Tras la derrota de Puente de Calderón, los caudillos insurgentes marchan hacia Zacatecas y Saltillo
El mismo 24 de enero, los insurgentes salen de la hacienda de San Blas de Pabellón y por Arámbula, El Ojo de Agua, Rincón de Romos, Saucillo, La Punta y La Soledad, arriban a la hacienda de San Pedro Tlacotes. De San Pedro Tlacotes Hidalgo sale a buena hora para rendir jornada en Guadalupe, en cuya posada, propiedad de Ignacio Zaldúa, fue hospedado, así como José María Anzorena y algunos otros, o bien, en el convento y colegio franciscano de Propaganda Fide, en donde se hospeda con reducido acompañamiento. En el mismo convento también son alojados algunos prisioneros españoles. Posteriormente, llegan a Zacatecas más incondicionales de Hidalgo y así se forma un moderado contingente bajo sus órdenes, bien que el mando supremo y de la mayor parte lo mantuviera Allende, quien este día entra a Zacatecas, donde dispondrá de nuevos recursos: tropas, artillería, numerario como setenta mil pesos y 80 barras de plata, a más de los doscientos mil salvados de Calderón, los cuales sumados a los rescatados por Rayón sumaron medio millón. A pesar de estos alivios, algunos como Juan Aldama y Mariano Balleza empezaban a comentar entre sí la posibilidad de desertar. Allí se enteraron de los recientes progresos de la causan en el norte, ya que el gobernador de Nuevo León, Manuel Santa María, se había declarado a favor de la insurgencia el 17 de enero. Por otro lado la provincia de Texas pasaba también a la causa, ya que el capitán de milicias Juan Bautista Casas había aprehendido al gobernador Manuel Salcedo. Y desde luego confirmaron que Mariano Jiménez se hacía fuerte en Saltillo, de donde había salido a combatir con éxito al coronel Manuel Ochoa en el puerto de Carneros. Por otra parte, la Villa de El Saltillo contaba con 8,000 habitantes y era famosa por su fiesta de septiembre
El sábado 26 de enero, se da a conocer la réplica de la Inquisición al manifiesto de Miguel Hidalgo del 15 de diciembre y se emite un nuevo edicto de la Inquisición excomulgando a los insurgentes.
De Zacatecas, el lunes 4 o el martes 5 de febrero, Allende se dirigió con la mayor parte del contingente, a Matehuala por Ojo Caliente, Carro, San Salvador, Salinas del Peñón Blanco, Cruce, hacienda de Guanamé, Venado y Charcas.
En Matehuala se reunieron los caudillos y pasaron allí varios días. Allende nuevamente se adelantó con tropa para encaminarse a Saltillo. En estos últimos tramos desérticos todos padecieron escasez de agua.
En pos de Allende partió el grueso del ejército a las órdenes de Arias e Iriarte, Y por último Hidalgo con Marroquín cinco o seis días más tarde.
Las Cortes de Cádiz y el movimiento independiente
Aquí es conveniente reinsertarnos al contexto de lo que sucedía en España, en donde la dominación napoleónica, había dejado un pequeño territorio independiente: la ciudad de Cádiz, que aunque sitiada, tenía libre acceso al mar. En ella se refugia la Junta Central Suprema Gubernativa del Reino la cual se va a encargar del gobierno del país; de dirigir la defensa frente a los franceses; y convocar una reunión extraordinaria a cortes. Estas se reunieron por primera vez en Cádiz, en la Isla de León, el 24 de septiembre de 1810. El sacerdote novohispano José Antonio Joaquín Pérez Martínez y Robles es el encargado de pronunciar el discurso inaugural. Este sacerdote ya convertido en obispo tendrá un papel relevante en la consumación de la Independencia negociando con el Jefe Político O ´Donojú y formará parte de la Regencia del Imperio Mexicano, junto a Agustín de Iturbide.
Pues bien las Cortes empiezan a emitir decretos que afectarán a los combatientes insurgentes como es la disposición del virrey Venegas del 22 febrero, que ordena el fusilamiento de los insurgentes que se aprehendan, aun cuando sean eclesiásticos, sin previa degradación, como las Cortes lo habían ordenado.
El domingo 24 de febrero Allende llega a saltillo, donde es bien recibido Por Mariano Jiménez, quien lo aloja en las Casas Reales. El 4 o 5 de marzo de madrugada arriba un decaído Hidalgo, quien en ese estado hace entonces formal la renuncia formal, ratificándose en junta de jefes el nombramiento de Allende como Generalísimo.
<<En Saltillo se recibió propuesta de indulto por parte del virrey Venegas mediante algún enviado de José de la Cruz. Se trataba de la amnistía decretada el 15 de octubre de 1810 por las Cortes de España “a favor de todos los países de ultramar en que se hubiesen manifestado conmociones, siempre que reconociesen a la legítima autoridad soberana establecida en la madre patria”. Adjunto a la propuesta de indulto venía un oficio en el que se trataba de persuadir a los caudillos de que se acogiesen a él pues la revolución estaba vencida.>>[1] Este oficio debía ser respondido y Allende e Hidalgo acordaron rechazarlo en términos seguramente redactados por el cura:
<<El indulto, señor excelentísimo, es para los criminales, no para los defensores de la patria; y menos para los que son superiores en fuerzas. No se deje vuestra excelencia alucinar de las efímeras glorias de Calleja. […]
Toda la nación está en fermento. Estos movimientos han despertado a los que yacían en letargo. Los cortesanos que aseguran a vuestra excelencia que uno u otro sólo piensa en la libertad, le engañan. La conmoción es general y no tardará México en desengañarse, si con oportunidad no se previenen los males. >>[2]
No obstante la aparente firmeza de la insurgencia en aquella región, iniciaron las deserciones, además de la dificultad de mantener en aquellas regiones desérticas a un ejército de miles de hombres.
Al abandonar la villa de Saltillo, se dejó un destacamento de 3,500 hombres al mando de Ignacio Rayón y José María Liceaga como segundo. Los 1,500 hombres restantes partieron rumbo a Monclova con objeto de seguir hasta Béjar (Texas) y entrar luego en contacto con los angloamericanos para obtener armamento.
Se desmorona el frente norte de la insurgencia
Muchas de las batallas y movimientos efectuados hace un par de siglos, hubieran tenido otro desenlace si se hubiera contado con medios de comunicación eficientes; pero no fue así y hubo desenlaces trágicos.
El origen se dio en San Antonio Béjar (Texas), en donde el jefe insurgente Juan Bautista Casas, había provocado descontento, siendo aprehendido el 1° de marzo por José Manuel Zambrano, cambiando al bando realista. Esto llevó a que el tesorero real de Saltillo Manuel Royuela que se hallaba en el valle de Santa Rosa junto con Ignacio Elizondo prepararan un plan contrarrevolucionario. Para tal efecto entraron en contacto con gente de Monclova persuadiendo a dos insurgentes de puestos clave, el comandante de armas José Rábago y al administrador de tabacos Tomás Flores, para aprehender al gobernador insurgente de Monclova, Pedro de Aranda, el 17 de marzo, urdiendo la emboscada que llevaría a cabo Elizondo.
Ignorantes de los cambios ocurridos y de la conspiración que se tramaba en su contra, los insurgentes salieron de Saltillo el 17 de marzo, pernoctando en la estancia de Santa María. Reemprendieron el camino al día siguiente, llegando a la hacienda de Mesillas, donde Allende escuchó rumores de que los angloamericanos lejos de aliarse con ellos, aprovecharían la situación de Nueva España para invadirla, comentando que “preferiría proponer la paz y la reunión con el gobierno virreinal para rechazar tal invasión”. Prosiguieron el día 19 hasta rendir jornada en la hacienda de Anaelo, donde pernoctaron. <<El 20 emprendieron el trayecto más difícil y agotador. El agua escaseaba y no hallaron sino salada en el paraje de San Felipe, y de allí fueron a acampar a La Joya.
La conspiración realista
Los conspiradores de Santa Rosa y Monclova tenían preparada la emboscada a un paso, en las norias de Baján. Incluso habían logrado infiltrar en las filas insurgentes a dos de los suyos, Felipe Enrique Neria, Barón de Bastrop, y Sebastián Rodríguez, quienes fueron guiando a la caravana. Para redondear el engaño los de Monclova enviaron un correo a Jiménez diciendo que el gobernador saldría a encontrarlos y que el pueblo se aprestaba a recibirlos de fiesta […]
En la avanzada había soldados de Elizondo dando la bienvenida a los que iban llegando, más detrás de la misma estaba lo principal de la tropa que fue capturando coche por coche a todos los jefes, a sus acompañantes y luego a centenares de soldados. No llegaron todos, pues la retaguardia, al mando de Rafael de Iriarte, de alguna manera se enteró de lo que pasaba y dio marcha atrás. Allende, al percatarse de la emboscada dijo. “Eso no; primero morir, y no me rindo”. Tiro un balazo desde el coche, sin tocar a nadie.
Respondieron los aprehensores y mataron a su hijo Indalecio. Otros también dispararon sin éxito y murieron unos cuarenta insurgentes. En el carro trece supuestamente venía Hidalgo; pero no estaba dentro sino fuera montado en negro corcel. Cuando le intimaron se diese por preso, también intento resistir y exclamó: “¡Ah traidores!”, más pronto se dio cuenta que era inútil.
En total fueron capturados 893 insurgentes. El botín consistió en 24 cañones, 18 tercios de balas, 22 cajones de pólvora, cinco carros de municiones, más de setecientas barras de plata y algo más de dos millones de pesos en plata y oro.>>[3]
De allí se dirigieron a Monclova, adonde llegaron el 22 a la puesta del sol, exhibiéndoles en la plaza, mientras se disponían las prisiones.
Presos a Chihuahua
Los 34 principales jefes, fueron engrillados y separados para enviarlos a la villa de Chihuahua, residencia del comandante general de las Provincias internas, Nemesio Salcedo, diez eclesiásticos fueron remitidos a Durango, sede del Obispado al que correspondía Chihuahua. El resto permaneció en Monclova: los que tenían graduación fueron fusilados, los demás permanecieron en prisión.
En Chihuahua fueron encerrados en el Real Hospital Militar y en el convento franciscano.
Los procesos de Chihuahua
<<Los procesos seguidos en Chihuahua a los principales caudillos de la insurrección sin duda fueron planeados con sagacidad entre el comandante Salcedo y quien habría de ser el principal juez, Ángel Abella, que había sido por años funcionario importante en Zacatecas, donde se hizo especialmente odiosos entre el pueblo, que pedía su cabeza, y que huyó una vez que la población se pronunció a favor de la insurgencia.
Había que deslindar hechos, fijar responsabilidades y obtener información. Por otra parte los realistas no estaban ayunos de noticias acerca de cada uno de los caudillos. Todo indica que percibieron que el más dispuesto a declarar era Mariano Abasolo y que la principal cabeza de la causa, a pesar del despojo, era Hidalgo.
Procedieron con Abasolo el 26 de abril. El militar dolorense trató de reducir al mínimo su participación en el levantamiento, así como de la protección que dispensó a no pocos europeos, todo con objeto de salvar su vida, no excusó a Hidalgo, pero achacó visiblemente la primordial iniciativa y graves responsabilidades a Ignacio Allende. No deja de advertirse cierto resentimiento hacia el sanmiguelense y alguna comprensión hacia su párroco.
Siguió Hidalgo, quien estuvo declarando tres días: 7 y 8 mayo, mañana y tarde, y el 9 por la mañana, hasta el agobio. […] Los dos primeros días Hidalgo fue más explícito y abundante en sus respuestas pero al final se limitó a dar respuestas breves o a remitirá contestaciones previas, y una vez que le fueron leídas todas, ya no quiso corregir, ni ampliar. Estaba fastidiado o su carácter era de una palabra. No rehuyó, ni palió su responsabilidad en el levantamiento. En particular la asumió…>>[4]
Recalcó que su propósito era la independencia del país la que era absoluta y se manifestaba conforme al rechazo del rey en Guanajuato, en Valladolid y en Guadalajara.
¿Retractación?
Hidalgo procedió a una petición de perdón y otra al comandante Salcedo; el cuál le indico que escribiera una retractación pública. <<Supuestamente Hidalgo la redactó, fechándola el 18 de marzo. En realidad el documento no lleva el nombre de retractación ni en todo él aparece el término. Es preciso citarlo completo y hacer un análisis cuidadoso […]
La pieza gira en torno de tres conjuntos de referencias biblícas. El primer conjunto permite al autor –supuestamente Hidalgo –subrayar que está embargado de un gran dolor, de una profunda depresión, y que ha pasado noches de insomnio y enfermedad […]
El segundo conjunto de referencias de las Sagradas Escrituras trata de la obediencia a la autoridad legítima […]
Finalmente hay una serie de referencias a la misericordia de Dios con el pecador contrito […]
En el documento no hay una retractación de la opción por la independencia y libertad. Es un arrepentimiento sincero de excesos realmente perpetrados y reconocidos ya en el interrogatorio, como los asesinato, la destrucción y la sustracción de caudales, etcétera.>>[5]
¿Murió Hidalgo excomulgado?
En prisión se confesó sacramentalmente varias veces, una vez que concluyó el interrogatorio del proceso militar el 9 de mayo, que le sirvió como examen de conciencia. Estas confesiones implican que la excomuniones declaradas contra él por varios obispos se levantaron en Chihuahua. Hay que hacer notar que Hidalgo, desde que se pronunció en Dolores, no celebró misa, puesto que se sabía en pecado.
Para proceder a la pena capital, precedía la degradación y libre entrega del reo por la jurisdicción eclesiástica, aunque según el Concilio Tridentino, esto era prerrogativa de los obispos consagrados, indelegables a simples presbíteros; por lo que el comandante tendría que remitir el reo a Durango. Según el Dr. Carlos Herrejón <<en el fondo el canónigo Fernández Valentín, impresionado como como muchos por la conducta ejemplar del reo, pretendía dejar abierto un resquicio para que con la intervención de varios obispos se pudiera conmutar la pena capital y así con un Hidalgo arrepentido de sus excesos pero vivo gracias a la intervención de la Iglesia, tal vez se lograra más en la pacificación que con su sacrificio.
Pero el comandante Salcedo, tan luego como hubo leído los reparos del canónigo, envió una carta de protesta al obispo de Durango>>[6], quien autorizó al canónigo a ejecutar la degradación de Hidalgo “por exigirlo así imperiosamente el bien público y tranquilidad universal de esta parte de la monarquía”.
El día 27 de julio se constituyó el tribunal eclesiástico que formalizaría la sentencia y colaboraría en la degradación. <<Esta se ejecutaría públicamente para escarmiento al amanecer del 29 de julio en un corredor del antiguo colegio jesuita. Cuando fueron por él al calabozo,
Salió con un garbo y entereza que admiró a todos los concurrentes, se presento y arrodilló orando con cristiana devoción al frente del altar que estaba al lado derecho de la botica. De allí con humildad se fue donde estaba el juez eclesiástico […]
Los objetivos de la degradación fueron dos: causar pavor por el carácter solemne y altisonante del rito, y despojar al reo del fuero eclesiástico. En cierta parte de la ceremonia el ministro que degradaba hizo ademán de raspar con sus uñas las palmas de las manos de Hidalgo para significar que se había hecho indigno de la unción recibida el día de su ordenación sacerdotal. Hidalgo sin duda lo recordó: el 19 de septiembre de 1778. Es frecuente que tal ceremonia se pinte erróneamente como desollamiento, y peor como remoción del carácter sacramental del sacerdocio, que es indeleble conforme a la doctrina católica constante, bien sabida por los degradantes y más Hidalgo: “Tú eres sacerdote para siempre”.
A las siete se presentó el comisionado Ángel Abella, quien hizo poner de rodillas a Hidalgo para notificarle su sentencia de muerte. Se llamó otra vez al confesor para su última absolución y rezos.[7]
El doloroso Fusilamiento:
<<El día 30, hacia las seis y media de la mañana, “le sirvieron un desayuno de chocolate, y habiéndolo tomado, suplicó que en vez de agua le sirvieran un vaso de leche, que apuró con extraordinaria muestra de apetecerla y gustarla”. Lo esperaban ya doce soldados y un oficial.
Un momento después se le dio aviso de que era llegada la hora de marchar. Salió en efecto […] y habiendo avanzado quince o veinte pasos, se paró por un momento, porque el oficial de la guardia la habría preguntado si alguna cosa se le ofrecía que disponer por último; a esto contesto que sí, que quería le trajesen unos dulces que había dejado en sus almohadas: los trajeron en efecto y habiéndolos distribuido entre los mismos soldados que debían hacer fuego y marchaban a su espalda, los alentó y confortó con su perdón y sus más dulces palabras para que cumpliesen con su oficio; y como sabía que se había mandado que no disparasen sobre su cabeza, y temía padecer mucho, porque aún era la hora del crepúsculo y no se veían claramente los objetos, concluyó diciendo:
La mano derecha que pondré sobre mi pecho será, hijos míos, el blanco seguro al que habéis de dirigiros”.
El banco del suplicio se había colocado en un corral interior del referido colegio […] y enterado el señor Cura del sitio a que se le dirigía, marchó con paso firme y sereno y sin permitir se le vendarán los ojos, rezando con voz fuerte y fervorosa el salmo Miserere mei. No fue exhortado por ningún eclesiástico en atención a que lo iba haciendo por sí en un librito que llevaba a la derecha y un Crucifijo a la izquierda.
Llegó al cadalso, le besó con resignación y respeto, y no obstante algún altercado que se le hizo para que se sentase la espalda vuelta, tomó el asiento de frente, afirmó su mano sobre el corazón, les recordó a los soldados que aquel era el punto a donde le debían tirar.
Fue atado con dos portafusiles de los molleros y con una venda en los ojos contra el palo, teniendo el Crucifijo en ambas manos […] Le hizo fuego la primera fila, tres de las balas le dieron en el vientre, y la otra en un brazo que le quebró; el dolor le hizo torcerse un poco el cuerpo, por lo que se zafó la venda de la cabeza y nos clavó aquellos hermosos ojos que tenía. En tal estado hice descargar la segunda fila, que le dio toda en el vientre, estando prevenidos que le apuntarán al corazón; poco extremo hizo, sólo si se le rodaron unas lágrimas muy gruesas. Aún se mantenía sin desmerecer en nada aquella hermosa vista, por lo que le hizo fuego la tercera fila, que volvió a errar, no sacando más fruto que haberle hecho pedazos el vientre y la espalda, quizá sería porque los soldados temblaban como unos azogados. En este caso tan apretado y lastimoso hice que dos soldados le dispararan poniendo la boca de los cañones sobre el corazón y fue con lo que se consiguió el fin.
Serían las siete y media de la mañana del 30 de julio de 1811.>>[8]
Poco después, el cadáver fue exhibido al público sobre una silla a una altura considerable. Luego, el cadáver fue introducido nuevamente al edificio, para que un tarahumara le cercenará la cabeza, la cual una vez salada fue enviada con las de Allende, Aldama y Jiménez, a la Alhóndiga de Granaditas. El cuerpo fue recogido por la tercera orden del convento de San Francisco, en donde fue velado y sepultado.
El 16 de septiembre de 1823, los restos mortales de Hidalgo y otros próceres entraron solemnemente en la Catedral de México. Allí estuvieron hasta que Plutarco Elías Calles ordenó que los llevarán a la Columna de la Independencia, en donde permanecen desde el 16 de septiembre de 1925.
Jorge Pérez Uribe
Notas:
[1] Carlos Herrejón Peredo, Hidalgo: maestro, párroco e insurgente, Ed. Clío, libros y videos, S.A. de C.V., México, 2014, pág.395
[2] Ibíd., pág.395-396
[3] Ibíd., pág.398
[4] Ibíd., pág.403
[5] Ibíd., págs.408, 410
[6] Ibíd., pág.421
[7] Ibíd., págs.422, 423
[8] Ibíd., págs.422, 423
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