la tregua él no había recibido respuesta a su demanda, consideraría a todas las personas que obedecieran a Novella como merecedores del mismo castigo que correspondiera al mariscal mismo.

En tanto las tropas trigarantes se habían apostado en una línea que se extendía de Tepeyac a Chapultepec.

Al fin de armisticio, el día 13 de septiembre; Novela acompañado de su escolta y el ayuntamiento de la ciudad capital, viajó a la hacienda de Patera, cerca de la Basílica de Guadalupe y discutió con O’Donojú ampliamente la situación, reconociéndolo como representante real y capitán general y jefe político superior de la Nueva España, colocándose a sí mismo y a la guarnición de la capital bajo las órdenes de O’Donojú.

Novella pronto tomó medidas para ceder su autoridad, convocando a una reunión de funcionarios públicos en el palacio virreinal, en la cual les informó de los resultados de la reunión de Patera y a instancias del nuevo primer magistrado, Ramón Gutiérrez del Mazo, el intendente local notificó a los funcionarios coloniales que en tanto se producía la llegada de O’Donojú, a la Ciudad de México, el fungiría como su jefe político. El día 17 Gutiérrez del Mazo anunció que por orden de O’Donojú, había asumido la autoridad política de la ciudad capital, de acuerdo con la Constitución española y los decretos de las Cortes. Ese mismo día, el general Liñán dio la noticia a los soldados realistas, de que quedaban bajo su mando. Iturbide, en tanto había emitido un llamado a la guarnición expresando su deseo de paz e invitándola a unirse al estandarte de la libertad.

<<Desde Tacubaya, el 17 de septiembre O’Donojú emitió una proclama a los mexicanos en la cual declaraba que debían la libertad de la que gozaban a uno de sus propios compatriotas. Agregaba que una vez que el régimen delineado en el Tratado de Córdoba fuera establecido, el sería el primero en ofrecer sus respetos al mismo “Mis funciones –continuaba- se reducirán a representar al gobierno español, a ocupar un cargo en vuestro gobierno de acuerdo con los términos del Tratado de Córdoba, a ayudar a los mexicanos al máximo de mi capacidad y a sacrificarme gustosamente por el bien de mexicanos y españoles”. Desde el mismo lugar, dos días más tarde Iturbide expidió una proclama felicitando a los mexicanos por el hecho de que en siete meses habían erigido un imperio sin el derramamiento de la sangre de sus compatriotas. Ahí en su cuartel general, el 20 de septiembre pronunció un discurso dirigido al pueblo de la Ciudad de México, invitándolo a dar una cordial bienvenida a los soldados que, para liberarlo, habían sufrido hambre, miseria y desnudez. Como para colocar la piedra angular de la estructura que trataba de erigir, el comandante patriota publicó, al día siguiente, las instrucciones que Pelegrín había mandado a O’Donojú respecto a la política de pacificación que debería seguirse en México. En explicación de esta acción, Iturbide declaró que este documento, el cual O’Donojú acababa de mandarle, se había publicado para animar a aquellos mexicanos que deseaban ver a España reconocer la independencia de su país, sea cual fuere el tiempo, la ocasión y los motivos de este reconocimiento. El 25 de septiembre O’Donojú mandó una nota a Iturbide informándole que como la Ciudad de México había sido evacuada por los soldados realistas, él había cumplido con el artículo XVII del Tratado de Córdoba y que en vista de que la capital había sido ocupada por insurgentes, no podía ostentar otro cargo que el de capitán general hasta que el nuevo gobierno fuera establecido. Razonaba que de acuerdo con la Constitución española, su autoridad política se había volcado sobre el intendente local. El mismo día notificó a la diputación provincial que entraría a la ciudad capital el 26 de septiembre en plena posesión de su autoridad.

Mientras tanto Iturbide había tomado las riendas del gobierno. El 25 de septiembre había informado a Gutiérrez del Mazo que éste continuara ejerciendo la autoridad política hasta que una junta fuera instalada. Al día siguiente le ordenó que la acostumbrada libertad de prensa había sido restituida. Ya que los soldados realistas se habían retirado de la capital, las tropas de Filisola ocuparon sus cuarteles y otros soldados insurgentes tomaron posesión del Castillo de Chapultepec. Desde Tacubaya, el comandante en jefe, envió una carta al arzobispo de México informándole que el 27 de septiembre su ejército marcharía dentro de la ciudad capital. Iturbide afirmaba También que pronto serían instaladas una junta provisional legislativa y una regencia. Tan importantes eventos añadía, reclamaban extraordinarias manifestaciones de reconocimiento al Árbitro Supremo de las Naciones. Por consiguiente, sugería al arzobispo Fonte que un Te Deum debería ser cantado a las 12.30 en la catedral, el día en que tuviera lugar la entrada triunfal a la capital y que además debería celebrarse una misa solemne en la misma catedral antes de que la junta rindiera juramento de obediencia al nuevo gobierno.>>[4]

Reflexiones finales


Meses después se imprimió un reportaje sobre la llegada a La Habana del supuesto virrey Novella, en un balandro procedente de Veracruz, con cerca de 300 pasajeros y tres millones y medio de dólares. ¡La tesorería virreinal se había quedado sin fondos!

<<Antes de la mitad de octubre de 1821, parcialmente como resultado de un tratado no ratificado negociado por un oficial realista, quien no había sido autorizado para convenir la independencia del Virreinato, los movimientos revolucionarios que habían perturbado a México desde 1810 estaban aquietados. Poco más que el Castillo de San Juan de Ulúa y la ciudad de Veracruz permanecían en manos de los realistas. Muy bien puede ser imaginada la reacción que O’Donojú podría haber tenido si se hubiera enterado de la actitud desfavorable de su gobierno hacia a la convención que él se había sentido constreñido a negociar con Iturbide. Es posible que él pudiera haber llegado a convertirse completamente a la causa de la independencia. Por otro lado si el gobierno español hubiera acordado aceptar el Tratado de Córdoba, la Nueva España tal vez habría permanecido por lo pronto unida a la Madre Patria como en una especie de protectorado.

Parece claro, sin embargo, que la aceptación de un príncipe borbón como gobernante no habría agradado a algunos mexicanos. A principios de septiembre de 1821, en una oración pronunciada en la Iglesia donde el Héroe de la Independencia había sido bautizado, Manuel de la Bárcena, arcedeán de esa catedral de Valladolid, hoy Morelia, comparo a los mexicanos libertados con los israelitas después de que había cruzado el Mar Rojo. La divina Providencia, declaró había guiado al Libertador de la Nación Mexicana. El dedo de Dios había dirigido el movimiento revolucionario. “¡Religión, unión e independencia –exclamó- son las tres garantías celestiales, las tres columnas indestructibles que el artífice ha establecido, para que sobre ellas se pueda construir con solidez el edificio nacional que ha de perdurar eternamente!”

Las elocuentes exhortaciones que se hacían elogiando el triunfo de la larga lucha por la separación de España generalmente ignoraban la devastación que había dejado. En un informa oficial el secretario de Justicia Domínguez esbozó un cuadro lóbrego de los efectos sociales y económicos de 10 años de guerra. Domínguez afirmaba que todas las clases sociales habían sufrido pérdidas. Los negocios estaban paralizados. Las fuentes de prosperidad y riqueza habían sido drenadas completamente. Muchos campos yacían sin cultivarse. El ganado había desaparecido de los apacentaderos. El país estaba amenazado con verse inundado por juicios entre deudores y acreedores. Las carreteras y puentes se encontraban en un estado ruinoso. Mucho antes de que Iturbide se encontrara con O’Donojú. El establecimiento eclesiástico había caído en decadencia. Algunas parroquias estaban sin sacerdotes; los santos sacramentos no eran administrados regularmente en todas partes. Las tres cuartas partes de las prebendas, afirmo el secretario Pablo de la Llave en 1823 habían sido arrebatadas. El tesoro del Virreinato que los líderes revolucionarios habían heredado, estaba completamente vacío. Un viajero inglés, que visitó la provincia natal de Iturbide tres años después del triunfo de la revolución, notó que muchas haciendas aún permanecían en condiciones ruinosas. Durante la guerra, una parte considerable de la población masculina había sido desarraigada, lisiada o muerta>>[5]

Jorge Pérez Uribe


[1] Bolívar, Cartas II, 404
[2] Spence William Robertson, Iturbide de México, México, FCE, 2012, págs. 187-188
[3] Ibíd.págs.191-192
[4] Ibíd.págs.193-195
[5] Ibíd.págs.195-197

domingo, 5 de septiembre de 2021

LOS TRATADOS DE CÓRDOBA DEL 24 DE AGOSTO DE 1821





Introducción


Desde la educación primaria conocí este tema en plural y siempre me intrigó cuantos tratados fueron y por qué. Sin embargo al analizar la evidencia histórica supe que sólo fue uno y con pocas cláusulas, pero que se transcribió en plural y del que sólo se elaboraron dos tantos, uno para España y otro para el Ejército Trigarante.

Cambios en el Reino de la Nueva España


Desde que en marzo de 1820 se restableciera “la Pepa” (Constitución de 1812), quedaron suprimidos todos los antiguos virreinatos coloniales. La Constitución los sustituyó por provincias, de la misma categoría que las que se crearon en la Península, gobernadas por los llamados “jefes políticos superiores”. Juan Ruiz de Apodaca y Eliza, Conde de Venadito, fue el 61º y último virrey de la Nueva España nombrado como tal (1816-1820), y en 1820 se le cambió el título de virrey por el de 3er. jefe político superior de la Provincia de Nueva España (1820-1821).

Antecedentes.


Como habíamos visto en el post: “Juan O´Donojú (entre España y el Imperio Mexicano)”, O’Donojú, llega a Veracruz como capitán general y jefe superior político, ya no como Virrey, el 30 de julio de 1821, cuando España tiene como últimos reductos las ciudades de México, Veracruz, Durango, Chihuahua, Acapulco y la fortaleza de San Carlos de Perote, plazas desprotegidas y sin capacidad para resistir un sitio bien organizado. El día 28 de julio había capitulado la Ciudad de Puebla ante el Ejército Trigarante y su general Agustín de Iturbide.

El gobierno español sólo señaló a 16 individuos seleccionados por el rey para acompañar a O’Donojú, un capellán, un médico y 14 militares. <<Con respecto a la insuficiente fuerza expedicionaria enviada para restaurar en dominio español en México, el ministro de las Colonias explicó subsecuentemente a las Cortes que su gobierno había hecho todo lo que se podía hacer en tales circunstancias. “¿Qué ayuda puede dar la Península –preguntaba con tono desesperanzado- para llevar a cabo la guerra contra la independencia de las colonias?”.>>[1]

Cuando atraca el navío español Asia en el castillo de San Juan de Ulúa, sus pasajeros se asombran al enterarse de que los insurgentes habían efectuado un asalto a la ciudad de Veracruz, encontrándose ésta sitiada. Ante esto el gobernador Dávila no tiene empacho en reconocer a O’Donojú como capitán general de la Nueva España.

<< O’Donojú había ya indicado que tenía intenciones de apoyar a los partidarios del dominio español. Envió un despacho a Madrid describiendo las condiciones deplorables en las que encontró a México, sin dinero, sin provisiones y sin tropas.

Afirmó que si el gobierno no podía enviarle ayuda militar todo estaría perdido y que, consecuentemente el se regresaría a España. Mientras tanto, había escrito al capitán general de Cuba en apoyo a una requisición hecha por el cabildo de Veracruz para la ayuda de fuerzas armadas de dicha isla. Además, pidió que se le transfiriera un destacamento de soldados realistas de Venezuela a México. Con extrema angustia, hasta consideró reclutar a la tripulación del Asia bajo su servicio.>>[2]

Las instrucciones reservadas dadas a O’Donojú por el Ministro de las Colonias Ramón López Pelegrín, señalaban hacer cumplir la Constitución y los Decretos de Reforma. Sólo debería permitirse el funcionamiento de las organizaciones y asambleas permitidas por la Constitución. Debería promoverse la agricultura, el comercio y la minería. Novohispanos y españoles deberían de alternarse en el desempeño de los puestos públicos, acabando con la lucha sanguinaria entre ellos. A los líderes de la rebelión se les ofrecerían puestos públicos, honores y otras recompensas, en caso contrario debería perseguírseles castigárseles rigurosamente. La intención del gobierno era preferir las medidas suaves, en lugar de los actos de fuerza y derramamiento de sangre. O’Donojú dudó más de una vez en aceptar el cargo y hasta deseo declinar tan importante puesto. No obstante, no sospechaba la inmensa rebelión que se venía extendiendo sobre el virreinato de México, por lo que se embarcó con su esposa y algunos familiares y con su secretario Francisco de Paula Álvarez.

Primeras comunicaciones entre los caudillos


<<Desde la ciudad sitiada, el 3 de agosto O’Donojú emitió una proclama que exhalaba sentimientos liberales. Decía que él no dependía de un rey tiránico ni de un gobierno déspota; que no procedía de gente inmoral ni había llegado a México para convertirse en un pashá o para acumular riquezas. Afirmaba que el nuevo régimen en España había erradicado el despotismo, que su mente estaba llena de ideas filantrópicas y que estaba ligado por la amistad con los diputados mexicanos quienes lo habían animado para hacer el largo viaje a Veracruz. Declarando que no tenía fuerza armada, afirmó abiertamente que si su gobierno no era adecuado para los mexicanos, ante el menor signo de insatisfacción les permitiría elegir libremente a su propio gobernante. Sin embargo, sugería que debería suspender los proyectos que estaban meditando hasta que recibieran noticias frescas de España. Tan impresionado quedó el comandante del Ejército de las Tres Garantías con el espíritu conciliador de esta proclama que, al llegar a la ciudad de Puebla, mandó que se reimprimiera para que sus conciudadanos pudieran darse cuenta de las ideas liberales del nuevo agente español. Iturbide informó al director de su imprenta militar que dos oficiales a quienes había enviado a tratar con O’Donojú no iban a discutir si México podía aspirar a ingresar en el rango de las naciones libres sino a tratar sobre la manera de sancionar su independencia.>>[3]

Poco después de haber pisado tierra novohispana, O’Donojú conoció al capitán Manuel López de Santa Anna, hermano de Antonio López de Santa Anna, por lo que pronto llegaron noticias a los Trigarantes. El 5 de agosto el coronel Joaquín Leaño informó a Iturbide, que O’Donojú había llegado sin ninguna fuerza militar y que había recibido informes de que estaba animado por los más filantrópicos sentimientos y que debía su nombramiento a los diputados novohispanos.

Cuando O’Donojú se dio cuenta de las condiciones existentes en el Virreinato, especialmente de la impresionante extensión de la rebelión iturbidista, sus puntos de vista sobre la Nueva España fueron modificados. El hecho de que algunos de sus acompañantes, incluyendo dos sobrinos fueran atacados por la fiebre amarilla[4], la cual era endémica en Veracruz, indefectiblemente afectó su juicio, sobre las posibilidades de triunfo y así lo y informó al gobierno español: <<Todas las provincias de Nueva España habían proclamado su independencia. Ya sea por la fuerza o en virtud de capitulaciones, todas las fortalezas habían abierto sus puertas a los campeones de la libertad. Ellos tenían una fuerza de 30 mil soldados de todas las armas, organizada y disciplinada, […] Este ejército estaba dirigido por hombres de talento y carácter. A la cabeza de estas fuerzas estaba un comandante que sabía como darles inspiración y como obtener su favor y su amor. Este comandante siempre las había conducido a la victoria, Tenía de su lado todo ese prestigio que se otorga a los héroes.

El capitán general, como a veces era designado, dirigió una carta a Iturbide el 5 de agostó, asentando que había designado a dos agentes para conferenciar con él. Al día siguiente O’Donojú presentó sus opiniones acerca de la condición de México en una carta dirigida al comandante insurgente al que daba el tratamiento de “amigo”. Declarando que su gobierno acariciaba sentimientos liberales, el recién llegado magistrado se mostraba a sí mismo en favor de las ideas de Iturbide tal como las asentó en la epístola de 18 de marzo a Venadito. Adjunto copias de su primera proclama. En particular O’Donojú expresó su deseo de negociar un tratado que mantendría la tranquilidad en México, quedando pendiente su aprobación por el rey y las Cortes. Confiando la carta al coronel Manuel Gual y el capitán Pedro Vélez, quienes fueron autorizados para tratar con el líder revolucionario los asuntos ahí mencionados, el español le pedía un salvoconducto para que pudiera proceder a sostener una conferencia con él.

El generalísimo replicó que los informes que le habían llegado acerca de las ideas liberales y el talento político de O’Donojú lo habían convencido de que el español usaría esta oportunidad para conseguir ciertos beneficios para los mexicanos, mismos que el mariscal Novella no podía obtener. Iturbide razonaba que éste último no tenía autoridad para celebrar acuerdos legales y obligatorios.>>[5]

Mientras tanto había llegado a la ciudad de México un informe formal en donde O’Donojú informaba a Novella que viajaría de Veracruz a la capital para hacerse cargo de la administración política y militar de la Nueva España como capitán general y jefe superior político; sin embargo los intentos de contactar a O’Donojú por parte de Novella, resultaron infructuosos, ya que los correos eran interceptados por las fuerzas de Iturbide. En tanto Iturbide instruía a Antonio López de Santa Anna de que escogiera una escolta militar de honor formada por sus granaderos y carruajes para conducir a O’Donojú a la villa de Córdoba.

Para el 13 de agosto O’Donojú en sus despachos al gobierno español, << había llegado a la conclusión de que no podría hacer más que conseguir tantas ventajas para la Madre Patria como fueran congruentes con la independencia de la Nueva España, la que consideraba inevitable. Consecuentemente, sugería que se le debían dar nuevas instrucciones que fueran adecuadas a la alterada condición del país o de otra manera que debería ser llamado por su gobierno. Parece que nunca se escribió una respuesta a este comunicado.>>[6]

Como se dio el Tratado


El día 23 de agosto, O’Donojú arribó a Córdoba acompañado por la escolta de Puebla enviada por Iturbide y fue recibido “con el decoro correspondiente”, por el coronel Villaurrutia, el conde de San Pedro del Álamo y el marqués de Guardiola; por la noche llegó Iturbide a la villa de Córdoba. Carlos M. de Bustamante refiere sobre el hecho: A pesar de estar “lloviendo salió mucha gente al camino a recibirlo, la cual quitó las mulas del coche y a brazo lo condujo hasta su posada, encontrándose iluminada la villa. Aguardábanlo en su misma habitación el señor O'Donojú. Ambos jefes, rodeados de un brillante concurso, se abrazaron y dieron muestras de un cordial cariño”.

El día, 24 de agosto por la mañana, oyeron misa cada uno por su cuenta, luego Iturbide fue a la casa de O'Donojú y antes que nada Iturbide dijo: "Supuesta la buena fe y armonía con que nos conducimos en este negociado, supongo que será muy fácil cosa que desatemos el nudo sin romperlo”.

Iturbide expresaría a su secretario José Domínguez: <<Encontré en a un jefe animado de buenas intenciones. Hasta noté que estaba ansioso de ser generoso conmigo, que haciendo justicia al carácter de honestidad que distingue a los mexicanos había entrado entre ellos con confianza y había confiado la seguridad de su persona a sus virtudes. Apenas había expresado yo los puntos de vista que había asentado en el Plan de Iguala, cuando noté con admiración tanta deferencia de su parte hacia mis ideas, como si él mismo me hubiera ayudado a trazar ese plan. Esto difícilmente era de esperarse de un general respecto de quien habían circulado rumores acerca de su naturaleza conservadora, completamente contraria a la liberalidad de sus principios. Por lo tanto me parecía aún más justo que político vincular con el Plan de nuestra felicidad a un oficial que mostraba por las cicatrices de su cuerpo las más convincentes pruebas de su filantropía y no consideraba como demasiado costoso registrar su voto entre los más ardientes patriotas de México.

Después de alguna discusión, el acuerdo entre los dos hombres fue asentado por escrito por el secretario de Iturbide. El borrador de un tratado fue presentado entonces a O'Donojú, quien altero sólo unas cuantas frases, que se dijo eran alabanzas a él mismo. El preámbulo del tratado declaraba que los firmantes habían discutido los pasos que, bajo las condiciones existentes, se requerían para reconciliar los intereses de México y España, La celeridad con que habían llegado a un acuerdo el 24 de agosto de 1821 se debió en gran parte a la circunstancia de que advertido por sus comisionados que se habían reunido con O'Donojú, Iturbide había tenido la previsión de prepararse para la conferencia. […]

La convención dispuso que la nación mexicana, la que de ahí en adelante sería designada como “Imperio Mexicano”, debería ser reconocida como independiente. El gobierno sería una monarquía constitucional. En primer lugar, el rey Fernando VII sería invitado a gobernar sobre el antiguo Virreinato, En caso de qué el aceptara declinar la corona mexicana, esta sería ofrecida en turno al príncipe Carlos, al príncipe Francisco de Paula y al príncipe Carlos Luis. Si ninguno de estos príncipes aceptaba la corona, se ofrecería en seguida a una persona designada por la Cortes del Imperio Mexicano. El nuevo monarca establecería su Corte en la ciudad de México, la cual sería la capital imperial.

Dos comisionados elegidos por O'Donojú procederían a la Corte de Madrid para poner en las manos de Fernando VII una copia de la convención acompañada de una memoria. Se pediría al rey que permitiera a un príncipe de su familia venir a México. De conformidad con el Plan de Iguala, se formaría de inmediato un consejo al que O'Donojú debería pertenecer. Esta junta elegiría a su presidente y seleccionaría de entre sus miembros una regencia de tres personas que formarían el poder ejecutivo de la nación. La autoridad legislativa sería investida en las Cortes convocadas por la junta. Los europeos domiciliados en México estarían en libertad de irse con sus personas y propiedades. Los opositores a la independencia mexicana serían requeridos para partir. O'Donojú estuvo de acuerdo en utilizar su influencia para conseguir la evacuación de la capital por las tropas realistas, sin derramamiento de sangre.

El Tratado de Córdoba, consiguientemente aprobó el Plan de Iguala con ciertas modificaciones. Excluía de la membresía al virrey depuesto, pero incluía a O'Donojú. Sólo implícitamente endosaba la abolición de las distinciones de castas y la preservación de los privilegios clericales, según se especificaba en el Plan de Iguala. No contenía estipulación alguna para el efecto de que el futuro monarca debiera ser seleccionado entre los miembros de una dinastía europea. En verdad su cláusula más significativa era la que disponía que si ninguno de los personajes nombrados en el tratado se dignaba aceptar la corona, el emperador debería ser elegido por el Congreso de México. […] Por lo pronto, sin embargo, la autoridad gubernamental sería depositada en un consejo que presumiblemente sería elegido por el comandante del Ejército de las Tres Garantías.

Una semana más tarde O'Donojú se dio a la tarea de justificar el Tratado de Córdoba ante la Corte de Madrid. Declaró abiertamente que prefería la muerte que ser responsable de la pérdida, para la corona española, de un rico y hermoso país. Declarando que nada podía evitar la independencia mexicana, sostuvo que una monarquía constitucional limitada era la mejor forma de gobierno para un país cuya población no poseía las virtudes requeridas para el éxito de una república o de una federación. Aunque admitió que un pueblo tenía el derecho de elegir a su propio gobernante, afirmo sin embargo, que el artículo del tratado que establecía que un príncipe español debería ser el emperador de México, llegaría a ser una de las glorias de la Madre Patria. Dejó establecido que él había nombrado una comisión para notificar a Fernando VII de esta convención. […] Respecto a sus propias funciones, declaró que cesarían en el momento en que se reuniera el primer Congreso de México, pero que permanecería ahí hasta la llegada del monarca elegido o hasta que el gobierno español decidiera de otra manera.

Consciente de que había negociado un tratado sin la autorización expresa de su gobierno, el 26 de agosto, cuando envió una copia del mismo al gobernador de Veracruz, O'Donojú explicaba que el convenio tenía por objeto la felicidad de ambas Españas, la Vieja y la Nueva, y que también pretendía poner fin a los horribles desastres de una guerra sanguinaria… >>[7]

Yendo aún más lejos explicó la actitud de España hacia las independencias de Iberoamérica al momento de su designación:

<<En verdad, antes de mi partida de la Península, la legislatura nacional consideró prepararse para la independencia mexicana, y en uno de sus comités, con la asistencia de los ministros de Estado, se prepararon y aprobaron las bases para tal acción. No hay duda de que antes de cerrar sus sesiones, las cortes ordinarias deberían de haber arreglado este asunto el cual es importante tanto para la Vieja como para la Nueva España, asunto en el que está comprometido el honor de ambas partes y sobre el que los ojos de toda Europa están puestos. […] Sin embargo, cuando los funcionarios del Ministerio español de las Colonias se enteraron de la interpretación de O'Donojú acerca de la política de su gobierno, declararon que era falsa.

Desafortunadamente para el triunfo inmediato y completo de la revolución, ni el gobernador Dávila ni el mariscal Novella aprobaron el Tratado de Córdoba.>>[8] 
Igual ocurriría con el español Fonte Arzobispo de México, que no acabó aceptando la voluntad de los novohispanos.

Finalmente el destino no jugó a favor de estos Tratados, ya que su suscriptor O'Donojú, moriría el 8 de octubre de pleuresía. El 7 de diciembre de 1821 se firmó en Madrid la respuesta al escrito de O’Donojú, negándole cualquier facultad para “celebrar convenios que reconocieran la independencia de ninguna provincia americana”. Las Cortes españolas, el 13 de febrero de 1822, rechazaron la firma del Tratado y del Plan e incluso, algo después, cuando en mayo de 1824 Fernando VII publicó el “indulto y perdón general” por actuaciones contra la Monarquía cometidas en América, se incluyó una cláusula de exclusión específica, destinada a “los españoles europeos que tuvieron parte en el convenio o tratado de Córdoba” y más concretamente a Juan O’Donojú, “de odiosa memoria”, por haberlo celebrado.

Colofón


Algún día cuando la mentalidad liberal-masónica que la dictadura priísta de más de 71 años, nos inculcó mediante su libro de texto obligatorio y su grupo de artistas, intelectuales e historiadores en nómina, se reconocerá a Agustín de Iturbide como el "Padre de la Patria". Ese día se deberá reconsiderar también el papel de Juan O’Donojú, quizás como un padrino del México independiente...


Jorge Pérez Uribe


[1] Spence William Robertson, Iturbide de México, México, FCE, 2012, pag.170
[2] Ibíd.pags.171, 172. 
[3] Ibíd.pag.172
[4] Para más. la mitad de los 14 militares que le acompañaban y sus dos sobrinos murieron de fiebre amarilla.
[5] Ibíd.pags.174, 175
[6] Ibíd.pag.175
[7] Ibíd.pags.179, 182
[8] Ibíd.pags.183, 184