jueves, 19 de mayo de 2022

EL LIBERTADOR LLEGA A SER MONARCA

 




Un Imperio sin cabeza y con muchos problemas que resolver


Como caudillo, militar y funcionario, Iturbide que ostentaba el título de Presidente de la Regencia de Imperio Mexicano, consideraba los numerosos problemas y asuntos que urgía resolver, refiriéndose a ellos como “la carga que me agobia”, entre otros:

  • La necesidad de una Constitución a modo de nuestra idiosincrasia.
  • La falta de recursos económicos y de políticas de fomento económico.
  • La falta de reconocimiento del Imperio por parte de España, proceso interrumpido por la muerte de Juan O´Donojú, así como del reconocimiento por otras naciones
  • Necesidad de nombrar un emperador, ante la renuencia para hacerlo por parte de España, conforme a los Tratados de Córdoba.
  • La impostergable necesidad de un ejército suficiente para hacer frente a un intento de reconquista por parte de España como ocurriría el 26 de julio de 1829 o ante la invasión de otras naciones.
  • La amenaza de la Santa Alianza para apoyar a España, en la recuperación de la colonia pérdida.
  • La protección de los españoles nacidos en España y de sus bienes y negocios.

Las relaciones con el Congreso, cada día más tensas


<<Los diputados no ignoraban los peligros involucrados en las precarias relaciones con el jefe del Ejecutivo. El 6 de abril de 1822, Carlos M. de Bustamante le había dirigido una carta en la que abordaba el problema. Adjuntando, como muestra de su estima, un panfleto recientemente publicado en Madrid que honraba públicamente a Iturbide, se aventuró a exhortarlo a que actuara en armonía con la legislatura. “Estad seguro, mi querido Señor –escribió-, que la Unión con el Congreso es la divisa con la que vos deberíais ser presentado al mundo con el objeto de haceros feliz y coronar vuestra gloria… Vuestra excelencia no encontrará mucha sabiduría entre nosotros, pero encontrareis buenas intenciones y el deseo de una unión íntima para salvar a este país que tanto ha costado.

Iturbide no estaba muy inclinado a tomar en serio este consejo. En respuesta a la súplica de Bustamante, declaró que sentía mucho respeto por la legislatura y que deseaba ver sus leyes obedecidas. Preguntaba sin embargo, por qué se le consideraba ser tan estúpido como para no entender las ventajas de cooperar con la misma. Caracterizaba al Congreso como el baluarte de la libertad y la esperanza del país que era su ídolo. Afirmando que no era un enemigo de los diputados y que les había dado muestras de su aprecio. Se quejó de que algunos de ellos estaban llevando la guerra en su contra. Intimó que ellos habían sido los primeros que se opusieron a la cooperación armoniosa de los poderes que siempre deberían actuar como cuerpo y alma. Por otro lado, una comisión del Congreso llegó a la conclusión de que el mando de las fuerzas armadas no debía ser función del presidente de la regencia.

En este tiempo, cuando Iturbide suplicaba fondos para apoyar al ejército, y cuando sus relaciones con el congreso se hallaban al punto del rompimiento, sucedió un incidente que demostró que él no estaba en contra de cooperar con el Congreso cuando así lo demandaba el bien público. En marzo de 1822, Miguel Santa María, mexicano por nacimiento, quien había sido nombrado ministro de la República de Colombia, misma que en ese tiempo abarcaba Venezuela y Nueva Granada, llegó a la Ciudad de México. Por decreto del 29 de abril, el Congreso declaró que solemnemente reconocía a Colombia como una nación libre e independiente. Tres días después Santa María fue presentado en privado a Iturbide. El 13 de mayo fue formalmente recibido por la Regencia- Entregó al presidente de ésta unas cartas que Simón Bolívar le había encomendado entregar, en las que se expresaba alta estima por el Libertador de México. En respuesta Iturbide declaró que la regencia deseaba incrementar las relaciones de México con Colombia>>.[1]

En el mismo mes Iturbide, recibió al aventurero internacional James Wilkinson, a quien le aseguró “que él haría de la carrera de nuestro gran Washington el modelo de su conducta, esto es, dar libertad a su país y retirarse a la vida privada…” [2]

<< Por otra parte, las relaciones las relaciones entre Iturbide y el Congreso había llegado a tal atolladero, que Iturbide se propuso deponer su autoridad ya que en respuesta a su petición al Congreso de que proveyera un ejército de 35 000 soldados regulares y 30 000 guardias nacionales, la legislatura votó por poner una fuerza armada más reducida a su disposición; el frustrado magistrado en jefe renunció a su doble posición como presidente de la regencia y generalísimo. El 15 de mayo, antes de que su regencia fuera considerada, dirigió una nota muy significativa al Secretario de Guerra en relación con las necesidades militares, nota que presumiblemente él tuvo la intención de que fuera transmitida al Congreso. Hizo una súplica urgente por un ejército grande y permanente. Sin tal ejército, razonaba, todo lo que se había logrado hasta entonces para la independencia de México estaría perdido. Más aún, expresó su preocupación de que ciertos poderes extranjeros estuvieran ya celosos de las nuevas naciones que estaban surgiendo en América>>.[3]

La amenaza europea de “La Santa Alianza”


El proceso de la independencia de México y muchas naciones latinoamericanas, está ligado a la figura del “gran corso Napoleón”, quien al invadir España en 1807, como aliado, finalmente la traiciona y la sojuzga, haciendo prisioneros a Carlos IV y Fernando VII, en 1808; con lo que el reino y las colonias quedan acéfalas, por lo que estas temerosas de una invasión francesa, forman juntas gubernativas autónomas; proceso que se dio en la Nueva España en 1808.

Contra Napoleón se forman en Europa 7 coaliciones integradas por los reinos de los países europeos de 1799 a 1815, en que es exiliado en la isla de Santa Elena. No obstante que ya no liderea ejércitos, las ideas republicanas y revolucionarias se difunden y para evitar revoluciones como la francesa, las monarquías e imperios de Europa crean una nueva coalición que será llamada inicialmente como la “La Santa Alianza”, luego como la Triple Alianza, la Cuádruple y la Quinta Alianza por último.

Iturbide clama ante el Supremo Consejo de la Regencia sobre esta amenaza:

<<”En Londres, en París, y en Lisboa hay emisarios de nuestros antiguos amos. Viena, Berlín y San Petersburgo han hecho ya un ataque a la libertad ya en Nápoles. A menos de ser compelidos por la fuerza, los europeos nunca consentirán con el establecimiento en este continente de gobiernos independientes de ellos. Todas las naciones europeas están conscientes de que una vez que los americanos estén organizados en sociedades bien constituidas, esos pueblos llegarán a ser los depositarios de la luz, del poder y de las riquezas; y que dentro de cien años las naciones europeas serán respecto a nosotros lo que los griegos a los romanos fueron al resto de Europa, después de la muerte de Alejandro y la destrucción del Imperio Romano de oriente y Occidente.”

Al explicar que aunque el sólo era un soldado, tenía, sin embargo, algún conocimiento de los asuntos políticos, Iturbide preguntaba qué medios tenían sus compatriotas para oponerse a la agresión. Razonaba que Oliver Cromwell, el príncipe de Orange, Guillermo Tell y George Washington había salvado a sus países de la tiranía mediante su liderazgo militar. Preguntaba:

“¿Cuál ha sido la situación de México hasta el presente? ¿Sin una Constitución, sin un ejército, sin una hacienda, sin la separación de los poderes gubernamentales, sin ser reconocido como Estado independiente? Sin una marina, con todos sus flancos expuestos, con sus habitantes distraídos, insubordinados abusando de la libertad de prensa y de costumbre, con oficiales que son insultados, sin jueces y sin magistrados. ¿Qué es México? ¿Es éste país propiamente una nación? Y en qué dolorosa situación está el ejército que puso la primera piedra del edificio de la libertad. Aquellas personas que deben a México sus fortunas, su existencia política y sus mismas vidas lo desprecian y se mofan de él…”

Después de esbozar este oscuro retrato del escenario mexicano, el insatisfecho magistrado en jefe afirmó explícitamente que si la deplorable situación militar no era remediada y si no se tomaban provisiones rápidamente para un ejército de 35 000 soldados regulares, consideraría que su renuncia había sido aceptada y depondría toda su autoridad. En una carta desde la capital mexicana al secretario John Quincy Adams, William Taylor, quien había sido nombrado cónsul de los Estados Unidos, declaró que la renuncia de Iturbide “era más bien un rumor que generalmente conocida” hasta el sábado 18 de mayo cuando el alarmado Congreso cedió a su demanda. Pero éste había hecho ya demasiado larga la espera. El dado “ya había sido tirado”>>[4]


<<Bocanegra registró en sus memorias que poco después de que se reunió el Congreso, se reunió una comisión para que considerara ofrecerle la Corona de México a un príncipe borbón. En ciertos pueblos se habían hecho sugerencias de que la selección del victorioso comandante militar como monarca no sería mal acogida. Entre las personas que apoyaban el acto más dramático desde su surgimiento, de acuerdo con un contemporáneo, estaba su íntimo amigo Anastasio Bustamante. Parece que se había establecido un plan para proclamar a Iturbide monarca imperial la mañana del 19 de mayo, pero por alguna razón la noche del 18 de mayo fue finalmente elegida como el momento más propicio.

Tal como se presentaron los acontecimientos, el actor principal de la escena fue Pío Marcha, un sargento del regimiento de Iturbide en Celaya, el cual estaba estacionado en la capital. En una historia romántica, contada más de un año después, Marcha implicó que él había sido incitado por una encantadora doncella a promover las fortunas de su amado comandante. En un sobrio relato hecho en junio de 1822, declaró que ya para enero anterior él había confiado su plan para la proclamación de Iturbide como emperador a ciertos camaradas. Aseveraba que los motivos que le habían impedido a apresurar ese trascendental paso fueron el temor de los males que podrían caer sobre su país si se pusiera a un príncipe de la dinastía borbónica en el trono mexicano y la creencia de que un digno hijo de México merecía tal distinción. Miembros del regimiento de Marcha justificaron la medida explicando que su primer sargento creía que un hijo de su país “nos vería con los ojos de un padre amante de quien con menos timidez y más confianza podríamos pedir el remedio que necesitásemos.


En la noche del 18 de mayo, sargentos del regimiento de Celaya, conducidos por Pío Marcha, proclamaron a Iturbide como el emperador Agustín I. El grito fue recibido por el populacho que estaba al acecho en las calles. Los edificios públicos fueron repetidamente iluminados. Una abigarrada multitud se dirigió a la mansión ocupada por el Libertador, donde lo aclamaron como el emperador. La comisión del Congreso escogida después para discutir y aprobar el propósito de Iturbide de retirarse de la vida pública, escribió un amargo relato de este espectacular evento que alegaba que algunas personas sediciosas a las que se unió “el despreciable populacho de uno de los distritos” de la capital y dirigidos por “algunos oficiales que no eran muy estimados en sus propios regimientos” habían dado “un aspecto más serio al tumulto”.


¿Por qué acepto Iturbide la nominación?


Mientras vivía en el exilio, Iturbide compuso una poco ingeniosa historia acerca de la forma en que él recibió las noticias de ésta aclamación:

“Mi primer impulso fue salir a manifestar mi repugnancia a admitir una corona cuya pesadumbre ya me oprimía demasiado: si no lo hice, fue cediendo a los consejos de un amigo que se hallaba conmigo: “Lo considerarían un desaire”, tuvo apenas lugar de decirme, “y el pueblo es un monstruo cuando creyéndose despreciado se irrita. Haga Ud. Este nuevo sacrificio al bien público. La patria peligra: un momento de indecisión es el grito de muerte”. Hube de resignarme a sufrir esta desgracia que para mí era la mayor; y emplee toda aquella noche, fatal para mí, en calmar el entusiasmo, en preparar al pueblo y a las tropas para que diesen lugar a decidir y obedecer la resolución del Congreso, única esperanza que me restaba. Salí a hablarles repetidas veces, ocupando los ratos intermedios en escribir una proclama que hice circular la mañana siguiente.”

Parece posible que la repugnancia que Iturbide así expresaba para aceptar la corona imperial no era del todo simulada. Un residente de la capital llamado Miguel Beruete, quien fuera funcionario fiscal especial en el gobierno del virrey Venadito registró en su diario que Miguel Cavaleri besó la mano de Iturbide, que toda esa noche la gente gritaba ¡Viva Agustín I!, y por la muerte de aquellos que se le opusieran y que ocasionalmente se oyeron gritos de muerte para los españoles, para los serviles y hasta para los diputados. A las tres horas de la mañana siguiente, los regimientos de caballería e infantería estacionados en la capital dirigieron una carta a Iturbide afirmando que con unanimidad completa ellos lo habían proclamado emperador de “la América Mexicana”.

En su manifiesto, el recientemente proclamado monarca decía que se dirigía a los mexicanos como un conciudadano que deseaba conservar el orden. Declaró que el ejército y el pueblo de la capital acababan de tomar una importante decisión que el resto de la nación tendría que aprobar o desaprobar. Expresando simpatía por la acción del pueblo, exhortó a sus compatriotas a rechazar la violencia, a reprimir todo resentimiento y a respetar a sus gobernantes. “Dejemos para momentos tranquilos –imploraba- la decisión concerniente a nuestro sistema político y nuestro destino…” Exhortaba al pueblo para que escuchara a los diputados quienes representaban a la nación: “La ley es voluntad del pueblo; nada hay superior a ella: ¡Escuchadme, dadme la última prueba de vuestro amor, que es todo lo que deseo! ¡Ésa es la estatura de mi ambición! Digo estas palabras con mi corazón en mis labios!”

El manifiesto fue leído en una sesión extraordinaria de la legislatura en la mañana del 19 de mayo. Una memoria que ostenta esa fecha emanó de funcionarios públicos, tanto civiles como militares, y fue firmada entre otros, por Pedro Negrete, Anastasio Bustamante y Jesús Echávarri; fue sometida a los diputados. Citando una representación preparada por ciertos regimientos que habían proclamado a Iturbide como emperador de la América mexicana, los signatarios sugerían que la legislatura debería considerar la cuestión que había así surgido. Beruete consignó en su diario que el Congreso se reunió a las 6 a.m. y que estaban presentes 87 diputados; después que se le habían enviado mensajes, Iturbide se reunió con ellos a las 12.00 horas. “El pueblo desenganchó los caballos de su carruaje y lo condujo al salón del Congreso. Esta asamblea fue insultada y amenazada de muerte por el populacho.

Cuando Iturbide entró al recinto legislativo, iba acompañado por ciertos generales. La clave de la oposición para la inmediata proclamación de un gobierno imperial fue dada por José Guridi y Alcocer; un legislador bien versado en derecho, quien arguyó que los poderes de los diputados eran limitados y que la importante cuestión debería ser referida a la población de sus distritos electorales. Otros legisladores propusieron que la acción del Congreso fuera pospuesta hasta que por lo menos dos tercios de las provincias hubieren incrementado la autoridad de sus representantes. El diputado Valentín Gómez Farías de Zacatecas finalmente introdujo una propuesta firmada por muchos diputados que razonaba que, como el Plan de Iguala y el Tratado de Córdoba habían sido desechados, el Congreso tenía ahora el poder de votar en favor de la coronación de Iturbide recompensando así el servicio y el mérito del Libertador de Anáhuac. De otra manera, afirmaba que la paz, la unión y la tranquilidad desaparecerían quizá de México para siempre.

Antonio Valdés, diputado por Guadalajara, arguyó que ya que el gobierno español había rechazado el Plan de Iguala y el Tratado de Córdoba, los mexicanos no estaban obligados a observar el artículo III de dicho tratado y a seleccionar como su monarca a un príncipe de una dinastía europea. En una fuga de oratoria un miembro llamado Lanuza elogio entonces a Iturbide como un hombre virtuoso, valiente, caritativo, humilde y sin par a quien el Todopoderoso había destinado para romper las cadenas de hierro con las que el águila mexicana había estado atada durante tres centurias. Otros dos oradores expresaron la opinión de que ellos tenían suficiente autoridad para confirmar la elección hecha por el ejército y el pueblo. Otro orador argumento que el Congreso debería primero elaborar primero una Constitución para la nación. Declarando que el bienestar del pueblo era la ley suprema, un diputado de la provincia natal de Iturbide, sostuvo que el pueblo, y el ejército favorecían su lección como emperador; que más de la mitad de los diputados la deseaban y que bloquear tal acción podría provocar una revolución sangrienta. Los aplausos siguieron tanto a este discurso como a otro de Valdés, quien afirmo que él estaba por una monarquía limitada como forma de gobierno, lo que él consideraba una feliz invención política Una moción que proponía otra alternativa fue entonces introducida: ¿debería el comandante en jefe ser proclamado monarca de inmediato o debería de consultarse a las provincias sobre éste asunto? De entre los miembros presentes que participaron en la votación, de acuerdo con el registro oficial, 67 estuvieron en favor de la proclamación inmediata de Iturbide como emperador, mientras que 15 votaron por referir la cuestión a las provincias para su decisión.

El registro oficial del debate estableció que el presidente del Congreso prontamente cedió su elevado asiento que se encontraba bajo un palio al recientemente electo monarca, que el populacho gritaba: “¡Viva el emperador!, ¡viva el Congreso Soberano!” y que su majestad imperial partió entonces del recinto legislativo “entre las más entusiastas demostraciones de júbilo”. Beruete registró que cuando Agustín I regresaba a su palacio, su carruaje fue tirado por frailes franciscanos y otros clérigos y que las aclamaciones al nuevo soberano duraron toda esa noche. Este diarista añadió que subsecuentemente los clérigos de La Profesa besaron la mano del emperador electo, que fueron desplegadas pancartas que denunciaban a los masones y a los españoles y que fueron oídos los repiques de las campanas de las torres de la catedral.

Años más tarde, Alamán expresó la opinión de que la aprobación de la elección de Iturbide dada por la legislatura “no fue legal, porque con el objeto de darla fueron emitidos solo ochenta y dos votos, cuando para que la acción fuera legal, de acuerdo con el reglamento de Congreso debieron haber votado ciento un diputados”. En junio de 1822, el Congreso mexicano sostuvo que para constituir formal quórum deberían asistir 102 miembros. Obviamente, no hubo quórum en el Congreso cuando Iturbide fue electo emperador.

El 19 de mayo el congreso adoptó una declaración formal, que fue pronto publicada en un desplegado por la regencia de que Iturbide había sido electo “emperador constitucional del imperio Mexicano… de acuerdo con las bases establecidas en el Plan de Iguala y generalmente aceptadas por la Nación Mexicana, bases que deberán ser descritas en la fórmula del juramento que deberá rendir ante el congreso el 21 de mayo”.

Después de mencionar como motivos de la elección, los eventos de la noche anterior, así como la aclamación del pueblo, la resolución explicaba que el rechazo del Tratado de Córdoba por las Cortes españolas liberó a la nación mexicana de la obligación de cumplir con dicho tratado y dejó al Congreso en libertad de elegir un emperador. La regencia decidió el 20 de mayo que la regencia cesaría en sus actividades al mismo tiempo que Agustín I comenzara con el ejercicio de sus funciones. El Congreso rápidamente expidió un largo y formal decreto que declaraba que el artículo III del Tratado de Córdoba le había concedido el derecho de elegir al soberano.

La elección de Iturbide como emperador fue justificada en una proclama expedida por el Congreso, por la obstinada oposición del general Dávila al nuevo régimen, por una conspiración formada por la fuerza expedicionaria española y por el silencio de la Corte de Madrid. “Éstas son las pruebas inequívocas –decía este documento-, de que esa Corte no desea reconocer la independencia del Imperio ni aprobar el Tratado de Córdoba, y, consecuentemente, que no acepta la invitación extendida a los príncipes de Borbón para venir a México”. Después de mencionar el decreto español que desautorizaba dicho tratado, los legisladores alegaban que los borbones habían “declarado que el general O´Donojú era un traidor” y también que habían estigmatizado al héroe de la nación mexicana como “disidente”, en tanto que las Corte habían presionado para que se tomaran vigorosas medidas para la reconquista de México.

La Corte de Madrid no se había dignado dirigir una sola palabra directamente ni al gobierno de México ni a sus representantes… El artículo III del Tratado de Córdoba es la mejor justificación de los procedimientos del gobierno mexicano. Ese Tratado dejó a México en libertad de establecer su gobierno en la forma que le pareciera más adecuada y de elegir un monarca en caso de que la dinastía real de España no procediera a ocupar el trono.

El 21 de mayo una comisión del Congreso informó al emperador electo que debería presentarse en sus salones a rendir el juramento que había sido cuidadosamente formulado. Este juramento podría igualarse al rendido por el rey Juan en el sentido de apoyar la carta Magna. Debido a que el monarca mexicano fue requerido a jurar “por el Señor todopoderoso y por los santos Evangelios” que si no observaba la Constitución y las leyes, si propiciaba el desmembramiento del imperio, si despojaba de su propiedad a cualquiera, si no respetaba la libertad de cada individuo, no debería ser obedecido y que cualquier cosa que pudiera haber hecho que fuera contraria a este juramento sería nula e inválida. >>[5] Como respuesta, ese mismo día el nuevo soberano acudió a rendir el juramento prescrito ante el Congreso.

El día 22 dirigió un manifiesto a los soldados en el que, “después de mencionar su lección y su confianza en las finas cualidades cívicas de ellos, decía que su tarea aún no estaba concluida. Los representantes de la nación todavía tenían que actuar. Inclusive afirmó que el título que él más valoraba era el del primer soldado del Ejército de las Tres Garantías”.

<<El 23 de mayo el Congreso aprobó la recomendación de una comisión respecto al título que usaría el monarca. Decidió que para encabezar diplomas y despachos, el debería emplear la siguiente fórmula: “Agustín, por la Divina Providencia y por el Congreso de la Nación, Primer emperador Constitucional de México”. Su firma sería meramente “Agustín”. El Congreso pronto decidió que la Tesorería debería proveer al emperador con los fondos que él necesitara y que el antiguo Palacio de los Virreyes debería ser puesto a su disposición para que lo usara como residencia y como asiento de las oficinas administrativas”. El primer emperador de México llegó a ser conocido como Agustín I>>.[6]

<<Poco después de que Agustín I, había sido aclamado, el Congreso publicó un manifiesto que asentaba que su elección había sido demandada por la gratitud de la nación, había sido solicitada por el voto muchos pueblos y provincias y había sido favorecida por el ejército y los habitantes de la capital.

El escudo nacional de armas adoptado a principios de 1822 siguió siendo a veces usado, pero había muchas variaciones en la práctica. El 8 de junio, por orden del emperador, su secretario transmitió a los secretarios del Congreso una exposición de Manuel López y Granda que acompañaba su proyecto del escudo de armas imperial. Dicho plan dibujaba una águila que sostenía una corona especialmente formada: en enero de 1823, el Consejo del Estado resolvió que la decisión concerniente al diseño de la corona y el escudo de armas debería ser tomada por la Academia de san Carlos.[7]


Jorge Pérez Uribe


Bibliografía:
  • Spence Robertson William, Iturbide de México, México, FCE, 2012
  • Michel Péronet, Del siglo de las luces a la santa alianza 1740-1820, Madrid, Ed.Akal, S.A., 1991

Notas:
[1] Spence Robertson William, Iturbide de México, México, FCE, 2012, págs. 246 - 248
[2] “James Wilkinson on the Mexican Revolution, 1823”, Bulletin of the New York Public Library, vol III, núm. 9, pp. 237 - 239
[3] Spence, op. cit. págs. 248-249
[4] Spence, op. cit. págs. 249 - 250
[5] Spence, op. cit. págs. 251 - 258
[6] Spence, op. cit. págs. 259 – 260
[7] Spence, op. cit. págs. 260 - 261

lunes, 2 de mayo de 2022

EL MITO DEL LITIO MEXICANO




Hay reservas muy bajas de litio; no se ha extraído ni un kilo: especialistas


Luis Carlos Rodríguez | 30/04/2022

La reforma a la Ley Minera en materia de nacionalización del litio que prevé que sólo el gobierno mexicano explote este mineral es un verdadero “castillo de naipes” porque en 10 años no se ha extraído en el país ni un kilo de este mineral y las reservas existentes son muy bajas, están dispersas por el país y es incosteable su extracción.

Afirmó el investigador y académico de la Facultad de Química de la UNAM, Carlos Rius Alonso, quien expuso que contrario al optimismo gubernamental sobre el llamado “oro blanco”, las reservas en México, son muy pequeñas, de alrededor de 5 millones de toneladas en un escenario optimista, lo cual multiplicado por 60 mil dólares el precio de la tonelada, serían algo así como 300 millones de dólares”.

En entrevista con EL UNIVERSAL recordó que el “boom” de la moda del litio en México se derivó de un error en 2017 cuando la Secretaría de Economía en su reporte anual aseguró que nuestro país tenía reservas probadas de litio por 245 millones de toneladas. “En esos años las reservas a nivel mundial eran 10 veces menores que eso. Entonces, por ese error, México pasa a ser el primer país más rico del mundo en este mineral”.

Al poco tiempo, la Secretaría de Economía, difundió un boletín diciendo que son 245 millones de toneladas de mineral de litio, no de litio. “Esto quiere decir que es litio combinado con otros minerales y la concentración promedio fluctúa entre 30 partes a 150 partes por millón. Para dar una idea, estás 245 millones de toneladas se tendrían que dividir entre 10 mil para sacar 100 partes por millón, es decir serían sólo 2 millones 400 mil toneladas”.

Sin embargo, expuso que no existen estudios del gobierno mexicano acerca de cuánto litio hay en el país, lo cual es una labor que debe realizar la Secretaría de Economía, pero el último boletín del litio lo emitió en 2018, pero no se habla de las reservas que tenemos y que debe realizar el Sistema Geológico Mexicano, sobre diversos minerales.

“Lo que ocurre es que la Secretaría de Economía se basa en las empresas mineras, cuando quieren aprovechar una mina para su explotación, ellos tiene que realizar todos los trabajos de prospección para saber la cantidad de mineral que puede existir para su extracción. Se cuantifica y se manda a la Secretaría de Economía y de ahí los toma el Sistema Geológico Mexicano, que reporta periódicamente esos datos”.

35 yacimientos, pero sin gran cantidad de litio


El Doctor por la Universidad de Londres, indicó que en el caso del litio, en el 2018, la Secretaría de Economía reportó 35 lugares o yacimientos en el país donde existe litio, “pero no quiere decir que existía en cantidades gigantescas, porque estamos hablando que fluctúa entre 10 y 1,000 partes por millón, lo cual reduce la cantidad en forma dramática”.

Indicó que el Sistema Geológico de Estados Unidos tiene datos cruzados sobre las reservas de litio en México, que señalan que nuestro país puede tener hasta 1.7 millones de toneladas, ya no de mineral, sino de litio. “Ello cambia completamente el panorama, no son los 245 millones de toneladas, es decir una cantidad muy pequeña dispersa por todo el país, en alrededor de 60 sitios, todos con muy bajas concentraciones”.

“La verdad es que estamos haciendo un castillo de naipes con algo que no tenemos realmente y que el litio que se tiene será muy costoso extraerlo, con cantidades económicas más altas de lo que se pueda vender.”

Al respecto, comentó que por el litio en México se encuentra en arcillas, como el caso del norte de Sonora, lo cual tiene costos muy altos para su extracción, ya que además de destruir un cerro para crear una mina a cielo abierto, se requieren extraordinarias cantidades de agua, que no hay en el desierto y que será explotada de los mantos freáticos, además del uso ácido sulfúrico que contaminarían severamente la región.

Cuestionó la viabilidad económica de la explotación de litio en el país, si estamos hablando de 100 partes por millón en los yacimientos en México. Una comparación es Australia que obtiene el litio de unos depósitos de roca de unas canteras, en un proceso más laborioso, pero es una concentración entre 4 y 5 por ciento la concentración por litio, es decir de 4,000 a 5,000 partes por millón, es decir una concentración casi mil veces más de litio de los depósitos mexicanos”.

“En México la razón por la que desde hace 10 años la minera Bacanora Lithium, en Sonora no la ha explotado el mineral a pesar de que decían que en 2020 empezarían a extraer unas 17 mil toneladas anuales, pero estamos en 2022 y no han producido ni un kilo de litio. La razón es económica porque no han encontrado un proceso viable financieramente para extraerlo ante las bajas cantidades o concentraciones que se tienen”.

Por ello, insistió, la extracción será extraordinariamente costosa en México, a diferencia del proceso más sencillo en salmuera que realiza Chile, que tiene una concentración de 1 por ciento.

Expuso que el 30 por ciento de la producción mundial del litio se utiliza para baterías, un 30 por ciento para grasas y lubricantes, así como el resto para la fabricación de vidrios y un volumen más pequeño para medicamentos psiquiátricos.

Sin embargo, dijo que la tecnología en la ingeniería química tiene cambios radicales cada 10 años, es decir algún material como el litio que se utiliza actualmente y funciona muy bien en el tema de las baterías, en unos años puede ser sustituido por materiales como el sodio. “El hecho de que el litio sea el material de moda, no quiere decir que se va a mantener todo el tiempo, puede haber otras alternativas y se generen sistemas más eficientes para guardar energía”.

El investigador de la Facultad de Química se refirió a la Ley Minera y lamentó su aprobación en fast track y sin la opinión de expertos, donde dijo se estableció el litio como mineral estratégico en el país, dejó afuera otros minerales que no son considerados así y que pueden ser muy peligrosos que se manejan a nivel general como el uranio o polonio, que son radioactivos, donde puede existir un mal o uso o crear daños muy graves.

“Nacionalizar el litio es como si lo hicieran con el cloruro de sodio, lo cual no tiene mucho sentido y como quedó la ley, desgraciadamente, queda abierta la puerta para que cualquier otro material sea declarado estratégico y ello puede ser inhibir fuertemente a la industria minera que tiene que realizar inversiones multimillonarias en dólares.”

Subrayó que la pregunta es si el gobierno mexicano tiene la capacidad de hacer estudios en todo el país para saber con exactitud dónde están los yacimientos de litio, para lo cual tendrá que gastar cientos de millones de dólares para prospectiva.

“Es un paquete muy pequeño de 5 millones de toneladas de nuestras reservas con cifras optimistas, por 60 mil dólares la tonelada, serían algo así como 300 millones de dólares, que no sacará al país de apuros. Lo más probable es que invierta más que eso en la extracción”.

Consideró que desafortunadamente los políticos en la actualidad no tienen, no quieren, desprecian la asesoría de la academia, de los científicos, “hay un divorcio y mientras no acepten la realidad tecnológica se seguirán tomando este tipo de decisiones erróneas”.

Fuente:https://www.eluniversal.com.mx/nacion/hay-revervas-muy-bajas-de-litio-no-se-ha-extraido-ni-un-kilo-especialistas?fbclid=IwAR3aChOGL8KiiC5sUNOEKB4fRf1Jjnko6NiSC-wFVvxjMxdTfr9KuSdts5g

lunes, 25 de abril de 2022

¿LES QUEDA CLARO QUIÉN DIRIGE LA DEFENSA DE UCRANIA?

 

Secretarios Austin y Blinken de EE.UU. con el presidente Zelenski. Foto de EFE


Estados Unidos reabrirá su embajada en Ucrania tras dos meses de guerra


En su visita a Kiev los secretarios Austin y Blinken informaron que Estados Unidos reabrirá su embajada en Ucrania

Joaquín López Dóriga | Abril 25, 2022

El Gobierno de Estados Unidos reabrirá esta semana su embajada en Ucrania, cerrada tras el comienzo de la invasión de Rusia, y cree que, con la oportuna asistencia, Kiev puede ganar esta guerra, de la que este domingo se cumplieron dos meses.

“El primer paso para ganar es creer que puedes ganar y nosotros creemos que Ucrania puede ganar si recibe el apoyo que necesita”, aseguró el secretario de Defensa estadounidense, Lloyd Austin, quien visitó Kiev junto al secretario de Estado, Antony Blinken, y se reunió con el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski.

En una rueda de prensa en la frontera polaco-ucraniana, Austin calificó de “muy positiva” la reunión con Zelenski que se centró, sobre todo, en lo que Ucrania necesita ahora para repeler la invasión.

Austin tiene previsto celebrar este martes en Berlín un encuentro con responsables de Defensa europeos, incluido el ministro ucraniano del ramo, Oleksii Reznikov.

Blinken, por su parte, afirmó que “Rusia ya fracasó y Ucrania logró el éxito”, porque el objetivo de Moscú era privar a los ucranianos de su soberanía e independencia, algo que no ha logrado.

En medio de la sorpresiva y breve visita de los dos altos funcionarios de EE.UU. a Kiev, llevada a cabo en el mayor de los hermetismos, se supo que Washington reanudará su actividad diplomática en Ucrania esta semana con el regreso de su personal inicialmente a la ciudad de Leópolis, en el oeste del país, una población cercana a la frontera con Polonia que no ha sufrido apenas los bombardeos del Ejército ruso.

Así, la administración de Joe Biden anunciará oficialmente en breve el nombramiento de un nuevo embajador en Ucrania, cargo que recaerá en Bridget Brink, diplomática de carrera que actualmente es la titular de la embajada estadounidense en Eslovaquia, según medios locales norteamericanos.

En el encuentro en Kiev, Blinken y Austin hablaron con Zelenski de asuntos relacionados con la asistencia en materia de defensa, el apoyo financiero y las garantías de seguridad que precisa Ucrania tras haber sido invadida militarmente por Rusia, informó el servicio de prensa del presidente ucraniano.

Zelenski entregó a la parte estadounidense un plan de acción para fortalecer las sanciones contra la Federación Rusa redactado por el grupo internacional de expertos Yermak-McFaul, que fue creado por iniciativa del propio presidente ucraniano.

En particular, este plan propone la ampliación de sanciones a Rusia que incluyan al petróleo y al gas, el transporte, nuevas prohibiciones en el área financiera y más restricciones a la actividad de empresas estatales rusas.

También se pide reconocer a Rusia como un estado patrocinador del terrorismo.

“Agradecemos la asistencia sin precedentes de Estados Unidos a Ucrania. Me gustaría agradecer al presidente Biden personalmente y en nombre de todo el pueblo ucraniano su liderazgo en el apoyo a Ucrania, por su clara posición personal”, dijo Zelenski en su nota.

También subrayó que el apoyo de 3 mil 400 millones de dólares ya proporcionado por Estados Unidos es la mayor contribución para fortalecer las capacidades de defensa de Ucrania.

Según el presidente, “esta asistencia ya ha ayudado a llevar las capacidades de defensa de Ucrania a un nivel cualitativamente nuevo, lo cual es extremadamente importante para las tropas ucranianas que defienden la patria en el frente”.

Y en este tema insistió Blinken: la estrategia para el futuro consiste en “un apoyo masivo a Ucrania y una presión masiva sobre Rusia”.

Este lunes, Blinken también tuiteó: “Vi el coraje y la resiliencia del pueblo ucraniano de primera mano durante mi visita a Kiev con @SecDef Austin. Durante nuestra reunión con el presidente @ZelenskyyUA, reafirmamos nuestro apoyo inquebrantable a Ucrania mientras resiste la agresión rusa”.

Moscú sigue intentando separar a Occidente y a la OTAN, pero en tanto hay nuevos estados que buscan adherirse a la Alianza Atlántica. “Queremos ver una comunidad internacional más unida, especialmente la OTAN”, dijo Austin por su parte.

De forma paralela a esta visita, Biden publicó un mensaje en su cuenta de Twitter en el que recordó que este domingo se cumplieron dos meses del inicio de la invasión de Ucrania por parte del Ejército ruso.

“Dos meses después de que (el presidente ruso Vladimir) Putin lanzara un ataque no provocado e injustificado contra Ucrania, Kiev sigue en pie. El presidente Zelenski y su gobierno elegido democráticamente permanecen en el poder, aseguró Biden.

Han pasado “dos meses de heroica resistencia nacional a la agresión rusa. Estoy agradecido a @POTUS (Biden) y al pueblo de EE.UU. por su liderazgo en el apoyo a Ucrania. ¡Hoy el pueblo ucraniano está unido y fuerte, y la amistad y la asociación (entre los dos países) son más fuertes que nunca!”, contestó, a su vez, el mandatario ucraniano en Twitter.

Mientras, el Ejército ruso continuó una jornada más centrando sus ataques en poblaciones de las regiones prorrusas de Lugansk y Donetsk, en el este de Ucrania, donde se han producido asaltos y bombardeos de diversa índole.

Con esta nueva ofensiva, Moscú pretende ocupar zonas de estas regiones y establecer una ruta que le permita unir esos territorios y la península de Crimea, en el sur del país y ocupada por los rusos desde 2014.

Con información de EFE

Fuente:https://lopezdoriga.com/internacional/estados-unidos-reabrira-embajada-ucrania/?fbclid=IwAR1tHNhcpj63S7KPoG-Ye_TJwlEPN6yC-cE6EAjD_Girk5L3CE1szcDHpZQ

lunes, 18 de abril de 2022

«PILATO DIJO, ¿QUÉ ES LA VERDAD?»


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Predicación del Viernes Santo 2022 por el cardenal Raniero Cantalamessa:

En el relato de la Pasión, el evangelista Juan da especial importancia al diálogo de Jesús con Pilato y sobre él sobre queremos reflexionar algún minuto, antes de continuar con nuestra liturgia.

Todo comienza con la pregunta de Pilato: «¿Eres tú el rey de los judíos?» (Jn 18,33). Jesús quiere que Pilato entienda que la pregunta es más seria de lo que cree, pero que tiene un significado solo si no repite simplemente una acusación de otros. Por eso, pregunta a su vez: «¿Dices esto por ti mismo, o te han dicho otros de mí?».

Trata de llevar a Pilato a una visión más elevada. Le habla de su reino, un reino que «no es de este mundo». El procurador solo entiende una cosa: que no se trata de un reino político. Si se quiere hablar de religión, él no quiere entrar en este tipo de asuntos. Por eso, pregunta con ironía evidente: «Entonces, ¿tú eres Rey?» «Jesús respondió: Tú lo dices: yo soy rey» (Jn 18,37).

Al declarar que es rey, Jesús se expone a la muerte; pero en lugar de disculparse negándolo, lo afirma fuertemente. Revela su origen superior: «Vine al mundo…»: por lo tanto, misteriosamente existía antes de la vida terrenal, viene de otro mundo. Vino a la tierra ser testigo de la verdad. Trata a Pilato como un alma que necesita luz y verdad y no como a un juez. Se interesa en el destino del hombre Pilato, más que en el suyo personal. Con su llamada a recibir la verdad, quiere inducirle a entrar en sí mismo, a mirar las cosas con un ojo diferente, a colocarse por encima de la contienda momentánea con judíos.

El procurador romano capta la invitación que Jesús le dirige, pero sobre este tipo de especulaciones es escéptico e indiferente. El misterio que barrunta en las palabras de Jesús le da miedo y prefiere terminar la conversación. Murmura dentro de sí, encogiéndose de hombros: «¿Qué es la verdad?» y sale del pretorio.

¡Qué actual es esta página del Evangelio! Incluso hoy, como en el pasado, el hombre se pregunta: «¿Qué es la verdad?». Pero, como Pilato, da la espalda distraídamente al que dijo: «He venido al mundo para dar testimonio de la verdad» y «¡Yo soy la Verdad!» (Jn 14,6).

A través de Internet he seguido innumerables debates sobre religión y ciencia, sobre fe y ateísmo. Una cosa me ha llamado la atención: horas y horas de diálogo, sin mencionar nunca el nombre de Jesús. Y si la parte creyente a veces se atrevía a nombrarlo y aducir el hecho de su resurrección de entre los muertos, inmediatamente se trataba de cerrar el discurso no pertinente al tema. Todo sucede «etsi Christus non daretur»: como si nunca hubiera existido en el mundo un hombre llamado Jesucristo.

¿Cuál es el resultado de ello? La palabra «Dios» se convierte en un recipiente vacío que cada uno puede llenar a su antojo. Pero precisamente por esta razón Dios se preocupó por dar contenido a su nombre mismo. «El Verbo se hizo carne.» ¡La Verdad se hizo carne! De ahí el arduo esfuerzo por dejar a Jesús fuera del discurso sobre Dios: ¡Él quita al orgullo humano cualquier pretexto para decidir, él, lo que Dios es!

«¡Ah, ciertamente: Jesús de Nazaret!», se objeta. «¡Pero si alguno duda si ha existido!» Un conocido escritor inglés del siglo pasado —conocido por el gran público por ser el autor del ciclo de novelas y películas «El Señor de los Anillos», John Ronald Tolkien— en una carta, dio esta respuesta a su hijo que le presentaba la misma objeción:

Se necesita una sorprendente voluntad de no creer para suponer que Jesús nunca existió o que no dijo las palabras que se le atribuyen, pues son imposibles de inventar por cualquier otro ser en el mundo: «Antes de que Abraham existiera, yo soy» (Jn 8,58); y «El que me ve a mí ve al Padre» (Jn 14,9).

La única alternativa a la verdad de Cristo, agregaba el escritor, es que se trata de «un caso de megalomanía demente y fraude gigantesco». ¿Podría tal caso, sin embargo, resistir veinte siglos de feroz crítica histórica y filosófica, y producir los frutos que ha producido?

Hoy se va más allá del escepticismo de Pilato. Hay quien piensa que ni siquiera se debe uno plantear la pregunta «¿Qué es la verdad?», ¡porque la verdad, simplemente, no existe! «¡Todo es relativo, nada es cierto! ¡Pensar lo contrario es una presunción intolerable!» Ya no hay espacio para «los grandes relatos sobre el mundo y la realidad», incluidos aquellos sobre Dios y sobre Cristo.

Hermanos y hermanas ateos, agnósticos o todavía en búsqueda (si hay alguien escuchando): no es un pobre predicador como yo quien ha pronunciado las palabras que estoy a punto de pronunciar; él es uno de vosotros, uno a quien muchos de vosotros admiráis, de quien escribís y de quien, tal vez, también os consideráis, de alguna manera, discípulos y continuadores: ¡Søeren Kierkegaard!

Se habla mucho —dice él—. de miserias humanas; se habla mucho de vidas desperdiciadas. Pero desperdiciada es sólo la vida de ese hombre que nunca se dio cuenta, porque nunca tuvo, en el sentido más profundo, la impresión de que hay un Dios y que él —precisamente él, su yo—, está ante este Dios.

Se dice: ¡hay demasiada injusticia, demasiado sufrimiento en el mundo como para creer en Dios! Es cierto, pero pensemos en cuánto más absurdo y desesperanzador se vuelve el mal que nos rodea, sin fe en un triunfo final del bien. La resurrección de Jesús de entre los muertos es la promesa y la garantía cierta de que el triunfo existirá, porque ya ha comenzado con Él.

Si tuviera el coraje de san Pablo, también yo debería gritar: «¡Os lo ruego: Dejaos reconciliar con Dios!» (2 Cor 5,20). ¡No desperdicies tampoco vuestra vida! No abandonéis este mundo como Pilato salió del Pretorio, con esa pregunta en suspenso: «¿Qué es la verdad?» Es demasiado importante. Se trata de saber si hemos vivido para algo, o en vano.

El diálogo de Jesús con Pilato ofrece, sin embargo, la ocasión para otra reflexión dirigida esta vez a nosotros los creyentes y hombres de Iglesias, no a los de fuera: «¡Tu gente y tus sacerdotes me han entregado!»: Gens tua et pontifices tradiderunt te mihi (Jn 18,35). ¡Los hombres de la Iglesia, tus sacerdotes te han abandonado; han descalificado tu nombre con crímenes horrendos! ¿Y deberíamos seguir creyendo en ti todavía?

También a esta terrible objeción me gustaría responder con las palabras que el mismo escritor recordado escribía al hijo:

Nuestro amor se podrá enfriar y nuestra voluntad rasguñar por el espectáculo de las deficiencias, la locura y los pecados de la Iglesia y sus ministros, pero no creo que quien ha creído de verdad una vez abandone la fe por estas razones, y menos aún quien tiene algún conocimiento de la historia… Esto es cómodo porque nos empuja a apartar la vista de nosotros mismos y de nuestras faltas y encontrar un chivo expiatorio… Creo que soy tan sensible a los escándalos como lo eres tú y cualquier otro cristiano. He sufrido mucho en mi vida a causa de sacerdotes ignorantes, cansados, débiles y, a veces, incluso malos.

Por lo demás, era de esperar un resultado de este tipo. Comenzó antes de la Pascua con la traición de Judas, la negación de Simón Pedro, la huida de los apóstoles… ¿Llorar, entonces? Sí —recomendaba Tolkien al hijo—, pero por Jesús —por lo que debe soportar— antes que por nosotros. Lloramos –agregamos hoy– con las víctimas y por las víctimas de nuestros pecados.

Una conclusión para todos, creyente y no creyente. Este año celebramos la Pascua no con el sonido de las campanas, sino con el ruido en nuestros oídos de bombas y explosiones no lejanas de aquí. Recordemos lo que Jesús respondió una vez a la noticia de la sangre que Pilato había hecho correr, y del derrumbe de la torre de Siloé: «Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera» (Lc 13,5). Si no cambiáis vuestras lanzas en guadañas, vuestras espadas en arados (Is 2,4) y vuestros misiles en fábricas y casas, ¡todos pereceréis de la misma manera!

Los acontecimientos nos han recordado de repente algo. Los arreglos del mundo cambian de un día para otro. Todo pasa, todo envejece; todo —no sólo «la bendita juventud»—, falla. Solo hay una forma de escapar de la corriente del tiempo que arrastra todo detrás de ti: ¡pasar a lo que no pasa! ¡Pon tus pies en tierra firme! Pascua significa tránsito. Tengamos todos este año una verdadera Pascua: Venerados Padres, hermanos y hermanas: ¡pasemos a Aquel que no pasa! ¡Pasemos ahora con el corazón, antes de pasar un día con el cuerpo!

©Traducido del original italiano por Pablo Cervera Barranco

viernes, 8 de abril de 2022

LA EUCARISTÍA COMO PRESENCIA REAL DEL SEÑOR




Cuarta predicación de Cuaresma, 1 de abril de 2022, Cardenal Raniero Cantalamessa, OFMCap

Después de nuestras catequesis mistagógicas (*)  sobre las tres partes de la Misa – liturgia de la palabra, consagración y comunión – meditemos hoy en la Eucaristía como presencia real de Cristo en la Iglesia.

¿Cómo afrontar un misterio tan elevado e inaccesible? Nos vienen a la mente de inmediato las infinitas teorías y discusiones existentes en torno a ella, las divergencias entre católicos y protestantes, entre latinos y ortodoxos, que llenaban los libros en los que hemos estudiado teología, nosotros que ya tenemos una cierta edad, y estamos tentados de pensar que es imposible decir todavía algo más sobre este misterio que pueda edificar nuestra fe y caldear nuestro corazón, sin deslizarnos inevitablemente en la polémica interconfesional.

Pero es precisamente ésta la obra maravillosa que el Espíritu Santo está realizando en nuestros días entre todos los cristianos. Nos impulsa a reconocer qué gran parte había, en nuestras disputas eucarísticas, de presunción humana de poder encerrar el misterio en una teoría o, incluso, en una palabra, así como la voluntad de prevalecer sobre el adversario. Nos impulsa a arrepentirnos de haber reducido la prenda de amor y de unidad que nos dejó nuestro Señor a un objeto privilegiado de nuestras disputas.

La vía para ponernos en marcha sobre este camino del ecumenismo eucarístico es la vía del reconocimiento recíproco, la vía cristiana del ágape, es decir, del compartir, o de las “diferencias reconciliadas”, come dice nuestro Santo Padre. No se trata de pasar por encima de las divergencias reales, o de disminuir en algo la auténtica doctrina católica. Se trata, más bien, de poner en común los aspectos positivos y los valores auténticos que hay en cada una de las tradiciones, de modo que podamos constituir una «masa» de verdad común que comience a atraernos hacia la unidad.

Es increíble cómo algunas posiciones católicas, ortodoxas y protestantes, en torno a la presencia real, resultan divergentes entre sí y destructivas, cuando son contrapuestas y vistas como alternativas entre sí; mientras que, por el contrario, aparecen como maravillosamente convergentes, si se mantienen unidas en equilibrio. Es la síntesis que debemos empezar a hacer; debemos examinar las grandes tradiciones cristianas, para quedarnos «con lo bueno» de cada una, como nos exhorta el Apóstol (cf. 1 Tes 5,21). Esta es la única forma en que podemos esperar llegar un día a sentarnos todos alrededor de la misma mesa.

[*] Son las catequesis post-bautismales, conocidas como mistagógicas, que atendían a los ritos celebrados en la Vigilia Pascual (Bautismo, Confirmación y Eucaristía).


Una presencia real, pero escondida: la tradición latina




Vayamos, pues, a visitar con este espíritu las tres principales tradiciones eucarísticas —latina, ortodoxa y protestante— para edificarnos con las riquezas de cada una de ellas y reunirlas a todas en el tesoro común de la Iglesia. La idea que tendremos, al final, del misterio de la presencia real resultará más rica y viva.

En la visión de la teología y de la liturgia latina, el centro indiscutido de la acción eucarística, del que brota la presencia real de Cristo, es el momento de la consagración. En él Jesús actúa y habla en primera persona. San Ambrosio, por ejemplo, escribe:

Este pan es pan antes de las palabras sacramentales; pero, una vez que recibe la consagración, el pan se convierte en carne de Cristo… ¿Con qué palabras se realiza la consagración y quién las dijo? ¡Con las palabras que dijo el Señor Jesús! Porque todo lo que se dice antes son palabras del sacerdote, alabanzas a Dios, oraciones en que se pide por el pueblo, por los reyes, por los demás; pero cuando se llega al momento en que se realiza el sacramento venerable, el sacerdote ya no usa palabras suyas, sino de Cristo. Luego es la palabra de Cristo la que hace (conficit) este sacramento… Mira, pues, qué poder (operatorius) tiene la palabra de Cristo… Antes de la consagración no existía el cuerpo de Cristo, pero después de la consagración te digo que ya es cuerpo de Cristo. Él lo dijo y se hizo, Él lo mandó y fue creado (cf. Sal 33,9).

Podemos hablar, en la visión latina, de un realismo cristológico. “Cristológico” porque toda la atención se dirige aquí a Cristo, visto tanto en su existencia histórica y encarnada, como en la de Resucitado; Cristo es tanto el objeto como el sujeto de la Eucaristía, es decir, aquel que es realizado en la Eucaristía y el que realiza la Eucaristía. “Realismo” porque este Jesús no es visto presente sobre el altar simplemente como un signo o un símbolo, sino en verdad y con su realidad. Dicho realismo cristológico, por poner un ejemplo, es visible en el canto Ave verum que dice: «Salve, verdadero cuerpo, nacido de María Virgen, que realmente has sufrido y fuiste inmolado en la cruz por el hombre, de cuyo costado atravesado manó sangre y agua…»

El concilio de Trento, a continuación, precisó mejor esta forma de concebir la presencia real, utilizando tres adverbios: vere, realiter, substantialiter. Jesús está presente verdaderamente, no sólo en imagen o en figura; está presente realmente, no sólo subjetivamente, para la fe de los creyentes; está presente sustancialmente, es decir, según su realidad profunda que es invisible a los sentidos, y no según su apariencia que sigue siendo la del pan y el vino.

Podía existir, es verdad, el peligro de caer en un «crudo» realismo, o en un realismo exagerado. Pero el remedio a dicho peligro está en la misma tradición. San Agustín clarificó, de una vez por todas, que la presencia de Jesús en la Eucaristía tiene lugar in sacramento. En otras palabras, no es una presencia física, sino sacramental, mediada por signos que son, precisamente, el pan y el vino. En este caso, sin embargo, el signo no excluye la realidad, sino que la hace presente, en el único modo con el que el Cristo resucitado que «vive en el Espíritu» (1 Pe 3,18) puede hacérsenos presente, mientras vivimos todavía en el cuerpo.

Santo Tomás de Aquino —el otro gran artífice de la espiritualidad eucarística occidental, junto con san Ambrosio y san Agustín— dice lo mismo, al hablar de una presencia de Cristo «según la sustancia» bajo las especies del pan y del vino . Decir, en efecto, que Jesús se hace presente en la Eucaristía con su sustancia, significa que se hace presente con su realidad verdadera y profunda, que sólo puede ser alcanzada mediante la fe. En el himno Adoro te devote, que refleja fielmente el pensamiento del santo Doctor y que ha servido más que muchos libros para plasmar la piedad eucarística latina, se dice: “La vista, el tacto, el gusto, son aquí falaces; sólo queda la fe en tu palabra”: “Visus tactus gustus in te fallitur – sed auditu solo tuto creditur”.

Jesús está presente, pues, en la Eucaristía, de un modo único que no tiene parangón en otro lugar. Ningún adjetivo, por sí solo, es suficiente para describir dicha presencia; ni siquiera el adjetivo «real». Real viene de res (cosa) y significa: a modo de cosa o de objeto; pero Jesús no está presente en la Eucaristía como una «cosa» o un objeto, sino como una persona. Si se quiere dar justamente un nombre a esta presencia, sería mejor llamarla simplemente presencia «eucarística», porque se realiza solamente en la Eucaristía.

La acción del Espíritu Santo: la tradición ortodoxa





La teología latina presenta muchas riquezas, pero no agota —ni podría hacer-lo— el misterio. Le ha faltado, al menos en el pasado, el debido relieve al Espíritu Santo, que es también esencial para comprender la Eucaristía. Así pues, nos volvemos hacía Oriente para interrogar a la tradición ortodoxa, con un ánimo, sin embargo, bien distinto al de antaño; no ya inquietos por las diferencias, sino felices por la complementación que ésta proporciona a nuestra visión latina.

En la tradición ortodoxa, en efecto, resalta de manera especial la acción del Espíritu Santo en la celebración eucarística. Esta comparación ha traído sus frutos, después del concilio Vaticano II. Hasta entonces, en el Canon Romano de la Misa, la única mención del Espíritu Santo era la que, por inciso, se hacía en la doxología final: «Por Cristo, con él y en él… en la unidad del Espíritu Santo…» Ahora, en cambio, todos los cánones nuevos recogen una doble invocación del Espíritu Santo: una sobre las ofrendas, antes de la consagración, y otra sobre la Iglesia, después de la consagración.
Las liturgias orientales han atribuido siempre la realización de la presencia real de Cristo sobre el altar a una operación especial del Espíritu Santo. En la anáfora, llamada de Santiago, en uso en la Iglesia antioquena, el Espíritu Santo es invocado con estas palabras:

Envía sobre nosotros y sobre estos santos dones presentados, tu santísimo Espíritu, Señor y dador de vida, que está sentado contigo, Dios y Padre, y con tu único Hijo. Él reina consustancial y coeterno; ha hablado en la ley y en los profetas y en el Nuevo Testamento; descendió, bajo forma de paloma, sobre nuestro Señor Jesucristo en el río Jordán, posándose sobre él; descendió sobre los santos apóstoles el día de Pentecostés, bajo la forma de lenguas de fuego. Envía este Espíritu tuyo, tres veces santo, Señor, sobre nosotros y sobre estos santos dones presentados, para que, por su venida, santa, buena y gloriosa, santifique este pan y lo transforme en el santo cuerpo de Cristo (Amén); santifique este cáliz y lo transforme en la sangre preciosa de Cristo (Amén).

Hay aquí bastante más que un simple añadido de la invocación del Espíritu Santo. Hay una mirada amplia y penetrante en toda la historia de la salvación que ayuda a descubrir una dimensión nueva del misterio eucarístico. Partiendo de las palabras del símbolo niceno-constantinopolitano que definen al Espíritu Santo como «Señor» y «dador de vida», «que habló por los profetas», se amplía la perspectiva hasta trazar una auténtica «historia» de la acción del Espíritu Santo en la salvación.

La Eucaristía lleva a cumplimiento esta serie de intervenciones prodigiosas. El Espíritu Santo, que en Pascua irrumpió en el sepulcro y, «tocando» el cuerpo inanimado de Jesús, lo hizo revivir, en la Eucaristía repite este prodigio. Desciende sobre el pan y sobre el vino, que son elementos muertos y les da la vida, los transforma en el cuerpo y en la sangre viviente del Redentor. Verdaderamente —como dijo el mismo Jesús hablando de la Eucaristía— «es el Espíritu el que da la vida» (Jn 6,63). Un gran representante de la tradición eucarística oriental, Teodoro de Mopsuestia, escribe:

En virtud de la acción litúrgica, nuestro Señor está como resucitado de entre los muertos y, por la venida del Espíritu Santo, distribuye su gracia sobre todos nosotros… Cuando el sacerdote declara que este pan y este vino son el cuerpo y la sangre de Cristo, afirma que se han transformado por el contacto del Espíritu Santo. Sucede lo mismo que en el cuerpo natural de Cristo cuando recibió el Espíritu Santo y su unción. En ese momento, con la venida del Espíritu Santo, creemos que el pan y el vino reciben una especie de unión de gracia. Y desde entonces los consideramos como el Cuerpo y la Sangre de Cristo, inmortales, incorruptibles, impasibles e inmutables por naturaleza, como el Cuerpo mismo de Cristo en la resurrección.

Sin embargo, es importante tener en cuenta una cosa que nos permite ver cómo incluso la tradición latina tiene algo que ofrecer a los hermanos ortodoxos. El Espíritu Santo no actúa separadamente de Jesús, sino en la palabra de Jesús. De él dice Jesús: «No hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga… Él me dará gloria porque recibirá de lo mío y os lo anunciará» (Jn 16,13-14). Por eso no hay que separar, y mucho menos contraponer, las palabras de Jesús («Esto es mi Cuerpo») de las palabras de la epíclesis («Que este mismo Espíritu santifique estas ofrendas, para que se conviertan en el Cuerpo y en la Sangre de Jesucristo»).

La llamada a la unidad para los católicos y los hermanos ortodoxos, se eleva desde las profundidades mismas del misterio eucarístico. Aunque el recuerdo de la institución y la invocación del Espíritu sucedan en momentos distintos (el hombre no puede expresar el misterio en un solo instante), su acción, sin embargo, es conjunta. La eficacia proviene, ciertamente, del Espíritu (no del sacerdote, ni de la Iglesia), pero dicha eficacia se ejerce en la palabra de Cristo y a través de ella.

La eficacia que hace presente a Jesús sobre el altar no viene —como he dicho— de la Iglesia, pero —y añado— no tiene lugar sin la Iglesia. Ella es el instrumento vivo a través del cual y junto con el cual obra el Espíritu Santo. En la venida de Jesús sobre el altar sucede lo mismo que en la venida final en gloria: «El Espíritu y la Esposa» (la Iglesia) «dicen» a Jesús: «Ven» (cf. Ap 22,17). Y él viene.

La importancia de la fe: la espiritualidad protestante


La tradición latina ha puesto de relieve «quién» está presente en la Eucaristía: Cristo; la tradición ortodoxa ha resaltado «por quién» se obra su presencia: por el Espíritu Santo; la teología protestante pone de relieve «sobre quién» se obra dicha presencia; en otras palabras, en qué condiciones el sacramento obra, de hecho, en quien lo recibe, lo que significa. Estas condiciones son distintas, pero se resumen en una palabra: la fe.

No nos detengamos en seguida en las consecuencias negativas sacadas, en determinados períodos del principio protestante según el cual los sacramentos no son más que «signos de la fe». Pasemos por encima de la polémica y los malentendidos, y démonos cuenta de que esta enérgica llamada a la fe es saludable precisamente para salvaguardar el sacramento y no hacer que degenere en una de tantas «buenas obras», o en algo que actúa mecánica y mágicamente, casi a espaldas del hombre. En el fondo, se trata de descubrir el profundo significado de esa exclamación que la liturgia hace resonar al final de la consagración y que, en un tiempo —aún nos acordamos de ello—, estaba incluso insertada en el centro de la fórmula de la consagración, como para subrayar que la fe es parte esencial del misterio: Mysterium fidei, «Este es el misterio de nuestra fe».

La fe no «hace», sino que sólo «recibe» el sacramento. Sólo la palabra de Cristo, repetida por la Iglesia y hecha eficaz por el Espíritu Santo, «hace» el sacramento. Pero, ¿de qué serviría un sacramento «hecho», pero no «recibido»? A propósito de la Encarnación, hombres como Orígenes, san Agustín o san Bernardo, dijeron: «¿De qué me sirve que Cristo haya nacido de María una vez en Belén, si no nace también, por la fe, en mi corazón?» Lo mismo se debe decir también de la Eucaristía: ¿de qué me sirve que Cristo esté realmente presente sobre el altar, si no está presente para mí? No existe música alguna allí donde no hay ningún oído que pueda escucharla. Ya durante el tiempo en que Cristo estaba físicamente presente en la tierra, era necesaria la fe; de lo contrario —como él mismo repite tantas veces en el Evangelio— su presencia no servía de nada, o servía más bien como condenación: «¡Ay de ti Corazón, ay de ti Cafarnaúm»!

La fe es necesaria para que la presencia de Jesús en la Eucaristía sea, no sólo «real», sino también «personal», es decir, de persona a persona. En efecto, una cosa es «estar» y otra «estar presente». La presencia supone alguien que está presente y alguien a quien se hace presente; supone comunicación recíproca, el intercambio entre dos sujetos libres que toman conciencia el uno del otro. Es mucho más, pues, que un simple estar en un determinado lugar.

Semejante dimensión subjetiva y existencial de la presencia eucarística no anula la presencia objetiva que precede la fe del hombre, es más, la supone y la valora. Lutero, que tanto ensalzó la función de la fe, es también uno de los que ha sostenido con mayor vigor la doctrina de la presencia real de Cristo en el sacramento del altar. En el famoso coloquio de Marburgo de 1529 el afirmó:

No puedo entender las palabras “Esto es mi cuerpo”, de manera distinta de como suenan. Tendrán que probar los demás que allí donde dice “Esto es mi cuerpo”, no está el cuerpo de Cristo. No quiero escuchar explicaciones basadas en la razón. No admito disputa alguna sobre palabras tan claras; rechazo los argumentos de razón o de sentido común. Demostraciones materiales, argumentos geométricos: rechazo todo esto por completo. Dios está por encima de las matemáticas, y hay que adorar y cumplir con estupor las palabras de Dios.

Esta rápida mirada que hemos dado a las distintas tradiciones cristianas es suficiente para hacernos vislumbrar el inmenso don que se hace presente a la Iglesia cuando las distintas confesiones cristianas deciden poner en común sus bienes espirituales, como hacían los primeros cristianos, de quienes se dice que lo «tenían todo en común» (Hch 2,44). Es éste el mayor ágape, a nivel de toda la Iglesia, que el Señor hace que deseemos ver de corazón, para alegría de nuestro Padre común y para el fortalecimiento de su Iglesia.


Sentimiento de presencia


Hemos llegado al final de nuestra breve peregrinación eucarística a través de las diversas confesiones cristianas. Hemos recogido también nosotros algunas cestas de fragmentos que han sobrado de la gran multiplicación de los panes que ha tenido lugar en la Iglesia. Pero no podemos terminar aquí nuestra meditación sobre el misterio de la presencia real. Sería como haber recogido los fragmentos y no comérselos. La fe en la presencia real es algo grande, pero no nos basta; al menos no basta la fe entendida en un cierto modo. No basta tener una idea exacta, profunda, teológicamente perfecta de la presencia real de Jesús en la Eucaristía. Cuántos teólogos lo saben todo sobre dicho misterio, pero no conocen la presencia real. Porque, en sentido bíblico, uno «conoce» algo sólo si lo experimenta. Conoce verdaderamente el fuego sólo quien, al menos una vez, ha sido alcanzado por una llama y ha tenido que echarse atrás rápidamente para no quemarse.

San Gregorio de Nisa nos dejó una expresión estupenda para indicar este nivel más alto de fe; habla de «un sentimiento de presencia» que se tiene cuando alguien es atrapado por la presencia de Dios y tiene una cierta percepción (no sólo una idea) de que él está presente. No se trata de una percepción natural; es fruto de una gracia que opera como una ruptura de nivel, un salto de calidad.

Hay una analogía muy importante con lo que ocurría cuando, después de la resurrección, Jesús se dejaba reconocer por alguien. Era algo imprevisto que, de repente, cambiaba por completo el estado de una persona. Pocos días después de la resurrección los apóstoles están pescando en el lago, y aparece un hombre en la orilla. Se entabla un diálogo a distancia: « ¿Tenéis algo de comer?», responden: « ¡No!». Pero, de pronto, salta una chispa en el corazón de Juan y lanza un grito: « ¡Es el Señor!», y entonces todo cambia y corren hacia la orilla (cf. Jn 21,4ss.). Lo mismo sucede, aunque de modo más sereno, con los discípulos de Emaús; Jesús caminaba con ellos, «pero sus ojos eran incapaces de reconocerlo»; finalmente, en el gesto de partir el pan «se les abrieron los ojos y lo reconocieron» (Lc 24,13ss.).

Algo parecido tiene lugar el día en que un cristiano, después de haber recibido tantas y tantas veces a Jesús en la Eucaristía, finalmente, por un don de la gracia, lo «reconoce».

De la fe y del «sentimiento» de la presencia real, debe florecer espontáneamente la reverencia y, más aún, la ternura hacia Jesús sacramentado. Es éste un sentimiento tan delicado y personal que sólo con hablar de él se corre el riesgo de estropearlo. San Francisco de Asís tenía el corazón lleno de tales sentimientos hacia Jesús en la Eucaristía. Se conmueve frente a Jesús en el sacramento, como en Greccio se conmueve frente al Niño de Belén; lo ve tan confiado a los hombres, tan desamparado, tan humilde. En su Carta a toda la Orden escribe palabras de fuego que queremos escuchar ahora como dirigidas a nosotros al final de nuestra meditación sobre la presencia real de Jesús en la Eucaristía:

Ved vuestra dignidad, hermanos sacerdotes, y sed santos, porque él es santo… Gran miseria y miserable debilidad, que cuando lo tenéis tan presente a él en persona, vosotros os preocupéis de cualquier otra cosa en todo el mundo. ¡Tiemble el hombre entero, que se estremezca el mundo entero, y que el cielo exulte, cuando sobre el altar, en las manos del sacerdote, está Cristo, el Hijo del Dios vivo! ¡Oh admirable celsitud y asombrosa condescendencia! ¡Oh humildad sublime! ¡Oh sublimidad humilde, pues el Señor del universo, Dios e Hijo de Dios, de tal manera se humilla, que por nuestra salvación se esconde bajo una pequeña forma de pan! Ved, hermanos, la humildad de Dios y derramad ante él vuestros corazones; humillaos también vosotros para que seáis ensalzados por él. Por consiguiente, nada de vosotros retengáis para vosotros, a fin de que os reciba todo entero el que se os ofrece todo entero.

Cardenal Raniero Cantalamessa OFM Cap.

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©Traducido del original italiano por Pablo Cervera Barranco


1. SAN AMBROSIO, Sobre los sacramentos IV, 14-16: PL 16,439ss; [trad. esp. Explicación del símbolo. Los sacramentos. Los misterios (Ed. P. Cervera) (Ciudad Nueva, Madrid 2005)].
2. Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO, Summa theologiae, III, q.75, a.4.
3. TEODORO DE MOPSUESTIA, Homilías catequéticas XVI, 11s.: Studi e Testi 145,551s [trad. esp. El Padrenuestro, el bautismo y la Eucaristía. Catequesis mistagógicas XI-XVI (Ed. F.J. López Saéz) (Sígueme, Salamanca 2022)].
4. Cf. Actas del Coloquio de Marburgo de 1529, en Obras de Lutero (ed. Weimar) 30,3,110ss.).
5. SAN GREGORIO DE NISA. Sobre el Cantar XI, 5,2: PG 44,1001 (aisthesis parousias).


Fuente:https://caminocatolico.com/4a-predicacion-de-cuaresma-del-cardenal-cantalamessa-al-papa-1-4-2022-la-fe-es-necesaria-para-que-la-presencia-de-jesus-en-la-eucaristia-sea-real-y-personal/