lunes, 6 de diciembre de 2021

«NO PUEDE TENER A DIOS COMO PADRE EL QUE NO TIENE AL PRÓJIMO COMO HERMANO»




1ª predicación de adviento del Cardenal Cantalamessa, 3-12-2021:


* «Un resultado inmediato de todo esto es que tomas conciencia de tu dignidad. ‘ Reconoce, oh cristiano, tu dignidad —nos exhortará san León Magno en la noche de Navidad— y, hecho partícipe de la naturaleza divina, no quieras volver a la abyección del pasado’. Otro resultado, aún más importante, es que tomas conciencia de la dignidad de los demás, también ellos hijos e hijas de Dios. Para nosotros, los cristianos, la fraternidad humana tiene su razón última en el hecho de que Dios es padre de todos, que todos somos hijos e hijas de Dios y, por lo tanto, hermanos y hermanas entre nosotros. No puede haber un vínculo más fuerte que este y, para nosotros los cristianos, una razón más urgente para promover la fraternidad universal»


* « Una cosa, por lo tanto, trataremos de no hacer más. No diremos, ni siquiera tácitamente, a Dios Padre: «Escoge: o yo, o mi adversario; ¡declara de qué lado estás!» No se puede imponer a un padre esta cruel alternativa de elegir entre dos hijos, solo porque están peleados entre sí. Por lo tanto, no tentaremos a Dios, pidiéndole que se case con nuestra causa contra el hermano. Cuando estemos en desacuerdo con un hermano, incluso antes de hacer valer y discutir nuestro punto de vista (que también es lícito y a veces debido), le diremos a Dios: ‘Padre, salva a ese hermano mío, sálvanos a los dos; no deseo tener razón y que él esté equivocado. Quiero que también él esté en la verdad, o al menos en la buena fe’. Esta misericordia de unos a otros es indispensable para vivir la vida del Espíritu y la vida comunitaria en todas sus formas. Es indispensable para la familia y para toda comunidad humana y religiosa, incluida la Curia Romana. Nosotros, dice san Agustín, somos vasijas de barro: nos hacemos daño sólo tocándonos»

Camino Católico.- Como dicta la tradición, la Curia romana – sin el Papa Francisco, viajando a Chipre – escuchó al Cardenal Raniero Cantalamessa, Predicador de la Casa Pontificia, en la primera predicación de Adviento, el viernes 3 de diciembre de 2021, en el Aula Pablo VI. El capuchino ha exhortado a sus hermanos cardenales, obispos y sacerdotes a maravillarse de su fe. Y a no pensar en la Iglesia a la luz de las controversias y escándalos que la atraviesan.

El predicador ha advertido contra la recapitulación de la Iglesia en «escándalos, controversias, enfrentamientos de personalidades, cotilleos o cierta buena voluntad en el ámbito social». Limitarlo a «un asunto de hombres, como los hay a lo largo de la historia», es evitar ver el «esplendor interior de la Iglesia» y de la vida cristiana, ha afirmado. No perder de vista este misterio no significa «hacer la vista gorda ante la realidad de los hechos». Significa no «dejarse aplastar por ellos».

La Iglesia es para él como la vidriera de una catedral: «piezas de vidrio oscuro» si estás afuera. Pero, una vez adentro, «¡qué esplendor de colores, historias y significado!».

El «peligro mortal» que enfrenta la Iglesia, ha añadido el cardenal, sería «dar por sentado las cosas más sublimes de nuestra fe». Y antes que nada mencionar el hecho de haberme convertido en hijo de Dios por la gracia del bautismo. Una realidad extraordinaria que invita, según el capuchino, a pasar «de la fe al asombro». Creer, explicó a los miembros de la Curia, en realidad no es suficiente, también requiere «el asombro de la fe» que es «iluminación».

Esta iluminación es ante todo una experiencia que pasa de la «verdad cruda» de la fe a «una realidad vivida». Para dar este “salto cualitativo”, el cardenal de 87 años ha animado a leer la Palabra de Dios: “Tarde o temprano […] la realidad de las palabras, aunque sea por un momento, explotará en ti, suficiente para el resto de tu vida”. Una conversión interior que, en última instancia, permite captar la fraternidad humana, ha concluido el italiano, encontrando «su razón última de ser en el hecho de que Dios es el Padre de todos… No puede tener a Dios como padre el que no tiene al prójimo como hermano». El texto completo de esta primera predicación de Adviento del padre Cantalamessa al Papa y la curia es el siguiente:


La pasada Cuaresma traté de resaltar el peligro de vivir «etsi Christus non daretur», «como si Cristo no existiera». Continuando en esta línea, en las meditaciones de Adviento quisiera llamar la atención sobre otro peligro similar: el de vivir «como si la Iglesia fuera sólo esto», es decir, escándalos, controversias, choque de personalidades, chismes o a lo sumo algún mérito en el campo social. Dicho brevemente, cosa de hombres como todo lo demás a lo largo de la historia.

Lo que me propongo es resaltar el esplendor interior de la Iglesia y de la vida cristiana. No para cerrar los ojos a la realidad de hecho o para eludir nuestras responsabilidades, sino para afrontarlas en la perspectiva correcta y no dejarnos aplastar por ellas. No podemos pedir a los periodistas y a los medios de comunicación que tomen en cuenta cómo la Iglesia se interpreta a sí misma (aunque sería deseable que lo hicieran), pero lo más grave sería si también nosotros hombres de la Iglesia y ministros del Evangelio termináramos perdiendo de vista el misterio que habita la Iglesia y nos resignáramos a jugar siempre fuera de casa, fuera de campo y a la defensiva.

«Tenemos este tesoro en vasijas de barro», escribió el Apóstol hablando del anuncio evangélico (2 Cor 4,7). Sería tonto pasar todo el tiempo discutiendo la «vasija de barro», olvidando «el tesoro». El Apóstol nos ayuda a captar incluso lo positivo que existe en semejante situación. Esto, dice, sucede «para que aparezca que este poder extraordinario pertenece a Dios, y no viene de nosotros» (2 Cor 4,7).

Sucede con la Iglesia como con las vidrieras de una catedral. (Lo experimenté al visitar la de Chartres). Si uno mira las ventanas desde el exterior, desde la vía pública, uno ve solo pedazos de vidrio oscuro unidos por tiras de plomo igualmente oscuras. Pero si se entra dentro y se miran esas mismas vidrieras a contra luz, ¡qué esplendor de colores, de historias y de significados ante nuestros ojos! Aquí nos proponemos mirar a la Iglesia desde dentro, en el sentido más fuerte de la palabra, a la luz del misterio del que ella es portadora.

En la Cuaresma, nos sirvió de guía el dogma calcedoniano de Cristo, verdadero hombre, verdadero Dios y una persona. En el presente nos servirá de guía uno de los textos litúrgicos más típicos del Adviento, es decir, Gálatas 4,4-7. Dice:

“Cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la adopción filial. Como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: «¡Abba, Padre!». Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.”

En su brevedad, este pasaje es una síntesis de todo el misterio cristiano. Está presente la Trinidad: Dios Padre, su Hijo y el Espíritu Santo; está la encarnación: «Dios envió a su Hijo»; todo esto no en abstracto y fuera del tiempo, sino en una historia de salvación: «en la plenitud del tiempo». Tampoco falta la presencia, discreta pero esencial, de María: «nacido de mujer». Finalmente está el fruto de todo esto: hombres y mujeres hechos hijos de Dios y templos del Espíritu Santo.

¡Hijos de Dios!


En esta primera meditación reflexionamos sobre la primera parte del texto: «Dios envió a su Hijo, para que recibiéramos la adopción filial». La paternidad de Dios está en el corazón mismo de la predicación de Jesús. Incluso en el Antiguo Testamento Dios es visto como padre. La novedad es que ahora Dios no es visto tanto como «padre de su pueblo Israel», en un sentido colectivo, por así decirlo, sino como el padre de cada ser humano, por justo o pecador que sea: por tanto, en un sentido individual y personal. Se preocupa de cada uno como si fuera el único; conoce las necesidades de cada uno, los pensamientos e incluso cuenta los pelos de la cabeza.

El error de la teología liberal, a caballo de los siglos XIX y XX (especialmente en su representante más ilustre, Adolf von Harnack), fue hacer de esta paternidad la esencia del Evangelio, prescindiendo de la divinidad de Cristo y del Misterio Pascual. Otro error (que comenzó con la herejía de Marción en el siglo II y nunca se superó por completo) es ver en el Dios del Antiguo Testamento a un Dios justo, santo, poderoso y atronador, y en el Dios de Jesucristo un Dios papá tierno, afable y misericordioso.

No, la novedad de Cristo no consiste en esto. Más bien, consiste más bien en el hecho de que Dios, permaneciendo como lo que era en el Antiguo Testamento, es decir, tres veces santo, justo y omnipotente, ¡ahora se nos da como papá! Esta es la imagen fijada por Jesús al principio del Padre Nuestro y que contiene in nuce todo lo demás: «Padre nuestro que estás en el cielo»: «que estás en el cielo», es decir, que eres altísimo, trascendente, que distas de nosotros como el cielo de la tierra; pero «padre nuestro», más aún, en el original «¡Abba!», algo similar a nuestro papá, mi padre.

Es también la imagen de Dios que la Iglesia puso al principio de su credo. «Creo en Dios, Padre todopoderoso»: padre, pero todopoderoso; todopoderoso, pero padre. Esto, por lo demás, es lo que todo hijo necesita: tener un padre que se incline sobre él, que sea tierno, con quien pueda jugar, pero que sea, al mismo tiempo, fuerte y seguro para protegerlo, para infundirle coraje y libertad.
En la predicación de Jesús comenzamos a vislumbrar la verdadera novedad que cambiará todo. Dios no es sólo padre en sentido metafórico y moral, en cuanto que creó y cuida de su pueblo. Él es también —y ante todo— el verdadero padre de un verdadero hijo que engendró «antes de la aurora», es decir, antes del principio del tiempo, y gracias a este único Hijo los hombres podrán llegar a ser también ellos hijos de Dios en un sentido real y no sólo metafórico. Esta novedad se desprende de la manera de Jesús de dirigirse a su Padre llamándolo Abba así como de palabras: «Nadie conoce al Padre sino aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mt 11,27).

Debe notarse, sin embargo, que en la predicación del Jesús terrenal aún no aparece toda la novedad que trajo en cuanto a la paternidad de Dios hacia los hombres. El ámbito de aplicación del título «Padre» sigue siendo el moral; es decir, sirve para definir la forma de actuar de Dios respecto de la humanidad y el sentimiento que los hombres deben alimentar respecto de Dios. La relación es de tipo existencial, aún no ontológica y esencial. Por eso hacía falta el misterio pascual de su muerte y resurrección.

Pablo refleja esta etapa post-pascual de la fe. Gracias a la redención obrada por Cristo y que se nos aplica en el bautismo, ya no somos hijos de Dios solo en sentido moral, sino también real y ontológico. Nos hemos convertido en «hijos en el Hijo»; Cristo se ha convertido en «el primogénito entre muchos hermanos» (Rom 8,29).

Para expresar todo esto, el Apóstol se sirve de la idea de adopción: «… para que recibiéramos la adopción filial», «Nos ha predestinado a ser sus hijos adoptivos» (Ef 1,5). Es sólo una analogía y, como toda analogía, insuficiente para expresar la plenitud del misterio. La adopción humana, en sí misma, es un hecho jurídico. El niño adoptado asume el apellido, la ciudadanía, la residencia de quien lo adopta, pero no comparte su sangre ni el ADN del padre; no ha habido concepción, dolores y parto. Este no es así para nosotros. Dios nos transmite no sólo el nombre de los hijos, sino también su vida íntima, su Espíritu que es, por así decirlo, su ADN. A través del bautismo, la vida misma de Dios fluye en nosotros.

En este punto, Juan es más atrevido que Pablo. Él no habla de adopción, sino de una auténtica generación, de nacimiento de Dios. Los que creyeron en Cristo «fueron engendrados por Dios» (Jn 1,13); en el bautismo se realiza un nacimiento «del Espíritu», se «renace de lo alto» (cf. Jn 3,5-6).

De la fe al asombro


Hasta aquí las verdades de nuestra fe. Sin embargo, no me quiero detener en ellas. Son cosas que conocemos y que podemos leer en cualquier manual de teología bíblica, en el Catecismo de la Iglesia Católica y en los libros de espiritualidad… ¿Qué es, entonces, lo diferente que nos proponemos con esta reflexión?

Para descubrirlo, parto de una frase de nuestro Santo Padre en la catequesis sobre la Carta a los Gálatas de la audiencia general del pasado 8 de septiembre. Después de haber citado nuestro texto sobre la adopción filial, añadía: «Nosotros, los cristianos, a menudo damos por sentada esta realidad de ser hijos de Dios. En cambio, es bueno recordar siempre con agradecimiento el momento en que lo fuimos, el de nuestro bautismo, para vivir con mayor conciencia el gran don recibido».

Este es nuestro peligro mortal: dar por descontadas las cosas más sublimes de nuestra fe, incluyendo la de ser nada menos que hijos de Dios, del creador del universo, del todopoderoso, del eterno, del dador de la vida. San Juan Pablo II, en su carta sobre la Eucaristía, escrita poco antes de su muerte, hablaba del «asombro eucarístico» que los cristianos deberían redescubrir. Lo mismo debemos decir de la filiación divina: pasar de la fe al asombro. Me atrevo a decir: ¡de la fe a la incredulidad! Una incredulidad muy especial: la del que cree, sin poderse capacitar de lo que cree, pues le parece algo enorme e impensable.

De hecho, ser hijos de Dios comporta una consecuencia que apenas se atreve uno a formular, tan vertiginosa es. ¡Gracias a ella, la brecha ontológica que separa a Dios del hombre es más pequeña que la brecha ontológica que separa al hombre del resto de la creación! Sí, porque por gracia llegamos a ser «partícipes de la naturaleza divina» (2 Pe 1,4).

Un ejemplo servirá mejor que muchos razonamientos para entender lo que significa no dar por descontado el ser hijos de Dios. Después de su conversión, santa Margarita de Cortona pasó un período de terrible desolación. Dios parecía enojado con ella y a veces la hacía recordar, uno por uno, todos los pecados cometidos en sus mínimos detalles, haciendo que deseara desaparecer de la faz de la tierra. Un día, después de la comunión, una voz se elevó de repente dentro de ella: «¡Hija mía!» Ella, que se había resistido a la visión de todas sus faltas, no pudo resistir la dulzura de esta voz, cayó en el éxtasis y durante el éxtasis los testigos presentes la escucharon repetir fuera de sí por el asombro:

Soy su hija, él lo ha dicho. ¡Oh dulzura infinita de mi Dios! ¡Oh palabra tan largamente deseada! ¡Tan insistentemente pedida! ¡Palabra cuya dulzura supera toda dulzura! ¡Océano de alegría! ¡Hija mía! ¡Lo ha dicho mi Dios! ¡Hija mía!

Mucho antes de santa Margarita, el apóstol Juan había experimentado esta misma fulguración: «Mirad —escribía—, qué amor tan grande ha tenido el Padre con nosotros para ser llamados hijos de Dios. ¡Y realmente lo somos!» (1 Jn 3,1). Una frase, esta, que claramente hay que leer con un signo de exclamación.

Desatando el propio bautismo


¿Por qué es tan importante pasar de la fe al asombro, de la fe creída (la fides quae) a la fe creyente (fides qua)? ¿No es suficiente creer? No, y por una razón muy simple: ¡porque esto —y solo esto—, cambia realmente la vida!

Tratemos de ver cuál es el camino que lleva a este nuevo nivel de fe. El Santo Padre —hemos escuchado—, invitaba a volver al propio bautismo. Para entender cómo un sacramento recibido hace tantos años, a menudo al comienzo de la vida, puede volver repentinamente a revivir y liberar energía espiritual, es necesario tener presentes algunos elementos de teología sacramental.

La teología católica conoce la idea de sacramento válido y lícito, pero «atado». El bautismo es a menudo un sacramento atado. Un sacramento se dice «atado» si su fruto permanece atado, no utilizado, por falta de ciertas condiciones que impiden su eficacia. Un ejemplo extremo es el sacramento del matrimonio o del orden sagrado recibido en estado de pecado mortal. En estas condiciones, tales sacramentos no pueden conferir ninguna gracia a las personas. Sin embargo, una vez eliminado el obstáculo del pecado con una buena confesión, se dice que el sacramento revive (reviviscit) gracias a la fidelidad e irrevocabilidad del don de Dios, sin necesidad de repetir el rito sacramental.

El caso del matrimonio o del orden sagrado es, decía, un caso extremo, pero son posibles otros casos en los que el sacramento, aun no estando del todo atado, tampoco está completamente disuelto, es decir, libre de obrar sus efectos. En el caso del bautismo, ¿qué hace que el fruto del sacramento permanezca atado? Los sacramentos no son ritos mágicos que actúan mecánicamente, sin el conocimiento del hombre, o prescindiendo de toda colaboración. Su eficacia es fruto de una sinergia, o colaboración, entre la omnipotencia divina (concretamente: la gracia de Cristo o el Espíritu Santo) y la libertad humana.

Todo lo que en el sacramento depende de la gracia y de la voluntad de Cristo se llama «la obra realizada» (opus operatum), es decir, una obra ya realizada, fruto objetivo e indefectible del sacramento, cuando se administra válidamente; todo eso, en cambio, que depende de la libertad y de las disposiciones del sujeto se llama «la obra que hay que realizar» (opus operantis), es decir, la obra a realizar, la contribución del hombre.

La parte de Dios o la gracia del bautismo es múltiple y muy rica: filiación divina, remisión de los pecados, morada del Espíritu Santo, virtudes teologales de fe, esperanza y caridad infundidas en germen en el alma. ¡La contribución del hombre consiste esencialmente en la fe! «El que cree y se bautice se salvará» (Mc 16,16). Hay un sincronismo perfecto entre la gracia y la libertad; sucede como cuando los dos polos, positivo y negativo, se tocan entre sí y así liberan la luz.

En el bautismo recibido de niños (pero también en el recibido de adultos, si no ha ido acompañado por íntima convicción y participación), falta este sincronismo. No se trata de abandonar la práctica del bautismo de los niños. La Iglesia siempre lo ha practicado y defendido justamente, viendo en el bautismo un don de Dios, incluso antes que fruto de una decisión humana. Más bien, se trata de reconocer lo que esta práctica implica en la nueva situación histórica en la que vivimos.

Una vez, cuando todo el ambiente era cristiano e impregnado de fe, esta fe podía florecer, aunque gradualmente. El acto de fe libre y personal era «suplido por la Iglesia» y expresado, como a través de una persona intermediaria, por padres y padrinos. Ahora ya no es así. El ambiente en el que el niño crece no es tal que le ayude a hacer florecer la fe en él; la familia a menudo no suele serlo, la escuela no lo es todavía más, y menos que todo lo es la sociedad y la cultura.

Por eso hablaba del bautismo como un sacramento «atado». Es como un paquete de regalo muy rico, pero que ha permanecido sellado, como ciertos regalos de Navidad olvidados en algún lugar, incluso antes de que se hayan abierto. Quien lo posee tiene los «títulos» para realizar todos los actos necesarios para la vida cristiana y también sacar un cierto fruto, aunque parcial, pero no posee la plenitud de la realidad. En el lenguaje de san Agustín, posee el sacramento (sacramentum), pero no —al menos plenamente—, la realidad del mismo (el res sacramenti).

Si estamos aquí para meditar en esto, significa que hemos creído, que en nosotros la fe se ha añadido al sacramento. Entonces, ¿qué nos falta todavía? Nos falta la fe-asombro, ese desgranar los ojos y ese ¡Oh! de asombro al abrir el regalo que es la recompensa más agradecida para quien ha hecho el regalo. El bautismo —decían los Padres griegos— es «iluminación» (photismos). ¿Se ha producido alguna vez esta iluminación en nosotros?

Nos preguntamos: ¿es posible —más aún, es lícito— aspirar a este nivel diferente de fe en el que no sólo se cree, sino que se experimenta y se «saborea» la verdad creída? La espiritualidad cristiana ha ido a menudo acompañada de una reserva, o incluso (como en el caso de los reformadores) por un rechazo de la dimensión experiencial y mística de la vida cristiana, vista como cosa inferior y contraria a la fe pura. Pero, a pesar de los abusos, que también se han producido, en la tradición cristiana nunca ha faltado la corriente sapiencial que coloca la cima de la fe en «saborear» la verdad de las cosas creídas, en el «gusto» de la verdad, incluido el sabor amargo de la verdad de la cruz.

En el lenguaje bíblico, conocer no significa tener la idea de algo que permanece fuera y separado de mí; significa entrar en relación con ella, experimentarla. (¡Incluso se habla de conocer a la propia esposa, o de conocer la pérdida de los hijos!). El evangelista Juan exclama: «Nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene» (1 Jn 4,16) y de nuevo: «Hemos creído y conocido que tú eres el Santo de Dios» (Jn 6,69). ¿Por qué «conocido y creído»? ¿Qué añade «conocido» a «creído»? Añade esa certeza interior por la que la verdad se impone al espíritu y uno se ve obligado a exclamar dentro de sí mismo: «¡Sí, es verdad, no hay duda, es así!» La verdad creída se convierte en realidad vivida. «Fides non terminatur ad enuntiabile sed ad rem», escribió santo Tomás de Aquino: «La fe no termina en el enunciado, sino en la realidad». Nunca se deja de descubrir las consecuencias prácticas que se derivan de este principio.

El papel de la Palabra de Dios


¿Cómo hacer posible este salto cualitativo de la fe al asombro de saber que somos hijos de Dios? La primera respuesta es: ¡la palabra de Dios! (Hay un segundo medio igualmente esencial —el Espíritu Santo—, pero lo dejamos para la próxima meditación). San Gregorio Magno compara la Palabra de Dios con el pedernal, es decir, con la piedra que un tiempo sirvió para producir chispas y encender fuego. Es necesario, decía, hacer con la Palabra de Dios lo que se hace con el pedernal: golpearla repetidamente hasta que se produzca la chispa. Rumiarla, repetirla, incluso en voz alta.

En un tiempo de oración o adoración tratamos de repetir dentro de nosotros mismos, incansablemente y con un deseo vivo: «¡Hijo de Dios! Soy hijo, soy hija de Dios. ¡Dios es mi padre!» O simplemente decir: «Padre nuestro que estás en el cielo», repitiéndolo durante mucho tiempo, sin pasar adelante. Aquí es más necesario que nunca recordar las palabras de Jesús: «Llamad y se os abrirá» (Mt 7,7). Tarde o temprano, cuando quizás menos lo esperes, sucederá: la realidad de las palabras, aunque solo sea por un momento, explotará dentro de ti y será suficiente para el resto de tu vida. Pero incluso si no sucede nada llamativo, has de saber que has obtenido lo esencial; el resto se te dará en el cielo. Porque “ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado todavía lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es” (1 Jn 3, 2)

¡Hermanos todos!


Un resultado inmediato de todo esto es que tomas conciencia de tu dignidad. «Reconoce, oh cristiano, tu dignidad —nos exhortará san León Magno en la noche de Navidad— y, hecho partícipe de la naturaleza divina, no quieras volver a la abyección del pasado.» ¿Qué dignidad puede haber mayor que la de ser hijo de Dios? Se dice que la hija de un rey de Francia, orgullosa y astuta, reprendía constantemente a uno de sus sirvientas y un día le gritó en la cara: «¿No sabes que soy la hija de tu rey?» A lo que la sirvienta respondió: «¿Y no sabes que soy la hija de tu Dios?»

Otro resultado, aún más importante, es que tomas conciencia de la dignidad de los demás, también ellos hijos e hijas de Dios. Para nosotros, los cristianos, la fraternidad humana tiene su razón última en el hecho de que Dios es padre de todos, que todos somos hijos e hijas de Dios y, por lo tanto, hermanos y hermanas entre nosotros. No puede haber un vínculo más fuerte que este y, para nosotros los cristianos, una razón más urgente para promover la fraternidad universal. San Cipriano decía: «No puede tener a Dios como padre quien no tiene a la Iglesia como madre». Hay que añadir: «No puede tener a Dios como padre el que no tiene al prójimo como hermano».

Una cosa, por lo tanto, trataremos de no hacer más. No diremos, ni siquiera tácitamente, a Dios Padre: «Escoge: o yo, o mi adversario; ¡declara de qué lado estás!» No se puede imponer a un padre esta cruel alternativa de elegir entre dos hijos, solo porque están peleados entre sí. Por lo tanto, no tentaremos a Dios, pidiéndole que se case con nuestra causa contra el hermano.

Cuando estemos en desacuerdo con un hermano, incluso antes de hacer valer y discutir nuestro punto de vista (que también es lícito y a veces debido), le diremos a Dios: «Padre, salva a ese hermano mío, sálvanos a los dos; no deseo tener razón y que él esté equivocado. Quiero que también él esté en la verdad, o al menos en la buena fe».

Esta misericordia de unos a otros es indispensable para vivir la vida del Espíritu y la vida comunitaria en todas sus formas. Es indispensable para la familia y para toda comunidad humana y religiosa, incluida la Curia Romana. Nosotros, dice san Agustín, somos vasijas de barro: nos hacemos daño sólo tocándonos.

Hemos recordado antes las exclamaciones de santa Margarita de Cortona al sentirse interiormente llamada por Dios «hija mía»: «Soy su hija, él lo ha dicho… ¡Océano de alegría! ¡Hija mía! ¡Lo ha dicho mi Dios! ¡Hija mía!» Si pudiéramos experimentar algo parecido, escuchando esa misma voz de Dios, no resonando en nuestra mente (¡que se puede engañar!), sino escrita, en blanco y negro, en la página de la Biblia que estamos meditando: «Ya no eres esclavo, sino hijo. ¡Y si hijo, también heredero!»

El Espíritu Santo, veremos la próxima vez si Dios quiere, está listo para ayudarnos en esta empresa.

Cardenal Raniero Cantalamessa OFM Cap.

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©Traducido del original italiano por Pablo Cervera Barranco

1. JUAN PABLO II, Ecclesia de Eucharistia, 6.
2. G. BEVEGNATI, Vita e miracoli della Beata Margherita da Cortona, II, 6 (Vicenza 1978) 19s.).
3. Cf. A. MICHEL, «Reviviscence des sacrements»: en DTC XIII, 2 (París 1937) coll. 2618-2628.
4. Summa theologiae, II-II, q. 1, a. 2, ad 2.
5. GREGORIO MAGNO, Homilías sobre Ezequiel, I, 2,1.
6. LEÓN MAGNO, Sermón 1 sobre la Navidad, 3.
7. CIPRIANO, De unitate Ecclesiae, 6.
8. AGUSTÍN, Discursos, 69: PL 38,440 (lutea vasa sibi invicem angustias facientes).

Fuente:https://caminocatolico.com/1a-predicacion-de-adviento-del-cardenal-cantalamessa-3-12-2021-no-puede-tener-a-dios-como-padre-el-que-no-tiene-al-projimo-como-hermano/#

domingo, 21 de noviembre de 2021

CUANDO MÉXICO TUVO VOCACIÓN DE IMPERIO





Vino en el mes de noviembre, el éxodo de prominentes funcionarios y empresarios españoles, que no estaban de acuerdo con el nuevo gobierno novohispano, entre ellos se encontraba Miguel Bataller, quien se había desempeñado como auditor de guerra y era padrino de Iturbide.

<<Por su inexperiencia en política, pocos líderes mexicanos cayeron en la cuenta de que el gobierno imperial confrontaba muchos otros problemas delicados. >>[1] Sin embargo el general Pedro Celestino Negrete, de origen español, dirigió una carta a Iturbide el 3 de diciembre, en la cual expreso sus aprensiones sobre la sociedad mexicana.

Primordial era el interés de Iturbide hacia la agricultura, lo que le llevó a hacer una recomendación a la junta en febrero de 1822, para que se fundara una sociedad tendiente a promover el desarrollo económico del país.


Los vastos y abandonados territorios de las provincias internas de Oriente y Occidente


<<Pasaron meses antes de que la égida del nuevo imperio se extendiera por la parte norte del antiguo virreinato. El líder principal del movimiento insurgente en esa vasta región era el general Negrete, quien fue denominado comandante del Ejército de Reserva de las Tres Garantías. A instancias suya, en la ciudad de Chihuahua, el 26 de agosto de 1821, Alejo García Conde, comandante de las Provincias Internas del Poniente, prestó el juramento de apoyar la independencia de México. A principios del mes siguiente, Negrete capturó Durango, capital de dichas provincias. En una carta dirigida a Iturbide, el cabildo de dicha ciudad declaró que la independencia de las provincias del noroeste de México estaba así asegurada. Cuando las noticias de la independencia llegaron a los poblados de Texas, actuando como representantes del Imperio mexicano, agentes del cabildo de San Antonio Béxar hicieron tratados de paz con los jefes de los indios comanches. Después de que los reportes de los sucesos de Durango llegaron a Santa Fe, la capital de Nuevo México, el 6 de enero de 1822 el gobernador y el populacho celebraron la instauración de la independencia. Entre las cartas de felicitación que le llovieron a Iturbide se hallaba una de dicha capital que prometía fidelidad a la unión, a la independencia y al catolicismo romano.

Algunos habitantes de la Alta y la Baja california, sin embargo, estaban poco dispuestos a renunciar a su fidelidad a España. De ahí que el 8 de febrero de 1822 el presidente de la regencia ordenara que un destacamento del ejército fuera enviado a ocupar dicha región, para administrar el juramento de independencia y para desplegar la bandera del imperio. Antes de que los soldados imperiales comenzaran la expedición llegó un informe a la regencia de que un mensajero que llevaba despachos a los gobernadores de las californias había sido expulsado de una misión franciscana en dicha región, como si estuviera bajo interdicto.

Poco después Iturbide envió instrucciones escritas a Agustín Fernández de San Vicente, para que procediera a la Alta California a recabar información. Antes de que dicho comisario llegara ahí, sin embargo el gobernador Pablo Sola había convocado a eclesiásticos, oficiales militares y a los comandantes de los presidios de Santa Bárbara y San Francisco a una reunión en Monterrey el 9 de abril. La Asamblea decidió reconocer la autoridad de la junta que se había instaurado en la Ciudad de México. Declaró que la Alta California dependía del Imperio mexicano y que era independiente de cualquier otro estado extranjero. Dos días después los miembros de la asamblea, los soldados de la guarnición y la gente ahí avecindada prestaron juramento de obediencia al nuevo régimen. El secretario del presidio de Monterrey reportó que la ceremonia había concluido con música, y salvas de fusilería y cañones.

La revolución de Iturbide había afectado también las regiones yacentes al sur de la capital. El 8 de septiembre de 1821 una junta en el distrito de Chiapas que pertenecía a la capitanía general de Centroamérica, rindió juramento de apoyar al Plan de Iguala. Al ser informado por el gobernador de Tabasco de que su provincia había hecho lo mismo, el 15 de septiembre, bajo la dirección del gobernador de Yucatán, se llevó a cabo una reunión en Mérida a la que asistieron oficiales militares, el intendente y miembros del cabildo. Dicha junta anunció que la provincia de Yucatán era independiente de España y que este paso era demandado por la justicia, la necesidad y el deseo de los habitantes. Además declaró que el anuncio era hecho bajo el supuesto de que el sistema de independencia no fuera inconsistente con la libertad civil.

En realidad, debido en parte a la amplia aceptación del Plan de Iguala, parecía como si los líderes del nuevo imperio estuvieran siendo atraídos hacia una carrera de expansión más allá de las fronteras del antiguo Virreinato.>> [2]


El sueño de la independencia de la América Septentrional


<<Con respecto a las cinco provincias de América Central, Iturbide tomó la iniciativa: el 19 de octubre de 1821 envió una carta a Gabino Gaínza, capitán general de dicha región, expresándole la opinión de que Centroamérica no era capaz de gobernarse a sí misma, que podría convertirse en objeto de ambiciones extranjeras y que debía unirse a su país para formar un imperio, de acuerdo con el Plan de Iguala y el Tratado de Córdoba. Iturbide añadía que un gran ejército marcharía pronto con el fin de proteger a dicha capitanía general.

De hecho el movimiento mexicano de independencia ya había influenciado Centroamérica. Al escribirle a Iturbide desde Guatemala en noviembre de 1821, destacados ciudadanos declararon:

“La proclamación de independencia que Vuestra Excelencia hizo en Iguala no desalentó a las personas descontentas. El gobierno trató de incrementar la confianza en sí mismo, emitiendo una proclama que trataba con desdén a la persona de Vuestra Excelencia y esparciendo noticias que eran contrarias a los relatos que nos llegaban acerca de vuestros gloriosos logros. Este progreso regocijaba los corazones de aquellos que favorecían la independencia. Nuestros periódicos dieron la noticia en Centro América con tan felices resultados que para el 13 del mes siguiente, ni una sola gota de sangre se había derramado en apoyo a nuestra independencia. El 15 de septiembre los patriotas triunfaron”.

Una junta convocada por el capitán general se reunió ese día en el palacio de gobierno de la ciudad de Guatemala. Se declaró en favor de la independencia de España y de la convocatoria de un congreso Centroamericano, pero autorizó a Gaínza a permanecer a la cabeza del gobierno. En Comayagua capital de la provincia de Honduras, el 28 de septiembre una junta proclamó que dicha provincia era independiente de la Madre Patria. Durante el mismo mes se dio un paso similar en la capital de la provincia de Nicaragua. A principios de 1822, la provincia de El Salvador tomó acción que no sólo favorecía la independencia respecto de España, sino también la unión con el Imperio mexicano.

Dado que el conde de la cadena, a quien se había ordenado que marchara hacia Chiapas, no pudo proceder a desempeñar esa misión, el 27 de diciembre Iturbide ordenó al general Vicente Filisola que se hiciera cargo de una expedición militar concebida para proteger a aquellas provincias centroamericanas que hubieran actuado en favor de la independencia respecto de España. Iturbide escribió así a Gaínza el 28 de diciembre:

“Acabo de enterarme de que el partido republicano, activo en la ciudad de Guatemala, ha finalmente roto los diques de la moderación y la justicia. Este ha comenzado así las hostilidades contra aquéllos pueblos que, habiendo declarado su adhesión al Imperio Mexicano, no desean ser independientes si no es bajo el Plan que yo proclamé en Iguala y en armonía con el tratado que después negocié en Córdoba. Nunca creí que ese favor democrático conduciría a tan escandalosa revuelta en la que, contrariando los derechos humanos y sordos a la voz de la razón, se pondría atención únicamente a las tumultuosas demandas de la pasión hasta llegar a disolver los lazos de la sociedad y destruir el orden. Con mucho dolor he visto renovadas, en dos expediciones que han marchado sobre Gracias y Tegucigalpa, las trágicas escenas que inundaron la América española con sangre… Defraudaría mi confianza si, viendo estos acontecimientos con indiferencia, no pusiera los medios que están a mi alcance para proteger las provincias que, habiéndose separado del sistema adoptado en Tegucigalpa, han sido admitidas como parte integrante de este Imperio.” […]

Expresando la opinión del ejemplo de que el ejemplo de México debería tener influencia sobre el destino de otras posesiones españolas en América, dirigió su atención a las Indias occidentales.

“La isla de Cuba, en virtud de su ubicación interesante para el comercio europeo y del carácter de su población”, razonaba, está en grande peligro de convertirse en presa de la ambición marítima de los ingleses del hemisferio occidental o del occidental o de ser destrozada por luchas intestinas que en ninguna parte de América podrían ser más desastrosas o más fatales. México no puede permanecer indiferente ante ninguna de esas contingencias… Piensa que está obligado a ofrecer a los cubanos una íntima unión y una alianza para la defensa común.

Dándose cuenta así de la importancia de Cuba para los estados americanos, Iturbide se adelantó a las opiniones de importantes publicistas tanto del Nuevo Mundo como del Viejo.

Después de que varios cabildos de América Central habían votado en favor de la unión con México, Gaínza notificó a Iturbide que el 2 de enero una junta provisional había decidido que la capitanía general debía ser incluida en el nuevo imperio. Tres días después el capitán general emitió un manifiesto declarando que acababa de llevarse a cabo la anexión a México. […] Este logró debía ser festejado con una celebración que duraría tres días. […] Un mes después, la junta mexicana y el presidente de la regencia tomaron provisiones para que hubiera una representación de las provincias guatemaltecas en la inauguración del Congreso mexicano.

Eventualmente llegaron a la frontera norte informes sobre la transformación que había tenido lugar en México. El 6 de agosto de 1821, el general Gaspar López, comandante interino de las Provincias Internas del Oriente, envió una circular a los oficiales y cabildos dentro de su jurisdicción ordenándoles que hicieran que las tribus belicosas vecinas fueran informadas de los cambios pacíficos que habían tenido lugar en México. Diez días después, en Monterrey; Nuevo León, se firmó un tratado entre ese general y un jefe comanche, mediante el cual éste último reconocía solemnemente la independencia del imperio mexicano. Además, este jefe comanche prometía que no proporcionaría socorro a ningún individuo, corporación o poder extranjero que pudiera tener designios sobre el mismo imperio. >>[3]

Los impugnadores de la “leyenda negra” de España, afirman que si la Nueva España no se hubiera independizado, nunca hubiera perdido sus territorios; sin embargo correspondió al virrey Juan José Ruiz de Apodaca y Eliza, en enero de 1821, autorizar al empresario estadounidense Moisés Austin el establecimiento de 300 familias en Texas mediante el permiso del general Joaquín Arredondo, aunque no se observó que fueran católicos bajo el rito romano y que importarán esclavos. Su hijo Stephen Austin, sería protagónico en la independencia con Texas, conjuntamente con Antonio de Santa Anna.


El ejercicio del Patronato por parte de España ante la Iglesia Católica


Otro aspecto de diplomacia internacional sería la de “El Patronato Real” que era una concesión que hacía el Papado como máximo detentador del Poder espiritual, a monarcas profundamente cristianos, que detentaban el poder civil, para implicarles en el gobierno de sus iglesias, a cambio de la máxima difusión del Evangelio. El Papa les otorgaba el derecho de presentación que consistía en proponer los nombres de quienes ocuparían cargos en la jerarquía eclesiástica del lugar. A cambio el Rey o el príncipe deberían financiar las nuevas iglesias.

El Patronato Real en América se ejercía a través del Real y Supremo Consejo de Indias. Los virreyes actuaban como Vice-Patronos de la Iglesia. Atribución que proporcionaba la facultad de proveer a los curas, escogiéndolos de ternas que le pasaban los obispos y gobernadores de las mitras, eligiendo el candidato que les parecía más idóneo.

<<Entre los delicados problemas que confrontaba el gobierno nacional estaba la política que seguiría hacia la Iglesia católica romana. Las cláusulas del Plan de Iguala y del Tratado de Córdoba que aseguraban a la iglesia el disfrute de los privilegios que le habían sido concedidos a través del tiempo, fueron vistas con agrado por devotos seglares y por dignatarios eclesiásticos. En ciertas regiones los eclesiásticos habían no sólo permitido a los oficiales militares cobrar los diezmos, sino que también habían contribuido al sostenimiento del ejército revolucionario. El 19 de octubre de 1821, el arzobispo Fonte aconsejó al clero de su diócesis obedecer a las autoridades civiles del imperio[4]. Un mes después, la regencia decidió que se permitiera a las casas de religiosos continuar con la iniciación de novicios. […]

Las vacantes que se habían ido dando de tiempo en tiempo en la jerarquía eclesiástica durante la revolución habían implicado problemas con el Patronato Real. Ya que los nombramientos para cubrir las vacantes eclesiásticas acostumbradamente hechos por el rey español fueron seriamente interrumpidos o totalmente evitados por la prolongada insurrección, y como posiciones catedralicias y otros cargos eclesiásticos habían entretanto quedado vacantes, el gobierno imperial estaba dispuesto a llenar dichas vacantes. En octubre de 1821, Iturbide suscitó la cuestión del ejercicio del derecho a nombrar candidatos a las posiciones eclesiásticas por parte del gobierno imperial. Pidió al Arzobispo de México que expresara su opinión respecto al método mediante el cual se tomarían las provisiones a cargos catedralicios, hasta que se llagará a un acuerdo con la santa Sede respecto a ese patronato. Durante el mes siguiente, en vista de los méritos de un cura llamado José Guridi y Alcocer, quien había apoyado la causa de la independencia, la regencia considero adecuado aprobar su nombramiento hecho por Fernando VII para el cargo de canónigo de la catedral metropolitana.

El 24 de noviembre de 1821, después de conferenciar con representantes de los obispos mexicanos que se habían reunido en la capital, el arzobispo Fonte expreso la opinión de que como el Imperio mexicano había declarado su independencia, el derecho de España para designar candidatos a los cargos catedralicios en el anterior virreinato había terminado. Declaro que sus consejeros habían sostenido que este derecho había sido concedido por el papado a los monarcas de Castila y de León y que, por lo tanto, si el nuevo gobierno de México deseaba ejercer este privilegio debería obtener del papado una concesión idéntica. Los clérigos consejeros del obispo habían razonado que, mientras tanto, de acuerdo con el derecho canónico, la facultad de hacer nombramientos eclesiásticos en cada diócesis pertenecía no al gobierno imperial, sino al obispo respectivo. En vista de esto, la regencia invitó a la jerarquía eclesiástica a elegir a las personas adecuadas para discutir las escabrosas cuestiones del patronato eclesiástico, hasta que “las circunstancias permitieran al establecimiento de relaciones con la Santa Sede”. El arzobispo Fonte pidió entonces a los administradores diocesanos que eligieran a los clérigos que los representarían en una conferencia. El 11 de marzo de 1822, un consejo de eclesiásticos decidió formalmente que ya que la independencia del Imperio mexicano se había jurado, el ejercicio del derecho de hacer nombramientos para las vacantes en las iglesias mexicanas que había sido concedido por el Vaticano a los monarcas de España, había cesado.

Mientras tanto, el presidente de la regencia se había de hecho abocado a designar eclesiásticos para las capellanías militares vacantes, una especie de función distinta a la delos nombramientos de la vida civil.[5]

Jorge Pérez Uribe


[1] Spence Robertson William, Iturbide de México, México, FCE, 2012, pág.
[2] Spence, op. cit. págs. 215-217
[3] Spence, op. cit. págs. 218-222
[4] Pedro José Fonte y Hernández Miravete, nacido en Linares de Aragón, ostentó el cargo de arzobispo de México desde 1815 hasta su renuncia, en 1837. Fue el último Arzobispo español de México, opuesto al proceso de Independencia.
[5] Spence, op. cit. págs. 222-225

miércoles, 27 de octubre de 2021

LA JUNTA PROVISIONAL GUBERNATIVA DEL IMPERIO EMPIEZA A FUNCIONAR (OCTUBRE DE 1821)

 




Se adjudicará a incondicionales de Iturbide como el sargento Pío Marcha su proclamación como emperador, pero esta era una inquietud que tenían también las gentes comunes y corrientes y las gentes pensantes y así ante <<Un temor de que la anarquía pronto afligiera al país indujo a Fernández de Lizardi, el 29 de septiembre, a dirigir al presidente de la regencia un panfleto en el cual argüía que dicho funcionario debería ser aclamado como jefe supremo. “El ejército y el pueblo desean que vos lleguéis a ser emperador”, decía el panfletista. “Sé bien que Don Fernando VII no puede venir a México, pues tendría que abdicar al trono de España a favor de uno de los infantes… no creo que la elevación de vuestra Excelencia al trono mexicano provocaría los celos de los comandantes del ejército imperial.”[1]

La comunicación para Iturbide era importante y así dispuso que una vez que los soldados victoriosos fueran acuartelados en la capital, se publicará la gaceta oficial. El primer número de este periódico apareció el 2 de octubre de 1821, en el segundo número se hizo la declaración de que sería publicada regularmente por la prensa imperial los martes, jueves y sábados.

La regencia decidió el 4 de octubre que se establecieran cuatro departamentos ejecutivos: la Tesorería, Guerra y Marina, Relaciones Interiores y Exteriores y Justicia y Asuntos Eclesiásticos. Un antiguo agente fiscal llamado Rafael Pérez Maldonado fue pronto nombrado secretario del Tesoro; Antonio de Medina quien tenía algunos conocimientos sobre asuntos navales, fue designado secretario de Guerra y Marina; quien fuera en una época secretario de Iturbide, José Domínguez, fue colocado a la cabeza del Departamento de Justicia y Asuntos Eclesiásticos y José Manuel de Herrera llegó a ser secretario de Relaciones.

<<Declarando que toda autoridad emanaba ahora del imperio, el 5 de octubre la junta decretó que los funcionarios del gobierno que estuvieran en ejercicio de la autoridad de acuerdo con el Plan de Iguala y los Tratados de Córdoba, quedaban confirmados en sus puestos.

El 10 de octubre O’Donojú fue enterrado en la capilla de los reyes de la catedral metropolitana. Vicente Guerrero confesó “que las palabras eran inadecuadas para expresar su tristeza por la muerte de un hombre que había dado tan inequívoca prueba de su amor por México”[2]. Fernández de Lizardi lamentó la muerte de “un valiente general, sabio publicista y, sobretodo, un hombre estimable que era nuestro amigo”[3]. <<Como símbolo de aprecio, la Junta otorgó a la viuda de O’Donojú una pensión de 12,000 pesos al año, por tanto tiempo como permaneciera en México […] Como O’Donojú fue proscrito por el gobierno de Madrid, su viuda permaneció en México, donde murió muchos años más tarde, víctima del abandono y la pobreza. >>[4]

A instancias de su presidente, el 12 de octubre la regencia decretó que ciertos oficiales que habían desempeñado papeles influyentes en la lucha por la independencia, fueran reconocidos significativamente. Entre otras promociones que consecuentemente fueron hechas, Pedro negrete fue nombrado teniente general; Anastasio Bustamante, Luis Quintanar y Vicente Guerrero recibieron cada uno el título de mariscal. Además Guerrero fue designado capitán general del Distrito del Sur. El mismo día la junta dispuso que se otorgara al comandante en jefe de las fuerzas de tierra y mar un salario de 120,000 pesos por año comenzando el 24 de febrero de 1821. En una extensa carta a la regencia, sin embargo, Iturbide declaró de inmediato que sus sacrificios por la libertad de México habían sido ampliamente recompensados por el feliz término de la campaña por la liberación. Rehusó el estipendio que se le concedía por el período comprendido entre el 24 de febrero y el 29 de septiembre de 1821, en el que no había desempeñado cargo alguno conferido por el gobierno mexicano. Deseaba que esta suma, que ascendía a 71,000 pesos, fuera usada en beneficio del ejército.


Los símbolos fundacionales de nuestra nacionalidad mexicana.

 


La Junta pronto ordenó que todos los habitantes del Imperio prestaran el juramento de apoyar su independencia. Típica tal vez de un sentimiento nacionalista creciente fue la acuñación en la capital de una medalla conmemorativa de la última declaración de Independencia. La medalla llevaba por un lado una inscripción con la fecha 27 de octubre de 1821 en que la independencia sería solemnemente proclamada en la Ciudad de México. En la otra cara, inspirada por una leyenda azteca, se representaba a un águila coronada devorando una serpiente sobre un nopal que crecía sobre una roca dentro de un lago. En un desplegado emitido a principios de 1822, la regencia anunciaba que esta divisa, con omisión de la serpiente, remplazaría al escudo de armas español a través del imperio. Tal vez en anticipo a la adopción de una forma monárquica de gobierno, la autoridad legislativa estipulaba que el águila debería llevar una “corona imperial”. Más aún, la junta decidió que tanto la bandera nacional, como el estandarte militar deberían ser perpetuamente tricolores y llevar en secciones verticales los colores verde, blanco y rojo, mismo que de acuerdo con la tradición, habían sido utilizados en el estandarte del ejército patriota. En la sección blanca sería estampada un águila coronada.” […]


La gran fiesta nacional por la Independencia


<<Aunque muchos pueblos y ciudades habían proclamado su intención de apoyar al nuevo gobierno y aunque la junta y la regencia habían sido instaladas en la Ciudad de México, tuvo lugar una demora antes de que los dignatarios imperiales rindieran el juramento de mantener la independencia. De acuerdo con una decisión de la junta y la regencia, el 13 de octubre, Gutiérrez del Mazo, jefe político de la capital, ordenó que se hiciera la preparación para la solemne proclamación de la independencia ahí. Iturbide designó una comisión para censurar las piezas teatrales propuestas para dicha ocasión. El 27 de octubre, los edificios públicos y las residencias particulares fueron brillantemente decorados. Miembros del cabildo y de ciertas corporaciones juraron apoyar el Plan de Iguala y el Tratado de Córdoba. Sonaron las campanas en las torres de la catedral. Se publicó un manifiesto anunciando que se había otorgado una amnistía general. Alrededor de la voluminosa estatua de Carlos IV en la Plaza de Armas, se exhibieron estatuas alegóricas. Entre ellas estaba un águila sobre un nopal, representación que simbolizaba la libertad de la nación. Otra figura representaba un trono cerca del cual se mostraba un cetro y una corona imperial. Una de las rúbricas junto al pedestal del trono era la siguiente: “Al solio augusto asciende,/ Que ya de nadie tu corona pende”.

Por adaptación de una práctica colonial, durante la tarde se llevó a cabo el paseo del pendón imperial, procesión que paso a través de las calles importantes de la capital llevando en alto el estandarte imperial. Cuando el desfile regresó a la plaza central, el primer alcalde anunció en voz alta que la ciudad había jurado apoyar la independencia del imperio mexicano, de acuerdo con las bases proclamadas en Iguala y Córdoba. El espíritu nacional fue estimulado al llegar noticias a la ciudad capital de que el 27 de octubre el puerto de Veracruz había caído en manos de los patriotas. El mismo día se expidió un edicto de la regencia que anunciaba que el escritor que atacara alguna de las Tres Garantías sería considerado culpable de lesa nación.

A mediados de noviembre, Iturbide se convenció de que el Plan de Iguala estaba siendo aceptado a través de todo México. En una carta privada a un amigo llamado José Trespalacios expreso los siguientes sentimientos: “Es mi deber asegurar que todas aquellas persona que están trabajando por la libertad del país se den cuenta de que afortunadamente nuestra independencia de España ha sido irrevocablemente declarada y de que nunca más estaremos de acuerdo en ser tratados como colonizados”.>>[5]

Jorge Pérez Uribe


[1] El Pensador Mexicano al Excmo. Señor general del ejército imperial americano D. Agustín de Iturbide, pp. 4-6

[2] Carta de Guerrero del 9 de octubre en el Noticioso General, 12 de octubre de 1821, p.4

[3] Pésame que el Pensador Mexicano da al excelentísimo Señor generalísimo de las armas de América, Don Agustín de Iturbide, pp. 6-7

[4] Spence Robertson William, Iturbide de México, México, FCE, 2012, pág. 206

[5] Spence, op. cit. págs. 210-212


miércoles, 13 de octubre de 2021

REFORMA ELÉCTRICA DE AMLO "ES TÓXICA" PARA LAS FAMILIAS MEXICANAS: COPARMEX


Foto: Hugo Cruz

Por Juan Carlos Cruz Vargas | lunes, 11 de octubre de 2021

CIUDAD DE MÉXICO (apro).— La Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex) advirtió que a la Comisión Federal de Electricidad (CFE) le urge una reestructura financiera y no convertirse en un monopolio como lo plantea la reforma eléctrica impulsada por el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, además de calificarla como "tóxica" para las familias mexicanas.

Mediante un comunicado, el organismo encabezado por José Medina Mora señaló:

“La solución al problema de CFE es apostarle a mejorar su productividad y eficiencia. Hoy su problema recae en la generación de electricidad, ahí reporta constantemente pérdidas que tienen que ser compensadas por otras áreas del negocio y por los subsidios del gobierno federal. Esta iniciativa en nada atiende el problema de raíz sino que lo profundizará, debilitará a la CFE”.

De acuerdo con el organismo patronal, la CFE ha tenido utilidades en los últimos años, con excepción del 2020, cuando el pasivo laboral se incrementó en 3.4 veces por la decisión de regresar la edad de jubilación de 60 a 55 años.

Además, se generaron pérdidas por 86 mil millones de pesos, a pesar de un contexto de bajos costos de los insumos para generar electricidad.

La Coparmex de plano calificó como “tóxica” para las familias mexicanas a dicha reforma, además de atentar contra la inversión, las finanzas públicas y los tratados internacionales.

De entrada, explicó que la CFE no es eficiente en la generación de electricidad, ni lo será si se le entrega por ley toda la responsabilidad. “Esto implicaría mayores precios de la electricidad, insumo básico para las industrias, los negocios, las oficinas y para los hogares (sobre todo ahora que muchas personas trabajan a distancia)”.

Solo podrán esperarse dos resultados derivados de la reforma:

Más subsidios para evitar que el precio que las personas vean en su recibo aumente. Estos son recursos públicos que en lugar de utilizarse para comprar medicamentos, dar mantenimiento a las escuelas o adquirir patrullas, se irá para cubrir la ineficiencia de CFE.

Aumento de costos de electricidad para las empresas, lo que provocará que los bienes y servicios suban de precio, entonces el golpe también lo recibirán las familias de forma indirecta.

De hecho, el organismo patronal aseguró que la CFE ya recibe una partida millonaria del Presupuesto de Egresos de la Federación para el subsidio de tarifas eléctricas de suministro básico.

Para 2022, se tienen presupuestados 73 mil millones de pesos para este rubro, casi lo equivalente al presupuesto destinado a becas para todos los niveles educativos (88%) o al Fondo de Aportaciones para la Infraestructura Social para todas las entidades (78%).

Aún más

Alertó que este subsidio ha crecido de forma alarmante desde que se otorgó de forma inicial en 2016; a 5 años de distancia casi se ha duplicado en tamaño con un crecimiento del 92% en términos reales. Es decir, CFE se ha convertido en un barril sin fondo.

Por otra parte, la CFE no tiene capacidad instalada limpia para aumentar la participación de las energías renovables en la medida que el país lo requiere.

Además, agregó la Coparmex, es menos eficiente que los privados en la producción de energías limpias. Según datos de la CRE, el costo unitario promedio de 2021 de las tecnologías de generación de energía como la eólica, solar y geotérmica de las empresas privadas son 40.2%, 57% y 57.2% menor respectivamente que las plantas con las mismas tecnologías dependientes de la CFE.

De acuerdo con la confederación, en noviembre se llevará a cabo la Cumbre COP26, donde los países se reunirán para combatir el cambio climático e ir más allá del Acuerdo de París donde “México llegará vergonzosamente con una propuesta de los años 70 que apuesta por quemar carbón y combustóleo, y sin cumplir los compromisos del acuerdo”.

Fuente:https://www.proceso.com.mx/nacional/2021/10/11/reforma-electrica-de-amlo-es-toxica-para-las-familias-mexicanas-coparmex-273649.html

domingo, 26 de septiembre de 2021

LA CONSUMACIÓN DE LA INDEPENDENCIA: 27 Y 28 DE SEPTIEMBRE DE 1821







La entrada triunfal del Ejército Trigarante a la Ciudad de México


<<Desde Tacubaya, el 25 de septiembre, Melchor Álvarez, la cabeza del Estado Mayor. Dio órdenes para la entrada en la Ciudad de México de los soldados victoriosos, los cuales sumaban alrededor e 15,000. El día señalado, 27 de septiembre, era el trigésimo octavo cumpleaños de Iturbide. Álvarez 0rdenó que la división del ejército que se encontraba bajo las órdenes del general Anastasio Bustamante encabezara la vanguardia, mientras las tropas de Filisola deberían dejar los cuarteles en la capital para unirse a la procesión. Los miembros del Estado mayor militar deberían montar al lado de Iturbide, quien había ordenado que no obstante la falta de uniformes, los jubilosos soldados entraran a la ciudad en el mejor orden posible. Deberían tratar a los habitantes con la debida consideración, “dando así prueba de su disciplina, subordinación y buena conducta”. Una advertencia hecha por orden del generalísimo expresaba la esperanza de que la gente mantuviera el mismo orden que se había observado en todas las otras ciudades que habían sido ocupadas por el ejército de liberación.

La procesión empezó a entrar en la ciudad como a las 10 de la mañana. A la cabeza iba el Primer Jefe, quien era seguido por sus ayudantes, su Estado Mayor y su comitiva. Al llega al arco triunfal que había sido erigido cerca del convento franciscano, desmontó para recibir los saludos de los más destacados magistrados municipales. El alcalde mayor José Ormaechea, le presentó unas llaves de oro sobre una charola de plata. Como símbolo de la libertad de la ciudad. Con unas breves palabras, Iturbide regresó las llaves y montó nuevamente su caballo. […]

Iturbide encontró a O’Donojú esperándolo. Desde el balcón principal del palacio de los virreyes, con el español a su lado, el héroe de la independencia entonces pasó revista al más grande ejército que se hubiera visto alguna vez en la Ciudad de México. […]

Acompañado de su comitiva, Iturbide entró a la espaciosa catedral. Ataviado con vestiduras pontificales, el arzobispo Fonte lo escoltó hacia el altar, Iturbide tomó el asiento ordinariamente reservado para el virrey, Mientras los músicos interpretaban un Te Deum, él dio las gracias a Dios Todopoderoso por haber favorecido a los partidarios de la independencia. El cabildo sirvió después un banquete en el Palacio en honor de Iturbide, de sus principales oficiales y de otros personajes. Uno de los regidores declamó una oda que contenía estas líneas: “¡Vivan por don celestial clemencia, la Religión la Unión, la Independencia!”>>[1]

En un manifiesto que emitió al pueblo de México, Iturbide afirmo que desde que él había proclamado la independencia mexicana en Iguala, los mexicanos habían pasado de la esclavitud a la libertad, que había llegado a la capital de un imperio opulento sin dejar tras él “sí arroyos de sangre, ni campos talados, ni viudas desconsoladas, ni desgraciados hijos…” Entonces fue cuando agregó la siguiente exhortación: “Ya sabéis el modo de ser libres; á vosotros toca señalar el de ser felices… Yo os exhorto a que olvidéis las palabras alarmantes y de exterminio, y sólo pronunciéis unión y amistad íntima… y si mis trabajos, tan debidos a la Patria, los suponéis dignos de recompensa, concededme sólo vuestra sumisión á las leyes, dejad que vuelva al seno de mi amada familia, y de tiempo en tiempo haced una memoria de vuestro amigo Iturbide”. En agudo contraste con esta obsequiosa profesión de humildad, estaba la opinión expresada por uno de sus críticos en el sentido de que sólo circunstancias imprevistas habían frustrado un plan para proclamarlo emperador de México al tiempo de su entrada triunfal en la capital.>>[2] Éste comentario fue de Vicente Rocafuerte, expresidente de Ecuador –quien recibió dinero de Estados Unidos, en especial de la masonería yorkina de Filadelfia, para evitar el reconocimiento del imperio–. Para más Rocafuerte no estuvo en México en septiembre de 1821, sino en Nueva York.


La firma del Acta de Independencia



Muy temprano ese 28 de septiembre, los personajes que habían sido seleccionados por Iturbide para integrar la junta especificada en el Plan de Iguala, se reunieron en el Palacio Virreinal. Aquellos 38 hombres, dijo Alamán, “incluían a las personas más notables de la capital en virtud de su nacimiento, de los puestos que ocupaban y de la reputación de que gozaban”. Entre los miembros estaban Iturbide, el capitán general O’Donojú, el obispo de Puebla Antonio Pérez (diputado a las Cortes de Cádiz en 1812 y orador de la sesión inaugural), el Lic. Juan Francisco de Azcárate, regidor del Ayuntamiento de México en 1808, encarcelado por su apoyo a la organización de una junta de gobierno en Nueva España conjuntamente con fray Melchor de Talamantes, Jacobo de Villaurrutia, Francisco Primo de Verdad y Ramos y el virrey Iturrigaray.



<<El nuevo primer magistrado pronto demostró cualidades de liderazgo político. Declarando que el día de la libertad y la gloria de su tierra nativa acababa de amanecer, en un discurso a la junta, se propuso delinear las funciones de ésta dentro del nebuloso Estado: Nombrar una Regencia que se encargue del poder ejecutivo, acordar el modo con que ha de convocarse el cuerpo de diputados que dicten las leyes constitutivas del Imperio y ejercer la potestad legislativa mientras se instala el Congreso Nacional… Acaso el tiempo que
permanezcáis al frente de los negocios no os permitirá mover todos los resortes de la prosperidad del Estado, pero nada omitiréis para conservar el orden, fomentar el espíritu público, extinguir los abusos de la arbitrariedad, borrar las rutinas tortuosas del despotismo, y demostrar prácticamente las indecibles ventajas de un gobierno que se circunscribe en la actividad, a la esfera de lo justo.>>


Integración de la Junta Provisional Gubernativa


Nuevamente fue Vicente Rocafuerte, quien a pesar de no haber estado en el mes de septiembre en México, escribió: <<Esta junta se componía de sus más adictos aduladores, de los hombres más ineptos, o más corrompidos, más ignorantes o más serviles; en fin, y de la gente más odiada o desconceptuada de México…>>[3].

Ahora veamos que criterio siguió Iturbide al seleccionar miembros de las ramas que generaban la riqueza, así como eclesiásticos relevantes y sobre todo letrados (abogados); de esta manera la composición fue:

· 7 militares (dos españoles)
· 7 eclesiásticos (dos españoles, un criollo rector de la universidad)
· 5 terratenientes
· 2 mineros
· 3 comerciantes (uno español)
·14 abogados (un venezolano y un argentino ambos con experiencia en la Real Audiencia y otros con experiencia como abogados de la Audiencia o regidores de ayuntamiento).

De estos, 8 eran miembros de la sociedad secreta de “Los Guadalupes”, creada a raíz de la represión del movimiento autonomista de 1808 y que estuvo en estrecho contacto con el movimiento insurgente, sobre todo después de Hidalgo, proporcionándoles, hombres, armamento e imprenta.

<<Durante la tarde del mismo día la junta se reunió de nuevo para escoger a las personas que fungirían como regentes. En lugar de seleccionar a tres de sus miembros como lo especificaba el Tratado de Córdoba, decidió designar cinco. Además de los dos personajes que habían firmado aquella convención nombró como regentes al cura filósofo Manuel de la Bárcena, a Isidro Yáñez, quien fuera miembro de la Audiencia de México y a Manuel Velázquez de León, en algún tiempo secretario del Virreinato. Como Iturbide fue designado presidente de la regencia, la junta seleccionó al obispo de Puebla para sucederle como su presidente. La junta nombró también a Iturbide comandante el jefe militar y naval del nuevo Estado.

Durante su segunda sesión, la junta estructuró las reglas que definían sus funciones. Declaró que, hasta que se reuniera un congreso, la junta sería la autoridad legislativa, como lo establecía la constitución española, en la medida en que dicha ley orgánica no contraviniera el Tratado de Córdoba. La autoridad legislativa debería ser ejercitada de acuerdo con lo previsto en el Tratado. La autoridad ejecutiva sería función de la regencia. Un diario manuscrito, que registró los procedimientos de la regencia, muestra que ésta generalmente aprobó las nominaciones para cargos públicos que le fueron sometidas por su presidente, así como las designaciones que el mismo había hecho durante la campaña de liberación. […]

De inmediato Iturbide tomó el timón del barco del Estado. Actuando como miembro de la junta, el 28 de septiembre dirigió una carta a O’Donojú. “Un miembro de la Suprema Junta Gubernativa del Imperio Mexicano”, no sólo para notificarle que se había establecido un gobierno independiente en concordancia con el Plan de Iguala, sino también para decirle que los lazos que habían unido al reino de la Nueva España con la nación española habías sido desatados. Además, el presidente de la regencia declaraba que en virtud de esta acción, las funciones del capitán general y jefe político superior de Nueva España habían cesado. Iturbide añadía que ya que O’Donojú había demostrado “moderación, justicia, integridad, exactitud y amor hacia la humanidad”, su memoria sería honrada por todo México. Sonetos impresos en la Ciudad de Puebla elogiaban los logros de los signatarios del Tratado de Córdoba. La soberanía que España había ejercido sobre el Virreinato mexicano llegó así virtualmente a su fin el 28 de septiembre de 1821.

Poco después de llegar a la capital, el último capitán general de Nueva España cayó enfermo. Aunque su nombre aparece junto al del obispo de Puebla, entre los signatarios del Acta de Independencia, sin embargo, […] su firma no aparecía realmente al lado de las firmas de Iturbide y Pérez al pie del acta original. Declarando que era de la mayor importancia preservar la vida de O’Donojú, con quien él había hecho una amistad íntima, el 1° de octubre Iturbide ordenó al cuerpo oficial de los médicos del Virreinato que hiciera un cuidadoso diagnóstico del caso y recomendara medidas curativas. No obstante, siete días después, el paciente español murió. […] Alamán asentó que la enfermedad era pleuresía.>>[4]

Jorge Pérez Uribe


Bibliografía:
  • Revista Relatos e historias de México, Los firmantes, Los padres de la patria que no fueron, México, año 9, N° 102
  • Rocafuerte, Vicente, Bosquejo ligerísimo de la revolución de Mégico desde el grito de Iguala hasta la proclamación imperial de Iturbide. Por un verdadero Americano, Filadefia, 1822
  • Spence Robertson William, Iturbide de México, México, FCE, 2012
Notas:
[1] Spence Robertson William, Iturbide de México, México, FCE, 2012, págs. 198-200
[2] Vicente Rocafuerte, Bosquejo ligerísimo de la revolución de Mégico, págs.113-115
[3] Rocafuerte,, págs.111-112
[4] Spence, op. cit, págs. 203-205