sábado, 1 de septiembre de 2018

MIGUEL HIDALGO, EN DOLORES, EL 18 BRUMARIO, Y LA INVASIÓN A ESPAÑA (IV)




En Francia: el golpe de estado del 18 de brumario


El día 18 de brumario del año VIII (calendario republicano francés, equivalente al 9 de noviembre de 1799), Napoleón Bonaparte, retornado desde la campaña de Egipto y aprovechando la debilidad política del Directorio Ejecutivo gobernante en Francia, dio un sorprendente golpe de Estado contando con el apoyo popular y del ejército (sabedores de sus hazañas y capacidades en las diferentes campañas de las Guerras Revolucionarias Francesas), junto a algunos ideólogos de la Revolución como Sieyès, Roger Ducos y Talleyrand.

Este golpe de Estado, que en principio pretendía acabar con la corrupción del anterior gobierno y favorecer los intereses de la nueva burguesía republicana, llevó a un régimen consular, en donde inicialmente fue el Primer Cónsul y después el Cónsul Vitalicio y finalmente el Emperador de Francia el 2 de diciembre de 1804.


La subdelegación de Dolores



Habíamos comentado que el 6 de octubre de 1803, Hidalgo había asumido el cargo de párroco en la población de Dolores.

La jurisdicción de Dolores formaba parte de la alcaldía mayor de San Miguel el Grande, pero a raíz de la institución de las Intendencias (1786), alcanzó el rango de subdelegación, supeditada al intendente de Guanajuato Juan Antonio de Riaño y Bárcena, quien ya hemos visto era buen amigo de Hidalgo.

Esta jurisdicción superaba las 40,000 personas, 15% de origen hispano, entre criollos y peninsulares, 35% de mestizos y castas y 50% de indígenas otomíes asentados por migración, Es importante señalar que aunque no constituían un pueblo de indios, estaban organizados en una república y gobierno propios.

La Parroquia y la subdelegación de Dolores estaban asentadas en la cuenca del río de la Laja, tributario del Lerma, formando parte de los sistemas orográficos denominados Sierras de la Altiplanicie del Norte y Sierra del Centro, con alturas promedio de 2,000 metros en el valle y 2,500 en las serranías. Poco más baja que la región de San Felipe, la de Dolores era más fértil, pues se agregaban las aguas de los ríos Dolores y San Diego. Por ello los ingresos de la población agrícola y por tanto del diezmo eran mayores que en San Felipe, aún cuando el territorio era menor. Sin embargo está bonanza no llegaba a los indios –otomíes en su mayoría-, que no poseían tierra comunales y que se asentaban en las partes altas de la cuenca, donde la tierra sólo daba magras cosechas.


La parroquia de Dolores


Quien ha visitado este templo podrá constatar sus enormes dimensiones. Terminado apenas por su hermano Joaquín, está dedicado a Nuestra Señora de los Dolores. En esa época existían tres retablos barrocos: uno central que ya no existe y dos laterales, que se pueden admirar aún. El pueblo de dolores contaba además con 8 capillas y 16 clérigos.
Su laicado era muy participativo organizado en grupos de devoción y ayuda mutua, como las cofradías, las hermandades y las órdenes terceras [1]. A principios del siglo XIX funcionaban tres cofradías en Dolores: la de Nuestra Señora de los Dolores, la del Santísimo Sacramento y la de las Ánimas, así como la Hermandad de San Roque y la Orden Tercera de San Francisco.




Empresario artesanal, apicultor y de cultivos


La estancia de Hidalgo en dolores estuvo marcada por el asedio de deudas, al grado de que se le secuestraron sus ingresos como párroco con el fin de saldarlas. Cuando en San Felipe le sucedió lo mismo se marchó temporalmente a sus haciendas para hacerlas producir más. Hidalgo sabía que ésta vez no era esa la solución, por lo que se le ocurrió promover objetos artesanales de uso cotidiano que le dejaran mejores ingresos: alfarería, curtiduría, herrería y carpintería, así como los cultivos de la morera para la seda y de la uva para vino y finalmente panales de abejas. Si bien en dolores ya existían dichas actividades, faltaba impulso, organización e innovación que el cura empresario podía aportar. Por otra parte si sus indios feligreses carecían de tierras, sentía parte de su responsabilidad como párroco socorrerlos. Así pues inició con entusiasmo el diseño y creación de aquellos talleres y cultivos, preguntando y leyendo: ”se aficionó a la lectura de obras de artes y ciencias y tomó con empeño el fomento de varios ramos agrícolas e industriales en su curato” [2]; con el paso de los días se percató de que el verdadero éxito de aquellas empresas lo requería de tiempo completo, por lo que decidió encargar la administración parroquial a Francisco Bustamante, sacristán mayor. No obstante no dejó el beneficio ni la responsabilidad última, reservándose el derecho de intervenir el cualquier momento.

Su jornada diaria iniciaba a las 5 de la mañana dirigiéndose al santuario de El Llanito en donde celebraba misa de 6, predicando y confesando. Antes de las ocho, llegaba a la sedería y luego a la alfarería y a la tenería. De ahí se dirigía a la vinería. <<Una vez concluido el recorrido de revista e indicaciones, se ponía a estudiar “para lo cual tenía un lugar en un costado de la alfarería hacia el Poniente, en cuyo punto tenía una silla y allí leía silenciosamente, sin que nadie se atreviera a interrumpirlo”>> [3]

Para sus proyectos dispuso de inmuebles para obras pías de la Iglesia: una casa y tres huertas. En el caso de la vinatería, el cultivo de la uva era ya notable en Dolores, antes de Hidalgo y para que fuera negocio necesitaba contar con licencia del gobierno virreinal, sin embargo, no se la dieron.


España de aliada a estado satélite francés



Napoleón va a introducir una nueva política, el control de Europa. En estos momentos mantiene la alianza con España contra Gran Bretaña, pero las pretensiones del francés ya no son las mismas que había antes de la Revolución Francesa. Napoleón se olvida de las colonias en América y se concentra en formar un gran imperio continental en Europa. Para ello, necesita la flota Española, considerada la segunda mejor del mundo, para acabar con Inglaterra. Napoleón va a convencer a Godoy de que España puede ejercer un control ultramarino y Francia un poder militar en tierra que haga un gran imperio. El Emperador francés quiere en realidad la flota española para invadir Gran Bretaña. El problema es que la propia flota británica es muy superior a la española. A pesar de un plan para acabar con los barcos ingleses, Nelson no cae en la trampa de españoles y franceses, y éstos se enfrentan a la flota británica en Trafalgar (1805), donde toda la armada española es destruida. A partir de este momento España ya no tiene utilidad ninguna para Napoleón. España no es más que un estado satélite francés. El miedo a Francia lleva a España y a Godoy al servilismo. España concede a las tropas francesas permiso para que tomen Portugal, aliado éste de Inglaterra, tras el tratado de Fontainebleau (1807). Este permiso llevó a que los franceses ocupasen también España sin ninguna oposición.




La soledad acosa a Hidalgo.



Aunque en su casa lo acompañaban sus medios hermanos Mariano, Guadalupe y Vicenta, no olvidaba a su hermano mayor Joaquín fallecido en septiembre de 1803.

Las denuncias inquisitoriales aunque infundadas, lo habían infamado de hecho, por lo que muchos amigos y clérigos ahora le daban la espalda, eso ocurrió exactamente con la clerecía de Guanajuato, a donde acostumbrara acudir para visitar a los ilustrados Riaño, y había hecho amistad con el médico y maestro de matemáticas poblano José Antonio Rojas. Por esos días –mayo de 1803- Rojas era objeto de reconocimiento público por las visitas del virrey Iturrigaray y sobre todo la de Humboldt, -agosto y septiembre del mismo año- a quien Rojas auxilió en sus investigaciones. Quizá crecido por ello Rojas se fue de la lengua por lo que la Inquisición lo encarceló en mayo de 1804. Manuel, su hermano fue su defensor y le consiguió una pena benigna, pero no pudo volver a Guanajuato.

Luego el 18 de junio de 1804 expiraba su querido obispo Antonio de san Miguel. A los tres meses fallecía su querido tío Vicente Gallaga. En agosto de 1805, partió a Europa el clérigo Martín García de Carrasquedo, a quien quería como ahijado.

Tal vez la pérdida de estas amistades, hizo que Miguel entablara una relación más profunda con Ignacio Allende, con quien compartía el gusto por las corridas de toros.

A mediados de 1806 los militares de Nueva España fueron convocados por el virrey Iturrigaray para concentrarse en varios puntos ante la amenaza de un ataque inglés, debido a la alianza de España con Francia; por lo que Allende marchó a la Ciudad de México, volviendo al cabo de seis meses. No obstante, ambos tenían razones suficientes para hacer viajes frecuentes a Santiago de Querétaro. Hidalgo necesitaba el influjo vital de la cultura citadina y en aquella ciudad se habían desarrollado muchas instituciones educativas, como el colegio sucedáneo del jesuita y los estudios conventuales de franciscanos, agustinos, dominicos, carmelitas y mercedarios. Por su parte Allende se hizo dueño de un molino, que le brindó múltiples relaciones en la localidad, entre ellos un tendero Epigmenio González. Además tenía una novia. Un amigo en común era el Corregidor del territorio queretano, el licenciado Miguel Domínguez, y su esposa Josefa Ortiz.


El motín de Aranjuez, España



La presencia de tropas francesas en España, en virtud del tratado de Fontainebleau, se había ido haciendo amenazante a medida que iban ocupando (sin ningún respaldo del tratado) diversas localidades españolas (Burgos, Salamanca, Pamplona, San Sebastián, Barcelona o Figueras). El total de soldados franceses acantonados en España ascendía ya a 65,000, que controlaban no solo las comunicaciones con Portugal, sino también con Madrid, así como la frontera francesa.

La presencia de estas tropas terminó por alarmar a Godoy. En marzo de 1808, temiéndose lo peor, la familia real se retiró a Aranjuez para, en caso de necesidad, seguir camino hacia el sur, hacia Sevilla y embarcarse para América, como ya había hecho Juan VI de Portugal.

El 17 de marzo de 1808, tras correr por las calles de Aranjuez el rumor del viaje de los reyes, una pequeña multitud compuesta por nobles cercanos al príncipe de Asturias—, se agolpa frente al Palacio Real y asalta el palacio de Godoy. El motín perseguía la destitución de Godoy y la abdicación de Carlos IV en Fernando. El día 19, por la mañana, Godoy es encontrado. Ante esta situación y el temor de un linchamiento, interviene el príncipe Fernando, verdadero dueño de la situación, en el que abdica su padre al mediodía de ese mismo día, convirtiéndolo en Fernando VII.


Las abdicaciones de Bayona


Tras el motín de Aranjuez, Napoleón cambió su plan inicial de desmembrar la monarquía española por el de asimilarla a su Imperio, mediante el cambio de la dinastía de los Borbones por un miembro de su familia, "ya que creía imposible restablecer en el trono a Carlos IV contra la opinión de gran parte de la nación, y no deseaba reconocer a Fernando VII, sublevado contra su padre".

Para llevar a cabo su plan convocó a toda la familia real española para que se reuniera con él en Bayona, incluido Godoy que fue liberado por los franceses el 27 de abril, el mismo día en que se conoció en Madrid que el viaje del rey Fernando VII a la frontera era para entrevistarse con Napoleón. En Bayona tanto Fernando VII como Carlos IV ofrecieron poca resistencia a los planes de Napoleón de situar en el trono de España a un miembro de su familia y en menos de ocho días abdicaron de la corona de España en su favor. Todo esto quedó rubricado con la firma del Tratado de Bayona el 5 de mayo entre Carlos IV y Napoleón Bonaparte, por el que el primero cedía al segundo sus derechos a la Corona española, con dos condiciones: el mantenimiento íntegro del territorio de la monarquía y el reconocimiento de la religión católica como la única en ella. Días después firmarían su renuncia a los derechos sucesorios que pudieran corresponderles, el propio Fernando, su hermano Carlos María Isidro, y el tío de ambos, el infante don Antonio.


La respuesta de los criollos en la voz del capitán Allende



A partir del 8 de junio se dieron a conocer las primeras noticias de la crisis en España, como la renuncia de Carlos IV y sobre todo la entrada del ejército español, pero el clímax se dio el 14 de julio de 1808, cuando se supo de las abdicaciones de Carlos IV y Fernando VII. <<Para entonces, la mayor parte de los militares del país se habían concentrado de nuevo en varios puntos del oriente debido a la renovada amenaza de un ataque inglés. El capitán Ignacio Allende se hallaba a la sazón en San Juan de los Llanos y no tuvo empacho en poner en “el cuarto de su prevención un letrero que decía `independencia cobardes criollos´. Allá mismo discutió la situación con un comerciante peninsular. Allende expresó que si los franceses vencían a España, se debería establecer un gobierno independiente formando aquí una masa para que todos los que estuviesen acreditados de buenos patriotas tomasen las riendas del gobierno y se estableciese lo que conviniese a la América […] siendo el primer paso el de armarla para precaverla de la suerte que había corrido la Metrópoli, en lo cual se proponía que perdiendo Bonaparte las esperanzad de poseer esta América, podría entregarla al señor don Fernando VII o a quien en su caso fuese el legítimo heredero, a costa del sacrificio pecuniario que fuere necesario.>> [4]



El parteaguas de septiembre de 1808



De la madre Patria llegaba la noticia del levantamiento de algunas provincias contra el invasor francés. En tanto en la Ciudad de México, varios criollos hicieron propuestas para enfrentar la crisis: Juan Francisco de Azcárate, el peruano fray Melchor de Talamantes, el dominicano alcalde de corte Jacobo de Villaurrutia y el licenciado síndico Francisco Primo de Verdad y Ramos. Aunque las propuestas variaban en grado, proponían en sí, la creación de una junta que como las de España empezara a funcionar en nombre de Fernando VII, dando preferencia a los ayuntamientos y rechazando la monarquía absoluta. El virrey José de Iturrigaray al parecer simpatizaba con la propuesta de los criollos; por lo que en la noche del 15 de septiembre de 1808, varios de los oidores, secundando a uno de los comisionados de la junta de Sevilla, en unión con varios oligarcas de la capital, los inquisidores, el arzobispo Francisco Javier Lizana y Beaumontt, y con Gabriel de Yermo como ejecutor, dieron golpe de estado, tomando preso al virrey y a varios de los que habían propuesto o apoyado las iniciativas de autonomía o independencia.




Por su parte el corregidor de Querétaro, Miguel Domínguez, sin tener noticia del golpe, presentó el 17 de septiembre un proyecto de representación al virrey en nombre del propio ayuntamiento queretano, con la esperanza de que este lo aprobara tal cual o con alguna enmienda para enviarlo luego a la capital. Comenzaba por lamentar la crisis y manifestar fidelidad al cautivo Fernando VII, haciendo su propuesta en estos términos: “Este ayuntamiento pide a vuestra excelencia que se sirva de convocar a las cortés de él, porque considera que este es el único arbitrio, ya para calmar la inquietud que tanto nos desazona […]”


El surgimiento de un caudillo



No fueron las lecturas de los enciclopedistas (muy difíciles de obtener gracias a la efectividad de la Inquisición), menos aún la pertenencia a una inexistente masonería (sobre las que los historiadores masones, callan el acceso discriminatorio a los criollos y a las castas en las logias). Lo que sí es un hecho es que los sucesos de 1808, tanto en España, como lo que se veía en México, llevaron a una determinación a Hidalgo, a Allende, a los nacientes “Guadalupes” y a muchos criollos y mestizos más.

La Nueva España era ahora gobernada por un gobierno ilegítimo. Además existía el riesgo de que la patria cayera en manos de los impíos franceses mediante la colaboración de los españoles. <<Hidalgo pensaba, igual que muchos otros, que la entrega del reino era una persuasión avalada por el escaso cuidado en proteger al país y porque la oligarquía que había dado el golpe parecía dispuesto a todo con tal de salvar sus intereses económicos y de poder. Era obligatorio oponerse a la entrega. Y dicha obligación daba el derecho de hacerlo, “el derecho que tiene todo ciudadano cuando cree la patria en riesgo de perderse”.

Recapitulemos. Desde mucho antes, a raíz de la expulsión de los jesuitas, se desató una serie de interrogantes entre los criollos, y más entre aquellos que como Hidalgo los tenían de maestros. La consiguiente persecución a las ideas achacadas a los expulsos, como de “sanguinarias”, esto es, el tiranicidio, incitaban más a que la gente pensante averiguara de que se trataba. Una respuesta se hallaba en aquel texto olvidado en San Luis de la Paz y que llegó al Colegio de san Nicolás: la Defensio fidei de Francisco Suárez.

Mayores reflexiones se desataron en muchos criollos a partir de 1783, año del Tratado de París que reconocía la independencia de Estados Unidos. Por otra parte las reformas borbónicas significaron en buena medida la intensa transformación de los reinos de ultramar en colonias muy redituables con la consiguiente exclusión y malestar de los criollos en la esfera del poder. Más la alternativa de la independencia no era extraña, puesto que el ejemplo estaba a la vista.

En este contexto, cuando menos desde la última década del siglo XVIII Hidalgo criticaba el estado de cosas, tachando al gobierno de despótico, que mantenía al pueblo engañado, y consideraba que la independencia era conveniente para el país; por lo dicho, sabía que dicha independencia no se reducía al autonomismo de los criollos sino a lo que estaba significando en Estados Unidos: la separación absoluta respecto de la metrópoli.
La crítica al despotismo se había acentuado en Hidalgo al ritmo de la Revolución Francesa y del conocimiento que como párroco pueblerino fue teniendo de su propia patria como tierra de desigualdad, particularmente por los agravios que sufrían los indios y otros marginados.

Asimismo alimentó sus conocimientos sobre la situación política de Nueva España, de la monarquía española y aún de otros países gracias a la Gazeta de México, así como a comentarios de sus amigos encumbrados Riaño y Abad como de su hermano Manuel, abogado de la Audiencia y de la Inquisición. De tal manera no sólo se enteró de detalles y de la evaluación del reinado de Carlos III, a raíz de su muerte en 1788, así como de las expectativas de curso y derrotas del reinado de Carlos IV, sino de lo que subyacía aquello; las intrigas de las cortes, los intereses velados y el avance incontenible de la ilustración.>> [5]

Muchas de estas informaciones las comunicaba a Ignacio Allende y ambos eran retroalimentados por su amigo común, el ilustrado corregidor Domínguez.

<<En otras palabras Hidalgo, como muchos otros criollos, participaba de la creciente efervescencia política, pero esto no significaba que estuviera predeterminado fatalmente a ser el caudillo y, partiendo de esta idea, suponer que desde fechas anteriores a 1810 ya estuviera planeando como cabeza un movimiento; de ser así, su papel en el movimiento real no se hubiera dado como se dio.>> [6]


Sus últimos dos años como párroco



Poco antes del golpe político de septiembre de 1808, su hermano Manuel, el abogado enfermó de locura en 1807, muriendo el 14 de julio de 1808. Le quedaban dos amigos peninsulares y dos criollos: Riaño, Abad, García de Carrasquedo e Ignacio Allende, y aunque García de Carrasquedo, había vuelto de España, al arribar a Veracruz fue encarcelado por la Inquisición; de tal manera que el capitán Ignacio Allende se fue convirtiendo en su amigo de mayor trato. También trataba a otros criollos militares muy relacionados con Allende: Juan Aldama y Mariano Abasolo.

Los agravios contra el status actual se iban acumulando: su experiencia, así como de sus familiares y amigos los llevaban al convencimiento de que por mayores esfuerzos que hiciera un profesionista criollo, nunca ocuparía los altos puestos reservados a los peninsulares. A su paso por San Felipe y Dolores constató el abatimiento de la mayoría de la población y las arbitrariedades de la autoridad local.

Si bien sabía que sus deudas se debían a su carácter prodigo y desarreglado, veía como se agravaban con la voracidad de acreedores y la puntillosidad de los burócratas peninsulares, para colmo sufrió la arbitrariedad de la consolidación de los vales reales por la que procedería el embargo de sus haciendas, esto no se llevó a cabo gracias a la intervención de su amigo Abad y Queipo. De la licencia para hacer vino de uva y comercializarlo, ya vimos el resultado. El virreinato buscaba tener el control y monopolio de la economía, primero a favor de la metrópoli y posteriormente de los peninsulares encumbrados.

En abril de 1809 sufrió otra denuncia ante la Inquisición por el franciscano Miguel Bringas, por poseer la edición de obras completas del teólogo Serry, que no estaban prohibidas.

Sin embargo también en los hispanos había recelo y así ante el atraso de la temporada de aguas de 1808, el subdelegado de Dolores promovió un evento inédito: la proclamación y jura del cautivo Fernando VII para el 21 de agosto; así como el levantamiento de una compañía urbana de 100 hombres para sujetar a los indios y mantenerlos en el buen orden, invitando al inquieto Hidalgo, para que encabezara la lista de firmas de los principales del pueblo de la solicitud que se presentaría al intendente Riaño, el cual la turnaría al virrey.

Jorge Pérez Uribe



Notas:

[1] Si bien en esa época no existían los seguros de desempleo, los seguros médicos, ni de vida, a través de estos grupos, religiosos en su fin, los miembros gozaban de ayuda y protección, en caso de desempleo, largas o incapacitantes enfermedades y muerte. Además estos grupos contaban con inmuebles que arrendaban y prestaban dinero al módico rédito del 5% anual. Increíble es la ignorancia y poca difusión del servicio social que proporcionaban estas asociaciones a sus miembros.

[2] Carlos Herrejón Peredo, Hidalgo: maestro, párroco e insurgente, Ed. Clío, libros y videos, S.A. de C.V., México, 2014, pág.176

[3] Ibíd., pág. 178

[4] Ibíd., pág. 185

[5] Ibíd., págs. 195, 196

[6] Ibíd., pág. 197

sábado, 25 de agosto de 2018

EL FINAL DE LA PRIMAVERA DE PRAGA DE 1968


Tropas y blindados soviéticos intentando llegar hasta la sede de la Radio Praga, en medio de una multitud de ciudadanos que acudieron a manifestarse contra la invasión.

Para los jóvenes millenials (nacidos entre 1981 y 1996) y posteriores, este capítulo ocurrido hace exactamente 50 años, podrá parecer una historia fantástica y es que el mundo de entonces era muy distinto al de ahora. Checoeslovaquia, que fue un invento al final de la Ia. Guerra Mundial, estaba integrada por las actuales República Checa y Eslovaquia, dos pueblos pertenecientes al imperio Autro-Húngaro.


Tal día como hoy, pero de hace 50 años, en la noche del 20 al 21 de agosto de 1968, 200,000 soldados y 2,300 tanques de la URSS y de varios de sus países satélites invadieron y ocuparon Checoslovaquia. 

La Primavera de Praga: una política de apertura sin abandonar el comunismo 


Ocho meses antes, el 5 de enero, Alexander Dubček había sido designado secretario general del Partido Comunista de Checoslovaquia (KSČ), haciéndose con el poder en esa dictadura socialista. El nuevo mandatario inició un proceso de apertura denominado, en checo, como “socialismus s lidskou tváří” (socialismo de rostro humano). A partir de abril -motivo por el cual el proceso se acabó conociendo como la “Primavera de Praga”-, Dubček inició una transformación del régimen comunista, con una cierta libertad de prensa, una mayor participación popular en la vida política, una limitada apertura a la iniciativa privada en la economía y también una política internacional de buenas relaciones con los países occidentales, pero sin romper los lazos con el bloque comunista. Incluso se habló de convocar a medio o largo plazo unas elecciones democráticas. Parte de la población checoslovaca no tardó en reclamar más. Una vez abolida la censura, en la prensa se empezaron a leer críticas al comunismo y a la URSS. El mundo cultural también vivió una cierta apertura. En este ámbito destacó la figura del dramaturgo Václav Havel, que tres años antes había escrito una comedia negra, “El Memorándum”, que parodiaba la férrea burocracia comunista.

Alexander Dubček en marzo de 1969

El enfado soviético y la Declaración de Bratislava 


Los soviéticos y sus socios del Pacto de Varsovia se empezaron a incomodar. Sabían que el camino hacia la libertad es, necesariamente, una vía de escape de la opresión comunista, y no lo podían permitir. Recordemos que en 1956 la URSS ya había enviado sus tanques a aplastar la Revolución Húngara, y en 1961 Alemania Oriental se había convertido en una enorme prisión, levantando el famoso Muro de Berlín, construido con la excusa de ser un “muro de protección antifascista” pero que en la práctica tenía como fin impedir la huída de los súbditos de la RDA en esa ciudad. Pero además, los 1,382 kilómetros de frontera que separaban a la Alemania Federal de la mal llamada Alemania Democrática (que paradójicamente, era la más antidemocrática de las dos) estaban cubiertos con muros, alambradas, vallas, zanjas y campos de minas y eran patrullados por decenas de miles de soldados de la RDA. Durante su existencia, 140 personas murieron intentando huir a través de esta frontera hacia la Alemania libre. 

En julio, el gobierno checoslovaco fue citado a una reunión con el gobierno soviético cerca de la frontera entre ambos países. La delegación checoslovaca prometió lealtad a sus aliados del Pacto de Varsovia al tiempo que defendió sus reformas, pero prometiendo frenar la deriva anticomunista que se estaba dando en el proceso mediante un mayor control de la prensa. El 3 de agosto, la URSS y Checoslovaquia y otras dictaduras del Pacto de Varsovia (Alemania Oriental, Bulgaria, Hungría y Polonia) suscribieron en la ciudad eslovaca de Bratislava una declaración en la que manifestaban su “lealtad al marxismo-leninismo”, la doctrina oficial de la Unión Soviética desde los tiempos de Stalin. La declaración contenía una previsión amenazante para lo checoslovacos, pues además de comprometerse a la “vigilancia” contra las “fuerzas anticomunistas”, el texto señalaba que sus firmantes nunca permitirían “que nadie separe una cuña entre los Estados socialistas ni socave los cimientos del sistema social socialista”. El propio Alexander Dubček suscribió este texto, que era la sentencia de muerte de la Primavera de Praga. 

La ‘distensión’ y la indiferencia de Occidente hacia la Primavera de Praga 


Sorprendentemente, los países occidentales no prestaron ningún apoyo a la Primavera de Praga. En parte, lógicamente, porque el régimen comunista seguía manteniendo su sistema de partido único y su alineamiento con el Pacto de Varsovia. Además, el presidente de Estados Unidos, Lyndon B. Johnson, estaba centrado en la Guerra de Vietnam y no quería conflictos directos con los soviéticos en su área de influencia europea. En 1963, se había iniciado la llamada política de “distensión”, tras la grave crisis de los misiles de Cuba. Fue establecida una línea de comunicación directa entre el presidente de EEUU y el dictador de la URSS (el popularmente conocido como “teléfono rojo”). Además, Estados Unidos, la URSS y el Reino Unido firmaron el 1 de julio de 1968 el primer Tratado de no proliferación de armas atómicas. A causa de esta política, tanto Estados Unidos como la OTAN dejaron el camino libre a que la URSS y sus socios invadieran Checoslovaquia.

Manifestantes con banderas checoslovacas sentados en la Plaza de Venceslao, junto al Monumento a San Venceslao en Praga, esperando la llegada de los soviéticos (Foto: Leszek Sawicki /

El inicio de la invasión y la cínica justificación soviética 


El 17 de agosto, el régimen soviético emitió una resolución prometiendo “proporcionar ayuda al Partido Comunista y al pueblo de Checoslovaquia mediante una fuerza militar”, una ayuda que ni el Gobierno ni el pueblo checoslovaco había pedido. El dictador soviético, Leonid Brezhnev, anunció el día 18 a sus socios del Pacto de Varsovia que las operaciones militares comenzarían el 20 de agosto por la noche. Tal como anunció, la invasión comenzó en la noche del 20 al 21 de agosto. Como he señalado al comienzo, la URSS y sus aliados movilizaron una fuerza del tamaño necesario para afrontar una guerra. Alemania Oriental se retiró de la fuerza invasora a última hora, tras ser advertida por comunistas checoslovacos afines a Moscú de que la invasión de su país por soldados alemanes enardecería a la resistencia de la población checoslovaca, que todavía tenía muy presente la ocupación de su país por Alemania 30 años antes. 

Václav Havel: la voz de la resistencia desde Liberec 


El 21 de agosto, Václav Havel iniciaba una serie de emisiones de radio desde una estación de la ciudad de Liberec, en el norte del país. En la primera emisión pronunció estas palabras: “Las unidades militares extranjeras entraron en Checoslovaquia en inmensos números, sin el conocimiento del gobierno. Están ocupando nuestros pueblos y ciudades, nuestras instituciones públicas, nuestros hogares, nuestras calles y carreteras; están disparando a la población civil, e incluso ha habido casos de saqueo. En Praga están arrestando a nuestros principales políticos que, hasta ayer, estaban a cargo del país, así como a escritores y trabajadores culturales que, en sus artículos, discursos y acciones públicas, salieron en apoyo de la libertad, la democracia y la soberanía en nuestro país”. Así mismo, Havel añadía: “Cada voz de apoyo a Checoslovaquia hoy es importante. La gente camina por las calles con radios transistores pegados a sus oídos. Las transmisiones de radios libres que todavía están funcionando se pueden escuchar en las plazas públicas y en los altavoces de las calles. Estamos ansiosos de recibir noticias de cualquier tipo de apoyo que provenga de cualquier parte del mundo. Cada una de esas expresiones nos fortalece, y estamos agradecidos por cada una”. De esta forma, la voz de Havel se convirtió en un medio para alentar a los checoslovacos a la resistencia. 

Václav Havel durante la Revolución de Terciopelo en 1989, que logró la caída del comunismo en Checoslovaquia.


Fuente:http://www.outono.net/elentir/2018/08/21/el-final-de-la-primavera-de-praga-de-1968-el-comunismo-envio-tanques-contra-la-libertad/

sábado, 18 de agosto de 2018

NECESIDAD DE ESCRIBIR


Obra del pintor suizo Albert Anker, "El escritor"

Por Teo Revilla Bravo 


Cómo escribir y no morir en el intento. Esta frase, algo redicha, me ha venido a la mente al pensar en la dificultad que tenemos quienes nos dedicamos a esta actividad por un motivo u otro. Aunque dicen que se escribe o se ha de escribir porque sí, sin pretender nada concreto como no sea el propio desahogo, algo éticamente loable que puede ayudarnos a conocernos mejor. Escribir con fines preestablecidos, o de lucro, es otra cosa bien diferente, las más de las veces ligada a una forma de trabajo convertida en obligación; en tal caso, si se escribe desde la honestidad, puede ser también es una catarsis por decirlo de manera prosaica, limpieza que aligera el alma del peso con que nos vamos cargando por unas causas o por otras a lo largo de la existencia. 

Escribir es también un intento de crear una realidad alternativa, un generoso desprendimiento de lo propio, una necesidad imperiosa por descomponernos y a la vez compensarnos a fuerza de fabular creando embustes, manipulaciones o fantasías, como pretextos de una supuesta verdad propia que no nos acaba de convencer. Fabular es dejarse ir, es descubrir delirios que nos fascinan, y que a la vez pueden hacerlo a un posible lector. 

Escribimos, sentimos la necesidad. A veces contando verdades sobre nuestras vidas, o quizás sobre la visión que quisiéramos tuvieran esas vidas y los movimientos que pudieran darse en ellas, algo no siempre fácil. Para lograrlo tenemos que valernos de la experiencia y de la aptitud que creemos poseer para tergiversar o no la realidad propia o ajena y poder crear contextos alternativos en un acto de desesperación, de metamorfosis, o de imperiosa necesidad de escupir en escabroso ejercicio angustias y desaciertos, sentimientos que por dentro nos arañan o nos hacen sufrir. Hay que lograr, en todo caso, no caer en el sentimentalismo ni en decoros absurdos y engañosos. Sí escribir sin piedad ni compasión, latiendo y vibrando con cada palabra, sinceros hurgadores en lo crudo del laberinto personal, pero evitando cualquier demostración banal del ego. 

Permanecemos ante lo escrito. Lo releemos, lo revisamos, y al cabo continuamos ufanos sabiendo que será difícil llegar a un punto final que nos complazca. Sabemos que nada se acaba, que todo escrito puede continuarse, que es un proceso siempre abierto a algo, pues cada instante que llega, aún siendo los mismos, somos otros. Quizás por eso sea difícil detenerse en un punto al que darle final, pues va cambiando con la edad el conocimiento, el estilo, y el riesgo que en ello ponemos. 

Escribir, revisar, corregir. Y a medida que se escribe, más preguntas surgen, más cuestionamientos se nos plantean, más ganas de desertar –tachar, romper, eliminar-, sintiendo a la vez la necesidad de continuar. 

Se gana en seguridad. Pero dentro de la innegable incertidumbre que nos acompaña, sabedores de que los retos son cada vez mayores, que nos vamos convirtiendo en prisioneros de nosotros mismos: no queremos promover o estimular algo, que al cabo nos disminuya o minimice: el ego se revela. ¿Le falta humildad al escritor? No exactamente, pienso, pues vive dentro de una marea que lo arrastra e impulsa irreprimiblemente, mientras va intentando descubrir complejos procesos morales a los que dar respuesta, de ahí esa aparente osadía que puede cuestionar su naturalidad. 

Cuando comenzamos a escribir, a veces sabemos a dónde pretendemos llegar; otras, escribimos compulsivamente de manera aparentemente improvisada. Mientras avanzamos en la escritura todo va cambiando como en un paisaje, a menudo hasta la idea primigenia que nos impulsó a hacerlo. Disfrutamos poniendo el dedo en la herida, hurgando en lo que nos duele o preocupa, sea personal, social o de índole político. Somos observadores sensibles de cuanto pasa por dentro de nosotros, y por fuera también curiosos de lo cotidiano en ese intento por analizar lo complejo del comportamiento humano. Y lo hacemos por unas vías o por otras, con acierto o sin él, llevados de la mano impulsiva de una imparable inquietud. 

Introspección y ambigüedad son nuestras compañías. Nadie está en posesión de la verdad. La verdad quizás sea solamente una palabra para defendernos de la propia mentira. ¿Cómo hacer un juicio moral? ¿Qué consideramos moral? ¿Aquello que se establece como tal? En tal caso, estructurándolo desde nuestra particular percepción, al escribir lo añadimos a un debate general. No podremos explicar, por mucho empeño que pongamos, la clave para lograr una sociedad feliz, conscientes de que es imposible que exista. ¿Para qué escribir entonces? ¿Qué nos arrastra a ello? ¿Hallar una armonía, una compensación al pensamiento que nos aflige, dar sentido a nuestras vidas? Hay, pues, que escribir, desde la modestia. Cuando ponemos alma, vamos y venimos desde lugares de interrogación y dolor, haciéndolo desde la interpelación constante, desde el dilema que supone vivir intentando hallar tranquilidad para nuestros ánimos. En todo caso, hay que escribir desde la convicción y la sinceridad, traspasando ambigüedades, liberándonos de modas, de críticas interesadas, de porfías, de la posibilidad o imposibilidad de ser publicados o permanecer inéditos.


Barcelona.-24.-04.-2009.

©Teo Revilla Bravo.

Fuente: https://entrepalabrasysilencios.blogspot.com/2018/03/oficio-de-escribir.html?spref=fb

sábado, 11 de agosto de 2018

MIGUEL HIDALGO, PÁRROCO, EMPRESARIO Y HACENDADO (III)


Parroquia de San Felipe

Los buenos historiadores nos llevan a conocer el pasado y entender la mentalidad, las costumbres y a los personajes; tal es el caso del Dr. Carlos Herrejón Peredo, fuente de este trabajo.

Si han seguido las entregas anteriores, les será evidente que tanto a peninsulares como a criollos, les encantaba el chismorreo y el darle vuelo a la imaginación, levantando toda clase de infundios y que Hidalgo siendo un personaje sobresaliente por su preparación e ingenio, era objeto de la envidias y de toda clase de suposiciones.

En esta entrega trataremos brevemente de las denuncias que sufrió ante la Inquisición. El proceso inquisitorial de Hidalgo tuvo dos partes bien diferenciadas: la primera previa a la insurrección, de julio de 1800 a abril de 1809 y la segunda, posterior al levantamiento, del 8 de octubre de 1810 a 1811. La primera sólo consistió en denuncias, declaraciones de testigos e informaciones, con la determinación de los inquisidores respecto a que no había pruebas para proseguir el proceso y que por tanto esos papeles se archivaran; de manera que esos documentos no pasaron entonces al fiscal, ni hubo calificación, cita a comparecer, defensa o sentencia. 


La vida en San Felipe 


Independientemente de los decisivos sucesos que se vivían en Francia y en la Madre Patria, debemos considerar dos períodos en la estancia de Hidalgo en esta parroquia. Uno festivo y que podemos denominar como el de “la Francia chiquita” de 1793 a 1800 y otro de austeridad, originado por la enormes deudas contraídas por Hidalgo, de fines de 1800 a septiembre de 1803, cuando viene su remoción a la Parroquia de Dolores. 


“La Francia chiquita” 


Además de las representaciones de El tartufo, la otra gran afición de Hidalgo era la música; por lo que juntando los músicos del pueblo y sus alrededores, formó una orquesta que puso bajo la dirección de José Santos Villa y que habría de amenizar comidas en el curato, así como fiestas y agasajos. Abrió las puertas de su casa a gente de toda condición, ofreciendo comida, música, baile y teatro. El mote de “Francia chiquita” fue por la igualdad con la que todos eran tratados. Igual que ahora, <<hubo quienes escandalizados por el barullo que había a menudo en el curato de San Felipe, redujeron a eso la existencia de Hidalgo, ignorando su ministerio y estudio. Uno de ellos fue un dominico peninsular, fray Ramón Casaús, quien sólo de paso por San Felipe y de oídos se formó este dictamen de Hidalgo y sus invitados: su vida escandalosa y de la comitiva de gente villana que come y bebe, baila y putea perpetuamente en su casa… >>.[1] El testimonio de una de las concurrentes a los bailes por tres días, Claudia Bustamante, afirmó por el contrario “que nada vio que le disonara”. 

Detrás de otras acusaciones “de oídas y sin que les constara”, estaba la envidia por ejemplo del cura de San Miguel el Grande, Ignacio Palacios, que no podía aceptar que se tuviera por el mejor teólogo a Miguel, además de que los Hidalgo eran sus rivales en los concursos de beneficios. Contraria, pero tampoco favorable a Hidalgo era la opinión de Francisco Antonio de Unzaga, comisario del Santo Oficio en San Miguel, que afirmaba de Hidalgo: <<reside en una laborcita poco distante de la villa de San Felipe, sin venir a su parroquia, sino los días de precepto a oír misa. Que si algún tiempo asiste al curato, no por esto lo hace al confesionario ni al púlpito>>.[2]


Interior casa de Hidalgo en san Felipe (hoy museo)

Nuevamente la acusación de jugador 


Los testimonios <<provienen los más de la misma fuente, Ramón Pérez de Anastariz, comisario de la Inquisición y émulo de Hidalgo como rector del Seminario Tridentino. Dice primero que “se atrasó su salida [de Hidalgo]” a beneficios “acaso por jugador”; luego consigna dos veces lo que dice escuchó al provisor Juan Antonio de Tapia: “juegos, minas, abandono de sus obligaciones, esto hallará usted en él”, e informa, refiriéndose a los años que lo conoció en Valladolid: “digo que fue un jugador de profesión, tan disipado, que tenía olvidado cuanto tenía a su cargo”, Más llama la atención que al principio del informe el propio Ramón Pérez declara enfáticamente que “jamás lo he tratado de cerca [a Hidalgo], ni me acuerdo haber estado en su vivienda, ni haberle visto en la mía, sino de puro cumplimiento a convidar para alguna función literaria; tampoco he tenido con él conversación alguna”. Tal es la fuerza del testimonio. 

Otra declaración proviene de José Vicente de Ochoa, quien dice de Hidalgo: “haber este jugado comúnmente aun desde mozo”. Alguna más, que ya mencionamos, es la de Francisco Antonio de Unzaga, no por observación directa sino por terceros: “La vida que lleva dicho señor cura me aseguran es una continua diversión, o estudiando historia, a lo que se ha dedicado con empeño, o jugando o en músicas, pues tiene asalariada una completa orquesta cuyos oficiales son sus comensales y los tiene como de familia”. 

Estos datos vagos en cuanto al juego, reciben alguna precisión de alguien que lo trató de cerca, Martín García: “Aunque Hidalgo, según supe, antes de salir de Valladolid, estaba entregado al vicio del juego, más cuando yo fui a San Felipe, no lo tenía, aunque algunas ocasiones lo vide también jugar”. 

En conclusión, Miguel Hidalgo, había sido jugador habitual en San Nicolás. Después llegó a jugar de manera eventual, tal vez en Colima, según señalamos, y alguna vez en San Felipe, pero no fue una afición característica aquí>>.[3]


La opinión de quienes si trataron a Hidalgo 


El clérigo José Luis Guzmán, residente en San Miguel el Grande y que conocía bien a Hidalgo, opinaba que <<”su conducta es buena y ajustada y en todo conforme a sus pastorales obligaciones”. Si algo se decía en contra, era porque los vecinos de San Felipe eran cavilosos, chismosos. Otro clérigo de San Miguel que trataba a Hidalgo con familiaridad, Pedro Díaz Barriga aseguraba de nuestro cura: “aunque no le observaba devoción alguna visible, sí lo vio celebrar, oír misa cuando no celebraba y predicar en los sermones que se le encomendaban […] En el largo rato y comunicación que ha tenido con dicho cura Hidalgo, le ha llevado su admiración hasta términos de admirarse la suma docilidad y humildad que se observa en él, sin embargo de su sabiduría, prendas que todos le confiesan”. Y otro más diría que “como quince años ha conoce a Hidalgo y nunca ha advertido en él malas costumbres ni cosa que desdiga a la religión cristiana”>>. [4]

Sobre los bailes de la “Francia chiquita”, además de la ya mencionada Claudia Bustamante, otras dos damas concurrentes externaron su opinión, Josefa López Portillo, dijo “nadie le ha visto a dicho cura nada malo”. La otra, María Merced Enríquez, vivió un tiempo en la hacienda del Jaral, de dónde acudía a San Felipe, <<asistiendo a las diversiones de baile y música que tenía, siendo muy frecuentes, y sin embargo de no haber notado en la persona del cura exceso notable, advirtió mucho desorden en la casa, entre los concurrentes de personas de ambos sexos; que le vio danzar y bailar, y tratar aunque con política y sin descompostura, a las señoras y mujeres que concurrían […] ni supo mantuviese amistades ilícitas con mujeres […] que su conducta era generalmente reputada de buena; y que lo único que decían era de su suma alegría, amante de diversiones de música y de baile, censurándole sólo su permisión a la demasiada libertad que había en su casa>>.[5]

Si bien la parroquia de San Felipe era un beneficio más rico que el de Colima, pues al año otorgaba alrededor de 3,500 pesos netos, los gastos de la música y comida frecuente para tantos invitados, tenían un costo; y esta situación se agravaría con las deudas que exigirían su pago. 


Hacienda san Antonio de las Alazanas


El “cura empresario” se endeuda peligrosamente 


Uno de los principales adeudos fue el originado por las tres haciendas que su hermano Manuel, el abogado, había adquirido por Taximaroa. Manuel trabajaba en la Audiencia y en la Inquisición en la ciudad de México por lo que tenía la dificultad de ausentarse de sus cargos laborales; por lo que se ayudó de Hidalgo para su recepción en febrero de 1791. Acudió a ellas en marzo para tramitar su avalúo, y luego a Valladolid para nombrar administrador. Con ese avalúo y el poder conferido a Miguel en junio, éste obtuvo del Juzgado de Testamentos y Capellanías, un préstamo de 7,000 pesos a cinco años con un interés anual del 5%, para su fomento y mejoría. Pero el administrador no fue eficiente, lo que Miguel informó a su hermano, quien decidió donarlas a Miguel, por no poder atenderlas, lo que se formalizó el 12 de marzo de 1794. Miguel estimó que él podría estar más al pendiente de las fincas si contara con mejor administrador y visitándolas una o dos veces por año; por lo que asumió el débito del préstamo con sus intereses. Sin embargo como el préstamo de 7,000 pesos había dado pobres resultados, procedió a solicitar otro préstamo, ante el susodicho Juzgado de Testamentos y Capellanías, para habilitarlas o quizá para pagar a su hermano la donación. De esta forma recibió un préstamo hipotecario a 5 años, el 2 de mayo de 1794, con réditos de 400 pesos anuales, que aunados al préstamo anterior sumaban 750 pesos de réditos al año. Además Hidalgo aprovechó la cercanía de las minas de Angangueo para que en ella se beneficiaran metales preciosos; pero al parecer no se logró mayor beneficio, por lo que Hidalgo no pago los réditos de los préstamos de aquellas haciendas ni otros débitos que se fueron acumulando, como las pensiones y cargas fiscales que iban aparejadas a los beneficios eclesiásticos del obispado, como eran la contribución para el sostenimiento del Seminario Tridentino y para el colegio femenino de Las rosas, en Valladolid. Además la corona le imponía la mesada (un mes de sueldo), y a través de la Comisaría de la Bula de la Santa Cruzada se le exigía un subsidio por la obtención y disfrute de los mismo beneficios. A esto se agregaron las deudas insolutas de Colima por 1,650 pesos. Y para colmo la cosecha de 1794 en la región fue pésima. Escribía el cura: <<“con el motivo de haber sido el año sumamente estéril se halla mi curato tan escaso, que con dificultad me da para mi precisa manutención”. Así empezaron a ser frecuentes los reclamos de los acreedores a Miguel Hidalgo, quien cubría unos pagos, ignoraba otros y, al final, muchos se le juntaban. De tal suerte que en 1795, al año escaso de haber adquirido las haciendas y el segundo préstamo, ya se hablaba de concurso de acreedores. >>[6]


El “cura empresario” sufre obstrucción de la justicia 


Había asuntos en los que Hidalgo debía de estar al pendiente, como era el dinero que se había de cobrar de los bienes dejados por un señor Velarde de San Felipe para entregar al Convento de Santa Catarina. Era el juez civil de primer voto, Joaquín Alderete, quien había de hacer previamente el inventario y formalizar el pago. Más como había concurso de acreedores a tales bienes, a pesar de la preferencia del Convento, algún otro interés hizo que el alcalde diera largas al asunto y luego se ausentara. Hidalgo suponía que el alcalde de segundo voto, arreglaría el asunto; pero el que quedó haciendo las funciones de alcalde, fue el regidor alguacil “peor por todos los títulos que Alderete”; así es que el asunto pasaba hasta el siguiente año. 


Apremios y amenazas de embargo 


Obtuvo un respiro cuando su hermano Joaquín obtuvo la parroquia de Dolores y empezó a saldar algunas cuentas propias. A fines de 1796 su hermano Miguel le facilitó 1,710.40 pesos con lo que cubrió un crédito vencido de éste. 

Por esos días las cuentas de la tesorería de San Nicolás fueron revisadas dos veces; en la primera, de 1797, el saldo a favor de Hidalgo se modificó de 1,282.10 pesos a sólo 400.03. Pero en la segunda revisión de 1799, resultó que adeudaba 7,069.30 pesos. La diferencia principal estaba en el criterio del gasto, ya que el segundo contador tuvo por exceso 4,512 por concepto de cocina y alimentos, no le parecieron unas condonaciones de colegiaturas por 422 pesos y le cobraba 1,820 pesos de réditos porque Hidalgo había dispuesto de capitales del Colegio para el gasto corriente. Lo que realmente pasaba, es que esta revisión fue promovida, por un sucesor en el puesto de rector y tesorero, que había optado por una austeridad contraria a la prodigalidad de Hidalgo, quien había dispuesto que lo estudiantes comieran carne todos los días. Al enterarse Hidalgo, manifestó que nombraría apoderado, al que daría instrucciones. 

Entre 1798 y 1799 Miguel contrajo una deuda tan significativa como indocumentada hasta ahora en sus orígenes, proveniente de un hombre de apellido Aguirre, avecindado en San Felipe, quien obtuvo un crédito de Ignacio Soto Saldaña, arrendatario del diezmo en el lugar. Hidalgo se ofreció como fiador, pero por muerte u otro motivo de Aguirre, debió asumir el compromiso que lo perseguiría aún después de su muerte. 

Además tenía el cura otros apremios inaplazables, pues su acreedor principal, el Juzgado de Testamentos y Capellanías, le reclamaba 1,080 pesos de réditos caídos del préstamo de 8,000 pesos, y como no se tenía esperanza de que los pagara, el colector solicitó el embargo de las haciendas al titular del Juzgado, Manuel Abad Queipo, quien lo aprobó. Miguel se apresuró a suplicar la suspensión de los trámites del embargo proponiendo como vía de pago que le fuera descontado lo adeudado de los emolumentos de su parroquia. Además marcharía a las haciendas, para encargarse de ellas y hacerlas producir bien. Abad aceptó las dos propuestas, nombrándose a uno de los vicarios, el bachiller Juan Olvera para que efectuara los descuentos y pagos y se gestionaron los permisos para justificar la ausencia de Hidalgo en su parroquia. 



Hidalgo hacendado y conversión a la austeridad 


Así pues de enero a julio de 1800, Hidalgo estuvo en sus haciendas de Taximaroa: Santa Rosa, Xaripeo y parte de San Nicolás. Parece que la presencia de Hidalgo logró algo, pero insuficiente para saldar lo adeudado. 

<<A su regreso a San Felipe, en noviembre de 1800, debió ocurrir algo importante que le hizo cambiar de manera notoria. A partir de entonces se acabó el jolgorio en la casa rural de San Felipe, la Francia chiquita. Redujo los gastos al mínimo, encomendando el manejo del dinero a un vicario “con orden –decía- de que solo me ministre lo necesario para el plato”. Era palpable la mutación del polifacético párroco, como lo asegura este testimonio: “en el día está haciendo una vida ejemplar en su curato, reducido a la compañía de un solo eclesiástico, retirado de toda tertulia y comercio con las gentes, y entregado al confesionario y demás negocios de su preciso ministerio” […]. 

Tal vez recibió una reprimenda de su hermano Joaquín, de su tío Vicente, de su amigo Abad e, incluso de su máximo protector, el propio obispo. Miguel tenía que esforzarse por cubrir sus deudas, pero estas eran demasiadas. Los abonos del préstamo de 8,000 pesos, la pensión conciliar de la que se le habían juntado 330 pesos en 1801, el subsidio de la Santa Cruzada y, en espera como espada de Damocles, las cuentas del Colegio, a cuya segunda revisión aún no respondía; además, ahora llegaba el reclamo de lo que había quedado a deber en Colima: 1,750, pero lo peor era que por ser fiador del insolvente Aguirre por cantidad de diez mil pesos frente a Ignacio Soto Saldaña, éste había logrado que para su pago por vía ejecutiva la mitra de Valladolid secuestrará la tercera parte de sus emolumentos del cura de San Felipe, con lo cual efectivamente nuestro cura no tenía más que para el plato, el suyo, sin músicos ni invitados.>>[7]


La buena influencia de su hermano Joaquín 


<<Mientras estuvo en san Felipe, Miguel contó con apoyo y vigilancia que contribuyeron a moderar su carácter inquieto, pródigo en gastar y desentendido en pagar, brillante de ordinario y en ocasiones imprudente. Tal apoyo y vigilancia recaía en su hermano Joaquín, cura de la limítrofe parroquia de Dolores desde febrero de 1794, según vimos. 

Joaquín era un modelo de pastor: asiduo predicador y catequista, cuidadoso del culto divino y benefactor incansable de sus feligreses, en particular de los indios. Sin duda que también era de sólida formación e inteligencia, pero menos brillante que Miguel, y si bien le gustaba la música y sabía tocar el violín, no parece que tales aficiones hayan sido en él una pasión como lo fueron de Miguel. >>[8]

El 19 de septiembre de 1803, Joaquín falleció y el obispo San Miguel decidió que Miguel tomará el puesto de párroco en Dolores con carácter de interino, de tal forma que el 6 de octubre de 1803 asumió el cargo. Hay que agregar que el obispo San Miguel, protector de Hidalgo murió el 18 de junio de 1804. El nuevo obispo Marcos Moriana llegaría hasta el 10 de febrero de 1809. 


Jorge Pérez Uribe


[1] Carlos Herrejón Peredo, Hidalgo: maestro, párroco e insurgente, Ed. Clío, libros y videos, S.A. de C.V., México, 2014, pág.113 
[2] Ibíd, pag.114 
[3] Ibíd, pags.114, 115 
[4] Ibíd, pag.115 
[5] Ibíd, pag.116 
[6] Ibíd, pags.120, 121 
[7] Ibíd, pag.127 
[8] Ibíd, pag.144