La entrada triunfal del Ejército Trigarante a la Ciudad de México
<<Desde Tacubaya, el 25 de septiembre, Melchor Álvarez, la cabeza del Estado Mayor. Dio órdenes para la entrada en la Ciudad de México de los soldados victoriosos, los cuales sumaban alrededor e 15,000. El día señalado, 27 de septiembre, era el trigésimo octavo cumpleaños de Iturbide. Álvarez 0rdenó que la división del ejército que se encontraba bajo las órdenes del general Anastasio Bustamante encabezara la vanguardia, mientras las tropas de Filisola deberían dejar los cuarteles en la capital para unirse a la procesión. Los miembros del Estado mayor militar deberían montar al lado de Iturbide, quien había ordenado que no obstante la falta de uniformes, los jubilosos soldados entraran a la ciudad en el mejor orden posible. Deberían tratar a los habitantes con la debida consideración, “dando así prueba de su disciplina, subordinación y buena conducta”. Una advertencia hecha por orden del generalísimo expresaba la esperanza de que la gente mantuviera el mismo orden que se había observado en todas las otras ciudades que habían sido ocupadas por el ejército de liberación.
La procesión empezó a entrar en la ciudad como a las 10 de la mañana. A la cabeza iba el Primer Jefe, quien era seguido por sus ayudantes, su Estado Mayor y su comitiva. Al llega al arco triunfal que había sido erigido cerca del convento franciscano, desmontó para recibir los saludos de los más destacados magistrados municipales. El alcalde mayor José Ormaechea, le presentó unas llaves de oro sobre una charola de plata. Como símbolo de la libertad de la ciudad. Con unas breves palabras, Iturbide regresó las llaves y montó nuevamente su caballo. […]
Iturbide encontró a O’Donojú esperándolo. Desde el balcón principal del palacio de los virreyes, con el español a su lado, el héroe de la independencia entonces pasó revista al más grande ejército que se hubiera visto alguna vez en la Ciudad de México. […]
Acompañado de su comitiva, Iturbide entró a la espaciosa catedral. Ataviado con vestiduras pontificales, el arzobispo Fonte lo escoltó hacia el altar, Iturbide tomó el asiento ordinariamente reservado para el virrey, Mientras los músicos interpretaban un Te Deum, él dio las gracias a Dios Todopoderoso por haber favorecido a los partidarios de la independencia. El cabildo sirvió después un banquete en el Palacio en honor de Iturbide, de sus principales oficiales y de otros personajes. Uno de los regidores declamó una oda que contenía estas líneas: “¡Vivan por don celestial clemencia, la Religión la Unión, la Independencia!”>>[1]
En un manifiesto que emitió al pueblo de México, Iturbide afirmo que desde que él había proclamado la independencia mexicana en Iguala, los mexicanos habían pasado de la esclavitud a la libertad, que había llegado a la capital de un imperio opulento sin dejar tras él “sí arroyos de sangre, ni campos talados, ni viudas desconsoladas, ni desgraciados hijos…” Entonces fue cuando agregó la siguiente exhortación: “Ya sabéis el modo de ser libres; á vosotros toca señalar el de ser felices… Yo os exhorto a que olvidéis las palabras alarmantes y de exterminio, y sólo pronunciéis unión y amistad íntima… y si mis trabajos, tan debidos a la Patria, los suponéis dignos de recompensa, concededme sólo vuestra sumisión á las leyes, dejad que vuelva al seno de mi amada familia, y de tiempo en tiempo haced una memoria de vuestro amigo Iturbide”. En agudo contraste con esta obsequiosa profesión de humildad, estaba la opinión expresada por uno de sus críticos en el sentido de que sólo circunstancias imprevistas habían frustrado un plan para proclamarlo emperador de México al tiempo de su entrada triunfal en la capital.>>[2] Éste comentario fue de Vicente Rocafuerte, expresidente de Ecuador –quien recibió dinero de Estados Unidos, en especial de la masonería yorkina de Filadelfia, para evitar el reconocimiento del imperio–. Para más Rocafuerte no estuvo en México en septiembre de 1821, sino en Nueva York.
La firma del Acta de Independencia
Muy temprano ese 28 de septiembre, los personajes que habían sido seleccionados por Iturbide para integrar la junta especificada en el Plan de Iguala, se reunieron en el Palacio Virreinal. Aquellos 38 hombres, dijo Alamán, “incluían a las personas más notables de la capital en virtud de su nacimiento, de los puestos que ocupaban y de la reputación de que gozaban”. Entre los miembros estaban Iturbide, el capitán general O’Donojú, el obispo de Puebla Antonio Pérez (diputado a las Cortes de Cádiz en 1812 y orador de la sesión inaugural), el Lic. Juan Francisco de Azcárate, regidor del Ayuntamiento de México en 1808, encarcelado por su apoyo a la organización de una junta de gobierno en Nueva España conjuntamente con fray Melchor de Talamantes, Jacobo de Villaurrutia, Francisco Primo de Verdad y Ramos y el virrey Iturrigaray.
Integración de la Junta Provisional Gubernativa
Nuevamente fue Vicente Rocafuerte, quien a pesar de no haber estado en el mes de septiembre en México, escribió: <<Esta junta se componía de sus más adictos aduladores, de los hombres más ineptos, o más corrompidos, más ignorantes o más serviles; en fin, y de la gente más odiada o desconceptuada de México…>>[3].
Ahora veamos que criterio siguió Iturbide al seleccionar miembros de las ramas que generaban la riqueza, así como eclesiásticos relevantes y sobre todo letrados (abogados); de esta manera la composición fue:
· 7 militares (dos españoles)
· 7 eclesiásticos (dos españoles, un criollo rector de la universidad)
· 5 terratenientes
· 2 mineros
· 3 comerciantes (uno español)
·14 abogados (un venezolano y un argentino ambos con experiencia en la Real Audiencia y otros con experiencia como abogados de la Audiencia o regidores de ayuntamiento).
De estos, 8 eran miembros de la sociedad secreta de “Los Guadalupes”, creada a raíz de la represión del movimiento autonomista de 1808 y que estuvo en estrecho contacto con el movimiento insurgente, sobre todo después de Hidalgo, proporcionándoles, hombres, armamento e imprenta.
<<Durante la tarde del mismo día la junta se reunió de nuevo para escoger a las personas que fungirían como regentes. En lugar de seleccionar a tres de sus miembros como lo especificaba el Tratado de Córdoba, decidió designar cinco. Además de los dos personajes que habían firmado aquella convención nombró como regentes al cura filósofo Manuel de la Bárcena, a Isidro Yáñez, quien fuera miembro de la Audiencia de México y a Manuel Velázquez de León, en algún tiempo secretario del Virreinato. Como Iturbide fue designado presidente de la regencia, la junta seleccionó al obispo de Puebla para sucederle como su presidente. La junta nombró también a Iturbide comandante el jefe militar y naval del nuevo Estado.
Durante su segunda sesión, la junta estructuró las reglas que definían sus funciones. Declaró que, hasta que se reuniera un congreso, la junta sería la autoridad legislativa, como lo establecía la constitución española, en la medida en que dicha ley orgánica no contraviniera el Tratado de Córdoba. La autoridad legislativa debería ser ejercitada de acuerdo con lo previsto en el Tratado. La autoridad ejecutiva sería función de la regencia. Un diario manuscrito, que registró los procedimientos de la regencia, muestra que ésta generalmente aprobó las nominaciones para cargos públicos que le fueron sometidas por su presidente, así como las designaciones que el mismo había hecho durante la campaña de liberación. […]
De inmediato Iturbide tomó el timón del barco del Estado. Actuando como miembro de la junta, el 28 de septiembre dirigió una carta a O’Donojú. “Un miembro de la Suprema Junta Gubernativa del Imperio Mexicano”, no sólo para notificarle que se había establecido un gobierno independiente en concordancia con el Plan de Iguala, sino también para decirle que los lazos que habían unido al reino de la Nueva España con la nación española habías sido desatados. Además, el presidente de la regencia declaraba que en virtud de esta acción, las funciones del capitán general y jefe político superior de Nueva España habían cesado. Iturbide añadía que ya que O’Donojú había demostrado “moderación, justicia, integridad, exactitud y amor hacia la humanidad”, su memoria sería honrada por todo México. Sonetos impresos en la Ciudad de Puebla elogiaban los logros de los signatarios del Tratado de Córdoba. La soberanía que España había ejercido sobre el Virreinato mexicano llegó así virtualmente a su fin el 28 de septiembre de 1821.
Poco después de llegar a la capital, el último capitán general de Nueva España cayó enfermo. Aunque su nombre aparece junto al del obispo de Puebla, entre los signatarios del Acta de Independencia, sin embargo, […] su firma no aparecía realmente al lado de las firmas de Iturbide y Pérez al pie del acta original. Declarando que era de la mayor importancia preservar la vida de O’Donojú, con quien él había hecho una amistad íntima, el 1° de octubre Iturbide ordenó al cuerpo oficial de los médicos del Virreinato que hiciera un cuidadoso diagnóstico del caso y recomendara medidas curativas. No obstante, siete días después, el paciente español murió. […] Alamán asentó que la enfermedad era pleuresía.>>[4]
Jorge Pérez Uribe
Bibliografía:
- Revista Relatos e historias de México, Los firmantes, Los padres de la patria que no fueron, México, año 9, N° 102
- Rocafuerte, Vicente, Bosquejo ligerísimo de la revolución de Mégico desde el grito de Iguala hasta la proclamación imperial de Iturbide. Por un verdadero Americano, Filadefia, 1822
- Spence Robertson William, Iturbide de México, México, FCE, 2012
Notas:
[1] Spence Robertson William, Iturbide de México, México, FCE, 2012, págs. 198-200
[2] Vicente Rocafuerte, Bosquejo ligerísimo de la revolución de Mégico, págs.113-115
[3] Rocafuerte,, págs.111-112
[4] Spence, op. cit, págs. 203-205
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