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sábado, 7 de agosto de 2021

JUAN RUIZ DE APODACA Y ELIZA, EL ÚLTIMO VIRREY DE LA NUEVA ESPAÑA



Juan Ruiz de Apodaca y Eliza, Conde de Venadito, Fue el 61º y último virrey de la Nueva España nombrado como tal (1816-1820), 3er. jefe político superior de Nueva España (1820-1821) y 16º capitán general de la Real Armada Española.

Marino de profesión, en 1812 fue nombrado gobernador de Cuba y en septiembre de 1816 virrey de Nueva España. Después de renunciar a este último cargo, partió a Madrid y allí permaneció hasta 1823. Luego se le encomendó volver a La Habana para preparar la reconquista de México, pero su mala salud se lo impidió. A su regreso a España se le encargó la misma misión, pero el proyecto nunca se materializó. En 1826 fue nombrado consejero de Estado y el 1° de mayo de 1830 se le promovió a la dignidad de capitán general y director de la Armada Española.

Fue el virrey que gobernó más tiempo durante la guerra de Independencia. Tomó posesión de su cargo el 20 de septiembre de 1816, después de haber sido gobernador de Cuba. Era un militar reconocido por los servicios prestados en la Armada Española, lo que le valió para obtener algunos ascensos dentro del ejército.

<<La personalidad de Ruiz de Apodaca contrastó con la de su antecesor: Félix María Calleja. Según algunas fuentes, fue un individuo generoso, amable, ameno y de finos modales, cualidades que le permitieron ganarse la simpatía de muchas familias notables. A diferencia de los dos virreyes anteriores, contó con un ejército mejor organizado y más experimentado, con el cual se enfrentó a una insurrección sin liderazgo, pues para entonces ya había muerto Morelos. Más que la represión y otros medios violentos, utilizó “medidas suaves”, como el indulto y la persuasión, para pacificar y debilitar la insurgencia. A partir de 1817 la Gaceta de México publicó en cada número listas más largas de los insurgentes que se acogían al perdón ofrecido por Apodaca […]

El ataque realista al fuerte del Sombrero en las dos primeras semanas de agosto de 1817, defendido por los destacamentos de Pedro Moreno y Xavier Mina, fue uno de los pocos éxitos en la época de Apodaca, el cual lo hizo merecedor del título de conde de Venadito, por llamarse así el lugar donde se aprehendió al oficial español Mina. De acuerdo con algunos autores, al virrey no le agradó el nombre de este título nobiliario, y aseguran que no lo usaba ni hacía gala de él.

A partir de 1819 la guerra fue perdiendo intensidad, lo que permitió a Apodaca atender algunos ramos de la administración, en especial el de tabacos, principal fuente de abastecimiento del ejército realista. También impulsó la minería con la introducción de nueva tecnología para desaguar las minas e instaló casas de moneda en Guadalajara y Zacatecas.

En los últimos años de la insurrección, la atención del virrey se centró en las fragosas montañas del sur, donde Pedro Ascencio, Juan Álvarez y Vicente Guerrero continuaban alzados en condiciones cada día más difíciles. Como las campañas del realista Gabriel de Armijo, acusado de haber hecho una gran fortuna en la guerra, tuvieron poco éxito, Apodaca confió la comandancia de esta región a Agustín de Iturbide, quien desde finales de 1820 comenzó a establecer alianzas con otros oficiales del mismo ejército para diseñar un plan encaminado a consumar la independencia y restablecer la paz.

En 1820 el virrey prácticamente perdió el control de la Nueva España, situación que se complicó con el restablecimiento de la Constitución de Cádiz, la cual tuvo que jurar el 31 de mayo a pesar de no estar de acuerdo.

Apodaca presenció el fin del largo periodo colonial y el giro que dio la guerra con la promulgación del Plan de Iguala el 24 de febrero de 1821. El 3 de marzo publicó un bando en el que exhortó a los súbditos a no leer las proclamas de Iturbide, observar la Constitución de Cádiz y mantenerse leales a Fernando VII; en éste y en otros impresos llamó “traidor, tirano de su propia patria, monstruo y enemigo del orden y de la verdadera libertad” a este coronel realista que promovía la independencia del reino. >>[1]

Para junio había resuelto poner resistencia a la revolución hasta su último aliento. Así el 1° de junio convocó a todos los ciudadanos varones físicamente capaces y entre los 17 y 40 años para unirse a los batallones que serían formados. Cuatro días después declaró que el sería el coronel de ese ejército. Por medio de desplegados intentó conseguir armas y caballos. El día 5 de julio emitió una proclama en la que declaraba que las personas que emitieran falsos informes incurrirían en severas penas, que quien protegiera a desertores sería castigado con prisión y que la pena por inducir a los soldados a desertar de la causa del rey sería la muerte.

No obstante, el mismo día sufrió un levantamiento de los soldados virreinales, ante lo cual presentó su renuncia, cediendo el mando militar y político del virreinato al mariscal Francisco Novella. El acto de insubordinación que causó su renuncia fue explicado por un ciudadano de los Estados Unidos como soborno de oficiales realistas por parte de comerciantes de la capital, algo similar a lo ocurrido con el virrey Iturrigaray en 1808.

Novella celebró el 8 de julio su ungimiento como virrey, aunque ya no era el título aceptado por la monarquía española, sino el de “jefe político” y emitió una proclama anunciando que lucharía hasta el fin por mantener la unidad del Imperio español.

Seguramente ni Apodaca, ni Novella, conocían que ya iba en camino desde la Madre Patria un nuevo capitán general y jefe superior político designado por Fernando VII, el que arribaría a Veracruz el 30 de julio de 1821. Igualmente en España nadie conocería del golpe de estado civil-militar, efectuado por Novella en contra del virrey Ruíz de Apodaca, y por azares del destino el barco Asia, en que llegaría Juan de O´Donoju, sería el mismo en que regresaría a España el conde de Venadito.

Jorge Pérez Uribe


[1] Revista Relatos e historias en México, N° 107, septiembre 2020


Bibliografía:


Revista Relatos e historias en México, N° 107, septiembre 2020
Spence William Robertson, Iturbide de México, México, FCE, 2012

domingo, 1 de agosto de 2021

NUEVA ESPAÑA, MES DE JULIO DE 1821




Proemio


La figura de Agustín de Iturbide es poco abordada en la actualidad. Reconozco únicamente la vida novelada del escritor Pedro J. Fernández: Iturbide El otro padre de la Patria, julio 2018, Grijalbo. No obstante quisiera referirme a una obra que fue presentada durante mi época de estudiante en el Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, dirigido entonces por el maestro José Manuel Villalpando.

La obra en ciernes se titula: Iturbide de México del Doctor en Historia inglés Spence William Robertson (1872-1955). Su primera edición en inglés fue en 1952, pero no se publica en español, sino hasta 2012, gracias a la traducción y enriquecimiento con notas de actualización de Rafael Estrada Sámano, la presentación es de otro gran historiador de la Independencia: Jaime del Arenal Fenochio. La publicación es del Fondo de Cultura Económica en 2012, el libro consta de 473 páginas.

La nueva generación de escritores españoles no acepta a los historiadores ingleses, porque según ellos, han creado la “leyenda negra” de España. La verdad es que los historiadores ingleses a mi manera de ver son los que más se introducen e investigan la verdad histórica, aunque se trate de esclavitud, castas, encomienda y otros excesos de los descubridores, colonizadores y gobernadores hispanos. Pero entremos en materia.

Julio de 1821


El mes de junio termina con el avance de las tropas trigarantes al pueblo de San Juan del Río y la capitulación de la guarnición de Querétaro el 28 de junio a cuyo frente estaba el coronel Luaces, que había sufrido numerosas bajas por deserción debido a la actividad de emisarios patriotas y ya había perdido la esperanza de recibir refuerzos. <<Cuando se le pidió que se rindiera, el replicó que aún cuando prefería morir con honor a vivir en la infamia, no sacrificaría infructuosamente la pequeña fuerza que permanecía fiel a España>>[1]. Las bases de la capitulación establecían que los soldados realistas deberían de marchar fuera de la ciudad a condición de que no se levantaran nuevamente en armas en contra de la independencia mexicana. Después deberían embarcarse rumbo a la habana. <<Iturbide anunció que por lo pronto quedaban abolidos ciertos impuestos extraordinarios con los que el gobierno virreinal había oprimido a los mexicanos. Redujo el impuesto de alcabala a 6%. Un boletín publicado por el ejército victorioso declaraba que una placa conmemorativa de la Constitución española, la cual había sido rota durante las luchas de la independencia debería ser restaurada. El generalísimo proclamó que esa ley orgánica debería permanecer en vigor en la medida en que estuviera en armonía con la independencia de México, hasta que los representantes de éste adoptaran nuevas instituciones. El 6 de julio Negrete avisó desde Aguascalientes a Iturbide que ni un solo pueblo o rancho circunvecino había dejado de aclamar el Plan de Iguala. Durante el mismo mes varios pueblos de las provincias fronterizas del oriente se declararon a favor de dicho Plan.

En un campamento militar situado en el camino hacia la capital, Iturbide dirigió un desplegado a sus conciudadanos: después de mencionar las victorias obtenidas por la causa de la independencia, anunció que agotaría cualquier otro recurso antes de provocar que las montañas que circundan dicha ciudad hicieran eco al sonido del cañón. El objetivo de su campaña afirmaba, era el de elevar a México al rango de las naciones grandes libres e independientes. […]

Una semana más tarde uno de sus oficiales manifestó inmenso pesar porque Iturbide no aprobó una propuesta para designar un batallón de soldados con su nombre. Aunque ansioso de que se extendiera la revolución, el comandante en jefe no siempre tenía la intención de presentarse a sí mismo al frente del escenario. Casi al finalizar julio envió una carta al obispo de Oaxaca pidiéndole que usara su influencia para promover el Plan de Iguala en dicho lugar.>>[2]

Iturbide, aún bajo el mando virreinal, mostró la justicia hacia sus futuros lugartenientes, como es el caso de Nicolás Bravo, quien luchó bajo el mando de Morelos y tras estar prisionero durante 3 años fue liberado por el virrey a principios de 1821. El entonces oficial realista Iturbide ordenó a los oficiales virreinales reintegrarle ciertas tierras de su familia cercanas a Chilpancingo que le fueron incautadas. Poco después Iturbide se entrevistó con él y le expuso sus planes libertarios, nombrándolo coronel. Posteriormente Bravo se unió a las fuerzas de José Joaquín Herrera, quien se había posesionado de Córdoba y Orizaba. Para julio, ambos sitiaban la ciudad de Puebla y arribando el generalísimo se negocio un armisticio con el general español Ciriaco de Llano y el marqués de Vivanco como segundo al mando.

La tregua estipulaba el cese de hostilidades, trazando una línea de demarcación entre las fuerzas contendientes, y la selección de comisionados para conferenciar con Iturbide. El día 28 de julio de 1821, se firmaron los artículos de capitulación de Puebla, estableciéndose como en Querétaro la evacuación de las tropas españolas para embarcarse hacia la Habana cuanto antes. Los miembros de la milicia local deberían permanecer en sus casas “sin sufrir ningún daño a causa de opiniones políticas o por el servicio militar” que ellos hubieran prestado a los realistas. La misma política humanitaria debería seguirse respecto a los civiles.

En Puebla, ya era obispo, aquél sacerdote que dio el discurso inaugural en las Cortes de Cádiz de 1812, Antonio Joaquín Pérez y ahora era partidario de la independencia. Iturbide le profesaba gran confianza, a grado tal que le había encargado a su esposa e hijos cuando inició la campaña de liberación.


Jorge Pérez Uribe

Notas:
[1] Spence William Robertson, Iturbide de México, México, FCE, 2012, pag.154
[2] Ibíd, pags.154, 155