domingo, 20 de febrero de 2022

1822, SE ESTABLECE EL CONGRESO DEL IMPERIO MEXICANO

 


La convocatoria para la elección de diputados al Congreso Mexicano


<<La incertidumbre que por un tiempo prevaleció respecto al estado de las provincias centroamericanas complicó los problemas involucrados en la convocatoria para el congreso mexicano. A pesar de la opinión expresada por Iturbide, quien deseaba diputados que representarán a las clases y a los grupos sociales, tanto la junta como la regencia acordaron finalmente un plan para las elecciones del Congreso Mexicano que principalmente estaba basado en los lineamientos de la constitución española. El 17 de noviembre de 1821 la junta expidió un decreto que establecía que electores escogidos por los cabildos deberían reunirse el 28 de enero siguiente en la capital de cada provincia con el objeto de elegir diputados para una legislatura bicameral que elaboraría una constitución para el imperio. El decreto especificaba además que las intendencias y demás distritos elegirían para dicha asamblea 162 diputados y 29 sustitutos. Mencionaba 21 provincias como las divisiones territoriales de México.

Las directrices elaboradas por la junta para las elecciones de diputados establecían que estos estarían facultados para legislar sobre materias que afectaran el bienestar general. Deberían además organizar el gobierno de México de acuerdo con las bases establecidas en el Plan de Iguala y el Tratado de Córdoba. En particular, deberían establecer la completa separación de los poderes Ejecutivo, Legislativo y judicial, de manera que estas funciones no pudieran ser ejercidas por el mismo individuo. Obviamente había un deseo prevaleciente entre los miembros de la junta de evitar la concentración de poder gubernamental en las manos de una sola persona. Que haya sido o no ésta la razón que movió a Iturbide a oponerse a las medidas electorales, no es seguro, pero está claro que él no estaba satisfecho con ellas. En sus escritos autobiográficos escribió más tarde acerca de los arreglos electorales:

“El primer deber de la Junta, después de quedar establecida era convocar a elecciones para un Congreso que elaborara una constitución para la Monarquía. La junta se llevó más tiempo del justificado para realizar esta tarea. Se cometieron graves errores al hacer la convocatoria. Esta era muy defectuosa, pero con todas sus fallas fue aprobada. Ya no podía hacer otra cosa que darme cuenta de los males y lamentarlos. No tomaba en consideración a la población de las provincias, de tal manera que, por ejemplo, concedía un diputado a provincia de cien mil habitantes y cuatro diputados a otra que tenía tan solo la mitad de dicho número de habitantes. Tampoco consideró la Junta que la representación en el Congreso debería ir en proporción a la inteligencia de las respectivas poblaciones; que de cada 100 ciudadanos educados, podrían seleccionarse muy bien 3 ó 4 personas que poseyeran las cualidades requeridas para ser buen diputado y que de entre 1000 ciudadanos que carecían de educación y fueran ignorantes de los principios políticos, escasamente podría encontrarse a una persona con suficiente habilidad natural para saber que sería conducente para el bienestar público…”.

Aparte del populacho que era en parte excluido de las opiniones políticas, durante los primeros meses de 1822 tres facciones que pudieran denominarse partidos comenzaron a surgir en México. Algunos a los que tal vez pudiera llamárseles “republicanos” favorecían más o menos veladamente el establecimiento de una forma de gobierno parecida a la de los Estados Unidos. Otra facción estaba formada por los “borbonistas” o “realistas”; éstos deseaban ver que alguna manera de relación entre México y la Madre Patria fuera conservada. Algunos otros deseaban que dicho lazo se mantuviera de acuerdo con el Plan de Iguala; mientras que otros, especialmente después de que España rechazó el Tratado de Córdoba, llegaron inclusiva a contemplar con beneplácito que el país retornara a su anterior estado colonial. Algunas veces estos realistas fuero llamados “serviles”. Se afiliaron a veces a los “borbonistas”, pero rompieron con éstos en abril de 1822. Se trataba de los clérigos y militares adeptos al Primer Jefe a quienes alguna vez se les denominó “iturbidistas”, muchos de los cuales eventualmente se volvieron monarquistas. Después de la llegada de O´Donojú, los individuos que habían llegado a afiliarse a los masones del rito escocés estuvieron cada vez más activos.

Los periódicos recientemente fundados diseminaron las doctrinas políticas extranjeras. Entre las logias masónicas fundadas en ese tiempo estaba una llamada El Sol, la cual a la larga patrocinó un periódico que ostentaba el mismo nombre. Su fundador fue un médico que había llegado a México con O´Donojú. En el primer número de este periódico, fechado el 5 de diciembre de 1821, los editores declararon que su propósito se explicaba en el nombre del rotativo y añadieron la siguiente exhortación: “Mexicanos: ¡Vosotros sabéis bien que es el momento de elegir entre la ignorancia y el saber, entre la oscuridad y la luz y entre la tiranía y la libertad!” Algunos días después el Semanario Político y Literario de México público traducciones al español de la Declaración de Independencia del 4 de julio de 1776, de los Artículos de Confederación y de la Constitución de los Estados Unidos. El 23 de enero de 1822, el mismo Semanario justificó la publicación de esta Constitución explicando que muchos mexicanos deseaban leer la gran carta que había asegurado la felicidad de su vecino. No cabe duda de que los mexicanos de la clase alta estaban siendo afectados por la levadura de la filosofía política estadunidense. >>[1]


La institución del Soberano Congreso Constituyente


<<El 24 de febrero de 1822 al menos 100 miembros del “Soberano Congreso Constituyente” de México se dirigieron ceremoniosamente a la Catedral metropolitana, acompañados por miembros de la junta y la regencia. Ahí, colocando su mano derecha sobre las Sagradas Escrituras, cada diputado juró solemnemente proteger la religión católica romana, apoyar la independencia de la nación mexicana, elaborar su Constitución de acuerdo con las bases asentadas en el Plan de Iguala y el Tratado de Córdoba y mantener separados los tres poderes del gobierno. Hasta este momento dijo Stephen Austin, Iturbide había actuado “como el libertador de la Nación, como tenía que haber actuado el Héroe de Iguala”. La instalación del congreso fue en realidad el preludio de las diferencias entre éste y el Poder Ejecutivo, similares a aquéllas que habían hostigado a anteriores gobiernos insurgentes en México.


La junta y la regencia escoltaron a los diputados hasta el antiguo templo jesuita de San Pedro y San Pablo, donde se había escogido un salón para instalar la cámara legislativa. El Congreso pronto eligió a su presidente y a dos secretarios. De acuerdo con José María Bocanegra, diputado por Zacatecas, cuando el presidente de la regencia entró al salón, tomó el asiento más prominente. Esto provocó una protesta a la que Iturbide replicó diciendo que a él se le había asignado el lugar más alto en las sesiones de la junta. Después de cambiarse a un lugar situado a la izquierda del presidente del Congreso, Iturbide, quien rara vez perdía la oportunidad de expresar sus opiniones, pronuncio un discurso en el que felicitaba al pueblo mexicano por entrar en posesión de sus derechos. Declaró que esta gloria era uno de los motivos que lo habían inducido a él a formar el plan de Independencia. Manifestó satisfacción al observar a los diputados instalados en donde podrían elaborar buenas leyes sin enemigos en casa o en el extranjero. Les advirtió, sin embargo, que fuerzas extranjeras observaban celosamente sus procederes. Manifestó la esperanza de que el Congreso estableciera los límites que la justicia y la razón prescribían para la libertad, de manera que no pudiera ser forzada a sucumbir ante el despotismo ni a degenerar en libertinaje. Así, Iturbide pronto presintió una situación que con frecuencia ha confrontado a los magistrados latinoamericanos. […]

El primer decreto expedido por el Congreso declaró que la soberanía de la nación mexicana residía en los diputados[2], que la religión católica era la religión del Estado con exclusión de cualquier otro credo, que el gobierno sería una monarquía constitucional moderada denominada Imperio mexicano y que se invitaba al trono imperial a las personas designadas en el Tratado de Córdoba. El Congreso declaró además que los Ejecutivo, Legislativo y judicial no debían de permanecer unidos y que él poseía la autoridad legislativa total. Por lo pronto delegaba el Poder Ejecutivo de la nación en la regencia, en tanto que la autoridad judicial sería ejercida por los tribunales existentes y por otros que para tal efecto podrían crearse podrían crearse. Más aún los diputados formularon un juramento de fidelidad al nuevo régimen que deberían prestar los miembros de la regencia. Entre otras estipulaciones, el juramento establecía que los regentes debían reconocer que la soberanía de la nación mexicana estaba depositada en los diputados. Así, tan pronto como el 24 de febrero de 1822, el Congreso de México lanzó en guante en reto al magistrado en jefe.


Ese mismo día el Congreso expidió un decreto que establecía la forma en que éste debería recibir a la regencia. Un día después, Iturbide envió una carta a José Odoardo miembro de la Audiencia de México, quien había sido escogido como Presidente del Congreso para preguntarle sobre su asiento en dicha asamblea. Proponía que ésta le concediera como favor especial un lugar superior a los asientos ocupados por los diputados. Expresaba la opinión de que dicha prorrogativa constituiría un justo reconocimiento a los peligros y privaciones que él había sufrido durante la transformación de México de una colonia esclavizada a un imperio. Los secretarios del Congreso replicaron que este asunto sobre la etiqueta en la Corte había sido considerado con antelación a la recepción de su carta. Explicaron que aunque Iturbide había librado a los mexicanos de la dominación española y era el primer ciudadano del imperio, la legislatura no podía darle el asiento más alto. Al mismo tiempo los secretarios informaron a Iturbide que el Congreso le había asignado, como libertador del país, el asiento de más honor, después del que pertenecía a Odoardo. Estipularon, sin embargo, que su escolta personal no debía entrar al salón del Congreso y que mientras estuviera presente en las sesiones no debería Iturbide desenvainar su espada.

La legislatura anunció el 25 de febrero que la junta había cesado en sus funciones. Al día siguiente expidió un decreto disponiendo que todos los funcionarios públicos deberían rendir el mismo juramento de obediencia al Congreso que había sido hecho por los miembros de la regencia. Más aún, estipuló que el Poder Ejecutivo debía publicar los decretos del Congreso precedidos de este preámbulo: “La Regencia del Imperio autorizada para gobernar temporalmente en ausencia de un emperador, hace saber que Soberano Congreso Constituyente ha decretado lo siguiente:...” El 1° de marzo el Congreso declaró que el 24 de febrero, el 2 de marzo, el 16 de septiembre y el 27 de septiembre serían días de fiesta nacional y que deberían ser celebrados con misas y salvas de artillería. Diez días después tomó medidas tentativas para reformar la administración financiera requiriendo a los funcionarios fiscales locales que presentarán regularmente informes al Secretario de Hacienda. También les prohibió realizar determinados gastos del erario público, sin la autorización de este último. El mismo día se ordenó a los intendentes rendir informes acerca de las entradas y salidas de dinero en sus distritos respectivos. Iturbide estaba considerando una reorganización mayor, ya que una carta que escribió al intendente de la provincia de Puebla mencionó la necesidad de tomar decisiones acerca de la fuerza del ejército, la creación de una marina y la elaboración de una constitución.

La legislatura mexicana pronto adoptó ciertas medidas curativas. El 16 de marzo de 1822 expidió un decreto que tenía por objeto frenar el cobro de los empréstitos forzados como estipular que los montos involucrados en ellos deberían ser usados para sostén del ejército. Prontamente después Iturbide informo al Secretario de Hacienda que a pesar de que las comunidades religiosas habían suscrito 280 000 pesos para el empréstito y de que los cabildos eclesiásticos habían suscrito una enorme suma, tenía temor de que la suma total del préstamo no estaría disponible. De hecho se había recibido un informe del obispado de Sonora notificando que no podía suscribir ni un solo real. Esto sucedió en el momento en que la transportación de los oficiales de las desbandadas tropas realistas desde Veracruz a la Habana había causado un gasto adicional al tesoro imperial.>>[3]

Stephen Austin, quien había llegado a la Ciudad de México a importunar al gobierno con la solicitud de una dotación de tierras, registró que la capital se encontraba en una condición de agitación, el espíritu partidista estaba creciendo y la opinión pública vacilaba respecto a la forma de gobierno que debería adoptarse.

Las relaciones entre el gobierno imperial y la santa Sede no estaban todavía establecidas y existía la controversia sobre el Patronato Real. Más aún, un decreto del 4 de mayo de 1822 mostró la intención de la legislatura de obtener el control de la autoridad político-eclesiástica.

<<Mientras tanto el general realista Dávila en Veracruz, había estado abrigando esperanzas de que Iturbide no estuviera todavía perdido para la causa por la que arduamente había luchado. El 23 de marzo el español le envió una carta significativa. Después de hacer un repaso por la lucha de la independencia, Dávila argüía que ésta no podía tener éxito en México. Hasta se aventuró a proponer que para evitar las desgracias que esperaban al país, los que habían cambiado de bando deberían de unirse nuevamente a los realistas.

Frases particulares de la carta despertaron en Iturbide serias dudas respecto de la lealtad hacia el nuevo régimen de ciertos miembros de la regencia y también de algunos diputados. En una sesión del Congreso, donde él ocupaba un lugar cerca de su presidente, abiertamente aprovechó la ocasión para afirmar que de acuerdo con documentos que tenía en su posesión, había traidores en ese salón. Según Alamán uno de los diputados se metió esta acusación a la boca, entre sus dientes. Cuando el Congreso examinó la carta de Dávila que parece haber sido la prueba que aportó para la acusación, no encontró nada que confirmara las sospechas de Iturbide. De hecho, ciertos diputados sintieron que al cartearse con un enemigo del Estado, la cabeza de la regencia había actuado traidoramente. Para adaptar el relato de un diputado sobre la escena resultante, José Odoardo Presidente del Congreso, exclamó con respecto a la acusación de Iturbide: “¡César ha cruzado el Rubicón!” Esta frase, enérgicamente pronunciada, dijo Alamán, causó una profunda impresión, “aunque la mayor parte de los diputados no sabían qué cosa era el Rubicón, ni porque lo había cruzado César” [4].

Esta ocurrencia llevó al clímax la excitación. Justo después de la dramática escena, el Héroe de Iguala replicó a la invitación de Dávila de unirse nuevamente a los realistas con elocuentes palabras que no dejaron dudas respecto a su actitud:

¿Qué interés, que recompensa podría persuadirme para cometer tan afrentosa infamia?... ¡Permitid al imperio Mexicano ser feliz e independiente, con eso yo seré recompensado! Con esta gloria y otro nicho distinto al que vos deseáis, no ambicionaré el distinguido lugar que ante la ciudad vos me ofrecéis en nombre del rey español. Nada que dicho rey y la nación española pueda darme podrían, en mi opinión, igualar el precio de la absoluta independencia de mi país. Absoluta independencia es lo que yo proclamé y eso es lo que tengo que sostener, las medidas conciliatorias que vos proponéis… no podrían ser en sustancia nada más que la anterior dependencia onerosa de México con respecto de España que duró tres siglos…

Para dar a conocer al público sus opiniones, Iturbide insistió en que su correspondencia con Dávila fuera impresa en la gaceta oficial. Obviamente la actitud intransigente que él asumió así públicamente frente a la reconciliación con España, no disminuyó La grieta que ya se había hecho visible entre los monarquistas borbónicos y los iturbidistas. Otro signo de disidencia se mostró en el Congreso la noche del 11 de abril de 1822 cuando se hicieron cambios en el personal de la regencia: El diputado Bocanegra afirmó que esta medida era una victoria de la facción borbónica.>>[5]

Jorge Pérez Uribe


Notas:
[1] Spence Robertson William, Iturbide de México, México, FCE, 2012, págs. 236 - 239
[2] Si anteriormente era el rey el que se atribuía la soberanía, ahora era el Congreso el que caía en tal aberración y excediéndose en sus facultades delegaba el Poder Ejecutivo de la nación en la Regencia; era ya el Congreso el “Supremo Poder de la Nación” .
[3] Spence, op. cit. págs. 240 – 24
[4] La expresión “Cruzar el Rubicón” se refiere a encontrarse en una situación complicada de la que no se puede volver atrás, solo seguir adelante. Se la asocia con la decisión de seguir adelante a pesar de los posibles riesgos de esa decisión. La decisión que tomó Julio César e inspiró esta frase fue desobedecer la prohibición de cruzar el río armado, que era frontera entre Roma y la Galia.
[5] Spence, op. cit. págs. 245 – 246