Haciendo antesala con un cliente en días pasados, llamó mi atención la revista Quien de enero 2012, la que presentaba entrevistas a personajes famosos, requeridos sobre lo que podría esperarse del 2012. Uno de los entrevistados era nada menos que el escritor Carlos Fuentes, quien a su vez reviró al entrevistador la pregunta de “¿Qué va a venir? Si usted lo sabe, se lo agradecería que me lo diga”.[1]
Fallecido el 15 de mayo de este año, a consecuencia de una hemorragia masiva, originada por una úlcera gástrica, en
Hombre de trabajo a pesar de sus 83 años, -ejemplo para los que se declaran cansados, a la edad de jubilación de 65 años, o incluso antes-, declaraba: "Me levanto por la mañana y a las siete y ocho estoy escribiendo. Ya tengo mis notas y ya empiezo. Así que entre mis libros, mi mujer, mis amigos y mis amores, ya tengo bastantes razones para seguir viviendo".[3]
Pero, ¿acaso al ser cuestionado, sobre
lo que se esperaba para este año, en algún momento pasaría por su mente la idea de que éste
podría ser su último año de vida?.
La verdad, es que rechazamos con horror la idea de
la muerte. Si alguien quiere comprobarlo inicie en un grupo la conversación
sobre el tema, e inmediatamente será descalificado con varios adjetivos, no muy
favorables.
Ante la muerte, nuestra primera reacción es la
negación y así el joven se piensa inmortal (aunque hay algunos muy entrados en
años que se siguen pensando inmortales).
Asombra la vulnerabilidad del hombre
ante las múltiples enfermedades que puede padecer, pero también ante las vastas
posibilidades de muerte accidental y que decir de la muerte provocada por otro
ser humano, no nada más en países con alta criminalidad, sino por
desequilibrados mentales como en el reciente caso de Newtown en los Estados
Unidos. Parece que lo extraordinario no fuese la muerte, sino la preservación
de la vida.
La muerte es representada desde antaño por un
esqueleto armado de guadaña para segar la vida. Al referirnos a la muerte, no nos estamos refiriendo a una
persona, sino al simple hecho por el cual el ser humano deja de tener vida; por lo
que, es una aberración que haya quienes se refieran a ella como la “santa
muerte” e incluso le rindan culto. Si insistiéramos en atribuirle una
personalidad, esta sería sin duda la de Satanás, ya que: “No fue Dios quien hizo la muerte ni se
recrea en la destrucción de los vivientes... (sino que) por envidia del diablo entró la
muerte en el mundo” [4]
Es un hecho, sin discusión y a pesar de todo lo que
hagamos, que a todos se nos acabará el tiempo de vida en un momento determinado.
El poder conocer la proximidad de su muerte por una
enfermedad, lleva a las personas a reaccionar de diversas maneras. Algunos
optan por el suicidio, en tanto que a otros como al científico Stephen Hawking,
los ha transformado. Hawking, al inicio de los 20 años, fue atacado por la Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA), enfermedad
neuro-degenerativa progresiva, diagnosticándosele una vida probable de dos años. Esto lo llevó a ponerse a estudiar en serio para dejar una aportación a la
humanidad. Hawking, es ahora un reconocido científico y cumplió este año setenta años de existencia.
Sin embargo, parece que no sería buena idea que el
hombre conociera la fecha de su muerte, ya que muy pocos reaccionarían
positivamente como Hawking, la mayoría caería en la depresión, en el abandono.
Trataría de olvidar el asunto mediante el alcohol o las drogas y se entregaría
a vivir con desenfreno sus últimos días. Y que decir, de lo que sufrirían sus seres cercanos.
No obstante, es conveniente afrontar de vez en cuando
la idea de nuestra muerte.
Charles Dickens en su novela A Christmas Carol, lleva a su protagonista Ebenezer Scrooge a contemplar no solo el pasado y el presente, sino la escena de su entierro cuando el fantasma de las navidades futuras, lo transporta a ella.
Pero sin duda, la mejor aportación es la de ese gran conocedor de la psicología y del alma humana, que fue Ignacio de Loyola, el cual incluyó en sus ejercicios espirituales una meditación dedicada a nuestra propia muerte. Proponía que el ejercitante viera con los ojos de la imaginación su funeral, su cuerpo exánime dentro de un ataúd, velado por sus seres queridos.
Pero sin duda, la mejor aportación es la de ese gran conocedor de la psicología y del alma humana, que fue Ignacio de Loyola, el cual incluyó en sus ejercicios espirituales una meditación dedicada a nuestra propia muerte. Proponía que el ejercitante viera con los ojos de la imaginación su funeral, su cuerpo exánime dentro de un ataúd, velado por sus seres queridos.
Y es que, si afrontáramos la idea de nuestra muerte,
veríamos sin duda, cuantas disculpas y perdones hay que ofrecer y pedir a los demás, y cuantos “te quiero” hay que
externar. Se abriría ante nuestros ojos el egocentrismo, el egoísmo personal, familiar y social, en el que vivimos y cuánto
podemos hacer por remediar tanta pobreza, tanta desesperanza y tanto dolor que
existe, no solo en la lejana África, sino afuera de nuestra puerta.
El padre “Nachito”, un simpático sacerdote bajito y regordete, comentaba en días pasados, refiriéndose al fin del año: “Seguro vas a pedirle a
Dios Nuestro Señor, que te de otro año de vida”, “Pero, ¿que le vas a decir?, ¿Para que quieres otro año de vida?”, y no cabe duda que tiene razón.
Es indudable que debemos dar gracias a Dios por el milagro de nuestra existencia, a pesar de todas las amenazas que existen contra ella.
De cualquier manera, considera que al igual que le sucedió a Carlos Fuentes, el año que está por empezar,
puede ser el último año de tú vida...
[1] Revista Quien, N° 257, 20 de enero de 2012
[2] Periódico El Universal, 15 de mayo de 2012
[3] Ídem
[4] Catecismo de la Iglesia Católica, Impresos y Revistas, S. A, 1992, España, Punto 413
[4] Catecismo de la Iglesia Católica, Impresos y Revistas, S. A, 1992, España, Punto 413
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