Se conoce como Grito de Independencia a la celebración de carácter patriótico con la que los mexicanos conmemoramos el inicio de nuestra lucha de independencia de España. Al efecto, desde finales del siglo XIX tiene lugar la ceremonia de "el grito” que cada 15 de septiembre es celebrada por el Presidente de la República a las 11 de la noche, en la Plaza de la Constitución de la Ciudad de México, seguida de juegos pirotécnicos. Esta ceremonia tiene réplicas en cada una de las capitales de los Estados que conforman la República Mexicana y en muchas poblaciones más.
Como en otros hechos patrióticos se impone -el mito o la leyenda- a la realidad; y así resulta que los hechos concernientes al Grito de Independencia, tuvieron lugar no en la noche del día 15 de septiembre de 1810, sino en la madrugada del día 16. El que se celebre el día 15 tiene su antecedente en que ese día festejaba su cumpleaños el presidente Porfirio Díaz que gobernó por 35 años y estableció la costumbre de celebrar en ese día la fiesta patria.
Para desmitificar el acontecimiento histórico, no hay como, recurrir a las declaraciones de los principales próceres durante los procesos de consejo de guerra que se les siguió en el mes de mayo de 1811, en la ciudad de Chihuahua.
He aquí la narración de los hechos en boca de sus actores:
Miguel Hidalgo Y Costilla: <<...que la expresada insurrección tuvo principio en el expresado pueblo (Dolores) el día dieciséis de septiembre próximo pasado como a las cinco de la mañana. [...]
Que en esto como a tres o cuatro días antes del dieciséis, tuvo el declarante noticias aunque vagas de que Allende estaba delatado, por lo que lo llamó a Dolores para ver lo que el resolvía, pero nada resolvieron en la noche del catorce que llegó a su casa, ni en todo el día quince, que se mantuvo allí; hasta que a las dos de la mañana del dieciséis vino don Juan Aldama diciéndole que en Querétaro habían aprendido a sus confidentes, en cuya vista en el mismo acto acordaron los tres dar el grito, llamando el declarante como a diez de sus dependientes, dando soltura a los presos que había en la cárcel, obligando al carcelero con una pistola a franquear las puertas de ella.
Y entonces les previno a unos y otros que le habían de ayudar a aprehender a los europeos, lo que se verificó a las cinco de la mañana del mismo día, sin otra novedad que la de unos cintarazos que se le dieron a don José Antonio Larrincia porque se iba huyendo. Que puestos en la cárcel los europeos, cerradas las tiendas de unos, dejadas otras a cargo de los cajeros criollos o de sus familias, y viniendo a su partido los indios y rancheros que por ser domingo habían ocurrido a misa, trataron de encaminarse a San Miguel el Grande en persecución de su proyecto.>>
Ignacio de Allende: <<que el día quince del mismo mes (septiembre), se trasladó el declarante desde San Miguel el Grande al pueblo de Dolores, como una de tantas veces solía hacerlo, habiendo llegado allí, a cosa de seis de la tarde, apeándose en la casa del cura Hidalgo, a que se siguió hablar entre los dos del riesgo a que estaba expuesto el Reino de ser entregado a los franceses porque para el concepto de los dos toda la Grandeza de España estaba inclinada, o por mejor (decir), decidida por Bonaparte, y que la Península estaba perdida, excepto Cádiz, de que debía resultar que el Reino se perdiera también porque estaba indefenso, y las más de sus autoridades públicas eran hechuras del tiempo del Príncipe de la Paz [1], y no podía tenerse confianza de ellas.>>
Manifestó que el encargado en Querétaro era don Epigmenio González, Ignacio Carreño y N. Lozada y en San Miguel el Grande, el mismo declarante, don Juan Aldama y don Joaquín Ocón. Agregó que: << a hora de las doce de la noche llegó Juan Aldama con la noticia de que en Querétaro se había aprendido a su confidente don Epigmenio González y a otros, y de que consecutivamente venían a prender al declarante, visto lo cual, y no pudiendo dudar de que así sería, por mediar las relaciones que se tienen expresadas, entraron los tres, Aldama, Hidalgo y el que declara, en consulta sobre lo que debían hacer, en que se resolvió entrando en el acuerdo don Mariano Hidalgo, y don Santos Villa, convocar en la misma noche (a) los vecinos que estaban, o se consideraba estarían prontos a seguirlos, y juntos hasta ochenta hombres, fueron al cuartel y se apoderaron de las espadas de una compañía que estaban depositadas allí y luego se distribuyeron por las casas de los europeos, para que los fuesen asegurando, según fuesen abriendo sus puertas por la mañana, y al declarante le tocó la casa del subdelegado don Nicolás Rincón, a quien también se aprehendió, sin embargo de ser criollo, porque se temía no había de ser de su partido, y cuando el declarante se llevaba al subdelegado le dijeron en medio de la plaza que se dirigiese a la cárcel, pues ya estaban todos los europeos, habiendo antes puesto en libertad a los presos, no sabe si por disposición de Hidalgo o de algún otro, y para aquella hora que serían las seis de la mañana, ya se habían juntado hasta doscientos hombres y a poco rato llegarían a quinientos, por ser día domingo y de mercado; que inmediatamente trataron de dirigirse a San Miguel el Grande con el fin de practicar igual operación y don Juan de Aldama se quedó encargado de conducir a los europeos, que serían de diez y ocho a veinte, a las inmediaciones de San Miguel el Grande, hasta ver el resultado de su empresa y no exponerlos al furor de la plebe... >>
Juan Aldama, en sus declaraciones –acobardado y pusilánime, ante una probable sentencia de muerte- trata de liberarse de responsabilidad en el movimiento y narra que habiendo recibido al mozo enviado por Epigmenio González, en la población de San Miguel el Grande y yendo a esconderse a la hacienda de su hermano don Ignacio Aldama, tuvo que pasar por Dolores, por lo que no le quedó otra más que la de señalar en donde vivía el cura Hidalgo <<llegados a ella tocaron la puerta, y se levantó el cura, haciéndole instancia al declarante que se apease a tomar chocolate [2]; y en efecto se apeó, y al mozo lo dirigió al cuarto donde estaba Allende; inmediatamente vino este al del cura a quien dijo lo que había, y aquel sin detención salió a llamar a su cochero, lo que le dijo no lo oyó; pero si vio que a poco rato entraron ocho hombres armados de los cuales sólo conoció a un Martínez vecino del mismo Dolores, estando el declarante tomando chocolate: entonces dijo el cura a todos: Caballeros somos perdidos aquí no hay mas recurso que ir a coger gachupines, a que le dijo el declarante: Señor que va a hacer vuestra merced por amor de Dios: vea vuestra merced lo que hace, repitiéndoselo por dos veces: a ese tiempo entró el cochero, y dijo que un tal Herrera que lo había enviado a solicitar el cura decía que no podía venir porque estaba medio malo; entonces el cura mandó a dos de aquellos hombres que estaban allí armados a que lo fueran a traer por bien o por mal; cuando ellos vinieron con el otro se fueron parando todos y le dijeron al declarante el cura y Allende, vamos Aldama, y de miedo de que no lo fueran a matar se paró y los acompañó, se dirigieron para la cárcel fueron, y el mismo cura hizo al alcalde de la ciudad que echase los presos a la calle; y todos se armaron con leños y piedras, y dieron principio a la prisión de los europeos en sus casas como a las seis de la mañana, y concluida esta operación a cosa de las ocho que los encerraron en la cárcel entre ellos al padre sacristán don N. Bustamante; ya se habían juntado más de seiscientos hombres de a pie y caballo por ser día domingo, y haber ocurrido a misa de los ranchos inmediatos, y el cura que los exhortaba a que se uniesen con él le ayudasen a defender el reino porque querían entregarlo a los franceses: que ya se había acabado la opresión: que ya no había más tributos, que los que se alistasen con caballos y armas les pagaría a peso diario, y los de a pie a cuatro reales, que todo esto pasó desde las cuatro de la mañana del día dieciséis que llego a Dolores, hasta las once de la misma mañana.>>
Ignacio de Allende: <<hicieron alto en Atotonilco en donde tomaron de casa del capellán don Remigio González un lienzo de Nuestra Señora de Guadalupe por idea de alguno de la compañía, el cual pusieron en una garrocha y continuaron su marcha para el lugar de su destino, a donde llegaron ya de noche y hallaron que el pueblo estaba alborotado, y gritando viva la América y muera el mal gobierno; los europeos que se habían hecho fuertes en Casas Reales se entregaron al que declara por ser ya mucha la plebe que se había juntado, y algunos gritaban que mueran los gachupines; pero el que declara pudo contenerlos con mucho trabajo, aunque no pudo evitar el saqueo de tres o cuatro tiendas, y así quedo entablada la resurrección...>>
El mejor biógrafo de Hidalgo el
doctor en Historia, Carlos Herrejón Peredo, nos ofrece una vívida narración de esa madrugada [3]:
<<El grito de Dolores: “¡Se acabó la opresión!”
Cuando ya estaban reunidas como quince o dieciséis personas, alfareros y sederos, incluso los dos serenos, y algunos del pueblo que no pertenecían a las oficinas del señor Cura, pero que con el rumor de la novedad se habían levantado, y otros que los mismos alfareros habían convidado al pasar por sus casas, entonces dio orden el señor Cura a los alfareros para que fueran a traer armas y hondas que estaban ocultas en la alfarería, lo cual se verificó en un momento y se les repartieron a los que habían concurrido [...]
Una vez armados los pocos que se
habían reunido, tomó el señor Cura una imagen de nuestra Señora de Guadalupe, y
la puso en un lienzo blanco, se paro en el balconcito del cuarto de su
asistencia, arengó en pocas palabras a los que estaban reunidos recordándoles
la oferta que le habíamos hecho de hacer libre nuestra patria, y levantando la
voz dijo:
-¡Viva nuestra Señora de Guadalupe!
¡Viva la independencia!
Y contestamos:
Y contestamos:
-¡Viva!
Y no faltó quien añadiera:
-¡Y mueran los gachupines!
-¡Y mueran los gachupines!
Acto seguido el cura se dirigió junto
con ellos a la cárcel, donde liberó a cincuenta reos; de allí fueron todos al
cuartel por espadas. Se agregaron soldados del destacamento del Regimiento de la
Reina. Y todos se distribuyeron para
proceder a la prisión de españoles: Allende y Aldama al subdelegado Rincón,
aunque criollo, y al colector de diezmo Cortina, Balleza al padre sacristán, el
peninsular Bustamante; Mariano Hidalgo y Santos Villa fueron por los demás. En
total 18 condujeron a la cárcel. Larrinúa fue herido por uno de los reos
liberados. El subdelegado Rincón se oponía a entregar a Cortina, el encargado
del diezmo recién llegado; no se doblegó hasta que llegaron Allende e Hidalgo.
El lugar del subdelegado lo ocupó Mariano Montes.
Mientras tanto el campanero, el cojo Galván, había dado las llamadas
para la misa de cinco. Como una de de las razones primordiales del movimiento
era la defensa de la fe y sus prácticas, lo más seguro es que, una vez
aprehendidos los gachupines, gran parte de los sublevados acudiera a la misa
dominical, pues era de riguroso cumplimiento comenzando por el propio Hidalgo,
aunque no oficiara él sino uno de los vicarios.
Habiendo salido todos de la iglesia
poco después de las seis, allí en el atrio el Cura Hidalgo arengó a la multitud
en estos términos: “¡Hijos míos! ¡Únanse conmigo! ¡Ayúdenme a defender la
patria! Los gachupines quieren entregarla a los impíos franceses. ¡Se acabó la
opresión! ¡Se acabaron los tributos! Al que me siga a caballo le daré un peso;
y a los de a pie, un tostón.”
“Voy a quitarles el yugo”
A las siete de la mañana ya se contaban más de seiscientos los animados a entrar en la insurgencia. Allende y Aldama ayudados por 34 soldados del destacamento del Regimiento de
Mariano Abasolo no estuvo en el
momento de la primera arenga, pues permaneció en su casa, pero más tarde
escucho a Hidalgo mientras se dirigía no a la muchedumbre sino a un grupo de
vecinos principales de Dolores. En efecto, <<el propio cura Hidalgo y
Allende mandaron juntar todos los vecinos principales del propio pueblo, y
reunidos, les dijo el Cura estas palabras:
“Ya vuestras mercedes habrán visto
este movimiento, pues sepan que no tiene más objeto que quitar el mando a los
europeos, porque éstos, como ustedes sabrán, se han entregado a los franceses y
quieren que corramos la misma suerte, lo cual no hemos de consentir jamás; y
vuestras mercedes como buenos patriotas, deben defender este pueblo hasta
nuestra vuelta que no será muy dilatada para organizar el gobierno.”
Con cuya simple arenga, sin decirles
los vecinos si lo ejecutarían o no, se retiraron a sus casas.
Hidalgo encargó la parroquia al padre
José maría González, generoso devoto de la cofradía de los Dolores. Hubo otras
misas dominicales y así unos entraban y otros salían. Almorzaban lo que
generalmente se ofrecía en el tianguis dominical.
Hidalgo inició también una de las que
serían las acciones de mayor trascendencia para el movimiento: el nombramiento
de comisionados para diversos puntos. Por último, encargó los obrajes a Pedro
José Sotelo y otros.
Habló con sus hermanas Vicenta y
Guadalupe, prometiéndoles que pronto volvería, y hacia las once de la mañana
montó en caballo negro. Al paso del desfile de cerca de ochocientos sublevados
que enfilaron hacia la hacienda de la
Erre , pasando por el puente del río Trancas, una joven del
pueblo, Narcisa Zapata, le gritó al párroco:
-¿A dónde se encamina usted, señor
cura?
Y éste contestó:
Y éste contestó:
-Voy a quitarles el yugo, muchacha.
A lo que replicó Narcisa:
-Será peor si hasta los bueyes
pierde, señor Cura.
Ya había salido la extraña tropa,
cuando llegó a Dolores aquel mozo Cleto,
Anacleto Moreno, a quien Hidalgo había encargado conseguir adeptos en
Tierrasnuevas. Había hablado en efecto con un tal Urbano Chávez, pero este,
haciéndole creer que se interesaba, lo denuncio ante José Gabriel Armijo, quien
lo llamó para pedirle una constancia escrita por Hidalgo en que formulara la
invitación a la revuelta. El ingenuo Cleto,
a eso se presentó en Dolores; más no halló sino a un soldado insurgente en la
casa de Hidalgo, que no tuvo empacho en extenderle, delante de Abasolo, el
siguiente papel, significativo de cómo se percibía el levantamiento:
En diez y seis de septiembre de 1810
han sido presos todos los gachupines de este lugar. En la fatiga no ha sido
menester maltratarlos ni lastimarlos, porque ha sido tanto el gentío que
alcanzo el número a 300 y tantos de a pie y 400 de a caballo; y habiéndolos
puesto en la cárcel, fueron puestos en libertad todos los presos y fueron
pensionados a tomar las armas. De sus intereses no se ha echado mano hasta hoy
más de los reales para sueldos de toda esta gente, repartiendo en trozos cada
un trozo con su comandante según el número de gachupines en cada lugar hay.
Esto es reducido a quitar esta vil
canalla de estos mostros [sic], antes
que se ejecute la ruin que se espera de que se introduzca la herejía en este
reino; y así, considero usted hace lo mismo en ese partido, pues no vamos en
contra de la ley.
Por demás está decir que a su regreso
Cleto fue aprehendido mientras Armijo
comunicaba el levantamiento a su jefe, Félix María Calleja. [...]>>
Así fue aquella madrugada del 16 de septiembre de 1810.
[1] Manuel Godoy y Álvarez, valido de Carlos III
[3] Revista Letras Libres, La naciente insurgencia, septiembre 2010, México,
Bibliografía: Voces insurgentes Declaraciones de los caudillos de la Independencia, Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, México, 2010