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jueves, 19 de mayo de 2022

EL LIBERTADOR LLEGA A SER MONARCA

 




Un Imperio sin cabeza y con muchos problemas que resolver


Como caudillo, militar y funcionario, Iturbide que ostentaba el título de Presidente de la Regencia de Imperio Mexicano, consideraba los numerosos problemas y asuntos que urgía resolver, refiriéndose a ellos como “la carga que me agobia”, entre otros:

  • La necesidad de una Constitución a modo de nuestra idiosincrasia.
  • La falta de recursos económicos y de políticas de fomento económico.
  • La falta de reconocimiento del Imperio por parte de España, proceso interrumpido por la muerte de Juan O´Donojú, así como del reconocimiento por otras naciones
  • Necesidad de nombrar un emperador, ante la renuencia para hacerlo por parte de España, conforme a los Tratados de Córdoba.
  • La impostergable necesidad de un ejército suficiente para hacer frente a un intento de reconquista por parte de España como ocurriría el 26 de julio de 1829 o ante la invasión de otras naciones.
  • La amenaza de la Santa Alianza para apoyar a España, en la recuperación de la colonia pérdida.
  • La protección de los españoles nacidos en España y de sus bienes y negocios.

Las relaciones con el Congreso, cada día más tensas


<<Los diputados no ignoraban los peligros involucrados en las precarias relaciones con el jefe del Ejecutivo. El 6 de abril de 1822, Carlos M. de Bustamante le había dirigido una carta en la que abordaba el problema. Adjuntando, como muestra de su estima, un panfleto recientemente publicado en Madrid que honraba públicamente a Iturbide, se aventuró a exhortarlo a que actuara en armonía con la legislatura. “Estad seguro, mi querido Señor –escribió-, que la Unión con el Congreso es la divisa con la que vos deberíais ser presentado al mundo con el objeto de haceros feliz y coronar vuestra gloria… Vuestra excelencia no encontrará mucha sabiduría entre nosotros, pero encontrareis buenas intenciones y el deseo de una unión íntima para salvar a este país que tanto ha costado.

Iturbide no estaba muy inclinado a tomar en serio este consejo. En respuesta a la súplica de Bustamante, declaró que sentía mucho respeto por la legislatura y que deseaba ver sus leyes obedecidas. Preguntaba sin embargo, por qué se le consideraba ser tan estúpido como para no entender las ventajas de cooperar con la misma. Caracterizaba al Congreso como el baluarte de la libertad y la esperanza del país que era su ídolo. Afirmando que no era un enemigo de los diputados y que les había dado muestras de su aprecio. Se quejó de que algunos de ellos estaban llevando la guerra en su contra. Intimó que ellos habían sido los primeros que se opusieron a la cooperación armoniosa de los poderes que siempre deberían actuar como cuerpo y alma. Por otro lado, una comisión del Congreso llegó a la conclusión de que el mando de las fuerzas armadas no debía ser función del presidente de la regencia.

En este tiempo, cuando Iturbide suplicaba fondos para apoyar al ejército, y cuando sus relaciones con el congreso se hallaban al punto del rompimiento, sucedió un incidente que demostró que él no estaba en contra de cooperar con el Congreso cuando así lo demandaba el bien público. En marzo de 1822, Miguel Santa María, mexicano por nacimiento, quien había sido nombrado ministro de la República de Colombia, misma que en ese tiempo abarcaba Venezuela y Nueva Granada, llegó a la Ciudad de México. Por decreto del 29 de abril, el Congreso declaró que solemnemente reconocía a Colombia como una nación libre e independiente. Tres días después Santa María fue presentado en privado a Iturbide. El 13 de mayo fue formalmente recibido por la Regencia- Entregó al presidente de ésta unas cartas que Simón Bolívar le había encomendado entregar, en las que se expresaba alta estima por el Libertador de México. En respuesta Iturbide declaró que la regencia deseaba incrementar las relaciones de México con Colombia>>.[1]

En el mismo mes Iturbide, recibió al aventurero internacional James Wilkinson, a quien le aseguró “que él haría de la carrera de nuestro gran Washington el modelo de su conducta, esto es, dar libertad a su país y retirarse a la vida privada…” [2]

<< Por otra parte, las relaciones las relaciones entre Iturbide y el Congreso había llegado a tal atolladero, que Iturbide se propuso deponer su autoridad ya que en respuesta a su petición al Congreso de que proveyera un ejército de 35 000 soldados regulares y 30 000 guardias nacionales, la legislatura votó por poner una fuerza armada más reducida a su disposición; el frustrado magistrado en jefe renunció a su doble posición como presidente de la regencia y generalísimo. El 15 de mayo, antes de que su regencia fuera considerada, dirigió una nota muy significativa al Secretario de Guerra en relación con las necesidades militares, nota que presumiblemente él tuvo la intención de que fuera transmitida al Congreso. Hizo una súplica urgente por un ejército grande y permanente. Sin tal ejército, razonaba, todo lo que se había logrado hasta entonces para la independencia de México estaría perdido. Más aún, expresó su preocupación de que ciertos poderes extranjeros estuvieran ya celosos de las nuevas naciones que estaban surgiendo en América>>.[3]

La amenaza europea de “La Santa Alianza”


El proceso de la independencia de México y muchas naciones latinoamericanas, está ligado a la figura del “gran corso Napoleón”, quien al invadir España en 1807, como aliado, finalmente la traiciona y la sojuzga, haciendo prisioneros a Carlos IV y Fernando VII, en 1808; con lo que el reino y las colonias quedan acéfalas, por lo que estas temerosas de una invasión francesa, forman juntas gubernativas autónomas; proceso que se dio en la Nueva España en 1808.

Contra Napoleón se forman en Europa 7 coaliciones integradas por los reinos de los países europeos de 1799 a 1815, en que es exiliado en la isla de Santa Elena. No obstante que ya no liderea ejércitos, las ideas republicanas y revolucionarias se difunden y para evitar revoluciones como la francesa, las monarquías e imperios de Europa crean una nueva coalición que será llamada inicialmente como la “La Santa Alianza”, luego como la Triple Alianza, la Cuádruple y la Quinta Alianza por último.

Iturbide clama ante el Supremo Consejo de la Regencia sobre esta amenaza:

<<”En Londres, en París, y en Lisboa hay emisarios de nuestros antiguos amos. Viena, Berlín y San Petersburgo han hecho ya un ataque a la libertad ya en Nápoles. A menos de ser compelidos por la fuerza, los europeos nunca consentirán con el establecimiento en este continente de gobiernos independientes de ellos. Todas las naciones europeas están conscientes de que una vez que los americanos estén organizados en sociedades bien constituidas, esos pueblos llegarán a ser los depositarios de la luz, del poder y de las riquezas; y que dentro de cien años las naciones europeas serán respecto a nosotros lo que los griegos a los romanos fueron al resto de Europa, después de la muerte de Alejandro y la destrucción del Imperio Romano de oriente y Occidente.”

Al explicar que aunque el sólo era un soldado, tenía, sin embargo, algún conocimiento de los asuntos políticos, Iturbide preguntaba qué medios tenían sus compatriotas para oponerse a la agresión. Razonaba que Oliver Cromwell, el príncipe de Orange, Guillermo Tell y George Washington había salvado a sus países de la tiranía mediante su liderazgo militar. Preguntaba:

“¿Cuál ha sido la situación de México hasta el presente? ¿Sin una Constitución, sin un ejército, sin una hacienda, sin la separación de los poderes gubernamentales, sin ser reconocido como Estado independiente? Sin una marina, con todos sus flancos expuestos, con sus habitantes distraídos, insubordinados abusando de la libertad de prensa y de costumbre, con oficiales que son insultados, sin jueces y sin magistrados. ¿Qué es México? ¿Es éste país propiamente una nación? Y en qué dolorosa situación está el ejército que puso la primera piedra del edificio de la libertad. Aquellas personas que deben a México sus fortunas, su existencia política y sus mismas vidas lo desprecian y se mofan de él…”

Después de esbozar este oscuro retrato del escenario mexicano, el insatisfecho magistrado en jefe afirmó explícitamente que si la deplorable situación militar no era remediada y si no se tomaban provisiones rápidamente para un ejército de 35 000 soldados regulares, consideraría que su renuncia había sido aceptada y depondría toda su autoridad. En una carta desde la capital mexicana al secretario John Quincy Adams, William Taylor, quien había sido nombrado cónsul de los Estados Unidos, declaró que la renuncia de Iturbide “era más bien un rumor que generalmente conocida” hasta el sábado 18 de mayo cuando el alarmado Congreso cedió a su demanda. Pero éste había hecho ya demasiado larga la espera. El dado “ya había sido tirado”>>[4]


<<Bocanegra registró en sus memorias que poco después de que se reunió el Congreso, se reunió una comisión para que considerara ofrecerle la Corona de México a un príncipe borbón. En ciertos pueblos se habían hecho sugerencias de que la selección del victorioso comandante militar como monarca no sería mal acogida. Entre las personas que apoyaban el acto más dramático desde su surgimiento, de acuerdo con un contemporáneo, estaba su íntimo amigo Anastasio Bustamante. Parece que se había establecido un plan para proclamar a Iturbide monarca imperial la mañana del 19 de mayo, pero por alguna razón la noche del 18 de mayo fue finalmente elegida como el momento más propicio.

Tal como se presentaron los acontecimientos, el actor principal de la escena fue Pío Marcha, un sargento del regimiento de Iturbide en Celaya, el cual estaba estacionado en la capital. En una historia romántica, contada más de un año después, Marcha implicó que él había sido incitado por una encantadora doncella a promover las fortunas de su amado comandante. En un sobrio relato hecho en junio de 1822, declaró que ya para enero anterior él había confiado su plan para la proclamación de Iturbide como emperador a ciertos camaradas. Aseveraba que los motivos que le habían impedido a apresurar ese trascendental paso fueron el temor de los males que podrían caer sobre su país si se pusiera a un príncipe de la dinastía borbónica en el trono mexicano y la creencia de que un digno hijo de México merecía tal distinción. Miembros del regimiento de Marcha justificaron la medida explicando que su primer sargento creía que un hijo de su país “nos vería con los ojos de un padre amante de quien con menos timidez y más confianza podríamos pedir el remedio que necesitásemos.


En la noche del 18 de mayo, sargentos del regimiento de Celaya, conducidos por Pío Marcha, proclamaron a Iturbide como el emperador Agustín I. El grito fue recibido por el populacho que estaba al acecho en las calles. Los edificios públicos fueron repetidamente iluminados. Una abigarrada multitud se dirigió a la mansión ocupada por el Libertador, donde lo aclamaron como el emperador. La comisión del Congreso escogida después para discutir y aprobar el propósito de Iturbide de retirarse de la vida pública, escribió un amargo relato de este espectacular evento que alegaba que algunas personas sediciosas a las que se unió “el despreciable populacho de uno de los distritos” de la capital y dirigidos por “algunos oficiales que no eran muy estimados en sus propios regimientos” habían dado “un aspecto más serio al tumulto”.


¿Por qué acepto Iturbide la nominación?


Mientras vivía en el exilio, Iturbide compuso una poco ingeniosa historia acerca de la forma en que él recibió las noticias de ésta aclamación:

“Mi primer impulso fue salir a manifestar mi repugnancia a admitir una corona cuya pesadumbre ya me oprimía demasiado: si no lo hice, fue cediendo a los consejos de un amigo que se hallaba conmigo: “Lo considerarían un desaire”, tuvo apenas lugar de decirme, “y el pueblo es un monstruo cuando creyéndose despreciado se irrita. Haga Ud. Este nuevo sacrificio al bien público. La patria peligra: un momento de indecisión es el grito de muerte”. Hube de resignarme a sufrir esta desgracia que para mí era la mayor; y emplee toda aquella noche, fatal para mí, en calmar el entusiasmo, en preparar al pueblo y a las tropas para que diesen lugar a decidir y obedecer la resolución del Congreso, única esperanza que me restaba. Salí a hablarles repetidas veces, ocupando los ratos intermedios en escribir una proclama que hice circular la mañana siguiente.”

Parece posible que la repugnancia que Iturbide así expresaba para aceptar la corona imperial no era del todo simulada. Un residente de la capital llamado Miguel Beruete, quien fuera funcionario fiscal especial en el gobierno del virrey Venadito registró en su diario que Miguel Cavaleri besó la mano de Iturbide, que toda esa noche la gente gritaba ¡Viva Agustín I!, y por la muerte de aquellos que se le opusieran y que ocasionalmente se oyeron gritos de muerte para los españoles, para los serviles y hasta para los diputados. A las tres horas de la mañana siguiente, los regimientos de caballería e infantería estacionados en la capital dirigieron una carta a Iturbide afirmando que con unanimidad completa ellos lo habían proclamado emperador de “la América Mexicana”.

En su manifiesto, el recientemente proclamado monarca decía que se dirigía a los mexicanos como un conciudadano que deseaba conservar el orden. Declaró que el ejército y el pueblo de la capital acababan de tomar una importante decisión que el resto de la nación tendría que aprobar o desaprobar. Expresando simpatía por la acción del pueblo, exhortó a sus compatriotas a rechazar la violencia, a reprimir todo resentimiento y a respetar a sus gobernantes. “Dejemos para momentos tranquilos –imploraba- la decisión concerniente a nuestro sistema político y nuestro destino…” Exhortaba al pueblo para que escuchara a los diputados quienes representaban a la nación: “La ley es voluntad del pueblo; nada hay superior a ella: ¡Escuchadme, dadme la última prueba de vuestro amor, que es todo lo que deseo! ¡Ésa es la estatura de mi ambición! Digo estas palabras con mi corazón en mis labios!”

El manifiesto fue leído en una sesión extraordinaria de la legislatura en la mañana del 19 de mayo. Una memoria que ostenta esa fecha emanó de funcionarios públicos, tanto civiles como militares, y fue firmada entre otros, por Pedro Negrete, Anastasio Bustamante y Jesús Echávarri; fue sometida a los diputados. Citando una representación preparada por ciertos regimientos que habían proclamado a Iturbide como emperador de la América mexicana, los signatarios sugerían que la legislatura debería considerar la cuestión que había así surgido. Beruete consignó en su diario que el Congreso se reunió a las 6 a.m. y que estaban presentes 87 diputados; después que se le habían enviado mensajes, Iturbide se reunió con ellos a las 12.00 horas. “El pueblo desenganchó los caballos de su carruaje y lo condujo al salón del Congreso. Esta asamblea fue insultada y amenazada de muerte por el populacho.

Cuando Iturbide entró al recinto legislativo, iba acompañado por ciertos generales. La clave de la oposición para la inmediata proclamación de un gobierno imperial fue dada por José Guridi y Alcocer; un legislador bien versado en derecho, quien arguyó que los poderes de los diputados eran limitados y que la importante cuestión debería ser referida a la población de sus distritos electorales. Otros legisladores propusieron que la acción del Congreso fuera pospuesta hasta que por lo menos dos tercios de las provincias hubieren incrementado la autoridad de sus representantes. El diputado Valentín Gómez Farías de Zacatecas finalmente introdujo una propuesta firmada por muchos diputados que razonaba que, como el Plan de Iguala y el Tratado de Córdoba habían sido desechados, el Congreso tenía ahora el poder de votar en favor de la coronación de Iturbide recompensando así el servicio y el mérito del Libertador de Anáhuac. De otra manera, afirmaba que la paz, la unión y la tranquilidad desaparecerían quizá de México para siempre.

Antonio Valdés, diputado por Guadalajara, arguyó que ya que el gobierno español había rechazado el Plan de Iguala y el Tratado de Córdoba, los mexicanos no estaban obligados a observar el artículo III de dicho tratado y a seleccionar como su monarca a un príncipe de una dinastía europea. En una fuga de oratoria un miembro llamado Lanuza elogio entonces a Iturbide como un hombre virtuoso, valiente, caritativo, humilde y sin par a quien el Todopoderoso había destinado para romper las cadenas de hierro con las que el águila mexicana había estado atada durante tres centurias. Otros dos oradores expresaron la opinión de que ellos tenían suficiente autoridad para confirmar la elección hecha por el ejército y el pueblo. Otro orador argumento que el Congreso debería primero elaborar primero una Constitución para la nación. Declarando que el bienestar del pueblo era la ley suprema, un diputado de la provincia natal de Iturbide, sostuvo que el pueblo, y el ejército favorecían su lección como emperador; que más de la mitad de los diputados la deseaban y que bloquear tal acción podría provocar una revolución sangrienta. Los aplausos siguieron tanto a este discurso como a otro de Valdés, quien afirmo que él estaba por una monarquía limitada como forma de gobierno, lo que él consideraba una feliz invención política Una moción que proponía otra alternativa fue entonces introducida: ¿debería el comandante en jefe ser proclamado monarca de inmediato o debería de consultarse a las provincias sobre éste asunto? De entre los miembros presentes que participaron en la votación, de acuerdo con el registro oficial, 67 estuvieron en favor de la proclamación inmediata de Iturbide como emperador, mientras que 15 votaron por referir la cuestión a las provincias para su decisión.

El registro oficial del debate estableció que el presidente del Congreso prontamente cedió su elevado asiento que se encontraba bajo un palio al recientemente electo monarca, que el populacho gritaba: “¡Viva el emperador!, ¡viva el Congreso Soberano!” y que su majestad imperial partió entonces del recinto legislativo “entre las más entusiastas demostraciones de júbilo”. Beruete registró que cuando Agustín I regresaba a su palacio, su carruaje fue tirado por frailes franciscanos y otros clérigos y que las aclamaciones al nuevo soberano duraron toda esa noche. Este diarista añadió que subsecuentemente los clérigos de La Profesa besaron la mano del emperador electo, que fueron desplegadas pancartas que denunciaban a los masones y a los españoles y que fueron oídos los repiques de las campanas de las torres de la catedral.

Años más tarde, Alamán expresó la opinión de que la aprobación de la elección de Iturbide dada por la legislatura “no fue legal, porque con el objeto de darla fueron emitidos solo ochenta y dos votos, cuando para que la acción fuera legal, de acuerdo con el reglamento de Congreso debieron haber votado ciento un diputados”. En junio de 1822, el Congreso mexicano sostuvo que para constituir formal quórum deberían asistir 102 miembros. Obviamente, no hubo quórum en el Congreso cuando Iturbide fue electo emperador.

El 19 de mayo el congreso adoptó una declaración formal, que fue pronto publicada en un desplegado por la regencia de que Iturbide había sido electo “emperador constitucional del imperio Mexicano… de acuerdo con las bases establecidas en el Plan de Iguala y generalmente aceptadas por la Nación Mexicana, bases que deberán ser descritas en la fórmula del juramento que deberá rendir ante el congreso el 21 de mayo”.

Después de mencionar como motivos de la elección, los eventos de la noche anterior, así como la aclamación del pueblo, la resolución explicaba que el rechazo del Tratado de Córdoba por las Cortes españolas liberó a la nación mexicana de la obligación de cumplir con dicho tratado y dejó al Congreso en libertad de elegir un emperador. La regencia decidió el 20 de mayo que la regencia cesaría en sus actividades al mismo tiempo que Agustín I comenzara con el ejercicio de sus funciones. El Congreso rápidamente expidió un largo y formal decreto que declaraba que el artículo III del Tratado de Córdoba le había concedido el derecho de elegir al soberano.

La elección de Iturbide como emperador fue justificada en una proclama expedida por el Congreso, por la obstinada oposición del general Dávila al nuevo régimen, por una conspiración formada por la fuerza expedicionaria española y por el silencio de la Corte de Madrid. “Éstas son las pruebas inequívocas –decía este documento-, de que esa Corte no desea reconocer la independencia del Imperio ni aprobar el Tratado de Córdoba, y, consecuentemente, que no acepta la invitación extendida a los príncipes de Borbón para venir a México”. Después de mencionar el decreto español que desautorizaba dicho tratado, los legisladores alegaban que los borbones habían “declarado que el general O´Donojú era un traidor” y también que habían estigmatizado al héroe de la nación mexicana como “disidente”, en tanto que las Corte habían presionado para que se tomaran vigorosas medidas para la reconquista de México.

La Corte de Madrid no se había dignado dirigir una sola palabra directamente ni al gobierno de México ni a sus representantes… El artículo III del Tratado de Córdoba es la mejor justificación de los procedimientos del gobierno mexicano. Ese Tratado dejó a México en libertad de establecer su gobierno en la forma que le pareciera más adecuada y de elegir un monarca en caso de que la dinastía real de España no procediera a ocupar el trono.

El 21 de mayo una comisión del Congreso informó al emperador electo que debería presentarse en sus salones a rendir el juramento que había sido cuidadosamente formulado. Este juramento podría igualarse al rendido por el rey Juan en el sentido de apoyar la carta Magna. Debido a que el monarca mexicano fue requerido a jurar “por el Señor todopoderoso y por los santos Evangelios” que si no observaba la Constitución y las leyes, si propiciaba el desmembramiento del imperio, si despojaba de su propiedad a cualquiera, si no respetaba la libertad de cada individuo, no debería ser obedecido y que cualquier cosa que pudiera haber hecho que fuera contraria a este juramento sería nula e inválida. >>[5] Como respuesta, ese mismo día el nuevo soberano acudió a rendir el juramento prescrito ante el Congreso.

El día 22 dirigió un manifiesto a los soldados en el que, “después de mencionar su lección y su confianza en las finas cualidades cívicas de ellos, decía que su tarea aún no estaba concluida. Los representantes de la nación todavía tenían que actuar. Inclusive afirmó que el título que él más valoraba era el del primer soldado del Ejército de las Tres Garantías”.

<<El 23 de mayo el Congreso aprobó la recomendación de una comisión respecto al título que usaría el monarca. Decidió que para encabezar diplomas y despachos, el debería emplear la siguiente fórmula: “Agustín, por la Divina Providencia y por el Congreso de la Nación, Primer emperador Constitucional de México”. Su firma sería meramente “Agustín”. El Congreso pronto decidió que la Tesorería debería proveer al emperador con los fondos que él necesitara y que el antiguo Palacio de los Virreyes debería ser puesto a su disposición para que lo usara como residencia y como asiento de las oficinas administrativas”. El primer emperador de México llegó a ser conocido como Agustín I>>.[6]

<<Poco después de que Agustín I, había sido aclamado, el Congreso publicó un manifiesto que asentaba que su elección había sido demandada por la gratitud de la nación, había sido solicitada por el voto muchos pueblos y provincias y había sido favorecida por el ejército y los habitantes de la capital.

El escudo nacional de armas adoptado a principios de 1822 siguió siendo a veces usado, pero había muchas variaciones en la práctica. El 8 de junio, por orden del emperador, su secretario transmitió a los secretarios del Congreso una exposición de Manuel López y Granda que acompañaba su proyecto del escudo de armas imperial. Dicho plan dibujaba una águila que sostenía una corona especialmente formada: en enero de 1823, el Consejo del Estado resolvió que la decisión concerniente al diseño de la corona y el escudo de armas debería ser tomada por la Academia de san Carlos.[7]


Jorge Pérez Uribe


Bibliografía:
  • Spence Robertson William, Iturbide de México, México, FCE, 2012
  • Michel Péronet, Del siglo de las luces a la santa alianza 1740-1820, Madrid, Ed.Akal, S.A., 1991

Notas:
[1] Spence Robertson William, Iturbide de México, México, FCE, 2012, págs. 246 - 248
[2] “James Wilkinson on the Mexican Revolution, 1823”, Bulletin of the New York Public Library, vol III, núm. 9, pp. 237 - 239
[3] Spence, op. cit. págs. 248-249
[4] Spence, op. cit. págs. 249 - 250
[5] Spence, op. cit. págs. 251 - 258
[6] Spence, op. cit. págs. 259 – 260
[7] Spence, op. cit. págs. 260 - 261

domingo, 20 de febrero de 2022

1822, SE ESTABLECE EL CONGRESO DEL IMPERIO MEXICANO

 


La convocatoria para la elección de diputados al Congreso Mexicano


<<La incertidumbre que por un tiempo prevaleció respecto al estado de las provincias centroamericanas complicó los problemas involucrados en la convocatoria para el congreso mexicano. A pesar de la opinión expresada por Iturbide, quien deseaba diputados que representarán a las clases y a los grupos sociales, tanto la junta como la regencia acordaron finalmente un plan para las elecciones del Congreso Mexicano que principalmente estaba basado en los lineamientos de la constitución española. El 17 de noviembre de 1821 la junta expidió un decreto que establecía que electores escogidos por los cabildos deberían reunirse el 28 de enero siguiente en la capital de cada provincia con el objeto de elegir diputados para una legislatura bicameral que elaboraría una constitución para el imperio. El decreto especificaba además que las intendencias y demás distritos elegirían para dicha asamblea 162 diputados y 29 sustitutos. Mencionaba 21 provincias como las divisiones territoriales de México.

Las directrices elaboradas por la junta para las elecciones de diputados establecían que estos estarían facultados para legislar sobre materias que afectaran el bienestar general. Deberían además organizar el gobierno de México de acuerdo con las bases establecidas en el Plan de Iguala y el Tratado de Córdoba. En particular, deberían establecer la completa separación de los poderes Ejecutivo, Legislativo y judicial, de manera que estas funciones no pudieran ser ejercidas por el mismo individuo. Obviamente había un deseo prevaleciente entre los miembros de la junta de evitar la concentración de poder gubernamental en las manos de una sola persona. Que haya sido o no ésta la razón que movió a Iturbide a oponerse a las medidas electorales, no es seguro, pero está claro que él no estaba satisfecho con ellas. En sus escritos autobiográficos escribió más tarde acerca de los arreglos electorales:

“El primer deber de la Junta, después de quedar establecida era convocar a elecciones para un Congreso que elaborara una constitución para la Monarquía. La junta se llevó más tiempo del justificado para realizar esta tarea. Se cometieron graves errores al hacer la convocatoria. Esta era muy defectuosa, pero con todas sus fallas fue aprobada. Ya no podía hacer otra cosa que darme cuenta de los males y lamentarlos. No tomaba en consideración a la población de las provincias, de tal manera que, por ejemplo, concedía un diputado a provincia de cien mil habitantes y cuatro diputados a otra que tenía tan solo la mitad de dicho número de habitantes. Tampoco consideró la Junta que la representación en el Congreso debería ir en proporción a la inteligencia de las respectivas poblaciones; que de cada 100 ciudadanos educados, podrían seleccionarse muy bien 3 ó 4 personas que poseyeran las cualidades requeridas para ser buen diputado y que de entre 1000 ciudadanos que carecían de educación y fueran ignorantes de los principios políticos, escasamente podría encontrarse a una persona con suficiente habilidad natural para saber que sería conducente para el bienestar público…”.

Aparte del populacho que era en parte excluido de las opiniones políticas, durante los primeros meses de 1822 tres facciones que pudieran denominarse partidos comenzaron a surgir en México. Algunos a los que tal vez pudiera llamárseles “republicanos” favorecían más o menos veladamente el establecimiento de una forma de gobierno parecida a la de los Estados Unidos. Otra facción estaba formada por los “borbonistas” o “realistas”; éstos deseaban ver que alguna manera de relación entre México y la Madre Patria fuera conservada. Algunos otros deseaban que dicho lazo se mantuviera de acuerdo con el Plan de Iguala; mientras que otros, especialmente después de que España rechazó el Tratado de Córdoba, llegaron inclusiva a contemplar con beneplácito que el país retornara a su anterior estado colonial. Algunas veces estos realistas fuero llamados “serviles”. Se afiliaron a veces a los “borbonistas”, pero rompieron con éstos en abril de 1822. Se trataba de los clérigos y militares adeptos al Primer Jefe a quienes alguna vez se les denominó “iturbidistas”, muchos de los cuales eventualmente se volvieron monarquistas. Después de la llegada de O´Donojú, los individuos que habían llegado a afiliarse a los masones del rito escocés estuvieron cada vez más activos.

Los periódicos recientemente fundados diseminaron las doctrinas políticas extranjeras. Entre las logias masónicas fundadas en ese tiempo estaba una llamada El Sol, la cual a la larga patrocinó un periódico que ostentaba el mismo nombre. Su fundador fue un médico que había llegado a México con O´Donojú. En el primer número de este periódico, fechado el 5 de diciembre de 1821, los editores declararon que su propósito se explicaba en el nombre del rotativo y añadieron la siguiente exhortación: “Mexicanos: ¡Vosotros sabéis bien que es el momento de elegir entre la ignorancia y el saber, entre la oscuridad y la luz y entre la tiranía y la libertad!” Algunos días después el Semanario Político y Literario de México público traducciones al español de la Declaración de Independencia del 4 de julio de 1776, de los Artículos de Confederación y de la Constitución de los Estados Unidos. El 23 de enero de 1822, el mismo Semanario justificó la publicación de esta Constitución explicando que muchos mexicanos deseaban leer la gran carta que había asegurado la felicidad de su vecino. No cabe duda de que los mexicanos de la clase alta estaban siendo afectados por la levadura de la filosofía política estadunidense. >>[1]


La institución del Soberano Congreso Constituyente


<<El 24 de febrero de 1822 al menos 100 miembros del “Soberano Congreso Constituyente” de México se dirigieron ceremoniosamente a la Catedral metropolitana, acompañados por miembros de la junta y la regencia. Ahí, colocando su mano derecha sobre las Sagradas Escrituras, cada diputado juró solemnemente proteger la religión católica romana, apoyar la independencia de la nación mexicana, elaborar su Constitución de acuerdo con las bases asentadas en el Plan de Iguala y el Tratado de Córdoba y mantener separados los tres poderes del gobierno. Hasta este momento dijo Stephen Austin, Iturbide había actuado “como el libertador de la Nación, como tenía que haber actuado el Héroe de Iguala”. La instalación del congreso fue en realidad el preludio de las diferencias entre éste y el Poder Ejecutivo, similares a aquéllas que habían hostigado a anteriores gobiernos insurgentes en México.


La junta y la regencia escoltaron a los diputados hasta el antiguo templo jesuita de San Pedro y San Pablo, donde se había escogido un salón para instalar la cámara legislativa. El Congreso pronto eligió a su presidente y a dos secretarios. De acuerdo con José María Bocanegra, diputado por Zacatecas, cuando el presidente de la regencia entró al salón, tomó el asiento más prominente. Esto provocó una protesta a la que Iturbide replicó diciendo que a él se le había asignado el lugar más alto en las sesiones de la junta. Después de cambiarse a un lugar situado a la izquierda del presidente del Congreso, Iturbide, quien rara vez perdía la oportunidad de expresar sus opiniones, pronuncio un discurso en el que felicitaba al pueblo mexicano por entrar en posesión de sus derechos. Declaró que esta gloria era uno de los motivos que lo habían inducido a él a formar el plan de Independencia. Manifestó satisfacción al observar a los diputados instalados en donde podrían elaborar buenas leyes sin enemigos en casa o en el extranjero. Les advirtió, sin embargo, que fuerzas extranjeras observaban celosamente sus procederes. Manifestó la esperanza de que el Congreso estableciera los límites que la justicia y la razón prescribían para la libertad, de manera que no pudiera ser forzada a sucumbir ante el despotismo ni a degenerar en libertinaje. Así, Iturbide pronto presintió una situación que con frecuencia ha confrontado a los magistrados latinoamericanos. […]

El primer decreto expedido por el Congreso declaró que la soberanía de la nación mexicana residía en los diputados[2], que la religión católica era la religión del Estado con exclusión de cualquier otro credo, que el gobierno sería una monarquía constitucional moderada denominada Imperio mexicano y que se invitaba al trono imperial a las personas designadas en el Tratado de Córdoba. El Congreso declaró además que los Ejecutivo, Legislativo y judicial no debían de permanecer unidos y que él poseía la autoridad legislativa total. Por lo pronto delegaba el Poder Ejecutivo de la nación en la regencia, en tanto que la autoridad judicial sería ejercida por los tribunales existentes y por otros que para tal efecto podrían crearse podrían crearse. Más aún los diputados formularon un juramento de fidelidad al nuevo régimen que deberían prestar los miembros de la regencia. Entre otras estipulaciones, el juramento establecía que los regentes debían reconocer que la soberanía de la nación mexicana estaba depositada en los diputados. Así, tan pronto como el 24 de febrero de 1822, el Congreso de México lanzó en guante en reto al magistrado en jefe.


Ese mismo día el Congreso expidió un decreto que establecía la forma en que éste debería recibir a la regencia. Un día después, Iturbide envió una carta a José Odoardo miembro de la Audiencia de México, quien había sido escogido como Presidente del Congreso para preguntarle sobre su asiento en dicha asamblea. Proponía que ésta le concediera como favor especial un lugar superior a los asientos ocupados por los diputados. Expresaba la opinión de que dicha prorrogativa constituiría un justo reconocimiento a los peligros y privaciones que él había sufrido durante la transformación de México de una colonia esclavizada a un imperio. Los secretarios del Congreso replicaron que este asunto sobre la etiqueta en la Corte había sido considerado con antelación a la recepción de su carta. Explicaron que aunque Iturbide había librado a los mexicanos de la dominación española y era el primer ciudadano del imperio, la legislatura no podía darle el asiento más alto. Al mismo tiempo los secretarios informaron a Iturbide que el Congreso le había asignado, como libertador del país, el asiento de más honor, después del que pertenecía a Odoardo. Estipularon, sin embargo, que su escolta personal no debía entrar al salón del Congreso y que mientras estuviera presente en las sesiones no debería Iturbide desenvainar su espada.

La legislatura anunció el 25 de febrero que la junta había cesado en sus funciones. Al día siguiente expidió un decreto disponiendo que todos los funcionarios públicos deberían rendir el mismo juramento de obediencia al Congreso que había sido hecho por los miembros de la regencia. Más aún, estipuló que el Poder Ejecutivo debía publicar los decretos del Congreso precedidos de este preámbulo: “La Regencia del Imperio autorizada para gobernar temporalmente en ausencia de un emperador, hace saber que Soberano Congreso Constituyente ha decretado lo siguiente:...” El 1° de marzo el Congreso declaró que el 24 de febrero, el 2 de marzo, el 16 de septiembre y el 27 de septiembre serían días de fiesta nacional y que deberían ser celebrados con misas y salvas de artillería. Diez días después tomó medidas tentativas para reformar la administración financiera requiriendo a los funcionarios fiscales locales que presentarán regularmente informes al Secretario de Hacienda. También les prohibió realizar determinados gastos del erario público, sin la autorización de este último. El mismo día se ordenó a los intendentes rendir informes acerca de las entradas y salidas de dinero en sus distritos respectivos. Iturbide estaba considerando una reorganización mayor, ya que una carta que escribió al intendente de la provincia de Puebla mencionó la necesidad de tomar decisiones acerca de la fuerza del ejército, la creación de una marina y la elaboración de una constitución.

La legislatura mexicana pronto adoptó ciertas medidas curativas. El 16 de marzo de 1822 expidió un decreto que tenía por objeto frenar el cobro de los empréstitos forzados como estipular que los montos involucrados en ellos deberían ser usados para sostén del ejército. Prontamente después Iturbide informo al Secretario de Hacienda que a pesar de que las comunidades religiosas habían suscrito 280 000 pesos para el empréstito y de que los cabildos eclesiásticos habían suscrito una enorme suma, tenía temor de que la suma total del préstamo no estaría disponible. De hecho se había recibido un informe del obispado de Sonora notificando que no podía suscribir ni un solo real. Esto sucedió en el momento en que la transportación de los oficiales de las desbandadas tropas realistas desde Veracruz a la Habana había causado un gasto adicional al tesoro imperial.>>[3]

Stephen Austin, quien había llegado a la Ciudad de México a importunar al gobierno con la solicitud de una dotación de tierras, registró que la capital se encontraba en una condición de agitación, el espíritu partidista estaba creciendo y la opinión pública vacilaba respecto a la forma de gobierno que debería adoptarse.

Las relaciones entre el gobierno imperial y la santa Sede no estaban todavía establecidas y existía la controversia sobre el Patronato Real. Más aún, un decreto del 4 de mayo de 1822 mostró la intención de la legislatura de obtener el control de la autoridad político-eclesiástica.

<<Mientras tanto el general realista Dávila en Veracruz, había estado abrigando esperanzas de que Iturbide no estuviera todavía perdido para la causa por la que arduamente había luchado. El 23 de marzo el español le envió una carta significativa. Después de hacer un repaso por la lucha de la independencia, Dávila argüía que ésta no podía tener éxito en México. Hasta se aventuró a proponer que para evitar las desgracias que esperaban al país, los que habían cambiado de bando deberían de unirse nuevamente a los realistas.

Frases particulares de la carta despertaron en Iturbide serias dudas respecto de la lealtad hacia el nuevo régimen de ciertos miembros de la regencia y también de algunos diputados. En una sesión del Congreso, donde él ocupaba un lugar cerca de su presidente, abiertamente aprovechó la ocasión para afirmar que de acuerdo con documentos que tenía en su posesión, había traidores en ese salón. Según Alamán uno de los diputados se metió esta acusación a la boca, entre sus dientes. Cuando el Congreso examinó la carta de Dávila que parece haber sido la prueba que aportó para la acusación, no encontró nada que confirmara las sospechas de Iturbide. De hecho, ciertos diputados sintieron que al cartearse con un enemigo del Estado, la cabeza de la regencia había actuado traidoramente. Para adaptar el relato de un diputado sobre la escena resultante, José Odoardo Presidente del Congreso, exclamó con respecto a la acusación de Iturbide: “¡César ha cruzado el Rubicón!” Esta frase, enérgicamente pronunciada, dijo Alamán, causó una profunda impresión, “aunque la mayor parte de los diputados no sabían qué cosa era el Rubicón, ni porque lo había cruzado César” [4].

Esta ocurrencia llevó al clímax la excitación. Justo después de la dramática escena, el Héroe de Iguala replicó a la invitación de Dávila de unirse nuevamente a los realistas con elocuentes palabras que no dejaron dudas respecto a su actitud:

¿Qué interés, que recompensa podría persuadirme para cometer tan afrentosa infamia?... ¡Permitid al imperio Mexicano ser feliz e independiente, con eso yo seré recompensado! Con esta gloria y otro nicho distinto al que vos deseáis, no ambicionaré el distinguido lugar que ante la ciudad vos me ofrecéis en nombre del rey español. Nada que dicho rey y la nación española pueda darme podrían, en mi opinión, igualar el precio de la absoluta independencia de mi país. Absoluta independencia es lo que yo proclamé y eso es lo que tengo que sostener, las medidas conciliatorias que vos proponéis… no podrían ser en sustancia nada más que la anterior dependencia onerosa de México con respecto de España que duró tres siglos…

Para dar a conocer al público sus opiniones, Iturbide insistió en que su correspondencia con Dávila fuera impresa en la gaceta oficial. Obviamente la actitud intransigente que él asumió así públicamente frente a la reconciliación con España, no disminuyó La grieta que ya se había hecho visible entre los monarquistas borbónicos y los iturbidistas. Otro signo de disidencia se mostró en el Congreso la noche del 11 de abril de 1822 cuando se hicieron cambios en el personal de la regencia: El diputado Bocanegra afirmó que esta medida era una victoria de la facción borbónica.>>[5]

Jorge Pérez Uribe


Notas:
[1] Spence Robertson William, Iturbide de México, México, FCE, 2012, págs. 236 - 239
[2] Si anteriormente era el rey el que se atribuía la soberanía, ahora era el Congreso el que caía en tal aberración y excediéndose en sus facultades delegaba el Poder Ejecutivo de la nación en la Regencia; era ya el Congreso el “Supremo Poder de la Nación” .
[3] Spence, op. cit. págs. 240 – 24
[4] La expresión “Cruzar el Rubicón” se refiere a encontrarse en una situación complicada de la que no se puede volver atrás, solo seguir adelante. Se la asocia con la decisión de seguir adelante a pesar de los posibles riesgos de esa decisión. La decisión que tomó Julio César e inspiró esta frase fue desobedecer la prohibición de cruzar el río armado, que era frontera entre Roma y la Galia.
[5] Spence, op. cit. págs. 245 – 246

sábado, 5 de febrero de 2022

UN NACIENTE IMPERIO: TOTALMENTE QUEBRADO Y SIN RECONOCIMIENTO

 



Un país totalmente quebrado por 11 años de guerra intestina


<<Debido a la depauperada condición de la tesorería virreinal, surgieron serios problemas respecto al financiamiento del imperio. A principios de octubre (1821), la junta aprobó la reducción de la alcabala, tal como lo había anunciado Iturbide en Querétaro. Una comisión especial de la Tesorería recomendó que se pagara de inmediato a los mercaderes de Manila el valor de su convoy de especias que había sido capturado por los soldados de Iturbide, hipotecando al efecto ciertos fondos debidos al gobierno por parte de cuatro catedrales. El 22 de noviembre la junta decretó que, en espera de la elección de un emperador o de la acción del congreso, las monedas acuñadas en México deberían de llevar la misma imagen e inscripción que en 1820. Alrededor de tres semanas después, la junta aprobó una lista de los derechos con que serían gravadas las importaciones y exportaciones realizadas a través de los puertos marítimos de México. A fines de 1821, Iturbide circuló una proclama solicitando suscripciones voluntarias con objeto de vestir la desnudez de los soldados. Para aliviar los apuros financieros, a principios del año siguiente la junta autorizó a Iturbide para que consiguiera un préstamo de 1,500,000 pesos.

El 4 de enero, Iturbide presentó un informe a ese cuerpo quejándose de que sus peticiones derivadas de las presionantes necesidades financiera del ejército, que en ese tiempo, incluyendo a la guardia nacional sumaban alrededor de 68,000 hombres, habían sido ignoradas. Era imposible, argüía, conservar la disciplina entre soldados que no estaban alimentados. Como las condiciones de la Tesorería no mejoraban, el 1° de febrero la regencia presentó otro informe a la junta que enfatizaba la urgente necesidad de fondos para el sostenimiento del ejército. De hecho los ingresos y egresos del gobierno se equilibraban solo porque grandes sumas eran transferidas a la Tesorería desde el Consulado de la Ciudad de México, desde la Casa de Moneda y de los fondos que habían sido donados con propósitos píos. En resumidas cuentas, la historia financiera de este período fue en gran parte formada por una serie de intentos del gobierno de pasarla como se pudiera, mediante la adopción de un recurso tras otro.

Iturbide se sintió impulsado a hacer una nueva petición a la Iglesia. El 9 de enero de 1822 pidió a la catedral de Guadalajara que le suministrara 400,000 pesos en el término de seis meses. En un estilo similar, un préstamo de 150,000 fue solicitado del obispo de Durango. Al obispo de Oaxaca se le pidió la contribución de 200,000. No puede presumirse, sin embargo que haya podido disponerse de inmediato de estos préstamos forzados. La orden de San Agustín de la diócesis de Michoacán respondió a Iturbide a través de su provincia que, aunque la orden no tenía dinero para pagar la contribución, le daría al gobierno cualquiera de sus haciendas para que por el uso de sus productos pudiera obtenerse la exacción requerida. Debido a la falta de fondos para afrontar sus gastos corrientes, la Academia de San Carlos tuvo que cerrar sus puertas.
 
Los gastos hechos por la casa imperial tornaron más aguda la crisis financiera. De acuerdo con un memorándum de francisco de Paula Tamariz, interventor del ejército, del 8 de octubre de 1821 al 20 de marzo de 1822, el Primer Jefe recibió del tesoro público la suma de 77 884 pesos a cuenta de su salario. Entre los datos concernientes a las limosnas un recibo encontrado entre los papeles de Iturbide demuestra que el generalísimo recibió del mayordomo imperial 200 pesos para ser distribuidos durante el mes de enero de 1822 entre los pobres de su ciudad natal. Aunque además de pagarle a Iturbide un salario y afrontar sus gastos incidentales, el gobierno pago los gastos de la casa imperial y a pesar de que algunos de los fondos pudieran haberse usado torpemente, no se han encontrado pruebas de que Iturbide haya forrado su bolsa privada con fondos escamoteados al tesoro público.>>[1]

La acuñación de moneda




Moneda de 8 reales México 1821

Por lo que hace a la acuñación de moneda, durante los años 1821 y 1822 se siguió acuñando moneda a nombre de Fernando VII en las distintas Casas de Moneda del Virreinato de Nueva España, ya que jurídicamente y de acuerdo con el Pacto de Iguala y con los Tratados de Córdoba, el monarca español o alguno de los miembros de su dinastía seguiría siendo el soberano, y hasta su aceptación y coronación un Consejo de Regencia ejercería el poder ejecutivo, a nombre del Imperio Mexicano.


Desde el principio abundaron los envidiosos e inconformes


Carlos María de Bustamante

A los críticos de Iturbide hay que investigarlos a fondo para conocer cuál es su calaña. Tal es el caso del abogado oaxaqueño Carlos María de Bustamante que en 1808 era un fervoroso súbdito de Fernando VII y de la monarquía católica y que promovió que se elaboraran medallas con la efigie del rey. Calificó de “horrorosa” la rebelión de Miguel Hidalgo. En 1812 cambiaría al bando insurgente, cuando participó en los primeros comicios populares de la Ciudad de México, auspiciados por la Constitución de Cádiz y fue perseguido por ello por el virrey Francisco Xavier Venegas. En 1813, el virrey Félix María Calleja tuvo la idea de reunir la mayor cantidad de documentos posibles sobre las insubordinaciones en la Nueva España para escribir una historia sobre ello en lo futuro, encomendándole a su secretario Patricio Humana, elaborara copias de todos los documentos capturados a los rebeldes para mandar a España. Por azahares del destino esa documentación cayó en manos de Bustamante; quien así se convirtió en el gran historiador, pero que a imitación del escritor contemporáneo Francisco Martin Moreno, agregó mucho de su fantasía personal para inventar episodios románticos y de gran heroicidad como el del “Pípila” o el del “niño artillero de Cuautla”.

Su odio hacia Iturbide nació cuando éste, a escasos dos meses de la entrada del Ejército Trigarante, le reclamó una anécdota que puso en su <<Cuadro histórico de la revolución mexicana”, según la cual “el realista Agustín de Iturbide recibió un ejemplar de la Historia del padre Mier y quedó tan impresionado con lo que leyó que decidió pelear a favor de la independencia. Por supuesto, Iturbide reconvino al historiador: “Usted dice en la primera carta de su Cuadro, que yo con la lectura de la obra del Padre Mier me arrepentí de haber perseguido a los insurgentes; yo jamás puedo arrepentirme de haber obrado bien y dado caza a pícaros ladrones; los mismo sentimientos que tuve entonces tengo ahora: vaya y retráctese de cuanto ha escrito en esta parte”.>>[2]

Bustamante nunca se retractó, pero a fines de 1822, la serie de Documentos, La Abispa y el "Cuadro histórico" dejaron de publicarse y reiniciaron un mes después de la abdicación de Iturbide. Para entonces el Bustamante partidario de la monarquía española, ya era republicano y admirador de los Estados Unidos y un activo miembro de la masonería del Rito de York.

Otro importante opositor fue Francisco Lagranda, que en diciembre 1821 publicó un panfleto intitulado “Consejo prudente sobre una de las garantías”, el cual argüía en contra de la doctrina de unión de los mexicanos, incitando a los españoles para que depusieran sus propiedades y salieran de México. Ante ello el 11 de diciembre de 1821, varios oficiales del Ejército de la Tres Garantías, enviaron una fuerte protesta a Iturbide, urgiéndole que suprimiera el citado panfleto y que castigará a aquello autores que abusaran de la libertad de prensa. Lagranda fue condenado a 6 años de prisión.

<<A principios de 1822, la oposición a las políticas gubernamentales había llegado a ser tan pronunciada que el secretario Domínguez autorizó una investigación. En un informe a Iturbide afirmaba que se estaba preparando un complot en la capital contra el régimen existente y que, en caso de que las quejas de los conspiradores no fueran bien recibidas, el magistrado en jefe sería aprehendido por la fuerza armada. Se lanzaría entonces un manifiesto para justificar este acto arbitrario, Se enviarían emisarios a los distritos exteriores para ganar adeptos. Se distribuirían carteles vituperando las virtudes del comandante en jefe, censurando su conducta y ridiculizando las actividades de la junta. Entre los personajes importantes supuestamente implicados en la conspiración estaban los generales Miguel Barragán, Nicolás Bravo y Guadalupe Victoria. Bravo se encontraba entre 27 personas arrestadas en noviembre de 1821, sospechosas de deslealtad. >>[3]. La reforzada Masonería Escocesa, refundada y dirigida por Manuel Codorníu, médico de Juan O´Donojú dejaba ya sentir su mano.

<<Que Iturbide estaba ansioso por mantener contacto con mexicano inteligentes respecto a problemas políticos de importancia, fue demostrado por un cuestionario que el mismo hizo distribuir a principios de 1822 entre líderes de varios distritos de importancia, fue demostrado por un cuestionario que el mismo hizo distribuir a principios de 1822 entre líderes de varios distritos acerca de la forma de gobierno que era más deseada. Documentos inéditos coleccionados por el erudito mexicano Genaro García prueban que la opinión en favor de invitar a un príncipe extranjero para ocupar el trono mexicano no tenía fuerza, que algunas personas deseaban un sistema republicano y que había un considerable sentimiento en favor de una monarquía limitada. Antonio de Santa Anna escribió desde la ciudad de Veracruz el 15 de abril de 1822, que la parte inteligente de la población favorecía “una forma de gobierno constitucional y monárquica”, que la facción republicana tenía pocos partidarios y que sus adeptos eran “débiles, volubles o superficiales”. No faltan partidarios juiciosos” continuaba, que favorecen la república, “ya sea porque no desean ver a un monarca español o extranjero ocupando el trono del imperio, de quien ellos estarían celosos, o porque no desean arriesgar que haya desavenencias internas en el caso de que el congreso invite a un mexicano a ocupar el trono”.>>[4]

Los desacuerdos con España


<<La política internacional tuvo influencia sobre la política del gobierno mexicano. Aunque Iturbide había escrito a Juan Gómez de Navarrete para informarle del Tratado de Córdoba, parece que él dejó a los diputados mexicanos en las Cortes españolas en libertad de actuar como juzgaran conveniente. Como señaló más tarde, fue extraño que no se enviaran comisionados a Madrid a negociar un arreglo con la Madre Patria como se había estipulado en el Tratado de Córdoba. Al enterarse de ese tratado, el Consejo Español de Estado opinó que España no debería consentir con el desmembramiento de sus dominios transatlánticos. Como una réplica a los alegatos de que el general O´Donojú tenía autoridad para firmar el discutible tratado, una junta del Ministerio de las Colonias decidió enviar una circular a todas las autoridades militares, civiles y eclesiásticas de la América española para notificarles que en lugar de haber autorizado a O´Donojú “para celebrar este tratado o para negociar cualquier transacción que tuviera como base la independencia, Su Majestad estaba ocupado en tomar las medidas requeridas por la condición de las colonias”.>>[5]

Recordemos que las noticias tardaban 2 meses o más en viajar por mar, por lo que ignorantes en España de la muerte de O´Donojú, el 7 de diciembre de 1821, el ministro de las Colonias Ramón Pelegrín envió una circular a las autoridades militares, civiles y eclesiásticas de las Indias Españolas, notificándoles que su gobierno “no había otorgado a O´Donojú ni a ninguna otra persona la autoridad para negociar convenios que reconocieran la independencia de ninguna provincia transatlántica”. El Consejo de Estado decidió que el capitán general fuera destituido de inmediato y notificó a las naciones extranjeras que O´Donojú había actuado sin autorización de su gobierno.

<<Más aún, aparentemente todavía ignorante de la muerte de O´Donojú, el 21 de diciembre de 1821, el mismo consejo nombró al mariscal Juan Moscoso para reemplazarlo como magistrado en jefe de México. En vía de réplica las críticas de la actitud del gobierno hacia la revolución en México, en febrero de 1822 el ministro de las Colonias declaró a las Cortes que el mundo no se había percatado de que las deplorables condiciones existentes en España habían afectado seriamente su política colonial.

A instancias del Consejo de Estado, Pelegrín envió un despacho al embajador español en parís para informarle que en vista de que podrían surgir dudas respecto a las directrices dadas a O´Donojú, él deseaba dar a conocer que dicho oficial no había recibido ningunas instrucciones que fueran inconsistentes con los principios constitucionales españoles. Después de un animado debate, el 13 de febrero de 1822 las cortes aprobaron un decreto que establecía que el gobierno debería enviar comisionados a las revoltosas colonias, quienes transmitirían a España las propuestas de los insurgentes. El decreto declara que el Tratado de Córdoba era ilegal y nulo. Disponía además que el gobierno debería informar a las otras naciones que España siempre consideraría el reconocimiento que ellas dieran a la independencia de sus colonias americanas como una violación a los tratados existentes. […]

La circular de Pelegrín que repudiaba las negociaciones entre Iturbide y O´Donojú fue impresa en la Gaceta Imperial de México el 28 de marzo de 1822. En un comentario a propósito de la desautorización del Tratado de Córdoba dicho periódico denunciaba la política colonial de España, justificaba el movimiento de independencia de México y declaraba que su pueblo nunca se sometería al gobierno español. Durante el siguiente mes, el congreso que había sido convocado en México expidió un decreto que ordenaba a los habitantes de todas sus ciudades, pueblos y villas que hicieran un juramento solemne en reconocimiento de la soberanía de la nación. La Regencia ordenó que este decreto fuera observado tanto por los dignatarios civiles, religiosos y militares de todas las clases, como por las fuerzas armadas.

La absoluta desautorización por parte del gobierno liberal español del convenio firmado por Iturbide y O´Donojú constituyó un nuevo y fresco estímulo para aquellos que favorecían la independencia absoluta y desvaneció el proyecto de un arreglo que hubiera permitido a la madre patria sostener a México como su apéndice.

Este resultado agrado a los partidarios que deseaban la independencia absoluta y no calificada. Por otro lado el repudio al Tratado de Córdoba desagradó a la nada despreciable facción que había favorecido el Plan de Iguala, porque éste contenía la promesa de conservar algunos de los lazos que unían a México con España. Cuando el secretario colombiano de Relaciones Exteriores se enteró de que las Cortes habían desautorizado el Tratado de Córdoba, expresó su opinión de que los diputados habían estado locos al rechazar públicamente un acuerdo del cual España habría podido obtener “inmensas ventajas”.

Buscando el reconocimiento internacional de otras naciones


 
James Monroe

México tomó la iniciativa a principios de 1822 respecto a sus relaciones con las naciones independientes del Nuevo Mundo. El 3 de enero la junta decidió que ya que había sido proclamada la independencia del Imperio mexicano, enviaría embajadores a Londres, Roma y Washington. Cinco días después Iturbide escribió una carta al Presidente James Monroe notificándole que el capitán Eugenio Cortés había sido designado como agente ante Estados Unidos con el objeto de comprar los barcos con los cuales se comenzaría a formar la marina del Imperio mexicano. El 10 de enero Iturbide giró instrucciones ordenando a Cortés que procediera a dicho país para adquirir una fragata y algunas corbetas para el gobierno. En respuesta a una carta en la que presentaba al comisionado y en la que Iturbide expresaba su gratitud por los servicios de Henry Clay en favor de la misión de Cortés, éste estadista replicó el 15 de marzo de 1822 que él había tenido el mayor interés en todo lo relacionado con la independencia y prosperidad de Hispanoamérica y especialmente de México. Ofrezco a Vuestra Excelencia mis más cordiales felicitaciones por el gran logro que ha liberado a ese Reino del yugo de Europa –escribió Clay- y mis sinceros deseos de que esta revolución, tan felizmente consumada con tan poco derramamiento de sangre resulte en el firme establecimiento de la libertad y de un gobierno liberal. Cortés escribió a Iturbide desde Baltimore para informarle que había conocido a Clay, quien lo había tratado con urbanidad. El agente mencionaba además que el reciente mensaje de Monroe al congreso insistiendo en que Hispanoamérica tenía el derecho al reconocimiento, mismo que no debería de negársele. En una carta sin fecha dirigida al presidente estadunidense, Cortés sugería que la independencia mexicana debería ser reconocida por los Estados Unidos. El secretario de Estado John Quincy Adams escribió al secretario de Relaciones José Manuel de Herrera el 23 de abril de 1822 que el presidente Monroe estaba deseando recibir un agente diplomático de México y que además su gobierno obraría recíprocamente enviando a un embajador a la capital mexicana. El 4 de mayo Monroe firmo un proyecto de ley que asignaba fondos para el establecimiento de legaciones en los países hispanoamericanos independientes.>>
[6]

Jorge Pérez Uribe


Notas:
[1] Spence Robertson William, Iturbide de México, México, FCE, 2012, págs. 226-228.
[2] Revista Relatos e historias en México, La invención de México, Alfredo Ávila Rueda, N° 1131, julio 2019
[3] Spence, op. cit. págs. 229 – 230
[4] Spence, op. cit. págs. 230 - 231
[5] Spence, op. cit. págs. 231 - 232
[6] Spence, op. cit. págs. 232 - 236

domingo, 21 de noviembre de 2021

CUANDO MÉXICO TUVO VOCACIÓN DE IMPERIO





Vino en el mes de noviembre, el éxodo de prominentes funcionarios y empresarios españoles, que no estaban de acuerdo con el nuevo gobierno novohispano, entre ellos se encontraba Miguel Bataller, quien se había desempeñado como auditor de guerra y era padrino de Iturbide.

<<Por su inexperiencia en política, pocos líderes mexicanos cayeron en la cuenta de que el gobierno imperial confrontaba muchos otros problemas delicados. >>[1] Sin embargo el general Pedro Celestino Negrete, de origen español, dirigió una carta a Iturbide el 3 de diciembre, en la cual expreso sus aprensiones sobre la sociedad mexicana.

Primordial era el interés de Iturbide hacia la agricultura, lo que le llevó a hacer una recomendación a la junta en febrero de 1822, para que se fundara una sociedad tendiente a promover el desarrollo económico del país.


Los vastos y abandonados territorios de las provincias internas de Oriente y Occidente


<<Pasaron meses antes de que la égida del nuevo imperio se extendiera por la parte norte del antiguo virreinato. El líder principal del movimiento insurgente en esa vasta región era el general Negrete, quien fue denominado comandante del Ejército de Reserva de las Tres Garantías. A instancias suya, en la ciudad de Chihuahua, el 26 de agosto de 1821, Alejo García Conde, comandante de las Provincias Internas del Poniente, prestó el juramento de apoyar la independencia de México. A principios del mes siguiente, Negrete capturó Durango, capital de dichas provincias. En una carta dirigida a Iturbide, el cabildo de dicha ciudad declaró que la independencia de las provincias del noroeste de México estaba así asegurada. Cuando las noticias de la independencia llegaron a los poblados de Texas, actuando como representantes del Imperio mexicano, agentes del cabildo de San Antonio Béxar hicieron tratados de paz con los jefes de los indios comanches. Después de que los reportes de los sucesos de Durango llegaron a Santa Fe, la capital de Nuevo México, el 6 de enero de 1822 el gobernador y el populacho celebraron la instauración de la independencia. Entre las cartas de felicitación que le llovieron a Iturbide se hallaba una de dicha capital que prometía fidelidad a la unión, a la independencia y al catolicismo romano.

Algunos habitantes de la Alta y la Baja california, sin embargo, estaban poco dispuestos a renunciar a su fidelidad a España. De ahí que el 8 de febrero de 1822 el presidente de la regencia ordenara que un destacamento del ejército fuera enviado a ocupar dicha región, para administrar el juramento de independencia y para desplegar la bandera del imperio. Antes de que los soldados imperiales comenzaran la expedición llegó un informe a la regencia de que un mensajero que llevaba despachos a los gobernadores de las californias había sido expulsado de una misión franciscana en dicha región, como si estuviera bajo interdicto.

Poco después Iturbide envió instrucciones escritas a Agustín Fernández de San Vicente, para que procediera a la Alta California a recabar información. Antes de que dicho comisario llegara ahí, sin embargo el gobernador Pablo Sola había convocado a eclesiásticos, oficiales militares y a los comandantes de los presidios de Santa Bárbara y San Francisco a una reunión en Monterrey el 9 de abril. La Asamblea decidió reconocer la autoridad de la junta que se había instaurado en la Ciudad de México. Declaró que la Alta California dependía del Imperio mexicano y que era independiente de cualquier otro estado extranjero. Dos días después los miembros de la asamblea, los soldados de la guarnición y la gente ahí avecindada prestaron juramento de obediencia al nuevo régimen. El secretario del presidio de Monterrey reportó que la ceremonia había concluido con música, y salvas de fusilería y cañones.

La revolución de Iturbide había afectado también las regiones yacentes al sur de la capital. El 8 de septiembre de 1821 una junta en el distrito de Chiapas que pertenecía a la capitanía general de Centroamérica, rindió juramento de apoyar al Plan de Iguala. Al ser informado por el gobernador de Tabasco de que su provincia había hecho lo mismo, el 15 de septiembre, bajo la dirección del gobernador de Yucatán, se llevó a cabo una reunión en Mérida a la que asistieron oficiales militares, el intendente y miembros del cabildo. Dicha junta anunció que la provincia de Yucatán era independiente de España y que este paso era demandado por la justicia, la necesidad y el deseo de los habitantes. Además declaró que el anuncio era hecho bajo el supuesto de que el sistema de independencia no fuera inconsistente con la libertad civil.

En realidad, debido en parte a la amplia aceptación del Plan de Iguala, parecía como si los líderes del nuevo imperio estuvieran siendo atraídos hacia una carrera de expansión más allá de las fronteras del antiguo Virreinato.>> [2]


El sueño de la independencia de la América Septentrional


<<Con respecto a las cinco provincias de América Central, Iturbide tomó la iniciativa: el 19 de octubre de 1821 envió una carta a Gabino Gaínza, capitán general de dicha región, expresándole la opinión de que Centroamérica no era capaz de gobernarse a sí misma, que podría convertirse en objeto de ambiciones extranjeras y que debía unirse a su país para formar un imperio, de acuerdo con el Plan de Iguala y el Tratado de Córdoba. Iturbide añadía que un gran ejército marcharía pronto con el fin de proteger a dicha capitanía general.

De hecho el movimiento mexicano de independencia ya había influenciado Centroamérica. Al escribirle a Iturbide desde Guatemala en noviembre de 1821, destacados ciudadanos declararon:

“La proclamación de independencia que Vuestra Excelencia hizo en Iguala no desalentó a las personas descontentas. El gobierno trató de incrementar la confianza en sí mismo, emitiendo una proclama que trataba con desdén a la persona de Vuestra Excelencia y esparciendo noticias que eran contrarias a los relatos que nos llegaban acerca de vuestros gloriosos logros. Este progreso regocijaba los corazones de aquellos que favorecían la independencia. Nuestros periódicos dieron la noticia en Centro América con tan felices resultados que para el 13 del mes siguiente, ni una sola gota de sangre se había derramado en apoyo a nuestra independencia. El 15 de septiembre los patriotas triunfaron”.

Una junta convocada por el capitán general se reunió ese día en el palacio de gobierno de la ciudad de Guatemala. Se declaró en favor de la independencia de España y de la convocatoria de un congreso Centroamericano, pero autorizó a Gaínza a permanecer a la cabeza del gobierno. En Comayagua capital de la provincia de Honduras, el 28 de septiembre una junta proclamó que dicha provincia era independiente de la Madre Patria. Durante el mismo mes se dio un paso similar en la capital de la provincia de Nicaragua. A principios de 1822, la provincia de El Salvador tomó acción que no sólo favorecía la independencia respecto de España, sino también la unión con el Imperio mexicano.

Dado que el conde de la cadena, a quien se había ordenado que marchara hacia Chiapas, no pudo proceder a desempeñar esa misión, el 27 de diciembre Iturbide ordenó al general Vicente Filisola que se hiciera cargo de una expedición militar concebida para proteger a aquellas provincias centroamericanas que hubieran actuado en favor de la independencia respecto de España. Iturbide escribió así a Gaínza el 28 de diciembre:

“Acabo de enterarme de que el partido republicano, activo en la ciudad de Guatemala, ha finalmente roto los diques de la moderación y la justicia. Este ha comenzado así las hostilidades contra aquéllos pueblos que, habiendo declarado su adhesión al Imperio Mexicano, no desean ser independientes si no es bajo el Plan que yo proclamé en Iguala y en armonía con el tratado que después negocié en Córdoba. Nunca creí que ese favor democrático conduciría a tan escandalosa revuelta en la que, contrariando los derechos humanos y sordos a la voz de la razón, se pondría atención únicamente a las tumultuosas demandas de la pasión hasta llegar a disolver los lazos de la sociedad y destruir el orden. Con mucho dolor he visto renovadas, en dos expediciones que han marchado sobre Gracias y Tegucigalpa, las trágicas escenas que inundaron la América española con sangre… Defraudaría mi confianza si, viendo estos acontecimientos con indiferencia, no pusiera los medios que están a mi alcance para proteger las provincias que, habiéndose separado del sistema adoptado en Tegucigalpa, han sido admitidas como parte integrante de este Imperio.” […]

Expresando la opinión del ejemplo de que el ejemplo de México debería tener influencia sobre el destino de otras posesiones españolas en América, dirigió su atención a las Indias occidentales.

“La isla de Cuba, en virtud de su ubicación interesante para el comercio europeo y del carácter de su población”, razonaba, está en grande peligro de convertirse en presa de la ambición marítima de los ingleses del hemisferio occidental o del occidental o de ser destrozada por luchas intestinas que en ninguna parte de América podrían ser más desastrosas o más fatales. México no puede permanecer indiferente ante ninguna de esas contingencias… Piensa que está obligado a ofrecer a los cubanos una íntima unión y una alianza para la defensa común.

Dándose cuenta así de la importancia de Cuba para los estados americanos, Iturbide se adelantó a las opiniones de importantes publicistas tanto del Nuevo Mundo como del Viejo.

Después de que varios cabildos de América Central habían votado en favor de la unión con México, Gaínza notificó a Iturbide que el 2 de enero una junta provisional había decidido que la capitanía general debía ser incluida en el nuevo imperio. Tres días después el capitán general emitió un manifiesto declarando que acababa de llevarse a cabo la anexión a México. […] Este logró debía ser festejado con una celebración que duraría tres días. […] Un mes después, la junta mexicana y el presidente de la regencia tomaron provisiones para que hubiera una representación de las provincias guatemaltecas en la inauguración del Congreso mexicano.

Eventualmente llegaron a la frontera norte informes sobre la transformación que había tenido lugar en México. El 6 de agosto de 1821, el general Gaspar López, comandante interino de las Provincias Internas del Oriente, envió una circular a los oficiales y cabildos dentro de su jurisdicción ordenándoles que hicieran que las tribus belicosas vecinas fueran informadas de los cambios pacíficos que habían tenido lugar en México. Diez días después, en Monterrey; Nuevo León, se firmó un tratado entre ese general y un jefe comanche, mediante el cual éste último reconocía solemnemente la independencia del imperio mexicano. Además, este jefe comanche prometía que no proporcionaría socorro a ningún individuo, corporación o poder extranjero que pudiera tener designios sobre el mismo imperio. >>[3]

Los impugnadores de la “leyenda negra” de España, afirman que si la Nueva España no se hubiera independizado, nunca hubiera perdido sus territorios; sin embargo correspondió al virrey Juan José Ruiz de Apodaca y Eliza, en enero de 1821, autorizar al empresario estadounidense Moisés Austin el establecimiento de 300 familias en Texas mediante el permiso del general Joaquín Arredondo, aunque no se observó que fueran católicos bajo el rito romano y que importarán esclavos. Su hijo Stephen Austin, sería protagónico en la independencia con Texas, conjuntamente con Antonio de Santa Anna.


El ejercicio del Patronato por parte de España ante la Iglesia Católica


Otro aspecto de diplomacia internacional sería la de “El Patronato Real” que era una concesión que hacía el Papado como máximo detentador del Poder espiritual, a monarcas profundamente cristianos, que detentaban el poder civil, para implicarles en el gobierno de sus iglesias, a cambio de la máxima difusión del Evangelio. El Papa les otorgaba el derecho de presentación que consistía en proponer los nombres de quienes ocuparían cargos en la jerarquía eclesiástica del lugar. A cambio el Rey o el príncipe deberían financiar las nuevas iglesias.

El Patronato Real en América se ejercía a través del Real y Supremo Consejo de Indias. Los virreyes actuaban como Vice-Patronos de la Iglesia. Atribución que proporcionaba la facultad de proveer a los curas, escogiéndolos de ternas que le pasaban los obispos y gobernadores de las mitras, eligiendo el candidato que les parecía más idóneo.

<<Entre los delicados problemas que confrontaba el gobierno nacional estaba la política que seguiría hacia la Iglesia católica romana. Las cláusulas del Plan de Iguala y del Tratado de Córdoba que aseguraban a la iglesia el disfrute de los privilegios que le habían sido concedidos a través del tiempo, fueron vistas con agrado por devotos seglares y por dignatarios eclesiásticos. En ciertas regiones los eclesiásticos habían no sólo permitido a los oficiales militares cobrar los diezmos, sino que también habían contribuido al sostenimiento del ejército revolucionario. El 19 de octubre de 1821, el arzobispo Fonte aconsejó al clero de su diócesis obedecer a las autoridades civiles del imperio[4]. Un mes después, la regencia decidió que se permitiera a las casas de religiosos continuar con la iniciación de novicios. […]

Las vacantes que se habían ido dando de tiempo en tiempo en la jerarquía eclesiástica durante la revolución habían implicado problemas con el Patronato Real. Ya que los nombramientos para cubrir las vacantes eclesiásticas acostumbradamente hechos por el rey español fueron seriamente interrumpidos o totalmente evitados por la prolongada insurrección, y como posiciones catedralicias y otros cargos eclesiásticos habían entretanto quedado vacantes, el gobierno imperial estaba dispuesto a llenar dichas vacantes. En octubre de 1821, Iturbide suscitó la cuestión del ejercicio del derecho a nombrar candidatos a las posiciones eclesiásticas por parte del gobierno imperial. Pidió al Arzobispo de México que expresara su opinión respecto al método mediante el cual se tomarían las provisiones a cargos catedralicios, hasta que se llagará a un acuerdo con la santa Sede respecto a ese patronato. Durante el mes siguiente, en vista de los méritos de un cura llamado José Guridi y Alcocer, quien había apoyado la causa de la independencia, la regencia considero adecuado aprobar su nombramiento hecho por Fernando VII para el cargo de canónigo de la catedral metropolitana.

El 24 de noviembre de 1821, después de conferenciar con representantes de los obispos mexicanos que se habían reunido en la capital, el arzobispo Fonte expreso la opinión de que como el Imperio mexicano había declarado su independencia, el derecho de España para designar candidatos a los cargos catedralicios en el anterior virreinato había terminado. Declaro que sus consejeros habían sostenido que este derecho había sido concedido por el papado a los monarcas de Castila y de León y que, por lo tanto, si el nuevo gobierno de México deseaba ejercer este privilegio debería obtener del papado una concesión idéntica. Los clérigos consejeros del obispo habían razonado que, mientras tanto, de acuerdo con el derecho canónico, la facultad de hacer nombramientos eclesiásticos en cada diócesis pertenecía no al gobierno imperial, sino al obispo respectivo. En vista de esto, la regencia invitó a la jerarquía eclesiástica a elegir a las personas adecuadas para discutir las escabrosas cuestiones del patronato eclesiástico, hasta que “las circunstancias permitieran al establecimiento de relaciones con la Santa Sede”. El arzobispo Fonte pidió entonces a los administradores diocesanos que eligieran a los clérigos que los representarían en una conferencia. El 11 de marzo de 1822, un consejo de eclesiásticos decidió formalmente que ya que la independencia del Imperio mexicano se había jurado, el ejercicio del derecho de hacer nombramientos para las vacantes en las iglesias mexicanas que había sido concedido por el Vaticano a los monarcas de España, había cesado.

Mientras tanto, el presidente de la regencia se había de hecho abocado a designar eclesiásticos para las capellanías militares vacantes, una especie de función distinta a la delos nombramientos de la vida civil.[5]

Jorge Pérez Uribe


[1] Spence Robertson William, Iturbide de México, México, FCE, 2012, pág.
[2] Spence, op. cit. págs. 215-217
[3] Spence, op. cit. págs. 218-222
[4] Pedro José Fonte y Hernández Miravete, nacido en Linares de Aragón, ostentó el cargo de arzobispo de México desde 1815 hasta su renuncia, en 1837. Fue el último Arzobispo español de México, opuesto al proceso de Independencia.
[5] Spence, op. cit. págs. 222-225