domingo, 5 de septiembre de 2021

LOS TRATADOS DE CÓRDOBA DEL 24 DE AGOSTO DE 1821





Introducción


Desde la educación primaria conocí este tema en plural y siempre me intrigó cuantos tratados fueron y por qué. Sin embargo al analizar la evidencia histórica supe que sólo fue uno y con pocas cláusulas, pero que se transcribió en plural y del que sólo se elaboraron dos tantos, uno para España y otro para el Ejército Trigarante.

Cambios en el Reino de la Nueva España


Desde que en marzo de 1820 se restableciera “la Pepa” (Constitución de 1812), quedaron suprimidos todos los antiguos virreinatos coloniales. La Constitución los sustituyó por provincias, de la misma categoría que las que se crearon en la Península, gobernadas por los llamados “jefes políticos superiores”. Juan Ruiz de Apodaca y Eliza, Conde de Venadito, fue el 61º y último virrey de la Nueva España nombrado como tal (1816-1820), y en 1820 se le cambió el título de virrey por el de 3er. jefe político superior de la Provincia de Nueva España (1820-1821).

Antecedentes.


Como habíamos visto en el post: “Juan O´Donojú (entre España y el Imperio Mexicano)”, O’Donojú, llega a Veracruz como capitán general y jefe superior político, ya no como Virrey, el 30 de julio de 1821, cuando España tiene como últimos reductos las ciudades de México, Veracruz, Durango, Chihuahua, Acapulco y la fortaleza de San Carlos de Perote, plazas desprotegidas y sin capacidad para resistir un sitio bien organizado. El día 28 de julio había capitulado la Ciudad de Puebla ante el Ejército Trigarante y su general Agustín de Iturbide.

El gobierno español sólo señaló a 16 individuos seleccionados por el rey para acompañar a O’Donojú, un capellán, un médico y 14 militares. <<Con respecto a la insuficiente fuerza expedicionaria enviada para restaurar en dominio español en México, el ministro de las Colonias explicó subsecuentemente a las Cortes que su gobierno había hecho todo lo que se podía hacer en tales circunstancias. “¿Qué ayuda puede dar la Península –preguntaba con tono desesperanzado- para llevar a cabo la guerra contra la independencia de las colonias?”.>>[1]

Cuando atraca el navío español Asia en el castillo de San Juan de Ulúa, sus pasajeros se asombran al enterarse de que los insurgentes habían efectuado un asalto a la ciudad de Veracruz, encontrándose ésta sitiada. Ante esto el gobernador Dávila no tiene empacho en reconocer a O’Donojú como capitán general de la Nueva España.

<< O’Donojú había ya indicado que tenía intenciones de apoyar a los partidarios del dominio español. Envió un despacho a Madrid describiendo las condiciones deplorables en las que encontró a México, sin dinero, sin provisiones y sin tropas.

Afirmó que si el gobierno no podía enviarle ayuda militar todo estaría perdido y que, consecuentemente el se regresaría a España. Mientras tanto, había escrito al capitán general de Cuba en apoyo a una requisición hecha por el cabildo de Veracruz para la ayuda de fuerzas armadas de dicha isla. Además, pidió que se le transfiriera un destacamento de soldados realistas de Venezuela a México. Con extrema angustia, hasta consideró reclutar a la tripulación del Asia bajo su servicio.>>[2]

Las instrucciones reservadas dadas a O’Donojú por el Ministro de las Colonias Ramón López Pelegrín, señalaban hacer cumplir la Constitución y los Decretos de Reforma. Sólo debería permitirse el funcionamiento de las organizaciones y asambleas permitidas por la Constitución. Debería promoverse la agricultura, el comercio y la minería. Novohispanos y españoles deberían de alternarse en el desempeño de los puestos públicos, acabando con la lucha sanguinaria entre ellos. A los líderes de la rebelión se les ofrecerían puestos públicos, honores y otras recompensas, en caso contrario debería perseguírseles castigárseles rigurosamente. La intención del gobierno era preferir las medidas suaves, en lugar de los actos de fuerza y derramamiento de sangre. O’Donojú dudó más de una vez en aceptar el cargo y hasta deseo declinar tan importante puesto. No obstante, no sospechaba la inmensa rebelión que se venía extendiendo sobre el virreinato de México, por lo que se embarcó con su esposa y algunos familiares y con su secretario Francisco de Paula Álvarez.

Primeras comunicaciones entre los caudillos


<<Desde la ciudad sitiada, el 3 de agosto O’Donojú emitió una proclama que exhalaba sentimientos liberales. Decía que él no dependía de un rey tiránico ni de un gobierno déspota; que no procedía de gente inmoral ni había llegado a México para convertirse en un pashá o para acumular riquezas. Afirmaba que el nuevo régimen en España había erradicado el despotismo, que su mente estaba llena de ideas filantrópicas y que estaba ligado por la amistad con los diputados mexicanos quienes lo habían animado para hacer el largo viaje a Veracruz. Declarando que no tenía fuerza armada, afirmó abiertamente que si su gobierno no era adecuado para los mexicanos, ante el menor signo de insatisfacción les permitiría elegir libremente a su propio gobernante. Sin embargo, sugería que debería suspender los proyectos que estaban meditando hasta que recibieran noticias frescas de España. Tan impresionado quedó el comandante del Ejército de las Tres Garantías con el espíritu conciliador de esta proclama que, al llegar a la ciudad de Puebla, mandó que se reimprimiera para que sus conciudadanos pudieran darse cuenta de las ideas liberales del nuevo agente español. Iturbide informó al director de su imprenta militar que dos oficiales a quienes había enviado a tratar con O’Donojú no iban a discutir si México podía aspirar a ingresar en el rango de las naciones libres sino a tratar sobre la manera de sancionar su independencia.>>[3]

Poco después de haber pisado tierra novohispana, O’Donojú conoció al capitán Manuel López de Santa Anna, hermano de Antonio López de Santa Anna, por lo que pronto llegaron noticias a los Trigarantes. El 5 de agosto el coronel Joaquín Leaño informó a Iturbide, que O’Donojú había llegado sin ninguna fuerza militar y que había recibido informes de que estaba animado por los más filantrópicos sentimientos y que debía su nombramiento a los diputados novohispanos.

Cuando O’Donojú se dio cuenta de las condiciones existentes en el Virreinato, especialmente de la impresionante extensión de la rebelión iturbidista, sus puntos de vista sobre la Nueva España fueron modificados. El hecho de que algunos de sus acompañantes, incluyendo dos sobrinos fueran atacados por la fiebre amarilla[4], la cual era endémica en Veracruz, indefectiblemente afectó su juicio, sobre las posibilidades de triunfo y así lo y informó al gobierno español: <<Todas las provincias de Nueva España habían proclamado su independencia. Ya sea por la fuerza o en virtud de capitulaciones, todas las fortalezas habían abierto sus puertas a los campeones de la libertad. Ellos tenían una fuerza de 30 mil soldados de todas las armas, organizada y disciplinada, […] Este ejército estaba dirigido por hombres de talento y carácter. A la cabeza de estas fuerzas estaba un comandante que sabía como darles inspiración y como obtener su favor y su amor. Este comandante siempre las había conducido a la victoria, Tenía de su lado todo ese prestigio que se otorga a los héroes.

El capitán general, como a veces era designado, dirigió una carta a Iturbide el 5 de agostó, asentando que había designado a dos agentes para conferenciar con él. Al día siguiente O’Donojú presentó sus opiniones acerca de la condición de México en una carta dirigida al comandante insurgente al que daba el tratamiento de “amigo”. Declarando que su gobierno acariciaba sentimientos liberales, el recién llegado magistrado se mostraba a sí mismo en favor de las ideas de Iturbide tal como las asentó en la epístola de 18 de marzo a Venadito. Adjunto copias de su primera proclama. En particular O’Donojú expresó su deseo de negociar un tratado que mantendría la tranquilidad en México, quedando pendiente su aprobación por el rey y las Cortes. Confiando la carta al coronel Manuel Gual y el capitán Pedro Vélez, quienes fueron autorizados para tratar con el líder revolucionario los asuntos ahí mencionados, el español le pedía un salvoconducto para que pudiera proceder a sostener una conferencia con él.

El generalísimo replicó que los informes que le habían llegado acerca de las ideas liberales y el talento político de O’Donojú lo habían convencido de que el español usaría esta oportunidad para conseguir ciertos beneficios para los mexicanos, mismos que el mariscal Novella no podía obtener. Iturbide razonaba que éste último no tenía autoridad para celebrar acuerdos legales y obligatorios.>>[5]

Mientras tanto había llegado a la ciudad de México un informe formal en donde O’Donojú informaba a Novella que viajaría de Veracruz a la capital para hacerse cargo de la administración política y militar de la Nueva España como capitán general y jefe superior político; sin embargo los intentos de contactar a O’Donojú por parte de Novella, resultaron infructuosos, ya que los correos eran interceptados por las fuerzas de Iturbide. En tanto Iturbide instruía a Antonio López de Santa Anna de que escogiera una escolta militar de honor formada por sus granaderos y carruajes para conducir a O’Donojú a la villa de Córdoba.

Para el 13 de agosto O’Donojú en sus despachos al gobierno español, << había llegado a la conclusión de que no podría hacer más que conseguir tantas ventajas para la Madre Patria como fueran congruentes con la independencia de la Nueva España, la que consideraba inevitable. Consecuentemente, sugería que se le debían dar nuevas instrucciones que fueran adecuadas a la alterada condición del país o de otra manera que debería ser llamado por su gobierno. Parece que nunca se escribió una respuesta a este comunicado.>>[6]

Como se dio el Tratado


El día 23 de agosto, O’Donojú arribó a Córdoba acompañado por la escolta de Puebla enviada por Iturbide y fue recibido “con el decoro correspondiente”, por el coronel Villaurrutia, el conde de San Pedro del Álamo y el marqués de Guardiola; por la noche llegó Iturbide a la villa de Córdoba. Carlos M. de Bustamante refiere sobre el hecho: A pesar de estar “lloviendo salió mucha gente al camino a recibirlo, la cual quitó las mulas del coche y a brazo lo condujo hasta su posada, encontrándose iluminada la villa. Aguardábanlo en su misma habitación el señor O'Donojú. Ambos jefes, rodeados de un brillante concurso, se abrazaron y dieron muestras de un cordial cariño”.

El día, 24 de agosto por la mañana, oyeron misa cada uno por su cuenta, luego Iturbide fue a la casa de O'Donojú y antes que nada Iturbide dijo: "Supuesta la buena fe y armonía con que nos conducimos en este negociado, supongo que será muy fácil cosa que desatemos el nudo sin romperlo”.

Iturbide expresaría a su secretario José Domínguez: <<Encontré en a un jefe animado de buenas intenciones. Hasta noté que estaba ansioso de ser generoso conmigo, que haciendo justicia al carácter de honestidad que distingue a los mexicanos había entrado entre ellos con confianza y había confiado la seguridad de su persona a sus virtudes. Apenas había expresado yo los puntos de vista que había asentado en el Plan de Iguala, cuando noté con admiración tanta deferencia de su parte hacia mis ideas, como si él mismo me hubiera ayudado a trazar ese plan. Esto difícilmente era de esperarse de un general respecto de quien habían circulado rumores acerca de su naturaleza conservadora, completamente contraria a la liberalidad de sus principios. Por lo tanto me parecía aún más justo que político vincular con el Plan de nuestra felicidad a un oficial que mostraba por las cicatrices de su cuerpo las más convincentes pruebas de su filantropía y no consideraba como demasiado costoso registrar su voto entre los más ardientes patriotas de México.

Después de alguna discusión, el acuerdo entre los dos hombres fue asentado por escrito por el secretario de Iturbide. El borrador de un tratado fue presentado entonces a O'Donojú, quien altero sólo unas cuantas frases, que se dijo eran alabanzas a él mismo. El preámbulo del tratado declaraba que los firmantes habían discutido los pasos que, bajo las condiciones existentes, se requerían para reconciliar los intereses de México y España, La celeridad con que habían llegado a un acuerdo el 24 de agosto de 1821 se debió en gran parte a la circunstancia de que advertido por sus comisionados que se habían reunido con O'Donojú, Iturbide había tenido la previsión de prepararse para la conferencia. […]

La convención dispuso que la nación mexicana, la que de ahí en adelante sería designada como “Imperio Mexicano”, debería ser reconocida como independiente. El gobierno sería una monarquía constitucional. En primer lugar, el rey Fernando VII sería invitado a gobernar sobre el antiguo Virreinato, En caso de qué el aceptara declinar la corona mexicana, esta sería ofrecida en turno al príncipe Carlos, al príncipe Francisco de Paula y al príncipe Carlos Luis. Si ninguno de estos príncipes aceptaba la corona, se ofrecería en seguida a una persona designada por la Cortes del Imperio Mexicano. El nuevo monarca establecería su Corte en la ciudad de México, la cual sería la capital imperial.

Dos comisionados elegidos por O'Donojú procederían a la Corte de Madrid para poner en las manos de Fernando VII una copia de la convención acompañada de una memoria. Se pediría al rey que permitiera a un príncipe de su familia venir a México. De conformidad con el Plan de Iguala, se formaría de inmediato un consejo al que O'Donojú debería pertenecer. Esta junta elegiría a su presidente y seleccionaría de entre sus miembros una regencia de tres personas que formarían el poder ejecutivo de la nación. La autoridad legislativa sería investida en las Cortes convocadas por la junta. Los europeos domiciliados en México estarían en libertad de irse con sus personas y propiedades. Los opositores a la independencia mexicana serían requeridos para partir. O'Donojú estuvo de acuerdo en utilizar su influencia para conseguir la evacuación de la capital por las tropas realistas, sin derramamiento de sangre.

El Tratado de Córdoba, consiguientemente aprobó el Plan de Iguala con ciertas modificaciones. Excluía de la membresía al virrey depuesto, pero incluía a O'Donojú. Sólo implícitamente endosaba la abolición de las distinciones de castas y la preservación de los privilegios clericales, según se especificaba en el Plan de Iguala. No contenía estipulación alguna para el efecto de que el futuro monarca debiera ser seleccionado entre los miembros de una dinastía europea. En verdad su cláusula más significativa era la que disponía que si ninguno de los personajes nombrados en el tratado se dignaba aceptar la corona, el emperador debería ser elegido por el Congreso de México. […] Por lo pronto, sin embargo, la autoridad gubernamental sería depositada en un consejo que presumiblemente sería elegido por el comandante del Ejército de las Tres Garantías.

Una semana más tarde O'Donojú se dio a la tarea de justificar el Tratado de Córdoba ante la Corte de Madrid. Declaró abiertamente que prefería la muerte que ser responsable de la pérdida, para la corona española, de un rico y hermoso país. Declarando que nada podía evitar la independencia mexicana, sostuvo que una monarquía constitucional limitada era la mejor forma de gobierno para un país cuya población no poseía las virtudes requeridas para el éxito de una república o de una federación. Aunque admitió que un pueblo tenía el derecho de elegir a su propio gobernante, afirmo sin embargo, que el artículo del tratado que establecía que un príncipe español debería ser el emperador de México, llegaría a ser una de las glorias de la Madre Patria. Dejó establecido que él había nombrado una comisión para notificar a Fernando VII de esta convención. […] Respecto a sus propias funciones, declaró que cesarían en el momento en que se reuniera el primer Congreso de México, pero que permanecería ahí hasta la llegada del monarca elegido o hasta que el gobierno español decidiera de otra manera.

Consciente de que había negociado un tratado sin la autorización expresa de su gobierno, el 26 de agosto, cuando envió una copia del mismo al gobernador de Veracruz, O'Donojú explicaba que el convenio tenía por objeto la felicidad de ambas Españas, la Vieja y la Nueva, y que también pretendía poner fin a los horribles desastres de una guerra sanguinaria… >>[7]

Yendo aún más lejos explicó la actitud de España hacia las independencias de Iberoamérica al momento de su designación:

<<En verdad, antes de mi partida de la Península, la legislatura nacional consideró prepararse para la independencia mexicana, y en uno de sus comités, con la asistencia de los ministros de Estado, se prepararon y aprobaron las bases para tal acción. No hay duda de que antes de cerrar sus sesiones, las cortes ordinarias deberían de haber arreglado este asunto el cual es importante tanto para la Vieja como para la Nueva España, asunto en el que está comprometido el honor de ambas partes y sobre el que los ojos de toda Europa están puestos. […] Sin embargo, cuando los funcionarios del Ministerio español de las Colonias se enteraron de la interpretación de O'Donojú acerca de la política de su gobierno, declararon que era falsa.

Desafortunadamente para el triunfo inmediato y completo de la revolución, ni el gobernador Dávila ni el mariscal Novella aprobaron el Tratado de Córdoba.>>[8] 
Igual ocurriría con el español Fonte Arzobispo de México, que no acabó aceptando la voluntad de los novohispanos.

Finalmente el destino no jugó a favor de estos Tratados, ya que su suscriptor O'Donojú, moriría el 8 de octubre de pleuresía. El 7 de diciembre de 1821 se firmó en Madrid la respuesta al escrito de O’Donojú, negándole cualquier facultad para “celebrar convenios que reconocieran la independencia de ninguna provincia americana”. Las Cortes españolas, el 13 de febrero de 1822, rechazaron la firma del Tratado y del Plan e incluso, algo después, cuando en mayo de 1824 Fernando VII publicó el “indulto y perdón general” por actuaciones contra la Monarquía cometidas en América, se incluyó una cláusula de exclusión específica, destinada a “los españoles europeos que tuvieron parte en el convenio o tratado de Córdoba” y más concretamente a Juan O’Donojú, “de odiosa memoria”, por haberlo celebrado.

Colofón


Algún día cuando la mentalidad liberal-masónica que la dictadura priísta de más de 71 años, nos inculcó mediante su libro de texto obligatorio y su grupo de artistas, intelectuales e historiadores en nómina, se reconocerá a Agustín de Iturbide como el "Padre de la Patria". Ese día se deberá reconsiderar también el papel de Juan O’Donojú, quizás como un padrino del México independiente...


Jorge Pérez Uribe


[1] Spence William Robertson, Iturbide de México, México, FCE, 2012, pag.170
[2] Ibíd.pags.171, 172. 
[3] Ibíd.pag.172
[4] Para más. la mitad de los 14 militares que le acompañaban y sus dos sobrinos murieron de fiebre amarilla.
[5] Ibíd.pags.174, 175
[6] Ibíd.pag.175
[7] Ibíd.pags.179, 182
[8] Ibíd.pags.183, 184

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