jueves, 27 de septiembre de 2018

EL ACTA DE INDEPENDENCIA, UNA DECLARACIÓN MUY PECULIAR



Por: Alfredo Ávila Rueda 

Nuestra declaración de independencia es diferente a las del continente americano, donde casi todas fueron hechas en plena guerra. La mexicana fue redactada cuando la independencia ya era un hecho consumado.

El 28 de septiembre de 1821 una junta, reunida poco antes en el pueblo de Tacubaya, promulgó el Acta de Independencia del Imperio Mexicano. El origen de ese documento y de la misma junta que lo promulgó estaba en el plan de independencia que, en febrero del mismo año, proclamó el coronel Agustín de Iturbide en Iguala. En dicho plan se alababa a España como la nación más “piadosa y magnánima” del mundo, que había criado a la América Septentrional, es decir, a Nueva España. De tal forma, se suponía que el nuevo país había alcanzado fuerza y unidad, por lo cual se separaba de la antigua metrópoli. De hecho, una de las metáforas que más se usaba en la época para justificar la independencia era, precisamente, la del vástago que alcanzaba la mayoría de edad y podía, por lo mismo, emanciparse, lo cual no significaba una ruptura con la casa paterna.

En agosto, el Tratado de Córdoba ratificaba aquellos principios que culminarían con el Acta de Independencia. Ahora bien, en este documento, España, la “nación piadosa”, era vista como una potencia que, “por trescientos años”, había oprimido a la nación mexicana. Como casi todas las declaraciones de independencia del mundo, afirmaba que el “Autor de la Naturaleza” había concedido derechos “inenagenables [sic] y sagrados”. A diferencia de la declaración de Estados Unidos, que por ser la primera sirvió como modelo a muchas que vinieron después, los derechos los ejercía la nación y no las personas.

En los siguientes párrafos, la declaración redactada por el abogado Juan José Espinosa de los Monteros se deshacía en halagos a Iturbide, un genio, superior a toda admiración y elogio”, a quien consideraba único responsable de que México recuperara sus derechos y se convirtiera en una nación independiente y soberana. En resumen, no parecía que hubieran sido los mexicanos los que pelearon para recuperar sus derechos, sino el jefe del Ejército de las Tres Garantías quien se los dio a la nación. 



Un caso excepcional 



Como puede verse, se trata de un documento peculiar, en especial si lo comparamos con otras actas proclamadas en el continente americano en los años anteriores. Para empezar, la declaración mexicana se hizo en un momento en el que el país era ya prácticamente independiente. La guerra estaba reducida a Veracruz; en concreto, al castillo de San Juan de Ulúa, que todavía estaba en manos de los españoles. En cambio, la primera declaración de independencia, la de Estados Unidos, fue signada en 1776, pero el conflicto bélico continuó por varios años. Los ejércitos británicos estuvieron a punto de eliminar a los colonos que peleaban por la emancipación y la guerra cada vez se volvió más cruenta.

Algo parecido ocurriría en América del Sur. En Caracas, la proclamación se realizó en julio de 1811, cuando la guerra apenas empezaba. Las tropas españolas ocuparían esa ciudad en poco tiempo y los ejércitos patriotas fueron derrotados y replegados. La guerra se mantuvo por una década con una intensidad cada vez mayor.


Nueva España y las provincias internas también pasaron el mismo proceso. La primera declaración de independencia de estas regiones se proclamó en San Antonio de Béjar, en Texas, en abril de 1813. Los rebeldes de esa región enfrentarían derrotas y el fortalecimiento de las autoridades españolas. Muchos kilómetros al sur, en Chilpancingo, el Congreso reunido por José María Morelos también declararía la independencia, en un momento en el que la estrella del gran caudillo empezaría a declinar, tanto política como militarmente. En poco más de un año, la insurgencia ya no representaría ningún peligro para el dominio español. Lo normal era eso, como ha señalado el historiador británico David Armitage, mientras que las declaraciones de independencia hechas al final de cada proceso revolucionario fueron excepcionales antes del siglo XX.


Todas estas actas se hicieron en medio de conflictos cuya resolución no era previsible. Por eso, las discusiones de las asambleas que las elaboraron presentaron discrepancias, dudas y posibilidades. De nuevo, el caso de Estados Unidos es ejemplar, y no sólo por haber sido el primero. El Segundo Congreso Continental que se reunió en Filadelfia no tenía planeado siquiera presentar una declaración. Al contrario, muchos de los delegados que allí se reunieron favorecían el diálogo con las autoridades británicas, con el objetivo de obtener derechos. Para su mala fortuna, en Londres el Parlamento condenó a los colonos rebeldes como traidores. Cuando estas noticias llegaron, algunos de los más destacados patriotas consideraron que no había más alternativa que romper definitivamente con los ingleses y crear una república. Por supuesto, otros se opusieron. No parecía conveniente enfrentarse a Gran Bretaña, la principal potencia militar y mercantil de la época. Romper con el rey también resultaba una medida muy radical. Las discusiones fueron muy acaloradas y la unidad entre las trece colonias estuvo a punto de romperse en varias ocasiones. 


Obra de John Trumbull, Declaration Of Independence, Ca. 1810, óleo sobre tela. Biblioteca del Congreso, EUA.

En el Congreso de Anáhuac también hubo controversias. Para José María Morelos, la primera misión de aquella asamblea sería, precisamente, la proclamación de la independencia, como quedó señalado en el primer artículo de sus Sentimientos de la Nación. Poco después de que se instaló el Congreso, el diputado Ignacio López Rayón llamó la atención acerca de los inconvenientes de esa medida. Recordó que en un principio el movimiento insurgente impulsó un gobierno propio para el país, pero sin romper con el rey Fernando VII. Cambiar eso y declarar la independencia absoluta podría ocasionar, entre otras cosas, que la Gran Bretaña auxiliara a España en su empeño por mantener el dominio americano. En el sur del continente la incertidumbre también estuvo presente en la asamblea reunida en Tucumán en 1816, cuando declaró la independencia de las Provincias Unidas de Sudamérica en el antiguo virreinato del Río de la Plata. 

En cambio, los vocales de la Junta Provisional Gubernativa del imperio mexicano publicaron el Acta de Independencia al día siguiente de que el Ejército de las Tres Garantías entrara en la ciudad de México. Esta Junta había sido nombrada por Agustín de Iturbide, en cumplimiento del plan de independencia elaborado en Iguala en febrero de 1821. Esto también resultaba una anomalía comparada con las asambleas previas que, siquiera formalmente, estaban integradas por delegados que representaban a las colonias o a las provincias que darían forma a los nuevos países independientes. 


México y Haití 


Al menos en los aspectos mencionados, el Acta de independencia mexicana se parecía a la de Haití. El documento proclamado en Gonaives el 1 de enero de 1804 se hizo poco después de que las tropas francesas habían salido derrotadas de la isla y fue firmada por varios oficiales designados por el general en jefe del “pueblo haitiano” y del “ejército indígena”, Jean-Jacques Dessalines. Ni el acta haitiana ni la mexicana se hicieron en nombre del pueblo o de las provincias que integrarían al nuevo país independiente, tal como empezaba la mayoría de las declaraciones que, desde la de Estados Unidos, venía repitiendo con algunas variantes la misma fórmula: “Nosotros las personas de Estados Unidos, reunidas en congreso declaramos…”; “Los representantes de las provincias unidas de Sud América declaramos…”

En el caso del Imperio mexicano, el Acta empleaba la tercera persona del singular: “La nación mexicana que, por trescientos años, ni ha tenido voluntad propia, ni libre uso de la voz, sale hoy de la opresión en que ha vivido”: Tal como sucedía con el caso haitiano, esa independencia era obra del genio militar que había encabezado la insurrección. La opresión española había ocasionado la emancipación mexicana; la “crueldad francesa contra los naturales”, la haitiana. El libertador mexicano se convertiría en emperador pocos meses después de su entrada en la ciudad de México, lo mismo que el haitiano después de derrotar a los ejércitos franceses. Ambos tendrían un reinado breve; ambos, un fin trágico.

Las semejanzas entre el caso haitiano y el mexicano se limitan a esos pocos aspectos políticos. El movimiento encabezado por Dessalines era la culminación de una revolución que abolió la esclavitud y promovía la igualdad de derechos, mientras que el de Iturbide se hizo en buena medida, en contra de las propuestas revolucionarias del liberalismo y fue encabezado por oficiales que, en su mayoría habían combatido la insurrección social que estalló en 1810. 

Entre los firmantes de la declaración de 1804 había una gran cantidad de mestizos descendientes de africanos, algunos de los cuales fueron antes esclavos. Los que signaron la de 1821 eran todos descendientes de españoles, algunos nacidos en la propia península ibérica. Para Iturbide, la igualdad buscaba la armonía entre las personas que nacieron en el continente americano con los que provenían de España, mientras que para Dessalines la igualdad era para todos los haitianos, sin incluir a los franceses. No obstante, las dos declaraciones estuvieron hermanadas por las semejanzas señaladas en los párrafos anteriores, que las distinguieron de las otras proclamadas en el continente.




Fuente: Revista Relatos e historias de México, N° 102, Año IX, México, febrero 2017

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