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sábado, 15 de septiembre de 2018

MIGUEL HIDALGO, LOS SUCESOS DE 1808 Y LAS CONSPIRACIONES DE 1809 Y 1810 (V)


Hidalgo, Aldama, Allende y demás caudillos. Fuente INEHRM.


Repercusiones del golpe de 1808 contra José de Iturrigaray



El estudio escolar de nuestra historia infortunadamente no considera a la Independencia como un proceso y va saltando de sucesos y fechas sin establecer conexión alguna entre ellos. Hemos visto en la entrega anterior como el movimiento autonomista de 1808, de Juan Francisco de Azcárate, fray Melchor de Talamantes, Jacobo de Villaurrutia, Francisco Primo de Verdad y Ramos y el virrey Iturrigaray; si bien fue abortado por el golpe de estado de un grupo de hispanos, si permitió a los novohispanos saber que ya no podían actuar de forma abierta y pacífica, y fue el despertar de muchos a un intento de romper con el yugo de España.

A partir de entonces se crean en varias ciudades grupos de conspiradores, incluyendo la Ciudad de México. Quienes hayan leído mis trabajos anteriores sobre “Los Guadalupes”, lo recordarán. En esta entrega develaremos muchas novedades más ocurridas en el período del 15 de septiembre de 1808 al 15 de septiembre de 1810.

Allende se encontraba en Puebla al momento del golpe y percibió como los europeos propalaron rumores contra el virrey depuesto y contra los criollos, calificándolos como traidores a la Corona; mientras los jefes militares del cantón eran apercibidos del golpe, a los criollos se les ocultaba información. Al regresan a San Miguel, buscó a Hidalgo, le preocupaba sobre todo el riesgo de que el país cayera en poder de Napoleón, temor compartido por muchos otros criollos.



La Suprema Junta Central Gubernativa en la Península



En España ante la abdicación de Carlos IV y Fernando VII, de acuerdo a los teólogos Vitoria y Suárez, la soberanía regresaba al pueblo que la volcaría en una Suprema Junta Central Gubernativa, reconocida en España el 25 de septiembre de 1808, la cual concedió representación a los territorio de ultramar, aunque decepcionantemente para Nueva España fue de un solo diputado. En abril y mayo de 1809 se efectuaron elecciones en las provincias, resultando favorecido Miguel de Lardizábal.



La conspiración de Valladolid de Michoacán en 1809



En septiembre de 1809, en Valladolid, los militares José María Obeso, José Mariano Michelena, Mariano Quevedo, Ruperto Mier, Manuel Muñiz, los religiosos fray Vicente Santa María, el padre Manuel de la Torre Lloreda, los licenciados José Antonio Soto Saldaña y José Nicolás Michelena, así como el cacique Pedro Rosales, reconocido por los pueblos indios de la provincia; organizaron un movimiento clandestino que tenía como fin organizar una Junta Nacional Gubernativa que tomara el poder a nombre de Fernando VII.

Esta conspiración recogió varios de los puntos de las propuestas de 1808 y de la Suprema Junta española; era típicamente autonomista y en vez de las corporaciones, señalaba como integrantes de las Juntas a los representantes de los pueblos, con lo que se acercaba a la propuesta del corregidor Miguel Domínguez y del licenciado Primo de Verdad, muerto el 4 de octubre de 1808. Infortunadamente no se conserva un escrito amplio y coherente de todas las propuestas de los conspiradores.

La conspiración fue denunciada el día 14 de diciembre y el día 21, fueron aprendidos la mayoría de los conjurados, todos ellos conocidos de hidalgo y no pocos contados entre sus amigos desde los días del magisterio en Valladolid.



El proyecto conspirativo de Allende


Obra de Casimiro Castro, Vista de Querétaro desde el templo de la Cruz, siglo XIX, litografía

Se ha considera a Hidalgo el cerebro de la conspiración de Querétaro, sin embargo el cerebro y actor principal del movimiento fue Allende como veremos.

<<Mientras se fraguaba la conspiración de Valladolid , alrededor de julio de 1809, Allende conoció sobre un plan capitalino de autonomía, a través del capitán Joaquín Arias del Regimiento Provincial de Celaya, en el que persistían las propuestas de 1808. Allende lo comunicó a Hidalgo y se propuso entonces alentar grupos de criollos deseosos del cambio en tres poblaciones: el ya dicho de San Miguel, así como otros en Dolores y Querétaro. El peso del gobierno español en la capital era mayor que en provincia, de manera que Allende se prometía ventajas para que su movimiento no fuera tan vigilado ni prontamente sofocado.

En octubre de 1809 Allende fue a Querétaro y estuvo en casa del licenciado Parra, adonde llegó procedente de México otro militar de nombre Ignacio Martínez, quien informó sobre la gran reacción que había en la capital contra los europeos, en particular contra el oidor Guillermo Aguirre y el oligarca Gabriel Yermo, autores del golpe de 1808, que seguían reuniéndose y provocando así la consiguiente irritación y suspicacia de los criollos: se esparció el rumor de que eran juntas para entregar el reino a los franceses.

Semejantes noticias se regaron no sólo en México y Querétaro, sino también en Celaya y Valladolid, encendiendo más los ánimos al grado de opinar que la solución era la masacre de europeos: unas “vísperas sicilianas”. Allende, empero, prefirió adoptar el plan capitalino de una Junta Nacional que se lograría mediante un levantamiento armado, puesto que la vía pacífica del cambio había sido cancelada por el golpe de 1808; seguramente consideraba que tal levantamiento había de darse con mayores con mayores apoyos y extensión que el de Valladolid.

Allende, pues, asumió el persistente plan autonomista de la Ciudad de México. En efecto, en la capital proseguía, a pesar de la represión, un plan auspiciado por miembros de la nobleza criolla y que consistía en formar una Junta Nacional compuesta de regidores de ayuntamientos, abogados y eclesiásticos, principalmente criollos con algunos españoles, o bien de representantes de provincias, la cual “debía tener conocimiento en todas las materias de gobierno” y, en especial, organizar la defensa del reino, conservandolo para Fernando VII.

En esencia el plan repetía elementos de algunas propuestas de 1808, mas parece se trataba de un proyecto bastante moderado, como los de Azcárate y Villaurrutia, alejado por tanto de las propuestas de Talamantes o Primo de Verdad. Sin embargo, podemos pensar que el plan de Allende en realidad iba en la línea de la propuesta del corregidor Domínguez. Más en su proceso, donde se refiere al plan de México como su paradigma, Allende cuidó de no involucrar al Corregidor>>[1]

Allende se volvió un crítico contumaz del despotismo del gobierno y de la falta de medidas para la defensa ante una invasión francesa en las costas de golfo de México, por lo que no faltó quien lo denunciará y que esta acusación llegará ante el virrey Lizana, quien lo mandó llamar en enero de 1810 para reclamarle que anduviera diciendo que se pretendía entregar el reino a los franceses. No obstante en febrero de 1810, volvió a la Ciudad de México para entrevistarse con dos miembros de “Los Guadalupes”, Benito Guerra e Ignacio Jiménez, comprometidos en el plan capitalino de autonomía.

A fines de mes y en marzo, Allende empezó a diseñar un proyecto más preciso y viable de levantamiento armado. Su estrategia fue realizar una serie de viajes, escribir cartas y mandar enviados para hacerse de adeptos en diversos lugares. Fue creando un grupo conspirador primeramente en San Miguel, en el que podemos reconocer a Juan Aldama. Tenía confidentes además de la Ciudad de México, en Puebla y Veracruz.

Mientras tanto las autoridades continuaban con la exacción de fondos y donativos para la guerra contra los franceses, incluso dejando sin fondos a las pequeñas organizaciones del laicado colonial, como cofradías y similares.



Hidalgo entre el poder y la subversión



En ese mes de enero de 1810, el cura Hidalgo pasaba unos días en Guanajuato, coincidiendo con su amigo Abad Queipo. Tuvieron ocasión de verse y platicar varias veces, coincidiendo en casa de los Septién, con el intendente Riaño. <<Los tres se inclinaban mucho por el gobierno francés, no porque estuvieran de acuerdo con la invasión sino por sus leyes, según las cuales habría que arreglar las de la monarquía española. Fue entonces cuando Hidalgo presumió sus adelantos en el cultivo de las moreras y la elaboración de la seda.>>

Interesóse en el asunto el futuro obispo, quien recibiría la ayuda del cura para la crianza de los gusanos, lo que sirvió de disimulo para su creciente participación en la conjura. Al entrar la primavera de 1810, se recibieron noticias de la Península, que señalaban en avance francés sobre Andalucía y la primera convocatoria a Cortes. El avance era acompañado de la decisión de Bonaparte de soliviantar las posesiones de ultramar mediante comisionados. El 8 de mayo conoció el edicto de Bonaparte, en donde se instruía a los comisionados lo siguiente:

“Deberán los comisionados hacerse estimar después de los gobernadores y magistrados de las provincias, de los curas párrocos y prelados religiosos, procurando que estos en las confesiones persuadan y aconsejen a los penitentes, que les conviene adherir a las ideas del emperador Napoleón, haciéndoles creer que es enviado de la mano de dios, para castigar la tiranía y el orgullo de los monarcas: y que es un pecado mortal que no admite perdón, el resistirse a la voluntad divina; se abstendrán –prosigue- mis comisionados de hablar contra la Inquisición y estado eclesiástico; antes bien, deberán en sus conversaciones apoyar la necesidad de aquel santo tribunal y el provecho del segundo”[2]

Por otra parte, la Junta Central, se disolvía el 29 de enero, dejando la suprema autoridad en una Regencia de España. Se emitía una primera convocatoria a Cortes el 1 de enero de 1810. Las elecciones para diputados a Cortes se efectuarían en junio de ese año. Entre abril y mayo Hidalgo recibió carta de Riaño en la que lo exhortaba a postularse como candidato a diputado para las Cortes de Cádiz. <<Al cura no le desagradó la idea, pues finalmente veía una alternativa pacífica para el cambio donde el podría estar entre los protagonistas. Así que fue de inmediato a buscar a Allende en la villa, le mostró la carta de Riaño y le pidió persuadiera a miembros del ayuntamiento a que votarán por él […] Más las diligencias fueron tardías o se toparon con intereses […]

A partir de entonces, junio de 1810, Hidalgo se inclinó más por la opción del levantamiento al que Allende lo invitaba constantemente, aunque no estuviera de acuerdo en algunos puntos de su proyecto.>>[3]



La conspiración de Querétaro



La importante Ciudad de Querétaro, fue señalada como el foco del levantamiento: allí residía el matrimonio del corregidor Miguel Domínguez y de su esposa Josefa Ortiz de Domínguez, allí sostenían múltiples relaciones el capitán Ignacio Allende y el cura Miguel Hidalgo, allí surgían inquietudes autonomistas o independentistas en diversos grupos, antes de que Allende las alentara. Así es que algunos de los inconformes decidieron formar una academia literaria el 24 de junio de 1810 en casa del licenciado Juan Altamirano, promovida por Ignacio Villaseñor y Aldama. Su apertura la hizo el bachiller José María Sánchez. Duró poco porque se corrió la voz de los asuntos tratados y los miembros se separaron. Sin embargo, la conspiración avanzó en la sombra, gracias al activismo de Allende y a la protección del matrimonio Domínguez.

<<El 7 de agosto, en la casa del licenciado Parra, se asoció José Mariano Galván y concurrió el teniente de dragones de San Miguel, Francisco Lanzagorta, en representación de Ignacio Allende, quien comunicó que había grupos de conspiradores en México, Valladolid, San Miguel, Guanajuato y San Luis Potosí. El 10 hubo junta y baile en casa del mismo Parra. Se planeó otro baile para ganarse a los oficiales del Regimiento Provincial de Celaya. También participaron en boticario Estrada y el padre Benigno Munilla. La Corregidora estaba al tanto de todo. El 21 de agosto llegó a Querétaro Ignacio Allende, quien permaneció varios días en unión de Juan Aldama. Los días 25, 26 y 28 se reunieron, a veces en otras casas: en la del licenciado Sotelo, en la del licenciado Lazo de la Vega o bien “en casa de unas mujeres que llamaban las sanmigueleñas”. En casa del padre José María Sánchez el 31 de agosto conferenciaban la Corregidora, Allende y el teniente Cabeza de Caca. Y no fue hasta el 7 de septiembre cuando Allende y Aldama se retiraron de Querétaro.

Por lo visto Allende concurría con frecuencia a las reuniones subversivas, lo que no consta de Hidalgo, bien que lo pudo hacer en los principios de la Academia. Por lo demás, varias de las propuestas y estrategias de esa conspiración serían asumidas por el cura. Sin embargo, parece que en un principio se contentaba con mantener relación estrecha con Allende y con algunos de los conspiradores.>>[4]

Figura relevante, aunque olvidada fue Epigmenio González, <<tendero, de clase media baja, relacionado más con gente del campo, obrajeros y trabajadores de la factoría del tabaco. No obstante, sería el más comprometido promotor con el apoyo de su hermano Emeterio, junto con Ignacio Carreño y Lozada. Incluso Epigmenio, en la penumbra, convocaba el mayor número de partidarios y diseñaba un plan con borrador de proclamas y de acciones específicas para iniciar el levantamiento.



Plan y programa de la Conspiración de Querétaro


                                     Obra anónima, Epigmenio González, siglo XIX, óleo sobre tela. Museo Regional de Querétaro, Secretaría de Cultura.Inah.mx

El plan de la conspiración de Querétaro diseñado por Epigmenio González, probablemente con la influencia de otros conspiradores, abarca dos aspectos: por una parte, la visión de la nación que se pretendía establecer, y por otra, el programa de acciones inmediatas para apoderarse de la ciudad de Querétaro.

La visión de la patria independiente solo esboza algunos lineamientos de lo político, económico y nacionalista. Son breves apuntes, bien que significativos:

Sacudiendo el pesado yugo que sufre el día de hoy el reino de Nueva España se llamará Anáhuac. La forma política será imperio con cuatro príncipes electores.

En cada provincia habrá una Audiencia que se compondrá de dos magistrados letrados y un secretario.

Habrá una Asamblea Conservadora de la Agricultura, otra de Comercio, otra de Industria y otra de Acueductos y Caminos y un Juez de Población o de Leva, con sus respectivos cabos en cada ciudad.

El Juez de Leva proveerá a los pueblos pequeños obras hidráulicas, labores y caminos, de hombres sin oficio, borrachos y jugadores de las ciudades populosas.

Se celebrará anualmente en cada ciudad, con toda solemnidad la fiesta de la Independencia, y en ella concurrirán todos los varones de siete a los cincuenta, a jurar y defender los derechos y libertad de la nación.

La mayor importancia se da a los bienes de producción agropecuaria:

Los bienes raíces de los europeos, siendo haciendas de campo, se dividirán en tantas partes, cuantos sean los indios de que se componga la cuadrilla de gañanes. Los mismo bienes en cualesquiera otra especie que sean, se venderán de cuenta de la tesorería Nacional que se creará.

Las haciendas de campo de los particulares y las de las comunidades religiosas, serán dominios, sin que puedan sus dueños sembrar un grano de nada, sino darlas en pequeñas porciones en arrendamiento según el arancel que se forme por el Emperador. Esto se entiende, si estos procedieren en el tiempo de la separación de España, como buenos americanos, contribuyendo con sus personas, bienes, etc. A la común libertad; y si no, correrán la misma suerte que los españoles antiguos.

Sorprende, pues, la clarividencia del autor del plan que veía el problema agrario como fundamental y no solo desde la perspectiva política de europeos versus americanos, sino social, donde la división era entre propietarios, incluidos los criollos, y desposeídos. […]

En el plan aflora una política de exclusión, rigurosamente nacionalista, como reacción al estancamiento de la producción que sufría el país por las excesivas importaciones: “Se prohibirá con pena de muerte, el comercio de todas las naciones extranjeras; y con la misma pena se prohibirá también usar de ninguna ropa, mueble, etc. Que no sea hecho en estos reinos”.>>[5]

Tenían los conjurados también un plan para apoderarse de la ciudad de Querétaro, con un costo de 2,642 pesos Y que incluía un general y cinco capitanes, que se habrían de distribuir para aprehender a funcionarios, militares y gachupines.

<<Además del plan y programa se encontraría en la trastienda de Epigmenio un manifiesto o apuntes de proclama seguidos de unas “Proposiciones” y acompañados de un jeroglífico, esto es, un dibujo con el águila mexicana y el león español. >>[6]



De cómo llegó Hidalgo a ser cabeza




Hemos seguido la versátil trayectoria de Hidalgo, ahora de 57 años, como maestro, rector, empresario teatral, hacendado, empresario de pequeñas empresas. No era un hombre apocado, que se acobardara ante el riesgo y las responsabilidades; sin embargo, en el caso de un proceso de emancipación, el estaba más por el camino pacífico como diputado ante las Cortes, que como cabeza de una rebelión armada. Ignacio Allende, mucho más joven que Hidalgo, ahora de 41 años, veía que faltaba unidad entre los distintos grupos de conspiradores de Querétaro. Si bien había sido capaz de promover las conjuras, sentía que su personalidad no bastaba para erigirse en autoridad principal, ni la quería; por ello buscaba que Hidalgo se involucrara de lleno en la conjura, para encabezarla.

Hidalgo acudió a Querétaro por julio o agosto a instancias de Allende, en donde le presentó a Epigmenio González y a otros dos comprometidos, asegurándole que tenían “a su devoción más de doscientos de la plebe”, pero al cura le parecieron “de poco carácter” y que su ofrecimiento “no tenía forma”. Quizá Hidalgo se dejó llevar por el común de simpatizantes de la conspiración de nivel y posibilidades variado, pero que <<cuando se trató de prepararse para el levantamiento armado, ninguno de ellos quiso arriesgarse como Epigmenio que utilizó su trastienda para almacenar armas, parque y documentos de la conspiración. Hidalgo parece no haber ponderado esto y sólo se impresionó por la poca presencia de Epigmenio y sus respuestas tal vez titubeantes. Por otra parte Hidalgo estaba al tanto de aquellos del comentario de aquellos documentos gracias a Allende, pero tal vez no reparaba en que el humilde tendero tenía que ver en su autoría.>>[7]

El corregidor Domínguez si bien protegía y alentaba la conspiración, al mismo tiempo se recataba, pues se hallaba entre la espada y la pared; no obstante contaba con 60,000 pesos en reales.

A fines de agosto el queretano Ignacio Carreño prometió a Allende presentarle a 15 o 20 adictos a la causa quienes prometían comprometer a otros 300, más habiendo incumplido para el día acordado comunicó ello a Hidalgo, quien por escrito le respondió que “se apartaba de lo tratado y que no contase con él para nada”. Alrededor del 5 de septiembre, volviendo Allende a Querétaro con Juan Aldama, a quien acabó por comprometer, se entrevisto nuevamente con Carreño, ahora sí con éxito. Al saberlo Hidalgo “volvió a animarse a seguir el mismo sistema”. Entonces es cuando el cura decide incorporarse a la insurrección como cabeza y al efecto apresuró la fabricación de lanzas en Dolores y en la hacienda Santa Bárbara de los Gutiérrez. También mandó decir a un militar conocido suyo, José María Garrido, - a la sazón delator- tambor mayor del batallón de Guanajuato, que consiguiera simpatizantes en sus tropas.

Fue entonces cuando se fijó la fecha y lugar de la insurrección simultánea en San Miguel el Grande y en Querétaro para el 29 de septiembre, pero ante el aprovisionamiento de armas, se difirió para el 2 de octubre.



Denuncias de la conspiración



Allende y Aldama procedentes de Querétaro, llegaron a San Miguel el 12 de septiembre por la mañana. Al día siguiente jueves 13, recibía llamado a Hidalgo para que fuera a Dolores, pues aunque vagas, tenía noticias de que Allende estaba delatado.

En efecto había varias denuncias. Una partió de Garrido, el tambor mayor de Guanajuato a quien Hidalgo había invitado. Ésta llegó hasta su amigo Riaño, quien dispuso hacia el 15, la prisión de los implicados. Otra denuncia fue anónima y sin destinatario, el 9 de septiembre. Quizá la más detallada fue la de Joaquín Arias, capitán del Regimiento Provincial de Celaya, quien estando entre los más fervorosos miembros de la conspiración, ante el temor de ser descubierto y castigado urdió una trama de denuncia, invitando el día 10 al sargento José Alonso, delante del alcalde de Querétaro, Juan Ochoa que presto envió un mensaje al oidor Guillermo Aguirre, y el día 11 escribió al mismo virrey Francisco Javier Venegas.

No obstante, ninguna de estas denuncias provocó la aprehensión de los conspiradores de Querétaro, sino otra que partió de dos personajes, uno criollo cuyo nombre se ignora y un peninsular, Francisco Bueras, quienes juntos o por separado informaron de la inminente sublevación tanto al comandante de brigada García Revollo como al cura Rafael Gil de León; afirmando que en casa de un tal Sámano y de Epigmenio González había acopio de armas para acabar con los europeos. El cura fue a decírselo al Corregidor la noche del 14 de septiembre; éste para alejar sospechas de su participación, consultó con el escribano europeo Juan Fernando Domínguez, quien lo acompaño al cateo de las casas. En la de Epigmenio hallaron armas y documentos. Al día siguiente dieron inicio los procesos, y el 16, el propio Corregidor y su esposa Josefa Ortiz también fueron aprendidos.

Aquí viene la tradicional anécdota: “cuando el Corregidor salía de su casa para el cateo, informó a su mujer que la conspiración había sido descubierta y, temeroso de alguna imprudencia por el arrebatado carácter de doña Josefa, la encerró con llave. La corregidora llamó entonces al alcaide de la prisión, Ignacio Pérez, con golpes en el piso, pues la habitación de éste se hallaba en la planta baja, y a través de la puerta le mandó fuese a dar aviso al capitán Allende. Sin embargo el alcaide no pudo salir sino hasta el 15 por la mañana”.



“Caballeros, somos perdidos”



<<Allende, que se había dirigido de San Miguel a Dolores el jueves 13 de septiembre, llego el mismo día como a las seis de la tarde. Hidalgo se hallaba en casa de comerciante peninsular José Antonio Larrinúa, antiguo militar. Pronto volvió y platicó con Allende. Esperaron noticias el viernes 14, fiesta de la Santa Cruz. Un capitán de Guanajuato confirmo a Hidalgo que Allende había sido delatado y el cura comentó: “Eso está malo. Es menester agitar el negocio con precisión”.

Por su parte el sábado 15 Juan Aldama acudió a un baile en San Miguel a casa de José Allende, hermano de Ignacio. Hacia las 10 de la noche llegó el alcaide Pérez, quien comunicó a Aldama el recado de la Corregidora. Enterado del fatal descubrimiento, salió de inmediato para Dolores junto con el alcaide. […]

Con el fin de desvanecer sospechas y de descubrir si algún rumor de denuncia había llegado a noticia de otros vecinos de Dolores, al anochecer del día 15 el cura acudió a jugar a las cartas, como solía, a casa del subdelegado, el criollo Nicolás Fernández del Rincón, donde se hallaba también el nuevo colector del diezmo, Ignacio Diez cortina. […] A las once se fue a su casa y tal vez comentó algo con Allende.>>[8]

Más tarde llegaron Aldama y el alcaide Pérez, y acudieron a despertar a Allende para contárselo. La primera opción que contemplaron fue la huída, pero había que avisar al cura y fueron a despertarlo, contándole todo y proponiéndole huir a Estados Unidos.

Como se habían levantado las hermanas de Miguel, éste les pidió que sirvieran chocolate. Hidalgo no decía nada en tanto se vestía. Serían más de las tres de la mañana, cuando envió a su cochero para llamar a los dos serenos del pueblo. Tan pronto llegaron les ordeno convocar a los artesanos a su casa. Mientras los capitanes seguían discutiendo, y tras calzarse las medias el cura los interrumpió:

<< - ¡Caballeros somos perdidos! Aquí no hay más recurso que ir a coger gachupines.

A lo que replicó Aldama:

- ¡Señor!, ¿qué va a hacer vuestra merced? Por amor de Dios, vea vuestra merced lo que hace.

Y se lo volvió a decir. Pero Hidalgo insistió con Allende:

- Ahora mismo damos la voz de libertad

Para entonces ya habían llegado ocho de los artesanos convocados. Irían llegando otros; uno se disculpó por sentirse indispuesto, pero el cura mandó que lo trajesen “por bien o por mal”. Para entonces su hermano Mariano y José Santos Villa ya se habían agregado a la reunión de capitanes y el cura. Y también mandó llamar a los vicarios José Gabriel Gutiérrez Y Mariano Balleza.

Pareciera que a Hidalgo se le estaba ocurriendo por primera vez la prisión de gachupines. En realidad no hacía otra cosa que aplicar el proyecto de Epigmenio González –y en esto tal vez el de los demás conspiradores- que establecía literalmente como estrategia fundamental la aprehensión de europeos.>>



Jorge Pérez Uribe 



Notas:
[1] Carlos Herrejón Peredo, Hidalgo: maestro, párroco e insurgente, Ed. Clío, libros y videos, S.A. de C.V., México, 2014, pág. 206, 207
[2] Ibíd., pág. 209
[3] Ibíd., págs. 209, 210
[4] Ibíd., pág. 211
[5] Ibíd., págs. 212, 213
[6] Ibíd., pág. 215
[7] Ibíd., pág. 220
[8] Ibíd., págs. 224, 225

sábado, 1 de septiembre de 2018

MIGUEL HIDALGO, EN DOLORES, EL 18 BRUMARIO, Y LA INVASIÓN A ESPAÑA (IV)




En Francia: el golpe de estado del 18 de brumario


El día 18 de brumario del año VIII (calendario republicano francés, equivalente al 9 de noviembre de 1799), Napoleón Bonaparte, retornado desde la campaña de Egipto y aprovechando la debilidad política del Directorio Ejecutivo gobernante en Francia, dio un sorprendente golpe de Estado contando con el apoyo popular y del ejército (sabedores de sus hazañas y capacidades en las diferentes campañas de las Guerras Revolucionarias Francesas), junto a algunos ideólogos de la Revolución como Sieyès, Roger Ducos y Talleyrand.

Este golpe de Estado, que en principio pretendía acabar con la corrupción del anterior gobierno y favorecer los intereses de la nueva burguesía republicana, llevó a un régimen consular, en donde inicialmente fue el Primer Cónsul y después el Cónsul Vitalicio y finalmente el Emperador de Francia el 2 de diciembre de 1804.


La subdelegación de Dolores



Habíamos comentado que el 6 de octubre de 1803, Hidalgo había asumido el cargo de párroco en la población de Dolores.

La jurisdicción de Dolores formaba parte de la alcaldía mayor de San Miguel el Grande, pero a raíz de la institución de las Intendencias (1786), alcanzó el rango de subdelegación, supeditada al intendente de Guanajuato Juan Antonio de Riaño y Bárcena, quien ya hemos visto era buen amigo de Hidalgo.

Esta jurisdicción superaba las 40,000 personas, 15% de origen hispano, entre criollos y peninsulares, 35% de mestizos y castas y 50% de indígenas otomíes asentados por migración, Es importante señalar que aunque no constituían un pueblo de indios, estaban organizados en una república y gobierno propios.

La Parroquia y la subdelegación de Dolores estaban asentadas en la cuenca del río de la Laja, tributario del Lerma, formando parte de los sistemas orográficos denominados Sierras de la Altiplanicie del Norte y Sierra del Centro, con alturas promedio de 2,000 metros en el valle y 2,500 en las serranías. Poco más baja que la región de San Felipe, la de Dolores era más fértil, pues se agregaban las aguas de los ríos Dolores y San Diego. Por ello los ingresos de la población agrícola y por tanto del diezmo eran mayores que en San Felipe, aún cuando el territorio era menor. Sin embargo está bonanza no llegaba a los indios –otomíes en su mayoría-, que no poseían tierra comunales y que se asentaban en las partes altas de la cuenca, donde la tierra sólo daba magras cosechas.


La parroquia de Dolores


Quien ha visitado este templo podrá constatar sus enormes dimensiones. Terminado apenas por su hermano Joaquín, está dedicado a Nuestra Señora de los Dolores. En esa época existían tres retablos barrocos: uno central que ya no existe y dos laterales, que se pueden admirar aún. El pueblo de dolores contaba además con 8 capillas y 16 clérigos.
Su laicado era muy participativo organizado en grupos de devoción y ayuda mutua, como las cofradías, las hermandades y las órdenes terceras [1]. A principios del siglo XIX funcionaban tres cofradías en Dolores: la de Nuestra Señora de los Dolores, la del Santísimo Sacramento y la de las Ánimas, así como la Hermandad de San Roque y la Orden Tercera de San Francisco.




Empresario artesanal, apicultor y de cultivos


La estancia de Hidalgo en dolores estuvo marcada por el asedio de deudas, al grado de que se le secuestraron sus ingresos como párroco con el fin de saldarlas. Cuando en San Felipe le sucedió lo mismo se marchó temporalmente a sus haciendas para hacerlas producir más. Hidalgo sabía que ésta vez no era esa la solución, por lo que se le ocurrió promover objetos artesanales de uso cotidiano que le dejaran mejores ingresos: alfarería, curtiduría, herrería y carpintería, así como los cultivos de la morera para la seda y de la uva para vino y finalmente panales de abejas. Si bien en dolores ya existían dichas actividades, faltaba impulso, organización e innovación que el cura empresario podía aportar. Por otra parte si sus indios feligreses carecían de tierras, sentía parte de su responsabilidad como párroco socorrerlos. Así pues inició con entusiasmo el diseño y creación de aquellos talleres y cultivos, preguntando y leyendo: ”se aficionó a la lectura de obras de artes y ciencias y tomó con empeño el fomento de varios ramos agrícolas e industriales en su curato” [2]; con el paso de los días se percató de que el verdadero éxito de aquellas empresas lo requería de tiempo completo, por lo que decidió encargar la administración parroquial a Francisco Bustamante, sacristán mayor. No obstante no dejó el beneficio ni la responsabilidad última, reservándose el derecho de intervenir el cualquier momento.

Su jornada diaria iniciaba a las 5 de la mañana dirigiéndose al santuario de El Llanito en donde celebraba misa de 6, predicando y confesando. Antes de las ocho, llegaba a la sedería y luego a la alfarería y a la tenería. De ahí se dirigía a la vinería. <<Una vez concluido el recorrido de revista e indicaciones, se ponía a estudiar “para lo cual tenía un lugar en un costado de la alfarería hacia el Poniente, en cuyo punto tenía una silla y allí leía silenciosamente, sin que nadie se atreviera a interrumpirlo”>> [3]

Para sus proyectos dispuso de inmuebles para obras pías de la Iglesia: una casa y tres huertas. En el caso de la vinatería, el cultivo de la uva era ya notable en Dolores, antes de Hidalgo y para que fuera negocio necesitaba contar con licencia del gobierno virreinal, sin embargo, no se la dieron.


España de aliada a estado satélite francés



Napoleón va a introducir una nueva política, el control de Europa. En estos momentos mantiene la alianza con España contra Gran Bretaña, pero las pretensiones del francés ya no son las mismas que había antes de la Revolución Francesa. Napoleón se olvida de las colonias en América y se concentra en formar un gran imperio continental en Europa. Para ello, necesita la flota Española, considerada la segunda mejor del mundo, para acabar con Inglaterra. Napoleón va a convencer a Godoy de que España puede ejercer un control ultramarino y Francia un poder militar en tierra que haga un gran imperio. El Emperador francés quiere en realidad la flota española para invadir Gran Bretaña. El problema es que la propia flota británica es muy superior a la española. A pesar de un plan para acabar con los barcos ingleses, Nelson no cae en la trampa de españoles y franceses, y éstos se enfrentan a la flota británica en Trafalgar (1805), donde toda la armada española es destruida. A partir de este momento España ya no tiene utilidad ninguna para Napoleón. España no es más que un estado satélite francés. El miedo a Francia lleva a España y a Godoy al servilismo. España concede a las tropas francesas permiso para que tomen Portugal, aliado éste de Inglaterra, tras el tratado de Fontainebleau (1807). Este permiso llevó a que los franceses ocupasen también España sin ninguna oposición.




La soledad acosa a Hidalgo.



Aunque en su casa lo acompañaban sus medios hermanos Mariano, Guadalupe y Vicenta, no olvidaba a su hermano mayor Joaquín fallecido en septiembre de 1803.

Las denuncias inquisitoriales aunque infundadas, lo habían infamado de hecho, por lo que muchos amigos y clérigos ahora le daban la espalda, eso ocurrió exactamente con la clerecía de Guanajuato, a donde acostumbrara acudir para visitar a los ilustrados Riaño, y había hecho amistad con el médico y maestro de matemáticas poblano José Antonio Rojas. Por esos días –mayo de 1803- Rojas era objeto de reconocimiento público por las visitas del virrey Iturrigaray y sobre todo la de Humboldt, -agosto y septiembre del mismo año- a quien Rojas auxilió en sus investigaciones. Quizá crecido por ello Rojas se fue de la lengua por lo que la Inquisición lo encarceló en mayo de 1804. Manuel, su hermano fue su defensor y le consiguió una pena benigna, pero no pudo volver a Guanajuato.

Luego el 18 de junio de 1804 expiraba su querido obispo Antonio de san Miguel. A los tres meses fallecía su querido tío Vicente Gallaga. En agosto de 1805, partió a Europa el clérigo Martín García de Carrasquedo, a quien quería como ahijado.

Tal vez la pérdida de estas amistades, hizo que Miguel entablara una relación más profunda con Ignacio Allende, con quien compartía el gusto por las corridas de toros.

A mediados de 1806 los militares de Nueva España fueron convocados por el virrey Iturrigaray para concentrarse en varios puntos ante la amenaza de un ataque inglés, debido a la alianza de España con Francia; por lo que Allende marchó a la Ciudad de México, volviendo al cabo de seis meses. No obstante, ambos tenían razones suficientes para hacer viajes frecuentes a Santiago de Querétaro. Hidalgo necesitaba el influjo vital de la cultura citadina y en aquella ciudad se habían desarrollado muchas instituciones educativas, como el colegio sucedáneo del jesuita y los estudios conventuales de franciscanos, agustinos, dominicos, carmelitas y mercedarios. Por su parte Allende se hizo dueño de un molino, que le brindó múltiples relaciones en la localidad, entre ellos un tendero Epigmenio González. Además tenía una novia. Un amigo en común era el Corregidor del territorio queretano, el licenciado Miguel Domínguez, y su esposa Josefa Ortiz.


El motín de Aranjuez, España



La presencia de tropas francesas en España, en virtud del tratado de Fontainebleau, se había ido haciendo amenazante a medida que iban ocupando (sin ningún respaldo del tratado) diversas localidades españolas (Burgos, Salamanca, Pamplona, San Sebastián, Barcelona o Figueras). El total de soldados franceses acantonados en España ascendía ya a 65,000, que controlaban no solo las comunicaciones con Portugal, sino también con Madrid, así como la frontera francesa.

La presencia de estas tropas terminó por alarmar a Godoy. En marzo de 1808, temiéndose lo peor, la familia real se retiró a Aranjuez para, en caso de necesidad, seguir camino hacia el sur, hacia Sevilla y embarcarse para América, como ya había hecho Juan VI de Portugal.

El 17 de marzo de 1808, tras correr por las calles de Aranjuez el rumor del viaje de los reyes, una pequeña multitud compuesta por nobles cercanos al príncipe de Asturias—, se agolpa frente al Palacio Real y asalta el palacio de Godoy. El motín perseguía la destitución de Godoy y la abdicación de Carlos IV en Fernando. El día 19, por la mañana, Godoy es encontrado. Ante esta situación y el temor de un linchamiento, interviene el príncipe Fernando, verdadero dueño de la situación, en el que abdica su padre al mediodía de ese mismo día, convirtiéndolo en Fernando VII.


Las abdicaciones de Bayona


Tras el motín de Aranjuez, Napoleón cambió su plan inicial de desmembrar la monarquía española por el de asimilarla a su Imperio, mediante el cambio de la dinastía de los Borbones por un miembro de su familia, "ya que creía imposible restablecer en el trono a Carlos IV contra la opinión de gran parte de la nación, y no deseaba reconocer a Fernando VII, sublevado contra su padre".

Para llevar a cabo su plan convocó a toda la familia real española para que se reuniera con él en Bayona, incluido Godoy que fue liberado por los franceses el 27 de abril, el mismo día en que se conoció en Madrid que el viaje del rey Fernando VII a la frontera era para entrevistarse con Napoleón. En Bayona tanto Fernando VII como Carlos IV ofrecieron poca resistencia a los planes de Napoleón de situar en el trono de España a un miembro de su familia y en menos de ocho días abdicaron de la corona de España en su favor. Todo esto quedó rubricado con la firma del Tratado de Bayona el 5 de mayo entre Carlos IV y Napoleón Bonaparte, por el que el primero cedía al segundo sus derechos a la Corona española, con dos condiciones: el mantenimiento íntegro del territorio de la monarquía y el reconocimiento de la religión católica como la única en ella. Días después firmarían su renuncia a los derechos sucesorios que pudieran corresponderles, el propio Fernando, su hermano Carlos María Isidro, y el tío de ambos, el infante don Antonio.


La respuesta de los criollos en la voz del capitán Allende



A partir del 8 de junio se dieron a conocer las primeras noticias de la crisis en España, como la renuncia de Carlos IV y sobre todo la entrada del ejército español, pero el clímax se dio el 14 de julio de 1808, cuando se supo de las abdicaciones de Carlos IV y Fernando VII. <<Para entonces, la mayor parte de los militares del país se habían concentrado de nuevo en varios puntos del oriente debido a la renovada amenaza de un ataque inglés. El capitán Ignacio Allende se hallaba a la sazón en San Juan de los Llanos y no tuvo empacho en poner en “el cuarto de su prevención un letrero que decía `independencia cobardes criollos´. Allá mismo discutió la situación con un comerciante peninsular. Allende expresó que si los franceses vencían a España, se debería establecer un gobierno independiente formando aquí una masa para que todos los que estuviesen acreditados de buenos patriotas tomasen las riendas del gobierno y se estableciese lo que conviniese a la América […] siendo el primer paso el de armarla para precaverla de la suerte que había corrido la Metrópoli, en lo cual se proponía que perdiendo Bonaparte las esperanzad de poseer esta América, podría entregarla al señor don Fernando VII o a quien en su caso fuese el legítimo heredero, a costa del sacrificio pecuniario que fuere necesario.>> [4]



El parteaguas de septiembre de 1808



De la madre Patria llegaba la noticia del levantamiento de algunas provincias contra el invasor francés. En tanto en la Ciudad de México, varios criollos hicieron propuestas para enfrentar la crisis: Juan Francisco de Azcárate, el peruano fray Melchor de Talamantes, el dominicano alcalde de corte Jacobo de Villaurrutia y el licenciado síndico Francisco Primo de Verdad y Ramos. Aunque las propuestas variaban en grado, proponían en sí, la creación de una junta que como las de España empezara a funcionar en nombre de Fernando VII, dando preferencia a los ayuntamientos y rechazando la monarquía absoluta. El virrey José de Iturrigaray al parecer simpatizaba con la propuesta de los criollos; por lo que en la noche del 15 de septiembre de 1808, varios de los oidores, secundando a uno de los comisionados de la junta de Sevilla, en unión con varios oligarcas de la capital, los inquisidores, el arzobispo Francisco Javier Lizana y Beaumontt, y con Gabriel de Yermo como ejecutor, dieron golpe de estado, tomando preso al virrey y a varios de los que habían propuesto o apoyado las iniciativas de autonomía o independencia.




Por su parte el corregidor de Querétaro, Miguel Domínguez, sin tener noticia del golpe, presentó el 17 de septiembre un proyecto de representación al virrey en nombre del propio ayuntamiento queretano, con la esperanza de que este lo aprobara tal cual o con alguna enmienda para enviarlo luego a la capital. Comenzaba por lamentar la crisis y manifestar fidelidad al cautivo Fernando VII, haciendo su propuesta en estos términos: “Este ayuntamiento pide a vuestra excelencia que se sirva de convocar a las cortés de él, porque considera que este es el único arbitrio, ya para calmar la inquietud que tanto nos desazona […]”


El surgimiento de un caudillo



No fueron las lecturas de los enciclopedistas (muy difíciles de obtener gracias a la efectividad de la Inquisición), menos aún la pertenencia a una inexistente masonería (sobre las que los historiadores masones, callan el acceso discriminatorio a los criollos y a las castas en las logias). Lo que sí es un hecho es que los sucesos de 1808, tanto en España, como lo que se veía en México, llevaron a una determinación a Hidalgo, a Allende, a los nacientes “Guadalupes” y a muchos criollos y mestizos más.

La Nueva España era ahora gobernada por un gobierno ilegítimo. Además existía el riesgo de que la patria cayera en manos de los impíos franceses mediante la colaboración de los españoles. <<Hidalgo pensaba, igual que muchos otros, que la entrega del reino era una persuasión avalada por el escaso cuidado en proteger al país y porque la oligarquía que había dado el golpe parecía dispuesto a todo con tal de salvar sus intereses económicos y de poder. Era obligatorio oponerse a la entrega. Y dicha obligación daba el derecho de hacerlo, “el derecho que tiene todo ciudadano cuando cree la patria en riesgo de perderse”.

Recapitulemos. Desde mucho antes, a raíz de la expulsión de los jesuitas, se desató una serie de interrogantes entre los criollos, y más entre aquellos que como Hidalgo los tenían de maestros. La consiguiente persecución a las ideas achacadas a los expulsos, como de “sanguinarias”, esto es, el tiranicidio, incitaban más a que la gente pensante averiguara de que se trataba. Una respuesta se hallaba en aquel texto olvidado en San Luis de la Paz y que llegó al Colegio de san Nicolás: la Defensio fidei de Francisco Suárez.

Mayores reflexiones se desataron en muchos criollos a partir de 1783, año del Tratado de París que reconocía la independencia de Estados Unidos. Por otra parte las reformas borbónicas significaron en buena medida la intensa transformación de los reinos de ultramar en colonias muy redituables con la consiguiente exclusión y malestar de los criollos en la esfera del poder. Más la alternativa de la independencia no era extraña, puesto que el ejemplo estaba a la vista.

En este contexto, cuando menos desde la última década del siglo XVIII Hidalgo criticaba el estado de cosas, tachando al gobierno de despótico, que mantenía al pueblo engañado, y consideraba que la independencia era conveniente para el país; por lo dicho, sabía que dicha independencia no se reducía al autonomismo de los criollos sino a lo que estaba significando en Estados Unidos: la separación absoluta respecto de la metrópoli.
La crítica al despotismo se había acentuado en Hidalgo al ritmo de la Revolución Francesa y del conocimiento que como párroco pueblerino fue teniendo de su propia patria como tierra de desigualdad, particularmente por los agravios que sufrían los indios y otros marginados.

Asimismo alimentó sus conocimientos sobre la situación política de Nueva España, de la monarquía española y aún de otros países gracias a la Gazeta de México, así como a comentarios de sus amigos encumbrados Riaño y Abad como de su hermano Manuel, abogado de la Audiencia y de la Inquisición. De tal manera no sólo se enteró de detalles y de la evaluación del reinado de Carlos III, a raíz de su muerte en 1788, así como de las expectativas de curso y derrotas del reinado de Carlos IV, sino de lo que subyacía aquello; las intrigas de las cortes, los intereses velados y el avance incontenible de la ilustración.>> [5]

Muchas de estas informaciones las comunicaba a Ignacio Allende y ambos eran retroalimentados por su amigo común, el ilustrado corregidor Domínguez.

<<En otras palabras Hidalgo, como muchos otros criollos, participaba de la creciente efervescencia política, pero esto no significaba que estuviera predeterminado fatalmente a ser el caudillo y, partiendo de esta idea, suponer que desde fechas anteriores a 1810 ya estuviera planeando como cabeza un movimiento; de ser así, su papel en el movimiento real no se hubiera dado como se dio.>> [6]


Sus últimos dos años como párroco



Poco antes del golpe político de septiembre de 1808, su hermano Manuel, el abogado enfermó de locura en 1807, muriendo el 14 de julio de 1808. Le quedaban dos amigos peninsulares y dos criollos: Riaño, Abad, García de Carrasquedo e Ignacio Allende, y aunque García de Carrasquedo, había vuelto de España, al arribar a Veracruz fue encarcelado por la Inquisición; de tal manera que el capitán Ignacio Allende se fue convirtiendo en su amigo de mayor trato. También trataba a otros criollos militares muy relacionados con Allende: Juan Aldama y Mariano Abasolo.

Los agravios contra el status actual se iban acumulando: su experiencia, así como de sus familiares y amigos los llevaban al convencimiento de que por mayores esfuerzos que hiciera un profesionista criollo, nunca ocuparía los altos puestos reservados a los peninsulares. A su paso por San Felipe y Dolores constató el abatimiento de la mayoría de la población y las arbitrariedades de la autoridad local.

Si bien sabía que sus deudas se debían a su carácter prodigo y desarreglado, veía como se agravaban con la voracidad de acreedores y la puntillosidad de los burócratas peninsulares, para colmo sufrió la arbitrariedad de la consolidación de los vales reales por la que procedería el embargo de sus haciendas, esto no se llevó a cabo gracias a la intervención de su amigo Abad y Queipo. De la licencia para hacer vino de uva y comercializarlo, ya vimos el resultado. El virreinato buscaba tener el control y monopolio de la economía, primero a favor de la metrópoli y posteriormente de los peninsulares encumbrados.

En abril de 1809 sufrió otra denuncia ante la Inquisición por el franciscano Miguel Bringas, por poseer la edición de obras completas del teólogo Serry, que no estaban prohibidas.

Sin embargo también en los hispanos había recelo y así ante el atraso de la temporada de aguas de 1808, el subdelegado de Dolores promovió un evento inédito: la proclamación y jura del cautivo Fernando VII para el 21 de agosto; así como el levantamiento de una compañía urbana de 100 hombres para sujetar a los indios y mantenerlos en el buen orden, invitando al inquieto Hidalgo, para que encabezara la lista de firmas de los principales del pueblo de la solicitud que se presentaría al intendente Riaño, el cual la turnaría al virrey.

Jorge Pérez Uribe



Notas:

[1] Si bien en esa época no existían los seguros de desempleo, los seguros médicos, ni de vida, a través de estos grupos, religiosos en su fin, los miembros gozaban de ayuda y protección, en caso de desempleo, largas o incapacitantes enfermedades y muerte. Además estos grupos contaban con inmuebles que arrendaban y prestaban dinero al módico rédito del 5% anual. Increíble es la ignorancia y poca difusión del servicio social que proporcionaban estas asociaciones a sus miembros.

[2] Carlos Herrejón Peredo, Hidalgo: maestro, párroco e insurgente, Ed. Clío, libros y videos, S.A. de C.V., México, 2014, pág.176

[3] Ibíd., pág. 178

[4] Ibíd., pág. 185

[5] Ibíd., págs. 195, 196

[6] Ibíd., pág. 197

sábado, 11 de agosto de 2018

MIGUEL HIDALGO, PÁRROCO, EMPRESARIO Y HACENDADO (III)


Parroquia de San Felipe

Los buenos historiadores nos llevan a conocer el pasado y entender la mentalidad, las costumbres y a los personajes; tal es el caso del Dr. Carlos Herrejón Peredo, fuente de este trabajo.

Si han seguido las entregas anteriores, les será evidente que tanto a peninsulares como a criollos, les encantaba el chismorreo y el darle vuelo a la imaginación, levantando toda clase de infundios y que Hidalgo siendo un personaje sobresaliente por su preparación e ingenio, era objeto de la envidias y de toda clase de suposiciones.

En esta entrega trataremos brevemente de las denuncias que sufrió ante la Inquisición. El proceso inquisitorial de Hidalgo tuvo dos partes bien diferenciadas: la primera previa a la insurrección, de julio de 1800 a abril de 1809 y la segunda, posterior al levantamiento, del 8 de octubre de 1810 a 1811. La primera sólo consistió en denuncias, declaraciones de testigos e informaciones, con la determinación de los inquisidores respecto a que no había pruebas para proseguir el proceso y que por tanto esos papeles se archivaran; de manera que esos documentos no pasaron entonces al fiscal, ni hubo calificación, cita a comparecer, defensa o sentencia. 


La vida en San Felipe 


Independientemente de los decisivos sucesos que se vivían en Francia y en la Madre Patria, debemos considerar dos períodos en la estancia de Hidalgo en esta parroquia. Uno festivo y que podemos denominar como el de “la Francia chiquita” de 1793 a 1800 y otro de austeridad, originado por la enormes deudas contraídas por Hidalgo, de fines de 1800 a septiembre de 1803, cuando viene su remoción a la Parroquia de Dolores. 


“La Francia chiquita” 


Además de las representaciones de El tartufo, la otra gran afición de Hidalgo era la música; por lo que juntando los músicos del pueblo y sus alrededores, formó una orquesta que puso bajo la dirección de José Santos Villa y que habría de amenizar comidas en el curato, así como fiestas y agasajos. Abrió las puertas de su casa a gente de toda condición, ofreciendo comida, música, baile y teatro. El mote de “Francia chiquita” fue por la igualdad con la que todos eran tratados. Igual que ahora, <<hubo quienes escandalizados por el barullo que había a menudo en el curato de San Felipe, redujeron a eso la existencia de Hidalgo, ignorando su ministerio y estudio. Uno de ellos fue un dominico peninsular, fray Ramón Casaús, quien sólo de paso por San Felipe y de oídos se formó este dictamen de Hidalgo y sus invitados: su vida escandalosa y de la comitiva de gente villana que come y bebe, baila y putea perpetuamente en su casa… >>.[1] El testimonio de una de las concurrentes a los bailes por tres días, Claudia Bustamante, afirmó por el contrario “que nada vio que le disonara”. 

Detrás de otras acusaciones “de oídas y sin que les constara”, estaba la envidia por ejemplo del cura de San Miguel el Grande, Ignacio Palacios, que no podía aceptar que se tuviera por el mejor teólogo a Miguel, además de que los Hidalgo eran sus rivales en los concursos de beneficios. Contraria, pero tampoco favorable a Hidalgo era la opinión de Francisco Antonio de Unzaga, comisario del Santo Oficio en San Miguel, que afirmaba de Hidalgo: <<reside en una laborcita poco distante de la villa de San Felipe, sin venir a su parroquia, sino los días de precepto a oír misa. Que si algún tiempo asiste al curato, no por esto lo hace al confesionario ni al púlpito>>.[2]


Interior casa de Hidalgo en san Felipe (hoy museo)

Nuevamente la acusación de jugador 


Los testimonios <<provienen los más de la misma fuente, Ramón Pérez de Anastariz, comisario de la Inquisición y émulo de Hidalgo como rector del Seminario Tridentino. Dice primero que “se atrasó su salida [de Hidalgo]” a beneficios “acaso por jugador”; luego consigna dos veces lo que dice escuchó al provisor Juan Antonio de Tapia: “juegos, minas, abandono de sus obligaciones, esto hallará usted en él”, e informa, refiriéndose a los años que lo conoció en Valladolid: “digo que fue un jugador de profesión, tan disipado, que tenía olvidado cuanto tenía a su cargo”, Más llama la atención que al principio del informe el propio Ramón Pérez declara enfáticamente que “jamás lo he tratado de cerca [a Hidalgo], ni me acuerdo haber estado en su vivienda, ni haberle visto en la mía, sino de puro cumplimiento a convidar para alguna función literaria; tampoco he tenido con él conversación alguna”. Tal es la fuerza del testimonio. 

Otra declaración proviene de José Vicente de Ochoa, quien dice de Hidalgo: “haber este jugado comúnmente aun desde mozo”. Alguna más, que ya mencionamos, es la de Francisco Antonio de Unzaga, no por observación directa sino por terceros: “La vida que lleva dicho señor cura me aseguran es una continua diversión, o estudiando historia, a lo que se ha dedicado con empeño, o jugando o en músicas, pues tiene asalariada una completa orquesta cuyos oficiales son sus comensales y los tiene como de familia”. 

Estos datos vagos en cuanto al juego, reciben alguna precisión de alguien que lo trató de cerca, Martín García: “Aunque Hidalgo, según supe, antes de salir de Valladolid, estaba entregado al vicio del juego, más cuando yo fui a San Felipe, no lo tenía, aunque algunas ocasiones lo vide también jugar”. 

En conclusión, Miguel Hidalgo, había sido jugador habitual en San Nicolás. Después llegó a jugar de manera eventual, tal vez en Colima, según señalamos, y alguna vez en San Felipe, pero no fue una afición característica aquí>>.[3]


La opinión de quienes si trataron a Hidalgo 


El clérigo José Luis Guzmán, residente en San Miguel el Grande y que conocía bien a Hidalgo, opinaba que <<”su conducta es buena y ajustada y en todo conforme a sus pastorales obligaciones”. Si algo se decía en contra, era porque los vecinos de San Felipe eran cavilosos, chismosos. Otro clérigo de San Miguel que trataba a Hidalgo con familiaridad, Pedro Díaz Barriga aseguraba de nuestro cura: “aunque no le observaba devoción alguna visible, sí lo vio celebrar, oír misa cuando no celebraba y predicar en los sermones que se le encomendaban […] En el largo rato y comunicación que ha tenido con dicho cura Hidalgo, le ha llevado su admiración hasta términos de admirarse la suma docilidad y humildad que se observa en él, sin embargo de su sabiduría, prendas que todos le confiesan”. Y otro más diría que “como quince años ha conoce a Hidalgo y nunca ha advertido en él malas costumbres ni cosa que desdiga a la religión cristiana”>>. [4]

Sobre los bailes de la “Francia chiquita”, además de la ya mencionada Claudia Bustamante, otras dos damas concurrentes externaron su opinión, Josefa López Portillo, dijo “nadie le ha visto a dicho cura nada malo”. La otra, María Merced Enríquez, vivió un tiempo en la hacienda del Jaral, de dónde acudía a San Felipe, <<asistiendo a las diversiones de baile y música que tenía, siendo muy frecuentes, y sin embargo de no haber notado en la persona del cura exceso notable, advirtió mucho desorden en la casa, entre los concurrentes de personas de ambos sexos; que le vio danzar y bailar, y tratar aunque con política y sin descompostura, a las señoras y mujeres que concurrían […] ni supo mantuviese amistades ilícitas con mujeres […] que su conducta era generalmente reputada de buena; y que lo único que decían era de su suma alegría, amante de diversiones de música y de baile, censurándole sólo su permisión a la demasiada libertad que había en su casa>>.[5]

Si bien la parroquia de San Felipe era un beneficio más rico que el de Colima, pues al año otorgaba alrededor de 3,500 pesos netos, los gastos de la música y comida frecuente para tantos invitados, tenían un costo; y esta situación se agravaría con las deudas que exigirían su pago. 


Hacienda san Antonio de las Alazanas


El “cura empresario” se endeuda peligrosamente 


Uno de los principales adeudos fue el originado por las tres haciendas que su hermano Manuel, el abogado, había adquirido por Taximaroa. Manuel trabajaba en la Audiencia y en la Inquisición en la ciudad de México por lo que tenía la dificultad de ausentarse de sus cargos laborales; por lo que se ayudó de Hidalgo para su recepción en febrero de 1791. Acudió a ellas en marzo para tramitar su avalúo, y luego a Valladolid para nombrar administrador. Con ese avalúo y el poder conferido a Miguel en junio, éste obtuvo del Juzgado de Testamentos y Capellanías, un préstamo de 7,000 pesos a cinco años con un interés anual del 5%, para su fomento y mejoría. Pero el administrador no fue eficiente, lo que Miguel informó a su hermano, quien decidió donarlas a Miguel, por no poder atenderlas, lo que se formalizó el 12 de marzo de 1794. Miguel estimó que él podría estar más al pendiente de las fincas si contara con mejor administrador y visitándolas una o dos veces por año; por lo que asumió el débito del préstamo con sus intereses. Sin embargo como el préstamo de 7,000 pesos había dado pobres resultados, procedió a solicitar otro préstamo, ante el susodicho Juzgado de Testamentos y Capellanías, para habilitarlas o quizá para pagar a su hermano la donación. De esta forma recibió un préstamo hipotecario a 5 años, el 2 de mayo de 1794, con réditos de 400 pesos anuales, que aunados al préstamo anterior sumaban 750 pesos de réditos al año. Además Hidalgo aprovechó la cercanía de las minas de Angangueo para que en ella se beneficiaran metales preciosos; pero al parecer no se logró mayor beneficio, por lo que Hidalgo no pago los réditos de los préstamos de aquellas haciendas ni otros débitos que se fueron acumulando, como las pensiones y cargas fiscales que iban aparejadas a los beneficios eclesiásticos del obispado, como eran la contribución para el sostenimiento del Seminario Tridentino y para el colegio femenino de Las rosas, en Valladolid. Además la corona le imponía la mesada (un mes de sueldo), y a través de la Comisaría de la Bula de la Santa Cruzada se le exigía un subsidio por la obtención y disfrute de los mismo beneficios. A esto se agregaron las deudas insolutas de Colima por 1,650 pesos. Y para colmo la cosecha de 1794 en la región fue pésima. Escribía el cura: <<“con el motivo de haber sido el año sumamente estéril se halla mi curato tan escaso, que con dificultad me da para mi precisa manutención”. Así empezaron a ser frecuentes los reclamos de los acreedores a Miguel Hidalgo, quien cubría unos pagos, ignoraba otros y, al final, muchos se le juntaban. De tal suerte que en 1795, al año escaso de haber adquirido las haciendas y el segundo préstamo, ya se hablaba de concurso de acreedores. >>[6]


El “cura empresario” sufre obstrucción de la justicia 


Había asuntos en los que Hidalgo debía de estar al pendiente, como era el dinero que se había de cobrar de los bienes dejados por un señor Velarde de San Felipe para entregar al Convento de Santa Catarina. Era el juez civil de primer voto, Joaquín Alderete, quien había de hacer previamente el inventario y formalizar el pago. Más como había concurso de acreedores a tales bienes, a pesar de la preferencia del Convento, algún otro interés hizo que el alcalde diera largas al asunto y luego se ausentara. Hidalgo suponía que el alcalde de segundo voto, arreglaría el asunto; pero el que quedó haciendo las funciones de alcalde, fue el regidor alguacil “peor por todos los títulos que Alderete”; así es que el asunto pasaba hasta el siguiente año. 


Apremios y amenazas de embargo 


Obtuvo un respiro cuando su hermano Joaquín obtuvo la parroquia de Dolores y empezó a saldar algunas cuentas propias. A fines de 1796 su hermano Miguel le facilitó 1,710.40 pesos con lo que cubrió un crédito vencido de éste. 

Por esos días las cuentas de la tesorería de San Nicolás fueron revisadas dos veces; en la primera, de 1797, el saldo a favor de Hidalgo se modificó de 1,282.10 pesos a sólo 400.03. Pero en la segunda revisión de 1799, resultó que adeudaba 7,069.30 pesos. La diferencia principal estaba en el criterio del gasto, ya que el segundo contador tuvo por exceso 4,512 por concepto de cocina y alimentos, no le parecieron unas condonaciones de colegiaturas por 422 pesos y le cobraba 1,820 pesos de réditos porque Hidalgo había dispuesto de capitales del Colegio para el gasto corriente. Lo que realmente pasaba, es que esta revisión fue promovida, por un sucesor en el puesto de rector y tesorero, que había optado por una austeridad contraria a la prodigalidad de Hidalgo, quien había dispuesto que lo estudiantes comieran carne todos los días. Al enterarse Hidalgo, manifestó que nombraría apoderado, al que daría instrucciones. 

Entre 1798 y 1799 Miguel contrajo una deuda tan significativa como indocumentada hasta ahora en sus orígenes, proveniente de un hombre de apellido Aguirre, avecindado en San Felipe, quien obtuvo un crédito de Ignacio Soto Saldaña, arrendatario del diezmo en el lugar. Hidalgo se ofreció como fiador, pero por muerte u otro motivo de Aguirre, debió asumir el compromiso que lo perseguiría aún después de su muerte. 

Además tenía el cura otros apremios inaplazables, pues su acreedor principal, el Juzgado de Testamentos y Capellanías, le reclamaba 1,080 pesos de réditos caídos del préstamo de 8,000 pesos, y como no se tenía esperanza de que los pagara, el colector solicitó el embargo de las haciendas al titular del Juzgado, Manuel Abad Queipo, quien lo aprobó. Miguel se apresuró a suplicar la suspensión de los trámites del embargo proponiendo como vía de pago que le fuera descontado lo adeudado de los emolumentos de su parroquia. Además marcharía a las haciendas, para encargarse de ellas y hacerlas producir bien. Abad aceptó las dos propuestas, nombrándose a uno de los vicarios, el bachiller Juan Olvera para que efectuara los descuentos y pagos y se gestionaron los permisos para justificar la ausencia de Hidalgo en su parroquia. 



Hidalgo hacendado y conversión a la austeridad 


Así pues de enero a julio de 1800, Hidalgo estuvo en sus haciendas de Taximaroa: Santa Rosa, Xaripeo y parte de San Nicolás. Parece que la presencia de Hidalgo logró algo, pero insuficiente para saldar lo adeudado. 

<<A su regreso a San Felipe, en noviembre de 1800, debió ocurrir algo importante que le hizo cambiar de manera notoria. A partir de entonces se acabó el jolgorio en la casa rural de San Felipe, la Francia chiquita. Redujo los gastos al mínimo, encomendando el manejo del dinero a un vicario “con orden –decía- de que solo me ministre lo necesario para el plato”. Era palpable la mutación del polifacético párroco, como lo asegura este testimonio: “en el día está haciendo una vida ejemplar en su curato, reducido a la compañía de un solo eclesiástico, retirado de toda tertulia y comercio con las gentes, y entregado al confesionario y demás negocios de su preciso ministerio” […]. 

Tal vez recibió una reprimenda de su hermano Joaquín, de su tío Vicente, de su amigo Abad e, incluso de su máximo protector, el propio obispo. Miguel tenía que esforzarse por cubrir sus deudas, pero estas eran demasiadas. Los abonos del préstamo de 8,000 pesos, la pensión conciliar de la que se le habían juntado 330 pesos en 1801, el subsidio de la Santa Cruzada y, en espera como espada de Damocles, las cuentas del Colegio, a cuya segunda revisión aún no respondía; además, ahora llegaba el reclamo de lo que había quedado a deber en Colima: 1,750, pero lo peor era que por ser fiador del insolvente Aguirre por cantidad de diez mil pesos frente a Ignacio Soto Saldaña, éste había logrado que para su pago por vía ejecutiva la mitra de Valladolid secuestrará la tercera parte de sus emolumentos del cura de San Felipe, con lo cual efectivamente nuestro cura no tenía más que para el plato, el suyo, sin músicos ni invitados.>>[7]


La buena influencia de su hermano Joaquín 


<<Mientras estuvo en san Felipe, Miguel contó con apoyo y vigilancia que contribuyeron a moderar su carácter inquieto, pródigo en gastar y desentendido en pagar, brillante de ordinario y en ocasiones imprudente. Tal apoyo y vigilancia recaía en su hermano Joaquín, cura de la limítrofe parroquia de Dolores desde febrero de 1794, según vimos. 

Joaquín era un modelo de pastor: asiduo predicador y catequista, cuidadoso del culto divino y benefactor incansable de sus feligreses, en particular de los indios. Sin duda que también era de sólida formación e inteligencia, pero menos brillante que Miguel, y si bien le gustaba la música y sabía tocar el violín, no parece que tales aficiones hayan sido en él una pasión como lo fueron de Miguel. >>[8]

El 19 de septiembre de 1803, Joaquín falleció y el obispo San Miguel decidió que Miguel tomará el puesto de párroco en Dolores con carácter de interino, de tal forma que el 6 de octubre de 1803 asumió el cargo. Hay que agregar que el obispo San Miguel, protector de Hidalgo murió el 18 de junio de 1804. El nuevo obispo Marcos Moriana llegaría hasta el 10 de febrero de 1809. 


Jorge Pérez Uribe


[1] Carlos Herrejón Peredo, Hidalgo: maestro, párroco e insurgente, Ed. Clío, libros y videos, S.A. de C.V., México, 2014, pág.113 
[2] Ibíd, pag.114 
[3] Ibíd, pags.114, 115 
[4] Ibíd, pag.115 
[5] Ibíd, pag.116 
[6] Ibíd, pags.120, 121 
[7] Ibíd, pag.127 
[8] Ibíd, pag.144