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viernes, 31 de enero de 2020

¿QUÉ ES LO QUE ESTÁ PASANDO EN AMÉRICA LATINA? UNA PREGUNTA INQUIETANTE




Guzmán M. Carriquiry* | 23 enero, 2020

Conferencia del Dr. Guzmán M. Carriquiry, Secretario Vicepresidente de la Comisión Pontificia para América Latina, con líderes católicos comprometidos en la vida política, de diversos países latinoamericanos


¿Qué es lo que está pasando en América Latina? Ésta es una pregunta acuciante que no pueden dejar de planteársela quienes quieren el bien de nuestros pueblos. Es difícil mantener viva la esperanza cuando se advierte con desazón la situación actual. Se percibe a grueso modo que América Latina está entrando en una nueva fase en su vaivén de alternancias periódicas sin la continuidad acumulativa y auto-consistente de un auténtico progreso económico, social y político. 

Lo que se impone a simple vista es que América Latina está entrando en una fase de fuerte efervescencia social, como de estallido social, con protestas populares espontáneas que ocupan las calles como en Haití, Puerto Rico, Nicaragua, Colombia, Ecuador, Venezuela, Bolivia y Chile, en un clima que es a veces de violencias desatadas. América Latina es un hervidero de protestas. ¿Qué es lo que está pasando? Hay pocas respuestas que se advierten en el debate político e intelectual de América Latina. O, al menos, pocas respuestas razonables y convincentes. Las élites financieras, políticas e intelectuales de América Latina no han sido capaces de monitorear y entender lo que estaba pasando, lo que iba a pasar y lo que pasa ahora. También la Iglesia latinoamericana está llamada a discernir los “signos de los tiempos” en esa atenta escucha de la realidad a la que la llama el papa Francisco. En general, reina una gran incertidumbre, si no confusión.



Dentro de un cambio de época 



Esto no es de extrañar, pues aún no han madurado nuevos paradigmas para afrontar la realidad del impresionante “cambio de época” que estamos viviendo. Con el derrumbe del “socialismo real”, la conclusión del mundo bi-polar de Yalta dejó anacrónicas narraciones y contraposiciones ideológicas, y sus polarizaciones políticas, aunque sobrevivan por inercia. Estamos sumidos en un nuevo mundo emergente que hay que ir descifrando. 

El marxismo-leninismo que era ideología hegemónica en medios universitarios e intelectuales de la América Latina de los setenta y ochenta, ha quedado como un pálido vagabundo en la historia, apenas como ideología oficial anquilosada en Cuba. El “nuevo orden internacional” proclamado por el neocapitalismo triunfante, que incluso llegó a prospectar el “fin de la historia” destinado a recorrer sin alternativas los carriles del liberalismo económico y la democracia liberal hacia un mercado mundial sin regulaciones ni obstáculos y una paz y prosperidad para todos, ha sido teatro de una “tercera guerra mundial a fragmentos”, del terrorismo y el incremento de la violencia por doquier, del surgimiento de nuevas potencias en un nuevo concierto internacional muy fluido, de enormes concentraciones de riqueza y especulaciones financieras, de la profundización de la brecha de inicuas desigualdades sociales entre opulentos y multitudes excluidos. Y ahora asiste a tensiones y desequilibrios causados por proteccionismos y guerras comerciales. 

Este cambio de época lleva también consigo la difusión mundial de la sociedad del consumo y del espectáculo como gigantesca máquina de distracción de masa, de vigencias relativistas, individualistas, mientras que la “revolución digital”, que es una nueva fase de la revolución industrial, acelera en tiempo real todos los intercambios de informaciones, dineros, acciones, publicidades, entretenimientos, drogas y armas, y va cambiando todos los modos de vivir, pensar y operar. Hay que tener en cuenta que América Latina está envuelta en la complejidad de este “cambio de época” para darse un cuadro general adecuado de la incertidumbre y confusión que está sufriendo. Recomiendo la lectura del soberbio discurso del papa Francisco en el saludo natalicio a la Curia Romana. 

Si no cejamos en pensar con el papa Francisco en el horizonte de “Patria Grande” y seguimos afirmando, con los Obispos latinoamericanos en la Conferencia de Aparecida, que ninguna región en el mundo cuenta con tan arraigados factores objetivos y subjetivos de unidad como América Latina, a la vez nos damos cuenta que pasar de esa “estructura” de fondo a las coyunturas concretas de los diferentes países dificulta mucho intentar dar criterios generales de análisis para nuestra actualidad. 

Una cosa es lo que está sucediendo en Bolivia y otra cosa muy diferente sucede en Chile, son tan diferentes los acontecimientos en Brasil y México, Venezuela y Colombia, y así podríamos continuar…Así que hay que saber aterrizar estas hipótesis para corregirlas y adecuarlas a las situaciones específicas de cada país. 



De las vacas gordas a las flacas: persistencia de la pobreza y la indigencia 



Sin embargo, es muy claro que las protestas populares y callejeras que irrumpen por doquier encuentran sus causas de fondo en la pobreza y la desigualdad. No hay que considerarlas como producto de quién sabe qué conspiraciones, sean de derecha o de izquierda. 

No podemos cerrar los ojos al hecho de los todavía altos porcentajes de pobreza e indigencia en los pueblos latinoamericanos. Los años de las “vacas gordas”, de 2007 al 2014, gracias a los altos precios mundiales de nuestros productos energéticos, minerales, agrícolas y ganaderos pudieron permitir que algunas decenas de millones de latinoamericanos se incorporaran al mercado de trabajo y a los servicios públicos de salud, educación y asistencia social, aumentando su hasta entonces muy limitada capacidad de consumo. 


Las exportaciones de tales materias primas aportaron mucha riqueza a los países latinoamericanos, llenaron las arcas de los Estados y hubo una reducción de la pobreza dado el alto porcentaje del presupuesto público de los gobiernos centrales que se dedicó a gasto social. Diversos analistas destacaron el crecimiento de clases medias, sobre todo populares. Así fue como en el 2010 “The Economist” eligió para estos años la elogiosa denominación de “década latinoamericana”. Pero el éxito también seducía. 

Los países latinoamericanos se concentraron en un “neo-extractivismo”, sin afrontar las reformas estructurales que afrontaran tres pesadas herencias: las inicuas desigualdades sociales – el sistema impositivo casi no fue tocado o lo fue confusamente y las compensaciones sociales muy limitadas y sin cobertura permanente-; la incapacidad de servicios públicos eficientes, de calidad, accesibles a todos; y, sobre todo, la dependencia de las materias primas. La expansión de la soja en Argentina y de la soja y minería en Brasil mostraban como se apostaba sobre todo a la exportación de materias primas, sin estrategias de diversificación y aumento de la productividad. No hubo políticas de industrialización que aprovecharan para crear valores agregados a esa riqueza y nuevas fuentes de trabajo, contentándose con el tradicional modelo de crecimiento “hacia afuera”, dependiente de los vaivenes del mercado mundial. 

También se omitió por completo llevar adelante durante el boom de las materias primas, en la medida de lo posible, una activa política internacional de regulación de estos mercados. Y así es que desde 2015 hasta ahora hemos asistido a un descenso brusco de esos precios de las “commodities” en el mercado mundial mientras decae también la demanda china – años de “vacas flacas”, en que caen los precios del cobre y el hierro, el carbón y el petróleo, la soja y el maíz y podríamos seguir esta enumeración…–, lo que no podía no dejar sentir sus efectos negativos a niveles económicos y sociales en todos los países latinoamericanos. 

Hoy la región tiene una dependencia de las exportaciones de materias primas mayor que a fines del siglo XX. Ese neo-extractivismo no hace más que continuar y agravar aún los modos de explotación que son muchas veces irracionales e incluso del saqueo de los recursos naturales. De ello se alzó la denuncia en la reciente Asamblea del Sínodo sobre la Amazonia.

¿Qué se puede esperar de una región que crecerá este año entre el 0.2 y 05%, mientras que las economías asiáticas crecen al 5.9% y en África al 3.2%? 

No sólo los índices de crecimiento han sido en estos años muy limitados y en algunos países muy importantes en la región, como Argentina y Brasil, menos que nulos – ¡para no hablar del desastre venezolano! –, sino que la reducción de la pobreza que se logró durante la década del 2007 al 2015 ve ahora, desde el año 2017 un retroceso, sobre todo a niveles de la pobreza extrema. 

Tenemos que repetirnos, con la CEPAL, que de los aproximadamente 600 millones de latinoamericanos, su 30,2%, o sea 184 millones viven en condiciones de pobreza, en tanto que un 10.2%, unos 62 millones se encuentra en condiciones de pobreza extrema, el porcentaje más alto desde el 2008. ¡Uno de cada diez latinoamericanos vive en pobreza extrema! Si esa ha sido la tendencia del conjunto latinoamericano, sin embargo podría señalarse que algunos países, como Chile, El Salvador, República Dominicana, Costa Rica, Panamá y Uruguay lograron, desde 2012 a 2017, cierta reducción de la pobreza. Por eso, hay que tener en cuenta como causas profundas de los actuales estallidos populares no sólo las condiciones de pobreza que subsisten por doquier sino también las inicuas desigualdades sociales que se dan en América Latina, que no son sólo económicas sino también asociadas a la condición étnica, a las que se dan entre varones y mujeres y entre las distintas etapas de la vida.







Enormes e inicuas desigualdades sociales 



En efecto, las muy duras protestas sociales han sido provocadas sobre todo por los muy altos y escandalosos niveles de desigualdad que América Latina arrastra en su historia y que actualmente estallan ante las imágenes de los escaparates de sociedades que despiertan y alimentan toda clase de estímulos de consumo que vastos sectores de la población no pueden satisfacer y con el temor de ver aún empeoradas sus condiciones de vida. 

Hay que repetirse que América Latina sigue siendo la región con las mayores desigualdades del mundo entero, en la que enormes concentraciones de riquezas de oligarquías, que las ostentan en un estilo de vida opulento y que tienden a proteger en recintos cada vez más protegidos por todos los medios, conviven con las “villas miserias” (“pueblos jóvenes”, “favelas”, etc.) y con las grandes mayorías humanas que luchan por mantener día a día sus condiciones de vida y de trabajo. 

El 40% de la riqueza en América Latina está en manos de una minoría. En Perú alrededor del 1% de la población concentra el 40% de la riqueza y el 99% restante el 60%. Chile se ha gloriado de su crecimiento económico desde hace años, con inflación del 2%, desocupación del 7% y un PIL pro capite di U$S 20.000, pero el 1% de la población goza del 24% de la renta, mientras que la mitad de los chilenos recibe sólo un mínimo 2.5%. 

Un 40% de la población ocupada en América Latina percibe ingresos inferiores al salario mínimo y esto se incrementa notablemente cuando hablamos de las mujeres (48.7%) y de jóvenes entre los 15 y 24 años (55.9%), disparándose entre la juventud femenina al 60.3%. No en vano, los más altos porcentajes de las fuentes de trabajo en la región, al menos en un 50%, son aquéllos trabajos que se llaman edulcoradamente “informales”, pero que en la gran mayoría de los casos son ocupaciones callejeras extremadamente precarias, de mínima subsistencia, que rayan con la mendicidad. Si entre el 2008 y el 2015 los índices de esta desigualdad social disminuyeron, aunque en muy discreta medida, lo fueron gracias a medidas redistributivas recientes que no estuvieron asociadas a un reparto más equitativo del capital y del trabajo.




El estallido de la olla a presión 



Pues bien, estas espontáneas protestas callejeras son respuesta a la carga de muchos sufrimientos y sacrificios soportados, de muchas humillaciones sufridas y de horizontes de esperanza que parecen bloqueados. Es como la explosión de una “olla a presión”. No extraña que su estallido vea como protagonistas a sectores de juventud de escolarización de baja calidad, con muy grandes dificultades de acceder a mercados de trabajo y de horizontes bloqueados, a sectores de periferias pobres y de excluidos de las grandes ciudades, a los “mundos” de los “cholos” marginados y despreciados, como también, y esto es muy importante tenerlo en cuenta, a sectores de clases medias populares en condiciones de precariedad que habían recuperado algo y ahora ven que corren el riesgo de perderlo y venirse abajo. 

Si a las condiciones de pobreza y de desigualdades sociales le sumamos el reguero de modalidades de corrupción que ha tenido gran impacto mediático y judicial – en gran parte de los casos de cuantiosas coimas bajo contratos amañados con empresas multinacionales o empresas nacionales “amigas” o complacientes – y las acusaciones generalizadas, virulentas y compartidas en desahogos viscerales en los medios sociales, la resultante ha sido un “mix” de rabia muchas veces descontrolada.

En condiciones muy disímiles de país a país, estos estallidos provocados por la pobreza y la desigualdad social se dan en países con regímenes de gobierno y políticas económicas muy disímiles, tanto en Venezuela como en Colombia, en Chile como en Nicaragua. No sería nada extraño que asistiéramos a corto plazo a similares estallidos populares en el Brasil.




Una quiebra institucional 



A los grandes bolsones de pobreza y la profunda brecha social – que es como un abismo – se agrega, además, la quiebra institucional. Con esto quiero decir que las grandes instituciones públicas de los países latinoamericanos han ido perdiendo credibilidad. ¿Qué se puede esperar de esto en el Perú en el que una sucesión de Presidentes y ministros se han visto envueltos públicamente en olas de corrupción? No podemos ignorar la presencia capilar de la corrupción del narcotráfico en Colombia a todos los niveles, con autoridades del Estado que se muestran a veces cómplices, otras veces ausentes o impotentes en territorios en los que siguen dándose muy frecuentes asesinatos de defensores y líderes sociales y la persistencia de grupos guerrilleros, en clima de mucha inseguridad. Incluso Chile ha asistido al destape de formas de corrupción en la Corporación de empresarios, en la institución de los Carabineros, en el Parlamento, rozando también la anterior Presidencia de la República. 

Y en muchos de nuestros países no rige una real y efectiva separación de poderes. Un ejemplo notorio de ello son los fenómenos de la judicialización de la política y la politización de la magistratura. Si bien la magistratura ha tenido que intervenir ante casos notorios de corrupción de la política, muchas veces ha sido instrumentalizada por fines políticos. Acusar y pretender juzgar a Evo Morales de “crímenes contra la humanidad” es una barbaridad, mientras que en Venezuela el poder judicial es sólo soporte de la autocracia e instrumento de persecución de líderes opositores. Sentencias de la magistratura de diversos países admitiendo los matrimonios homosexuales y las prácticas abortivas más allá o aún en contra de dictados constitucionales son otra muestra de esa politización. 

Son muy altos los niveles de corrupción en Haití, Honduras, Guatemala, Paraguay… ¿Y qué credibilidad pueden suscitar regímenes autocráticos como el venezolano y el nicaragüense? En Bolivia, Evo Morales sufrió una quiebra institucional – que es forma edulcorada para indicar una especie “sui generis” de golpe de estado -, pero fue su afán desmesurado de poder personal que incubó esa quiebra al no respetar el resultado del plebiscito popular contra su reelección y operar, como es bien posible, maniobras fraudulentas en las recientes elecciones. Hubiera podido dejar la presidencia en tiempo oportuno y prepararse para volver años después, porque, más allá de una retórica cementista, una división y contraposición étnica maniquea y no pocos desplantes autoritarios, había sabido impulsar un crecimiento económico sostenido del país, modernizándolo, sacando a muchos sectores de la pobreza y suscitando la auto-estima de un pueblo tradicionalmente despreciado por las elites criollas. Ahora Bolivia entra en una fase previsible de fuerte inestabilidad institucional y contrastes sociales. 

Esa misma falta de credibilidad en autoridades de gobierno y elites de grandes riquezas fue lo que provocó una arrolladora victoria electoral de López Obrador en las elecciones presidenciales mexicanas y que, no obstante las dificultades que encuentra para definir más precisamente su camino de gobierno y reformas, aún su consenso supere más del 60% de la población. 

Ejemplo de mayor tradición, consistencia y respeto por las instituciones se percibe en el Uruguay ¿Qué hubiera pasado en muchos otros países latinoamericanos si el resultado a las elecciones presidenciales hubiera sido sólo de unos 20.000 votos de diferencias? Sin duda, hubieran abundado las acusaciones, reyertas y revueltas a más no poder…También Costa Rica es ejemplo de tradición democrática y seriedad institucional. Pero se trata de excepciones… 

Cuando hablo de quiebra institucional no sólo me refiero a la credibilidad de las autoridades de gobierno, sino también de las elites tecnocráticas, de las Fuerzas Armadas, de las Corporaciones de Empresarios. También los sindicatos están bastante debilitados, representando sobre todo a los trabajadores con ocupación formal, mientras que la mayoría de los trabajadores en América Latina lo son “informales” o “excluidos”. Por eso, el Papa Francisco ha discernido con claridad la irrupción de los “movimientos populares”, en sus distintas acepciones y realidades. Sin una relación más estrecha entre sindicatos y movimientos populares, los primeros corren el riesgo de degenerar en corporaciones de burócratas sindicales que custodian los intereses de trabajadores privilegiados, y los suyos propios, y los segundos de representar experiencias muy aisladas y limitadas o degenerar en una variedad de grupos y grupúsculos ideológicos y violentos. 



El desfonde de la estructura tradicional de partidos 



La quiebra institucional más notoria se sufre en democracias cada vez menos representativas. Se ha desfondado, por lo general, la estructura tradicional de los partidos políticos en América Latina.

Partidos políticos conservadores y liberales siguen apostando a políticas económicas neo-liberales, sin haber aprendido de las profundas crisis económicas, financieras y sociales que en tiempos de euforia – véase el “consenso de Washington” – dichos enfoques provocaron. La obsolescencia de los costosos e ineficientes aparatos burocráticos del Estado los llevan a confiar sobre todo en el mercado, en general controlado por la alianza de poderes políticos y grandes grupos económicos, que deja un vasto tendal de “excluidos”. 

Tender siempre a achicar el Estado – que no es lo mismo que la más que necesaria modernización del Estado -, es ignorar que hay bienes públicos fundamentales que el mercado no puede ni quiere satisfacer universalmente, que se carece de una visión respecto a las prioridades estratégicas que el Estado tiene que llevar adelante y que se opta por reducir políticas sociales estructurales. 

Si en algunos casos logran una rentabilidad y modernización significativas, como en Chile, resultan incapaces de afrontar decididamente las condiciones de pobreza y las desigualdades sociales. No es con reformas de fachada, ni siquiera con una nueva Constitución, sino con una revisión muy profunda de su política económica y social que Chile tendrá que afrontar su próximo futuro. En otros casos, como en la Argentina de Macri, el derrumbe económico, la enorme deuda imposible de pagar a breve plazo y el incremento de la pobreza son signos de su total fracaso. No es de extrañar, pues, que dichos partidos no logren, sino coyunturalmente, la adhesión y menos la representación de vastos sectores populares. Si lo han logrado ha sido por reacción a las profundas crisis o agotamientos de los partidos de “izquierda”. 

Una palabra especial merece la crisis sufrida ya desde hace décadas por la Democracia Cristiana y la constelación social-cristiana. Tuvo su tiempo de esplendor desde la pos-guerra y en los años 60 de la “revolución en libertad” en el Chile de Frei, en Venezuela de Caldera y en otros países. Por una parte, la radicalización generada por doquier por la proyección de la revolución cubana en América Latina le provocó continuas tensiones y oscilaciones entre una posición tecnocrática-desarrollista y una posición de seguimiento de posiciones filo-marxista, con numerosas escisiones. Por otra parte, la ruptura de los vasos capilares con la Iglesia, que mucho la había alimentado con su doctrina social y grandes pensadores católicos como Meritan – ruptura causada sea por la diáspora política de los católicos en tiempos post-conciliares sea por la secularización de las dirigencias demo-cristianas – la introdujo en una crisis cultural que anticipó y preparó su crisis política. 

En algunos casos, como en Argentina, nunca pudo prosperar porque el “justicialismo” peronista tuvo fuerte influencia de la Doctrina social de la Iglesia, representó a vastos sectores populares arraigados en la religiosidad popular cristianos y, después del Concilio, gran parte de la clerecía le expresó su apoyo en tiempos de dictadura y de su exclusión en las contiendas electorales. 

Hoy día, la Democracia Cristiana necesita una revisión y reactualización radicales. Y esto sería muy importante, porque lo de “Democracia” y “Cristiana” sigue siendo una combinación política óptima para América Latina, llámese como se llamen los partidos que la encarnan. 

La actual coyuntura expresa también cierto agotamiento de las izquierdas políticas e intelectuales, muy desconcertadas. La crisis de credibilidad del marxismo-leninismo, por una parte, y el arrastrarse cansino y empobrecido de la social-democracia recostada en las sociedades de alto consumo, por otra, las han dejado huérfanas. En general, las izquierdas tradicionales no han sabido imaginar nuevos caminos, utopías y místicas para esa transformación en las condiciones económicas, tecnológicas y sociales de nuestro tiempo. Además, han ido sustituyendo u ofuscando, o también mezclando, cada vez más raídas proclamas e intenciones de transformación social con la aceptación acrítica de sub-productos culturales de las sociedades de alto consumo, con su relativismo hedonista, con sus formas de colonización cultural. No extraña, pues, que los “establishments” bien pensantes de la izquierda se hayan convertido en los protagonistas propagadores de discursos sobre la liberalización del aborto, los matrimonios homosexuales, el alquiler de los vientres femeninos, la facilonería para el divorcio, la ideología del género, etc. considerando todo ello como signos de “progreso” (“progreso” por cierto lanzado y sostenido por grandes agencias y corporaciones internacionales y convertido en mentalidad común). 

Es grave que las izquierdas se demuestren bastante incapaces de mirar la realidad con los ojos de los excluidos, “desechados y sobrantes”, y, a la vez, de proponer un proyecto nacional para el bien común de todos. Incluso la sacrosanta lucha por la dignidad de los pueblos indígenas, especialmente vulnerables y hoy muy amenazados, se ha reducido a menudo a un indigenismo ideológico, de pura denuncia, sin repensar y alentar grandes proyectos de realización efectiva de esa dignidad, creando condiciones materiales, económicas y espirituales para hacerla posible y una gradual integración de estos pueblos, respetuosa de sus tierras y culturas, en las sociedades nacionales a la altura del siglo XXI. 

La idolatría del poder y su ejercicio centralista y verticalista ha alejado las izquierdas políticas de necesidades y emergencias de la llamada “sociedad civil” y las ha mezclado, en no pocos países, en frecuentes situaciones de corrupción. No han sabido dar respuestas serias a las situaciones de inseguridad que se sufre sobre todo a niveles ciudadanos ni a la emergencia educativa que es prioridad capital para un auténtico desarrollo de nuestros pueblos. Es sorprendente que los gobiernos de izquierda desalojados del poder en varios países de América Latina no hayan elaborado una severa autocrítica de los motivos de su derrota y, al contrario, queden encerrados en una apología engañosa y en una espera de su revancha. 

Para más, la sugestiva consigna del “socialismo del siglo XXI” ha sido sólo cobertura ideológica de regímenes autocráticos, liberticidas, como en Venezuela y Nicaragua, cuyo fracaso económico y social es evidente. En Venezuela los datos son escalofriantes: 73% de la población en condiciones de pobreza, 4 millones y medio de venezolanos que han dejado el país y 5.000 personas que cada día huyen de Venezuela. Sólo la corrupción de las cúpulas militares, el apoyo estratégico y en las fuerzas represivas por parte de cubanos, la violación sistemática de los derechos humanos, aunque también las divisiones mezquinas de las fuerzas de oposición incapaces de un gran programa de reconstrucción nacional y popular, permiten la sobrevivencia de ese desastre. 

Cuba, por su parte, ya ha perdido la fuerza de atracción y propulsión que tuvo sobre significativos sectores universitarios, intelectuales e incluso clericales desde los años 60 a los 80. Lamentamos, sí, que la promisoria normalización de relaciones con Estados Unidos, después de décadas de guerra fría, haya dado marcha atrás con la presidencia de Trump, pero el socialismo cubano conlleva el límite congénito y las pesadas consecuencias de todo régimen leninista y colectivista y, por eso, no ha dado respuestas más cabales a las notorias limitaciones a las libertades públicas y sobrevive económicamente, sin poder ya poner como excusa el odioso asedio y embargo del gigante del Norte. No queremos para nada que el futuro de Cuba – que es parte de América Latina – sea el de una factoría marginal de Miami para diversiones corruptas, pero tampoco que se eternice una casta burocrática e ideológica que sofoca el país en la depresión y desesperanza. 



Partidos políticos de derecha y de izquierda no logran zafar de sus ideologismos gastados. 



Las espontáneas protestas populares y callejeras que han hecho irrupción recientemente carecen, pues, de líderes, partidos y modelos que tengan la credibilidad como para encauzarlas. Hay quienes pretenden instrumentalizarlas, pero no las representan ni dirigen. La gente está cansada y con mucha rabia ante el espectáculo de corporaciones autorreferenciales de políticos profesionales enfrascados en sus pujas de poder, con descalificaciones e insultos, más interesados en sus intereses que en el bien común, sin pasión por el propio pueblo y menos por los humildes y desamparados, sin grandes proyectos nacionales y populares, incapaces de suscitar esperanzas fundadas.  (continuará).

Roma, 18 de enero de 2020

*Doctor en Derecho y Ciencias Sociales

sábado, 23 de noviembre de 2019

PENSADORES ATEOS EMPIEZAN A ALERTAR: EL DECLIVE DEL CRISTIANISMO ESTÁ DAÑANDO SERIAMENTE LA SOCIEDAD


Richard Dawkins, en una entrevista de principios de año en CNN Chile, donde se reiteró como militantemente ateo y anticatólico. Pero hay cosas de la sociedad sin Dios que parecen inquietarle.


ReL
| 17 noviembre 2019


Han hecho todo lo posible por descristianizar la sociedad, convertidos en gurús del ateísmo radical con amplio eco mediático. Pero ahora que ya se palpan los frutos de la secularización, empiezan a barruntar que tal vez su sueño de un mundo sin Dios pueda acabar en pesadilla. Jonathan Van Maren analiza en Life Site News el cambio que se aprecia en el discurso incluso de algunos militantes anticristianos como Richard Dawkins: 

Los ateos alertan: el declive del cristianismo está dañando seriamente la sociedad

Hace unos años, el agresivo movimiento New Atheist, que incluía entre sus filas a alborotadores retóricos como Christopher Hitchens y a biólogos de renombre como Richard Dawkins, encabezaba las acusaciones contra la religión y contra los últimos vestigios de la fe cristiana en Occidente. La religión, declaró Hitchens en una frase que se hizo célebre, "lo envenena todo" y sólo puede ser considerada, como mucho, el "primer y peor" intento de la humanidad de resolver las cuestiones existenciales. Si estas supersticiones cubiertas de telarañas fueran eliminadas por los vientos refrescantes de la razón y la Ilustración, de sus cenizas surgiría una sociedad mejor... o así pensaban ellos. 

Sin embargo, a medida que el cristianismo se aleja en el espejo retrovisor de nuestra civilización, muchos ateos inteligentes empiezan a darse cuenta de que la Ilustración sólo pudo tener éxito porque influyó en una sociedad cristiana. En una sociedad verdaderamente secular, en la que hombres y mujeres viven su vida bajo cielos vacíos y en la que esperan ser reciclados en lugar de ser resucitados, no hay una base sólida moral que distinga entre el bien y el mal. Anti-deístas como Christopher Hitchens se burlaban, ultrajados ante la idea de que la humanidad necesitara un Dios para saber lo que está bien y lo que está mal; pero han bastado dos generaciones inmersas en la Gran Secularización para no saber ya distinguir lo masculino de lo femenino.



De izquierda a derecha en la foto, Jordan Peterson, Douglas Murray y Sam Harris: mantuvieron dos debates en Dublín y Londres en julio de 2018 sobre las "preguntas esenciales".

Sería interesante saber cómo Hitchens respondería a las insensateces que han surgido desde su fallecimiento, y si se percataría, como han hecho algunos de sus amigos "sin dios", de que uno no necesita considerar creíble el cristianismo para darse cuenta de que es necesario. Douglas Murray, que en ocasiones se llama a sí mismo "un cristiano ateo", ha debatido públicamente con el compañero de Hitchens Sam Harris -el "Jinete del Apocalipsis"-, sobre si una sociedad basada en los valores de la Ilustración es posible sin la presencia del cristianismo. Harris espera que sí lo sea. Murray es comprensivo, pero escéptico al respecto. 

Murray ha admitido que, a medida que pasa el tiempo, está cada vez más convencido que el proyecto ateo carece de esperanza. Cuando, recientemente, aceptó participar en mi programa para hablar sobre su último libro The Madness of Crowds [La locura de las masas], reiteró que cree que, en ausencia de la capacidad de los laicistas de forjar una visión ética sobre cuestiones fundamentales como la santidad de la vida, tal vez estemos obligados a reconocer que volver a la fe es la mejor opción posible que tenemos. Observó que es una posibilidad muy real que nuestro concepto moderno de derechos humanos, basado como está en los fundamentos judeocristianos, solamente pueda sobrevivir al cristianismo unos pocos años. Separados de la fuente, nuestra concepción de los derechos humanos podría marchitarse y desaparecer a gran velocidad, dejándonos caminando a tientas en una oscuridad densa e impenetrable.


Manifestación islamista en Londres, con carteles invitando a alzarse "contra los cruzados", pidiendo la yihad "para defender a los musulmanes" y anunciando que "el islam conquistará el mundo".

Sin el respaldo del cristianismo en nuestra sociedad, seremos nosotros los que tengamos que decidir qué está bien y qué está mal y, tal como demuestran claramente nuestras guerras culturales, nuestra civilización se despedazará antes de que recupere el consenso. 

En tiempos recientes, muchos ateos optimistas creían que una vez que Dios hubiera sido destronado y hubiera desaparecido podríamos vivir como adultos, y seguir con el proyecto utópico de crear una sociedad basada en la fe sobre nosotros mismos. Estos escépticos eran, por desgracia, escépticos acerca de todo, salvo sobre la bondad de la humanidad, a pesar del hecho de no tener una base metafísica, ni siquiera darwiniana, para este supuesto, de fácil refutación. La increíble popularidad de Jordan Peterson está basada, en parte, en su reconocimiento de que la gente en general no es buena, una realidad fácilmente demostrable con la gran cantidad de sangre derramada durante el siglo pasado. 

Es el deplorable fracaso de esta tesis lo que está llevando a algunos ateos de gran relevancia a admitir, a regañadientes, que tal vez el cristianismo es más necesario de lo que ellos pensaban. En fecha tan reciente como 2015, Richard Dawkins (autor de El espejismo de Dios) alegaba que había que proteger a los niños del punto de vista religioso de sus padres, e hizo una serie de comentarios alarmantes sobre el derecho de los padres a educar a sus hijos según los principios de su fe religiosa. Sin embargo, en 2018, Dawkins alertaba de que la "religión cristiana benigna" tal vez estaba siendo reemplazada por algo decididamente menos benigno, y que quizás deberíamos dar marcha atrás para discutir qué sucedería si los apóstoles del laicismo consiguieran destruir o eliminar el cristianismo. 

Otros ateos y agnósticos como Bill Maher y Ayaan Hirsi Ali han secundado los planteamientos de Dawkins. Es un giro radical en muy pocos años, y el hecho de que sean personas ateas las que estén dando la voz de alarma debería alertar a los cristianos sobre las consecuencias de la actual secularización, que no tiene visos de detenerse. 

Dawkins ha saltado a la palestra y ha repudiado su antigua creencia según la cual el cristianismo debía ser firmemente eliminado de la sociedad. De hecho, hizo unas declaraciones en The Times en las que afirma que acabar con la religión -antes, su objetivo más deseado-, sería algo terrible, porque le daría "a la gente licencia para hacer cosas realmente malvadas". 

A pesar de que Dawkins sostuvo durante mucho tiempo que la idea de que el Dios de la Biblia es necesario para fundamentar moral es ridícula y ofensiva, da la sensación de que ahora está dando marcha atrás. "La gente puede sentirse libre de cometer maldades si siente que Dios no está mirando", ha dicho, citando el ejemplo de las cámaras de seguridad como elemento disuasorio para robar en las tiendas. Uno se pregunta si tal vez haya escuchado a Douglas Murray cuando recordaba que los soviéticos mataron a millones de personas porque creían firmemente que no había ningún Juez esperándoles para juzgarles cuando hubieran acabado la masacre.

Imágenes profanadas y destruidas en el fuego durante las algaradas revolucionarias en Chile.

Dawkins aborda estas ideas en su último libro, Outgrowing God. "Sea o no irracional, por desgracia parece plausible que, si alguien cree sinceramente que Dios está observando sus movimientos, crea que es mejor comportarse bien", ha confesado a regañadientes. "Tengo que decir que odio esta idea; me gustaría creer que los humanos somos mejores que esto. Me gustaría creer que soy honesto independientemente de si alguien me está mirando o no". Si bien ser consciente de esto no es, para él, una razón suficientemente buena para creer en Dios, ahora se da cuenta de que la afirmación de la existencia de Dios sí que beneficia a la sociedad. Por ejemplo, admite, "haría descender los índices de criminalidad". 

La conversión de Dawkins a la creencia de que el cristianismo es bueno y, tal vez, incluso necesario para que la civilización occidental funcione en armonía es alucinante. Dawkins ha sido uno de los más intolerantes y fundamentalistas defensores del laicismo, un hombre que creía que había que negar a los padres su derecho a transmitir la fe a sus hijos, y que el gobierno debía ponerse activamente de parte de los que no creen en Dios en detrimento de los creyentes. 

En muy pocos años ha cambiado de registro y ahora parece reconocer que no se puede contar con que los seres humanos sean automáticamente buenos y actúen con el espíritu de armonía y solidaridad que tanto aprecian él y sus compañeros defensores del nuevo ateísmo. Y si la bondad inherente de la humanidad brilla por su ausencia, ¿cómo podremos prever que las personas no destrozarán una civilización que ha sido construida por hombres y mujeres de fe? 

La respuesta es simple: necesitamos a Dios. 

Traducido por Elena Faccia Serrano

viernes, 13 de septiembre de 2019

LA DEPREDACIÓN DE LA AMAZONIA Y EL CUIDADO DE LA CASA COMÚN



I.-La depredación de la Amazonia


<<Entre enero y el 29 de agosto, los datos satelitales del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE) contabilizaron 87.257 puntos de incendios, 51,9% de ellos en la selva tropical. La cifra se actualiza a diario y Brasil aún tiene por lo menos un mes y medio de sequía por delante. 

La serie histórica del INPE muestra que desde 2004 los incendios en ese periodo sólo fueron más numerosos en 2005, 2006, 2007 y 2010, periodos con sequías mucho más severas que las de este año, explica el investigador del Instituto Sociomabiental (ISA) Rodrigo Junqueira. 

"Cuando ocurren fenómenos climáticos como El Niño, hay mayor propensión a incendios porque el ambiente está muy seco", indica. 

Los expertos afirman que la estación seca este año es más húmeda que en años anteriores y recuerdan que en la Amazonía no existen incendios por causa natural. 

"La incidencia del fuego en la región amazónica está directamente relacionada a la acción humana y las llamas acostumbran a seguir el rastro de la deforestación: cuanto más se deforesta, mayor el número de focos de calor", indicó el Instituto de Investigación Ambiental de la Amazonía (IPAM), que también divulgó un estudio mostrando que los municipios que concentran mayores incendios son aquellos en los que hubo mayor deforestación.

Antonio Oviedo, del ISA, sostiene que por primera vez la Amazonía brasileña concentra más de la mitad de los incendios desde el inicio de la estación seca a mediados de julio. 

Entre el 20 de julio y el 20 de agosto, el 65,1% del total de incendios fue en el bioma amazónico. "La Amazonía nunca había concentrado tanto fuego en Brasil", dice Oviedo.

El investigador aseguró que el peor año para la Amazonía en ese periodo había sido 2005, con 46% del total de los incendios. >>[1]

Se considera que los incendios, en su mayoría han sido iniciados por granjeros para limpiar sus tierras, y que se han extendido a zonas deshabitadas de la selva tropical, imponiéndose en los estados del noroeste del país, entre ellos Acre y Rondônia. Al 23 de agosto se estimaban 1,8 millones de hectáreas quemadas. 

Debido a que los incendios han sido tan espesos y extendidos, el humo ha flotado a cientos de kilómetros hasta llegar a la costa Atlántica y a São Paulo, la ciudad más poblada de Brasil, según la Organización Meteorológica Mundial

En redes sociales circularon ampliamente imágenes del cielo de São Paulo, que lucía oscuro durante el día, pero los investigadores dijeron que trabajaban para comprender si el fenómeno tenía relación con los incendios. 


II.- Cuando en São Paulo se hizo de noche a las tres de la tarde





<<De repente, a las tres de la tarde, oscureció en São Paulo. La ciudad, al sureste de Brasil, está a más de 3.000 kilómetros de la Amazonia (norte), pero sintió este lunes durante varias horas el peso de la falta de conciencia que se tiene con los bosques y selvas del país. Los incendios, que se extendían desde hace días por las áreas selváticas y se propagaban por los Estados de Acre, Rondonia, Mato Grosso y Mato Grosso del Sur —alcanzando la triple frontera entre Brasil, Bolivia y Paraguay—, y el mal tiempo fueron los causantes de la oscuridad que se cernió sobre São Paulo. Inmensas áreas de la Amazonia y del Pantanal, otra reserva amenazada en el centro de Brasil, ardían en llamas y el fuerte humo, transportado por el viento en dirección al sureste, impregnó el aire de la ciudad. De esta manera, “contribuyó” la catástrofe natural, según el meteorólogo Marcelo Pinheiro, del Instituto Climatempo, a que el cielo se oscureciera más de lo normal. […] 

Las imágenes de un gran incendio en el Estado de Rondonia, que hace frontera con Bolivia, circularon por las redes sociales durante el fin de semana. También se difundió la fotografía de su capital, Porto Velho, inmersa en una nube de humo. Entre las cinco y las seis de la tarde del lunes, imágenes de satélite en tiempo real de diversas empresas e instituciones internacionales —entre ellas la NASA— mostraron una alta concentración atmosférica de monóxido de carbono (CO) en los Estados norteños de Acre y Rondonia y en la región central de Mato Grosso y Mato Grosso del Sur. El fuego también afectó a lo largo del fin de semana a amplias zonas de Bolivia y Paraguay, que finalmente consiguieron controlar las llamas el lunes por la tarde, después de que se quemaran alrededor de 21.000 hectáreas de la reserva Tres Gigantes, en la región de la triple frontera. 


III.-“La Amazonia es nuestra, no de ustedes” 


El presidente Jair Bolsonaro criticó los datos del INPE, que indican un fuerte aumento de la deforestación en la Amazonia durante los primeros meses de su gobierno. Bolsonaro desacreditó los números en un encuentro con corresponsales, algo que el presidente de la institución, Ricardo Galvão, contradijo públicamente. El físico acabó siendo destituido. >>[2]

El mandatario brasileño, que desde la campaña de 2018 se ha manifestado a favor de flexibilizar los controles que evitan la deforestación, ha restado peso al Instituto Brasileño del Medio Ambiente y de los Recursos Naturales Renovables y ha defendido que se permita la extracción minera en tierras indígenas. También ha entrado en ruta de colisión con Alemania y Noruega, que desde 2008 apoyan económicamente el Fondo Amazonia, uno de los responsables de financiar proyectos de preservación de la selva brasileña. Los dos países han congelado las ayudas. 

<<El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, recibió ayer por primera vez desde que asumió el cargo en enero a la prensa extranjera. No fue una rueda de prensa tradicional, sino un desayuno con periodistas de 12 medios, entre ellos EL PAÍS. “Gran parte de la prensa tiene una imagen distorsionada de quién soy”, abrió el encuentro Bolsonaro. “Entiendo perfectamente la imagen envenenada que se tiene fuera de Brasil”, abundó el mandatario, señalando a la prensa brasileña. […] 




El desprecio que exhibe Bolsonaro hacia lo que considera una especie de victimismo en Brasil cuando se habla de datos sociales o de minorías suele dejar en segundo plano informaciones como su interés por ampliar negocios con China, que persigue independientemente de su gran aprecio por los EE UU de Donald Trump […] Según el ministro Lorenzoni, Bolsonaro llevará a China un “portafolio” con proyectos para ofrecer a empresas chinas concesiones en Brasil para que inviertan en ampliar carreteras, vías de ferrocarril, puertos, aeropuertos, y en energía. 

El acuerdo comercial del Mercosur también surgió en las preguntas del encuentro, pero la preocupación sobre el medio ambiente dominó buena parte de la conversación. “Lo que firmamos, será respetado”, afirmó Bolsonaro sin mencionar el acuerdo de París para frenar el cambio climático, condición del presidente francés, Emmanuel Macron, para dar el aval al acuerdo del Mercosur con UE. “Pero hay normas ambientales absurdas que promueven un divorcio entre la preservación ambiental y el desarrollo”, dijo, antes de sostener que Brasil es el país que más preserva el medio ambiente en el mundo, con un 58% de bosques nativos. De ahí pasó a asegurar que los datos de deforestación de la Amazonia, que tanto preocupan, son falsos. 

“Si todos los datos de deforestación de los últimos diez años fueran verdad, la Amazonia ya no existiría”, insistió Bolsonaro, cuestionando incluso los datos oficiales de Brasil, que elabora un instituto del propio Gobierno. “Sabemos que si deforestamos esto se transforma en desierto”. 

Según el presidente, hay mucha presión externa sobre la Amazonia para intentar influir en la política brasileña. “La Amazonia es nuestra, no de ustedes”, soltó Bolsonaro, que ve exagerada la preocupación por los indígenas afectados. “Ustedes quieren tratar a los indígenas como seres prehistóricos. Y hay indígenas que quieren trabajar, producir”. 

El formato del encuentro no permitió confrontar al presidente con los datos sobre ataques a reservas indígenas promocionados por dueños de haciendas y empresas de extracción mineral. A ello se sumó el enfado del presidente brasileño ante preguntas incómodas, como las relacionadas con el medio ambiente. “Hay una verdadera psicosis ambiental que deja de existir conmigo”, avisó. […] 

El acuerdo del Mercosur con la UE resurgió finalmente en relación con un posible uso abusivo de pesticidas en la agricultura brasileña. “Eso es parte de una guerra informativa”, rechazó el presidente, aludiendo a que detrás hay una guerra comercial. “Una fake new, usando la expresión de nuestro querido Donald Trump”. >>[3]


III.- Sobre el cuidado de la Casa Común [4]


El 24 de mayo de 2015, el Papa Francisco dio a conocer su Carta Encíclica “Laudato si’ o “Sobre el cuidado de la Casa Común”. 

1. «Laudato si’, mi’ Signore» – «Alabado seas, mi Señor», cantaba san Francisco de Asís. En ese hermoso cántico nos recordaba que nuestra casa común es también como una hermana, con la cual compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos: «Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sustenta, y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba». 

2. Esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que «gime y sufre dolores de parto» (Rm 8,22). Olvidamos que nosotros mismos somos tierra (cf. Gn 2,7). Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura. 




8. Mencionemos, por ejemplo, esos pulmones del planeta repletos de biodiversidad que son la Amazonia y la cuenca fluvial del Congo, o los grandes acuíferos y los glaciares. No se ignora la importancia de esos lugares para la totalidad del planeta y para el futuro de la humanidad. Los ecosistemas de las selvas tropicales tienen una biodiversidad con una enorme complejidad, casi imposible de reconocer integralmente, pero cuando esas selvas son quemadas o arrasadas para desarrollar cultivos, en pocos años se pierden innumerables especies, cuando no se convierten en áridos desiertos. Sin embargo, un delicado equilibrio se impone a la hora de hablar sobre estos lugares, porque tampoco se pueden ignorar los enormes intereses económicos internacionales que, bajo el pretexto de cuidarlos, pueden atentar contra las soberanías nacionales. De hecho, existen «propuestas de internacionalización de la Amazonia, que sólo sirven a los intereses económicos de las corporaciones transnacionales». Es loable la tarea de organismos internacionales y de organizaciones de la sociedad civil que sensibilizan a las poblaciones y cooperan críticamente, también utilizando legítimos mecanismos de presión, para que cada gobierno cumpla con su propio e indelegable deber de preservar el ambiente y los recursos naturales de su país, sin venderse a intereses espurios locales o internacionales. 


IV.-La raíz humana de la crisis ecológica [5]


101. No nos servirá describir los síntomas, si no reconocemos la raíz humana de la crisis ecológica. Hay un modo de entender la vida y la acción humana que se ha desviado y que contradice la realidad hasta dañarla. ¿Por qué no podemos detenernos a pensarlo? En esta reflexión propongo que nos concentremos en el paradigma tecnocrático dominante y en el lugar del ser humano y de su acción en el mundo. 

102. La humanidad ha ingresado en una nueva era en la que el poderío tecnológico nos pone en una encrucijada. Somos los herederos de dos siglos de enormes olas de cambio: el motor a vapor, el ferrocarril, el telégrafo, la electricidad, el automóvil, el avión, las industrias químicas, la medicina moderna, la informática y, más recientemente, la revolución digital, la robótica, las biotecnologías y las nanotecnologías. Es justo alegrarse ante estos avances, y entusiasmarse frente a las amplias posibilidades que nos abren estas constantes novedades, porque «la ciencia y la tecnología son un maravilloso producto de la creatividad humana donada por Dios» [81]. La modificación de la naturaleza con fines útiles es una característica de la humanidad desde sus inicios, y así la técnica «expresa la tensión del ánimo humano hacia la superación gradual de ciertos condicionamientos materiales» [82]. La tecnología ha remediado innumerables males que dañaban y limitaban al ser humano. No podemos dejar de valorar y de agradecer el progreso técnico, especialmente en la medicina, la ingeniería y las comunicaciones. ¿Y cómo no reconocer todos los esfuerzos de muchos científicos y técnicos, que han aportado alternativas para un desarrollo sostenible? 




104. Pero no podemos ignorar que la energía nuclear, la biotecnología, la informática, el conocimiento de nuestro propio ADN y otras capacidades que hemos adquirido nos dan un tremendo poder. Mejor dicho, dan a quienes tienen el conocimiento, y sobre todo el poder económico para utilizarlo, un dominio impresionante sobre el conjunto de la humanidad y del mundo entero. Nunca la humanidad tuvo tanto poder sobre sí misma y nada garantiza que vaya a utilizarlo bien, sobre todo si se considera el modo como lo está haciendo. […] 

105. Se tiende a creer «que todo incremento del poder constituye sin más un progreso, un aumento de seguridad, de utilidad, de bienestar, de energía vital, de plenitud de los valores» [83], como si la realidad, el bien y la verdad brotaran espontáneamente del mismo poder tecnológico y económico. El hecho es que «el hombre moderno no está preparado para utilizar el poder con acierto» [84], porque el inmenso crecimiento tecnológico no estuvo acompañado de un desarrollo del ser humano en responsabilidad, valores, conciencia. Cada época tiende a desarrollar una escasa autoconciencia de sus propios límites. Por eso es posible que hoy la humanidad no advierta la seriedad de los desafíos que se presentan, y «la posibilidad de que el hombre utilice mal el poder crece constantemente » cuando no está « sometido a norma alguna reguladora de la libertad, sino únicamente a los supuestos imperativos de la utilidad y de la seguridad»[85]. El ser humano no es plenamente autónomo. Su libertad se enferma cuando se entrega a las fuerzas ciegas del inconsciente, de las necesidades inmediatas, del egoísmo, de la violencia. En ese sentido, está desnudo y expuesto frente a su propio poder, que sigue creciendo, sin tener los elementos para controlarlo. Puede disponer de mecanismos superficiales, pero podemos sostener que le falta una ética sólida, una cultura y una espiritualidad que realmente lo limiten y lo contengan en una lúcida abnegación.

Jorge Pérez Uribe


Notas:


lunes, 19 de agosto de 2019

EUROPA, MUSULMANA EN TRES DÉCADAS SI NADIE LO PARA


Musulmanes del Reino Unido en una manifestación a favor de la sharia.

Los líderes europeos aceptan la transformación de distintas ciudades y barrios de sus países en territorios enemigos. Pero sí hay muchas cosas que se pueden hacer, simplemente no quieren: les costaría votos musulmanes. Y ese es precisamente su talón de Aquiles.

Por Actuall | 03/10/2017

El islam lleva años con alfombra roja en Occidente pero especialmente en Europa. El aumento incontrolado de inmigración desde el inicio del tercer milenio ha servido para que millones de musulmanes de primera, segunda y tercera generación tengan una presencia constante en la vida pública de un continente cristiano pero que ha dado la vuelta a sus valores.

A aquellos que osan levantar la voz contra estas políticas o contra lo establecido por el sistema, señalando los problemas que existen -y muchos, aunque se oculten deliberadamente por los medios generalistas-, son tachados de ‘ultras’, ‘radicales’, ‘xenófobos’, ’islamófobos’ o ‘racistas’.

Los políticos europeos parecen hacer oídos sordos a una gran parte del electorado que les piden más dureza contra el terrorismo islámico y el islam, mientras que siembran de oro y mirra a los progresistas que aplauden como lacayos toda política encaminada a la destrucción del continente.

El ataque terrorista de Barcelona obtuvo las mismas reacciones que todos los grandes atentados en Europa: lágrimas, oraciones, flores, velas, ositos de peluche y quejas de que «el islam significa la paz». Cuando la gente se congregó para exigir medidas más duras contra la creciente influencia del islamismo en todo el continente, se encontraron con una contramanifestación «antifascista».

Los musulmanes organizaron una manifestación para defender el islam; afirmaban que los musulmanes que viven en España son «las principales víctimas» del terrorismo, según el análisis de Gatestone Institute:

El presidente de la Federación Española de Entidades Religiosas Islámicas, Munir Benyelún El Andalusí, habló de una «conspiración contra el islam» y dijo que los terroristas eran «instrumentos» del odio islamófobo. La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, lloró delante las cámaras y dijo que su ciudad seguiría siendo una «ciudad abierta» a todos los inmigrantes. El presidente de Cataluña, Carles Puigdemont, usó casi el mismo lenguaje. El presidente del Gobierno de España, Mariano Rajoy, conservador, fue el único que se atrevió a llamar al terrorismo por su nombre. Casi todos los periodistas europeos dijeron que las palabras de Rajoy habían sido demasiado duras.

Los grandes periódicos europeos que describían el horror intentaron una vez más buscar explicaciones a lo que seguían llamando «inexplicable». El primer diario español, El Paísescribió en un editorial que la «radicalización» es el fruto amargo de la «exclusión» de ciertas «comunidades», y añadía que la respuesta era más «justicia social». En Francia, Le Monde dijo que los terroristas querían «incitar al odio» e insistió en que los europeos debían evitar los «prejuicios». En el Reino Unido, The Telegraph explicó que «los asesinos atacan a Occidente porque Occidente es Occidente; no por lo que hace», pero hablaba de «asesinos», no de «terroristas» o «islamistas».

Los especialistas repetían como loros que los europeos tendrán simplemente que aprender a vivir con la amenaza yihadista.


Varios especialistas en antiterrorismo, entrevistados en la televisión, dijeron que los ataques, perpetrados en todo el continente a un ritmo cada vez más rápido, se volverán más mortíferos. Señalaron que el plan original de los yihadistas de Barcelona había sido destruir la catedral de la Sagrada Familia y matar a miles de personas.

Los especialistas repetían como loros que los europeos tendrán simplemente que aprender a vivir con la amenaza de las matanzas indiscriminadas. No ofrecían ninguna solución. Otra vez más, muchos dijeron que los terroristas no eran verdaderamente musulmanes, y que los atentados «no tenían nada que ver con el islam».

Muchos líderes de los países europeos occidentales tratan el terrorismo islámico como una ley de vida a la que los europeos deben acostumbrarse, como una especie de aberración sin vínculos con el islam. A menudo evitan hablar de «terrorismo», directamente. Tras el atentado en Barcelona, la canciller alemana, Angela Merkel, condenó brevemente el «repugnante» suceso. Expresó su «solidaridad» con el pueblo español, y después pasó a otra cosa. El presidente francés, Emmanuel Macron, tuiteó un mensaje de condolencia y se refirió al «trágico atentado».

Musulmanes en Holanda a favor de la sharia y de que el islam domine el mundo.
En toda Europa, las expresiones de ira son marginadas a conciencia. Las llamadas a la movilización, o a cualquier cambio importante en la política migratoria, sólo vienen de políticos denigrantemente tildados de «populistas».

Incluso la más leve crítica al islam levanta inmediatamente una indignación casi unánime. En la Europa occidental, los libros sobre el islam que se encuentran por todas partes están escritos por personas cercanas a los Hermanos Musulmanes, como Tariq Ramadán. También existen libros que son «políticamente incorrectos», pero se venden por debajo del mostrador como si fuesen de contrabando. Las librerías islámicas venden folletos incitando a la violencia sin ni siquiera esconderse.

Decenas de imanes, parecidos a Abdelbaki Es Saty, el sospechoso de ser el cerebro del atentado en Barcelona, sigue predicando con impunidad. Si los detienen, son rápidamente puestos en libertad.

Impera la sumisión. El discurso omnipresente es que, a pesar del aumento de las amenazas, los europeos deben seguir viviendo con la mayor normalidad posible. Pero los europeos ven que la amenaza existe. Ven que la vida no es ni ligeramente normal. Ven a policías y soldados en la calle, que proliferan los protocolos de seguridad, y los controles en la entrada de teatros y tiendas. Ven la inseguridad por todas partes.

Se les dice que ignoren sin más la fuente de las amenazas, pero saben cuál es la fuente. Dicen que no tienen miedo. Miles de personas gritaron en Barcelona: «No tinc por» («No tenemos miedo»). En realidad están muertos de miedo.

Los europeos ya no confían en sus gobernantes, pero sienten que no les queda otra opción


Las encuestas demuestran que los europeos son pesimistas, y que piensan que el futuro será desolador. Las encuestas también revelan que los europeos ya no confían en sus gobernantes, pero sienten que no les queda otra opción.

Este cambio en sus vidas se ha producido en muy poco tiempo, en menos de medio siglo. Antes, en la Europa occidental, sólo había unos pocos miles de musulmanes, la mayoría obreros inmigrantes de las antiguas colonias europeas. Se suponía que iban a estar en Europa temporalmente, así que nunca se les pidió que se integraran.

Pronto empezaron a contarse por cientos de miles, y después por millones. Su presencia se volvió permanente. Muchos adquirieron la ciudadanía. Pedirles que se integraran se hizo cada vez más impensable: la mayoría parecía considerarse en primer lugar musulmanes.

Los líderes europeos dejaron de defender su propia civilización. Empezaron a decir que todas las culturas debían tener la misma consideración. Parecían haberse rendido.

Musulmanas en Francia en una manifestación a favor de la UE, que paga las ayudas.
Se cambiaron los currículos escolares. A los niños se les enseñaba que Europa y Occidente habían saqueado el mundo musulmán, y no que, en realidad, los musulmanes habían conquistado el Imperio cristiano bizantino, el norte de África y Oriente Medio, la mayor parte de Europa oriental, Grecia, el norte de Chipre y España.

A los niños se les enseñaba que la civilización islámica había sido espléndida y opulenta antes de que supuestamente la colonización llegara para devastarla.

Los países ricos, establecidos en el periodo de postguerra, empezaron a crear una gran subclase de personas permanentemente atrapadas en la dependencia, justo cuando el número de musulmanes en Europa se multiplicó. El aumento del desempleo masivo —que afectaba sobre todo a los trabajadores menos cualificados— transformó los barrios musulmanes en barrios de parados.

Los barrios musulmanes se convirtieron en barrios con una alta tasa delictiva


Los organizadores de las comunidades venían a decirles a los musulmanes en paro que después de haber saqueado a propósito sus países de origen, los europeos habían utilizado a los musulmanes para reconstruir Europa y que ahora los estaban tratando como herramientas que habían perdido su utilidad.

El crimen arraigó. Los barrios musulmanes se convirtieron en barrios con una alta tasa delictiva.

Llegaron los predicadores musulmanes extremistas; reforzaron el odio hacia Europa. Dijeron que los musulmanes tenían que recordar quiénes eran; que el islam debía cobrarse venganza. Explicaron a los jóvenes delincuentes musulmanes encarcelados que la violencia se podía utilizar para una causa noble: la yihad.

La policía recibió órdenes de no intervenir para no agravar la tensión. Las áreas de alto nivel delictivo se convirtieron en zonas de exclusión, en semilleros para el reclutamiento de terroristas islámicos.

Los líderes europeos aceptaron la transformación de varias partes de sus países en territorios enemigos.
Se produjeron disturbios, y los líderes hicieron más concesiones todavía. Aprobaron leyes que limitaban la libertad de expresión.

Cuando el terrorismo islámico golpeó por primera vez Europa, sus líderes no sabían qué hacer. Siguen sin saber qué hacer. Son prisioneros de una situación que han creado ellos y que ya no pueden controlar. Parecen sentirse impotentes.

No pueden incriminar al islam: según las leyes que ellos han aprobado, es ilegal hacerlo. En la mayoría de los países europeos, cuestionar siquiera el islam se tacha de «islamofobia». Acarrea fuertes multas, si no juicios o sentencias de cárcel (como les pasó a Lars HedegaardElisabeth Sabaditsch-WolffGeert Wilders o George Bensoussan).

No pueden reestablecer la ley y el orden en las zonas de exclusión: eso requeriría la intervención del ejército y un giro hacia la ley marcial. No pueden adoptar las soluciones propuestas por partidos que han empujado a la oposición en los márgenes de la vida política europea.

El Iman Anjem Choudary no se corta, quiere la sharia para Europa.regar leyenda
No pueden ni siquiera cerrar sus fronteras, abolidas en 1995 con el acuerdo Schengen. Reestablecer los controles fronterizos costaría tiempo y dinero.

Los líderes europeos no parecen tener ni la voluntad ni los medios de oponerse a las nuevas olas de millones de migrantes musulmanes que provienen de África y Oriente Medio. Saben que los terroristas se están escondiendo entre los migrantes, pero siguen sin vetarles la entrada. En su lugar, recurren a subterfugios y mentiras. Crean programas de «desrradicalización» que no funcionan: los «radicales», por lo visto, no quieren ser «desrradicalizados».

Los líderes de Europa intentan definir «radicalización» como un síntoma de «enfermedad mental»; se plantean pedirles a los psiquiatras que resuelvan el caos. Después, hablan de crear un «islam europeo», totalmente diferente del islam en todos los demás lugares del planeta.

Adoptan una actitud altanera para crear la ilusión de superioridad moral, como hicieron Ada Colau y Carles Puigdemont en Barcelona: dicen que tienen unos principios elevados; que Barcelona seguirá estando «abierta» a los inmigrantesAngela Merkel se niega a afrontar las consecuencias de su decisión política de importar a innumerables inmigrantes. Reprende a los países de Europa Central que se niegan a adoptar sus medidas políticas.

Los líderes europeos se dan cuenta de que se está produciendo un desastre demográfico


Los líderes europeos se dan cuenta de que se está produciendo un desastre demográfico. Saben que en dos o tres décadas, Europa estará regida por el islam. Intentan anestesiar a las poblaciones no musulmanas con sueños sobre un futuro idílico que nunca existirá. Dicen que Europa tendrá que aprender a vivir con el terrorismo, que no hay nada que se pueda hacer al respecto.

Pero sí hay muchas cosas que se pueden hacer, simplemente no quieren: les costaría votos musulmanes.

Winston Churchill le dijo a Neville Chamberlain: «Pudisteis elegir entre la guerra y la deshonra. Elegisteis la deshonra y ahora tendréis la guerra». Lo mismo ocurre hoy.

Winston Churchill
Hace diez años, describiendo lo que llamó «los últimos días de Europa», el historiador Walter Laqueur dijo que la civilización europea estaba muriendo y que sólo sobrevivirían los monumentos y museos antiguos. Su diagnóstico era demasiado optimista. Los monumentos y museos antiguos también podrían saltar por los aires. No hay más que ver lo que los seguidores encapuchados de «Antifa» —un movimiento «antifascista» que es totalmente fascistoide— están haciendo con las estatuas de Estados Unidos.

La catedral de la Sagrada Familia de Barcelona se libró únicamente gracias a la torpeza de un terrorista que no sabía cómo manejar explosivos. Otros lugares podrían no tener la misma suerte.

La muerte de Europa será casi indudablemente violenta y dolorosa: nadie parece estar dispuesto a frenarla. Los votantes aún podrían hacerlo, pero tendrán que hacerlo ahora, rápidamente, antes de que sea demasiado tarde.