El mismo día de la firma del Tratado una junta en Chihuahua en nombre de la Provincias Internas de Occidente (Arizpe y Durango y los gobiernos de Nuevo México, Baja California, y Alta California) se declaró en favor del Plan de Iguala.
También en Sudamérica los caudillos José de San Martín y Simón Bolívar seguían con interés lo que sucedía en la Nueva España y así el 10 de octubre de 1821 Simón Bolívar dirigió una carta a Iturbide para darle su pláceme con que se había enterado del logro de la independencia mexicana y que la República de Colombia estaba a punto de enviar un representante ante su gobierno "de tal manera que Colombia y México se mostraran ante el mundo unidas por sus manos y hasta por sus corazones.” [1]
No obstante en una carta José de San Martín expresaba su aprehensión acerca del Tratado de Córdoba, en cuanto a que si se establecía en México un principado europeo, el gobierno español buscaría de hacer lo mismo a los territorios liberados y a los que estaban aún en guerra; por lo que razonaba que, debido a ello era imperativo completar la expulsión de los españoles de todo el continente sudamericano.
<<Otros contemporáneos consideraron la convención desde otros puntos de vista. ¿Qué otra cosa podría haber hecho cualquier otro hombre sensible que no deseará inundar el suelo mexicano con sangre patriota, acerca de las relaciones entre España y México, preguntaba la señora O’Donojú, sino conservar las vidas y propiedades de numerosos compatriotas que habitaban el país, obteniendo así las más grandes ventajas posibles para ambas naciones? Al hacer una análisis en busca de los motivos que pudieron haber animado al signatario español de la Convención de Córdoba, Lucas Alamán, el historiador mexicano de este período que tenía el mejor conocimiento de las condiciones imperantes en España, justificaba el paso dado por O’Donojú afirmando que éste había sido denunciado como traidor a pesar de que había hecho por su país el único servicio que era posible hacer en tales circunstancias. Un periodista español contemporáneo declaró que su único pesar era que O’Donojú no hubiera obtenido mayores beneficios para su país por medio del tratado. Por otro lado un biógrafo español de Iturbide razonaba más tarde que España no obtuviera ninguna ventaja que no le hubiera sido concedida por el Plan de iguala. >>[2]
Mientras tanto Iturbide continuó con su campaña de liberación y así el 26 de agosto desde Orizaba, solicitó al capitán general O’Donojú, quien todavía se encontraba en Córdoba, que ordenara al comandante del fuerte de Perote rindiera esa fortaleza a Antonio de Santa Anna. Ese mismo día escribió otra carta a O’Donojú para informarle acerca de los movimientos de las tropas e invitarlo a dirigirse a Puebla, por lo que pronto pondría carruajes a su disposición, para que pudiera viajar a donde quisiera.
En Puebla, Iturbide publicó el acuerdo alcanzado el 29 de agosto entre el comandante de las Provincias Internas del Oriente y los indios Comanches. Los Comanches no sólo estuvieron de acuerdo en reconocer la independencia del Imperio Mexicano, sino también de abstenerse en ayudar a sus enemigos.
Novella al conocer de la convención, la cual O’Donojú le envió desde Córdoba, convocó a representantes de las organizaciones civiles y eclesiásticas destacadas de la capital, para determinar qué acción habría de tomarse, respondiendo a O’Donojú, que dicha junta tenía dudas respecto a su autoridad para firmar un acuerdo obligatorio y cuestionaba las ventajas propuestas por el tratado; además no estaba de acuerdo con las primeras medidas del capitán general, ni había sido aprobado por las Cortes. <<Durante una conferencia que se llevó a cabo en Puebla entre O’Donojú y agentes de Novella, el primero estigmatizaba como criminal la conducta de aquellas personas que habían depuesto al virrey Venadito. Más aún, afirmaba que el procedería a entrar en la capital con el objeto de establecer un gobierno provisional que sentaría las bases del nuevo imperio de manera que de acuerdo con el Tratado de Córdoba, un príncipe de la dinastía española reinante pudiera ocupar el trono mexicano. El 7 de septiembre Iturbide y Novella acordaron un armisticio que establecía se trazará una línea de demarcación entre las fuerzas virreinales y el Ejército de las tres Garantías. La tregua permanecería en vigor por seis días, dependiendo de la capitulación de la Ciudad de México. […]
El 9 de septiembre Iturbide notificó a O’Donojú que al discutir una armisticio con los comisionados de Novella, no sólo había rehusado reconocer a dicho mariscal como virrey y capitán general de México, sino que también había insistido en que podía designarlo meramente como comandante de los soldados de la ciudad de México, Guadalupe y lugares adyacentes. “Muy pronto –añadía Iturbide- espero tener el placer de abrazarlo en Tacubaya. Saldré para allá esta tarde porque en ese lugar tendremos mejores alojamientos. >>[3]
Declarando que el era la única autoridad en México, el 11 de septiembre O’Donojú propuso que él y Novella tuvieran una entrevista. A lo que Novella, rehusando de nuevo la aceptación del Tratado de Córdoba, insinuó que su corresponsal podría tener que usar la fuerza para tomar posesión de la capital. A ello O’Donojú replicó que él no reconocía la autoridad de Novella; prometió que las instrucciones que autorizaban sus actos serían eventualmente publicadas; lo acusó de oponerse a su autoridad, exigiendo que los soldados virreinales fueran puestos a su disposición. Más aún, declaró que si al término de la tregua él no había recibido respuesta a su demanda, consideraría a todas las personas que obedecieran a Novella como merecedores del mismo castigo que correspondiera al mariscal mismo.
En tanto las tropas trigarantes se habían apostado en una línea que se extendía de Tepeyac a Chapultepec.
Al fin de armisticio, el día 13 de septiembre; Novela acompañado de su escolta y el ayuntamiento de la ciudad capital, viajó a la hacienda de Patera, cerca de la Basílica de Guadalupe y discutió con O’Donojú ampliamente la situación, reconociéndolo como representante real y capitán general y jefe político superior de la Nueva España, colocándose a sí mismo y a la guarnición de la capital bajo las órdenes de O’Donojú.
Novella pronto tomó medidas para ceder su autoridad, convocando a una reunión de funcionarios públicos en el palacio virreinal, en la cual les informó de los resultados de la reunión de Patera y a instancias del nuevo primer magistrado, Ramón Gutiérrez del Mazo, el intendente local notificó a los funcionarios coloniales que en tanto se producía la llegada de O’Donojú, a la Ciudad de México, el fungiría como su jefe político. El día 17 Gutiérrez del Mazo anunció que por orden de O’Donojú, había asumido la autoridad política de la ciudad capital, de acuerdo con la Constitución española y los decretos de las Cortes. Ese mismo día, el general Liñán dio la noticia a los soldados realistas, de que quedaban bajo su mando. Iturbide, en tanto había emitido un llamado a la guarnición expresando su deseo de paz e invitándola a unirse al estandarte de la libertad.
<<Desde Tacubaya, el 17 de septiembre O’Donojú emitió una proclama a los mexicanos en la cual declaraba que debían la libertad de la que gozaban a uno de sus propios compatriotas. Agregaba que una vez que el régimen delineado en el Tratado de Córdoba fuera establecido, el sería el primero en ofrecer sus respetos al mismo “Mis funciones –continuaba- se reducirán a representar al gobierno español, a ocupar un cargo en vuestro gobierno de acuerdo con los términos del Tratado de Córdoba, a ayudar a los mexicanos al máximo de mi capacidad y a sacrificarme gustosamente por el bien de mexicanos y españoles”. Desde el mismo lugar, dos días más tarde Iturbide expidió una proclama felicitando a los mexicanos por el hecho de que en siete meses habían erigido un imperio sin el derramamiento de la sangre de sus compatriotas. Ahí en su cuartel general, el 20 de septiembre pronunció un discurso dirigido al pueblo de la Ciudad de México, invitándolo a dar una cordial bienvenida a los soldados que, para liberarlo, habían sufrido hambre, miseria y desnudez. Como para colocar la piedra angular de la estructura que trataba de erigir, el comandante patriota publicó, al día siguiente, las instrucciones que Pelegrín había mandado a O’Donojú respecto a la política de pacificación que debería seguirse en México. En explicación de esta acción, Iturbide declaró que este documento, el cual O’Donojú acababa de mandarle, se había publicado para animar a aquellos mexicanos que deseaban ver a España reconocer la independencia de su país, sea cual fuere el tiempo, la ocasión y los motivos de este reconocimiento. El 25 de septiembre O’Donojú mandó una nota a Iturbide informándole que como la Ciudad de México había sido evacuada por los soldados realistas, él había cumplido con el artículo XVII del Tratado de Córdoba y que en vista de que la capital había sido ocupada por insurgentes, no podía ostentar otro cargo que el de capitán general hasta que el nuevo gobierno fuera establecido. Razonaba que de acuerdo con la Constitución española, su autoridad política se había volcado sobre el intendente local. El mismo día notificó a la diputación provincial que entraría a la ciudad capital el 26 de septiembre en plena posesión de su autoridad.
Mientras tanto Iturbide había tomado las riendas del gobierno. El 25 de septiembre había informado a Gutiérrez del Mazo que éste continuara ejerciendo la autoridad política hasta que una junta fuera instalada. Al día siguiente le ordenó que la acostumbrada libertad de prensa había sido restituida. Ya que los soldados realistas se habían retirado de la capital, las tropas de Filisola ocuparon sus cuarteles y otros soldados insurgentes tomaron posesión del Castillo de Chapultepec. Desde Tacubaya, el comandante en jefe, envió una carta al arzobispo de México informándole que el 27 de septiembre su ejército marcharía dentro de la ciudad capital. Iturbide afirmaba También que pronto serían instaladas una junta provisional legislativa y una regencia. Tan importantes eventos añadía, reclamaban extraordinarias manifestaciones de reconocimiento al Árbitro Supremo de las Naciones. Por consiguiente, sugería al arzobispo Fonte que un Te Deum debería ser cantado a las 12.30 en la catedral, el día en que tuviera lugar la entrada triunfal a la capital y que además debería celebrarse una misa solemne en la misma catedral antes de que la junta rindiera juramento de obediencia al nuevo gobierno.>>[4]
Reflexiones finales
Meses después se imprimió un reportaje sobre la llegada a La Habana del supuesto virrey Novella, en un balandro procedente de Veracruz, con cerca de 300 pasajeros y tres millones y medio de dólares. ¡La tesorería virreinal se había quedado sin fondos!
<<Antes de la mitad de octubre de 1821, parcialmente como resultado de un tratado no ratificado negociado por un oficial realista, quien no había sido autorizado para convenir la independencia del Virreinato, los movimientos revolucionarios que habían perturbado a México desde 1810 estaban aquietados. Poco más que el Castillo de San Juan de Ulúa y la ciudad de Veracruz permanecían en manos de los realistas. Muy bien puede ser imaginada la reacción que O’Donojú podría haber tenido si se hubiera enterado de la actitud desfavorable de su gobierno hacia a la convención que él se había sentido constreñido a negociar con Iturbide. Es posible que él pudiera haber llegado a convertirse completamente a la causa de la independencia. Por otro lado si el gobierno español hubiera acordado aceptar el Tratado de Córdoba, la Nueva España tal vez habría permanecido por lo pronto unida a la Madre Patria como en una especie de protectorado.
Parece claro, sin embargo, que la aceptación de un príncipe borbón como gobernante no habría agradado a algunos mexicanos. A principios de septiembre de 1821, en una oración pronunciada en la Iglesia donde el Héroe de la Independencia había sido bautizado, Manuel de la Bárcena, arcedeán de esa catedral de Valladolid, hoy Morelia, comparo a los mexicanos libertados con los israelitas después de que había cruzado el Mar Rojo. La divina Providencia, declaró había guiado al Libertador de la Nación Mexicana. El dedo de Dios había dirigido el movimiento revolucionario. “¡Religión, unión e independencia –exclamó- son las tres garantías celestiales, las tres columnas indestructibles que el artífice ha establecido, para que sobre ellas se pueda construir con solidez el edificio nacional que ha de perdurar eternamente!”
Las elocuentes exhortaciones que se hacían elogiando el triunfo de la larga lucha por la separación de España generalmente ignoraban la devastación que había dejado. En un informa oficial el secretario de Justicia Domínguez esbozó un cuadro lóbrego de los efectos sociales y económicos de 10 años de guerra. Domínguez afirmaba que todas las clases sociales habían sufrido pérdidas. Los negocios estaban paralizados. Las fuentes de prosperidad y riqueza habían sido drenadas completamente. Muchos campos yacían sin cultivarse. El ganado había desaparecido de los apacentaderos. El país estaba amenazado con verse inundado por juicios entre deudores y acreedores. Las carreteras y puentes se encontraban en un estado ruinoso. Mucho antes de que Iturbide se encontrara con O’Donojú. El establecimiento eclesiástico había caído en decadencia. Algunas parroquias estaban sin sacerdotes; los santos sacramentos no eran administrados regularmente en todas partes. Las tres cuartas partes de las prebendas, afirmo el secretario Pablo de la Llave en 1823 habían sido arrebatadas. El tesoro del Virreinato que los líderes revolucionarios habían heredado, estaba completamente vacío. Un viajero inglés, que visitó la provincia natal de Iturbide tres años después del triunfo de la revolución, notó que muchas haciendas aún permanecían en condiciones ruinosas. Durante la guerra, una parte considerable de la población masculina había sido desarraigada, lisiada o muerta>>[5]
Jorge Pérez Uribe
[1] Bolívar, Cartas II, 404
[2] Spence William Robertson, Iturbide de México, México, FCE, 2012, págs. 187-188
[3] Ibíd.págs.191-192
[4] Ibíd.págs.193-195
[5] Ibíd.págs.195-197
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