(Algunas consideraciones).
Teo Revilla Bravo
La amplitud de la labor literaria es consecuencia de la dedicación del autor a una continua “Obra en marcha”, especialmente en el género de la poesía y en el marco de una vida en constante creación. Una vida y una poesía que configuran un extenso episodio de la historia de la cultura personal -siempre en proyección abierta al otro-, bajo el prisma inconfundible de lo íntimo. Por eso la obra poética –en realidad cualquier honesta obra artística- es un sincero esfuerzo, un logrado y entusiasta resultado que ha de ser realizado sin complejos y con cierto conocimiento e intuiciones de las claves a seguir. El poeta o creador debe cautivar y apasionar al lector o espectador mientras efectúa una labor sintética, sólida y encomiable: la “Pasión perfecta”, esa obsesión en la elaboración de su obra en constante disputa con su propio temperamento.
Indagar desde dentro es como desbloquearse poco a poco, es ir puliendo y limando esos sedimentos que nos va dejando la vida; penetrar, dar con ellos, discernir, meditar, estudiarlos y contemplarlos con rigor, con el fin de ir entendiéndolos en un hallazgo propio a través de una práctica de autoanálisis, poetizando esas huellas que nos dejó la vida, transparentándolas en lo posible como una labor arqueológica, creando de esa suerte una obra artístico-literaria que sea un reflejo más de lo que compone nuestro universo y bagaje personal. Catarsis lo llaman, limpieza, sensación de libertad al dejar libres miasmas y desarreglos acallando los gritos interiores hasta esos momentos irresolutos. Pero ha de hacerse silenciosa y honestamente, sin tremendismos ni fatuos lirismos, con voz auténtica y sincera; porque a al final, lo que le interesa de verdad al poeta no es la poesía, que sí, sino la vida: entender la vida, su vida. En ese contexto ha de expresar al hombre antes que al literato o al artista. Este punto es importante. Por tanto, al interesarnos la vida como algo que hay que lograr comprender, el arte se ha de concebir como algo vital, no como un producto enlatado de laboratorio donde se discriminan los contenidos suscitados por la intuición y el sentimiento. Enseguida, al leer, ver o escuchar, comprobamos quien llega con sus versos o sus obras de un sitio –de la vida- o del otro –del laboratorio-. Yo, personalmente, me quedo con la emoción liberada del primero, puesto que el poeta –si retomamos la poesía- no debe emplear tanto los vocablos para evocarnos representaciones intelectuales y utilitarias, sino para trasmitirnos un estado de ánimo traducido en sentimientos.
Introspección, búsqueda de oscuros intereses en las subterráneas galerías interiores. Emociones que hemos de libertar trasformadas para la luz. Comprometernos con nosotros mismos en esa traslación de dentro a fuera -creación personalísima-, para ir ganando en escritura u obra orgánica y sincera. Es una cuestión de tiempo, de sedimentación y de poda de la frondosidad arbórea de nuestros recuerdos. En este sentido, el escritor –o artista en general- es un asceta, un contemplativo, un virtuoso de la penitencia y del pensamiento cuyo fin es elevarse hacia la paz ya que con frecuencia sufre de las iras del espíritu. Todo lo demás está subordinado a esta conquista. El poeta tiene que buscar lo inasible, luchar para retenerlo y dar así razón a la existencia, asegurándose la posibilidad de pervivir, ya que se encuentra solo en torno al mundo y al poderoso silencio interior. Y asumir que hay que llamarlo a gritos, despertarlo, sacudirlo, movilizarlo a golpe de cincel, pluma, pincel, tomas de imágenes, notas musicales…, lo que sea y como sea, desplegando, voluntarioso, las alas de los anhelos.
Barcelona, 16 de febrero de 2011.
©Teo Revilla Bravo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario