Jorge E. Traslosheros* Sábado 27 de Julio de 2013
Hasta el momento en que escribo, la Jornada Mundial de la Juventud se desarrolla según lo esperado: participación contada en millones de chavos, entusiasmo creciente y gran cercanía pastoral de Francisco. La alegría se contagia más allá de Brasil. ¡El más trompudo sonríe y el ajeno observa curioso!
Sin embargo, es importante que la afectividad no se imponga a la razón, pues pondría en riesgo la experiencia de fe y comunión que se vive. Invito a levantar la vista y observar el horizonte.
Brasil fue uno de los escenarios más importantes de las llamadas guerras posconciliares, es decir, de los grandes debates sobre la identidad y desarrollo de la Iglesia a partir del Concilio Vaticano II. El asunto se tornó dramático, pues fueron años de profundas inquietudes sociales en América Latina. La propuesta más publicitada fue la teología de la liberación porque gozó de la simpatía de la izquierda, de manera especial europea y norteamericana. El resultado fue la distorsión en la precepción del acontecer eclesiástico presentándolo como un conflicto entre liberales progresistas y conservadores retardatarios; pero la realidad eclesial desborda estas categorías.
En América Latina, como en Brasil, podemos identificar con claridad tres tendencias: quienes pretendían una Iglesia a la defensiva, metida en el refugio de las sacristías con su consecuente anquilosamiento; quienes la querían aparejar con algún programa político reduciéndola a ONG, diluyendo su identidad, y quienes buscaban abrir la Iglesia al mundo renovándola en lo mejor de su historia. Ninguna puede ser identificada con tendencia política alguna. Fueron realidades transversales producto de una Iglesia en reforma.
En Brasil el resultado de estas batallas fue dramático. En los últimos cuarenta años la Iglesia pasó del 90% de la población a poco menos del 65%. Ahora el 27% de los brasileños se identifica como protestante, evangélico o pentecostal y el 8% sin religión. Mucho se puede hablar, con razón, de la agresividad proselitista de estos grupos, la natural diversidad provocada por la democracia o la erosión que produce el secularismo en la identidad religiosa. No obstante, la realidad es contundente: la generación del posconcilio tuvo serios problemas para transmitir la fe católica a sus hijos y no por falta de interés religioso. El brinco más importante no fue hacia el secularismo, sino a otra denominación cristiana. En Brasil, como en el resto de América Latina con distintos niveles de profundidad, hubo un naufragio pastoral derivado de las intensas luchas posconciliares. La casa estaba dividida.
Sin embargo, lo relevante es lo que en efecto se construyó. Los más se dedicaron de manera humilde a la renovación de la Iglesia. Se desarrolló un gran trabajo pastoral en el cual la pedagogía del error fue la gran maestra. El papa Bergoglio ha sido uno de los mayores exponentes de esta renovación que tomó cuerpo en los documentos de Aparecida, como resultado de la experiencia de una Iglesia diversa, plural y dinámica. Benedicto XVI lo entendió claramente hace cinco años y hoy Francisco confirma el camino.
Una muestra de la renovación de la Iglesia en América Latina, como en el resto del mundo, son los millones de jóvenes que, enamorados de la fe, nos sorprenden con su sonora presencia y las ganas de ser protagonistas de su propia historia. Ésta es la Iglesia del Papa, por la cual tanto lucharon sus predecesores, que se abrió paso con cercanía pastoral, humildad y trabajo. Así, como es Francisco.
Francisco y los jóvenes. El abrazo de la esperanza
Sábado 3 de Agosto de 2013
La Jornada Mundial de la Juventud ha concluido. Marcará el pontificado de Francisco, como signó el de Juan Pablo II su primer viaje a Polonia y el de Benedicto XVI su homilía “Pro eligendo pontifice”. Sucedieron muchas cosas que abordaremos con calma en próximas entregas. Hoy quiero llamar la atención en cinco aspectos relevantes.
1.- Francisco marcó la agenda de su pontificado. Su cercanía a los jóvenes, su presencia entre los marginados sociales y existenciales, sus discursos a los obispos de Brasil y América Latina, su encuentro con las autoridades políticas y con los periodistas desvelan quién es Francisco y lo que pretende. Es un hombre de gran ortodoxia, un “hijo de la Iglesia” según afirmó, y de esta fidelidad se desprende su impresionante fuerza pastoral. No tendrá empacho en escalar los más peligrosos riscos en busca de sus ovejas (que él extiende más allá de la catolicidad) y, es claro, no estará solo en su empeño. Muchos entre las nuevas generaciones de católicos están dispuestos a seguirle.
2.- Francisco habló con voz de profeta. Denunció esta cultura que nos reduce a objetos de deshecho, que “se pasó de rosca en su idolatría del Dios dinero”. Reivindicó a los jóvenes porque son la ventana por donde entra el futuro y, con igual fuerza, también a los ancianos portadores de la necesaria sabiduría que da sentido a la historia. Una cultura que prescinde de ambos, se condena a deambular sin esperanza mientras hace papilla nuestra humanidad.
3.- Los jóvenes presentes en Brasil tienen las mismas inquietudes y preguntas que muchos otros alrededor del planeta. No escucharlos sólo porque son católicos sería una estupidez. No les gusta el mundo como está, ni les cuadra la cultura del deshecho. Se distinguen por la decisión de ser protagonistas de su propia historia, sin esperar a que alguien más les resuelva la vida. Desean cambios profundos y quieren hacerlos desde la esperanza, convencidos de que el Nazareno es el camino, la verdad y la vida, origen mismo de la pretensión cristiana.
4.- Durante la Jornada hizo presencia una Iglesia de fuerte identidad que va al encuentro de su original vocación misionera. La Iglesia del tercer milenio ya no es una promesa. Se anunció en las pasadas jornadas de Alemania (2005), Australia (2008) y Madrid (2011); pero entonces no se le dio crédito. Eran jóvenes, pero católicos. Ahora, ya nadie puede hacerse de la vista gorda. Una Iglesia capaz de proponer con alegría el Evangelio, en diálogo con el mundo, se dejó sentir en Brasil y no solamente entre los jóvenes. Los padres del Concilio Vaticano II pueden estar satisfechos empezando por uno de sus más grandes protagonistas. Me refiero al viejo abuelo Benedicto XVI, como le llamó el Papa Francisco.
5.- El carisma del Papa es la cercanía pastoral. Entre la abundancia de imágenes me quedo con tres: el profundo abrazo con el joven drogadicto en proceso de rehabilitación, el intercambio de miradas con un niño que abordó el papamóvil durante el recorrido de despedida y la playa de Copacabana con tres millones de jóvenes en silencio y oración durante la vigilia eucarística.
Me queda muy claro. El encuentro de Francisco con los jóvenes, fue el abrazo de la esperanza.
jorge.traslosheros@cisav.org
Twitter: @trasjor
* Doctor en Historia, investigador de la UNAM
http://www.razon.com.mx/spip.php?page=columnista&id_article=183405
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