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domingo, 19 de enero de 2020

MIGUEL HIDALGO, EN RETIRADA Y EN DERROTA (IX)


Venta llamada ´San Luisito´, Cuajimalpa


Hidalgo no era el jefe militar que el movimiento necesitaba



En el mes de noviembre de 1810, se devela evidentemente, que Hidalgo no es el jefe militar que el movimiento necesita ya que va de una mala decisión a otra, ejerciendo la autoridad en una forma autocrática. Si bien Miguel había desarrollado con éxito a lo largo de su vida, la rectoría del Colegio de San Nicolás, la actividad de empresario teatral, empresario musical, empresario de pequeñas empresas y la de hacendando, no tenía idea alguna de lo que era la milicia y del arte de la guerra, y lo peor es que no lo reconocía y se negaba a dejárselo a los militares.

El jueves 1° de noviembre en la “venta de Cuajimalpa” cerca de las 4 a. m. retorna la comisión que fue a llevar el pliego de intimación al virrey Venegas. Como es día de Todos los Santos y fiesta de guardar, a las 6 de la mañana se llama a misa. Concluida la misma, Allende, Arias y otros jefes desean proseguir a la Ciudad de México, pero se impone Hidalgo, quien prefiere retirarse argumentando que sin la seguridad de los partidarios que no se han comunicado y ante la falta de municiones, no es aconsejable arriesgarse, pues el enemigo con muy poca artillería ha hecho estragos. También le pesa ver a muchos de sus indios y castas resfriados, asustados y deprimidos. A las 11 a. m., se levanta el campamento en contramarcha hacia Lerma, adonde llegan al anochecer.

El viernes 2 de noviembre en Lerma. Hidalgo agradece a Luis Bernaldes su ofrecimiento de seguidores. Sale a Ixtlahuaca. Llegan a la puesta del sol y pernoctan ahí. Aunque más de la mitad de los seguidores han desertado, la multitud, aún considerable, llega a treinta mil hombres

El domingo 4 de noviembre dejan Ixtlahuaca, tocan Jocotitlán y arriban a la hacienda de Nijiní; de aquí Hidalgo manda citatorio enérgico al párroco de Jocotitlán, José Ignacio Muñiz, enemigo de la insurgencia, que anda escondido. Muñiz huye a México. Los insurgentes no alcanzan a llegar a población alguna, así que duermen a cielo raso.

El lunes 5 de noviembre de 1810, los caudillos insurgentes deciden tomar Querétaro con el apoyo de los guerrilleros López y Villagrán, o al menos, impedir la reunión de Calleja y Flon, de cuyos movimientos no tienen idea cierta. Emprenden, pues, la marcha hacia la hacienda de Arroyo Zarco, punto de paso hacia aquella ciudad. Pero requieren bastimento y mejor descanso. Entonces Hidalgo pregunta por el pueblo más cercano; le contestan que es San Jerónimo Aculco. Acampan en esta población en donde son recibidos con repique de campanas y cohetes por espacio de 10 horas y en dónde descansará el ejército el día 6.

San Jerónimo Aculco

El martes día 6 de noviembre avanzadas de Allende se topan con una partida de Calleja, que está en Arroyo Zarco, (a escasos 12 kilómetros de Aculco); luego de una escaramuza, ambos ejércitos caen en la cuenta de su cercanía. Mueren algunos insurgentes y otros son aprehendidos, dando a calleja el conocer la posición, número y calidad de los insurrectos. Por otra parte Juan Aldama llega a Aculco, pues ha marchado rezagado y custodiando prisioneros, entre ellos, al intendente Merino y compañía. Además, se ha encontrado en el camino con su hermano, el licenciado Ignacio Aldama, así como la esposa de éste y las hijas de Juan, junto con una división de unos mil insurgentes, que venían huyendo de San Miguel el Grande, tomado por los realistas. Todos ellos se reúnen en Aculco. Hidalgo los va a visitar, luego hay junta de caudillos. Allende, Aldama y otros de milicia formal intentan deponer a Hidalgo del mando supremo, y proponen no dar batalla, sino replegarse por diversos rumbos y organizar una guerra de guerrillas, toda vez que en la escaramuza se enteran que Calleja viene con 7,000 hombres entrenados durante meses. Hidalgo se opone y decide que se dé la batalla, lo que Allende y Aldama hacen de mal grado.


La batalla de Aculco


El miércoles 7 de noviembre, al amanecer, escogen los insurgentes una elevación cercana al pueblo de frente al oriente y con la sierra de Ñadó, a la espalda, los realistas se posicionaron en otra loma vecina a la anterior, pero más baja. Las tropas insurgentes se disponen en dos líneas, con la artillería que constaba de 12 piezas en los bordes y a la espalda una multitud en desorden de cuarenta mil hombres. Inexplicablemente tomaron la posición con el sol naciente en contra. El encuentro se da como a las 9 de la mañana y al parecer los cañones insurgentes tardaron en activarse cegados por el sol, por distracción o alguna otra razón; de tal forma que cuando lo hicieron, las balas pasaban por encima de los cercanos realistas; en tanto que los cañones realistas encontraron un blanco perfecto. Una de las balas cercenó la cabeza de un jinete que anduvo arrastrado por el campo insurgente y motivo la desbandada de la multitud. Algún insurgente dio la orden de que se rompieran los sacos de dinero, para que los enemigos se entretuvieran en lo que huían las tropas.



La brevedad del combate no ocasiona sino un muerto y un herido de los realistas, contra 85 bajas de los insurgentes, y más de 50 heridos y 600 prisioneros, más un botín considerable consistente en ocho cañones, dos carros de municiones, cincuenta balas de cañón, diez racimos de metralla, algunos centenares de fusiles, 10 tambores, un carro de víveres, 1,250 reses, 1,600 carneros, 200 cabalgaduras, 16 coches de los jefes con equipaje y archivos, 13,550 pesos, 3 banderas y dos estandartes guadalupanos. Fue la destrucción del ejército insurgente.


La desbandada del ejército insurgente


La mayoría de la masa amorfa de los insurgentes escapa al amparo de los bosques inmediatos volviendo a sus casas. Allende trata de reunir lo más que puede de la tropa de línea y algunos otros jinetes, logrando juntar hasta 6,000 efectivos, con los que se dirige a Salvatierra y de ahí a Guanajuato, a donde llegará el 13 de noviembre.

<<Si bien antes de la batalla o al momento de la fuga Allende avisa a Hidalgo que irá a Guanajuato, e Hidalgo le hace saber que él tomará camino hacia Valladolid, casi todos desamparan a Hidalgo, que se interna en la espesura de la sierra de Ñadó con escasa comitiva de unos cuatro, entre ellos, su hermano Mariano, José Santos Villa y tal vez Ignacio Rayón. Sotelo pierde de vista a Hidalgo y huye a Dolores. >>[1] Para Hidalgo es importante pasar inadvertido, pues la derrota podrá suscitar reacciones desfavorables, por lo que le urge llegar a Valladolid antes de las malas noticias.


En Valladolid: contrarrevolución abortada


El viernes 9 de noviembre muy entrada la noche arriba a Valladolid y decide pasar la noche en casa de gente de confianza, y que mejor que su comadre Micaela Montemayor, viuda de Domingo Allende, hermano de Ignacio. Mientras aguarda a que su comadre esté lista y las habitaciones dispuestas, espera en una herrería contigua. <<Alguien lo vio entonces, cayéndose de sueño y cansancio, “roto, cubierto con una manga […] y durmió sobre la coraza de la silla”. Más no fue sino un rato. Pronto entraron y descansaron. Cerciorado de la lealtad de José María Anzorena, el intendente que había nombrado, tomaría desde hora temprana una serie de providencias.

Valladolid hoy Morelia, 1828

Tal vez sin que Hidalgo se diera cuenta, la sola noticia de su llegada hace abortar una contrarrevolución que había empezado a fraguarse en Valladolid desde el día 8 a iniciativa del bachiller Francisco Castañeda, quien mediante el canónigo Jacinto Llanos Valdés se pondría en comunicación con el asesor Terán, a la sazón en la cárcel. Castañeda también contaba con el sargento mayor Manuel Gallegos, declarado insurgente en octubre cuando la primera entrada de Hidalgo, a quien había aconsejado instruir a sus contingentes antes de seguir la campaña. Pero ahora había cambiado de partido. El plan de Castañeda era sorprender a Anzorena, deponiendo así al gobierno insurgente con la consiguiente liberación de los europeos prisioneros. >>[2] Sin embargo los conjurados van difiriendo el asunto hasta el sábado 10, cuando Hidalgo ya ha retomado el control de la situación

El sábado 10 de noviembre Hidalgo instruye a Anzorena para solicitar a toda la comarca el envío de gente y recursos. Así partir de ese día, y hasta el día 15, se va formando un nuevo ejército de cerca de 7,000 de caballería y 240 infantes. Se inicia pues, una nueva etapa en la insurgencia del Generalísimo, sin Allende, ni Jiménez, ni Aldama ni Abasolo, ni la mayor parte de aquellas gentes del Bajío que se habían dispersado en Aculco. Comenzaba la “resurrección político-militar de Hidalgo”, como diría uno de los realistas. Por la noche Hidalgo se muda al palacio episcopal.

El domingo 11 de noviembre en Valladolid Hidalgo asiste a misa, probablemente en la capilla del mismo palacio episcopal o en el inmediato templo de El Carmen. Recibe a miembros del Cabildo Catedral que van a saludarlo. Les pide dinero; éstos luego de resistirse, le entregan hasta 7,100 pesos.


La religiosidad ambivalente de Hidalgo


El lunes 12 de noviembre en Valladolid, Hidalgo autoriza el primer degüello de prisioneros españoles: fueron cuarenta y uno. No eran soldados realistas capturados en batalla, sino civiles extraídos de sus casas, sin formarles juicio. Se hace creer la víspera que serán conducidos a Guanajuato, y así los familiares les llevan bastimento. El conductor de los prisioneros es Manuel Muñiz, quien los encamina a una de las barrancas del cerro de las Bateas, al suroeste de la ciudad; y ahí son degollados por varios indios. No hay justificación. Hidalgo dirá arrepentido que había sido una condescendencia criminal con la canalla, llevado del frenesí de la revolución.

El martes 13 de noviembre en Valladolid Hidalgo firmó una carta, datada no en Valladolid, donde se hallaba, sino en Celaya, dirigida a un X jefe insurgente cuyo nombre no aparece. En ella explica la retirada de Cuajimalpa como debida únicamente a la falta de municiones; y por otra parte, minimiza la derrota de Aculco. Se trata de un ardid, con objeto de que si la carta llegaba a manos de insurgentes, no se desalentaran por otras versiones de la batalla de Aculco; y si caía en manos realistas, para entorpecer sus movimientos, creyéndolo en el corazón del Bajío. Ese mismo día, el intendente Anzorena de orden de Hidalgo decreta la prohibición de salida de abastos de Michoacán a la Ciudad de México, castigando así a la capital mexicana, que no había concurrido a su proyectada liberación.

El miércoles 14 de noviembre en Valladolid, Hidalgo continúa dando nombramientos, como el de administrador de correos de Uruapan. Alrededor de este día, Hidalgo concluye la redacción del Manifiesto de respuesta al edicto de la Inquisición en el que ésta lo citaba a comparecer para responder las acusaciones de su fiscal. Hidalgo se refiere a algunas de esas acusaciones mostrando su incongruencia y haciendo profesión de su íntegra fe católica. Pero más se extiende en inculpar a los españoles por su codicia y manipulación de la religión para mantener el dominio: “No son católicos, sino por política; su dios es el dinero”. Finalmente, propone el establecimiento de un congreso que “dicte leyes suaves, benéficas y acomodadas a las circunstancias de cada pueblo”.



El Dr. Carlos Herrejón Peredo, hace un extenso análisis del manifiesto y un incisivo comentario: <<Tratándose de un escrito en que Hidalgo pretende vindicarse de la acusación de herejía, es obvia la insistencia en la salvaguarda de la religión; sin embargo, a pesar de que el referente concreto sea el cristianismo católico, el Dios al que alude no es el Dios de la revelación cristiana, sino el soberano Autor de la naturaleza, objeto de adoración de cualquier hombre.>>[3]

El jueves de 15 de noviembre el citado manifiesto de Hidalgo se publica en copias manuscritas para ser distribuido y leído en todas las iglesias de Valladolid y sus alrededores. Se recibe la buena nueva de la toma de Guadalajara por los insurgentes. En la tarde se difunde la noticia con repique general. Hidalgo le escribe a Allende para comunicarle que emprenderá pronto la marcha hacia la capital neogallega.

El viernes 16 de noviembre se celebra Misa de acción de gracias en la catedral vallisoletana, a la que asiste Hidalgo bajo dosel. Lo acompañan Ignacio Rayón, José María Chico y el intendente Anzorena. Hidalgo nombra capitán a Pedro Raymundo Camarena.

El sábado 17 de noviembre se presenta a Hidalgo María Antonia Pérez, acompañada de su hija Mariana Luisa, para interceder por su esposo, un prisionero español, Hidalgo accede, más de momento no quiere contrariar a la canalla y dispone que de camino, con pretexto de enfermedad, se quede en algún lugar. Para ello, la hija acompañará al ejército, pues su madre se halla enferma. Pero Mariana Luisa, como irá sola, conviene vaya disfrazada de hombre y semioculta en un carruaje. La gente, que desconoce el caso, comienza a rumorar que se trata del mismo rey Fernando.

Hidalgo marcha a Guadalajara con los 7 000 jinetes y 240 infantes, recientemente reclutados a las 10 a. m. Va sonriendo. La noche de ese mismo día, sale de Valladolid la segunda partida de prisioneros españoles destinados al degüello, con autorización de Hidalgo: son más de treinta, conducidos al cerro del Molcajete. Por la mañana ha pasado Hidalgo con su ejército por la hacienda de Itzícuaro, todavía en el valle de Guayangareo y de ahí toma hacia el noroeste. Habrán de comer por Tiristarán o Coro, de donde prosiguen a la hacienda de Tecacho, propiedad de la familia de Juan José Pastor Morales, simpatizante de la causa. Probablemente ahí pernoctan.

El domingo 18 de noviembre, luego de asistir a misa en Tecacho, continúan la marcha bordeando una fértil llanura por su parte norte; transitan por el rancho de San Nicolás de las Piedras y la hacienda de El Cuatro. En rincones de esa llanura se asentaban dos pueblos bien conocidos de Hidalgo, a la derecha, Huaniqueo, patria chica de sus parientes Gallaga Villaseñor, y a la izquierda, Coeneo, donde había estado de párroco su hermano Joaquín. Probablemente en El Cuatro comen, descansan y duermen.

El lunes 19 de noviembre, reanudan la marcha, pasando por Zipimeo, hasta rendir jornada en Caurio, donde tal vez pernoctan.

El martes 20 de noviembre, de Caurio avanzan rumbo a Purépero y a Tlazazalca, lugar éste que Hidalgo también conoce, pues ahí había estado destacado como jefe de milicias uno de sus tíos, primo doble de su madre. Ahí pasan la noche.

Antiguo Convento de Las Rosas

El miércoles 21 de noviembre, por la madrugada parten de Tlazazalca, tocan Urepetiro y ya entrada la mañana arriban a la villa de Zamora, donde sus avanzadas ya han prevenido a la población para el recibimiento, que es apoteósico: “Distinguiéronse en el recibimiento los vecinos de la villa de Zamora, por cuyas calles bien adornadas pasó el ejército; y todas las corporaciones se esmeraron en los cumplimientos y arengas”. “Se le condujo [a Hidalgo] procesionalmente a la iglesia, donde se cantó él Te Deum y luego se le llevó a la casa del licenciado Pedro Alcántara de Avendaño [ausente en Guadalajara] donde se le sirvió al caudillo y demás jefes que le acompañaban un magnífico refresco. Hubo brindis para el caudillo, los que eran contestados brindando por los vecinos que se habían manifestado adictos a la causa, diciendo: ¡Viva la Villa de Zamora! Y el señor cura Hidalgo tomó una copa en la mano y con el mayor entusiasmo dijo: ¡Viva la ilustre Ciudad de Zamora! Y fue aplaudido y repetido por toda la concurrencia”, elevándola así del rango que tenía de villa. Se aloja en una casa inmediata al atrio de San Francisco. Lo más trascendente es que en Zamora termina de redactar la proclama dirigida a paisanos que militan en las filas realistas y cuyo primer párrafo dice: ¿Es posible, americanos, que habéis de tomar las armas contra vuestros hermanos, que están empeñados con riesgo de su vida en libertaros de la tiranía de los europeos, y en que dejéis de ser esclavos suyos? ¿No conocéis que esta guerra es solamente contra ellos, y que por tanto sería una guerra sin enemigos, que estaría concluida en un día, si vosotros no les ayudáis a pelear? A esos paisanos realistas se les ha hecho creer que la insurgencia va contra la religión. Por ello Hidalgo declara que, por el contrario, el movimiento se dirige tanto a acabar con la tiranía como a mantener la religión. Como, por otra parte, esos paisanos han hecho juramento de fidelidad al rey, se sienten obligados a seguir sus banderas. Hidalgo responde que la insurgencia también se dirige a mantener al rey. Esta mención es excepcional en boca de Hidalgo insurgente, quien buscaba la independencia absoluta. Pero dirigiéndose a esos paisanos, cuya deserción del realismo es apremiante, hay que invocar engañosamente al rey, cosa que Allende y otros insurgentes sí pretenden, pero no él. Obtenida esa deserción, Hidalgo aclararía luego la independencia y sus ventajas.

El jueves 22 de noviembre en Zamora, se sacan copias de la proclama manuscrita destinadas a distribuirse entre aquellos paisanos realistas, esperando llegar a Guadalajara, donde la dará a las prensas. Hidalgo recibe de la nueva ciudad un donativo por 7,000 pesos para gastos de guerra. Concurre a misa de acción de gracias y continúa su camino para ir a comer a Ixtlán de los Hervores, de donde parte a La Barca, tierra también de parientes suyos, los Villaseñor. Pernoctando en el lugar.

El viernes 23 de noviembre salen de La Barca, pasando por Ojo Largo y Zapotlán del Rey continuando hacia Ocotlán, lindero de obispados y audiencias, donde rinden jornada. Probablemente en ese punto recibe Hidalgo dos cartas de Allende, fechadas en Guanajuato el 19 y el 20. Carta de grave solicitud y advertencia la primera y de franco reclamo y amenaza la segunda. Giran en torno a la ida de Hidalgo a Guadalajara sin mandar refuerzos a Guanajuato, porque, según la imaginación de Allende, Hidalgo de Guadalajara escaparía hacia el mar. Marchan los insurgentes de Ocotlán a Poncitlán y de aquí a la hacienda de Atequiza, donde descansan.

El sábado 24 de noviembre en Atequiza llegan 22 carros de Guadalajara en los que vienen autoridades del municipio y otras gentes principales, para adelantar bienvenida al Generalísimo. Contesta Hidalgo carta de Miguel Gómez Portugal en la que le ofrece música para su entrada triunfal a Guadalajara y cuatro caballos.

El domingo 25 de noviembre, luego de oír misa, parte Hidalgo de la hacienda de Atequiza, y apresurando la marcha, pasa por la hacienda de Cedros, hasta llegar a San Pedro Tlaquepaque, en donde habrá banquete y el más confortable hospedaje, preparado todo por el Amo Torres, al frente de representantes de la Audiencia, el Ayuntamiento, el Cabildo Catedral, la Universidad y otros cuerpos. 

Jorge Pérez Uribe

[1] Hernández y Dávalos, Juan, Colección de Documentos para la historia de la guerra de independencia de México de 1808 a 1821, 6 vols., México, 1877-1882.
[2] Carlos Herrejón Peredo, Hidalgo: maestro, párroco e insurgente, Ed. Clío, libros y videos, S.A. de C.V., México, 2014, pág. págs.304, 305
[3] Ibíd., págs.314, 315



domingo, 17 de noviembre de 2019

MIGUEL HIDALGO, VALLADOLID, BATALLA DEL CERRO DE LAS CRUCES (VIII)




Hacia la Intendencia de Valladolid



El martes 9 de octubre en Guanajuato, Hidalgo y Allende promueven la fundición de cañones y el intento de acuñar moneda, encomendando la tarea a Rafael Dávalos. Allende organiza la incorporación del Regimiento del Príncipe, así como la creación de otros dos de infantería: uno en la Valenciana bajo las órdenes de Casimiro Chovell, y otro en Guanajuato, a cuyo frente queda Bernardo Chico. El miércoles 10 Hidalgo y Allende dejan Guanajuato por la mañana, se dirigen a Irapuato y luego a Salamanca, donde pernoctan. 

El jueves 11 de octubre parten de Salamanca y prosiguen hacia Valle de Santiago, donde descansan. El viernes 12 arriban a Valle de Santiago. Luego tocan la loma de Zempoala hacia Salvatierra. El sábado 13 de octubre salen por la mañana de Salvatierra y, a la hora de la comida, entran a Acámbaro. Hidalgo felicita a Juan Carrasco por haber tomado semanas antes la población. También da gracias a Catalina Gómez de Larrondo, pues sus gentes fueron quienes capturaron al intendente Merino y demás. El domingo 14, luego de oír misa, descansan. El lunes 15, Hidalgo sigue dando comisiones y Allende tratando de organizar al ejército. Éste se adelanta rumbo a Indaparapeo, donde se encuentran Juan Aldama y Mariano Jiménez. Ya tarde, sale Hidalgo a Zinapécuaro, donde pasa la noche. Mientras tanto, en Valladolid el canónigo Mariano de Escandón, Conde de Sierra Gorda, levanta la excomunión a Hidalgo y seguidores. 



La toma pacífica de Valladolid 



El martes 16, Hidalgo sale de Zinapécuaro después de almorzar y llega a Indaparapeo a las 11 a. m. Recibido con repiques, va a la iglesia al acostumbrado Te Deum. Se reúne con Allende y Aldama. Han llegado comisionados de Valladolid para tratar la entrega pacífica de la ciudad. Mariano Jiménez y Víctor Rosales se adelantan a Valladolid. De esta población han huido muchos españoles, entre ellos, el obispo electo Manuel Abad y Queipo, quien había declarado excomulgados a Hidalgo y seguidores por los atentados cometidos sobre personas consagradas. Los insurgentes no tienen por válida tal excomunión, como brotada por motivos políticos y porque, siendo justa la causa, tales atentados son excusables. Transitan por Charo. El miércoles 17, es la entrada victoriosa de Hidalgo en Valladolid. Como al pasar por catedral, las puertas están cerradas, ante el enfado del caudillo, atropelladamente las abren luego y se canta Te Deum. Irritado el cura, declara vacantes las prebendas, menos cuatro, de sus simpatizantes. Se aloja en casa de Antonio Cortés. Hidalgo y Allende escriben al intendente de Guanajuato sobre la feliz llegada a Valladolid. Hidalgo hace nombramientos eclesiásticos y exige fuerte suma de dinero al Cabildo Catedral de: 114 000 pesos. 

El jueves 18, Allende reorganiza la tropa de línea: además de los regimientos de Dragones de la Reina y del Príncipe, así como de los de infantería de Celaya y Guanajuato, se suman el Provincial de Valladolid y el de Dragones de Pátzcuaro. Aunque la toma de la ciudad es pacífica, la dirigencia insurgente se enfrenta de nuevo al descontrol de las masas sedientas de pillaje. No sin dificultad tratan de mantener la promesa de no permitir el saqueo; más no pueden impedir el de algunas pocas casas. Se impone la represión con un cañonazo que mata a 14 de la multitud y la colocación de horcas para saqueadores, en la que mueren dos de éstos.

El sargento mayor del Regimiento de Valladolid, Manuel Gallegos, sugirió a los caudillos seleccionar  14,000 hombres y retirarse con ellos a la sierra durante dos meses, para entrenarlos como soldados bajo la conducción de un experto. Esta era la estrategia que estaba siguiendo Calleja, ante la falta de tropas profesionales y la imposibilidad de la Metrópoli de enviarlas, pero Hidalgo burlándose, rechazó la propuesta con el enfado de los militares.

Se acercó entonces a Hidalgo <<un antiguo condiscípulo a la sazón fraile carmelita Teodoro de la Concepción (Zimavilla) y le pregunto: “¿Que intentas y qué es esto?”, a lo que Hidalgo respondió: “Más fácil me sería decir lo que habría querido que fuese, pero yo no comprendo lo que realmente es”. 

La respuesta implica una mirada retrospectiva a los días de la conspiración, cuando efectivamente había un plan, objetivos y medios calculados que el cura conocía; pero el descubrimiento sorpresivo de la conspiración, así como saber que varios defeccionaban y otros no apoyaban, lo había conducido a la decisión del levantamiento multitudinario cuya dinámica en efecto se le escapaba.>>[1]

Se recompone el ayuntamiento y la intendencia, a cuyo frente Hidalgo nombra a José María de Anzorena, de 67 años. 

El viernes 19, en cumplimiento de disposiciones de Hidalgo, Anzorena promulga el primer bando insurgente de abolición de la esclavitud, en el que también se declara la supresión del tributo, de varios estancos y la moderación de otras cargas. Como ni en este bando ni en ningún otro momento de su estancia Hidalgo hizo referencia al rey, le reclamaron algunos canónigos a Allende este desacato.



El encuentro con José María Morelos y Pavón





El sábado 20, bien entrada la mañana, Hidalgo sale de Valladolid hacia Acámbaro. En Charo lo alcanza José María Morelos y Pavón, quien se ofrece de capellán del ejército, pero Hidalgo lo invita a ser uno de sus comisionados con rango militar, por la costa del Sur, siendo la principal encomienda la toma de Acapulco, con la instrucción de “que por todos los lugares que pasara se encargara y recibiera el gobierno y las armas que existían”, dejando en el mando a los criollos y quitando a los europeos, a quienes además “embargase sus bienes para fomento y pago de tropas”. Llegan a Indaparapeo a la hora de la comida y luego se despiden. Hidalgo pernocta en el lugar.


Primer intento de separar a Hidalgo del mando


Fue en Valladolid o en el trayecto a Acámbaro, cuando los jefes militares hablaron de la necesidad de separar a Hidalgo del mando militar, para lo cual se le propondría una revista del ejército y considerar ascensos y nombramientos, es decir dejarle un cargo más honorífico que real.
  
El domingo 21, temprano salen a Zinapécuaro, adonde asisten a misa y descansan esa noche, para salir de madrugada a Acámbaro. El lunes 22, en Acámbaro se lleva a cabo una revista de la tropa y se celebra consejo con los principales jefes. La multitud es dividida en regimientos de mil hombres. Luego, en junta de jefes preparada por Allende, hay el conato de quitar a Hidalgo el mando militar, pero Hidalgo lo frena enfureciéndose terriblemente e intimidando a los vocales. Todos son ascendidos de rango, comenzando por el propio Hidalgo, generalísimo, Allende, capitán general; tenientes generales, Aldama, Jiménez, Arias y Balleza. Otros más son promovidos. Las designaciones son dadas a conocer a la tropa, los agraciados se uniforman según el nuevo grado y la multitud los aclama por tales. “Hidalgo y Allende como generalísimos, siendo su uniforme casaca azul, vuelta encarnada, tenían tres bordados de oro o plata según querían en la bocamanga y vueltas de la casaca, distinguiéndose Hidalgo con la banda encarnada y tres bordados de oro”

El martes 23, Hidalgo manda en comisión a Pedro José Beltrán y Coronel a las Provincias Internas y Sonora, con indicaciones semejantes a las del bando de Anzorena: supresión de esclavitud y tributos, con algunas variantes, como el embargo de bienes de europeos. Se discuten diversas alternativas de ruta: Allende propone interponerse entre las divisiones de Flon y Calleja; más prevalece el voto de Hidalgo de ir a México. Se sabe que varias poblaciones del oriente michoacano, como Taximaroa, Irimbo y Zitácuaro, ya están por la insurgencia. Los insurrectos de Hidalgo llegan ya a más de cincuenta mil. No todos toman el mismo camino; los de a pie, por veredas; los de a caballo, por camino de herradura; las carretas, por camino carretero. Tampoco todos llegan a los mismos lugares, que desde luego no pueden abastecer ni dar albergue a aquella insólita muchedumbre. De tal manera, la oleada humana cubre un amplio espacio de ruta, así como de pueblos y rancherías de paso. Maravatío. El mismo martes 23, Hidalgo llega a Maravatío; gran parte del ejército se queda en las afueras, mientras Hidalgo se hospeda en una casa del portal. Ahí lo encuentra el licenciado Ignacio Rayón, quien se suma a la causa y de orden de Hidalgo va a promulgar en su tierra natal, Tlalpujahua, un bando semejante al de Anzorena.

El miércoles 24, tocan los insurgentes la hacienda de Pateo y arriban a la de Tepetongo, donde Hidalgo pasa la noche. Por la mañana, cruzan el puerto de Medina, raya de la intendencia y obispado de Michoacán, respecto a la intendencia y arzobispado de México. Enfilan a la hacienda de La Jordana, donde descansan aquella noche. El jueves 25 de aquella hacienda, bordeando la margen izquierda del río Lerma, llegan a San Felipe del Obraje. Ahí se reciben unos cañones, no muy buenos, procedentes de la ciudad de Guanajuato, y también la noticia de que la Inquisición cita a Hidalgo a responder de cargos. Pernoctan varios en la casa cural. El viernes 26 de octubre, de San Felipe del Obraje reemprenden el camino cuyo siguiente término es Ixtlahuaca, adonde entra Hidalgo a las 2 de la tarde. Es recibido con repiques y toda pompa por el cura. En las oficinas, Hidalgo ve el edicto inquisitorial de comparecencia y a la hora de sobremesa comenta contradicciones del documento.

En Ixtlahuaca, algunos españoles son liberados por intercesión del cura del lugar. Hidalgo resuelve en un caso de herencia, y al mirar que un ranchero mestizo del rumbo, adherido a la causa insurgente, trae sus bastimentos a espaldas de indios descalzos y atados, lo obliga a desatarlos de inmediato. El domingo 28, Luego de asistir a misa muy temprano, almuerzan. Para ello, algunos dan muerte a unos bueyes de labor. Sabedores los caudillos, los reprenden “por el perjuicio que resultaría a la agricultura”. Salen rumbo a Toluca. Arriban a esta ciudad a las 2 p. m. La muchedumbre llega a más de setenta mil. Los últimos entran a las 7 de la noche. Los caudillos van seguidos de una banda de música. Prevenido el cura de la parroquia, que lo era el franciscano Pedro de Orcillés, del recibimiento solemne que ha de preparar a Hidalgo, así lo hace. Alojado en las casas reales, Hidalgo recibe ahí la visita del clero de la ciudad y de vecinos principales. Otras voces dicen que se hospeda en la casa de la familia Oláez. La impresión que tienen los toluqueños de aquel movimiento es positiva: se admiran del orden con que se conducen los insurgentes y comentan que son “gente muy buena”.

El lunes 29 de octubre en Toluca, dispone Hidalgo que una parte no pequeña del ejército se quede en Toluca bajo las órdenes de Juan Ignacio González Rubalcaba, quien seguirá luego hacia Cuernavaca, pero la mayor parte del ejército insurgente se dirige a México: unos hacia el puente de Lerma, y otros, por el camino de Metepec, al puente de San Mateo Atenco. Los que avanzan hacia Lerma han de detenerse, pues el punto está defendido por tropas del realista Trujillo, más luego éste lo deja libre. Hidalgo avanza por el puente de Atenco, cuya defensa realista no fue oportuna; y así, habiendo cruzado el río, llegan a Santiago Tianguistengo, donde Hidalgo determina hacer alto. Aquí se le incorpora un inglés que afirma saber de artillería. De ahí mismo ordena Hidalgo se tome ganado de la hacienda de la Cruz y recibe queja de que indios de Ozolotepec saquean la hacienda de San Nicolás, incluida la capilla.


La batalla del Monte de la Cruces




El martes 30, de Santiago Tianguistengo Hidalgo pasa revista a sus huestes de cerca de 70,000 hombres y sale hacia las 4 a. m. para reunirse con los que habían cruzado por Lerma. Todos emprenden la subida del Monte de Las Cruces. Cabalgan juntos Allende y Jiménez y el primero asegura que en la Ciudad de México tiene muchos partidarios, uno de cuyos jefes “le tenía ofrecido salirlo a recibir con diez o doce mil hombres”. [2]

Mientras, el jefe realista Torcuato Trujillo, al amparo de la espesura del monte, prepara su defensa con cerca de dos mil hombres (cuatrocientos jinetes y mil trescientos treinta infantes), con dos buenos cañones. De los insurgentes sólo tres mil son tropa disciplinada, mitad de caballería, mitad de infantería, con malos cañones. Hay también unos catorce mil rancheros a caballo con machete o lanza, y el resto es una multitud de sesenta mil entre indios y castas. Como a las 11 de la mañana, rompen el ataque los insurgentes al son de cornetas y tambores, estruendo que pronto se diluye en una inmensa gritería. Ofrecen buen blanco a los fusiles y cañones ocultos de los realistas, que pronto causan gran mortandad entre la masa insurgente. Pero Allende se sobrepone y redistribuye a los soldados disciplinados haciendo que Jiménez rodee al enemigo por arriba y lo sorprenda. Los insurgentes van ganando terreno, al grado de mandar comisión con bandera blanca para proponer rendición y evitar más muertes. Más Trujillo, al tener cerca la embajada, manda disparar contra ella. Aprietan los insurgentes, vencen y algunos persiguen los restos realistas hasta cerca de Santa Fe. 

Mueren dos mil realistas y más de dos mil insurgentes.[3] Cara victoria. Desde lo álgido de la batalla, muchos insurgentes han desertado, y más, al ver y sepultar a los muertos. Pero el camino a México ha sido despejado. Así que se ordena seguir hacia Cuajimalpa, adonde llegan en noche fría en extremo. La mayor parte no tiene techo ni bastimento. El miércoles 31 de octubre la dirigencia insurgente se ha hospedado en la venta llamada San Luisito. Deliberan sobre el avance y esperan que los partidarios de la capital salgan en cualquier momento o manden alguna noticia. No sucede. Entonces, por la tarde, se decide que una comisión parta con bandera blanca, a llevar pliego de intimación al virrey Venegas, quien lo rechaza. Otra noche de un aire helado intolerable y muy poca comida. La gente ha encendido infinidad de hogueras para calentarse, y en cada lumbrada cantan aquellos grupos toda la noche “desentonados alabados y otras canciones religiosas”. 

El jueves 1 de noviembre jueves en Cuajimalpa. Como a las 4 a. m. retorna la comisión a la venta. Como es día de Todos Santos y de guardar, a las 6 de la mañana se llama a misa. Concluida, Allende, Arias y otros jefes desean proseguir a México, pero se impone Hidalgo, quien prefiere retirarse argumentando que sin la seguridad de los partidarios que no se han comunicado y ante la falta de municiones, no es aconsejable arriesgarse, pues el enemigo con muy poca artillería ha hecho estragos. También le pesa ver a muchos de sus indios y castas resfriados, asustados y deprimidos. A las 11 a. m., se levanta el campamento en contramarcha hacia Lerma, adonde llegan al anochecer. El viernes 2 de noviembre, Hidalgo agradece a Luis Bernaldes su ofrecimiento de seguidores. Sale a Ixtlahuaca. Llegan a la puesta del sol. Para el sábado 3 de noviembre, más de la mitad de los seguidores han desertado, de manera que la multitud, aún considerable, llega a treinta mil hombres. Se acerca entonces el párroco de Xiquipilco, partidario de Hidalgo, para que les ordene a algunos de los indios más radicales que dejen enterrar a tres europeos que han ejecutado; se fía en que Hidalgo “poseía y dominaba los corazones de los indios”. 



Razones y sinrazones de la retirada 



<<… no fue la razón determinante la deserción de gran parte de la muchedumbre, pues por ciego que fuera, Hidalgo ya había comprobado que su participación en combate resultaba contraproducente, y tampoco el saqueo frustrado de la Ciudad de México, pues precisamente ya había desertado gran parte de los virtuales saqueadores. Además se mantenía vigente la tajante consigna de no atentar contra bienes de criollos y demás americanos […] 

Más bien pesaron cuatro razones, no aisladas sino combinadas: la falta de adhesión oportuna de los partidarios de la ciudad, la mortandad causada por la artillería del enemigo, la información sobre los avances de Flon y Calleja, y la carencia de municiones, razón esta expresada por Hidalgo […] 

En algo se había habilitado la artillería, pues los herreros de Lerma ya habían habilitado dos cañones y fueron pagados por decisión de Aldama con una culebrina de palo qué se había desfogado en Las Cruces, pero aún tenía bastante hierro en los muñones y casquillos. Más las balas eran insuficientes. Si en Las Cruces se había utilizado tal cantidad, la toma de México quizás exigiría muchas más baterías y municiones. 

Por otra parte, para esa fecha es muy probable que los caudillos hubieran ya recibido las primeras noticias del avance de Flon y de Calleja: el primero habiendo salido de Querétaro el 22 de octubre, tomó San Miguel el Grande sin dificultad el 24 y de allí marcho a encontrarse con Calleja, quien habiendo dejado la hacienda de La Pila ese día se dirigió a Dolores, punto donde se reunió con Flon el 28, el mismo día en que Hidalgo entraba a Toluca. De manera que para el 1 de noviembre es muy posible que los caudillos se empezaran a enterar del avance realista […] 

Pero tal vez los caudillos ignoraban otra información: que no lejos la insurgencia prosperaba simultáneamente […] la guerrilla amenazaba Cuautitlán […] 

Por otra parte, el ejército que encabezaba Ignacio González Rubalcaba, luego de dejar Toluca se había encaminado a Tenancingo, Malinalco, San Francisco Tetecala, hacienda de San Gabriel y Cuernavaca. La falta de información y coordinación con estos grupos de insurgentes impidió a la dirigencia insurgente tener los mejores elementos de juicio para la mejor resolución ante la Ciudad de México. 

La falta de colaboración de los capitalinos merece especial atención […] El Pavor podría deberse a dos cosas: una, la vigilancia y represión de que podían ser víctimas del gobierno tales agentes; dos, la violencia indistinta que ejercerían sobre ellos las turbas incontrolables de Hidalgo, como había acontecido en Guanajuato. 

La discusión entre Hidalgo y Allende fue acre y, al final, el cura dijo: “Ellos reciben sus víveres de fuera, y bastará quitárselos, para que hasta nos llamen a la capital en su socorro” .

Y en efecto, una providencia en su segunda instancia en Valladolid sería suspender ese abasto. Como sea se estima que el ataque insurgente a la Ciudad de México era mejor opción, bien que en aquellos momentos no se tuvieran todos los elementos de juicio. Por ello se le ha reprochado a Hidalgo el retroceso. >>[4]


Jorge Pérez Uribe 


Notas:
[1] Carlos Herrejón Peredo, Hidalgo: maestro, párroco e insurgente, Ed. Clío, libros y videos, S.A. de C.V., México, 2014, pág.266 
[2] Indudablemente se refería a la sociedad secreta de Los Guadalupes. 
[3] Aquí hay que hacer la consideración de que había más tropas realistas, de las consideradas inicialmente, de 1,730 elementos. 
[4] Ibíd., págs.293, 296

lunes, 22 de julio de 2019

MIGUEL HIDALGO, LA TOMA DE GUANAJUATO (VII)




De Irapuato a Guanajuato 


Al amanecer del viernes 27 de septiembre partió de Irapuato la muchedumbre cercana a las quince mil personas. Llegaron a la hora de comer a la hacienda de Burras, propiedad del Marqués de Rayas, simpatizante de la autonomía novohispana y admirador de Hidalgo. Luego de comer, el mando sopesó la situación con la información que iba llegando de Guanajuato. Así supieron que los guanajuatenses estaban enterados del levantamiento desde el día 18 y que los europeos, discutían la manera de responder al inminente ataque: algunos proponían huir, otros que el intendente saliera a batir a Hidalgo y otros más que se organizara la defensa, pidiendo ayuda a México, Querétaro, San Luis Potosí, Valladolid y Guadalajara. Como prevaleció esta opinión, el intendente ordenó fortificar varios puntos de la ciudad. Sin embargo los auxilios nunca llegaron y Riaño contra el parecer del mayor Diego Berzábal, tomó la decisión de pertrecharse en la alhóndiga de Granaditas, la noche del día 24, concentrándose ahí, las escasas tropas de 400 soldados y 200 civiles armados, los caudales (cercanos a los tres millones de pesos, provisiones, archivos y las familias de los europeos. El perímetro de defensa de la ciudad se redujo a las calles cercanas a la alhóndiga, construyéndose tres trincheras en las vías de acceso al edificio. Otro grupo de peninsulares y criollos se refugió en el edificio de la hacienda de Dolores, contiguo a la alhóndiga. 

Los ingenieros de minas Mariano Jiménez, Casimiro Chovell y Rafael Dávalos, así como José María Liceaga, se adhieren al movimiento, proporcionando toda esta información y que la mayor parte de la población estaba con los insurgentes. 

Platicaron los jefes sobre lo fácil que era la toma, aunque la situación podría complicarse si llegaban los refuerzos que esperaba el intendente, aunque primeramente había que solicitar la rendición a fin de evitar el derramamiento de sangre

Hidalgo procedió a dirigir intimación a su amigo el Intendente Juan Antonio Riaño, aunque no deja de parecer algo rara, ya que no exige la rendición de la plaza, sino la de los españoles europeos, a quienes considera obstáculo para la independencia y libertad de la nación; así como una nota personal, dirigida al entrañable amigo:

<<Señor don Juan Antonio Riaño.
Cuartel de burras, septiembre 28 de 1810 


Muy señor mío:
La estimación que siempre he manifestado a usted es sincera, y la creo debida a las grandes cualidades que le adornan. La diferencia en el modo de pensar no la debe disminuir. Usted seguirá lo que le parezca más justo y prudente, sin que esto acarree perjuicio a su familia. Nos batiremos como enemigos, si así se determinare; pero desde luego ofrezco a la señora intendenta un asilo y protección decidida en cualquier lugar que ella elija para su residencia, en atención a las enfermedades que padece. Esta oferta no nace de temor, sino de una sensibilidad que no puede desprenderse. 

Dios Guarde a usted muchos años, como desea su atento servidor, que su mano besa.

Miguel Hidalgo y Costilla>>
[1]

Extrañeza debió causar al intendente Riaño que su entrañable amigo de años “a quien él calificaba como no sólo como un brillante intelectual sino como persona de genio suave”, encabezara esta rebelión.


Mariano Abasolo e Ignacio Camargo son los encargados de entregar la intimación. Camargo fue quien leyó en voz alta la intimación; a lo que contestó el intendente: <<Ya ustedes han oído lo que dice el cura Hidalgo. Este señor trae mucha gente, cuyo número ignoramos, como también si trae artillería, en cuyo caso es imposible defendernos. Yo no tengo temor, pues estoy pronto a perder la vida en compañía de ustedes, pero no quiero que crean que intento sacrificarlos a mis particulares ideas. Ustedes me dirán las suyas, que estoy pronto a seguirlas. 

Luego de un silencio que parecía eterno, el español Bernardo del Castillo, improvisado capitán de sus paisanos, contestó indignado que no podían someterse a prisión perdiendo su libertad y sus bienes sin haber cometido delito alguno, y que para defenderse habrían de luchar hasta vencer o morir: su decisión fue aplaudida y muchos gritaron “¡Morir o vencer!” Riaño preguntó a sus soldados si estaban dispuestos a cumplir con su deber, y el mayor Berzábal contestó” ¡Viva el rey!”, aclamación repetida luego por gritos de la tropa, compuesta en su mayoría por criollos. >> [2]

Y como honorable caballero respondió a la nota personal de Hidalgo en la siguiente forma: 

<<Muy señor mío:

No es incompatible el ejercicio de las armas con la sensibilidad: esta exige de mi corazón la debida gratitud a las expresiones de usted en beneficio de mi familia, cuya suerte no me perturba en la presente ocasión.
Dios guarde a usted muchos años.

Guanajuato, 28 de septiembre de 1810.

Riaño>>
[3]


La primera batalla: Guanajuato, una absurda defensa




Hidalgo avanzó sobre la ciudad localizada en el fondo de un valle, tomó posición desde los cerros del Cuarto y de San Miguel, desde los cuales cerca de diez mil honderos indios atacaron con piedras a los dos edificios defendidos por los españoles y a las trincheras en las calles aledañas. Con el resto del ejército avanzó en línea recta al Cuartel de Caballería, sin encontrar oposición, por lo que sólo quedaba el puesto de Granaditas y las trincheras. 

El inicio de las hostilidades se dio cuando los indios se acercaron a la alhóndiga, cerca de las doce del día y fueron muertos unos veinte. Se procedió entonces a atacar las trincheras en una batalla que duraría cerca de tres horas y media. 

Hidalgo daba órdenes desde el Cuartel del Príncipe, mientras Allende repartía los soldados de línea por diferentes frentes. Riaño salió a proteger las trincheras, más al regresar a la alhóndiga recibió un certero disparo y muere. El desconcierto cundió entre los defensores, que vieron la inutilidad de la defensa y muchos quisieron la rendición, pero ya era muy tarde, ya que varios insurgentes se lanzaron a prender fuego a la puerta de la alhóndiga. Aquí hay que recordar que varios ingenieros y trabajadores de La valenciana -expertos en explosivos- se habían unido a Hidalgo.

<<Fue entonces cuando un lépero del pueblo pasó al cuartel y dijo a Hidalgo, “Victoria, Señor, porque no habiendo dejado sus tropas en el edificio de Granaditas más que una sola puerta, hemos quemado mucha parte y por ella puede ser sojuzgado”, con cuyo motivo mandó Hidalgo se atacase, remitió gente para ello. Los europeos hicieron fuego bastante vivo, como lo habían efectuado anteriormente, pero como tanto el batallón de la ciudad como las dos compañías de Dragones del Príncipe alojadas en Granaditas, lejos de formar empeño en la defensa, se veían procurando con sus armas a favor del Cura.>> [4]

La muchedumbre, engrosada por la plebe de Guanajuato, incluidos más de 100 presos, entra, masacra y saquea. Hidalgo llega después. Los muertos son unos quinientos: cerca de doscientos soldados realistas y ciento cinco europeos; del lado insurgente, doscientos cuarenta y seis. Por la tarde comienza el saqueo de la ciudad. 



La toma de Guanajuato: victoria militar, derrota económica y en simpatías del movimiento



Si bien Hidalgo reconocería su responsabilidad en los asesinatos de españoles de Valladolid Y Guadalajara, nunca refirió que ordenara la masacre de la alhóndiga, las multitudes lo habían rebasado. Y lo que siguió después no fue menos peor, ya que hacia las cinco de la tarde comenzó el saqueo que llegó a enfrentar a los insurgentes y a la plebe de Guanajuato, durante toda esa noche y los siguientes dos días. Aunque Hidalgo procuró recoger cuanto se pudo en dinero, barras de plata, azogue y joyas; de los caudales de la alhóndiga “no logró el cura Hidalgo más que ocho mil pesos en reales y treinta y dos barras de plata que quitaron sus soldados pues todo lo demás se lo llevaron los indios y la plebe de esta ciudad”.

La masacre de europeos y criollos restó simpatías al movimiento insurgente, no nada más entre los españoles, que no vivían en Guanajuato, como el mencionado Marqués de Rayas, y entre los criollos que conformaban el naciente grupo secreto de Los Guadalupes en la Ciudad de México, sino también en Agustín de Iturbide, que en el campamento de Perote en 1807, había ya manifestado sus simpatías por la independencia de la Nueva España, ante Juan Aldama e Ignacio Allende y que a consecuencia de la espantosa masacre y el desorden del movimiento insurgente decidiría combatir por el orden del gobierno existente. Otro joven criollo de 17 años, que vivió el terror de los saqueos fue Lucas Alamán, qué posteriormente destacaría como diputado a las Cortes de Cádiz, Ministro de los gobiernos independientes e historiador, y que nunca perdonaría los excesos de Hidalgo.

El sábado 29 reinaba la desolación en la próspera ciudad y aunque Hidalgo daba órdenes a la inmensa muchedumbre sólo llegaban a algunos niveles, otras eran ignoradas u obedecidas a medias.

El domingo 30 se publicó un bando para que cesara el desorden, pero éste continuó. Fue entonces cuando la madre de Lucas Alamán, acompañada por el joven de 17 años, fue a pedir garantías, mientras que Allende intervenía a cintarazos en la forma ya acostumbrada, el mismo Hidalgo se vio obligado a ordenar fuego contra los que arrancaban los balcones de las casas. Con el fin de que el Ayuntamiento colaborara a poner orden, Hidalgo publicó la elección que se había hecho de alcaldes en las personas de José Miguel de Rivera y José María Hernández Chico, y a fin de obtener su reconocimiento asistieron todos a un Te Deum el lunes 1° de octubre.

El martes 2 de octubre hubo una falsa alarma en la mina de La valenciana. Como había recibido informes inquietantes de Dolores y San Miguel, emprendió el día 3 por la noche una expedición a Dolores, aunque parecía que el objetivo era más bien San Luis Potosí, en el que sabía de los oficiales que conspiraban para unirse a la insurrección. Arribó a Dolores la madrugada del día 4 y luego el día 5 la emprendió hacía San Luis Potosí, vía San Felipe. En la hacienda de la Quemada recibió noticias del grupo conspirador de San Luis, desaconsejando se dirigiera a esta ciudad en donde estaba establecido Calleja que entrenaba al nuevo ejército (hay que comentar que la conscripción virreinal se integraba fundamentalmente por la población negra y mulata, participaba la población mestiza e indígena en menor grado).



El juramento de fidelidad al rey: un obstáculo



<<Al día siguiente, domingo 7 de octubre, Hidalgo convocó al Ayuntamiento a las autoridades del clero y a los vecinos principales de Guanajuato con objeto de recomponer la plana de autoridades de la intendencia. Para ello pidió al regidor Fernando Pérez Marañón asumiese el cargo de intendente, al rehusarse, lo propuso a otros miembros del Ayuntamiento, que igualmente se negaron.

Pero entonces intervino el cura Labarrieta, con quien Hidalgo había cultivado amistad, explicándole que la negativa se debía a no poder conciliar las ideas de independencia que manifestaba Hidalgo con el juramento de fidelidad al rey prestado por ellos. A esto Hidalgo replicó indignado: “Fernando VII sólo es un ente que ya no existe”, que el juramento no obligaba y que no volviesen a expresar tales preocupaciones, pues sufrirían quienes lo hicieran. Dicho esto se levantó y los dejo.

Procedió entonces el caudillo a nombrar a sin mayor consulta a las autoridades de la intendencia. Y así el lunes 8 de octubre, para el puesto de intendente designó a José Francisco Gómez; para el de asesor, a Carlos Montes de Oca, y para promotor fiscal, a Francisco Robledo. Por último tomó como secretario particular suyo al joven abogado José María Chico. >> [5]

En este alto al frenesí iniciado el día 16 de septiembre, se hicieron intentos de acuñación de moneda, así como la fundición de cañones, “pero tan delgados y débiles” que se reventaban luego, por lo que de doce, sólo uno salió bueno y en él grabaron “EL libertador de América”.

Importante fue la incorporación del Regimiento del Príncipe y la creación de otros dos de infantería, así como la adhesión de Mariano Jiménez y de José María Liceaga.

Ese mismo lunes 8, llegó la noticia de la captura del recién nombrado intendente de Michoacán Manuel Merino, así como del comandante Diego García Conde y del conde de Casa Rul. La detención la había logrado el torero Luna con gente al servicio de María Catalina Gómez de Larrondo, vecina de Acámbaro y simpatizante de la insurgencia, por lo que el camino a Valladolid estaba abierto.

Jorge Pérez Uribe 


Notas:

[1] Carlos Herrejón Peredo, Hidalgo: maestro, párroco e insurgente, Ed. Clío, libros y videos, S.A. de C.V., México, 2014, pág.247
[2] Ibíd., pág.250
[3] Ibíd., págs.250, 251 
[4] El famoso “Pípila” es un personaje nacido de la mente de Carlos María de Bustamante, al igual que el “niño artillero” que relataría con Morelos. Narra el episodio del Pípila suponiendo que Hidalgo le indicó directamente la quema de la puerta, cuando ya vimos que el Cura, estaba muy alejado de la alhóndiga. Sin embargo Carlos Herrejón Peredo ha encontrado un nombre: Juan José Martínez que actuó bajo esas características.
[5] Ibíd., págs.255

sábado, 4 de mayo de 2019

MIGUEL HIDALGO, EL GRITO DE DOLORES, Y TOMA PACÍFICA DE POBLACIONES (VI)




El grito de Dolores


Entre las tres y las cinco de la madrugada de aquel 16 de septiembre de 1810, ya reunidos los alfareros y cederos de sus pequeñas empresas y los dos serenos del pueblo, alrededor de 15 o 16 personas; mandó Hidalgo a los alfareros traer las armas y hondas ocultas en la alfarería, mismas que se repartieron entre los presentes.

<< Una vez armados los pocos que se habían reunidos, tomó el señor Cura una imagen de nuestra Señora de Guadalupe, y la puso en un lienzo blanco, se paró en el balconcito del cuarto de su asistencia, arengó en pocas palabras a los que estaban reunidos recordándoles la oferta que habíamos hecho de hacer libre nuestra amada patria y levantando la voz dijo:

- ¡Viva nuestra Señora de Guadalupe! ¡Viva la independencia!

Y contestamos:
- ¡Viva!
Y no faltó quien añadiera:
- ¡Y mueran los gachupines!

Acto seguido el cura se dirigió junto con ellos a la cárcel, donde liberó a 50 reos, de allí fueron todos la cuartel por espadas. Se agregaron soldados del destacamento del Regimiento de la Reina. Y todos se distribuyeron para proceder a la prisión de españoles. […]

Mientras tanto el campanero, el cojo Galván, había dado las llamadas para la misa de cinco. Como una de las razones primordiales del movimiento era la defensa de la fe y sus prácticas, lo más seguro es que, una vez aprehendidos los gachupines, gran parte de los sublevados acudiera a la misa dominical, pues era de riguroso cumplimiento comenzando por el propio Hidalgo, aunque no oficiara él sino uno de sus vicarios.

Habiendo salido todos de la Iglesia poco después de las seis, allí en el atrio el cura Hidalgo arengó a la multitud en estos términos:

¡Hijos míos! ¡Únanse conmigo! ¡Ayúdenme a defender la patria! Los gachupines quieren entregarla a los impíos franceses. ¡Se acabó la opresión! ¡Se acabaron los tributos! Al que me diga a caballo le daré un peso; y a los de a pie, un tostón! […]



“Voy a quitarles el yugo”



A las siete de la mañana ya se contaban más de seiscientos los animados a entrar en la insurgencia. Allende y Aldama ayudados por 34 soldados del Regimiento de la Reina, se dieron a la tarea de formar pelotones y dotarlos cuando menos de hondas que tenían guardadas en el Llanito y lanzas de Santa Bárbara de donde había llegado Luis Gutiérrez con más de doscientos jinetes.

Mariano Abasolo no estuvo en el momento de la primera arenga, pues permaneció en su casa, pero más tarde escuchó a Hidalgo mientras se dirigía no a la muchedumbre sino a un grupo de vecinos principales de Dolores. En efecto, el propio cura Hidalgo y Allende mandaron juntar todos los vecinos principales del propio pueblo, y reunidos les dijo el Cura estas palabras:

“Ya sus mercedes habrán visto este movimiento; pues sepan que no tiene más objeto que quitar el mando a los europeos, porque éstos como ustedes sabrán, se han entregado a los franceses y quieren que corramos la misma suerte, lo cual no hemos de consentir jamás y vuestras mercedes, como buenos patriotas, deben defender este pueblo hasta nuestra vuelta que no será muy dilatada para organizar el gobierno.”

Hidalgo encargó la parroquia al padre José María González, generoso devoto de la cofradía de los Dolores. Hubo otras misas dominicales y así unos entraban y otros salían. Almorzaban lo que generalmente se ofrecía en el tianguis dominical

Hidalgo inició también una de las que serían las acciones de mayor trascendencia para el nombramiento: el nombramiento de comisionados para diversos puntos. Por último encargó los obrajes a Pedro José Sotelo y otros.

Habló con sus hermanas Vicenta y Guadalupe, prometiéndoles que pronto volvería, y hacía las once de la mañana montó en caballo negro. Al paso del desfile de cerca de ochocientos sublevados que enfilaron hacia la hacienda de La Erre, pasando por el puente del río Trancas, una joven del pueblo, Narcisa Zapata, le gritó al párroco:

- ¿A dónde se encamina usted señor Cura?

Y éste contestó:
- Voy a quitarles el yugo muchacha.
A lo que replicó Narcisa:
- Será peor si hasta los bueyes pierde, señor Cura>> [1]


Retrato hablado de Hidalgo al momento del Grito de Dolores



De conformidad con Carlos María de Bustamante –contemporáneo de Hidalgo-: <<Era Hidalgo bien agestado, de cuerpo regular, trigueño, ojos vivos, voz dulce, conversación amena, obsequioso y complaciente; no afectaba sabiduría; pero muy luego se conocía que era hijo de las ciencias. Era fogoso, emprendedor y a la vez arrebatado. >> [2]

Lucas Alamán que vivió la batalla por Guanajuato muy joven y que se convertiría en uno de sus mayores detractores lo describe así: <<Era de mediana estatura, cargado de espaldas, de color moreno y ojos verdes vivos, la cabeza algo caída sobre el pecho, bastante cano y calvo, como que pasaba ya de 60 años [en realidad 57], pero vigoroso, aunque no activo ni pronto en sus movimientos; de pocas palabras en el trato común, pero animado en la argumentación a estilo de colegio, cuando entraba en el calor de alguna disputa. Poco aliñado en su traje, no usaba otro que el que acostumbraban entonces los curas de pueblos pequeños. >> [3]

<<A este retrato convendría añadir que normalmente su genio era suave –como había escrito Riaño-, bien que alguna que otra vez estallará en cólera; que no obstante la conciencia de su saber era humilde; que gozaba las fiestas con suma alegría y no desdeñaba conversar con mujeres de alguna gracia; que compartía la vida al igual con aristócratas que con indios y castas; que sus pasiones eran la música y la fiesta brava; que era excesivamente pródigo y se la pasaba endeudado sin mayor angustia, y, en fin que era astuto como un zorro. Más por encima de todo, a partir de aquel día del Grito mostraría el más grande de los resentimientos contra los europeos, como que había acogido y albergado en su corazón los agravios padecidos por todos los nacidos en estas tierras de parte de aquellos.

En lo físico sólo faltaría decir que era buen jinete y así montado en caballo negro, emprendía su ruta de libertad y destrucción. Esa personalidad destacaba en la muchedumbre, pero al mismo tiempo se iba diluyendo en ella. Acababa de abrir la cueva de los vientos y el vendaval lo rebasaría. La biografía de Hidalgo tiende a perderse en la historia de la guerra. >>[4]



Toma pacífica de las poblaciones aledañas



Recordemos que uno de las primeras encomiendas que había realizado hidalgo era nombrar comisionados para invitar a las poblaciones cercanas a unirse a su movimiento y así trazando un ovalo, se dirigió primero a la hacienda de La Erre, cuyo administrador Miguel Malo había dispuesto comida para los sublevados. Terminada la comida cerca de las dos de la tarde, marcharon a San Miguel el Grande, mientras Hidalgo exclamaba: “¡Adelante señores! Ya se ha puesto el cascabel al gato. Falta ver quiénes son los que sobramos”.

<<Al atardecer se detuvieron brevemente en el santuario de Atotonilco, donde el capellán Remigio González ofreció de merendar a los dirigentes. Hidalgo habiéndose dirigido a la sacristía, que sin duda conocía bien, tomo un estandarte de la Virgen de Guadalupe enarbolándolo como una de las banderas del movimiento. A partir de entonces el grito de “¡Viva la Virgen de Guadalupe!” resonaría incesantemente.

Mientras todo esto sucedía se acercaban dos destacamentos militares, uno proveniente de Querétaro, enviado a capturar a Allende y Aldama y otro de Guanajuato para capturar a Hidalgo, pero al enterarse del tamaño del contingente alzado, se retiraron.

Durante los primeros meses del movimiento los insurgentes blandieron diversas banderas, a menudo las mismas de los batallones de soldados regulares que se les agregaban, pero destacaron La guadalupana elegida por Hidalgo, y la que llevaba la imagen de Fernando VII, que se avenía más con la postura de Allende y que Hidalgo ni impuso ni prohibió; esto último porque le atraía partidarios. >>[5]



San Miguel el Grande: “Sólo queda la autoridad de la nación”



Cuando arribaron a San Miguel el Grande, ya se conocían las noticias provenientes de Dolores, por lo que el coronel Narciso de la Canal, comandante del Regimiento de la Reina al que pertenecía Allende y su cuñado el alférez Manuel Marcelino de las Fuentes, convocaron a una reunión del Ayuntamiento con el alcalde Ignacio Aldama, así como con Juan de Humarán, Justo Cruz Baca, Francisco Landeta, Domingo Berrio y otros. Humarán propuso salir a recibirlos, mientras que los demás, que Aldama y Cruz Baca fueran en comisión a hablar con los sublevados en tanto se reunirá la tropa para resistir. Mientras tanto De la Canal recibía al sargento Francisco Camúñez –que de Querétaro venía a aprehender a Allende y Aldama. De la Canal dejó el mando a Camúñez, advirtiéndole de la poca lealtad de los soldados, ya que eran fieles a Allende, -efectivamente solo se contaron 40 leales a la Corona-.

Los comisionados, platicaron con Ignacio Allende, sobre los propósitos de los insurgentes y regresaron a San Miguel para comunicar a los demás del ayuntamiento que los alzados eran ya cerca de mis doscientos y que mucha gente de San Miguel se iba sumando a los insurrectos.

Los insurgentes entraron por el barrio de San Juan de Dios como a las siete de la noche de ese 16 de septiembre, con Allende a la cabeza e Hidalgo en la retaguardia. Allende procedió a la aprehensión de los españoles reunidos en las Casas Reales.

La multitud saqueó la tienda de Francisco Landeta e intento hacerlo con la de Pedro Ulibarri, pero Allende se interpuso y los retiró a cintarazos.

La primera confrontación entre Allende e Hidalgo, se dio a temprana hora del lunes 17, cuando numerosos sublevados empezaron a apedrear casas de españoles, a gritar mueras e intentar saqueos. Allende se levantó en bata y chinelas y montando a caballo, cintareó a varios hasta que calmó el alboroto. <<Hidalgo se lo criticó, arguyendo que convenía tolerar a la muchedumbre, pues era la manera de contar con ellos. Allende replicó que el movimiento sólo tendría éxito con tropa disciplinada de la que fuera defeccionando (de las filas realistas), pues casi todos eran americanos, en cambio el populacho sólo provocaba desórdenes y buscaba saquear. Se acaloraron los ánimos y Allende expresó que mejor Hidalgo se separara del movimiento y lo dejará sólo. Hidalgo ofreció arengar al pueblo para que obrara sin excesos y conservaría la jefatura de la causa, mientras que Allende organizaría la tropa y las campañas. >> [6]

Por la tarde se reunieron los principales criollos en las casas consistoriales presididos por los caudillos y se procedió a nombrar una junta gubernativa para la población presidida por el mismo alcalde Ignacio Aldama.

Entonces apareció el capitán Mariano Abasolo, que había estado de incognito en San Miguel y se incorporó a la causa, encargándosele formar nuevos pelotones, así como designar a los administradores de las haciendas de peninsulares. Mariano Hidalgo, tesorero de la causa, recibió el dinero de las alcabalas y 23,000 pesos de la Iglesia hallados en casa de Landeta. Por la noche, gracias a diversas requisiciones, los fondos del movimiento llegaron a 80,000 pesos en efectivo.


Por Chamacuero: la primer proclama insurgente


El contingente insurgente abandonó San Miguel en la madrugada del miércoles 19, llevándose a los españoles presos. Probablemente en el trayecto a Chamacuero, alguno de los caudillos, que no Hidalgo, redactó la primera proclama que ha llegado a nosotros:

<<El día 16 de septiembre de 1810 verificamos los criollos en el pueblo de Dolores y villa de San Miguel el Grande, la memorable y gloriosa acción de dar principio a nuestra santa libertad, poniendo presos a los gachupines quienes para mantener su dominio y que siguiéramos en la ignominiosa esclavitud que hemos sufrido por trescientos años, habían determinado entregar este reino cristiano al hereje rey de Inglaterra, con que perdíamos nuestra santa fe católica, perdíamos a nuestro legítimo rey don Fernando Séptimo, y que estábamos en peor y más dura esclavitud.

Por tan sagrados motivos, nos resolvimos los criollos a dar principio a nuestra sagrada redención, pero bajo los términos más humanos y equitativos, poniendo el mayor cuidado para que no se derramara una sola gota de sangre; ni que el Dios de los Ejércitos fuera ofendido. Se hizo, pues, la prisión, conforme a los sentimientos de la humanidad que nos habíamos propuesto, sin embargo de que el vulgo ciego saqueó una tienda, sin poder contener este hecho tan feo y que estábamos sumamente adoloridos. Se prendieron a todos, menos a los señores sacerdotes gachupines; se pusieron en una casa cómoda y decente todos los presos, y se les está atendiendo en los caminos en donde andan con nuestro ejército, con cuanto es posible, para su descanso y comodidad.

Este ha sido el suceso; y nuestros enemigos quieren pintarlo con negros colores en horror e iniquidad, con el fin de atraer a su partido a nuestros propios hermanos los criollos, con el detestable pensamiento de que nos destruyamos y matemos criollos con criollos, para que los gachupines queden señoreando nuestro reino, oprimiéndonos con su dominio y quitándonos nuestra substancia y libertad.

Pero, ¿qué criollo por malo que sea, ha de querer exponer su vida contra sus hermanos, sin esperanza alguna más de seguir el captiverio, quizá peor del que hasta aquí hemos tenido?

Nuestra causa es santísima, y por eso estamos todos prontos a dar nuestras vidas. ¡Viva nuestra santa fe católica, viva nuestro amado soberano el señor don Fernando Séptimo, y vivan nuestros derechos, que Dios [y] la naturaleza nos han dado!

Pidamos a su Majestad Divina la victoria de nuestras armas, y cooperemos a la buena causa con nuestras personas, con nuestros arbitrios y con nuestros influjos, para que el Dios omnipotente sea alabado en estos dominios, ¡Y que viva la fe cristiana y muera el mal gobierno!>> [7]

La proclama, no firmada por caudillo alguno, solo difundía que el movimiento trataba de acabar con la sujeción colonial y oponerse a la entrega del reino, así como de mostrar que la prisión de europeos había sido moderada. Pero hacía falta la explicación de un plan propositivo, cosa que Mora, oriundo precisamente de Chamacuero, adonde se dirigían entonces los insurgentes, echa muy de menos: “Semejante desconcierto y falta de plan disgustó a muchas personas que por su influjo y riqueza hubieran sido el apoyo más poderoso de la revolución.” Entre ellos se encontraba nada menos que el joven teniente criollo Agustín de Iturbide, Dragón del regimiento de la Reina de Valladolid.

En realidad sí había un plan, cuando menos el de Epigmenio González; pero Hidalgo lo siguió solamente en algunas líneas. “Este jefe se cerró en que lo que convenía era popularizar la revolución, haciéndola descender hasta las últimas clases.”



En Celaya, Capitán general


En Celaya el ayuntamiento y el clero salieron a dar la bienvenida a los insurgentes, que entraron al alba del jueves 20. Sin embargo algunos criollos acomodados, apostaron criados armados en las azoteas, lo que ocasionaría la primera baja de la guerra, cuando uno de estos criados disparo al aire al ver que apedreaban la casa custodiada e inmediatamente fue acribillado de un disparo y esto dio lugar a un saqueo. Allende reprobó el hecho e Hidalgo lo disculpó, hasta que la queja de una mujer por estupro llevó al caudillo a dar la pena de muerte al violador.

El viernes 21 se reunió para revista al contingente de más de cuatro mil personas, siendo proclamado Hidalgo capitán general, Allende teniente general y mariscal Juan Aldama; además se dio el título de Protector de la Nación a Hidalgo. Desde entonces ya afloraban las diferencias entre Hidalgo y Allende, ya que Allende se quejaría de que el cura “empezó a disponer por sí solo”, si bien habían determinado de “no determinar cosa alguna que no fuese de acuerdo con los tres”.

Ahí se ponderó la decisión de seguir a la ciudad de Querétaro o a la de Guanajuato; optándose por la primera, ya que en Querétaro había partidarios detenidos y estaba prevenida, en tanto que Guanajuato no tenía mayor resguardo. El sábado 22 se intentó proseguir con la organización de las multitudes, parte de las cuales se adelantó rumbo a Salamanca, en tanto Hidalgo continuó enviando comisionados por diversos puntos.



Salamanca e Irapuato: “Los pueblos se entregan voluntariamente”


El domingo 23, después de misa, el ejército emprendió la marcha hacia occidente, al atardecer entraron a Salamanca, donde pernoctaron.

Hacía mediodía del martes 25 el contingente se encaminó a saquear la hacienda de Temascatio y luego entraron a Irapuato en donde fueron recibidos triunfalmente; para entonces el contingente ascendía ya a más de nueve mil hombres, de los cuales ocho mil eran indios mal armados. La importante villa de León se pronunciaría por la insurgencia el día 27. En forma semejante lo haría la congregación de Silao que ya había ya recibido a los insurgentes.

<<De esta manera la mancha de la insurrección se iba cerrando sobre la región que ocupaba la ciudad y real de minas de Guanajuato, con la consiguiente angustia del teniente Riaño: “Los pueblos se entregan voluntariamente a los insurgentes. Hiciéronlo ya en Dolores, San Miguel, Celaya, Salamanca e Irapuato; Silao está pronto a verificarlo”. Y aún más allá, pues el cura Hidalgo seguía nombrando otros comisionados para extender la causa, entre ellos a José Antonio Torres, administrador de una hacienda de san Pedro Piedra Gorda (hoy Manuel Doblado>>.[8] A él le encomendaría la Nueva Galicia.


Jorge Pérez Uribe

Notas:

[1] Carlos Herrejón Peredo, Hidalgo: maestro, párroco e insurgente, Ed. Clío, libros y videos, S.A. de C.V., México, 2014, pág. 229, 230

[2] Carlos María de Bustamante, Cuadro histórico de la Revolución Mexicana, t. I, 1961, pp.202-203
[3] Lucas Alamán, Historia de México, t. I, 1942, pág.227
[4] Carlos Herrejón Peredo, op. cit., pág.233
[5] Ibíd., pág. 233
[6] Ibíd., pág. 233
[7] Ibíd., págs. 235, 236
[8] Ibíd., pág.242