viernes, 15 de septiembre de 2017

MIGUEL HIDALGO, RECTOR, PÁRROCO EN COLIMA Y SAN FELIPE (II)


Colegio de san Nicolás en la actualidad


“Mujeriego y jugador”



A inicios de la década de 1790 no era la política el principal interés del académico, sino uno entre muchos otros. Dialogaba con los intelectuales de Valladolid, de política con Riaño y otros, de negocios con comerciantes y empresarios, de música, o bien de sucesos familiares. Entre muchos de estos había aficionados a juegos de mesa, a los que no se rehusaba Hidalgo. En casa de Abad Queipo jugaba a la malilla. Entre los envidiosos por su ascendente carrera y de su parentela clerical, empezó a correr la voz de que estaba entregado al juego, aunque bien cumplía con sus múltiples compromisos. Su entonces amigo y después detractor Lucas Alamán recogió el rumor: “pues, aunque según se dice, el cabildo eclesiástico de Valladolid le flanqueó más adelante cuatro mil pesos para los gastos y propinas del grado de doctor, los perdió en juego en Maravatío , al hacer el viaje a México para solicitarlo”. Pero no hay rastro de tal préstamo e Hidalgo antes de morir comentó que “cuando intenté verificarlo, lo frustró la muerte de mi padre y después no insistí en hacerlo, porque tomé la resolución de no graduarme porque no pretendía colocación que lo exigiera”.

Se sabe que Miguel frecuentó durante un tiempo casi a diario “sin entender ni haber oído voz, otra alguna de que hubiese más en el caso” a María Guadalupe Santos Villa de cerca de 25 años, y a sus dos primas que vivían con ella. Más Guadalupe se fue de monja a Puebla, antes de que Hidalgo abandonara Valladolid.

Los biógrafos de Hidalgo, J. M. de la Fuente y L. Castillo Ledón, afirman que estando en Valladolid tuvo una hija Agustina y un hijo Mariano Lino, de parte de Manuela Ramos Pichardo. <<Pero la prueba en que se fundamentan no es segura y más bien sospechosa de falsedad. Se trata de hojas sueltas intercaladas en libros parroquiales de bautizos, esto es libro encuadernados con fojas de manera continua. Las hojas sueltas de los supuestos parientes de Hidalgo no corresponden a esa numeración. Esto implica que las hojas se intercalaron tiempo después de que el libro se hubiera utilizado en su totalidad. además los registros de la hojas sueltas son de fechas muy posteriores a los nacimientos de los supuestos hijos, el 27 de diciembre de 1826 y 23 de diciembre de 1836. No se trata de sus bautizos, sino de bautizos de supuestos nietos en que se dice que los abuelos son Miguel Hidalgo y Costilla y Manuela Ramos Pichardo. Para entonces el gobierno otorgaba pensiones a los descendientes de los próceres. Mencionar a los abuelos en un registro de bautizo no era necesario. Y hay un silencio elocuente: el proceso inquisitorial jamás hizo referencia a hijos de Hidalgo, a pesar de múltiples indagaciones. Además, en los libros de bautizo del tiempo en que estuvo Miguel en Valladolid no hay indicio alguno.

Muchos años después el periódico El Imparcial publicó un artículo anónimo titulado “La familia Hidalgo y Costilla”, que comienza diciendo: “El invicto héroe de nuestra Independencia tiene descendencia directa. Esto jamás se ha sabido púbica y notoriamente; pero en la actualidad podemos asegurarlo, puesto que la misma familia nos lo refiere”. La fuente del periodista era la señora Guadalupe Hidalgo y Costilla, supuesta nieta de don Miguel en cuanto hija de Mariano Hidalgo y Costilla y de Petra Aboytes. Mariano era el supuesto hijo del prócer Miguel Hidalgo y Costilla y de Manuela Ramos Pichardo, hija de José María Ramos, tendero del portal de Mercaderes. El artículo se centra en datos sobre la vida del tal Mariano, al que considera notable insurgente. Al final dice que el señor Ortiz de Montellano es el depositario de los documentos que prueban el positivo origen de don Mariano, que es hijo y no hermano de don Miguel Hidalgo y Costilla”.

El primer problema de esta revelación es que no se han mostrado esos documentos. Segundo, la existencia de tal insurgente tampoco se ha demostrado. Tercero, el artículo asienta un dislate mayúsculo al decir que “don Miguel jamás tuvo un hermano que se llamase Mariano”. Cuarto, otra falsedad señala entre los hermanos de don Miguel a un Felipe. Quinto, hace dos afirmaciones tan gratuitas como incongruentes con la documentación auténtica: que “desde 1802, en plena juventud, ella [Manuela Ramos] remitía considerables sumas a Hidalgo para que se buscase adeptos”. y que “era además [la misma Manuela] conducto seguro para hacer llegar sin sospechas a las manos de ciertos jefes superiores como Morelos importante correspondencia. Pregonando tales novedades doña Guadalupe había logrado conseguir una pensión de cien pesos mensuales del tesoro nacional.>> [1]


Mucho trabajo y satisfacciones académicas, pero pocos ingresos


<<A pesar de las múltiples satisfacciones en la cátedra, en la rectoría y en la vida social, Hidalgo estaba inconforme con sus ingresos, pues sus mismas relaciones lo obligaban a mayores gastos y la orfandad de sus hermanos menores lo compelía a concurrir a su sostén. Era demasiado pronto para esperar grandes proventos de la hacienda de Manuel, y más bien había que pagar réditos de los préstamos obtenidos: los 20,000 pesos de Corralejo, que no había terminado de pagar su padre, y a los 6,000 pesos que él se había echado a cuestas.

El monto total de los ingresos anuales de hidalgo como rector era de 1,153 pesos, integrados así: por el puesto de rector, 300 pesos; por la cátedra de teología escolástica, 300 pesos; por la cátedra de teología moral, 250 pesos; por el porcentaje como tesorero, 303 pesos; por la Sacristía Mayor de Santa Clara, 100 pesos; por la capellanía obtenida a últimas fechas, cien pesos. Buenas entradas para un individuo recluido, sin deudas, ni determinación de gastar y ayudar a nadie.


La vía para acceder a mayores ingresos era lograr un beneficio parroquial. Joaquín ya los había obtenido y así participaba en la distribución del diezmo. Miguel se había atrasado. Si además de rector fuera canónigo, perfecto, a quedarse en Valladolid. Pero tales beneficios catedralicios solían darse a los peninsulares o a un criollo noble o a uno muy ameritado y con doctorado. Por ello, siempre que se habría concurso para beneficios parroquiales, prácticamente todos foráneos, Miguel se apuntaba. Y así lo volvió a hacer cuando estaba en la cumbre de la rectoría>> [2].


Párroco en la villa de Colima




Finalmente obtuvo un interinato en Colima, parroquia de una villa de españoles, que no pueblo de indios, cuyos ingresos superaban los 3,000 pesos. Como el interinato implicaba que en cualquier momento pudiera ser removido, presentó su entrega de la rectoría y la tesorería solicitando se entendiese con ese mismo carácter de interinato. Como no disponía de dinero para tan largo y costoso viaje, pidió se le entregasen los intereses acumulados de la capellanía a recibir.

Hidalgo dejó Valladolid el 9 de febrero de 1792, arribando a Colima un mes después, tomando posesión el 10 de marzo de manos del sacristán mayor Francisco Ramírez; contando con la ayuda de tres vicarios para una población de unas 7,500 personas, de las que más de 4,000 radicaban en la villa y el resto en haciendas y ranchos aledaños. Los españoles criollos y peninsulares, ascendían a 2,600, el resto eran mulatos y algunos mestizos.


Las funciones de un párroco 



Entre estas estaban las de juez eclesiástico, especialmente en trámites matrimoniales. Debía estar al pendiente de que los sacerdotes del rumbo contaran con las licencias eclesiásticas para celebrar, confesar y predicar, para lo cual tendría que aplicar exámenes periódicos. Debería seguir las amonestaciones para certificar la idoneidad y conducta de aspirantes a órdenes sagradas. De manera rutinaria firmar certificaciones, como las copias de partidas de bautizo. En cuaresma debía estar al pendiente de que toda feligresía en edad de hacerlo cumpliera con los preceptos de confesarse una vez al año y comulgar por Pascua, lo que implicaba elaborar un padrón de cumplimiento. Por esos día debía mandar traer de la Catedral de Valladolid los santos óleos utilizados para los sacramentos del bautismo, confirmación y unción de los enfermos, mismos que se consagran en la misa de crisma del Jueves Santo, exclusiva del Obispo. La contabilidad de la parroquia había de llevarse escrupulosamente, presentando ingresos y egresos con toda claridad y periodicidad, entre otras cosas, para proceder a la aplicación de descuentos por contribuciones a las que estaban sujetas varias parroquias. Debía la parroquia concurrir periódicamente al Colegio de Niñas de Santa Rosa de Valladolid. <<Al respecto, el 18 de agosto Hidalgo firmó la relación de emolumentos y gastos del curato colimense y lo mandó a Valladolid con el importe de la contribución. De tal modo pudo precisar que efectivamente él, cómo párroco, percibiría al año por tales emolumentos alrededor de 2,300 pesos, a lo que sumaba la participación en el diezmo, la cual andaba en el rango de 1,250 pesos anuales; en total mil más de lo que con tanto esfuerzo lograba en Valladolid. Sin embargo la participación en el diezmo debía esperar su recolección o los frutos de su arrendamiento, y luego la compleja repartición y contabilidad de la masa decimal.>> [3]

Sucedió por entonces que quedó vacante el beneficio en propiedad de la villa de San Felipe y en la mitra de Valladolid se dispuso la asignación al interino Miguel Hidalgo. El beneficio importaba más de mil pesos que el de Colima y estaría cerca de su hermano Joaquín, nombrado cura de Dolores, y no lejos de sus parientes del rumbo de Pénjamo. Solicitó dos préstamos de 600 pesos y uno de mil pesos para efectuar el largo viaje.


Párroco en San Felipe ("torres mochas")


El 24 de enero de 1793 Hidalgo tomaba posesión del curato y juzgado eclesiástico de la villa de San Felipe, cuyo territorio formaba parte de la cuenca del río de la Laja, que nace en su término, al pie del cerro del Fraile.

Además de la cabecera, la jurisdicción de San Felipe contaba con 21 haciendas y 58 ranchos. No había pueblo de indios, sin que ello significara la inexistencia de indígenas. Su población era de 2,870 familias que hacen 11,828 personas, sin contar los de haciendas y ranchos, ni los niños.

Contaba Hidalgo con 7 clérigos bachilleres y estaba además el notario del juzgado eclesiástico, José Mesa Buenaño, algunos de los cuales serían examinados por Hidalgo para comprobar su actualizada idoneidad para ejercer el ministerio. Cuando algunos de ellos tuvieron problemas, el párroco salió en su defensa. Un acusador fue el alcalde José Joaquín Alderete, de cuyas acusaciones no se escapó el mismo Hidalgo.

En el ambiente clerical de Miguel, contaban también las parroquias cercanas, comenzando con la de Dolores, cuyo párroco, por segunda vez desde 1786 era su tío José Antonio Gallaga. No obstante el tío falleció a principios de 1793 y en febrero de 1794 su hermano Joaquín, tomó posesión de la misma parroquia. Sin duda algunos clérigos comentarían que aquello ya parecía feudo familiar.



El asenso paterno [4]


Como parte de las Reformas Borbónicas, Carlos III en una Pragmática de Casamientos, exigió el asenso paterno como requisito indispensable para la celebración del matrimonio, a lo que se opuso la Iglesia puesto que atentaba contra la libertad e inventaba un nuevo impedimento. La protesta fue fallida, pero muchos párrocos incumplieron y siguieron casando con o sin aquel asenso. Si bien los hijos eran los que debían solicitar el consentimiento, no faltaba que otras personas o parientes lo solicitaran. <<Carlos IV mediante cédula prohibió esto último y apremió el cumplimiento de la Pragmática de Casamientos. El cura de San Felipe recibió en febrero de 1793 copia de la cédula de Carlos IV.

Esta intromisión de la Corona en el matrimonio, hasta entonces jurisdicción preponderante de la Iglesia, no fue sino una de tantas disposiciones del reformismo borbónico con miras a un mayor control de la Iglesia. Esta y otras órdenes partían de Madrid, llegaban al virrey y de ahí a los obispos de la vasta monarquía, los cuales por sí mismos o a través de sus vicarios generales las comunicaban a los párrocos, quienes les daban cumplimiento, como hubo de hacerlo Hidalgo.>> [5]

Más control de la Corona sobre la Iglesia


Los Reyes Católicos crearon la bula de la Santa Cruzada para financiar la reconquista de Granada y quedó como una contribución para defender la fe católica en los vastos territorios de la Corona. El que daba la limosna recibía una boleta que lo acreditaba como buen cristiano y como las sumas implicaban un título de dinero debían de proporcionar fiadores. Los reyes borbones -no muy piadosos- reactivaron este medio de recaudación y como algunos párrocos del Obispado de Valladolid no remitían puntualmente cada seis meses el dinero de las boletas distribuidas, ni devolvían las sobrantes, además de que no cuidaban que los fiadores funcionaran como tales, el tesorero de la Real Caja de Valladolid se quejó con el intendente y éste con el virrey, quien encargó al obispo el debido cumplimiento en abril de 1793. Hidalgo recibió la circular el 2 de mayo.

Otra circular generada por Madrid a los intendentes, de allí al obispo o vicario general, y de éste a los párrocos fue la de la remisión de datos acerca de hospitales fundados por cada parroquia, misma que Hidalgo recibió el 16 de marzo de 1793

<<En el horizonte de las reformas borbónicas la facultad y control de los recursos económicos era prioritario. Al efecto, el virrey urgió a los obispos, y por medio de ellos a los párrocos, para que en plazo perentorio entregasen relación pormenorizada de ingresos y egresos de la parroquia. El obispo tenía y expuso motivos diocesanos para requerir la estadística: el Seminario o Colegio Tridentino de San Pedro se sostenía gracias a una contribución impuesta sobre los montos totales de cada beneficio curado, la mayoría parroquias. Se redactó, pues, una circular en ese sentido, misma que Hidalgo recibió el 21 de mayo de 1795.

La progresiva bancarrota del imperio español trataba de frenarse exprimiendo recursos a los reinos de ultramar convertidos en colonias. Una disposición recibida sin entusiasmo alguno por la iglesia vallisoletana fue la relativa a un nuevo impuesto no gravado a la Iglesia, pero en el que tenía que ver: la nueva disposición versaba sobre legados y herencias. Al efecto los párrocos deberían de remitir mensualmente a los ministros de cajas reales o administradores de rentas razón de los entierros de quienes fallecieran con disposición testamentaria […] la razón mensual debería incluir también la lista de las personas que fallecieran intestadas.>> [6]


El ministerio parroquial


<<Hidalgo sabía que las responsabilidades de un párroco consistían esencialmente en predicar, auxiliar espiritualmente a enfermos sobre todo graves, socorrer a los pobres y dar buen ejemplo.

La predicación le gustaba: dejó varios sermones escritos y era un reto para él adaptar sus saberes y su mensaje cristiano al común del pueblo. Las exhortaciones morales consistían en una larga perorata en cada sermón Hidalguense a los feligreses de San Felipe, “a quienes continuamente explicaba las terribles penas que sufren los condenados en el infierno, a quienes procuraba inspirar horror a los vicios y amor a la virtud, para que no quedasen envueltos en la desgraciada suerte de los que mueren en pecado: testigos las gentes todas que me han tratado, los pueblos donde he vivido.”

En cuanto al auxilio espiritual proporcionado a enfermos y moribundos, Hidalgo puso el mayor cuidado durante los años de su ministerio, sufriendo “las mayores fatigas varias veces en el tiempo que he sido cura, sin temer soles, fríos y asperezas, distancias y pestes, porque [mis] feligreses no pasaran sin ella [la confesión] a la eternidad”.

Una de tales pestes de la de viruela de 1797-1798, que asoló casi toda la intendencia de Guanajuato y, desde luego, a la región de San Felipe.>> [7]

La mayoría de los bautizos no los administró Hidalgo, sino los tenientes de cura como era la costumbre, debía de certificar el registro de cada bautizo, aunque no hubiera estado presente en ellos.

El párroco no estaba obligado a celebrara cotidianamente la misa, sino solo el domingo y ciertos días de solemnidad religiosa. Las misas cotidianas eran oficio de tenientes y capellanes, pero debía estar al pendiente de las misas mandadas celebrara por particulares. El estipendio por la intención de una misa era de cincuenta centavos.

Si bien estaba en contra de supersticiones o exageraciones devocionales, no dejó de molestarle la instrucción del virrey a los obispos de 1798, ya que parecía que la Corona andaba de sacristán.


<<La pasión del libro


Había, pues, en San Felipe número bastante de clérigos para atender los servicios religiosos; de tal manera Hidalgo disponía de tiempo para dedicarse a dos de sus aficiones favoritas: la lectura y la música. Siguió leyendo a Cicerón, y de este orador paso a interesarse por los griegos Esquines y Demóstenes. Más consciente de ser el mejor teólogo del obispado, no quiso empolvarse y así nunca se le cayó de las manos su teólogo preferido, Serry, en tanto profundizaba en dos expositores de la Biblia: Agustín Calmet y Natal Alexandro, conforma al criterio de retorno a las fuentes de la teología positiva que había pregonado en su disertación.

La crítica iba a la par de la apologética, así que durante la estancia en San Felipe continuo su cultivo, cobrando especial admiración por las obras en francés de Jacobo Benigno Bossuet, Historia de las variaciones de las iglesias protestantes y Declaración del clero galicano.

Otro criterio de la teología positiva fue la historia: ya conocía la Historia Eclesiástica de Claudio Fleury, pero ahora gozaba en repasarla, al parecer tanto en francés e italiano. Y por concomitancia pasó a leer en francés Historia Antigua en el texto de Carlos Rollin, e historia universal en los Elementos de historia general, antigua y moderna de Xavier Millot, Historia de la literatura del abate Andrés, así como un libro de historia muy particular, Causas célebres e interesantes de Francisco Gayot de Pitaval. Tampoco dejó de lado la historia patria, pues en aquel tiempo aprendía en italiano la Historia antigua de México de Clavigero. Así buena parte de su estancia en san Felipe la pasó “estudiando historia, a lo que se ha dedicado con empeño”.

Y como sentía orgullo de su origen rural, le gustó leer en francés la Historia natural del conde de Buffon, y en latín los poemas del Predio rústico de Jacobo Vaniere. Más como sabía que en la vida de campo no todo era placidez bucólica sino un mundo que dependía cada día más de tratos comerciales, se inició en Las lecciones de comercio, o sea, de economía civil, obra italiana de Antonio Genovesi. Todavía más: Hidalgo se aficionó grandemente a la literatura florecida en el siglo del Rey Sol. Las fábulas de Juan de la Fontaine, así como el teatro de Racine y el de Moliere, lo apasionaban al grado de meterse de traductor de algunas obras como El Tartufo. De tal suerte el párroco sanfelipeño pasaba la mayor parte del tiempo en asuntos de la parroquia y en sus lecturas, aunque con escasas personas podía compartir todo ese caudal de conocimientos. Uno fue el novel sacerdote Martín García de Carrasquedo, a quien ya conocía desde Valladolid y que llegó como vicario hacia 1797; sin ser su discípulo, admiraba mucho a Hidalgo, gustaba de escucharlo y preguntarle.>> [8]


Hidalgo “el emprendedor” 


Cuando se escribieron las biografías de Hidalgo aún no estaban en boga conceptos como la “visión empresarial” ni el de “emprendedor”, de los cuales participó Hidalgo plenamente, promoviendo el teatro, la música y las fiestas, y endeudándose para ayudar a su familia. Si para los griegos existía un hado o fuerza desconocida que obra irresistiblemente sobre los dioses, los hombres y los sucesos; diríamos que Hidalgo en forma no planeada se fue preparando y asumiendo riesgos cada vez mayores, pero que fueron tergiversados por sus contemporáneos y han servido de temática para historias fantasiosas y mediocres películas en la actualidad.


La comedia El Tartufo, crítica social y política



El Tartufo es una divertida comedia de Moliere, que crítica la doble moral de la sociedad de esa época y cuya puesta en escena indudablemente llevaba la intención de hacer reflexionar a la población de San Felipe sobre ello. El personaje de Tartufo es la encarnación del falso devoto, del hipócrita, que finge ser devoto para medrar y así hace caer al señor de la casa Orgón en sus engaños. Deshace el compromiso de su hija Valeria para obtener su mano y por otra parte intenta seducir a su esposa Elmira. Su hijo Damis denuncia a Tartufo, pero lo que consigue es ser desheredado. 

<<La negativa de Orgón al matrimonio de su hija con Valerio y la consiguiente imposición de Tartufo venían muy a propósito en la Nueva España a fines del siglo XVIII. Como vimos por una disposición de la Corona española –la Pragmática de Casamiento- se impedían los matrimonios contra la voluntad paterna. Con sarcasmo e ironía Dorina crítica la debilidad de Mariana, que no quiere enfrentarse a su padre a pesar de amar a Valerio: “No, una hija debe obedecer siempre a su padre, incluso si pretende darle un mico por esposo” […]

Uno de los rasgos que de la obra que más debieron impresionar a Hidalgo fue cierta semejanza con lo que acontecía por aquellos días en la monarquía española […] La ceguera de Orgón es perfectamente comparable a la estupidez de Carlos IV, que levantó de la nada a Godoy, lo hizo su ministro, lo colmó de honores y se complacía en verlo continuamente al lado de su mujer. El disgusto de Damis y haber sido desheredado prolongaban el paralelismo con Fernando VII>> [9]


Tiempos de revolución en Francia y su repercusión en Nueva España


Cuando se habla de Hidalgo, casi se prescinde decir que fue contemporáneo de los movimientos sociales que cambiaron el curso de la historia: la Independencia de Estados Unidos y la Revolución Francesa, acontecimientos que hicieron vibrar cuerpos y espíritus, no nada más por la decapitación de reyes y nobles, sino también por la persecución de clérigos, religiosos y católicos en general. Y por otro lado, sin fundamento, se le pone como asiduo lector de la Enciclopedia Francesa, y de las obras de Voltaire, Robespierre, Rousseau, etc.

La Revolución Francesa casi coincidió con la muerte de Carlos III (14 de diciembre de 1788) y la sucesión de su hijo Carlos IV y fue un shock para la Corona española, por los lazos de parentesco y la similitud del despotismo ilustrado con que se gobernaba en Francia.

Como primeras medidas la Corona española, decidió suprimir las noticias procedentes de Francia (la Gazeta de Madrid no mencionó la convocatoria y reunión de los Estados Generales. Este silencio continuó durante tres años. Mientras tanto, en España y sus colonias se celebraba con gran fasto y toros la coronación de Carlos IV. Pero al igual que los libros franceses, las noticias llegaban a través de la prensa extranjera. Por ello le pareció preciso al conde de Floridablanca dar órdenes a los oficiales de Aduanas y a la Inquisición para que retuviesen cualquier información que llegara de Francia. Los informes subsiguientes dieron noticia de la gran difusión que ya había alcanzado la propaganda revolucionaria. Y tal difusión continuó en los años siguientes, a pesar del recrudecimiento casi obsesivo de las medidas tomadas como:

· El control sobre extranjeros (20 de Julio de 1791)
· La supresión de periódicos no oficiales (24 de Febrero de 1791).
· El aumento de los poderes de la Inquisición.

No obstante lo anterior hacia finales de 1792, Hidalgo se enteró del derrocamiento de Luis XVI y de la instauración de la república. En la primavera de 1793 llegó a Nueva España la noticia de la decapitación de de Luis XVI, y en junio, la declaración de guerra a Francia.

<<El regicidio era tema abordado por varios teólogos, particularmente de la escolástica española, bien que el despotismo ilustrado, desde la expulsión de los jesuitas, había procurado eliminar de cátedras y bibliotecas a Francisco Suárez, el connotado tratadista del tiranicidio al que ya nos referimos al hablar de la biblioteca de San Luis de la Paz que llegó a San Nicolás.

El intento de acallar esas doctrinas fue vano porque en virtud del método escolástico muchos actores exponían, bien que de manera muy sucinta, la doctrina suarecista, entre ellos Billuart, cuyo texto había seguido Hidalgo en sus años de magisterio según vimos.




Guerra contra la nación regicida


El prelado de Hidalgo, Antonio de San Miguel, al parecer fue el primero del episcopado novohispano que públicamente trató la funesta noticia de la decapitación del rey francés en una carta fechada en Valladolid de Michoacán el 1 de julio de 1793. Comienza arremetiendo contra las “numerosas turbas de estos filósofos libres […] congregación de inicuos, parte infecta de la nación francesa” que con seducción y manejos criminales hace “la guerra más inhumana y cruel a la iglesia católica”, destruyendo y trastornando “todas las naciones e ideas recibidas de subordinación, de buenas costumbres y de religión, con que hasta entonces se habían hecho felices y respetables los franceses”. Pasa luego el obispo a calificar la decapitación de Luis XVI: “el delito más atroz y execrable; delito que ha manchado para siempre toda la gloria de una nación augusta”. Denuncia enseguida la labor de los agentes revolucionarios esparcidos por diversas naciones, aduciendo que las victorias de la Francia revolucionaria “se debían más a la seducción que a la fuerza”. En tal forma, a Francia se le ha formado “un concepto excesivo de su poder, a una nación tan susceptible a estas impresiones por la ligereza y presunción que le son características”. Expone el obispo la necesidad de que los clérigos colaboren en la guerra, contribuyendo económicamente por sí mismos y exhortando a todos los fieles para ello. Concluye con una muy concreta disposición administrativa: todos los excedentes de varias corporaciones religiosas (hermandades, congregaciones y cofradías) se aplicarán a los gastos de guerra. Esta carta pastoral, además de ser conocida y apreciada por futuros insurgentes, da el tono, en cada aspecto tratado, de otras muchas pastorales tanto de España como de las colonias.

Hidalgo, pues, recibió a los pocos días la pastoral y hubo de ocuparse de reunir el dinero solicitado, amén de su donativo personal, grano de arena en la importante suma de millones que pronto enviaría el virrey a la Península. Tampoco tardó en enterarse el cura de San Felipe que el cabildo eclesiástico de Michoacán había promovido una solemne procesión y rogativas especiales “porque su Divina Majestad conceda a nuestro católico monarca acierto en sus providencias y felicidad en sus armas en la guerra contra Francia”.

Se desató entonces, atizada oficialmente, una intensa francofobia en todo el imperio español […]

La beligerancia contra Francia, otrora aliada, fue una especie de despertar, pues no se trataba solamente de una guerra como las anteriores. Ahora se declaraba como un sacudimiento de instituciones y espíritus. Sobre la información bélica se dieron a conocer detalles de la campaña del Ejército español, triunfante en los inicios del enfrentamiento. Más luego sobrevino en contraataque francés no sólo en el campo de batalla, expulsando a los españoles del Rosellón, sino también en el terreno de las ideas mediante una intensa difusión de principios subversivos.

En efecto, ya habían brotado en Nueva España síntomas de contagio revolucionario. Por agosto de 1794 aparecieron en la Ciudad de México varios pasquines que aplaudían la Revolución Francesa […]

Tales pasquines comentados seguramente por Manuel Hidalgo a su hermano Miguel, pusieron en alerta al virrey, que instrumentó averiguaciones y, como resultado de ellas, se descubrió una conjura que por su deficiente organización e inmediato sofocamiento no tuvo trascendencia. Más la simpatía por la Francia revolucionaria no se reducía al anonimato de los pasquines […]

Las autoridades de Nueva España pulsaron la necesidad de reafirmar su adhesión a la Corona y su disposición de cooperar en la guerra, alentando discursos e impresos en esa línea, de los que Miguel y Joaquín Hidalgo hubieron de conocer varios, tanto más que Manuel, su hermano, que trabajaba en la Inquisición, cuyo celo por la integridad ideológica de la monarquía estaba desatado. Celebró una auto de fe en el cual fueron penitenciados varios reos simpatizantes de ideas revolucionarias, entre otros Juan Laussel, un cocinero de Montpellier que lo había sido también del virrey conde de Revillagigedo>> [10].


Tras la derrota de España, frustración y desencanto





<<Grande fue la desazón de los vasallos de la Corona española conscientes de los sucesos en Europa cuando se enteraron del retroceso de las armas españolas en su lucha contra Francia. Así fue el tono de la circular del obispo San Miguel que Hidalgo recibió el 23 de enero de 1795. La grave preocupación de su querido prelado era patente:

[…] el enemigo todavía prevalece, parece que sigue haciendo progresos en las armas y en la seducción. Ha invadido nuestras fronteras y ha transmitido los venenosos hálitos de su doctrina a estos países que considerábamos exemptos por la distancia y por la piedad de sus habitantes; y aunque sufocados en tiempo por especial protección de la soberana patrona de este reino, Nuestra Señora de Guadalupe, aún se deben temer sus efectos.

En noviembre de 1795 autoridades y cuantos en Nueva España estaban pendientes de los acontecimientos, se enteraban no sin sorpresa y confusión que España se veía forzada a entablar la paz con la Francia revolucionaria mediante el tratado de paz de Basilea, quedando claro que los millones de pesos enviados a la Península no se habían empleado con éxito. Al mismo tiempo se confirmaba el desprestigio moral de Carlos IV, pues no pocos gachupines estaban vinculados con los enemigos de Godoy, cuyo encumbramiento criticaban sin dejar de señalar la escandalosa relación con la reina. La habilidad del engaño, convirtiendo la derrota en ventaja, también traía la noticia de que el ministro, cuñado de Branciforte [11], se había convertido en Príncipe de la Paz: la apoteosis del Tartufo. Más hubieron de celebrar el suceso como beneficio, pues finalmente llegaba la paz. El obispo San Miguel, por disposición del virrey, mandó circular a los párrocos para que se cantara Te Deum y se celebrara misa de acción de gracias. El tono de la circular es de formalidad y desencanto. Hidalgo la recibió el 30 de enero de 1796.

Tales acontecimientos serían decisivos en la consciencia de no pocos criollos porque se hacía patente la debilidad de la Madre Patria, lo relativo que eran las condenaciones lanzadas en fechas recientes contra Francia y el desprestigio del rey ante el papel escandalosamente creciente del favorito de la reina.

La alianza con Francia envolvió a España en las guerras napoleónicas. Crecieron los requerimientos económicos: al efecto la Iglesia hubo de participar en los donativos a la Corona para sus ingentes necesidades. Uno de tales donativos fue enviado por Hidalgo el 18 de julio de 1799: 59 pesos proporcionados por él y los eclesiásticos de su jurisdicción.

Godoy anduvo incluso en los trámites y alianzas que implicaba el matrimonio del príncipe de Asturias, Fernando, con María Antonia, princesa de Nápoles, acontecimiento que ameritaba celebrar religiosa y profanamente. Y los obispos dieron la noticia e indicaciones en respectivas circulares. Los Hidalgo se enteraron por junio de 1803.>> [12]
Estos acontecimientos afectaron profundamente a Hidalgo. No fue la seducción de la ideología de la Revolución Francesa, fue la profunda decepción de la monarquía que gobernaba a la Nueva España, que exprimía a sus súbditos para luchar contra los “asesino inicuos” y luego ante su ineficacia en la guerra,  pactaba la paz y se adhería a ellos. La Corona, pues, abandonaba a sus súbditos a “la guerra más inhumana y cruel a la iglesia católica”. Entonces Hidalgo cambió y se volvió un duro crítico de la Corona española.


Jorge Pérez Uribe


Notas:
[1] Carlos Herrejón Peredo, Hidalgo: maestro, párroco e insurgente, Ed. Clío, libros y videos, S.A. de C.V., México, 2014, págs.64,65 
[2] Ibídem, págs.65,66 
[3] Ibídem, págs.70, 71 
[4] Del verbo asentir: Admitir como cierto o conveniente lo que otra persona ha afirmado o propuesto antes. R.A.E. 
[5] Ibídem, págs.87,88 
[6] Ibídem, págs.88,89 
[7] Ibídem, pág.89 
[8] Ibídem, págs.93,94 
[9] Ibídem, págs.97,98 
[10] Ibídem, págs.101,104 
[11] Miguel de la Grúa Talamanca de Carini y Branciforte, 1er Marqués de Branciforte, 53º virrey de la Nueva España, considerado por muchos como uno de los virreyes más corruptos de la historia del virreinato 
[12] Ibídem, págs.104,105

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