Christopher Domínguez Michael | 01 mayo 2021
Hace casi diez años, cuando Roger Bartra (Ciudad de México, 1942) cumplió setenta años, lo entrevisté, llamándolo, al hijo antropólogo de refugiados catalanes, el intérprete de las mutaciones mexicanas. Eso fue aquí, en Letras Libres, revista en la que Bartra está desde el principio. Marxista, tras la caída del Muro de Berlín en 1989, dejó de ser marxista para seguir siéndolo. Bartra ha sido consecuente con esa paradoja. Por ello, su presencia en la oposición democrática al régimen de la autoproclamada Cuarta Transformación consterna en Palacio Nacional.
Mala conciencia de un régimen que usurpa lo que de democrática, plural e igualitaria debería ser, para él, la izquierda, con Bartra, el científico social mexicano más conocido fuera del país, se identifican algunos de los miles de ciudadanos simpatizantes de las izquierdas, los cuales se han decepcionado de este gobierno. Por donde se le examine, la presidencia de López Obrador difícilmente corresponde a lo que debería ser una izquierda moderna como aquella que hizo transitar a España o a Chile hacia una plena democracia representativa. Esa usurpación del significado todavía no cala en el extranjero y aún es excepcional encontrar a Morena entre el listado de los movimientos populistas (sean de izquierda, sean de derecha) en el poder. Todavía son millones, también, quienes ven en López Obrador a un progresista, cuando encarna al PRI más vetusto, retardatario y xenófobo.
Bartra encuentra ominosa, no solo esa usurpación, sino una política encaminada velozmente a restaurar el régimen autoritario que fue lentamente desmontado durante veinte años, para retroceder no al Partido de Estado sino al caudillismo providencial. Bartra llama a votar, en las elecciones de junio, por los partidos de la transición democrática, los cuales, de grado o por fuerza, garantizaron elecciones libres, arbitradas imparcialmente, congresos de la Unión llamados a negociar reformas e independencia plena del poder judicial, porque la corrupción –el caballito de batalla del régimen– no se puede combatir sin democracia ni división de poderes. La transición democrática en México está bajo asedio y quienes la protagonizaron, humillados y ofendidos desde la Presidencia de la República cada mañana, todavía están a tiempo para defenderla. Impedir esa mutación regresiva es el propósito de Bartra.
Empezaría por una pregunta personal. Vienes de la vieja izquierda y eres una de las personalidades más destacadas de la oposición al gobierno de AMLO, lo cual provoca alivio en quienes no han renunciado al ideario de un socialismo democrático o de la socialdemocracia, puesto que se identifican contigo. Pero, al mismo tiempo, a los ojos del poder político y así te lo han hecho saber, como cuentas en Regreso a la jaula (2021), emblematizas al traidor. ¿Cuál es tu percepción personal de esa doble imagen a la luz de tu vida y de tu obra?
Vengo de una izquierda tan vieja que ya no existe, ha muerto. De la izquierda comunista quedan unas ruinas en China, Cuba y Corea del Norte. Sus rasgos políticos despóticos han sobrevivido, desgraciadamente, con más fuerza. En esa vieja izquierda hubo mutaciones que abrieron paso a la democracia y que me acercaron al liberalismo de izquierda, al reformismo. Estas mutaciones fueron en su época vistas como traiciones por los que se creían “revolucionarios”. Ante el gran naufragio del socialismo soviético y maoísta, muchos de estos “revolucionarios” se volvieron populistas y mantuvieron su odio a la socialdemocracia, un odio que tiene sus raíces en los tiempos del leninismo más duro. El propio presidente López Obrador ha retomado ese odio y me ha acusado de haber traicionado las ideas de la izquierda, tal cual él la entiende; me acusa de haberme vendido a la derecha, el típico e insultante señalamiento de los estalinistas de antaño. Varios militantes del partido oficial han seguido su ejemplo y me llaman apóstata y traidor. Acaso por la acumulación de agresiones y menosprecios, entre otras razones, en México la izquierda democrática y socialista es marginal. De hecho, toda la izquierda mexicana es minoritaria y ocupa un espacio secundario en los territorios políticos, incluyendo a esos “radicales” que ahora están incrustados en el gobierno de la 4T.
¿Cómo le explicarías a un joven votante por qué Bartra es de izquierda democrática y López Obrador, un populista conservador? En otras palabras, ¿qué te diferencia de un régimen que se dice de izquierda y no lo es?
Cuando me defino como de izquierda siempre aclaro que formo parte de una gran corriente política, la socialdemocracia, que evolucionó en forma polifacética a partir del movimiento obrero marxista hacia posiciones reformistas. Es la socialdemocracia que se ha expandido en Europa, desde los países escandinavos hasta España y Francia, que se expresa con los laboristas en el Reino Unido y que existe en algunos sectores del Partido Demócrata en Estados Unidos. La socialdemocracia es la fundadora de lo que se conoce como el Estado de bienestar y se basa en mecanismos electorales representativos. El eje de esta postura política radica en que se dirige a reformar el capitalismo mediante procesos democráticos. El populismo, en contraste, es una forma de cultura política que impulsa a líderes autoritarios y que se basa en la manipulación de una masa de población heterogénea formada de residuos de sectores sociales tradicionales agraviados, resentidos y excluidos por la modernización. El líder organiza flujos de apoyo directos a un pueblo al que apela con recursos emotivos y un ramillete contradictorio de ideas. El signo ideológico se reconoce en estas ideas, que pueden ser de derecha, como en los casos de Juan Domingo Perón o Alberto Fujimori, o de izquierda como en los ejemplos de Lázaro Cárdenas o Hugo Chávez. Los populismos son muy heterogéneos ideológicamente, y van desde Donald Trump en la derecha hasta Evo Morales en la izquierda. Pero lo que define al populismo no es una ideología sino una cultura política. López Obrador es un ejemplo perfecto de populismo de derecha, como explico ampliamente en mi libro Regreso a la jaula. Hay que recordar que López Obrador no se dice de izquierda y en su gobierno hay muy pocos que se definen de esa forma; él se autodefine como liberal, en una vaga y errónea alusión a la confrontación política en el siglo XIX, en la época de Benito Juárez.
No es la primera ocasión en la historia latinoamericana en que una izquierda obnubilada u oportunista lleva al poder a un conservador, que fue en lo que se convirtió Gabriel González Videla en Chile entre 1946 y 1952. También está el caso de Perón, cuyos orígenes fascistas y su exilio amparado por el general Franco no impidieron ni la masacre de Ezeiza en 1973 contra los Montoneros, sus propios jóvenes radicales, ni la existencia de una poderosa izquierda peronista hoy en el poder en la Argentina. ¿Qué dirías de la izquierda que acompaña y exalta a AMLO desde 2006? ¿Es suficiente con calificarla de nacionalista, de nostálgica de la Revolución mexicana o de populista? ¿Esa es la izquierda, tan reaccionaria, que pudo llegar al poder finalmente en México?
La gente de la izquierda, en cualquiera de sus denominaciones, que está ligada a López Obrador y a su gobierno, tiene muy poca influencia. Pero en ocasiones vocifera y lanza diatribas para llamar la atención. La masa de militantes que abandonó el PRD para unirse a Morena viene de la tradición priista reaccionaria. No me extraña que siga ciegamente a un líder retrógrado. Sin embargo, el fenómeno que señalas es inquietante: hay una izquierda populista que legitima al poder conservador y restaurador. Fueron suficientemente influyentes como para atraer el voto de muchos escritores y artistas en apoyo de la candidatura de López Obrador en 2018. Entre ellos ha comenzado a cundir el desencanto, como es natural, pues se están percatando de que el barco al que se subieron está lastimando algo que la izquierda democrática, desde el movimiento de 1968, luchó durante decenios por conseguir: la democracia. Pero ellos no son los principales responsables del ideario de López Obrador ni son quienes más deben preocupar a la oposición democrática: se trata de los priistas más conservadores, como Bartlett, Ebrard y Monreal; de los empresarios oportunistas como Romo y de los evangélicos, que desde la Cámara de Diputados forman parte de la mayoría parlamentaria de la 4T. Ese conglomerado reaccionario es mucho más preocupante que los pocos de izquierda democrática que sobreviven, con incómoda dificultad, en los círculos oficiales y que paulatinamente, desilusionados, van abandonando el barco. Las fuertes corrientes reaccionarias de origen priista que dominan al partido oficial están peleando por la hegemonía con vistas a la próxima sucesión presidencial. Ellas son las responsables de las trampas que Morena le está poniendo al INE, las que presionan al poder judicial para doblegarlo y las que militarizan el país. Todo ello, por supuesto, con la bendición del presidente.
Me da la impresión de que esa otra izquierda, democrática y plural, antipopulista y liberal, con la cual te identificas y eres justamente identificado con ella, sigue siendo muy débil, que quizá no rebasa aquel 5% de la votación con el cual el Partido Comunista Mexicano afianzó su registro en 1979, ni ese millón de votos que arañó Arnoldo Martínez Verdugo en 1982 o que apenas rebasó Patricia Mercado en 2006. ¿Así lo crees?
Esa otra izquierda, como dices, es muy débil y marginal. De hecho, la tradición socialdemócrata ha sido históricamente en México casi inexistente. El PRI expandió sus tentáculos por todos los rincones de la política: invadió, desde luego, a la derecha y logró capturar el apoyo de los empresarios y de la pequeña burguesía. Penetró en los terrenos de la izquierda e incluso se inscribió en la Internacional Socialista, que agrupaba a laboristas y socialdemócratas de todo el mundo. En México había partidos comunistas, maoístas y trotskistas, pero ningún grupo socialdemócrata. Dentro del Partido Comunista creció una pequeña corriente “eurocomunista”, identificada con el reformismo socialista, que fue significativa, pero se esfumó. Después hubo un intento de aglutinar a socialdemócratas en un partido, inspirado por Gilberto Rincón Gallardo, pero fue un fracaso. La izquierda democrática y liberal existe atomizada en la sociedad y tiene presencia en la intelectualidad, pero carece de todo sustento social y político. Es una fuerza simbólica sin asidero, que vuela en el viento o rueda como piedra, como diría Bob Dylan.
El desprestigio de la coalición PAN-PRI-PRD, ¿se debe al hartazgo de lo que fueron aquellos partidos en el poder, pero también a una cultura política de nuestros ciudadanos, poco educados en la política parlamentaria y en la legitimidad mundial de las coaliciones electorales opositoras?
Si te fijas, ese desprestigio tiene que ver con la zozobra que está viviendo la transición democrática que se inició hace un cuarto de siglo. Estos tres partidos coaligados fueron los que incubaron y pactaron las reformas que abrieron paso a la fundación del IFE. Son los partidos que, paradójicamente, abrieron paso al triunfo electoral de López Obrador, quien ahora los quiere liquidar y los denuesta como corruptos. Además, quiere aplastar al INE, sucesor del IFE. Son los partidos que armaron en 2012 un pacto que impulsó las reformas educativa, energética y hacendaria. Con todas sus taras y defectos, con sus mezquindades y corruptelas, estos partidos representan la transición democrática. El presidente López Obrador, que amenaza a la democracia con su autoritarismo, quiere parar en seco esa transición y se apoya, como dices, en una ciudadanía poco educada en la política parlamentaria. Lo favorece el tropiezo electoral que estos partidos sufrieron en 2018, cuando fueron sorpresivamente rebasados por López Obrador por la derecha. Hoy cualquiera de esos tres partidos, hasta el PAN, está a la izquierda del gobierno de la 4T, pero en el contexto actual no estoy seguro de que eso sea una ventaja electoral. Podría más bien ser un lastre ante una ciudadanía muy inclinada hacia la derecha.
Las encuestas tienen a la oposición, hacia las elecciones de junio, en el umbral de un 30%, mientras que Morena alcanza hasta el 56% de las intenciones de voto, en el escenario más optimista para AMLO. Me parece que esa popularidad se explica por su restauración presidencialista, por decir lo menos, porque los ciclos populistas han demostrado ser largos en América Latina y por un largo etcétera, pero una intención de voto tan alta para Morena y sus aliados, dado “el fracaso de López Obrador”, en todos los órdenes y bajo todos los indicadores, como subtitulas tu libro, no deja de sorprenderme...
Cuando hablo del fracaso de López Obrador me refiero al hecho de que su muy pregonada Cuarta Transformación, que equipara a la Independencia, a la Reforma liberal y a la Revolución mexicana, ha sido un manojo de acciones disparatadas que no han cambiado el régimen. Han logrado, eso sí, desmantelar algunas estructuras gubernamentales. Y, por lo que se puede avizorar de sus discursos, es un intento de restauración del régimen priista de los años sesenta y setenta. Esta restauración es imposible, pero la intentona de llevarla a la práctica está desmadrando al gobierno y a la economía. Tienes razón cuando dices que los populismos en América Latina son duraderos. El populismo mexicano, que se inicia en los años treinta del siglo pasado con Cárdenas y pasa por diversas etapas, ha llegado a un momento álgido gracias a la llegada a la presidencia de López Obrador. Yo quisiera creer que representa el final del ciclo, con sus patadas de ahogado. Hay algunos indicios de que es así. Pero no estoy seguro y me temo que pueda ser el comienzo de un nuevo ciclo, aunque no veo a posibles sucesores como líderes que continúen la labor del actual presidente. Acaso estamos entrando en una fase de transición, llena de tensiones y desorden político, que no sabemos a dónde nos llevará.
Posdemocrático –como has calificado al régimen de la autoproclamada Cuarta Transformación–, lanza preocupantes señales autoritarias y hasta dictatoriales. ¿En qué escenario nos pondría que Morena ampliara su mayoría en el Congreso de la Unión y en buena parte de las gubernaturas en disputa, aunque cierras Regreso a la jaula con la esperanza de que el electorado rectifique?
Si Morena logra de nuevo una mayoría aplastante en el Congreso –con sus típicos métodos corruptos– es posible que el presidente trate de hacer modificaciones a la Constitución, más sustanciales y más peligrosas. Está obsesionado por bloquear toda medida que borre lo que él considera sus logros. Esos cambios pueden ser nefastos y podrían implicar un intento de someter los procesos electorales autónomos, una liquidación del INE, una legitimación de mecanismos autoritarios, una legalización de los controles estatistas de la economía y una consolidación de un todopoderoso partido oficial casi único. Hay indicios que permiten sospechar que será un fracaso. López Obrador está construyendo un enorme monumento con su estatua en la cúspide, pues está convencido de que su obra está a la altura de las que impulsaron Morelos, Juárez y Madero. Para él gobernar es construir su inmortalidad con el aliento de una moral decimonónica. Cree que esa moral proviene de las reservas profundas del alma popular y que hay que extraerla del subsuelo de la misma manera en que se obtiene petróleo. Y él se cree el líder encargado de refinar esos sentimientos crudos de la nación para convertirlos en el combustible que mueva el motor de su Cuarta Transformación. Pero de ese subsuelo solo fluye una moralina que no llega a ser la gasolina que podría alimentar al motor. Es el motor de un poder autoritario que se mueve en el vacío del desorden que impera en su gobierno. Por ello afirmo en mi libro que se trata de un poder impotente, de una fuerza nacionalista estéril. Espero que los resultados electorales de junio frenen esta locura.
Yo llamaría a votar por la oposición porque el relato que hace AMLO de la transición, que paradójicamente lo llevó al poder, es maliciosamente falso. Yo llamaría a votar por la oposición porque el México de 1997-2018 ha sido el menos malo de varios Méxicos posibles, pero tú, ¿por qué llamarías a votar por la coalición Va por México?
Yo también, como tú, llamaría a defender el México democrático que creció entre 1997 y 2018. Pero es un llamado complicado y lleno de problemas, porque el gobierno de la 4T trata de hacer creer que ello sería un retroceso a la corrupción anterior. López Obrador ha metido en un solo costal a la transición democrática, al neoliberalismo y a la corrupción. Él defiende un retroceso a algo horrendo, que es el despotismo priista de los años sesenta y setenta, cuando la corrupción era mucho peor y se agregaban a ella una fuerte represión, la falta de libertad de expresión, la violencia y la miseria. Pero esa época de la “dictadura perfecta” es tan lejana que pocos saben de ella. Hay una incultura política muy generalizada. La gente más joven ni siquiera tiene la experiencia liberadora de vivir en democracia y tiende a asociarla a los evidentes males que azotan a la sociedad. Hay mucha ignorancia en la ciudadanía y muchos se tragan la idea de que los tres partidos coaligados representan la corrupción. Pero cada vez es más evidente que el gobierno de López Obrador no ha erradicado la corrupción que opera con dinero oculto, y que otra forma de podredumbre, la política, sigue imperando en las filas de los obradoristas. Gracias a la corrupción un operador del partido oficial y hermano del presidente maneja de manera oculta e ilegal millones de pesos. Gracias a esa putrefacción, Morena y sus aliados lograron una sobrerrepresentación ilegal en el Congreso. La descomposición ha llegado al punto de que el presidente y su partido están tratando de reventar al INE, al que le han puesto una trampa: pusieron a muchos candidatos que incumplían la ley para obligar al INE a suspenderlos y, con ello, el gobierno empuja al Tribunal Electoral a restaurar esos candidatos que faltaron a sus obligaciones. El resultado: la instancia electoral autónoma queda debilitada y López Obrador difunde la idea de que es una institución corrupta, acaso para deslegitimar unos resultados que muestren su retroceso. Hay que votar por la oposición porque, diría que casi a pesar de ella, representa las libertades democráticas que tardamos decenios en alcanzar y que hoy están amenazadas.
En el desprecio de AMLO por el feminismo, asociado a ese tipo de izquierda de escasa relevancia –de la que hablábamos–, pese a ser culturalmente muy poderosa, uno diría también que hay un cálculo (o una resignación) en Morena: de que, a pesar de su fuerza mediática y su capacidad de movilización malquistarse con las mujeres militantes, humillándolas, tiene un costo electoral no demasiado alto. ¿Es así?
El año pasado las feministas organizaron una manifestación inmensa y un paro impresionante. Fue un gran movimiento que se enfrentó a López Obrador y logró abrir en la nave de su gobierno la primera rotura importante. Le provocó un daño muy grande, razón por la cual ha mantenido un intenso resentimiento contra las feministas. No les perdona que hayan logrado movilizar a tantos miles de mujeres en contra de su gobierno. En el partido oficial parecen suponer que esta confrontación no tendrá repercusiones electorales. Por ello han apoyado al ignominioso candidato machista a gobernador de Guerrero, Félix Salgado Macedonio, acusado de ser un violador. No sé si Morena perderá votos debido a su insolente confrontación con las feministas. Esto lo vamos a ver en junio. Es posible que sus líderes piensen que los votos de las feministas ya los perdieron hace tiempo y que, hagan lo que hagan, no los van a recuperar. El presidente desprecia mucho de lo que fue impulsado por la izquierda, desde el feminismo hasta la intelectualidad crítica. Espero que el activismo feminista siga erosionando, aunque sea un poco, el prestigio popular del presidente. Lo mismo hacen los intelectuales críticos.
Regreso a la jaula, a diferencia de tantos libros políticos coyunturales, no solo está asociado a tus antiguas (y vigentes, como lo demuestras) teorías sobre la mexicanidad, sobre su neotenia, sino es un libro autocrítico. Buscas en tu pasado inmediato como observador y partícipe de la vida nacional, y subrayas en qué te equivocaste en los últimos años.
Extendería la pregunta a muchos de quienes compartimos tu visión: ¿Crees correcto, como dicen algunos amigos, que la pedagogía de la transición fracasó? ¿O sucedió más bien que las reformas estructurales, bloqueadas por los propios partidos en el poder hasta el Pacto por México de 2012, llegaron tarde al bolsillo de los mexicanos? ¿Nuestra democracia desdeñó la justicia social? ¿O puede verse en ese “regreso a la jaula” un atavismo, como dirían los antiguos, un desprecio de la mitad de los votantes mexicanos por esa vida democrática que desde luego no es, en ninguna parte, el país de Jauja?
Es cierto, inicio el libro con un examen crítico de algunas de mis equivocaciones. Ahora me pregunto si estos errores no fueron también el síntoma que revela que quienes nos ilusionamos con la transición democrática dejamos de ver que algo dañino crecía como mala hierba, oculta por el espectáculo de las elecciones y las nuevas libertades. O bien fuimos ciegos a los efectos perversos del nuevo aparato democrático. El retorno del PRI a la presidencia en 2012 debió alertarnos. ¿Qué se hizo mal a comienzos de este siglo? ¿Por qué no se logró ilustrar y emocionar a una parte importante de la ciudadanía para que celebrase con entusiasmo la llegada de la transición democrática? La transición no logró gestar un orgullo por haber alcanzado la democracia sin violencia. Toda la izquierda había puesto sus esperanzas en Cuauhtémoc Cárdenas y se desilusionó cuando se enfrentó a la dura realidad: la democracia llegó por el PAN, por la derecha moderna y democrática, como en otros lugares de América Latina. Esto enfrió los ánimos de la intelectualidad progresista que, como en la transición española, debió haber creado lo que llamas una pedagogía de la transición. La derecha, desprovista de una intelectualidad sólida y prestigiosa, no pudo llenar el vacío. Como la democracia llegó por la derecha, hubo desgraciadamente un desprecio por los temas de la igualdad y la justicia social. No creo que haya un atavismo de costumbres antidemocráticas antiguas, pero sí estoy convencido de que López Obrador quiere explotar, como dije, las profundidades del alma mexicana para encontrar allí la fuente de su moralina reaccionaria. Quiere regresar a la jaula de la vieja identidad nacional. Quiere explotar esa melancolía de la que hablaba Tocqueville y que acompaña a las democracias.
Desde la izquierda democrática, ¿de qué acusarías, en pocas palabras, a AMLO y a sus seguidores?
La idea de “acusar”, como denuncia de los males sociales, tiene en la izquierda antiguas resonancias, desde el famoso J’accuse de Émile Zola en protesta por el juicio contra Dreyfus. De esa famosa carta de Zola rescato una imagen, que ya he utilizado antes. Él dice que el juicio dejó una “mancha de fango”. Yo creo que hoy acusamos al presidente y a sus partidarios de hundir en el fango a la joven democracia mexicana. ~
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