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domingo, 4 de julio de 2021

MIGUEL HIDALGO, LA DEBACLE (XIII)

 


Tras la derrota de Puente de Calderón, los caudillos insurgentes marchan hacia Zacatecas y Saltillo


El mismo 24 de enero, los insurgentes salen de la hacienda de San Blas de Pabellón y por Arámbula, El Ojo de Agua, Rincón de Romos, Saucillo, La Punta y La Soledad, arriban a la hacienda de San Pedro Tlacotes. De San Pedro Tlacotes Hidalgo sale a buena hora para rendir jornada en Guadalupe, en cuya posada, propiedad de Ignacio Zaldúa, fue hospedado, así como José María Anzorena y algunos otros, o bien, en el convento y colegio franciscano de Propaganda Fide, en donde se hospeda con reducido acompañamiento. En el mismo convento también son alojados algunos prisioneros españoles. Posteriormente, llegan a Zacatecas más incondicionales de Hidalgo y así se forma un moderado contingente bajo sus órdenes, bien que el mando supremo y de la mayor parte lo mantuviera Allende, quien este día entra a Zacatecas, donde dispondrá de nuevos recursos: tropas, artillería, numerario como setenta mil pesos y 80 barras de plata, a más de los doscientos mil salvados de Calderón, los cuales sumados a los rescatados por Rayón sumaron medio millón. A pesar de estos alivios, algunos como Juan Aldama y Mariano Balleza empezaban a comentar entre sí la posibilidad de desertar. Allí se enteraron de los recientes progresos de la causan en el norte, ya que el gobernador de Nuevo León, Manuel Santa María, se había declarado a favor de la insurgencia el 17 de enero. Por otro lado la provincia de Texas pasaba también a la causa, ya que el capitán de milicias Juan Bautista Casas había aprehendido al gobernador Manuel Salcedo. Y desde luego confirmaron que Mariano Jiménez se hacía fuerte en Saltillo, de donde había salido a combatir con éxito al coronel Manuel Ochoa en el puerto de Carneros. Por otra parte, la Villa de El Saltillo contaba con 8,000 habitantes y era famosa por su fiesta de septiembre

El sábado 26 de enero, se da a conocer la réplica de la Inquisición al manifiesto de Miguel Hidalgo del 15 de diciembre y se emite un nuevo edicto de la Inquisición excomulgando a los insurgentes.

De Zacatecas, el lunes 4 o el martes 5 de febrero, Allende se dirigió con la mayor parte del contingente, a Matehuala por Ojo Caliente, Carro, San Salvador, Salinas del Peñón Blanco, Cruce, hacienda de Guanamé, Venado y Charcas.

En Matehuala se reunieron los caudillos y pasaron allí varios días. Allende nuevamente se adelantó con tropa para encaminarse a Saltillo. En estos últimos tramos desérticos todos padecieron escasez de agua.

En pos de Allende partió el grueso del ejército a las órdenes de Arias e Iriarte, Y por último Hidalgo con Marroquín cinco o seis días más tarde.

Las Cortes de Cádiz y el movimiento independiente


Aquí es conveniente reinsertarnos al contexto de lo que sucedía en España, en donde la dominación napoleónica, había dejado un pequeño territorio independiente: la ciudad de Cádiz, que aunque sitiada, tenía libre acceso al mar. En ella se refugia la Junta Central Suprema Gubernativa del Reino la cual se va a encargar del gobierno del país; de dirigir la defensa frente a los franceses; y convocar una reunión extraordinaria a cortes. Estas se reunieron por primera vez en Cádiz, en la Isla de León, el 24 de septiembre de 1810. El sacerdote novohispano José Antonio Joaquín Pérez Martínez y Robles es el encargado de pronunciar el discurso inaugural. Este sacerdote ya convertido en obispo tendrá un papel relevante en la consumación de la Independencia negociando con el Jefe Político O ´Donojú y formará parte de la Regencia del Imperio Mexicano, junto a Agustín de Iturbide.

Pues bien las Cortes empiezan a emitir decretos que afectarán a los combatientes insurgentes como es la disposición del virrey Venegas del 22 febrero, que ordena el fusilamiento de los insurgentes que se aprehendan, aun cuando sean eclesiásticos, sin previa degradación, como las Cortes lo habían ordenado.

El domingo 24 de febrero Allende llega a saltillo, donde es bien recibido Por Mariano Jiménez, quien lo aloja en las Casas Reales. El 4 o 5 de marzo de madrugada arriba un decaído Hidalgo, quien en ese estado hace entonces formal la renuncia formal, ratificándose en junta de jefes el nombramiento de Allende como Generalísimo.

<<En Saltillo se recibió propuesta de indulto por parte del virrey Venegas mediante algún enviado de José de la Cruz. Se trataba de la amnistía decretada el 15 de octubre de 1810 por las Cortes de España “a favor de todos los países de ultramar en que se hubiesen manifestado conmociones, siempre que reconociesen a la legítima autoridad soberana establecida en la madre patria”. Adjunto a la propuesta de indulto venía un oficio en el que se trataba de persuadir a los caudillos de que se acogiesen a él pues la revolución estaba vencida.>>[1] Este oficio debía ser respondido y Allende e Hidalgo acordaron rechazarlo en términos seguramente redactados por el cura:

<<El indulto, señor excelentísimo, es para los criminales, no para los defensores de la patria; y menos para los que son superiores en fuerzas. No se deje vuestra excelencia alucinar de las efímeras glorias de Calleja. […]

Toda la nación está en fermento. Estos movimientos han despertado a los que yacían en letargo. Los cortesanos que aseguran a vuestra excelencia que uno u otro sólo piensa en la libertad, le engañan. La conmoción es general y no tardará México en desengañarse, si con oportunidad no se previenen los males. >>[2]

No obstante la aparente firmeza de la insurgencia en aquella región, iniciaron las deserciones, además de la dificultad de mantener en aquellas regiones desérticas a un ejército de miles de hombres.

Al abandonar la villa de Saltillo, se dejó un destacamento de 3,500 hombres al mando de Ignacio Rayón y José María Liceaga como segundo. Los 1,500 hombres restantes partieron rumbo a Monclova con objeto de seguir hasta Béjar (Texas) y entrar luego en contacto con los angloamericanos para obtener armamento.

Se desmorona el frente norte de la insurgencia


Muchas de las batallas y movimientos efectuados hace un par de siglos, hubieran tenido otro desenlace si se hubiera contado con medios de comunicación eficientes; pero no fue así y hubo desenlaces trágicos.

El origen se dio en San Antonio Béjar (Texas), en donde el jefe insurgente Juan Bautista Casas, había provocado descontento, siendo aprehendido el 1° de marzo por José Manuel Zambrano, cambiando al bando realista. Esto llevó a que el tesorero real de Saltillo Manuel Royuela que se hallaba en el valle de Santa Rosa junto con Ignacio Elizondo prepararan un plan contrarrevolucionario. Para tal efecto entraron en contacto con gente de Monclova persuadiendo a dos insurgentes de puestos clave, el comandante de armas José Rábago y al administrador de tabacos Tomás Flores, para aprehender al gobernador insurgente de Monclova, Pedro de Aranda, el 17 de marzo, urdiendo la emboscada que llevaría a cabo Elizondo.

Ignorantes de los cambios ocurridos y de la conspiración que se tramaba en su contra, los insurgentes salieron de Saltillo el 17 de marzo, pernoctando en la estancia de Santa María. Reemprendieron el camino al día siguiente, llegando a la hacienda de Mesillas, donde Allende escuchó rumores de que los angloamericanos lejos de aliarse con ellos, aprovecharían la situación de Nueva España para invadirla, comentando que “preferiría proponer la paz y la reunión con el gobierno virreinal para rechazar tal invasión”. Prosiguieron el día 19 hasta rendir jornada en la hacienda de Anaelo, donde pernoctaron. <<El 20 emprendieron el trayecto más difícil y agotador. El agua escaseaba y no hallaron sino salada en el paraje de San Felipe, y de allí fueron a acampar a La Joya.

La conspiración realista


Los conspiradores de Santa Rosa y Monclova tenían preparada la emboscada a un paso, en las norias de Baján. Incluso habían logrado infiltrar en las filas insurgentes a dos de los suyos, Felipe Enrique Neria, Barón de Bastrop, y Sebastián Rodríguez, quienes fueron guiando a la caravana. Para redondear el engaño los de Monclova enviaron un correo a Jiménez diciendo que el gobernador saldría a encontrarlos y que el pueblo se aprestaba a recibirlos de fiesta […]

En la avanzada había soldados de Elizondo dando la bienvenida a los que iban llegando, más detrás de la misma estaba lo principal de la tropa que fue capturando coche por coche a todos los jefes, a sus acompañantes y luego a centenares de soldados. No llegaron todos, pues la retaguardia, al mando de Rafael de Iriarte, de alguna manera se enteró de lo que pasaba y dio marcha atrás. Allende, al percatarse de la emboscada dijo. “Eso no; primero morir, y no me rindo”. Tiro un balazo desde el coche, sin tocar a nadie.


Respondieron los aprehensores y mataron a su hijo Indalecio. Otros también dispararon sin éxito y murieron unos cuarenta insurgentes. En el carro trece supuestamente venía Hidalgo; pero no estaba dentro sino fuera montado en negro corcel. Cuando le intimaron se diese por preso, también intento resistir y exclamó: “¡Ah traidores!”, más pronto se dio cuenta que era inútil.

En total fueron capturados 893 insurgentes. El botín consistió en 24 cañones, 18 tercios de balas, 22 cajones de pólvora, cinco carros de municiones, más de setecientas barras de plata y algo más de dos millones de pesos en plata y oro.>>[3]

De allí se dirigieron a Monclova, adonde llegaron el 22 a la puesta del sol, exhibiéndoles en la plaza, mientras se disponían las prisiones.

Presos a Chihuahua


Los 34 principales jefes, fueron engrillados y separados para enviarlos a la villa de Chihuahua, residencia del comandante general de las Provincias internas, Nemesio Salcedo, diez eclesiásticos fueron remitidos a Durango, sede del Obispado al que correspondía Chihuahua. El resto permaneció en Monclova: los que tenían graduación fueron fusilados, los demás permanecieron en prisión.

En Chihuahua fueron encerrados en el Real Hospital Militar y en el convento franciscano.

Los procesos de Chihuahua


<<Los procesos seguidos en Chihuahua a los principales caudillos de la insurrección sin duda fueron planeados con sagacidad entre el comandante Salcedo y quien habría de ser el principal juez, Ángel Abella, que había sido por años funcionario importante en Zacatecas, donde se hizo especialmente odiosos entre el pueblo, que pedía su cabeza, y que huyó una vez que la población se pronunció a favor de la insurgencia.

Había que deslindar hechos, fijar responsabilidades y obtener información. Por otra parte los realistas no estaban ayunos de noticias acerca de cada uno de los caudillos. Todo indica que percibieron que el más dispuesto a declarar era Mariano Abasolo y que la principal cabeza de la causa, a pesar del despojo, era Hidalgo.

Procedieron con Abasolo el 26 de abril. El militar dolorense trató de reducir al mínimo su participación en el levantamiento, así como de la protección que dispensó a no pocos europeos, todo con objeto de salvar su vida, no excusó a Hidalgo, pero achacó visiblemente la primordial iniciativa y graves responsabilidades a Ignacio Allende. No deja de advertirse cierto resentimiento hacia el sanmiguelense y alguna comprensión hacia su párroco.

Siguió Hidalgo, quien estuvo declarando tres días: 7 y 8 mayo, mañana y tarde, y el 9 por la mañana, hasta el agobio. […] Los dos primeros días Hidalgo fue más explícito y abundante en sus respuestas pero al final se limitó a dar respuestas breves o a remitirá contestaciones previas, y una vez que le fueron leídas todas, ya no quiso corregir, ni ampliar. Estaba fastidiado o su carácter era de una palabra. No rehuyó, ni palió su responsabilidad en el levantamiento. En particular la asumió…>>[4]

Recalcó que su propósito era la independencia del país la que era absoluta y se manifestaba conforme al rechazo del rey en Guanajuato, en Valladolid y en Guadalajara.

¿Retractación?


Hidalgo procedió a una petición de perdón y otra al comandante Salcedo; el cuál le indico que escribiera una retractación pública. <<Supuestamente Hidalgo la redactó, fechándola el 18 de marzo. En realidad el documento no lleva el nombre de retractación ni en todo él aparece el término. Es preciso citarlo completo y hacer un análisis cuidadoso […]

La pieza gira en torno de tres conjuntos de referencias biblícas. El primer conjunto permite al autor –supuestamente Hidalgo –subrayar que está embargado de un gran dolor, de una profunda depresión, y que ha pasado noches de insomnio y enfermedad […]

El segundo conjunto de referencias de las Sagradas Escrituras trata de la obediencia a la autoridad legítima […]

Finalmente hay una serie de referencias a la misericordia de Dios con el pecador contrito […]

En el documento no hay una retractación de la opción por la independencia y libertad. Es un arrepentimiento sincero de excesos realmente perpetrados y reconocidos ya en el interrogatorio, como los asesinato, la destrucción y la sustracción de caudales, etcétera.>>[5]

¿Murió Hidalgo excomulgado?


En prisión se confesó sacramentalmente varias veces, una vez que concluyó el interrogatorio del proceso militar el 9 de mayo, que le sirvió como examen de conciencia. Estas confesiones implican que la excomuniones declaradas contra él por varios obispos se levantaron en Chihuahua. Hay que hacer notar que Hidalgo, desde que se pronunció en Dolores, no celebró misa, puesto que se sabía en pecado.

Para proceder a la pena capital, precedía la degradación y libre entrega del reo por la jurisdicción eclesiástica, aunque según el Concilio Tridentino, esto era prerrogativa de los obispos consagrados, indelegables a simples presbíteros; por lo que el comandante tendría que remitir el reo a Durango. Según el Dr. Carlos Herrejón <<en el fondo el canónigo Fernández Valentín, impresionado como como muchos por la conducta ejemplar del reo, pretendía dejar abierto un resquicio para que con la intervención de varios obispos se pudiera conmutar la pena capital y así con un Hidalgo arrepentido de sus excesos pero vivo gracias a la intervención de la Iglesia, tal vez se lograra más en la pacificación que con su sacrificio.

Pero el comandante Salcedo, tan luego como hubo leído los reparos del canónigo, envió una carta de protesta al obispo de Durango>>[6], quien autorizó al canónigo a ejecutar la degradación de Hidalgo “por exigirlo así imperiosamente el bien público y tranquilidad universal de esta parte de la monarquía”.

El día 27 de julio se constituyó el tribunal eclesiástico que formalizaría la sentencia y colaboraría en la degradación. <<Esta se ejecutaría públicamente para escarmiento al amanecer del 29 de julio en un corredor del antiguo colegio jesuita. Cuando fueron por él al calabozo,

Salió con un garbo y entereza que admiró a todos los concurrentes, se presento y arrodilló orando con cristiana devoción al frente del altar que estaba al lado derecho de la botica. De allí con humildad se fue donde estaba el juez eclesiástico […]

Los objetivos de la degradación fueron dos: causar pavor por el carácter solemne y altisonante del rito, y despojar al reo del fuero eclesiástico. En cierta parte de la ceremonia el ministro que degradaba hizo ademán de raspar con sus uñas las palmas de las manos de Hidalgo para significar que se había hecho indigno de la unción recibida el día de su ordenación sacerdotal. Hidalgo sin duda lo recordó: el 19 de septiembre de 1778. Es frecuente que tal ceremonia se pinte erróneamente como desollamiento, y peor como remoción del carácter sacramental del sacerdocio, que es indeleble conforme a la doctrina católica constante, bien sabida por los degradantes y más Hidalgo: “Tú eres sacerdote para siempre”.

A las siete se presentó el comisionado Ángel Abella, quien hizo poner de rodillas a Hidalgo para notificarle su sentencia de muerte. Se llamó otra vez al confesor para su última absolución y rezos.[7]

El doloroso Fusilamiento:



<<El día 30, hacia las seis y media de la mañana, “le sirvieron un desayuno de chocolate, y habiéndolo tomado, suplicó que en vez de agua le sirvieran un vaso de leche, que apuró con extraordinaria muestra de apetecerla y gustarla”. Lo esperaban ya doce soldados y un oficial.

Un momento después se le dio aviso de que era llegada la hora de marchar. Salió en efecto […] y habiendo avanzado quince o veinte pasos, se paró por un momento, porque el oficial de la guardia la habría preguntado si alguna cosa se le ofrecía que disponer por último; a esto contesto que sí, que quería le trajesen unos dulces que había dejado en sus almohadas: los trajeron en efecto y habiéndolos distribuido entre los mismos soldados que debían hacer fuego y marchaban a su espalda, los alentó y confortó con su perdón y sus más dulces palabras para que cumpliesen con su oficio; y como sabía que se había mandado que no disparasen sobre su cabeza, y temía padecer mucho, porque aún era la hora del crepúsculo y no se veían claramente los objetos, concluyó diciendo:

La mano derecha que pondré sobre mi pecho será, hijos míos, el blanco seguro al que habéis de dirigiros”.

El banco del suplicio se había colocado en un corral interior del referido colegio […] y enterado el señor Cura del sitio a que se le dirigía, marchó con paso firme y sereno y sin permitir se le vendarán los ojos, rezando con voz fuerte y fervorosa el salmo Miserere mei. No fue exhortado por ningún eclesiástico en atención a que lo iba haciendo por sí en un librito que llevaba a la derecha y un Crucifijo a la izquierda.

Llegó al cadalso, le besó con resignación y respeto, y no obstante algún altercado que se le hizo para que se sentase la espalda vuelta, tomó el asiento de frente, afirmó su mano sobre el corazón, les recordó a los soldados que aquel era el punto a donde le debían tirar.

Fue atado con dos portafusiles de los molleros y con una venda en los ojos contra el palo, teniendo el Crucifijo en ambas manos […] Le hizo fuego la primera fila, tres de las balas le dieron en el vientre, y la otra en un brazo que le quebró; el dolor le hizo torcerse un poco el cuerpo, por lo que se zafó la venda de la cabeza y nos clavó aquellos hermosos ojos que tenía. En tal estado hice descargar la segunda fila, que le dio toda en el vientre, estando prevenidos que le apuntarán al corazón; poco extremo hizo, sólo si se le rodaron unas lágrimas muy gruesas. Aún se mantenía sin desmerecer en nada aquella hermosa vista, por lo que le hizo fuego la tercera fila, que volvió a errar, no sacando más fruto que haberle hecho pedazos el vientre y la espalda, quizá sería porque los soldados temblaban como unos azogados. En este caso tan apretado y lastimoso hice que dos soldados le dispararan poniendo la boca de los cañones sobre el corazón y fue con lo que se consiguió el fin.

Serían las siete y media de la mañana del 30 de julio de 1811.>>[8]

Poco después, el cadáver fue exhibido al público sobre una silla a una altura considerable. Luego, el cadáver fue introducido nuevamente al edificio, para que un tarahumara le cercenará la cabeza, la cual una vez salada fue enviada con las de Allende, Aldama y Jiménez, a la Alhóndiga de Granaditas. El cuerpo fue recogido por la tercera orden del convento de San Francisco, en donde fue velado y sepultado.

El 16 de septiembre de 1823, los restos mortales de Hidalgo y otros próceres entraron solemnemente en la Catedral de México. Allí estuvieron hasta que Plutarco Elías Calles ordenó que los llevarán a la Columna de la Independencia, en donde permanecen desde el 16 de septiembre de 1925.

Jorge Pérez Uribe

Notas:
[1] Carlos Herrejón Peredo, Hidalgo: maestro, párroco e insurgente, Ed. Clío, libros y videos, S.A. de C.V., México, 2014, pág.395
[2] Ibíd., pág.395-396
[3] Ibíd., pág.398
[4] Ibíd., pág.403
[5] Ibíd., págs.408, 410
[6] Ibíd., pág.421
[7] Ibíd., págs.422, 423
[8] Ibíd., págs.422, 423

sábado, 16 de enero de 2021

MIGUEL HIDALGO, LA DERROTA DE PUENTE DE CALDERÓN (XII)

 



Providencias militares 

Como hemos visto, mientras la insurgencia se expandía hacia nuevos territorios; las fuerzas realistas encabezadas por el experto general Félix María Calleja y Manuel Flon, recuperaban San Miguel y Dolores, el 25 y 28 de octubre. 

Calleja, se apoderó de Celaya el 16 de noviembre y sin resistencia recuperó Salamanca e Irapuato y por las armas tomó la ciudad de Guanajuato, el 25 de noviembre. A mediados de diciembre se hallaba en León; Valladolid fue recuperada el 28 de diciembre por José de la Cruz, y el 7 de enero salió probablemente hacia Guadalajara, lo que obligó a los caudillos a destacar un ejército de diez mil a doce mil hombres y 27 cañones. 

Hidalgo siguió confiando tanto en multitudes como en cañones e hizo traer la artillería de San Blas de 43 piezas, que con las que había y las que se fabricaron llegaron a 103. 

El 17 de diciembre Allende escribía a Rafael de Iriarte “mandándole pusiese en marcha, su ejército de Zacatecas” a la capital neogallega. Al día siguiente le mandó otra, suscrita junto con Aldama, “relativa a instrucciones militares para atacar al señor Calleja con 100 cañones y reunión de fuerzas, incluyendo el ejército de Huidobro y el del padre Calvillo”[1]. Iriarte nunca se presentó. 

El lunes 7 de enero, José de la Cruz, salió probablemente hacia Guadalajara, lo que obligó a los caudillos a destacar un ejército de diez mil a doce mil hombres y 27 cañones, al mando del cura José de la Piedad Antonio Macías y del capitán Ruperto Mier, que marcharon a enfrentar al enemigo. 

Por tanto es probable que el ejército insurgente quedara en 30 mil o 35 mil hombres, de los que se <<“lograron armar y disciplinar medianamente siete batallones de infantería, seis escuadrones de caballería y dos compañías de artillería, que en todo formaban tres mil cuatrocientos hombres”. 

Problema no menor era el armamento, pues aunque se contaba con artillería, la mayoría no disponía sino de palos, hondas y una que otra arma blanca. Para remediarlo se fabricaron infinidad de lanzas, granadas de mano y cohetes con lengüeta de fierro. La mayor carencia era de fusiles y pistolas, pues de los primeros apenas había 600, o 1,200 de armamento viejo o descompuesto. Por tanto, la infantería estaba mal armada y difícilmente podía actuar con eficiencia. “El número excesivo de cañones más embaraza que aprovecha, porque nada valen sin fusilería que los sostenga y muy poco si son mal servidos”>>.[2]

Los caudillos suscribieron un bando el 31 de diciembre en que se ordenaba “que todo habitante prestase, donase [o] vendiese para su ejército nacional cualquiera clase de arma de fuego que tuviera”. 

En Guadalajara se iba recibiendo la información sobre el movimiento de los ejércitos realistas: el de José de la Cruz, procedente de Valladolid, y el de Calleja, que de León entró a San Juan de los Lagos el 6 de enero, ante lo cual los insurgentes celebraron junta de guerra el 10 de enero. 

Allende sostenía la misma opinión que en Aculco: dividir al ejército en guerrillas que fueran debilitando al ejército realista y que la superioridad numérica, era un obstáculo para la movilización, ya que sin disciplina y armas sería muy riesgoso presentar batalla. Hidalgo manifestó su confianza en la poderosa artillería, en el apoyo de Iriarte, y en la victoria del cura Macías, sobre José de la Cruz, ante lo cual Allende se disciplinó, quedando fijada la salida para el lunes 14. 

El lunes 14 de enero, las tropas insurgentes enfilaron hacia Puente Grande (principal paso del Río Lerma o Santiago) por donde cruzaron en la tarde. En el crepúsculo recibieron la noticia de la derrota del cura Macías por José de la Cruz en Urepetiro, por lo que había que impedir la reunión de ambos ejércitos. Acamparon en La Laja y apresuraron el paso al día siguiente para llegar al paso de río Verde, afluente del río Santiago, llamado “Puente de Calderón”, en donde pernoctaron. 

El miércoles 16 se enteraron de los avances de Calleja, quien se encontraba en las inmediaciones de dicho puente, al cual llegó por la tarde efectuando de inmediato un reconocimiento de las posiciones enemigas. Por tal motivo se efectuó un tiroteo que permitió a los realistas entrara al puente y encontrar los vados más transitables, a lo que los insurgentes no dieron mayor importancia, confiados en su ventajosa posición y aplastante número. 

La batalla de Puente de Calderón 


El jueves 17 de enero tendría lugar la batalla con una aplastante mayoría del ejército insurgente que contaba con unos 35,000 hombres, de los cuales sólo 3,400 eran soldados. Organizados en siete batallones de infantería, seis escuadrones de caballería y dos compañías de artilleros Contaban con seiscientos fusiles en buen estado y otros tantos algo estropeados. La artillería se conformaba con más de 100 cañones, 43 de buena factura. Cerca de 25,000 hombres eran una masa heterogénea. Aparte estaban siete mil indios flecheros de Colotlán. 

El ejército de Calleja también se componía por 6,000 “tecomates” (apodo de criollos, mestizos, negros y demás castas), bien entrenados durante semanas, así como bien adoctrinados en la fidelidad a la monarquía y estimulados por la victoria de Aculco. 

<<El Río Verde corre de oriente a poniente por el fondo de una estrecha cañada que se abre un poco precisamente en el paso del puente. Los insurgentes, llegados por el sur dominaban el panorama frontero del enemigo desde una planicie donde bajaban lomas. De tal suerte ubicaron la mayoría de los cañones, más de sesenta, al término de aquella planicie, y el resto poco más abajo en colinas descendentes de ambos lados de la gran batería, formándose así un gran semicírculo. 

José Antonio Torres quedó al mando de la parte central, que era apoyada por gran parte de la infantería formal colocada poco más arriba, detrás de los cañones. Juan Aldama, que no había estado todo el tiempo en Guadalajara pero concurrió a la batalla, se hizo cargo de la batería de la izquierda. Otra porción de infantería se ubicó entre la gran batería y las subsidiarias de la derecha, más no detrás sino saliendo al frente, mientras que otra división cruzó el río corriente abajo por el flanco izquierdo a las órdenes de Gómez Portugal. La caballería formal fue confiada a Mariano Abasolo y se situó en los dos extremos del semicírculo; en la izquierda se hallaba Marroquín, mientras que Arias estaba a la derecha. 

El padre Calvillo acaudillaba a los indios flecheros de Colotlán que tardíamente se pusieron más debajo de la artillería. El grueso del contingente, que carecía de buen armamento y entrenamiento, quedó a la zaga en la extensa planicie con Hidalgo al frente. Como dijimos, probablemente llegaban a 25,000, de los cuales 15,000 eran jinetes. Allende sería el comandante general. 

Calleja por su parte, distribuyó su gente en tres columnas: en el centro, una división de infantería a las órdenes del coronel José María Jalón; a su derecha, una de caballería al mando de Miguel de Emparán, y a la izquierda, una mixta proveída de cuatro cañones con Manuel Flon, Conde de la Cadena, al frente; atrás la reserva y Calleja al pendiente de todo. 

Manuel Flon inicio el ataque con sus divisiones mixtas hacia las nueve de la mañana, vadeando el río y acometiendo las divisiones salientes de Torres más fue rechazado tres veces con pérdida considerable, y acudiendo en su auxilio Bernardo Villamil, tampoco pudieron avanzar. […] Por su parte la caballería de Emparán procedió también a cruzar el río y corrió a misma suerte, resultando herido su jefe. La ventaja era para los insurgentes. 

Calleja entonces asumió la jefatura del centro, cruzó el puente con seis cañones, enfrentó a la división que le salió al encuentro y logró apoderarse de la batería de la izquierda insurgente. Mientras tanto se incorporaban a la lucha unos indios de Colotlán que habían llegado tarde, pero su ubicación fue fatal, pues quedaron entre los dos fuegos por el flanco izquierdo; Arias que comandaba el lugar, hubo de suspender el suyo, lo cual permitió avanzar al enemigo. 


Luego de cuatro horas de batalla, ante el embate de Calleja, Allende mandó dispararán todos los cañones. Como muchos de ellos estaban mal posicionados respecto de los movimientos del enemigo, las balas les pasaban por encima. De pronto se produjo un incendio del lado insurgente, bien porque una granada hizo explotar un parque de municiones, bien porque algunos artilleros, en el fragor del combate arrojaron estopines aún encendidos al suelo, donde los zacatones secos empezaron a arder hasta propagarse en gran extensión causando una espesa humareda que daba contra el rosto de los insurgentes por un viento del noreste. Su confusión fue terrible y desastrosa a pesar de los esfuerzos de Allende por mantenerse todavía durante dos horas en varias posiciones, en particular gracias a una batería que protegió la desbandada; en el alcance de insurgentes, éstos mataron a Flon. 

“Desgracias, desgracias, pero pronto nos vemos” 

A las tres de la tarde los realistas eran dueños de la posiciones otrora de insurgentes. Perdieron casi todo. Ignacio Rayón pudo rescatar unos trecientos mil pesos y tomó el rumbo de Aguascalientes hacia donde también se dirigieron los demás caudillos. Algunos autores opinan que Hidalgo volvió a Guadalajara la madrugada del 18, y de allí salió el 19 cruzando el Santiago por San Cristóbal de la Barranca para enfilar hacia Cuquío. Pero la entrada a Guadalajara sólo fue un rumor ocasionado por la llegada de muchos que regresaban de Puente de Calderón. 

Hidalgo, aunque al principio tomó el camino de retorno a Guadalajara, en realidad traspaso pronto el río Santiago, ya por Puente Grande, ya por San Cristóbal de la Barranca. Probablemente pernoctó en el rancho de San Agustín de las Calabazas, donde él y sus acompañantes no comieron sino aguacates; y ciertamente a las diez de la mañana del viernes 18 llego a Cuquío en compañía de Arias, Camargo y otros cuatro hombres.>>[3]

Mientras tanto se publicaba el último número de El Despertador Americano.

De Cuquío, Hidalgo se dirigió a San José de Gracia en Aguascalientes, en donde permaneció cuatro días de incognito para reponerse. Allende se dirigió a Aguascalientes, donde se hallaba Rafael de Iriarte con 1,500 hombres, que se sumaron a los dispersos que se fueron concentrando, hasta componer un ejército de más de dos mil efectivos. También se contaba con doscientos mil pesos que Iriarte había sacado de San Luis Potosí, los cuáles sumados a los que había rescatado rayón, llegaron a medio millón. No obstante algunos jefes como Juan Aldama y Mariano Balleza comentaban entre sí la posibilidad de desertar. 

El 21 de enero, Félix María Calleja y José de la Cruz ocupan Guadalajara. 

El 22 de enero, en San Antonio Béjar, Juan Bautista de Casas se levanta en pro de la independencia y arresta al gobernador de Texas, Manuel María Salcedo. 

Destitución de Miguel Hidalgo del mando militar

Probablemente el día 23, Allende se entera de que Hidalgo estaba en la hacienda de San José y lo convoca a reunirse el jueves 24 en la hacienda de Pabellón, al norte de Aguascalientes. El objetivo de la reunión era destituir a Hidalgo del mando supremo de la insurgencia. <<Tan luego como llegó, Allende le hizo una serie de reproches apoyado por otros jefes: el fracaso de Puente de Calderón, empeñarse en decisiones equivocadas como en Aculco, su mando autocrático, excluir al rey, las ejecuciones de europeos, etcétera. Hidalgo replicó tenazmente hasta que Allende y demás lo amenazaron de muerte si no renunciaba, de modo que hubo que hacerlo. 

Rayón trató de paliar el incidente proponiendo que el mando militar recayese todo en Allende y que Hidalgo conservara el político, cosa que cuando menos en apariencia se verificó, pues el despojo del mando no se dio a conocer a la tropa y el cura siguió firmando papeles, a veces solo y a veces al alimón con Allende, pero éste último tenía el mando supremo. >>[4]

Jorge Pérez Uribe

Notas:
[1] Carlos Herrejón Peredo, Hidalgo: maestro, párroco e insurgente, Ed. Clío, libros y videos, S.A. de C.V., México, 2014, pág.387 
[2] Ibíd., pág.388 
[3] Ibíd., pág.390-392 
[4] Ibíd., pág.393

viernes, 6 de noviembre de 2020

MIGUEL HIDALGO, MAGNICIDIO, FINANZAS, CONTROL DE TERRITORIOS (XI)


José Francisco Severo Maldonado


El magnicidio que no se consumó


<<La tentativa de asesinar al caudillo es confesión del propio Allende: Habiéndole extrañado [Allende] al doctor Maldonado por qué en su periódico intitulado Despertador Americano no se contaba con el señor don Fernando Séptimo que era el principal objeto de la insurrección contestó que eso no le parecía bien a Hidalgo, de cuyas resultas el declarante consultó con el mismo doctor Maldonado y con el declarante de la mitra, el señor Gómez Villaseñor, si era lícito darle un veneno para cortar esta idea suya y otros males que estaba causando, como los asesinatos que de su orden se ejecutaban en dicha ciudad, con los muchos más que amenazaban su despotismo, lo que no pudo ejecutar por lo mucho que el Cura se reservaba de él. 

Pues por lo demás, aprobándole su idea Maldonado y Villaseñor, compró el veneno por medio de Arias y lo repartió entre su propio hijo y el mismo Arias, para aprovechar la ocasión que se presentase a cualquiera de los tres, y de eso cree que han de ser sabidores don Ignacio Aldama, don José María Lisiaga y don Vicente Saldierna; y aún en su equipaje podrá hallarse la parte del veneno que se reservó para el efecto. >>[1]

Finalmente la conjura, quedó en eso, al no presentarse la oportunidad, ya que al parecer el cura se guardaba mucho, amén de que tenía un círculo de leales que no lo desamparaban ni en las necesidades fisiológicas. 

No obstante hay que considerar que cuando Hidalgo fue despojado del mando supremo quedando en manos de Allende y su grupo, tampoco llevaron a cabo el magnicidio.

La ilusión de la alianza angloamericana 



<<Como contrapartida de la xenofobia dirigida a los peninsulares hubo en la insurgencia la ilusión de contar con la solidaridad y apoyo de los americanos de más al norte –los estadounidenses-, que habían dado ejemplo al independizarse en 1776 y se habían constituido en próspero país. Algunos criollos recelaban de las ambiciones de esa nueva nación sobre los territorios de Nueva España, como Talamantes y el mismo Allende; pero en las circunstancias de la guerra prevaleció entre los insurrectos la esperanza de su ayuda. >>[2]

De tal forma, Hidalgo eligió al guatemalteco Pascasio Ortiz de Letona como embajador ante Estados Unidos; no obstante sintiéndose poco autorizado, esperó la llegada de Allende y entonces con otros poderes más amplios partió a dicho país. 

Rumbo a Veracruz, Letona fue capturado, por lo que se suicidó con veneno. Al enterarse Allende, por el día 14 de enero, sin consultar a Hidalgo, envío al licenciado Ignacio Aldama con el mismo carácter, pero sin las formalidades de Letona. En Saltillo se le unió el franciscano Juan Salazar. Contaron con apoyo y pasaporte del caudillo Mariano Jiménez, sin embargo fueron apresados en San Antonio Béjar y posteriormente fusilados. 


Financiar tan numerosa tropa 


<<Pagando un peso diario a los de a caballo y medio a los de a pie, el solo salario de los 7,200 hombres con que había llegado Hidalgo importó, durante los primeros días y hasta la revista del 11 de diciembre, alrededor de 99,400 pesos, sin contar unos mil de el Amo Torres. 

De ahí en adelante, como mencionamos, se sumarían los de Allende, otros mil, y a partir de fines de diciembre irían llegando multitudes a Guadalajara y a sus alrededores, sobre todo a pie, en número mayor de veinticinco mil voluntarios. Se hizo indispensable otra revista y una retabulación. La revista tuvo lugar el 30 de diciembre en los llanos de San Pedro. Según el espía Guadalupe Marín, llegaban como a 30,000 individuos, de los cuales 5,000 eran indios flecheros de Colotlán y los otros 25,000 eran lanceros, garroteros u honderos. Estimó que de caballería había de cinco mil a seis mil hombres, cifra que parece herrada, pues ya vimos que cuando menos eran siete mil. Como sea, a partir de esas fechas el pago de salarios fue enorme, Si contamos únicamente la primera quincena de enero, la retribución de 7,000 jinetes fue de 105,000 y la de 25,000 infantes mal armados, llegó a 187,500 pesos, totalizando 292,500. Si a esta sumamos la paga de la segunda de diciembre, entonces eran 585,000 pesos. 

Aparte estaba la retabulación intentada por Allende: un peso diario al alférez, doce reales al teniente, dos pesos al capitán, tres pesos hasta coroneles. Esto disminuiría notablemente el sueldo de los de caballería, pues sólo se consideraban los alférez, no sabemos cuántos; por otra parte se incrementaba el salario de un reducido número de oficiales. El pago de mariscales, tenientes generales y generales, debió de ser muy superior. Esto lo fijó Hidalgo. El tabulador de Allende al parecer sólo se aplicó parcialmente, pues “en el ejército no había cosa que se acercase al orden”. 

Como sea, el pago del ejército era exorbitante. Por ello se procuraba el embargo y venta de bienes de europeos, pero era insuficiente, y aunque algunos criollos también resultaban perjudicados, el criterio general era respetar sus bienes y caudales. 


Bien vestidos 


Hasta entonces el grueso de la tropa vestía ropa inadecuada o harapos. La falta de uniformes impedía identificar grupos y rangos, lo cual dificultaba movimientos y órdenes y el invierno había llegado. El financiamiento se obtuvo de los secuestros de europeos y el Generalísimo se avocó a la tarea de solicitar y revisar el vestuario de tropa, oficiales y de sus músicos y familia.

Uniforme militar del Generalísimo


Sustracción de caudales 


De este modo, a lo largo de la estancia en Guadalajara, sobre todo a principios de enero, los caudillos echaron mano al parecer de los siguientes caudales: del gobierno local, 225,987 pesos integrados así; 115,269 pesos de las cajas reales, 95,718 de la Aduana, 15,000 de la Secretaría de Cámara. De la Iglesia, 72,365 pesos conformados de esta manera: 30,000 pesos de fábrica cardenalicia, 31,500 de gruesa decimal, 1,900 de la casa Santa y Santos lugares de Jerusalén, 478 de limosnas de cautivos, 1,400 del convento de Santa maría de Gracia, 3,815 del santuario de Zapopan y medallas por 600 pesos, 2,671 de las monjas capuchinas y 3,000 fanegas de los carmelitas. En total 298,352 pesos. 

De todo esto no conozco constancias suscritas por Hidalgo o algún otro de los dirigentes ni el registro institucional. Son noticias que dieron algunos realistas afirmando que había documentos fehacientes, aunque llama la atención que en el proceso de Hidalgo no se hubiera hecho referencia a tales sustracciones. El documento que se conoce es la constancia que dejaron Hidalgo y Allende de haber tomado como préstamo patriótico 77,000 pesos de réditos de capellanías y obras pías, y mediante el comisionado oidor Avendaño, 57,587 pesos de capitales de capellanías de colecturía de vacantes. Incluso Rayón firmó como ministro de la nación, cosa que Hidalgo reconocería en su proceso. Así mismo hay recibo por 700 pesos de diezmos de Colima. Todo suma 135,287 pesos documentados. De ser ciertas las sustracciones del primer grupo, tendríamos un total de dineros eclesiásticos por 207,652 pesos. […] El gran total sería entonces de 437,404, insuficiente para cubrir el pago del ejército en casi dos meses de estancia en la ciudad. Lo más seguro es que la paga a menudo fuera incompleta y se retrasara; pero de cualquier manera habría que dar de comer a esas multitudes y comprar insumos. De secuestro y venta de bienes europeos tampoco alcanzaba.[3]


Pérdidas y conquistas de territorio



La estancia de Hidalgo en la capital neogallega se significó por una reubicación del movimiento insurgente a lo largo del país. A partir de la derrota de Aculco, ocurrió un retraimiento en el centro del país, en los lugares por donde las masas habían transitado durante septiembre, octubre y noviembre de 1810. Las poblaciones donde había brotado la insurrección, como San Miguel y Dolores, cayeron sin luchar en poder de los ejércitos de Flon y Calleja el 25 y 28 de octubre. 

Calleja, se apoderó de Celaya el 16 de noviembre y sin resistencia recuperó Salamanca e Irapuato y por las armas tomó la ciudad de Guanajuato, el 25 de noviembre. Valladolid fue recuperada el 28 de diciembre. 

<<Así pues, el mapa político de las intendencias de Guanajuato, México y Michoacán había sufrido un cambio significativo en poco más de tres meses: del poder virreinal a la insurrección, y de esta nuevamente a ese poder. A pesar de la recuperación las cosas ya no serían igual en aquellos lugares. >>[4]

Tras la toma de Guadalajara, el movimiento retomó fuerzas y ánimo se extendió hacia el norte y hacia el sur, no por movimiento de muchedumbres, como había venido ocurriendo, sino por pequeños agrupamientos armados o por el movimiento interno de algunas poblaciones, así como de caudillos comisionados por el cura. En todos los casos, se reconocía a Hidalgo como jefe principal, asociado con Allende. De esta forma cayeron Zacatecas, San Luis Potosí, -de donde había partido Calleja, el 24 de octubre-, habiendo proclamado la independencia los legos juaninos Luis de Herrera y Juan de Villerías. Se hizo cargo, Mariano Jiménez, comisionado de Allende, quien siguió a Venado, Charcas, Matehuala, Real de Catorce y de ahí siguió a hacia Coahuila, arribando a Saltillo, donde estableció relaciones con estadounidenses, lo que reanudó la esperanza de obtener apoyo de Estados Unidos. 

Hacia el noreste el cura Mercado tomó Tepic y San Blas. El comisionado González Hermosillo, tomó Acaponeta y Mazatlán 

Jorge Pérez Uribe

Notas:
[1] Carlos Herrejón Peredo, Hidalgo: maestro, párroco e insurgente, Ed. Clío, libros y videos, S.A. de C.V., México, 2014, pág. págs.370, 371 
[2] Ibíd., págs.354, 355
[3] Ibíd., págs.375-377 
[4] Ibíd., pág.382

 

sábado, 26 de septiembre de 2020

MIGUEL HIDALGO EN GUADALAJARA: ESPEJISMO DE UNA CAPITAL INDEPENDIENTE (X)



“El Amo Torres” y la toma de Guadalajara


<<“El Amo Torres” respondió con lealtad al apoyo recibido de Hidalgo: cuando se levantó en armas, siguiendo el llamado del cura, recibió un centenar de hombres y la encomienda de apoderarse de Guadalajara. Después de vencer en Zacoalco a los realistas comandados por Tomás Ignacio Villaseñor, Torres ya no tuvo quien se le opusiera para cumplir con el encargo. Sin tardanza, avisó a la dirigencia insurgente: Guadalajara estaba en sus manos y era una espléndida oportunidad para que el ejército insurrecto se reconstruyera.>>[1] Después de la victoria de Torres en Zacoalco, el gobierno de Guadalajara se desmoronó. Las noticias eran aterradoras: de los 500 hombres que llevaba Tomás Villaseñor, 259 eran ya cadáveres y más de 200 eran prisioneros de los insurgentes […]

EL obispo de Guadalajara, don Juan Cruz Ruiz de Cabañas, tan pronto se enteró de la derrota realista en Zacoalco, cerró la casa y agarró camino hacia el puerto de San Blas, para embarcarse, cargando con unas doscientas personas, oidores incluidos, que tampoco quisieron quedarse a ver qué ocurría cuando los insurgentes llegaran a la ciudad. 

<<De golpe, Guadalajara se quedó sin las instituciones esenciales del gobierno y defensa: había un batallón llamado “De la Cruzada” creado por el obispo Cabañas e integrado por seminaristas y colegiales, que hasta antes de la batalla de Zacoalco, se paseaban todos los días por la ciudad. Desde finales de septiembre, y para efectos de tomar decisiones en caso de un ataque insurgente a Guadalajara, se había creado una junta compuesta por comerciantes, sacerdotes, letrados y personajes similares que no tenían la menor idea de cómo poner en marcha a una fuerza defensiva o cómo enfrentar a un ejército, pero que, eso sí, habían tenido presencia de ánimo para destituir al intendente y capitán general Roque Abarca. Unas pocas tropas, provenientes de Colima y de Tepic, llegaron hasta Guadalajara, por lo que se ofreciera. En algún momento, hubo ¡doce mil hombres! Dispuestos para defender la ciudad. Pero el tiempo pasó, nadie construyó un liderazgo fuerte en la ciudad y, poco a poco, los ecos de las victorias de la insurgencia comenzaron a despertar simpatías en Guadalajara. Muchos de esos 12 mil hombres empezaron a desertar. 

Cuando las noticias de Zacoalco llegaron a Guadalajara, el pánico fue total: la Junta, como entidad emergente, desapareció por arte de magia; nadie volvió a ver al batallón de la Cruzada; La escasa tropa de Tepic, que estuvo en Zacoalco, se regresó a su casa, no sin antes atravesar Guadalajara a toda carrera, contando en su loca huida las cosas horribles que vivieron en la batalla. El ex intendente Abarca, juntó unos pocos soldados y se fue a atrincherar a San Pedro Tlaquepaque. Era el 10 de noviembre de 1810 cuando El Amo Torres entró en Guadalajara. Dieciséis días más tarde, Miguel Hidalgo llegaba a la ciudad. >>[2]

El lunes 26 de noviembre, saliendo de Tlaquepaque se apresta el caudillo para su entrada a la recientemente conquistada Guadalajara, que es apoteósica. Desde temprano ha sido pegado en varios lugares un bando del Amo Torres, en el que se anuncia el ingreso de Hidalgo, seguido de un desfile por la mañana e iluminación por la noche. Llega en desfile a catedral, cuyos canónigos lo aguardan a la entrada, entre ellos, uno a quien Hidalgo ha de saludar con afecto y respeto: su antiguo rector, Juan José Moreno, ya octogenario. Toma Hidalgo agua bendita y santiguándose les dice: “Aquí tienen al hereje”. Sigue él Te Deum y luego acuden a palacio, donde el caudillo, bajo dosel, flanqueado por guardias de corps y presentes miembros de la audiencia, del ayuntamiento, de las cajas reales, jefes insurgentes y vecinos principales, es objeto de discursos de bienvenida, donde se le adula como príncipe dándole el trato de “alteza serenísima”, que no rechaza. Contesta Hidalgo la bienvenida y a continuación se sirve refresco. Por la noche la ciudad luce espléndida por las numerosas antorchas que adornan calles, plazas y casas. Bien se han informado los anfitriones sobre los gustos de Hidalgo, pues hay teatro y música; y no sólo esa noche, sino otras de los 46 días que durará su estancia en la capital neogallega. Esa noche el ayuntamiento tapatío gasto mil pesos, tomándolos del ramo de propios.

Litografía Plaza de Armas

El martes 27 de noviembre, Hidalgo comienza a despachar en el Palacio Real del gobernador y la audiencia coloniales, disponiendo que en adelante se le llame Palacio Nacional. Manda quitar el cuadro de Fernando VII. Nombra comandante al cura de Ahualulco, José María Mercado, quien ya había tomado Tepic. Ahora le encomienda la toma de San Blas, así como el envío de fusiles y cañones existentes en Tepic. Se elevan a Hidalgo solicitudes de indulto por parte de varios europeos, entre ellos, Salvador Escobedo.

El miércoles 28 de noviembre, probablemente Hidalgo, nombra a Simón de Herrera, comisionado para propagar la insurrección en Chihuahua. Mas este sujeto pronto sería militar realista. Hidalgo formula decreto para promover a clérigos. Alrededor de este día, Hidalgo recibe quejas de varios criollos porque algunos comisionados y otros soldados insurgentes han cometido excesos robándoles cabalgaduras y otros efectos.

El jueves 29 de noviembre, Hidalgo publica el primer bando impreso sobre abolición de la esclavitud, posterior a los promulgados por Anzorena desde Valladolid, el 19 de octubre, por Rayón desde Tlalpujahua, el 23 de octubre y por Morelos desde El Aguacatillo, el 17 de noviembre. Asimismo, renueva en el mismo la abolición del tributo, la supresión de varios estancos y la moderación de otros impuestos. Llama la atención que el documento no haya sido rubricado por secretario alguno. Es probable que Ignacio Rayón se hubiera entretenido por algún motivo en el viaje, pues al parecer no llegó a Guadalajara, sino hasta el 30 de noviembre. 

El viernes 30 de noviembre, Hidalgo firma bando, rubricado también por Ignacio Rayón como secretario, en el que, atendiendo las quejas de criollos, prohíbe se les tomen cabalgaduras y otros bienes. Alrededor de este día, llega Mariano Abasolo a Guadalajara y le pide apoyo a Hidalgo para partir lejos. El caudillo le ordena quede sujeto a sus órdenes. 

El sábado 1 de diciembre, Hidalgo nombra coronel y comandante de la primera división de la costa del Sur con residencia en Tepic a Rafael de Híjar. Hidalgo otorga pasaporte de seguridad a Domingo Ibarrondo. Las tropas insurgentes de José María Mercado toman el puerto y el fuerte de San Blas. 

El domingo 2 de diciembre, Hidalgo asiste a misa. Expide oficio a José Iriarte, en que le ordena entregue reos al alcalde, vaya a León para organizar el gobierno insurgente y se sirva del estanco, la aduana y los caudales de gachupines.

La Audiencia Nacional 


El lunes 3 de diciembre, probablemente con el consejo de su abogado secretario, Hidalgo llevó a cabo la recomposición de la Audiencia Real de Nueva Galicia, que en adelante no se llamaría Real, sino Nacional. Como presidente nombró a José María Chico, que en ocasiones se había desempeñado como secretario; de los secretarios anteriores quedó José Antonio de Souza y Viana, y nombró a José Ignacio Ortiz de Salinas, a Pedro Alcántara de Avendaño y, posteriormente, a José Anastasio Reynoso, como alcaldes de corte. En la sala del crimen designó a Victoriano Mateos y Francisco Solórzano; como fiscal del crimen a Francisco González de Velasco y como fiscal de lo civil a Ignacio Mestas. El escribano de cámara se llamaba Andrés Arroyo de Anda, quien, al igual que Souza y González, simulaba su adhesión a la causa. Poco antes de que Hidalgo y Chico abandonaran la ciudad, el cura nombraría autoridad suprema de Guadalajara, al brigadier José María de Castañeda. 

En esta Audiencia, había 3 elementos de dudosa lealtad: Souza era rioplatense y enemigo oculto de la insurgencia, Francisco González de Velasco estaba con Souza y José Ignacio Ortiz de Salinas, preparaba su viaje a Guatemala, donde había sido nombrado Oidor al servicio de la Corona. No obstante se desconoce la actuación de ésta Audiencia, excepto que cobraron puntualmente su sueldo bruto de quinientos pesos los primeros días de enero.

Cambios en el juramento y ceremonial 


El juramento de la Audiencia independiente respetaba el “defender el misterio de la Inmaculada Concepción de María Santísima”, pero cambiaba el defender al rey y sus derechos y a España, por “defender los derechos de América”. Ya no hubo necesidad del real sello. 

Cuando Hidalgo entro al palacio el primer día y se sentó bajo el dosel, en el mismo estaba colgado un retrato de Fernando VII; el cual mando quitar Hidalgo, cambiándose el apelativo de “real” por el de “nacional” y así se habló de “Palacio nacional”, Audiencia Nacional”, “Caja Nacional”, etc. 

Renovados festejos


El martes 4 de diciembre hubo repiques y salvas para solemnizar la toma de San Blas del 1 de diciembre y festejar también la toma de Tepic del 20 de noviembre. El cura de Ahualulco, José María Mercado, había respondido con presteza a la orden de Hidalgo y lo había logrado sin disparar un tiro. Por otra parte la posesión de san Blas redondeaba la conquista de la Nueva Galicia, además de proveer de armamento y cañones a la insurgencia, que abría la causa a la comunicación marítima. Tal victoria fue ocasión de renovados festejos, música, teatro, pasiones de Hidalgo. Hidalgo abandonó su sobrio traje negro de cura y se engalanó con un uniforme vistoso, con vueltas en las mangas de color rojo:

La vida se convirtió en un permanente homenaje a Hidalgo, quien abandonó su sobrio traje negro de cura y se engalanó con un uniforme vistoso, con vueltas en las mangas de color rojo. Se sucedieron banquetes y bailes. La ciudad se sumergió en una fiesta que parecía no terminar, en medio de la cual Su Alteza Serenísima nombraba capitanes y coroneles por cientos. 

Hidalgo ordena a Toribio Huidobro no divida su tropa y se reúna con el ejército de Rafael Iriarte. El oidor traidor Juan José de Souza, certifica secretamente la protesta de Francisco González sobre su participación en el gobierno insurgente de Guadalajara. 

El miércoles 5 de diciembre. Hidalgo emite Bando en que ordena se entreguen rentas vencidas de tierras de comunidades indígenas a la caja nacional, y que en adelante esas tierras no se arrienden, sino se entreguen a los indios para su cultivo. 

El jueves 6 de diciembre, Hidalgo emite un segundo bando sobre abolición de la esclavitud y otras disposiciones. Sustancialmente es el mismo del 29 de noviembre, ahora más claro y conciso y con la firma de Rayón. 

Oficio de Hidalgo a José Antonio Macías en el que le advierte no aventure acciones militares sin conocida ventaja. 

El viernes 7 de diciembre, Hidalgo autoriza vestuario para los regimientos de Rafael Villaseñor y Manuel Muñiz. 

Alrededor de esta fecha, Hidalgo nombra a José María Chico secretario de Gracia y Justicia, y a Ignacio Rayón, secretario de Estado y Despacho.

Y mientras que había pasado con Allende 


<<Había pasado un mes desde la derrota de Aculco y la consiguiente separación de los caudillos. Hidalgo había resucitado sin necesidad de Allende y sin él había rehecho su ejército en Valladolid; contaba además con otros en distintos lugares, gracias a los jefes insurgentes del Occidente. Sin Allende había establecido una nueva audiencia, promulgado bandos, vigilado la propagación de la causa y administraba sus dineros. Es más por la fecha de la llegada de Allende a Guadalajara, Hidalgo había creado dos ministerios de su gobierno: uno de Gracia y Justicia, cuyo titular fue José María Chico, y otro del Despacho, al que fue elevado el secretario Rayón. 

En Aculco, Allende y Aldama decidieron lo que había intentado en Acámbaro: desplazar al generalísimo del mando militar. Como dijimos, tal vez sólo fueron rumores o aparentemente Hidalgo ya no había protestado, como tampoco dio respuesta a las cartas quejumbrosas de Allende en que le reclamaba su partida a Guadalajara en vez de ir a socorrerlo a Guanajuato, ni dio razón de los enviados –Camargo, Villanueva y Taboada- que con el mismo objeto le mando a Guadalajara. Más bien Hidalgo tenía razones para guardar resentimiento hacia Allende, pues lo dejó sólo en la retirada de Aculco. Independientemente de esto, el cura consideró que una vez deshecho el primer ejército era por demás intentar la defensa de Guanajuato; lo más que se podría hacer era entretener a Calleja, y eso hizo Allende. En cambio Guadalajara ofrecía las posibilidades de una recuperación adecuada. Así es que el Generalísimo esperó sin recelo al Capitán General. 

Allende se retiró de Guanajuato el 25 de noviembre, y habiendo salido por el rumbo de Chichíndaro, enfiló, luego a San Felipe, el 26, y de allí en 28 a la hacienda del Molino, de donde se le separó Jiménez con comisión hacia el norte. Prosiguió Allende hacia Aguascalientes, donde esperaba encontrar a Iriarte, que no había ocurrido al socorro en Guanajuato, pero éste se había alejado a Zacatecas dejando municiones en Aguascalientes, donde Allende permaneció una semana rehaciendo su ejército, que llegó entonces a unos mil hombres. […] Al fin partió Allende, alrededor del 6 de diciembre, hacia Guadalajara. Anunció previamente su arribo, de manera que Hidalgo, haciendo a un lado resentimientos, le preparó cálida bienvenida con repique y cañonazos, saliendo a recibirlo a Tlaquepaque el domingo 9 de diciembre.>> [3] 

El domingo 9 de diciembre, Hidalgo asiste a misa y luego sale a Tlaquepaque a recibir a Allende, Aldama y los demás jefes llegados de Guanajuato, quienes se hospedan en casa de Ortiz. 

El lunes 10 de diciembre, tienen larga conferencia los caudillos. Hidalgo autoriza vestuario para regimiento de Juan Nepomuceno Romero y para Miguel Ulibarri; asimismo, pertrechos para el cuerpo nacional de artillería. 

El martes 11 de diciembre, por la tarde, en las afueras de la ciudad, hay revista general de toda la tropa, cuyos efectivos se calcularon en alrededor de nueve mil. Según algunos, se descubre una conspiración contrarrevolucionaria. 

Hidalgo deja el mando militar a Allende, y a partir de su llegada, los bandos generalmente se publican con las firmas de los dos caudillos. 

El jueves 20 de diciembre, se emite Bando de Hidalgo y Allende contra abusos en el secuestro de bienes de europeos sin credenciales autorizadas. 

Se pública el Primer número de El Despertador Americano, periódico creado y redactado de orden de Hidalgo, dirigido por el doctor teólogo Francisco Severo Maldonado.

Gran parte del número es un discurso a favor de la causa insurgente en que se va dirigiendo a los europeos establecidos en América, a los criollos, a los que militan en filas realistas, a los ingleses y a los angloamericanos. 

Ahí se contiene uno de los primeros encomios impresos a Hidalgo en estos términos: “Volad al campo del honor, cubríos de gloria bajo la conducta del nuevo Washington que nos ha suscitado el cielo en su misericordia, de esa alma grande, llena de sabiduría y de bondad, que tiene encantados nuestros corazones con el admirable conjunto de sus virtudes populares y republicanas”. 

El jueves 27 de diciembre, se publica el Segundo número de El Despertador Americano. Un artículo consiste en la crítica a los habitantes criollos de la Ciudad de México por no participar en la insurrección. Dice: “el apático mexicano vegeta a su placer, sin tratar más que de adormecer su histérico con sendos tarros de pulque. Como hace seis comidas al día, está siempre indigesto, y como está rodeado de la mofeta de su laguna, no se le ve respirar fuego. ¿Habrá entre los habitantes de aquella ciudad populosa una milésima parte capaz de pronunciar con firmeza: ‘mi patria, mi libertad’? ¿Habrá una centésima capaz de sentir valor siquiera en los talones para venir a colocarse en la retaguardia de alguno de nuestros ejércitos?”. 

Hidalgo autoriza vestuario para Pedro Silva y José Antonio Morfín. Hidalgo comisiona a José María Sáenz de Ontiveros, cura del Nombre de Dios, para que extienda el movimiento en Nueva Vizcaya. 

El sábado 29 de diciembre, Hidalgo nombra a José María González Hermosillo coronel por sus victorias. 

Hidalgo ordena ministrar abrigo y baquetas al capitán Bernabé Parra. Tercer número de El Despertador Americano. Aquí se finge la carta de un criollo al periódico en que cuenta el sueño que tuvo: una conversación irónica con un europeo santanderino, quien entre otras cosas dice: “Dependencia a la corona de Castilla, téngala quien la tuviere […] 

No se quiere otra cosa más sino que ustedes como hasta aquí lo tengan todo ultramarino: cortes ultramarinas, comercio ultramarino y hasta la misma fe católica debe ser ultramarina. Con que se consiga que aquí nada se determine en última instancia y de un modo claro”. 

Domingo 30 de diciembre, Segunda revista general de la tropa insurgente, en los llanos de San Pedro: eran cerca de treinta mil, de a pie, incluidos 5 000 indios flecheros y 6 000 a caballo, en general, mal armados. 

Carta de Hidalgo a González Hermosillo sobre tropa, toma de Cosalá, bienes confiscados y promociones. 

Hidalgo determina usar firma de estampilla junto con Rayón por la multitud de oficios. 

El lunes 31 de diciembre Hidalgo, Allende y Rayón suscriben un bando en el que se manda “que todo habitante prestase, donase o vendiese para su ejército nacional cualquiera clase de armas de fuego que tuviera”. 

El martes 1 de enero de 1811, con aprobación de Hidalgo, se renueva el ayuntamiento de Guadalajara. 


El miércoles 2 de enero, Hidalgo se traslada a Juchipila, ya que los indios de Juchipila y Aposol (o Apozol) se niegan a obedecer decreto de Hidalgo del 18 de diciembre, en el cual se les insta a que se abstengan de vejar la casa y haciendas de José Julián Ximénez de Muñana. 

Hidalgo ordena pago para sueldo de la tropa. 

El jueves 3 de enero, se emite carta de Hidalgo a González Hermosillo sobre bienes y ejecuciones de europeos. Hidalgo ordena pago al fiscal Ignacio Mestas y al alcalde de la corte, Victoriano Mateos. 

Se publica el Cuarto número de El Despertador Americano. Contiene un largo discurso a los americanos, esto es, mexicanos, que militan bajo las banderas realistas para disuadirlos de ese partido. Se afirma que es “el momento señalado por la Providencia para que recobremos nuestra natural libertad e independencia”. 

El viernes 4 de enero, Hidalgo ordena pago a los oidores José Anastasio Reynoso, Ignacio Ortiz de Salinas, Francisco Solórzano y Pedro Alcántara de Avendaño, así como al fiscal José Francisco González. 

El sábado 5 de enero, Hidalgo envía carta a González Hermosillo sobre aprobación de operaciones, emisión de títulos y otros impresos. 

Orden de Hidalgo para que se ministren 6 000 pesos a José Gómez Portugal para gastos de guerra. 

Carta de Hidalgo a Juan de Dios Palomino, del Fresnillo, en que agradece sus buenos deseos. 

Constancia firmada por Hidalgo y Allende sobre un préstamo patriótico tomado de Capellanías y Obras Pías. 

El martes 8 de enero, se presentan a Hidalgo varios desertores de las filas realistas y le informan del mismo ánimo de otros. 

Hidalgo autoriza orden de pago a favor del letrado Juan de Dios de Híjar. 

Carta de Hidalgo al bachiller Francisco Ramírez, de Colima, en la que le ordena vender los bienes recogidos a españoles y acusa recibo de 4 500 pesos. 

El miércoles 9 de enero miércoles, Proclama impresa de Hidalgo que empieza: “Cuando yo vuelvo la vista por todas las naciones […]”, en la que argumenta como derecho natural el autogobierno y exhorta nuevamente a los paisanos que militan bajo bandera realista a que deserten. 

Hidalgo ordena a Francisco Roxas entregue 5 000 pesos de donativo para la causa a Joaquín Sierra. 

Carta de Hidalgo al bachiller Francisco Ramírez, de Colima, en la que le ordena remita cajones de pólvora. 

El jueves 10 de enero, Hidalgo envía carta a González Hermosillo: que mantenga buen trato a los pueblos y así se pueda posesionar de Durango; que el establecimiento de correo se sufrague por sí mismo; que se lleve cuenta formal y justificada de entradas y salidas. 

La dirigencia insurgente celebra junta de guerra: Allende opina no enfrentar a Calleja, sino organizar guerra de guerrillas; Hidalgo impone su punto de vista: dar la batalla campal. 

Quinto número de El Despertador Americano. Entre varias noticias viene la carta del insurgente Francisco Hernández fechada en Iguala el 15 de diciembre de 1810, donde dice: “Aquí, como ya os dijimos otra vez, se desplegó la bandera de la independencia para no enrollarse jamás: sed fieles a nuestra patria”.

Jorge Pérez Uribe

[1] Bertha Hernández, Miguel Hidalgo en Guadalajara: el torbellino, la libertad y “el frenesí”, https://www.cronica.com.mx/notas/2017/1058673.html

[2] Ibíd.

[3] Carlos Herrejón Peredo, Hidalgo: maestro, párroco e insurgente, Ed. Clío, libros y videos, S.A. de C.V., México, 2014, pág. págs.304, 305