El día 28 de febrero seguí la despedida de Benedicto XVI, primero en el Vaticano, luego en Castel Gandolfo. Al dirigirse a la población que lo esperaba, -en su último acto público, como pontífice- me llamó la atención una manta que en italiano decía “LA TUA UMILTÁ TI HA RESO PIÚ GRANDE, GRAZIE PAPA BENEDETTO" (Tú humildad te hizo más grande, gracias Papa Benedicto). Era la sabía vox populi, que de esta forma daba gracias al Pastor de débil corazón, ya muy fatigado, que humildemente reconocía que para dirigir la barca de Pedro se necesita un corazón más joven y fuerte, pero igualmente inflamado de amor a Cristo y su Iglesia.
Peter Seewald, el periodista biógrafo y amigo del Papa comenta: <<Nuestro último encuentro se remonta a hace unas diez semanas. El Papa me recibió en el Palacio Apostólico para continuar con nuestros coloquios orientados a trabajar sobre su biografía. Su audición se había resentido; por el ojo izquierdo ya no veía bien; el cuerpo encorvado. Se le veía muy delicado, aún más amable y humilde, y totalmente reservado. No parecía enfermo, pero el cansancio se había apoderado de toda su persona, cuerpo y alma, ya no se podía ignorar.
Nunca le había visto tan exhausto, casi postrado. Con las últimas fuerzas que le quedaban llevó a término el tercer volumen de su obra sobre Jesús, "mi último libro", me dijo con una mirada triste cuando nos despedimos. Joseph Ratzinger es un hombre inquebrantable, una persona siempre capaz de recuperarse rápidamente. Mientras dos años atrás, a pesar de los primeros achaques propios de su edad, parecía aún ágil, casi joven, ahora percibía cada bandeja que llegaba a su escritorio de parte de la Secretaría del Estado como un golpe.
"¿Qué debemos esperar aún de Su Santidad, de Su pontificado?", le pregunté. "¿De mí? De mí, no mucho. Soy un hombre anciano y las fuerzas me abandonan. Creo que basta lo que he hecho". ¿Piensa en retirarse? "Depende de lo que me impongan mis energías físicas". Ese mismo mes escribió a uno de sus doctorándoos que el siguiente encuentro sería el último. >>
La penúltima Audiencia General del miércoles 13 de febrero de 2013
En ella el Pontífice confirmó la noticia de su renuncia presentada el día 11 de febrero ante el Consistorio de cardenales:
<<Como sabéis, he decidido renunciar al ministerio que el Señor me confió el 19 de abril de 2005. Lo he hecho con plena libertad por el bien de la Iglesia, tras haber orado durante mucho tiempo y haber examinado mi conciencia ante Dios, muy consciente de la importancia de este acto, pero consciente al mismo tiempo de no estar ya en condiciones de desempeñar el ministerio petrino con la fuerza que éste requiere. Me sostiene y me ilumina la certeza de que la Iglesia es de Cristo, que no dejará de guiarla y cuidarla. Agradezco a todos el amor y la plegaria con que me habéis acompañado. Gracias. En estos días nada fáciles para mí, he sentido casi físicamente la fuerza que me da la oración, el amor de la Iglesia, vuestra oración. Seguid rezando por mí, por la Iglesia, por el próximo Papa. El Señor nos guiará. >>
Último Angelus celebrado el domingo 24 de febrero en la plaza de San Pedro
Después de la explicar el pasaje del Evangelio, en donde Jesucristo pide a tres de sus discípulos que lo acompañen a subir al monte Tabor, en donde tendría lugar su transfiguración, el Papa agregó:
<<Queridos hermanos y hermanas, esta Palabra de Dios la siento de modo particular dirigida a mí, en este momento de mi vida. El Señor me llama a "subir al monte", a dedicarme aún más a la oración y a la meditación. Pero esto no significa abandonar a la Iglesia, es más, si Dios me pide esto es precisamente para que yo pueda seguir sirviéndola con la misma entrega y el mismo amor con que lo he hecho hasta ahora, pero de modo más apto a mi edad y a mis fuerzas. Invoquemos la intercesión de la Virgen María, que ella nos ayude a todos a seguir siempre al Señor Jesús, en la oración y en la caridad activa.>>
La última Audiencia General del miércoles 27 de febrero de 2013 en la plaza de San Pedro.
Fue la despedida de la feligresía, ante cerca de 200,000 peregrinos. En ella bordó un discurso escatológico, más que pastoral, y refiriéndose a su designación como Pontífice el 19 de abril de 2005, dijo: <<En ese momento, como ya lo expresé muchas veces, las palabras que resonaron en mi corazón fueron: Señor, ¿qué me pides? ¿Por qué me lo pides? Es un peso grande el que cargas sobre mis espaldas, pero si Tú me lo pides, en tu palabra arrojaré las redes, seguro que Tú me guiarás. Y el Señor me ha guiado realmente, ha estado cerca de mí, he podido percibir cada día su presencia.
Ha sido un tramo del camino de la Iglesia que tuvo momentos de alegría y de luz, pero también momentos no fáciles. Me he sentido como san Pedro con los apóstoles en la barca en el lago de Galilea: el Señor nos ha dado tantos días de sol y de suave brisa, días en los que la pesca fue abundante; hubo también momentos en los que las aguas estuvieron agitadas y con el viento en contra, como en toda la historia de la Iglesia, mientras parecía que el Señor dormía.
Pero siempre supe que en esa barca está el Señor y siempre supe que la barca de la Iglesia no es mía, no es nuestra, sino que es suya y que no la deja hundirse; es Él quien la conduce, ciertamente por medio de los hombres que ha elegido, porque así lo ha querido. Ésta ha sido y es una certeza que nada puede ofuscar. Es por esto que hoy mi corazón está lleno de agradecimiento a Dios, porque jamás ha hecho faltar a toda la Iglesia y también a mí su consuelo, su luz y su amor. [...]
En estos últimos meses, he sentido que mis fuerzas habían disminuido, y he pedido a Dios con insistencia, en la oración, que me iluminara con su luz para que yo pudiera tomar la decisión más justa, no por mi bien sino para bien de la Iglesia. He dado este paso con plena conciencia de su gravedad y también de su novedad, pero con una profunda serenidad de ánimo. Amar a la Iglesia significa también tener el valor de tomar decisiones difíciles, sufridas, teniendo siempre delante el bien de la Iglesia y no el de nosotros mismos.
Permítanme aquí volver una vez más al 19 de abril del 2005. La gravedad de la decisión ha estado precisamente también en el hecho que desde ese momento en adelante estuve comprometido permanentemente con el Señor. Permanentemente: quien asume el ministerio petrino no tiene más ninguna privacidad, pertenece siempre y totalmente a todos, a toda la Iglesia. En su vida, por así decir, se diluye totalmente la dimensión privada. Pude experimentar, y lo experimento precisamente ahora, que uno recibe la vida justamente cuando la dona. Dije antes que muchas personas que aman al Señor aman también al sucesor de san Pedro y sienten afecto por él; que el Papa tiene verdaderamente hermanos y hermanas, hijos e hijas en todo el mundo, y que se siente seguro con el abrazo de su comunión, porque no se pertenece más a sí mismo, pertenece a todos y todos le pertenecen a él.
El “siempre” es también un “para siempre”: ya no hay más un retornar a lo privado. Mi decisión de renunciar al ejercicio activo del ministerio no anula esto. Yo no retorno a la vida privada, a una vida de viajes, encuentros, recibimientos, conferencias, etc. No abandono la cruz, sino que quedo aferrado al Señor crucificado en una forma nueva. No llevo más la potestad del oficio para el gobierno de la Iglesia, pero permanezco en el servicio de la oración, por así decir, en el recinto de san Pedro. San Benito, cuyo nombre llevo como Papa, me será de gran ejemplo en esto. Él nos ha mostrado el camino para una vida que, activa o pasiva, pertenece totalmente a la obra de Dios.
La despedida final en Castel Gandolfo
En su última cita con los fieles desde la ventana del Palacio Apostólico de Castel Gandolfo a las 17.40 del jueves Benedicto XVI, efectuó su última alocución al pueblo católico como Pontífice:
<<Gracias, queridos amigos, estoy feliz de estar con vosotros, rodeado de la belleza de la Creación y vuestra simpatía que me hace mucho bien. Muchas gracias por vuestra amistad, vuestro amor.
Vosotros sabéis que este día es diferente de los anteriores: seré Sumo Pontífice de la Iglesia Católica hasta las ocho de la noche, y luego ya no más.
Soy simplemente un peregrino que inicia su última etapa de peregrinación en esta tierra, pero todavía con mi corazón, mi amor, mi oración, mi reflexión, con todas mis fuerzas trabajaré para el bien común y el bien de la Iglesia y de la humanidad. Y me siento muy apoyado por vuestra simpatía. ¡Adelante, con el Señor, por el bien de la Iglesia y del mundo! ¡Gracias!>>
A continuación el Santo Padre impartió su bendición apostólica a los presentes y se retiró.
Abajo una bandera, al parecer italiana, ondeaba vigorosamente, pero tenía un escudo en el centro y ¡efectivamente era nuestra enseña patria! -que también despedía al Pontífice-.
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